CAPITULO 9
Agustin
rió mientras se ponía en pie.
–Una
noche, tras recibir una llamada, fui a recoger un cadáver que resultó estar vivo.
Si no llega a ser por Thiago, hubiese sido yo el que acabara en la bolsa.
–Cierra
la boca, Agustin –masculló Thiago–, y conduce.
–
–
Ya
voy –dijo Agus, totalmente ajeno al modo dictatorial en el que Thiago lo
trataba.
–¿Sabes
una cosa? –comenzó a decirle Mariana a Thiago en el instante que Agus arrancó
el motor–. Podrías intentar ser más amable con la gente. Especialmente si te
están ayudando.
Incluso
a través del plástico se escuchó el suspiro de irritación.
–¿No
deberías aplicarte el consejo a ti misma?
Mariana
abrió la boca para responder y, acto seguido, la cerró. Estaba en lo cierto. Se
había comportado de un modo bastante desagradable con él desde el comienzo.
–Supongo
que tienes razón. Quizás los dos deberíamos intentar no hacerlo más difícil.
Mariana
no supo si él llegó a contestar, ya que la sirena comenzó a aullar de nuevo. Agustin
los llevó hasta el hospital en un tiempo récord, pero el viaje distaba mucho de
haber sido placentero. Cuando llegaron, tenía la sensación de haber pasado por
el centrifugado de una lavadora.
Agustin
llevó la ambulancia hasta la parte trasera del hospital y aparcó bajo un toldo
que los protegería de los rayos del sol. Con la advertencia de que permaneciera
callada, sacó la camilla con mucho cuidado para no hacerle daño en el brazo y
descendieron a la par de la ambulancia.
Una
vez cruzaron las puertas del edificio, Mariana mantuvo cerrado el polar para
ocultar las manchas de sangre de su jersey.
Juan
Pedro permaneció completamente inmóvil y en silencio mientras Agustin empujaba
la camilla por las zonas más concurridas. Mariana caminaba junto a ellos pero,
a decir verdad, quería morirse de la vergüenza dado lo obvios que resultaban
los grilletes.
¿Tenían
que brillar tanto bajo la luz de los tubos fluorescentes? ¿No podía Cayo haber
elegido unas esposas pequeñitas y coquetonas, como las de la policía?
Claro
que no, tenían que medir doce centímetros y llevar una inscripción en griego a
su alrededor, más una cadena que medía sus buenos diez centímetros. Cualquiera
que las viera pensaría, sin duda alguna, que las había conseguido en uno de los
catálogos de juguetitos sexuales de Rochi. ¡Menudo espanto! Ella jamás había
entrado en un Frederick's of Hollywood. Es más, se ponía roja como un tomate
cada vez que entraba en un Victoria's Secret…
Además,
todos los que pasaban a su lado se giraban para mirarlos boquiabiertos.
–No
había visto eso desde hace por lo menos seis meses –dijo uno de los celadores
cuando pasaron junto al mostrador de admisiones.
–Ya
me lo contaron –le contestó un compañero–. ¿Sabes cuántos años tenía el
desafortunado?
–No
lo sé; pero por el aspecto de la chica yo firmaba ahora mismo.
Sus
carcajadas hicieron que le ardiera la cara. Por las miradas interesadas que los
hombres lanzaban a su cuerpo, supuso que la predicción de Thigo acerca de sus
posibles citas no iba muy desencaminadas.
–¿Agustin?
–lo llamó un joven médico según se aproximaban a los ascensores –. ¿Debería
preguntar?
Agustin
negó con la cabeza.
–Ya
sabes que toda la mierda ésta siempre acaba en mi oficina.
El
médico rió mientras Mariana se tapaba la cara con la mano. Tan pronto como las
puertas del ascensor se cerraron tras ellos, murmuró:
–Thiago,
te juro que voy a matarte por esto.
–Querida
–le dijo una anciana que ayudaba como voluntaria en el hospital y que estaba
justo a su lado–. Me parece que ya lo has hecho. –Y le dio unas palmaditas a
Mariana en el brazo–. A mi Harvey y a mí nos ocurrió lo mismo. Pobre. Yo
también lo echo de menos.
Agustin
estuvo a punto de ahogarse por el esfuerzo de sofocar la risa.
Mariana
lanzó un gruñido y rezó para que el horrible suplicio llegase a su fin.
Una
vez en el depósito de cadáveres, Agustin los llevó a un laboratorio poco
iluminado, de paredes metálicas, y cerró la puerta con llave. Juan Pedro abrió
la cremallera desde dentro.
–Gracias
–le dijo a Agustin mientras se incorporaba y comenzaba a salir de la bolsa. La
dobló y la colocó sobre una mesa.
Agustin
abrió uno de los cajones del armarito situado junto a la puerta.
–De
nada. Ahora, quítate la camisa y déjame que vea lo que te ha pasado.
–Ya
se curará.
Agus
apretó la mandíbula con firmeza.
-¿Y
la infección qué?
Juan
Pedro lanzó una carcajada.
–Los
inmortales no mueren de una infección. Ninguna enfermedad puede afectarme.
–Puede
que no mueras, pero eso no quiere decir que no te duela y que no sane más
rápido si la tratamos.-Dedicó una mirada a Juan Pedro que decía bien a las claras
que no iba a dejarse intimidar–. No aceptaré un no por respuesta. Déjame curar
esa herida.
Juan
Pedro abrió la boca para seguir discutiendo pero, si algo tenía claro, era lo
testarudo que Agustin podía llegar a ser. Para no malgastar el tiempo, decidió
obedecer… y entonces se dio cuenta de que no podría quitarse el abrigo y la
camisa a causa de los grilletes.
Con
un suspiro de exasperación, dejó que la ropa colgase del brazo y se acercó de
nuevo a la camilla para tumbarse y esperar a Agustin apoyado sobre los codos.
Mientras lo veía reunir el material necesario, escuchó cómo el corazón de
Mariaan comenzaba a latir más rápido y su respiración se aceleraba. Sintió el
agudo interés que despertaba en ella la visión de su cuerpo. Lo deseaba; y ese
ávido deseo estaba causando estragos en él.
Se
movió un poco, deseando que sus vaqueros fueran un par de tallas más grandes,
ya que la tela negra estaba empezando a molestarle bastante debido a su
erección.
Joder,
había olvidado el dolor, tanto literal como alegórico, que sufría su cuerpo
cuando estaba cerca de una mujer atractiva. Y ella era atractiva. Cómo no iba a
serlo, con ese fascinante rostro élfico y esos enormes ojos azules y…
Los
ojos azules siempre habían sido su debilidad.
Aun
sin mirarla, supo que se estaba humedeciendo esos labios exuberantes, del color
de las ciruelas, y al imaginar su sabor se le quedó la garganta seca. Imaginaba
cómo sería sentir su aliento sobre el rostro y su lengua contra la suya
mientras la besaba.
¡Por
los dioses! Y él creía que los romanos lo habían torturado… el trabajo del
mejor de sus inquisidores había sido una minucia comparado con la agonía física
y mental que la cercanía que esta mujer le estaba causando.
Pero
lo que más lo trastornaba no era sentir sus ojos fijos en él, sino el hecho de
que había llevado la situación admirablemente. La mayoría de las mujeres
habrían chillado de terror al descubrir su naturaleza, o se habrían puesto a
llorar.
O
ambas cosas a la vez.
Pero
ella había sobrellevado la experiencia con una valentía y un coraje que hacía
mucho que no veía.
La
chica le gustaba de verdad; y eso era lo que más lo sorprendía.
Mariana
dio un respingo cuando la mirada de Juan Pedro se cruzó con la suya. Esos
profundos ojos negros se clavaron en ella e hicieron que se acalorara y se
quedara sin aliento.
Estaba
tumbado en la camilla con una pierna doblada y la otra colgando sobre el borde.
Los estrechos vaqueros negros se pegaban a su poderoso y enorme cuerpo.
Y
esos brazos tan musculosos…
CAPITULO 10
Era
un modelo de belleza masculina, todo fibra y músculos. Tenía los bíceps
flexionados, ya que estaba apoyado sobre los codos, y el deseo de acercarse
para acariciarlos era tan fuerte que casi le dolía el cuerpo. No tenía la más
mínima duda de que serían duros como una roca y tendrían la textura del satén.
Sus
hombros eran increíblemente anchos y los músculos que sobresalían hablaban de
su fuerza, rapidez y agilidad. Sus pectorales y sus brazos estaban igual de
desarrollados y definidos.
Y
su vientre… ¡Oh Señor! Esos abdominales habían sido creados para dejar un
reguero de besos húmedos sobre ellos.
De
forma inconsciente, su mirada se deslizó por la delgada línea de vello de color
castaño que comenzaba bajo su ombligo y descendía hasta desaparecer bajo los
vaqueros. Por el tamaño del bulto que se apreciaba en los pantalones, Mariana
podía afirmar que estaba generosamente dotado y que su interés hacia ella era
más que evidente.
Y
eso avivó aún más su deseo.
El
color dorado de su piel desafiaba las ideas que tenía acerca de los de su
especie. ¿Cómo era posible que un vampiro estuviera bronceado y su piel fuera
tan incitante?
Pero
más tentadora que la visión de los prominentes músculos, que pedían a gritos
ser acariciados, era la multitud de cicatrices que lo cubrían. Daba la sensación
de haber sido atacado por un tigre enorme, o de haber sido azotado con un
látigo en algún momento de su vida.
O
ambas cosas.
Thiago
se echó hacia atrás cuando Agustin se acercó y Mariana vio un pequeño símbolo
que parecía haber sido grabado a fuego en su hombro izquierdo; un arco doble
con una flecha. Se encogió mentalmente al imaginar lo mucho que le habría
dolido y se preguntó si él lo habría consentido o si alguien lo había marcado
en contra de su voluntad.
–Me
da la sensación, por tus cicatrices, de que tus amigos vampiros no te cuidan
demasiado bien –le dijo.
–¿Tú
crees? –replicó él.
–¿Siempre
es así de sarcástico? –preguntó Mariana, dirigiéndose a Agustin.
–En
realidad creo que contigo estaba siendo bastante agradable. –Agustin estaba
limpiando la horrible herida con alcohol. Preparaba la zona para inyectarle una
dosis de anestesia local.
Juan
Pedro lo cogió por la muñeca antes de que pudiera clavarle la aguja.
–No
te molestes.
–¿Por
qué? –le preguntó Agus con el ceño fruncido.
–No
me hace efecto.
Mariana
se quedó boquiabierta.
Agustin
alargó el brazo para coger el material necesario y comenzar a suturar.
–No
puedes hacer eso –le dijo Mariana, interrumpiéndolo–. Lo va a sentir todo.
–Necesita
que le cierre la herida –insistió Agustin–. ¡Jesús! Si se le ven las costillas
por el agujero.
–Sigue
–le dijo Juan Pedro con una tranquilidad que dejó pasmada a Mariana.
Petrificada,
observó cómo Agustin comenzaba a coser y no pudo evitar hacer una mueca de
dolor.
Juan
Pedro mantuvo la mandíbula firmemente apretada y no dijo nada.
Ella
siguió observando el proceso. Se le encogía el corazón al pensar en el dolor
que debía estar sufriendo.
–¿No
te duele? –le preguntó.
–No
–le contestó él con los dientes apretados.
Ella
sabía que estaba mintiendo; sólo había que fijarse en las venas que se marcaban
en su cuello y en el modo en que apretaba los puños.
–Toma
–le dijo, ofreciéndole de la mano–. Aprieta fuerte.
Juan
Pedro se quedó perplejo al sentir la suavidad de la mano de ella bajo la suya.
No recordaba la última vez que alguien lo había tocado de aquel modo. Llevaba
tanto tiempo siendo un Cazador Oscuro que había olvidado lo que era la
delicadeza.
Agustin
actuaba movido por la gratitud y un cierto sentido de la obligación.
Pero
ella…
No
había ningún motivo para que le diera la mano. Apenas si le había dicho dos
palabras civilizadas y, sin embargo, allí estaba, cerca de él cuando nadie más
lo habría hecho. La situación empezaba a despertar extraños sentimientos en él.
Le daban ganas de protegerla.Y sentía una enorme ternura.
Pero
no era sólo eso, había mucho más; una simple caricia de Mariana lo abrasaba y
le llegaba al corazón. Tragó saliva y se puso rígido. No podía dejar que se
acercara demasiado. Mariana era una criatura de luz y él procedía de las
sombras.
Eran
incompatibles.
–Dime,
¿cuánto tiempo hace que eres un vampiro? –preguntó ella.
–Ya
te lo he dicho –le dijo él con la mandíbula apretada–, no soy un vampiro. Soy
un Cazador Oscuro.
–
¿Y cuál es la diferencia?
Juan
Pedro la miró con severidad.
–La
diferencia está en que no tengo por norma asesinar humanos, pero, si no dejas
de interrogarme, es posible que haga una excepción.
–Eres
una insoportable Criatura de la Noche.
–Yo
también te quiero.
Mariana
le soltó la mano.
–¡Ah,
con que de eso se trata! –exclamó–. Sólo estaba tratando de consolarte. ¡No lo
permita Dios! Deberías dejar que la gente fuese amable contigo de vez en
cuando.
Irritada,
se dio cuenta de que Agustin la miraba sorprendido.
–¿No
puedes cortarle el brazo, ya que estamos, para que pueda librarme de él?
Agustin
soltó un bufido.
–Podría
hacerlo, pero creo que lo necesitará. Antes te lo cortaría a ti.
–¡Genial!
¿Pero qué eres tú, su Igor?
–Te
has equivocado de película –la corrigió Agustin–. Igor era el lacayo de Frankenstein.
Te refieres a Rendfield . Y no, no soy Rendfield. Me llamoAgustin Sierra; juez
de primera instancia e instrucción de este distrito.
–Ya
había imaginado lo de tu trabajo. Es bastante obvio, ya que estamos en un
laboratorio muy frío, lleno de muertos.
Agus
alzó una ceja.
–¿Y
tú lo llamas sarcástico?
me encanta más!
ResponderEliminarAyyyy quiero maaaas!! me encanta.. Espero mas nove, besos!Giu
ResponderEliminarMe encanta!!
ResponderEliminarMe encanta!! Recien me puse al corriente porque estaba un poco atrasada pero mas!!!..... Sonaly♥
ResponderEliminarmas noveeee
ResponderEliminarUn severo escrutinio d los dos.Jajaja Agustin le es totalmente fiel a Peter
ResponderEliminarjAjajaajjaja ay no amiga esta cosa esta muy chistosa pobre como se sonrojo yo me muero de la vergüenza y perdon q te he tendio abandonada pero la me tiene aburrita espero q para esta que viene no sea igual besos tk
ResponderEliminarPeter muere de deseo por Lali pobre como podrá protegarla y aguantar tanto jaja.
ResponderEliminarMe puse al día con la nove como prometí, no pedo firmar siempre ando sin compu.
@Masi_ruth
Pobre Lali tiene que aguantar a Peter y agus que estan mal de la cabeza . Te soy sincera a mi Peter a veces me pone un poco de los nervios = sabemos que adora a Lali a pesar de que se haga el duro :))
ResponderEliminarPd : Perdón x no comentar antes pero tengo un lio de noves a parte de los mios pero sabes que me ENCANTA LA NOVE. Tengo ganas de hablar contigo ya te extraño , pero los malditos horarios no coinciden TQ!!!