jueves, 4 de abril de 2013

Capitulo 9 y 10



CAPITULO 9
Agustin rió mientras se ponía en pie.
–Una noche, tras recibir una llamada, fui a recoger un cadáver que resultó estar vivo. Si no llega a ser por Thiago, hubiese sido yo el que acabara en la bolsa.
–Cierra la boca, Agustin –masculló Thiago–, y conduce.
Ya voy –dijo Agus, totalmente ajeno al modo dictatorial en el que Thiago lo trataba.
–¿Sabes una cosa? –comenzó a decirle Mariana a Thiago en el instante que Agus arrancó el motor–. Podrías intentar ser más amable con la gente. Especialmente si te están ayudando.
Incluso a través del plástico se escuchó el suspiro de irritación.
–¿No deberías aplicarte el consejo a ti misma?
Mariana abrió la boca para responder y, acto seguido, la cerró. Estaba en lo cierto. Se había comportado de un modo bastante desagradable con él desde el comienzo.
–Supongo que tienes razón. Quizás los dos deberíamos intentar no hacerlo más difícil.
Mariana no supo si él llegó a contestar, ya que la sirena comenzó a aullar de nuevo. Agustin los llevó hasta el hospital en un tiempo récord, pero el viaje distaba mucho de haber sido placentero. Cuando llegaron, tenía la sensación de haber pasado por el centrifugado de una lavadora.
Agustin llevó la ambulancia hasta la parte trasera del hospital y aparcó bajo un toldo que los protegería de los rayos del sol. Con la advertencia de que permaneciera callada, sacó la camilla con mucho cuidado para no hacerle daño en el brazo y descendieron a la par de la ambulancia.
Una vez cruzaron las puertas del edificio, Mariana mantuvo cerrado el polar para ocultar las manchas de sangre de su jersey.
Juan Pedro permaneció completamente inmóvil y en silencio mientras Agustin empujaba la camilla por las zonas más concurridas. Mariana caminaba junto a ellos pero, a decir verdad, quería morirse de la vergüenza dado lo obvios que resultaban los grilletes.
¿Tenían que brillar tanto bajo la luz de los tubos fluorescentes? ¿No podía Cayo haber elegido unas esposas pequeñitas y coquetonas, como las de la policía?
Claro que no, tenían que medir doce centímetros y llevar una inscripción en griego a su alrededor, más una cadena que medía sus buenos diez centímetros. Cualquiera que las viera pensaría, sin duda alguna, que las había conseguido en uno de los catálogos de juguetitos sexuales de Rochi. ¡Menudo espanto! Ella jamás había entrado en un Frederick's of Hollywood. Es más, se ponía roja como un tomate cada vez que entraba en un Victoria's Secret…
Además, todos los que pasaban a su lado se giraban para mirarlos boquiabiertos.
–No había visto eso desde hace por lo menos seis meses –dijo uno de los celadores cuando pasaron junto al mostrador de admisiones.
–Ya me lo contaron –le contestó un compañero–. ¿Sabes cuántos años tenía el desafortunado?
–No lo sé; pero por el aspecto de la chica yo firmaba ahora mismo.
Sus carcajadas hicieron que le ardiera la cara. Por las miradas interesadas que los hombres lanzaban a su cuerpo, supuso que la predicción de Thigo acerca de sus posibles citas no iba muy desencaminadas.
–¿Agustin? –lo llamó un joven médico según se aproximaban a los ascensores –. ¿Debería preguntar?
Agustin negó con la cabeza.
–Ya sabes que toda la mierda ésta siempre acaba en mi oficina.
El médico rió mientras Mariana se tapaba la cara con la mano. Tan pronto como las puertas del ascensor se cerraron tras ellos, murmuró:
–Thiago, te juro que voy a matarte por esto.
–Querida –le dijo una anciana que ayudaba como voluntaria en el hospital y que estaba justo a su lado–. Me parece que ya lo has hecho. –Y le dio unas palmaditas a Mariana en el brazo–. A mi Harvey y a mí nos ocurrió lo mismo. Pobre. Yo también lo echo de menos.
Agustin estuvo a punto de ahogarse por el esfuerzo de sofocar la risa.
Mariana lanzó un gruñido y rezó para que el horrible suplicio llegase a su fin.
Una vez en el depósito de cadáveres, Agustin los llevó a un laboratorio poco iluminado, de paredes metálicas, y cerró la puerta con llave. Juan Pedro abrió la cremallera desde dentro.
–Gracias –le dijo a Agustin mientras se incorporaba y comenzaba a salir de la bolsa. La dobló y la colocó sobre una mesa.
Agustin abrió uno de los cajones del armarito situado junto a la puerta.
–De nada. Ahora, quítate la camisa y déjame que vea lo que te ha pasado.
–Ya se curará.
Agus apretó la mandíbula con firmeza.
-¿Y la infección qué?
Juan Pedro lanzó una carcajada.
–Los inmortales no mueren de una infección. Ninguna enfermedad puede afectarme.
–Puede que no mueras, pero eso no quiere decir que no te duela y que no sane más rápido si la tratamos.-Dedicó una mirada a Juan Pedro que decía bien a las claras que no iba a dejarse intimidar–. No aceptaré un no por respuesta. Déjame curar esa herida.
Juan Pedro abrió la boca para seguir discutiendo pero, si algo tenía claro, era lo testarudo que Agustin podía llegar a ser. Para no malgastar el tiempo, decidió obedecer… y entonces se dio cuenta de que no podría quitarse el abrigo y la camisa a causa de los grilletes.
Con un suspiro de exasperación, dejó que la ropa colgase del brazo y se acercó de nuevo a la camilla para tumbarse y esperar a Agustin apoyado sobre los codos. Mientras lo veía reunir el material necesario, escuchó cómo el corazón de Mariaan comenzaba a latir más rápido y su respiración se aceleraba. Sintió el agudo interés que despertaba en ella la visión de su cuerpo. Lo deseaba; y ese ávido deseo estaba causando estragos en él.
Se movió un poco, deseando que sus vaqueros fueran un par de tallas más grandes, ya que la tela negra estaba empezando a molestarle bastante debido a su erección.
Joder, había olvidado el dolor, tanto literal como alegórico, que sufría su cuerpo cuando estaba cerca de una mujer atractiva. Y ella era atractiva. Cómo no iba a serlo, con ese fascinante rostro élfico y esos enormes ojos azules y…
Los ojos azules siempre habían sido su debilidad.
Aun sin mirarla, supo que se estaba humedeciendo esos labios exuberantes, del color de las ciruelas, y al imaginar su sabor se le quedó la garganta seca. Imaginaba cómo sería sentir su aliento sobre el rostro y su lengua contra la suya mientras la besaba.
¡Por los dioses! Y él creía que los romanos lo habían torturado… el trabajo del mejor de sus inquisidores había sido una minucia comparado con la agonía física y mental que la cercanía que esta mujer le estaba causando.
Pero lo que más lo trastornaba no era sentir sus ojos fijos en él, sino el hecho de que había llevado la situación admirablemente. La mayoría de las mujeres habrían chillado de terror al descubrir su naturaleza, o se habrían puesto a llorar.
O ambas cosas a la vez.
Pero ella había sobrellevado la experiencia con una valentía y un coraje que hacía mucho que no veía.
La chica le gustaba de verdad; y eso era lo que más lo sorprendía.
Mariana dio un respingo cuando la mirada de Juan Pedro se cruzó con la suya. Esos profundos ojos negros se clavaron en ella e hicieron que se acalorara y se quedara sin aliento.
Estaba tumbado en la camilla con una pierna doblada y la otra colgando sobre el borde. Los estrechos vaqueros negros se pegaban a su poderoso y enorme cuerpo.
Y esos brazos tan musculosos…

CAPITULO 10
Era un modelo de belleza masculina, todo fibra y músculos. Tenía los bíceps flexionados, ya que estaba apoyado sobre los codos, y el deseo de acercarse para acariciarlos era tan fuerte que casi le dolía el cuerpo. No tenía la más mínima duda de que serían duros como una roca y tendrían la textura del satén.
Sus hombros eran increíblemente anchos y los músculos que sobresalían hablaban de su fuerza, rapidez y agilidad. Sus pectorales y sus brazos estaban igual de desarrollados y definidos.
Y su vientre… ¡Oh Señor! Esos abdominales habían sido creados para dejar un reguero de besos húmedos sobre ellos.
De forma inconsciente, su mirada se deslizó por la delgada línea de vello de color castaño que comenzaba bajo su ombligo y descendía hasta desaparecer bajo los vaqueros. Por el tamaño del bulto que se apreciaba en los pantalones, Mariana podía afirmar que estaba generosamente dotado y que su interés hacia ella era más que evidente.
Y eso avivó aún más su deseo.
El color dorado de su piel desafiaba las ideas que tenía acerca de los de su especie. ¿Cómo era posible que un vampiro estuviera bronceado y su piel fuera tan incitante?
Pero más tentadora que la visión de los prominentes músculos, que pedían a gritos ser acariciados, era la multitud de cicatrices que lo cubrían. Daba la sensación de haber sido atacado por un tigre enorme, o de haber sido azotado con un látigo en algún momento de su vida.
O ambas cosas.
Thiago se echó hacia atrás cuando Agustin se acercó y Mariana vio un pequeño símbolo que parecía haber sido grabado a fuego en su hombro izquierdo; un arco doble con una flecha. Se encogió mentalmente al imaginar lo mucho que le habría dolido y se preguntó si él lo habría consentido o si alguien lo había marcado en contra de su voluntad.
–Me da la sensación, por tus cicatrices, de que tus amigos vampiros no te cuidan demasiado bien –le dijo.
–¿Tú crees? –replicó él.
–¿Siempre es así de sarcástico? –preguntó Mariana, dirigiéndose a Agustin.
–En realidad creo que contigo estaba siendo bastante agradable. –Agustin estaba limpiando la horrible herida con alcohol. Preparaba la zona para inyectarle una dosis de anestesia local.
Juan Pedro lo cogió por la muñeca antes de que pudiera clavarle la aguja.
–No te molestes.
–¿Por qué? –le preguntó Agus con el ceño fruncido.
–No me hace efecto.
Mariana se quedó boquiabierta.
Agustin alargó el brazo para coger el material necesario y comenzar a suturar.
–No puedes hacer eso –le dijo Mariana, interrumpiéndolo–. Lo va a sentir todo.
–Necesita que le cierre la herida –insistió Agustin–. ¡Jesús! Si se le ven las costillas por el agujero.
–Sigue –le dijo Juan Pedro con una tranquilidad que dejó pasmada a Mariana.
Petrificada, observó cómo Agustin comenzaba a coser y no pudo evitar hacer una mueca de dolor.
Juan Pedro mantuvo la mandíbula firmemente apretada y no dijo nada.
Ella siguió observando el proceso. Se le encogía el corazón al pensar en el dolor que debía estar sufriendo.
–¿No te duele? –le preguntó.
–No –le contestó él con los dientes apretados.
Ella sabía que estaba mintiendo; sólo había que fijarse en las venas que se marcaban en su cuello y en el modo en que apretaba los puños.
–Toma –le dijo, ofreciéndole de la mano–. Aprieta fuerte.
Juan Pedro se quedó perplejo al sentir la suavidad de la mano de ella bajo la suya. No recordaba la última vez que alguien lo había tocado de aquel modo. Llevaba tanto tiempo siendo un Cazador Oscuro que había olvidado lo que era la delicadeza.
Agustin actuaba movido por la gratitud y un cierto sentido de la obligación.
Pero ella…
No había ningún motivo para que le diera la mano. Apenas si le había dicho dos palabras civilizadas y, sin embargo, allí estaba, cerca de él cuando nadie más lo habría hecho. La situación empezaba a despertar extraños sentimientos en él. Le daban ganas de protegerla.Y sentía una enorme ternura.
Pero no era sólo eso, había mucho más; una simple caricia de Mariana lo abrasaba y le llegaba al corazón. Tragó saliva y se puso rígido. No podía dejar que se acercara demasiado. Mariana era una criatura de luz y él procedía de las sombras.
Eran incompatibles.
–Dime, ¿cuánto tiempo hace que eres un vampiro? –preguntó ella.
–Ya te lo he dicho –le dijo él con la mandíbula apretada–, no soy un vampiro. Soy un Cazador Oscuro.
– ¿Y cuál es la diferencia?
Juan Pedro la miró con severidad.
–La diferencia está en que no tengo por norma asesinar humanos, pero, si no dejas de interrogarme, es posible que haga una excepción.
–Eres una insoportable Criatura de la Noche.
–Yo también te quiero.
Mariana le soltó la mano.
–¡Ah, con que de eso se trata! –exclamó–. Sólo estaba tratando de consolarte. ¡No lo permita Dios! Deberías dejar que la gente fuese amable contigo de vez en cuando.
Irritada, se dio cuenta de que Agustin la miraba sorprendido.
–¿No puedes cortarle el brazo, ya que estamos, para que pueda librarme de él?
Agustin soltó un bufido.
–Podría hacerlo, pero creo que lo necesitará. Antes te lo cortaría a ti.
–¡Genial! ¿Pero qué eres tú, su Igor?
–Te has equivocado de película –la corrigió Agustin–. Igor era el lacayo de Frankenstein. Te refieres a Rendfield . Y no, no soy Rendfield. Me llamoAgustin Sierra; juez de primera instancia e instrucción de este distrito.
–Ya había imaginado lo de tu trabajo. Es bastante obvio, ya que estamos en un laboratorio muy frío, lleno de muertos.
Agus alzó una ceja.
–¿Y tú lo llamas sarcástico?

9 comentarios:

  1. Ayyyy quiero maaaas!! me encanta.. Espero mas nove, besos!Giu

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  2. Me encanta!! Recien me puse al corriente porque estaba un poco atrasada pero mas!!!..... Sonaly♥

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  3. Un severo escrutinio d los dos.Jajaja Agustin le es totalmente fiel a Peter

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  4. jAjajaajjaja ay no amiga esta cosa esta muy chistosa pobre como se sonrojo yo me muero de la vergüenza y perdon q te he tendio abandonada pero la me tiene aburrita espero q para esta que viene no sea igual besos tk

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  5. Peter muere de deseo por Lali pobre como podrá protegarla y aguantar tanto jaja.
    Me puse al día con la nove como prometí, no pedo firmar siempre ando sin compu.
    @Masi_ruth

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  6. Pobre Lali tiene que aguantar a Peter y agus que estan mal de la cabeza . Te soy sincera a mi Peter a veces me pone un poco de los nervios = sabemos que adora a Lali a pesar de que se haga el duro :))
    Pd : Perdón x no comentar antes pero tengo un lio de noves a parte de los mios pero sabes que me ENCANTA LA NOVE. Tengo ganas de hablar contigo ya te extraño , pero los malditos horarios no coinciden TQ!!!

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