domingo, 2 de junio de 2013

capitulos 56 y 57


CAPITULO 56


No. Ella tenía razón. Necesitaba enseñarle unas cuantas cosas para que pudiera defenderse. Cayo era demasiado peligroso. Demasiado ladino. Era un cabrón y no se había tirado un farol cuando afirmó saber dónde atacar.
–¿Peter?
Él levantó la vista para mirarla.
Mientras pensaba, Lali había servido la pasta y la había colocado en la mesa, junto con un plato de ensalada; se acercó a él y le puso la mano en la frente.
–No le des más vueltas.
–¿A qué?
–A lo de Cayo. Estabas tan concentrado que casi podía escuchar tus pensamientos.
En ese momento, Esmeralda se asomó a la cocina.
–Cara está de parto y tengo que marcharme. ¿Estás segura de que quieres quedarte sola con él?
–Claro que sí, Essie. Vete; fuera de aquí; ¡largo!
–Muy bien, pero te llamo luego.
Lali le contestó con un gruñido y miró a Peter.
–¿Has intentando alguna vez vivir con nueve madres?
–La verdad es que no.
Una vez que acabó de comer y llamó a Seth, Lali lo acompañó al aseo del segundo piso, para ayudarlo a darse un baño.
Peter permaneció totalmente inmóvil mientras ella le desabrochaba la camisa, se la quitaba y hacía lo propio con los pantalones. Su miembro se endureció con el roce de sus dedos.
–En realidad, hace siglos que no tomo un baño de verdad. Siempre me ducho.
–Bueno, bañarse es mucho más divertido… te lo prometo. –Poniéndose de puntillas le dio un ligero beso en los labios.
Peter se dejó llevar y se metió en la bañera, siguiendo sus órdenes. La sensación del agua caliente deslizándose sobre su piel, mientras ella echaba jabón en la manopla, era maravillosa. No pudo evitar trazar el contorno del mentón de Lali con un dedo.
Ella se quitó la ropa y se metió con él en la bañera. La rodeó con los brazos pero, en cuanto Lali comenzó a moverse sobre su cuerpo, los viejos recuerdos se apoderaron de él. Al instante, volvió a estar en su antiguo hogar y era Tanya la que lo bañaba; era su mirada distante la que veía.
Lali notó que se quedaba rígido.
–¿Te he hecho daño?
–Apártate, déjame salir –le dijo, haciéndola a un lado.
Algo iba mal. Algo malo le estaba sucediendo.
–¿Peter?
Estaba evitando mirarla a los ojos y, súbitamente, recordó lo que D'Alerian le dijo. Decidida a librarlo de sus demonios, lo cogió firmemente por el rostro y lo obligó a mirarla.
–Peter; no soy Tanya y jamás te traicionaré.
–Déjame…
–¡Mírame! –insistió–. Mírame a los ojos.
Y él lo hizo.
–Te he preparado la comida y no te he drogado. Jamás te haría daño. Jamás.
Peter frunció el ceño.
Ella se deslizó sobre él, inclinándose aún más sobre su cuerpo.
–Ámame, Peter –lo instó, cogiéndole las manos y colocándolas sobre sus pechos–. Déjame borrar esos recuerdos.
Peter no sabía si eso era posible, pero al sentirla allí desnuda, con su piel húmeda y su cálido aliento, comprendió que no quería alejarse de ella. Había estado mucho tiempo privado del consuelo de una mujer, de la ternura de sus caricias. Lali volvió a moverse sobre él, acercándose a su rostro y eso le hizo perder el hilo de sus pensamientos.
–Confía en mí, Peter –le susurró al oído, justo antes de trazar con la lengua los sensibles pliegues de la oreja.
Peter creyó arder.
–Lali –jadeó; el nombre salió de sus magullados labios a modo de oración. Ella era su salvación.
Había intentado con todas sus fuerzas liberarse del pasado, hacerlo desaparecer, pero no lo había logrado; estaba allí, bajo la superficie, esperando el momento más inesperado para abalanzarse sobre él.
Pero no iba a permitir que estropeara ese instante. No con Lali en sus brazos.
Ella percibió cómo caía el velo que ocultaba sus emociones. Por primera vez, vio en sus ojos el alma de ese hombre que no tenía alma. Y mucho más, vio la pasión y el anhelo. La necesidad de poseerla.
Sonriendo, se inclinó para besarlo con mucha ternura, temerosa de hacerle aún más daño. Para su sorpresa, él tomó las riendas del beso y lo profundizó, abrazándola con tanta fuerza que comenzaba a costarle trabajo respirar. La lengua de Peter se enredaba con la suya, avivando su deseo. Introdujo la mano entre ambos y descendió hasta tomar su verga en la mano. La acercó hasta la entrada de su cuerpo y comenzó a introducírsela centímetro a centímetro, muy despacio, hasta que la sintió dentro en toda su longitud y, entonces, comenzó a moverse lenta y suavemente sobre él, por temor a hacerle daño.
Él echó la cabeza hacia atrás y contempló la expresión satisfecha de Lali mientras lo acariciaba con todo su cuerpo. Alargó un brazo y la sujetó por la barbilla.
–Eres mucho más de lo que me merezco.
Ella le contestó besándolo con ferocidad, mordisqueándole los labios. ¡Dios Santo! Ese hombre sí que sabía besar. Le pasó la lengua por los colmillos mientras aumentaba el ritmo de sus movimientos y él gimió en su boca, haciendo que todo su cuerpo vibrara.
Peter alzó las manos y le sujetó la cabeza para profundizar aún más el beso. Abrumada por todas las emociones que la asaltaban, Lali se corrió en sus brazos y él siguió besándola con más intensidad.
–Eso es, Lali –murmuró, cogiéndole un pecho y pellizcándole un pezón con suavidad–. Córrete por los dos.
Ella abrió los ojos y vio el deseo voraz en esos abismos negros.
–Pero no es justo.
Él sonrió.
–No me importa, de verdad. Con estar dentro de ti es suficiente.
Ella no se dejó engañar, pero lo ayudó a salir de la bañera y lo secó con una toalla. Lo acompañó hasta la cama de la habitación de invitados y cerró las ventanas, asegurándose de que no quedara ni un resquicio por donde pudiera pasar la luz del sol. Se quedó allí un rato, observándolo mientras dormía. Su maltrecho cuerpo se curaba a ojos vista. Si pudiese curar su corazón con la misma facilidad…
¡Maldita fuese su esposa por la crueldad con que lo había tratado!
En ese momento, escuchó que alguien llamaba a la puerta. Echándole un último vistazo a Peter, salió de la habitación sin hacer ruido y bajó para abrir la puerta. Era Seth, con una maleta pequeña.
–Pensé que necesitaría ropa y algunas cosas más.
Lali lo dejó pasar, sonriendo ante la preocupación que demostraba el Escudero.
–Gracias; estoy segura de que Peter apreciará el gesto.
Seth dejó la maleta junto al sofá.
–¿Dónde está?
–Arriba, durmiendo; espero.
–Escúchame –le dijo él con brusquedad–. Paul va con Rochi de regreso a casa de tu madre para asegurarse de que llega sana y salva. He puesto a un par de escuderos tras Esmeralda y el resto de tu familia. Ahora que Cayo da por muerto a Petee, no sabemos qué va a hacer ni a quién va a atacar. Dile a toda tu familia que tenga los ojos bien abiertos.
Peter los escuchaba desde la cama. Percibía el miedo en la voz de Lali; la ansiedad. Y sabía cuál era el modo de que todos sus temores se desvanecieran. Si Cayo se enteraba de que estaba vivo, iría tras él y dejaría en paz a Lali y a sus hermanas. Él era el primer objetivo en la lista del Daimon. El resto, meros aperitivos.
Dolorido, salió de la cama muy lentamente y se vistió
–Peter, siento molestarte… –Lali dejó de hablar al abrir la puerta de la habitación y ver la cama vacía.
–¿Dónde está? –preguntó Seth, que entró al dormitorio tras ella.
–No lo sé. Lo dejé aquí hace un momento.
Seth cogió el móvil, soltó un taco y, de repente, se paró a pensar.
–Joder, si no tiene teléfono.
–No creo que se haya marchado.
Se movió para ir a echar un vistazo al baño, pero la expresión del Escudero le dejó muy claro que estaba a punto de hacer una estupidez.
–Claro que se ha largado. –Se acercaron a la ventana y, en ese momento, vieron cómo Peter arrancaba el Jaguar de Seth y se alejaba por la carretera.
La primera parada fue la tienda de muñecas. Tenía intención de encontrar a uno de los secuaces de Cayo, y lo último que necesitaba en esos momentos era ir desarmado.
No eran más de las ocho de la tarde cuando abrió la puerta de la tienda y escuchó la campanilla que avisaba a la dueña. Liza salió al instante de la trastienda, con una expresión amistosa y cálida en su arrugado rostro. Hasta que se dio cuenta de los moretones que tenía en la cara.
–General… –dijo a modo de reprimenda–. ¿Estás bien?
–Estoy perfectamente, Liza, gracias. Sólo he venido a recoger el pedido.
Ella lo miró y arrugó el ceño.
–Se lo di a Seth ayer, ¿no te lo ha dicho?
Peter maldijo en su fuero interno. Tenía que habérselo imaginado. La única ocasión en la que su Escudero se acordaba de recoger un encargo y daba la casualidad de que era la única ocasión en la que habría tenido que esperar.
En ese momento, se escuchó un ruido en la trastienda, tras las cortinas color borgoña.
Peter percibió una extraña vibración; una que hacía mucho tiempo que no sentía.
En cuanto la sensación se desvaneció, dejándole la piel erizada, las cortinas se abrieron solas. Entre las sombras se adivinaba la silueta de un hombre cuya presencia dominaba toda la estancia. Con sus dos metros de altura y ataviado por completo de negro, conseguía que todas las criaturas temblaran de miedo o que se quedaran inmóviles ante su presencia.
O, en el caso de Peter, que lo miraran con expresión asesina.
Alec sonrió, y su rostro adoptó una expresión aún más pícara si cabía. Aunque las Ray-Ban Predator le ocultaban los ojos, era capaz de hacer que las mujeres se desmayaran tan sólo con mirarlo. Arrogante y duro, ni hacía prisioneros, ni mostraba compasión por nadie.
Era una criatura con muchas peculiaridades; entre ellas, y la que más llamaba la atención, su pelo, que no duraba mucho del mismo color. Se lo cambiaba tan a menudo que la mayoría de los Cazadores Oscuros hacían apuestas sobre el nuevo color de la semana. Esa noche lo llevaba teñido de verde oscuro, recogido hacia atrás en una coleta y con una pequeña trenza que le caía desde la nuca, por encima del hombro, hasta el pecho.
–Alec –lo saludó Peter, sin ocultar su irritación–. ¿Has venido a vigilarme?
–Nunca, hermanito. Estoy aquí de turismo. ¿Qué te parece?
–Sí, claro. Tienes toda la pinta de un turista. Ese pelo verde oscuro pasaría desapercibido en cualquier sitio.
A Alec le hizo gracia el sarcasmo de Peter y soltó una carcajada.
–Bueno, supuse que, ya que Paul está protegiendo a… ¿cómo se llama…? Rocio, y tú vas detrás de Cayo-Desastroso, no os vendría nada mal que os echara una mano.
–La última vez que pedí que alguien me echara una mano, Artemisa me envió una momificada.
Alec sonrió.
–Ya sabes que, tratándose de los dioses, hay que ser muy concreto. Además… tengo información.
–Podías haberla mandado por correo electrónico.
Alec se encogió de hombros.
–Mi presencia no significa nada. Sabes que no voy a interferir en tu lucha con Cayo.
¿Y por qué no acababa de creérselo? Claro, porque a Alec Parthenopaeus le encantaba meter las narices siempre que aparecía un Daimon interesante.
–Me parece que ya he oído eso antes.
–Muy bien –dijo, encogiéndose de hombros con un gesto indiferente–. Ya que no quieres la información que tengo, la guardo y me…
–Sé lo del mensaje de los Oráculos.
–Pero no conoces el resto de la historia –los interrumpió Liza.
Alec la miró con el ceño fruncido.
–¿Qué historia? –preguntó Peter.

CAPITULO 57

Alec sacó un chicle de un bolsillo y comenzó a desenvolverlo de forma meticulosa.
–Has dicho que no te interesaba.
–Muy bien, iré tras él sin necesidad de saber más.
Cuando llegó a la puerta, la voz de Alec lo detuvo.
–¿No te parece raro que Cayo tenga poderes que van más allá del alcance de un Daimon?
–¡Vaya! –exclamó Peter, dándose la vuelta para mirarlo de frente–. Deja que lo piense… Sí.
A Liza se le escapó una risilla que hizo que Alec la mirara de soslayo, furioso. La anciana se enderezó y soltó una carcajada, disculpándose antes de regresar corriendo a la trastienda, donde siguió desternillándose de la risa.
Alec la siguió con la mirada hasta que desapareció tras las cortinas y después volvió a prestar atención a Peter, adoptando una actitud seria.
–Muy bien. Estos son los hechos: parece ser que al viejo Baco le dio un calentón una noche y se lo montó con una nena apolita. Nueve meses después nació Cayo.
–Mierda.
–Exacto –comentó Alec mientras cogía una de las muñecas que Liza había hecho a imagen de Artemisa. El parecido era tan sorprendente que, por un momento, lo desconcertó. La dejó de nuevo en la estantería y siguió hablando–. Lo bueno es que a papi Baco le importó un comino ya que, desde el comienzo de los tiempos, ha ido desperdigando bastardos por el mundo. Lo malo es que Cayo pilló un pequeño berrinche cuando los familiares de su papaíto no prestaron la más mínima atención a la llegada de su vigésimo séptimo cumpleaños, que marcaba el fin de sus días. Y, siendo un semidiós, pensó que se merecía una vida un poco más larga… digamos que… inmortal.
–Y se convirtió en un Daimon.
Alec asintió con la cabeza.
–Con sus poderes de semidiós nos iguala en velocidad, fuerza y destreza. Y, al contrario que nosotros, no lo ata ningún Código.
–Eso explica un montón de cosas, ¿no? Si no puedes ir detrás de los dioses, persigue a sus servidores.
–Exactamente. Somos el objetivo principal de Cayo.
–Una pregunta.
–¿La tengo que contestar?
Peter no prestó atención al sarcasmo.
–¿Por qué tiene que ser un Cazador Oscuro con alma el que lo derrote?
–Porque lo dice la profecía y ya sabes cómo funcionan esas cosas.
–¿Y tú cómo sabes todo esto?
Alec volvió a mirar a la muñeca que había cogido momentos antes.
–Anoche estuve hablando con Artemisa. Me costó un poco, pero al final se lo saqué.
Peter se detuvo a pensar un instante. Alec siempre había sido el Cazador Oscuro favorito de la diosa. Que Artemisa lo demostrara de forma tan abierta despertaba la envidia de algunos Cazadores, pero a él no le importaba. Al contrario, le agradecía mucho a Alec que le arrancara información a la diosa para poder ayudarlos en su tarea.
–¿Sabes? –le dijo a Alec–, algún día tendrás que explicarme qué tipo de relación tenéis y por qué eres el único Cazador Oscuro que puede estar en presencia de un dios y no acabar frito.
–Puede que algún día te lo cuente, pero no será esta noche. –Cogió una espada retráctil y una daga arrojadiza y se las ofreció–. Ahora mueve el culo y regresa a la cama. Tienes un trabajito que concluir y necesitas recuperar fuerzas.
Peter se acercó a la puerta.
–Oye, por cierto.
Peter se dio la vuelta para mirar a Alec.
–No se te ocurra volver solo a casa.
–¿Cómo dices?
–Cayo tiene tu número. Allí no estás seguro.
–Me importa una mierda que…
–Escúchame, general –le dijo Alec con tono amenazador–. Nadie está poniendo en duda tu capacidad para hacer de Cayo el próximo aperitivo del Road Kill Diner, pero no olvides que tienes gente a la que proteger, incluyendo a un cajun testarudo, igual de dispuesto que tú a seguir órdenes… y a una bruja con poderes adormecidos. Así que, por una vez en tu vida, ¿podrías hacer lo que se te ordena, sin rechistar?
Peter compuso una sonrisa forzada.
–Sólo esta vez; no vayas a acostumbrarte.
Alec lo siguió con la mirada mientras salía de la tienda. En cuanto la puerta se cerró, Liza regresó de la parte trasera.
–¿Por qué no le has dicho que Artemisa te ha dado su alma? –le preguntó.
Alec metió la mano en el bolsillo, donde guardaba el medallón.
–Aún no ha llegado la hora, Liza.
–¿Y cómo sabrás que es el momento indicado?
–Confía en mí; lo sabré.
La anciana hizo un gesto de asentimiento y sostuvo las cortinas para que Alec pasara a la trastienda.
–Y… hablando de gente que no atiende sus heridas, ven aquí y déjame que te ayude. ¡Por amor de Dios! No he visto en toda mi vida a alguien con la espalda tan destrozada. No entiendo por qué consientes que te hagan algo así; y sé que te prestas a ello, porque un Cazador Oscuro con tus poderes jamás dejaría que lo maltrataran de este modo sin su consentimiento.
Alec no contestó. Tenía sus razones. Artemisa nunca estaba dispuesta a entrega el alma de uno de sus Cazadores. El precio a pagar era muy alto. Había consentido en sacrificar parte de su carne para poder darle a Peter la oportunidad de acabar con Cayo. Pero más que nada, los moratones y las cicatrices de su espalda eran el precio por la felicidad del general. Un ritual sangriento al que se sometía gustoso cada vez que un Cazador Oscuro –o Cazadora–, quería recuperar su alma.
Un ritual que todos ellos desconocían.
Lo que había entre Artemisa y él era estrictamente privado. Y ya se encargaría él de que siguiera siéndolo.
Peter se dirigió a Bourbon Street, al mismo lugar donde se había encontrado con los dos humanos, secuaces de Cayo. El dolor del costado empezaba a disminuir, aunque todavía era horroroso. Tardó más de media hora en encontrarlos.
La expresión que el imbécil puso al verlo fue impagable.
–¡Coño!
Peter lo agarró antes de que pudiera salir corriendo.
–Dile a Cayo que esto aún no ha acabado.
El muchacho asintió y, cuando Peter lo soltó, se alejó corriendo calle abajo.
Sabía que la primera regla en una guerra era la de utilizar el factor sorpresa como garantía de una victoria casi segura. Acababa de echar por tierra su mejor baza para ganar. Pero no podía mantener esa ventaja a riesgo de que Lali, o alguien de su familia, acabaran heridos. Cayo no iría tras ellos mientras tuviera un Cazador Oscuro con el que enfrentarse.
Volvió cojeando al coche de Seth y, por fin, y regresó junto a la única persona con la que se sentía en paz.
–¿Dónde has estado? –le preguntó Lali nada más llegar.
–Tenía cosas que hacer.
Seth soltó una maldición.
–Has ido en busca de Cayo, ¿verdad? –Y soltó otro taco–. Le has mandado un mensaje para que sepa que estás vivo.
Peter lo ignoró y fue hasta el sofá para sentarse.
–¿Estás bien? –le preguntó Lali.
Seth lo miró con cara de pocos amigos. Abría y cerraba los puños mientras se paseaba alrededor del sofá.
–Joder, Peter ¿por qué…?
–Seth, déjalo. No estoy de humor.
La expresión del Escudero se ensombreció aún más y se le dilataron las aletas de la nariz.
–Muy bien. Sal y deja que te maten. ¿A mí que me importa? Así me quedo con la casa, con los coches y con todo. Ve a por Cayo y dile que estás herido y medio muerto. O mejor aún, ¿por qué no dejas la puerta abierta y lo invitas a entrar?
–Seth así no vamos a ningún sitio –lo regañó Lali. Veía el sufrimiento de Seth; quería a su Cazador Oscuro como si fuesen hermanos.
–¿Sabes lo que te digo? –siguió él, hablando entre dientes–. Que me importa una mierda, porque no necesito a nadie. –Y señalando a Peter continuó–: No te necesito y no necesito tu puto dinero. Siempre me las he apañado solo. Así que si quieres puedes largarte para que te maten, porque me da igual.
Seth se dio la vuelta para marcharse pero, en un abrir y cerrar de ojos, Peter se levantó y se plantó delante de él. Su Escudero lo miró, furioso.
–Quítate de en medio.
La expresión de Peter era la misma que adoptaría un padre infinitamente paciente frente a un adolescente rebelde.

–Seth, no voy a morir.

Hola como van? tuvieron buen domingo? aqui estan los cap de hoy porque Angie tenia un te y yo un cumpleaños...mañana aqui es feriado o festivo asi que si cuadramos pongo mas solo tienen que firmar mucho les dejo otra vez el link de mi blog para que se unan y opinen se viene la nove yo creo que el 10 empezamos 

BESOS MARCHU


16 comentarios:

  1. esta dolido seth, no quiere perderlo, pero peter es muy cabeza dura para hacer caso a lo q le dicen
    quiero masssssssss
    beso

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  2. Quiero mas! Pero osea, Alec ya tiene el alma de Peter y no se la da! ¡Agg! Primero pense que el Cazador Oscuro con alma que vencería a Cayo sería Lali, no se porque, pero ahora que Alec tiene el alma de Peter creo que él sera quien venza a Cayo -Yami-

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  3. MAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAS

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  4. wou capitulasos jajajajajaj amiga solo los pongo porque me dan ganas de terminar la nove pero no me puedo adelantar porque lo prometi...listo lo dije jajajajajaja nah besos

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