lunes, 3 de junio de 2013

capitulos 62 y 63



CAPITULO 62
Él le apartó las manos, se alejó de sus tiernas caricias y bajó lo que quedaba de las escaleras.
–No digas eso.
–¿Por qué no? –le preguntó Lali, bajando tras él–. Es la verdad.
–No puedes tenerme –le dijo entre dientes mientras giraba en mitad de las escaleras para mirarla a los ojos–. Ya tengo dueña.
–Entonces déjame amarte.
Su resolución se vino abajo al escuchar el ruego de Lali. ¡Por todos los dioses! Qué sencillo sería confiar en ella. Tomarla entre sus brazos y… verla envejecer mientras él permanecía igual. Abrazarla cuando muriera, ya anciana, para dejarlo solo durante toda la eternidad. Solo.
La simple idea era suficiente para dejarlo paralizado. La vida sin ella no merecía la pena. Y si dejarla tras un par de días dolía tanto, ¿qué se sentiría al perderla después de unas cuantas décadas? Era mucho más de lo que su magullado corazón podía soportar.
–No puedes.
–¿Por qué? –preguntó ella.
–Algunas cosas son imposibles.
Le tocó el brazo, suplicándole con la mirada que viera las cosas tal y como ella las veía. Pero no podía hacerlo. No se atrevía.
–Quizás esto sí sea posible.
–Te equivocas.
En ese momento llamaron a la puerta.
Lali vio cómo Essie abría la puerta y Agus entraba con la camilla. La expresión resignada y atormentada de Peter al ver la bolsa negra se le quedaría grabada para siempre en la memoria.
–No te vayas, Peter –le pidió una vez más, rezando para que la escuchara.
–No tengo elección.
–Sí que la tienes. ¡Joder, Peter! Eres demasiado testarudo. Tienes más opciones. No me dejes.
Él se frotó los ojos, como si le doliese la cabeza.
–¿Por qué quieres que me quede?
–Porque te amo.
La furiosa maldición de Rochi se escuchó en el recibidor, procedente de la cocina, y el silencio que siguió resultó ensordecedor.
Peter cerró los ojos mientras la agonía lo consumía. Había esperado una eternidad para escuchar a una mujer decirle esas palabras de corazón.
Pero era demasiado tarde.
–La última vez que creí que una mujer me amaba, perdí un imperio y acabé crucificado mientras ella se reía de mí. No seas tonta, Lali. El amor no existe. Es una ilusión. No me amas; no puedes amarme.
Antes de que ella pudiera protestar, saltó a la camilla y se metió en la bolsa, cerrando la cremallera desde dentro.
–¡No me dejes! –le gritó Lali, agarrándolo por el brazo a través del plástico.
–Llévame a casa, Agus.
Agus le sonrió con tristeza y empujó la camilla para salir de la casa. Lali soltó un gruñido de frustración.
–Eres un gilipollas, Juan Pedro Thiago. Un gilipollas.
Peter la escuchó; su voz le llegaba amortiguada por el grosor de la bolsa. Sus palabras lo estaban matando. Estaba actuando como un imbécil.
No la dejes, le suplicaba su corazón.
Pero no tenía otra opción. Éste era el camino que había elegido. Había tomado esa decisión teniendo en cuenta las consecuencias y todos los sacrificios que tendría que hacer.
Lali era un ser de luz y él formaba parte de las tinieblas. De algún modo, hallaría la forma de recuperar su alma sin implicarla y, una vez lo hiciera, mataría a Cayo.
Lali y Rochi serían libres y él podría retomar su vida. La vida a la que estaba atado por un juramento. Pero, en lo más hondo de su corazón, sabía la verdad: la amaba. Más de lo que jamás había amado a nadie.
Y tenía que dejarla marchar


Eran las cinco en punto de la tarde y comenzaba a oscurecer cuando Lali llegó a casa de Peter. Aparcó su Taurus azul delante de la mansión, caminó hasta la puerta principal y llamó.
Esperaba que Seth le contestara pero, en lugar de eso, la puerta se abrió, muy lentamente, y no vio a nadie en el recibidor. Frunciendo el ceño, entró. Al instante, la puerta se cerró dando un fuerte golpe a sus espaldas. El sobresalto hizo que soltara un jadeo. Acababa de darse cuenta de que la verja de la entrada también se había abierto sola; claro, que había supuesto que Peter había visto su coche en el monitor y había abierto la puerta antes de que tuviese la oportunidad de utilizar el portero automático.
Ya no estaba tan segura.
Cada vez más nerviosa, echó un vistazo sin ver a nadie. El silencio de la casa daba a entender que estaba vacía.
–¿Hola? –preguntó, avanzando muy despacio a través del recibidor–. ¿Seth? ¿Peter?
–Así que tú eres Mariana Esposito Devereaux…
Al escuchar la voz procedente del salón se quedó helada. Era una voz grave e incitante, con un acento que no se parecía a ninguno que hubiese escuchado anteriormente. Le recordaba al sonido profundo y ronco del trueno.
Por un momento, temió que se tratara de un Daimon; hasta que los ojos se le adaptaron a la oscuridad y pudo distinguir al espléndido espécimen masculino tumbado en el sofá. Tendido de espaldas y con las piernas colgando sobre el brazo del sillón, tenía los brazos doblados bajo la cabeza y la observaba atentamente desde las sombras.
Estaba desnudo de cintura para arriba y descalzo. Llevaba unos ceñidos pantalones de piel y tenía una larga melena de color verde oscuro. En el hombro izquierdo, Lali distinguió el estilizado tatuaje de un pájaro, cuya cola descendía en espiral y se enrollaba alrededor del bíceps. Su piel era del mismo tono dorado que la de Peter y el bronceado resaltaba el pequeño colgante de oro que llevaba en el cuello.
–¿Y usted es…? –le preguntó ella.
–Alec Parthenopaeus –le contestó con esa voz profunda y serena–. Encantado de conocerte. –Sus palabras carecían de cualquier signo de emoción o calidez.
Vale, no se parece en nada a Yoda. Bueno… los dos tienen el pelo verde.
El tipo del sofá no aparentaba más de veinticinco años, pero el aura de crueldad que lo rodeaba empañaba esa apariencia juvenil. Al mirarlo, daba la impresión de que había visto los fuegos del infierno de primera mano y que la experiencia lo había transformado en un ser mucho más sabio. Aun tumbado, le provocaba escalofríos de terror al tiempo que despertaba su curiosidad. Había algo en el tal Alec que resultaba espeluznante, aunque no era capaz de expresarlo con palabras.
La hacía sentirse muy incómoda.
–Así que usted es el infame Alec…
El devastador rostro del hombre dibujó una sonrisa juguetona.
–Amo y señor de la horda de bárbaros que pululan por la noche.
–¿Usted los dirige?
Él se encogió de hombros con indiferencia.
–En realidad, no. Sería mucho más fácil gobernar al viento.
Lali soltó una risilla nerviosa.
Alec se levantó muy despacio y se acercó a ella con todo el aspecto de una bestia al acecho. Según se aproximaba, el magnetismo de su presencia y su enorme altura la dejaron abrumada. Con sus buenos dos metros, se alzaba sobre ella como una torre y la diferencia de altura le daba una apariencia bastante poderosa.
–¡Por amor de Dios! –jadeó mientras doblaba el cuello para poder mirarlo a los ojos–. ¿Es que hay alguna ley tácita por la cual todos los Cazadores Oscuros tengan que ser gigantes?
Alec rió, mostrándole un destello de sus colmillos.
–¿Qué puedo decir? Artemisa quiere que sus Cazadores sean altos. No se admiten solicitudes de hombres bajitos.
Justo cuando llegó frente a ella, Lali vio sus ojos con claridad.
Y se quedó boquiabierta.
A diferencia de los de Peter, éstos lanzaban destellos. No se podía describir de otra manera. Mientras los observaba, cambiaron de color; de un azul profundo a un matiz plateado. Como si estuviesen hechos de mercurio, los colores cambiaban y se mezclaban entre ellos en ambos iris. Le recordaban la superficie del mar, agitada por unas olas tranquilas.
–Desconcertantes, ¿verdad? –le preguntó él sin dejar de mirarla, consciente de que lo estaba observando.
–¿Se supone que es normal que hagan eso?
Él sonrió sin despegar los labios, pero no contestó. Sacó unas gafas oscuras del bolsillo trasero del pantalón y se las puso. Con los ojos cubiertos, Lali se fijó en la extraña cicatriz que tenía en el cuello. Parecía la huella de una mano, grabada a fuego. Como si hubiesen querido estrangularlo. Muy, muy extraño.
–¿Qué te trae por aquí, pequeña? –le preguntó Alec.
–He venido a ver a Peter.
–No quiere que lo molesten.
–Bueno –dijo ella, enderezando la espalda para no dejarse amedrentar por un Cazador Oscuro que, estaba segura, podría destrozarla en un nanosegundo–. No siempre sabemos lo que nos conviene.
Alec soltó una carcajada.
–Muy cierto. Entonces… ¿crees que puedes salvarlo?
–¿Es que duda de mí?

CAPITULO 63
Él ladeó la cabeza, como si estuviese sopesando su temple, y caminó a su alrededor sin dejar de observarla. Cuando le dio la espalda, Lali vio que estaba cubierta de heridas, ya casi curadas. Daba la impresión de que lo hubiesen golpeado, superponiendo y entrecruzando los latigazos hasta formar un complicado dibujo, tan hermoso como macabro.
El estómago se le contrajo al pensar en las incontables horas de sufrimiento que debía haber soportado, dado el estado que presentaba.
Al descender la mirada por esa amplia y musculosa espalda, descubrió la marca de Artemisa, un arco doble idéntico al que Peter tenía en el hombro. La diferencia estribaba en que el de Alec estaba localizado en la cadera derecha.
–Por si no lo sabe, señora –continuó hablando con ese tono funesto y grave–, llevo caminando por el mundo desde hace once mil años. –Se detuvo y se inclinó para seguir susurrándole al oído–. He visto cosas que jamás podría llegar a imaginarse, y ¿me pregunta si dudo de usted? –Retrocedió unos pasos para poder mirarla a la cara antes de acabar la frase–. Señora, dudo hasta del aire que respira.
–No le entiendo.
Él hizo caso omiso de su confusión.
–Quieres su alma.
–¿Cómo dice? –le preguntó mientras los nervios la hacían temblar.
–Puedo sentir sus emociones, señora. Escucharla. Su mente es un torbellino de sentimientos y temores: ¿Puede conseguir que sea suyo? ¿La ama? ¿Podrá amarla algún día? ¿Lo ama de verdad? ¿Hay la más mínima oportunidad de estar juntos o se está engañando a sí misma?
Lali tembló al escuchar sus dudas más íntimas en boca de Alec.
Se detuvo al llegar frente a ella y le alzó la barbilla para mirarla a los ojos.
Lali sintió que esos ojos le taladraban el alma, mientras que ella era incapaz de ver un indicio de los sentimientos de Alec en esas profundidades plateadas. Lo único que veía era su propio reflejo en los cristales oscuros de las gafas.
Cuando él volvió a hablar, Lali escuchó su voz directamente en la cabeza.
Y la pregunta que más te inquieta es cómo salvarlo sin perder a tu hermana en el proceso.
–¿Cómo sabe todo eso?
Él le dedicó una extraña sonrisilla.
–No puedes imaginar hasta dónde llegan mis poderes.
–Y entonces, ¿por qué no mata a Cayo antes de que vuelva a hacerle daño a Peter?
Él le soltó la barbilla.
–No puedo.
–¿Por qué no?
–Por la misma razón que Peter no puede: no tengo alma. Cayo acabaría conmigo y, dados los pecados que cometí en el pasado, tiemblo con sólo pensar en el uso que podría hacer de ellos.
Lali reflexionó un instante. Cayo había intentado matar a Peter recreando el modo en que murió cuando era humano, lo que significaba que la muerte de Alec debía haber sido mucho más cruel que la crucifixión.
¿Cómo habría muerto este temible Cazador Oscuro?
Y, al hilo de ese pensamiento, le vino a la mente otra incógnita.
–¿Cómo recupera su alma un Cazador Oscuro?
Alec la acorraló contra la pared, exactamente igual que un león haría con su presa. El aire de la habitación parecía restallar con la energía mística y el poder que exudaba.
–Las almas son entes muy extraños, señora. Sólo se trasladan por voluntad propia, siempre y cuando quienes las posean las dejen marchar.
–Según eso, tengo que convocar a Artemisa, ya que es ella la que posee el alma de Peter, ¿no es cierto?
La pregunta hizo que Alec soltara una carcajada perversa.
–Te comería viva, pequeña.
El tono de ese hombre estaba comenzando a irritarla. Puede que estuviera frente al ser más malvado del universo, pero ella no era una cría.
–No me hable como si fuese una niña.
–¡Vaya! Si no lo estoy haciendo… sólo te estoy avisando. Eres incapaz de enfrentarte a la diosa. Ella es el viento; es la dueña de nuestros destinos y tú, pequeña, no eres más que un tierno bocadito al que le encantaría merendarse por pura diversión y luego, quizás, escupirlo de nuevo.
–Gracias por una descripción tan gráfica –le dijo ella con un nudo en el estómago tan sólo de pensarlo.
Él sonrió al escucharla y suavizó su expresión.
–Quieres salvarlo, ¿verdad?
De nuevo tuvo la sensación de que Alec volvía a leerle el pensamiento.
–Por supuesto que quiero. Peter lo es todo para mí.
Él asintió.
–Tienes un corazón puro. Puede que esto funcione.
Ese comentario la asustó más que cualquier otra cosa de las que había dicho antes. El tono de voz que usó decía bien a las claras que lo que estaba pensando era bastante arriesgado.
–¿A qué te refieres?
Alec se acercó hasta una mochila negra que estaba encima de la mesa-ataúd. Rebuscó en su interior y sacó una caja negra de madera tallada, cubierta por extraños símbolos de color plateado e inscripciones griegas.
–Aquí está lo que buscas.
Abrió la caja y le mostró el interior; estaba forrado de terciopelo negro y sobre el suntuoso tejido descansaba un medallón rojo. Brillaba exactamente igual que sus ojos. Pero el color de la piedra variaba del rojo al anaranjado, con matices de amarillo. Los colores parecían moverse en espiral desde la inscripción central del medallón hasta los bordes.
–Es precioso –jadeó, alargando la mano para tocarlo.
Alec lo alejó.
–Tócalo y sentirás que te abrasan los fuegos del infierno.
Ella bajó la mano de inmediato.
–¿Qué es?
–El alma de Juan Pedro.
El corazón de Lali estuvo a punto de dejar de latir ante el tono hastiado de Alec. Tragó saliva y miró fijamente el medallón. ¿Sería cierto?
No. Era imposible.
–Me estás mintiendo.
–Nunca miento –replicó él sucintamente–. No tengo necesidad de hacerlo.
Aun así, no estaba preparada para creer que Alec tenía en sus manos lo que ella más ansiaba en el mundo.
–¿Y qué vas a hacer con ella?
–Tenía la esperanza de que me ayudaras a devolvérsela, para que pudiera acabar con Cayo.
–Devolvérsela… ¿cómo?
Alec cogió el medallón, cerró los dedos a su alrededor y dejó la caja a un lado.
–¿No te quema? –le preguntó ella.
Él le contestó con una taimada sonrisa.
–Ya te lo he dicho, mis poderes van más allá de tu imaginación.
–Y entonces, ¿por qué no se la devuelves tú?
–Porque no confía en mí y porque, al contrario de lo que ocurre contigo, yo no tengo corazón; ni puro ni de ninguna otra manera. –Giró el medallón en la palma de la mano, como si lo estuviera estudiando–. Ya ves, sólo existe un modo de que un Cazador Oscuro recupere su alma. Una persona de corazón puro y tierno debe sostener el medallón en la mano mientras el Cazador pierde sus poderes sobrenaturales. Sólo cuando la parte humana controle su cuerpo podrá morir de forma natural.
–¿Cómo dices?
Él alzo la cabeza y, aunque Lali seguía sin verle los ojos, supo que la estaba observando con intensidad.
–El único modo de devolver el alma a un Cazador Oscuro es haciendo que su corazón humano deje de latir. Durante el último latido, el medallón debe colocarse sobre la marca que indica el lugar donde el alma fue atrapada; una vez allí, el alma abandonará el medallón y volverá a entrar al cuerpo de donde salió.
Lali sentía un punzante dolor de cabeza mientras intentaba comprender las palabras de Alec.
–No lo entiendo. ¿Cómo se detiene su corazón?
–Primero hay que conseguir que sus poderes de Cazador Oscuro desaparezcan y, después, se le atraviesa el corazón con un objeto punzante.
Ella retrocedió con la mente hecha un lío.
–¡No! Se evaporaría como un Daimon. Estás intentando que lo mate, ¿verdad?
–No –le contestó con brusquedad–. Todos los Cazadores Oscuros son mis niños y antes de hacer daño a cualquiera de ellos, me convertiría en una Sombra. Me has preguntado sobre el modo de devolverle su alma y te he contestado. Si quieres liberarlo, tienes que conseguir que pierda sus poderes y, después, matarlo.
Antes de que pudiera decir una sola palabra más, Alec le cogió la mano y la puso sobre la que sostenía el medallón. El calor que desprendía era insoportable. Era como tocar un quemador de gas.
–Imagina que lo tocas directamente –le susurró–. Y ahora imagina que lo sostienes en la mano. Deberás tenerlo en la mano desde el momento en que le atravieses el corazón hasta que éste deje de latir y el alma pase de nuevo a su cuerpo.
La agarró con más fuerza de la muñeca y Lali sintió que esos ojos ocultos tras las gafas la perforaban.
–¿Lo amas lo suficiente?

–Yo… –dudó ella–. ¿Cuánto tiempo tendré que sostenerlo?

JAjajajaj chicas saben que me doy vuelta un segundo y ya van en 23 firmas esto a Angie le va a encantar perdon si demore esque estaba leyendo el cap anterior che esto de publicarles es malo porque me entero de todo por sus coments y voy re colgada jajajajajaj bue firmen y pongo el ultimo de la noche mi twitter es @martm_15 ah y gracias a las que pasan por mi blog

BESOS MARCHU



19 comentarios:

  1. Ptm! Soy adicta a tu novela por amor de dios. ME ENCANTA!

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  2. Wtf? Osea, Lali tiene que matar a Peter para poder devolverle su alma? Okey, esta novela es mucho mas complicado de lo que mi pobre pequeña cabecita puede soportar, esta nove sumado con fisico quimica la destrozan :/ AUNQUE es mucho mas divertido leer la nove que estudiar experimentos jaja.. Quiero mas! (: -Yami-

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  3. Ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh!!!! ME ENCANTA

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  4. Pobre Peter cuando la vea que hace todo eso va a pensar lo peor de ella..va a pensar que tambien lo traiciona y lo quiere matar

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  5. Marchuuuuuu queremos más nove :)

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  6. Tu y Angie son lo MEJOR !

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  7. mas nove por favorrr
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  9. jajajaajaja no entiendo como no me fijo en los coments pero bue no te la puedo y como matan a cayo amiga te dejo encargarte del final de la nove eh dicho jajajaja

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