viernes, 23 de noviembre de 2012

Capitulo 1 "La Esposa Del Jeque"


Holaaaaaa como dijeron esta nove es diferente!! asi como la q viene!! muy diferente diria yop! gracias por sus firmas! son un amor,aca dejo el primer cap,mañana no se si podre subir porq tengo ingles y despues salgo asi q hay vemos dale las adoro!! a y alguien tiene pnterest? es para seguirlo:)


Capítulo 1

VESTIDO con ropa de montar, botas de cuero, pantalones de ante, camisa blanca y un gutrah sujeto a su cabello oscuro por un agal negro, el jeque Juan Pedro Lanzani entró en su despacho privado y cerró la puerta. Cruzó la habitación y dejó una carta procedente de Inglaterra sobre las otras tres que había en la mesa. Luego, se acercó a la ventana y miró más allá de las extensiones de higueras del oasis de al—Qadim, hacia las dunas que dominaban el horizonte con su presencia majestuosa y amenazante.

No importaba lo sofisticados que fueran los métodos de riego. Una tormenta de arena podía arruinar el duro trabajo de muchos años.

Juan Pedro ahogó un suspiró.

Conocía bien las leyes del desierto y las respetaba. Respetaba el poder de aquel paisaje, y su derecho a ser él único dueño de su destino. Y, en esos momentos, lo que más deseaba era ensillar a su caballo Zandor, y galopar hacia esas dunas para que le dictaran su futuro.

Pero sabía que era imposible. Las cuatro cartas del escritorio le exigían que tomara sus propias decisiones. Y fuera de aquellas cuatro paredes, esperaban un palacio, su padre, su hermanastro, y un millar de personas que insistían en tomar parte de su destino. Zandor tendría que esperar Juan Pedro se volvió y miró las cartas.

Solo había abierto la primera, rechazando su contenido nada más leerlo, y le había resultado muy difícil ignorar el resto. Pero el tiempo de esconder la cabeza en la arena se había acabado. Un golpe en la puerta llamó su atención. Seguramente sería su fiel ayudante Faysal, un hombre bajito y delgado, que siempre vestía la tradicional túnica azul y blanca.

—Pasa, Faysal —le ordenó en tono impaciente. A veces le resultaba irritante el riguroso cumplimiento que Faysal seguía del protocolo.

La puerta se abrió y Faysal hizo una reverencia, antes de entrar en el despacho y cerrar a su paso. Caminó sobre la lujosa alfombra que cubría el suelo de mármol y se detuvo a un metro del escritorio. Juan Pedro bajó la vista hacia la alfombra. Estaba allí por orden de Mariana, su esposa, quien no sentía predilección alguna por la austeridad decorativa. Además de la alfombra había hecho adornar el despacho con cuadros, cerámica y esculturas, todo ello realizado por los artistas del pequeño estado de Rahman, en el Golfo Pérsico.

Pero en esos momentos Juan Pedro solo podía fijarse en las piezas occidentales que Mariana había comprado. Una mesa baja y dos mullidos sillones bajo la ventana, donde ella lo había hecho sentarse varias veces al día a contemplar el paisaje mientras tomaban el té.

Irritado, se quitó el gutrah de la cabeza y se sentó tras el escritorio.

—Está bien —le dijo a Faysal—. ¿De qué se trata?

—No son buenas noticias, señor —dijo su ayudante—. El jeque Abdul ha reunido a ciertas...facciones en su palacio de verano. Nuestro espía ha confirmado que el tono de las conversaciones reclama su más urgente atención.

—¿Y mi mujer? —preguntó Juan Pedro con el rostro imperturbable.

—La señora sigue en España, señor, trabajando con su padre en el nuevo complejo de San Esteban. Está supervisando el amueblado de las casas de los alrededores.

Era lo que mejor sabía hacer, pensó Juan Pedro, quien de inmediato se imaginó una larga melena sedosa del color del crepúsculo, un rostro de porcelana con unos brillantes ojos verdes y una sonrisa arrebatadora.

«Confía en mí», le solía decir. «Mi trabajo es darle vida a los lugares vacíos». Vida. La vida se había ido de su despacho cuando ella lo abandonó. 

—¿De cuánto tiempo disponemos antes de que hagan su primer movimiento? —le preguntó a Faysal.

—Si me permite decirlo, señor, con el señor Ethan Hayes en la propiedad de su padre, me atrevería a aventurar que la situación es muy grave. La noticia era nueva para Juan Pedro, por lo que le costó unos segundos asimilarla. Se levantó y se acercó otra vez a la ventana. ¿Acaso su mujer se había vuelto loca, o era que quería suicidarse? Ethan Hayes. El nombre le hizo apretar los dientes, mientras una punzada de celos y odio lo traspasaba.

—¿Cuánto tiempo lleva el señor Hayes en San Esteban?
Faysal carraspeó, claramente nervioso.
—Siete días.

—¿Y quién más sabe esto?¿El jeque Abdul?

—Se habló de ello —confirmó Faysal.

—Cancela todas mis citas para el resto del mes —le ordenó Juan Pedro volviendo al escritorio—. Mi yate está anclado en Cádiz. Que lo lleven a San Esteban, y que preparen mi avión para salir enseguida. Quiero que Rafiq venga conmigo.
—Disculpe la pregunta, pero, ¿qué razón debo alegar para la cancelación de todas sus citas?

—Di que necesito unas vacaciones en el Mediterráneo con mi nuevo juguete —respondió Juan Pedro con un ligero tono de burla. Ambos sabían que no iban a ser precisamente unas vacaciones—. Y Faysal... si alguien se atreve a mencionar la palabra adulterio y el nombre de mi esposa en la misma frase, será lo último que mencione. ¿Me has comprendido?

—Sí, señor —dijo su ayudante con una reverencia, y salió del despacho.

Juan Pedro se sentó y miró las cartas con el ceño fruncido. Tomó el sobre que estaba abierto y sacó la hoja. Sin atender al contenido, se fijó en el número de teléfono que aparecía bajo el logo. Entonces miró su reloj y agarró el teléfono. Seguramente el abogado de su mujer estaría en su despacho de Londres a esa hora del día.

La conversación que siguió no fue muy agradable, y menos aún la que mantuvo a continuación con su suegro. Apenas había acabado de hablar con Victor Esposito, cuando llamaron otra vez a la puerta. Rafiq abrió y entró en el despacho. Iba vestido igual que Faysal, pero Rafiq era un hombre alto e imponente que rara vez se arrastraba ante alguien.

Saludó con un leve asentimiento de cabeza, pero Juan Pedro sabía que Rafiq estaría dispuesto a morir por él si fuera necesario.

—Cierra la puerta y dime si aceptarías cometer un pequeño acto de traición —le dijo con voz tranquila.

—¿El jeque Abdul? —preguntó Rafiq esperanzado.

—Por desgracia, no —Juan Pedro esbozó una media sonrisa—. Me refiero a mi encantadora esposa, Mariana...


Mariana se miró al espejo y se ajustó las tiras de los hombros para ceñir el vestido de seda dorada a su esbelta figura. Pensó que el conjunto, combinado con el collar y los pendientes de diamantes, y el recogido de su pelirroja melena era aceptable, aunque podía haber elegido otro color para disimular la palidez de la piel. Era demasiado tarde para cambiarse, pensó, y apartó la vista del reflejo. Ethan estaba esperándola en la terraza y, de todas formas, no iba a impresionar a nadie. Su único cometido era asistir a la cena de gala en nombre de su padre, quien había tenido que quedarse en Londres a resolver un asunto urgente con su abogado, y los había dejado, a ella y a su socio, Ethan, como únicos representantes de Hayes—Frayne. Puso una mueca. Hacía solo una hora que había vuelto de San Esteban, y no le apetecía nada asistir a la convención. Había pasado un día agotador y muy caluroso, en el que además se había estropeado el aire acondicionado de la casa que estaba supervisando. Agarró un chal negro de seda y salió del dormitorio. Ethan estaba sentado en la barandilla de la terraza. Contemplaba el atardecer con una copa en la mano, pero se volvió al oírla llegar y esbozó una sonrisa de admiración.

—Bellísima —murmuró mientras se erguía.

—Gracias. Tú tampoco estás mal.
Él asintió agradecido.

Iba impecablemente vestido con un traje negro de etiqueta, que resaltaba su figura. Era un hombre alto, moreno y atractivo, con unos brillantes ojos grises, una seductora sonrisa y un éxito entre las mujeres que, afortunadamente, no se le había subido a la cabeza. A Mariana también le gustaba. Se sentía cómoda con él. Era el arquitecto de Hayes—Fraynes, capaz de crear, a partir de una hoja en blanco, imponentes rascacielos o fabulosos complejos turísticos como el de San Esteban.

—¿Te apetece una copa? —le sugirió, avanzando hacia el carrito de las bebidas.

—No, si quieres que me mantenga despierta más tarde de las diez —respondió ella.

—¿Tan tarde? —bromeó Ethan. Por lo general, Mariana se acostaba a las nueve—. A este paso me acabarás pidiendo que te lleve a bailar a una discoteca.

—¿Vas a discotecas? —le preguntó con curiosidad.

—No, si puedo evitarlo —le quitó el chal y se lo puso por los hombros—. Mis habilidades para el baile se limitan a arrastrar los pies por una habitación, preferiblemente a oscuras, para que mi ego no se vea afectado.

—Eres un embustero —replicó ella con una sonrisa—. Te he visto bailar el swing al menos en dos ocasiones.

—Haces que me acuerde de mi edad —se quejó él—. Lo próximo que me preguntes será cómo era el rock de los sesenta.

—No eres tan viejo.

—Nací a mediados de los sesenta —dijo él—. De una madre muy liberal a quien sí le encantaba bailar.

—Entonces tienes la misma edad que Pe...
Se calló de golpe y su sonrisa se esfumó. También el rostro de Ethan perdió su expresión jovial, mientras un tenso silencio se cernía sobre ellos.

—No es demasiado tarde para detener esta locura —dijo él con voz amable. Sabía lo doloroso que había sido para ella el último año.

—No quiero hacerlo —respondió ella retrocediendo un paso.

—Tu corazón sí.

—Mi corazón no es quien toma las decisiones.

—Tal vez deberías dejar que lo hiciera.

—¡Tal vez deberías ocuparte de tus propios asuntos!
Se acercó a la barandilla, dejándolo tras ella con una expresión de arrepentimiento. El crepúsculo ofrecía un impresionante cuadro con elmar de fondo y el complejo de San Esteban sobre la colina.

En el puerto una multitud de barcos y yates de todos los tamaños cubrían las aguas bermejas. Allí arriba, en el mirador, todo era silencio. Incluso las cigarras habían dejado de cantar, y Mariana deseó que esa calma también llegara a su interior. ¿Hasta cuándo estaría a merced de sus sentimientos?, pensó con un suspiro. El chal de seda se le deslizó de los hombros, y Ethan se apresuró a colocárselo de nuevo.

—Lo siento —le susurró—. No era mi intención preocuparte.

—No puedo hablar de ello.

—Puede que necesites hablar —sugirió él.

Ella negó con la cabeza, como llevaba haciendo desde que llegó a casa de su padre, en Londres, un año atrás, para anunciar, con los nervios destrozados, que su matrimonio con el jeque Juan Pedro Lanzan se había terminado. Víctor Esposito había intentado todo lo posible para conocer la causa. Incluso había ido en persona a Rahman, pero se había encontrado con el mismo muro de silencio que con su hija. Lo único que sacó en claro fue que Juan Pedro estaba tan afectado como Mariana, aunque su yerno sabía cómo esconder sus emociones.

Dos meses atrás, Mariana había acudido al abogado de la familia y le había encargado que preparase el divorcio, alegando diferencias irreconciliables. Una semana más tarde contrajo una gripe que la mantuvo en cama durante varias semanas. Al recuperarse, se sintió preparada para enfrentarse de nuevo al mundo.

Accedió a trabajar en San Esteban donde podría desarrollar sus habilidades profesionales. Parecía que el cambio la había favorecido, y aunque aún seguía muy pálida y delgada, empezaba a vivir con normalidad. Ethan no tenía intención de recordarle viejos traumas, de modo que la hizo girarse y le dio un beso en la frente.

—Vamos —le dijo en tono animado—. ¡Unámonos a la fiesta!

Mariana forzó una sonrisa e intentó aparentar que la entusiasmaba la velada, pero cuando se alejó de la barandilla sintió un leve hormigueo en la nuca. Inmediatamente pensó que alguien los estaba observando. La sospecha la hizo volverse y escudriñar los alrededores. No vio a nadie, pero la sensación no le resultó extraña. Después de cinco años viviendo en compañía de un jeque árabe, se había acostumbrado a estar en constante y discreta vigilancia. Pero aquello era distinto. Si alguien la estaba vigilando, no era por su propia seguridad.

La idea era tan siniestra que se estremeció.

—¿Pasa algo? —le preguntó Ethan. Mariana negó con la cabeza y siguió caminando.

No era la primera vez que se sentía observada aquel día. Había experimentado lo mismo aquella tarde al salir de San Esteban. Sus temores le hacían sospechar que Juan Pedro seguía vigilándola a distancia. El coche y el chófer que habían alquilado los estaban esperando en el patio. Ethan la acomodó en el asiento trasero y se sentó a su lado.

Para Mariana, Ethan era como un primo cuya reputación de libertino la hacía sonreír, más que acelerarle el corazón. Nunca había estado casado. Según él, el matrimonio le robaba a uno la ambición, por lo que tenía que estar muy seguro de encontrar a la mujer adecuada.

Cuando Mariana le contó a Peter la actitud y los ideales de Ethan, esperó que se encomendara a Alá por su blasfemia, pero el permaneció callado y sombrío, como si sospechara de los sentimientos de Ethan hacia ella.

—El yate de Petronades es impresionante —la voz de Ethan irrumpió en sus recuerdos—. Lo he visto atracar mientras te esperaba en la terraza. Leandros Petronades era el principal inversor de San Esteban y el anfitrión de la fiesta de esa noche, que congregaría en su yate a sus clientes más selectos.

—Debe de ser el mayor barco del puerto, a juzgar por el número de invitados —dijo Mariana.

—La verdad es que no —replicó Ethan frunciendo el ceño—. Hay otro yate que lo dobla en tamaño.—¿Es un barco comercial?—No, parece más bien ser el yate de otro inversor multimillonario amigo de Petronades.

Era cierto que en San Esteban no faltaban los inversores, pensó Mariana. De ser un pequeño puerto pesquero se había convertido en un inmenso complejo turístico que se extendía sobre las colinas que circundaban la bahía. Pero, ¿por qué había pensado en Juan Pedro al oír hablar del yate? Peter ni siquiera tenía un barco, ni había invertido nunca en los proyectos de la familia. Irritada consigo misma, se fijó en la gente que disfrutaba de la brisa marina desde el muelle. No recordaba cuándo fue la última vez que ella pudo caminar con tanta libertad.

Ser la mujer de un jeque implicaba ciertas restricciones. Juan Pedro era el hijo mayor, y por tanto el heredero del pequeño pero rico estado de Arman. Al convertirse en su esposa, Mariana había aprendido muy pronto a controlar sus palabras y sus actos, y no ir sola a ninguna parte. Aquel año no se había dejado ver mucho, porque eso hubiera supuesto demasiadas especulaciones.

En Arman se la conocía como la preciosa mujer inglesa del jeque. En Londres era conocida como la mujer que renunció a la libertad para casarse con un príncipe árabe. Mariana no quería ofender la sensibilidad de los árabes al dar publicidad al fracaso de su matrimonio, de modo que se mantuvo en el anonimato. El coche llegó al final de la calle del puerto, donde el yate de Leandros Petronades era fácilmente reconocible por las luces de la fiesta.

Sin embargo, fue el yate contiguo el que llamó la atención de Mariana. Era el doble de grande que el primero, tal y como había supuesto Ethan, y estaba completamente a oscuras. Con su imponente casco pintado de negro, recordaba a un sigiloso gato esperando a saltar sobre su víctima. Al salir del coche, junto a un par de puertas de hierro forjado que debilitaban la zona de embarque, Mariana se quedó mirando alrededor mientras esperaba a Ethan, y sintió un escalofrío al ver que tendrían que pasar por el barco a oscuras para llegar al yate.

Ethan la tomó del brazo y los dos atravesaron las puertas. El guarda de la entrada se limitó aasentir con la cabeza y a dejarlos pasar sin pronunciar palabra.

—Un tipo concienzudo –dijo Ethan.

Mariana no respondió. Estaba demasiado ocupada intentando reprimir el revuelo que sentía en
el estómago, mientras una parte del cerebro intentaba convencerla de que su inminente ataque denervios no tenía nada que ver con la fiesta. ¿Por qué le resultaba todo tan siniestro? Hacía una noche muy agradable, tenía veintenueve años y estaba a punto de entrar en una fiesta.

—Menudo barco, ¿eh? –comentó Ethan mientras se acercaba al yate. Pero ella no quería mirar. Aquel barco la inquietaba, y la situación empezaba a preocuparla. El corazón le latía con fuerza, y tenía todos los nervios alerta por...Entonces lo oyó.

No fue más que un susurro en la oscuridad, pero bastó para dejarla inmóvil, y también a Ethan. Volvió a sentir el hormigueo en el cuello, más intenso.

—Ethan, creo que esto no me gusta –dijo con voz temblorosa.

—no –contestó él con voz ronca—. A mí tampoco.

Entonces vieron cómo de la oscuridad salían unas formas irreconocibles, que se transformaron en árabes con túnicas y adustas expresiones.

—Oh, Dios mío –susurró ella—. ¿Qué está pasando? Pero ya sabía la respuesta. Era el mismo temor que había sentido cada día desde que se casó con Juan Pedro. Era una inglesa casada con un príncipe árabe. Habría demasiados fanáticos que quisieran conseguir un sustancioso beneficio por su desaparición. El brazo de Ethan la apretaba fuertemente. Más allá se veían las luces del yate de Petronades, pero en el siniestro barco los árabes los rodeaban poco a poco.

—Tranquila –le susurró Ethan entre dientes—. Cuando te suelte, quítate los zapatos y echa acorrer.

Iba a lanzarse contra ellos para que ella pudiera escapar.

—No –protestó Mariana—. No lo hagas. ¡Pueden hacerte daño!

—¡Vete, Mariana! –le ordenó él, y se arrojó sobre los dos hombres que tenía más cerca.

Mariana observó horrorizada cómo los tres hombres caían al suelo. Sintió cómo la adrenalina fluía por sus venas y se dispuso a hacer lo que Ethan le había mandado.

Pero entonces oyó una voz que gritaba una orden en árabe. El pánico la hizo girarse y, para su asombro, vio que el círculo de hombres que la rodeaba pasaba a su lado y la dejaba sola junto a uno de ellos.Se quedó sin respiración, sin poder oír, sin saber lo que le estaba pasando a Ethan.

Toda su atención se concentró en esa persona. Alto, moreno y esbelto, su cuerpo transmitía una poderosa aura que traspasaba la túnica oscura. Su piel era del color de las olivas maduras, sus ojos tan negros como el cielo demedia noche, y su boca recia y adusta.

—Peter –susurró casi sin aliento.La inclinación que le ofreció era el producto de la legendaria nobleza que transportaban susgenes.

—El mismo –confirmó tranquilamente el jeque Lanzani.

PD:y volvemos con cap largos!! les gusta?? o subo por partes mejor no?? aaa y me olvide aclarar algo! en el epilogo de refugiada en sus brazos lali estaba de 6 meses de embarazo no semanas jaja lo arregle pero igual aclaro.

12 comentarios:

  1. no me gusta que sea taaaaaaan largo

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  2. wouuu quiero ya la reconciliacion jajajaja

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  3. Me gustó el primer capi!!!! :D Espero el siguiente y tambien pienso que si bien está bueno larguito que no sea tantoooo! ;)

    Besos!!!

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  4. Me encanto!! Ahora que pasará??? Más!

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  5. Me gusta el primer capítulo así que espero los siguientes

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  6. jajajajaj no se ni q es eso o con q se come jajajja no tengo...del cap ni se te ocurra ponerlo por parte porq esta excelente wou qde :O al principio no entendi nada jaajaj y creo q aun tengo cosas q aclarar pero esta genial espero el proximo cap besos tk

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  7. A mi me encanta k sean largos ,tiene d todo ,intriga emoción,suspense ,esos celos ¡k no falten!,un amigo ,yates ,abogado,fiesta,etc ,d todo en este cap.

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  8. me gustan los capítulos largos :) espero subas pronto, la verdad me esta interesando mucho esta nove y eso que es el primer cap, ya quiero que se reconcilien jeje besos

    ATT:Alex

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  9. me gusta me gusta!! perdon que pase asi de rapido, pero no tengo mucho tiempo! espero mas! besos Giu

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  10. Me encanta!!! Creo que es diferente pero me emociona seguir leyendo y me gustan los caps largos!!!
    @Titel842

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  11. esta buenisima me lei todas tus noves en dos dias jejejejeje

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  12. ME ENCANTOO!!

    Ya me intriguee! Quiero maaaaaass!

    ME ENCANTAN LOS CAPITULOS LARGOS!

    Y ahora qe pasaraa?

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