Holaaaaaa como dijeron esta nove es diferente!! asi como la q viene!! muy diferente diria yop! gracias por sus firmas! son un amor,aca dejo el primer cap,mañana no se si podre subir porq tengo ingles y despues salgo asi q hay vemos dale las adoro!! a y alguien tiene pnterest? es para seguirlo:)
Capítulo 1
VESTIDO con
ropa de montar, botas de cuero, pantalones de ante, camisa blanca y un gutrah
sujeto a su cabello oscuro por un agal negro, el jeque Juan Pedro Lanzani entró
en su despacho privado y cerró la puerta. Cruzó la habitación y dejó una carta
procedente de Inglaterra sobre las otras tres que había en la mesa. Luego, se
acercó a la ventana y miró más allá de las extensiones de higueras del oasis de
al—Qadim, hacia las dunas que dominaban el horizonte con su presencia
majestuosa y amenazante.
No importaba
lo sofisticados que fueran los métodos de riego. Una tormenta de arena podía
arruinar el duro trabajo de muchos años.
Juan Pedro
ahogó un suspiró.
Conocía bien
las leyes del desierto y las respetaba. Respetaba el poder de aquel paisaje, y
su derecho a ser él único dueño de su destino. Y, en esos momentos, lo que más
deseaba era ensillar a su caballo Zandor, y galopar hacia esas dunas para que
le dictaran su futuro.
Pero sabía
que era imposible. Las cuatro cartas del escritorio le exigían que tomara sus
propias decisiones. Y fuera de aquellas cuatro paredes, esperaban un palacio,
su padre, su hermanastro, y un millar de personas que insistían en tomar parte
de su destino. Zandor tendría que esperar Juan Pedro se volvió y miró las
cartas.
Solo había
abierto la primera, rechazando su contenido nada más leerlo, y le había
resultado muy difícil ignorar el resto. Pero el tiempo de esconder la cabeza en
la arena se había acabado. Un golpe en la puerta llamó su atención. Seguramente
sería su fiel ayudante Faysal, un hombre bajito y delgado, que siempre vestía
la tradicional túnica azul y blanca.
—Pasa, Faysal
—le ordenó en tono impaciente. A veces le resultaba irritante el riguroso cumplimiento
que Faysal seguía del protocolo.
La puerta se
abrió y Faysal hizo una reverencia, antes de entrar en el despacho y cerrar a
su paso. Caminó sobre la lujosa alfombra que cubría el suelo de mármol y se
detuvo a un metro del escritorio. Juan Pedro bajó la vista hacia la alfombra.
Estaba allí por orden de Mariana, su esposa, quien no sentía predilección
alguna por la austeridad decorativa. Además de la alfombra había hecho adornar
el despacho con cuadros, cerámica y esculturas, todo ello realizado por los
artistas del pequeño estado de Rahman, en el Golfo Pérsico.
Pero en esos
momentos Juan Pedro solo podía fijarse en las piezas occidentales que Mariana había
comprado. Una mesa baja y dos mullidos sillones bajo la ventana, donde ella lo
había hecho sentarse varias veces al día a contemplar el paisaje mientras
tomaban el té.
Irritado, se
quitó el gutrah de la cabeza y se sentó tras el escritorio.
—Está bien —le
dijo a Faysal—. ¿De qué se trata?
—No son
buenas noticias, señor —dijo su ayudante—. El jeque Abdul ha reunido a
ciertas...facciones en su palacio de verano. Nuestro espía ha confirmado que el
tono de las conversaciones reclama su más urgente atención.
—¿Y mi mujer?
—preguntó Juan Pedro con el rostro imperturbable.
—La señora
sigue en España, señor, trabajando con su padre en el nuevo complejo de San Esteban.
Está supervisando el amueblado de las casas de los alrededores.
Era lo que
mejor sabía hacer, pensó Juan Pedro, quien de inmediato se imaginó una larga
melena sedosa del color del crepúsculo, un rostro de porcelana con unos
brillantes ojos verdes y una sonrisa arrebatadora.
«Confía en
mí», le solía decir. «Mi trabajo es darle vida a los lugares vacíos». Vida. La
vida se había ido de su despacho cuando ella lo abandonó.
—¿De cuánto
tiempo disponemos antes de que hagan su primer movimiento? —le preguntó a
Faysal.
—Si me permite
decirlo, señor, con el señor Ethan Hayes en la propiedad de su padre, me atrevería
a aventurar que la situación es muy grave. La noticia era nueva para Juan Pedro,
por lo que le costó unos segundos asimilarla. Se levantó y se acercó otra vez a
la ventana. ¿Acaso su mujer se había vuelto loca, o era que quería suicidarse? Ethan
Hayes. El nombre le hizo apretar los dientes, mientras una punzada de celos y
odio lo traspasaba.
—¿Cuánto
tiempo lleva el señor Hayes en San Esteban?
Faysal
carraspeó, claramente nervioso.
—Siete días.
—¿Y quién más
sabe esto?¿El jeque Abdul?
—Se habló de
ello —confirmó Faysal.
—Cancela
todas mis citas para el resto del mes —le ordenó Juan Pedro volviendo al
escritorio—. Mi yate está anclado en Cádiz. Que lo lleven a San Esteban, y que
preparen mi avión para salir enseguida. Quiero que Rafiq venga conmigo.
—Disculpe la
pregunta, pero, ¿qué razón debo alegar para la cancelación de todas sus citas?
—Di que
necesito unas vacaciones en el Mediterráneo con mi nuevo juguete —respondió
Juan Pedro con un ligero tono de burla. Ambos sabían que no iban a ser
precisamente unas vacaciones—. Y Faysal... si alguien se atreve a mencionar la
palabra adulterio y el nombre de mi esposa en la misma frase, será lo último
que mencione. ¿Me has comprendido?
—Sí, señor —dijo
su ayudante con una reverencia, y salió del despacho.
Juan Pedro se
sentó y miró las cartas con el ceño fruncido. Tomó el sobre que estaba abierto
y sacó la hoja. Sin atender al contenido, se fijó en el número de teléfono que
aparecía bajo el logo. Entonces miró su reloj y agarró el teléfono. Seguramente
el abogado de su mujer estaría en su despacho de Londres a esa hora del día.
La
conversación que siguió no fue muy agradable, y menos aún la que mantuvo a continuación
con su suegro. Apenas había acabado de hablar con Victor Esposito, cuando llamaron
otra vez a la puerta. Rafiq abrió y entró en el despacho. Iba vestido igual que
Faysal, pero Rafiq era un hombre alto e imponente que rara vez se arrastraba
ante alguien.
Saludó con un
leve asentimiento de cabeza, pero Juan Pedro sabía que Rafiq estaría dispuesto
a morir por él si fuera necesario.
—Cierra la
puerta y dime si aceptarías cometer un pequeño acto de traición —le dijo con
voz tranquila.
—¿El jeque
Abdul? —preguntó Rafiq esperanzado.
—Por
desgracia, no —Juan Pedro esbozó una media sonrisa—. Me refiero a mi
encantadora esposa, Mariana...
Mariana se
miró al espejo y se ajustó las tiras de los hombros para ceñir el vestido de
seda dorada a su esbelta figura. Pensó que el conjunto, combinado con el collar
y los pendientes de diamantes, y el recogido de su pelirroja melena era
aceptable, aunque podía haber elegido otro color para disimular la palidez de
la piel. Era demasiado tarde para cambiarse, pensó, y apartó la vista del
reflejo. Ethan estaba esperándola en la terraza y, de todas formas, no iba a
impresionar a nadie. Su único cometido era asistir a la cena de gala en nombre
de su padre, quien había tenido que quedarse en Londres a resolver un asunto
urgente con su abogado, y los había dejado, a ella y a su socio, Ethan, como únicos
representantes de Hayes—Frayne. Puso una mueca. Hacía solo una hora que había
vuelto de San Esteban, y no le apetecía nada asistir a la convención. Había
pasado un día agotador y muy caluroso, en el que además se había estropeado el
aire acondicionado de la casa que estaba supervisando. Agarró un chal negro de seda
y salió del dormitorio. Ethan estaba sentado en la barandilla de la terraza.
Contemplaba el atardecer con una copa en la mano, pero se volvió al oírla
llegar y esbozó una sonrisa de admiración.
—Bellísima —murmuró
mientras se erguía.
—Gracias. Tú
tampoco estás mal.
Él asintió
agradecido.
Iba
impecablemente vestido con un traje negro de etiqueta, que resaltaba su figura.
Era un hombre alto, moreno y atractivo, con unos brillantes ojos grises, una seductora
sonrisa y un éxito entre las mujeres que, afortunadamente, no se le había
subido a la cabeza. A Mariana también le gustaba. Se sentía cómoda con él. Era
el arquitecto de Hayes—Fraynes, capaz de crear, a partir de una hoja en blanco,
imponentes rascacielos o fabulosos complejos turísticos como el de San Esteban.
—¿Te apetece
una copa? —le sugirió, avanzando hacia el carrito de las bebidas.
—No, si
quieres que me mantenga despierta más tarde de las diez —respondió ella.
—¿Tan tarde? —bromeó
Ethan. Por lo general, Mariana se acostaba a las nueve—. A este paso me acabarás
pidiendo que te lleve a bailar a una discoteca.
—¿Vas a
discotecas? —le preguntó con curiosidad.
—No, si puedo
evitarlo —le quitó el chal y se lo puso por los hombros—. Mis habilidades para
el baile se limitan a arrastrar los pies por una habitación, preferiblemente a
oscuras, para que mi ego no se vea afectado.
—Eres un
embustero —replicó ella con una sonrisa—. Te he visto bailar el swing al menos
en dos ocasiones.
—Haces que me
acuerde de mi edad —se quejó él—. Lo próximo que me preguntes será cómo era el
rock de los sesenta.
—No eres tan
viejo.
—Nací a
mediados de los sesenta —dijo él—. De una madre muy liberal a quien sí le
encantaba bailar.
—Entonces
tienes la misma edad que Pe...
Se calló de
golpe y su sonrisa se esfumó. También el rostro de Ethan perdió su expresión
jovial, mientras un tenso silencio se cernía sobre ellos.
—No es
demasiado tarde para detener esta locura —dijo él con voz amable. Sabía lo
doloroso que había sido para ella el último año.
—No quiero
hacerlo —respondió ella retrocediendo un paso.
—Tu corazón
sí.
—Mi corazón
no es quien toma las decisiones.
—Tal vez
deberías dejar que lo hiciera.
—¡Tal vez
deberías ocuparte de tus propios asuntos!
Se acercó a
la barandilla, dejándolo tras ella con una expresión de arrepentimiento. El
crepúsculo ofrecía un impresionante cuadro con elmar de fondo y el complejo de San
Esteban sobre la colina.
En el puerto
una multitud de barcos y yates de todos los tamaños cubrían las aguas bermejas.
Allí arriba, en el mirador, todo era silencio. Incluso las cigarras habían
dejado de cantar, y Mariana deseó que esa calma también llegara a su interior.
¿Hasta cuándo estaría a merced de sus sentimientos?, pensó con un suspiro. El
chal de seda se le deslizó de los hombros, y Ethan se apresuró a colocárselo de
nuevo.
—Lo siento —le
susurró—. No era mi intención preocuparte.
—No puedo
hablar de ello.
—Puede que
necesites hablar —sugirió él.
Ella negó con
la cabeza, como llevaba haciendo desde que llegó a casa de su padre, en Londres,
un año atrás, para anunciar, con los nervios destrozados, que su matrimonio con
el jeque Juan Pedro Lanzan se había terminado. Víctor Esposito había intentado
todo lo posible para conocer la causa. Incluso había ido en persona a Rahman,
pero se había encontrado con el mismo muro de silencio que con su hija. Lo
único que sacó en claro fue que Juan Pedro estaba tan afectado como Mariana,
aunque su yerno sabía cómo esconder sus emociones.
Dos meses
atrás, Mariana había acudido al abogado de la familia y le había encargado que
preparase el divorcio, alegando diferencias irreconciliables. Una semana más
tarde contrajo una gripe que la mantuvo en cama durante varias semanas. Al
recuperarse, se sintió preparada para enfrentarse de nuevo al mundo.
Accedió a
trabajar en San Esteban donde podría desarrollar sus habilidades profesionales.
Parecía que el cambio la había favorecido, y aunque aún seguía muy pálida y
delgada, empezaba a vivir con normalidad. Ethan no tenía intención de
recordarle viejos traumas, de modo que la hizo girarse y le dio un beso en la
frente.
—Vamos —le
dijo en tono animado—. ¡Unámonos a la fiesta!
Mariana forzó
una sonrisa e intentó aparentar que la entusiasmaba la velada, pero cuando se alejó
de la barandilla sintió un leve hormigueo en la nuca. Inmediatamente pensó que
alguien los estaba observando. La sospecha la hizo volverse y escudriñar los
alrededores. No vio a nadie, pero la sensación no le resultó extraña. Después
de cinco años viviendo en compañía de un jeque árabe, se había acostumbrado a
estar en constante y discreta vigilancia. Pero aquello era distinto. Si alguien
la estaba vigilando, no era por su propia seguridad.
La idea era
tan siniestra que se estremeció.
—¿Pasa algo? —le
preguntó Ethan. Mariana negó con la cabeza y siguió caminando.
No era la
primera vez que se sentía observada aquel día. Había experimentado lo mismo
aquella tarde al salir de San Esteban. Sus temores le hacían sospechar que Juan
Pedro seguía vigilándola a distancia. El coche y el chófer que habían alquilado
los estaban esperando en el patio. Ethan la acomodó en el asiento trasero y se
sentó a su lado.
Para Mariana,
Ethan era como un primo cuya reputación de libertino la hacía sonreír, más que
acelerarle el corazón. Nunca había estado casado. Según él, el matrimonio le
robaba a uno la ambición, por lo que tenía que estar muy seguro de encontrar a
la mujer adecuada.
Cuando
Mariana le contó a Peter la actitud y los ideales de Ethan, esperó que se encomendara
a Alá por su blasfemia, pero el permaneció callado y sombrío, como si sospechara
de los sentimientos de Ethan hacia ella.
—El yate de
Petronades es impresionante —la voz de Ethan irrumpió en sus recuerdos—. Lo he visto
atracar mientras te esperaba en la terraza. Leandros Petronades era el
principal inversor de San Esteban y el anfitrión de la fiesta de esa noche, que
congregaría en su yate a sus clientes más selectos.
—Debe de ser
el mayor barco del puerto, a juzgar por el número de invitados —dijo Mariana.
—La verdad es
que no —replicó Ethan frunciendo el ceño—. Hay otro yate que lo dobla en tamaño.—¿Es
un barco comercial?—No, parece más bien ser el yate de otro inversor
multimillonario amigo de Petronades.
Era cierto
que en San Esteban no faltaban los inversores, pensó Mariana. De ser un pequeño
puerto pesquero se había convertido en un inmenso complejo turístico que se
extendía sobre las colinas que circundaban la bahía. Pero, ¿por qué había
pensado en Juan Pedro al oír hablar del yate? Peter ni siquiera tenía un barco,
ni había invertido nunca en los proyectos de la familia. Irritada consigo
misma, se fijó en la gente que disfrutaba de la brisa marina desde el muelle.
No recordaba cuándo fue la última vez que ella pudo caminar con tanta libertad.
Ser la mujer
de un jeque implicaba ciertas restricciones. Juan Pedro era el hijo mayor, y
por tanto el heredero del pequeño pero rico estado de Arman. Al convertirse en
su esposa, Mariana había aprendido muy pronto a controlar sus palabras y sus
actos, y no ir sola a ninguna parte. Aquel año no se había dejado ver mucho,
porque eso hubiera supuesto demasiadas especulaciones.
En Arman se
la conocía como la preciosa mujer inglesa del jeque. En Londres era conocida
como la mujer que renunció a la libertad para casarse con un príncipe árabe. Mariana
no quería ofender la sensibilidad de los árabes al dar publicidad al fracaso de
su matrimonio, de modo que se mantuvo en el anonimato. El coche llegó al final
de la calle del puerto, donde el yate de Leandros Petronades era fácilmente
reconocible por las luces de la fiesta.
Sin embargo,
fue el yate contiguo el que llamó la atención de Mariana. Era el doble de
grande que el primero, tal y como había supuesto Ethan, y estaba completamente
a oscuras. Con su imponente casco pintado de negro, recordaba a un sigiloso
gato esperando a saltar sobre su víctima. Al salir del coche, junto a un par de
puertas de hierro forjado que debilitaban la zona de embarque, Mariana se quedó
mirando alrededor mientras esperaba a Ethan, y sintió un escalofrío al ver que
tendrían que pasar por el barco a oscuras para llegar al yate.
Ethan la tomó
del brazo y los dos atravesaron las puertas. El guarda de la entrada se limitó
aasentir con la cabeza y a dejarlos pasar sin pronunciar palabra.
—Un tipo
concienzudo –dijo Ethan.
Mariana no
respondió. Estaba demasiado ocupada intentando reprimir el revuelo que sentía
en
el estómago, mientras
una parte del cerebro intentaba convencerla de que su inminente ataque
denervios no tenía nada que ver con la fiesta. ¿Por qué le resultaba todo tan
siniestro? Hacía una noche muy agradable, tenía veintenueve años y estaba a
punto de entrar en una fiesta.
—Menudo
barco, ¿eh? –comentó Ethan mientras se acercaba al yate. Pero ella no quería
mirar. Aquel barco la inquietaba, y la situación empezaba a preocuparla. El
corazón le latía con fuerza, y tenía todos los nervios alerta por...Entonces lo
oyó.
No fue más
que un susurro en la oscuridad, pero bastó para dejarla inmóvil, y también a
Ethan. Volvió a sentir el hormigueo en el cuello, más intenso.
—Ethan, creo
que esto no me gusta –dijo con voz temblorosa.
—no –contestó
él con voz ronca—. A mí tampoco.
Entonces
vieron cómo de la oscuridad salían unas formas irreconocibles, que se transformaron
en árabes con túnicas y adustas expresiones.
—Oh, Dios mío
–susurró ella—. ¿Qué está pasando? Pero ya sabía la respuesta. Era el mismo
temor que había sentido cada día desde que se casó con Juan Pedro. Era una
inglesa casada con un príncipe árabe. Habría demasiados fanáticos que quisieran
conseguir un sustancioso beneficio por su desaparición. El brazo de Ethan la
apretaba fuertemente. Más allá se veían las luces del yate de Petronades, pero
en el siniestro barco los árabes los rodeaban poco a poco.
—Tranquila
–le susurró Ethan entre dientes—. Cuando te suelte, quítate los zapatos y echa
acorrer.
Iba a
lanzarse contra ellos para que ella pudiera escapar.
—No –protestó
Mariana—. No lo hagas. ¡Pueden hacerte daño!
—¡Vete,
Mariana! –le ordenó él, y se arrojó sobre los dos hombres que tenía más cerca.
Mariana
observó horrorizada cómo los tres hombres caían al suelo. Sintió cómo la
adrenalina fluía por sus venas y se dispuso a hacer lo que Ethan le había
mandado.
Pero entonces
oyó una voz que gritaba una orden en árabe. El pánico la hizo girarse y, para
su asombro, vio que el círculo de hombres que la rodeaba pasaba a su lado y la
dejaba sola junto a uno de ellos.Se quedó sin respiración, sin poder oír, sin
saber lo que le estaba pasando a Ethan.
Toda su atención
se concentró en esa persona. Alto, moreno y esbelto, su cuerpo transmitía una
poderosa aura que traspasaba la túnica oscura. Su piel era del color de las
olivas maduras, sus ojos tan negros como el cielo demedia noche, y su boca
recia y adusta.
—Peter
–susurró casi sin aliento.La inclinación que le ofreció era el producto de la
legendaria nobleza que transportaban susgenes.
PD:y volvemos con cap largos!! les gusta?? o subo por partes mejor no?? aaa y me olvide aclarar algo! en el epilogo de refugiada en sus brazos lali estaba de 6 meses de embarazo no semanas jaja lo arregle pero igual aclaro.
no me gusta que sea taaaaaaan largo
ResponderEliminarwouuu quiero ya la reconciliacion jajajaja
ResponderEliminarMe gustó el primer capi!!!! :D Espero el siguiente y tambien pienso que si bien está bueno larguito que no sea tantoooo! ;)
ResponderEliminarBesos!!!
Me encanto!! Ahora que pasará??? Más!
ResponderEliminarMe gusta el primer capítulo así que espero los siguientes
ResponderEliminarjajajajaj no se ni q es eso o con q se come jajajja no tengo...del cap ni se te ocurra ponerlo por parte porq esta excelente wou qde :O al principio no entendi nada jaajaj y creo q aun tengo cosas q aclarar pero esta genial espero el proximo cap besos tk
ResponderEliminarA mi me encanta k sean largos ,tiene d todo ,intriga emoción,suspense ,esos celos ¡k no falten!,un amigo ,yates ,abogado,fiesta,etc ,d todo en este cap.
ResponderEliminarme gustan los capítulos largos :) espero subas pronto, la verdad me esta interesando mucho esta nove y eso que es el primer cap, ya quiero que se reconcilien jeje besos
ResponderEliminarATT:Alex
me gusta me gusta!! perdon que pase asi de rapido, pero no tengo mucho tiempo! espero mas! besos Giu
ResponderEliminarMe encanta!!! Creo que es diferente pero me emociona seguir leyendo y me gustan los caps largos!!!
ResponderEliminar@Titel842
esta buenisima me lei todas tus noves en dos dias jejejejeje
ResponderEliminarME ENCANTOO!!
ResponderEliminarYa me intriguee! Quiero maaaaaass!
ME ENCANTAN LOS CAPITULOS LARGOS!
Y ahora qe pasaraa?