Capítulo 5
—Entonces, yo no sólo soy lo
suficientemente inmadura como para despedirte en un arrebato de pasión, sino
que también soy una mujer celosa. ¿Qué es exactamente lo que ves en mí?
Lo que Peter veía era una mujer con
hermosos ojos verdes y exóticas mejillas. Una mujer con uno de los cuerpos más
seductores que había visto nunca. Una mujer tan decidida y obstinada que era
capaz de sufrir golpes y magulladuras sin quejarse sólo porque quería aprender
esquí acuático. En vez de todo esto, dijo:
—Tal vez seas fantástica en otras cosas.
Tal vez eres maravillosa en...
—¿En el dormitorio? ¿Es eso lo que ibas
a decir?
—En realidad, no. Me inclinaba más bien
por el hecho de que sepas escuchar muy bien o de que seas muy buena cocinera,
pero me gusta más lo del dormitorio.
Entraron en el bungalow y cerraron la
puerta. El aire acondicionado estaba desconectado, por lo que el ambiente era
como el de un horno. La lo encendió automáticamente, y dijo:
—Va a ser una velada muy larga.
—¿Quieres ducharte tú primero o
prefieres que lo haga yo?
—Tú primero —respondió—. Yo prefiero
descansar primero un rato —dijo, sentándose en la cama.
Peter la observó. Rápidamente tragó
saliva e hizo por mirar en otra dirección. Entonces, se quitó la camisa.
—¿No irás a desnudarte aquí, ;verdad?
—No...
De hecho, no estaba pensando en
desnudarse, sino en desnudarla a ella. ¿Qué diablos estaba pasando? Aquello era
una relación laboral. Ella era Lali Espósito, la presidenta del consejo. La
mujer que lo había despedido.
Entonces, ¿por qué deseaba despojarla
del traje de baño y poseerla allí mismo? Porque daba la casualidad de que Lali Espósito
era una mujer muy hermosa. Siempre lo había sospechado, pero los trajes tan
conservadores con los que solía vestirse y sus modales reservados le habían
impedido verla como lo que en realidad era. La había etiquetado como una
mojigata llena de prejuicios. No había esperado una mujer con tanto espíritu,
como tampoco que le sentara tan bien un biquini.
Sin embargo, había algo más. La tenía
una cualidad, una chispa... Fuera lo que fuera, era mejor ignorarlo. Ella
estaba fuera de su alcance para siempre. En aquellos momentos sólo estaban
actuando. Y así debía seguir siendo.
Dejó que el agua fría de la ducha le
golpeara con fuerza el cuerpo. Cerró los ojos y trató de no ver la reacción que
la mujer que estaba al otro lado de la puerta le había producido en el cuerpo.
¿En qué diablos se había metido? Estaba
a solas en la suite de un hotel con Peter Lanzani. Que Dios la avudara, pero se
sentía.., atraída hacia él. ¿Cómo iba a poder evitarlo? Se habían pasado la
tarde jugando a las parejitas y, en aquellos momentos, sólo una puerta cerrada
la separaba del cuerpo desnudo de Peter.
Trató de convencerse de que era normal
que sintiera cierta atracción. Después de todo, él era un hombre muy atractivo,
y ella se había sentido muy atraída por él en el pasado. Sin embargo, no podía
dejar que ninguna de las dos cosas la confundiera. Peter sólo era un socio de
negocios, un hombre por el que ni siquiera sentía simpatía. Entonces, ¿por qué
una parte de ella deseaba que tanto beso y tanta caricia desembocara en algo
más?
Decidió apartarlo de su pensamiento.
Cerró los ojos. «Respira», se dijo. «Una y otra vez...».
A pesar de sus esfuerzos, no podía dejar
de pensar en Peter. Recordó haber escuchado en una ocasión una conversación
sobre él en el cuarto de baño hacía algún tiempo. Una mujer aparentemente
conocía a alguien con la que Peter había salido. Le estaba diciendo a su amiga
que la primera le había dicho que Peter había afirmado en su primera cita que
no quería compromiso alguno.
—¿Qué ocurrió? —le había preguntado la
mujer.
—Bueno, mi amiga se acostó con él de
todos modos —le había respondido la otra.
—¿La llamó después de eso?
—No. Ella se sintió muy desilusionada,
pero dijo que mereció la pena porque Peter es estupendo en la cama.
—¿De verdad?
—Que quede entre nosotras, pero, después
de que me contara eso, me insinué a él.
—¿Y?
—Me dijo que no. Fue muy cortés, pero me
dijo que trabajábamos juntos y que no quería tener una aventura con nadie del
trabajo.
«Estupendo en la cama...».
La subió un poco más el aire
acondicionado para poder refrescarse un poco. Tenía que dejar de pensar de
aquella manera. Tal vez si tuviera más vida social, ni siquiera se habría
fijado en Peter.
Desgraciadamente, habían pasado muchos
años desde la última vez que tuvo relaciones con un hombre. Su última cita
había sido hacía meses, cuando su tía le buscó una cita con el nieto de una
amiga que resultó ser un desastre. Sabía que su tía abuela culpaba a las muchas
horas que pasaba en el trabajo de su falta de vida social, pero La sabía que el
problema era mucho más complicado. Después de todo, qué mujer de veintiséis
años se ha acostado hoy en día sólo con un hombre?
Sólo una relación sexual que había
terminado hacía cinco años. Desde entonces, no había salido con nadie durante
más de un par de semanas.
Había tratado de hacer amigos desde que
regresó a Nueva York para trabajar, pero le resultaba difícil. Todas las
personas que conocía estaban relacionadas en cierto modo con la empresa. A los
hombres les intimidaba el puesto que ocupaba, y las mujeres solían evitarla
como si fuera la peste.
La verdad del asunto era que La no
encajaba con las personas de su edad más de lo que tenía en común con los otros
miembros del consejo. Su tía le había dicho que debía tener paciencia, que todo
cambiaría con el tiempo.
Sin embargo, ¿cómo era eso posible
cuando se pasaba los días en el trabajo? No había manera de evitarlo. Se sentía
sola. Ultimamente había empezado a pensar que tal vez estaba destinada a una
vida sin amor.
—Hace mucho frío aquí.
Al escuchar la voz de Peter, se dio la
vuelta. Al verlo en el umbral de la puerta, con una simple toalla alrededor de
la cintura, sintió que se le cortaba la respiración.
—¿No podías haberte vestido? —le
preguntó, apartando rápidamente la mirada.
—No sin mi ropa.
La pasó rápidamente a su lado y se metió
en el cuarto de baño. Rápidamente se quitó el biquini y dejó que el agua se le
deslizara por la piel. Entonces, se dio cuenta de que tenía su ropa en la
habitación principal. Se había sentido tan azorada al ver a Peter con sólo una
toalla, que se había olvidado de recoger sus cosas. No le quedaba más remedio
que hacer lo mismo que él. Cerró el grifo de la ducha y tomó la única toalla
que quedaba disponible. Era muy pequeña y apenas le cubría el trasero.
Abrió la puerta y respiró profundamente.
¿Qué tenía aquello de especial? Peter la había visto con un minúsculo biquini,
y la toalla cubría mucho más que aquel pequeño trozo de tela. Vio que las ropas
estaban encima de la silla y calculó que, como mucho, tardaría veinte segundos
en recuperarlas. La clave era comportarse como si no estuviera avergonzada.
Cuando la puerta se abrió, Peter levantó
la mirada. Allí estaba ella, envuelta en tina toalla. Durante un segundo, se le
ocurrió que tal vez se había decidido a seducirlo, pero, cuando ella ni
siquiera lo miró, cuando pasó a su lado sin detenerse, comprendió que le había
ocurrido lo mismo que a él: se había olvidado de recoger la ropa. Peter era un
caballero. Sacó un contrato de su maletín y centró toda su atención en los
documentos, tratando de no fijarse en el modo en el que la toalla se le abría
dejándole al descubierto un hermoso muslo o el modo en el que los cremosos
senos parecían querer asomarse por la parte superior.
A toda velocidad, ella volvió a meterse
en el cuarto de baño. Cuando volvió a salir, iba ya vestida con la falda del
traje y una blusa sin mangas. La chaqueta la llevaba en la mano.
La arrojó sobre la cama y consultó el
reloj.
—¿Nos vamos ya?
Sin esperar a que Peter contestara,
salió al exterior.
—La, espera —dijo él, arrojando el
contrato y saliendo detrás de ella—. ¿No se te olvida algo?
—No lo creo...
—Somos pareja, ¿te acuerdas? —le
preguntó él, deslizándole el brazo por la cintura. Sin embargo, la tristeza que
vio en sus ojos fue casi suficiente para aplacar su deseo—. Ya casi se ha
terminado... En cuanto ella firme los papeles, podremos volver a ser como
antes.
Se dirigieron hacia el restaurante.
Aunque el sol ya casi se había puesto, el calor seguía siendo muy pegajoso. El
camino los hacía avanzar entre buganvillas y helechos iluminados por discretos
puntos de luz. El restaurante estaba situado sobre una colina frente al mar. Al
entrar, Peter dio sus nombres, y muy pronto los condujeron a una mesa muy
íntima que había en una esquina.
—No la veo —dijo La.
—Yo tampoco, pero eso no significa que
ella no nos esté observando.
—¿Qué hacemos?
—Charlemos como dos personas que están
interesadas en lo que el otro tiene que decir.
La miró hacia la puerta. Parecía tan
incómoda, que Peter casi sintió pena por ella. ¿Qué había ocurrido con la mujer
fría y compuesta que presidía Espósito Enterprises, la mujer que había sido
capaz de despedirlo y de negociar con idéntica rapidez su regreso?
—¿De dónde eres? —le preguntó ella.
—Crecí en las afueras de la ciudad. De
hecho, mis padres siguen viviendo en la misma casa.
—¿Tienes hermanos?
—Una hermana y un hermano.
—¿Los ves con frecuencia?
—Sí, bastante.
La situación resultaba muy incómoda. La
miraba a todas partes menos a él.
—Dime, La —dijo Peter, tocándole
suavemente la mano para volver a reclamar su atención—. ¿Qué planes tienes para
las navidades?
—Voy a cenar con Ginny.
—¿Quién es Ginny?
—Mi tía abuela. Es mi única familia. Se
cayó hace un año y se rompió la cadera, por lo que me la traje a vivir a mi
casa. Ahora ya está mejor, pero me gusta tenerla a mi lado.
¿Que vivía con una anciana? La imagen de
Lali como alguien dulce y compasiva no encajaba con la mujer que conocía en los
despachos.
—Resulta muy bonito que cuides de ella.
—Es lo menos que puedo hacer. Después de
todo, ella me cuidó a mí después de que mi padre muriera. No tuvo hijos propios
y se tomó el papel de madre adoptiva muy en serio. Se portó muy bien conmigo en
lo del tenis. Aunque ya era bastante mayor, me acompañó por todo el mundo.
Asistió a todos mis partidos.
—He oído que rechazaste la oportunidad
de hacerte profesional.
—No sé si lo hubiera conseguido —dijo
ella con modestia—, pero sé que si hubiera decidido seguir, el tenis me habría
ocupado todo mi tiempo. No habría podido completar mis estudios ni hacer un
máster.
—La educación es importante, pero no
creo que haya muchas personas que sean capaces de rechazar la oportunidad de
convertirse en atleta profesional.
—Me pareció que no podía elegir. Después
de todo, le había hecho una promesa a mi padre.
—¿Le prometiste que seguirías
estudiando?
—No —contestó ella. Entonces, le miró
fijamente a los ojos—. Le prometí que recuperaría su empresa, yo sabía que,
para poder hacerlo, iba a necesitar todos los conocimientos que pudiera conseguir.
Peter permaneció en silencio durante
unos instantes, demasiado atónito para poder hablar. Siempre había sospechado
algo, pero jamás se habría imaginado que Howard Espósito era el motor que
impulsaba la ambición de su hija.
—Sin embargo, sigo jugando al tenis
—añadió ella—. Al menos, todo lo que puedo. Bueno, ¿qué vas a hacer tú estas
navidades?
—Seguramente las pasaré trabajando
—respondió. Quería saber más sobre la promesa que La le había hecho a su padre,
pero no era el momento. Sabrina podía aparecer en cualquier momento. Decidió
mantener la conversación en un terreno más neutral.
—¿En tu despacho?
—No. Suelo visitar uno de los complejos
hoteleros...
—No es una navidad muy habitual, con una
familia enorme sentada alrededor de una mesa mientras el padre trincha el pavo.
Mi tía siempre se está disculpando por mi falta de parientes. Se culpa de no
haber tenido hijos. A ella, nada le gustaría más que tener una enorme familia
que reunir, acompañada de niños y de ruido.
—Bueno, si lo que estás buscando es
ruido, te encantarían las reuniones de mi familia. Mis hermanos no están mal,
pero tengo muchos primos y sobrinos. Las reuniones familiares suelen ser una
locura.
—¿Están casados tus hermanos?
—Los dos se casaron y se divorciaron. De
hecho, mi hermana está a punto de volverse a casar.
—Entonces, ¿tú eres el único que no se
ha casado nunca? —le preguntó La, tras dar un sorbo de su copa de vino.
—Así es. Para ellos, yo soy un ser
anómalo. No me comprenden. Por eso, cada vez que nos reunimos, se termina hablando
de con quién me van a colocar.
—No creo que a ti te cueste mucho
trabajo encontrar mujeres con las que salir.
—Aparentemente, a ellos no les gustan
las que yo elijo.
—¿Has llevado a muchas de tus novias a
casa?
—Sólo cometí ese error en dos ocasiones.
Fue un desastre, pero, desgraciadamente, todos adoraban a Karen.
—¿A Karen?
—Estuve prometido con ella hace ya
muchos años —respondió Peter. A pesar del tiempo transcurrido, aún le costaba
hablar de ella. De repente, se quedó sorprendido ante lo que acababa de hacer.
La mayoría de las personas en el trabajo no sabían nada de aquella parte de su
vida.
—¿Y qué ocurrió? No. Déjame adivinarlo.
La dejaste plantada en el altar delante de trescientos invitados.
—No... Murió —confesó una vez más, sin
comprender por qué—. Aún estaba estudiando, por lo que la convencí para que
viniera a mi casa cuando saliera de trabajar. Estaba ya a punto de llegar
cuando un conductor borracho la atropelló. Creo que jamás olvidaré el momento
en el que sonó el teléfono y un desconocido me dijo que nunca volvería a verla
con vida...
—Lo siento mucho... No se me ocurre nada
más terrible. Debes de echarla mucho de menos.
—Eramos novios desde el instituto. Yo
creía que lo tenía todo planeado. Ibamos a comprar una casa, a tener hijos...
En unas décimas de segundo, todo se esfumó —susurró, mesándose el cabello. No
comprendía por qué le estaba contando a ella algo tan doloroso.
—Mi padre sufrió una pérdida muy
similar. Mi madre enfermó y murió un mes más tarde. Ellos también eran novios
desde el instituto. Mi padre tampoco lo superó.
—¿Cuántos años tenías cuando tu madre
murió?
—Tres. En realidad, no recuerdo mucho
sobre ella. Mi padre hablaba poco de ella, pero mi tía siempre me ha dicho que
era una de las personas más obstinadas y alegres que ella había conocido. Me
contó que mi padre se enamoró de ella desde el primer momento en el que la vio,
y que se quedó destrozado cuando ella murió. Se encerró en sí mismo. Salió con
otras mujeres, pero durante periodos muy breves de tiempo. Creo que simplemente
no podía soportar más dolor. No quería dejar que nadie más entrara en su vida
por miedo a volver a sufrir.
Peter apartó la mirada. Sin darse
cuenta, La acababa de resumir su vida.
—Tal vez jamás conoció a nadie tan
especial.
—Tal vez. Me gustaría pensar que mis
padres compartieron la clase de amor que sólo ocurre una vez en la vida.
—Estoy seguro de ello.
La entornó los ojos, que se le habían
llenado de lágrimas.
—Sé lo que piensas de mí, Peter. Crees
que soy una mujer mimada movida tan sólo por la avaricia. Sé que crees que no
tengo derecho alguno a esta empresa, pero no tienes ni idea de lo importante
que era para mi padre. Para él, era mucho más que un trabajo. Mi madre y él la
empezaron juntos, por lo que a él le parecía que, en cierto modo, la empresa
era una extensión de ella. Que estaba realizando el sueño que los dos habían
creado juntos.
—La...
Peter se había quedado atónito por lo
que acababa de escuchar y que ofrecía una nueva dimensión a la La que él
conocía. Sin embargo, antes de que pudiera encontrar algo más que decir, ella
volvió a tomar la palabra.
—Sabrina está detrás de ti.
Rápidamente, él le colocó el brazo sobre
los hombros y deslizó la mano bajo la blusa de ella, acariciándole así el
hombro desnudo.
—Compórtate como si te acabara de decir
algo muy bonito.
La sonrió, pero, evidentemente, la
caricia le hacía sentirse incómoda. Aparentemente, aquella conversación no
había ayudado en mucho a cambiar los sentimientos que tenía hacia él.
A los pocos segundos, Sabrina se acercó
a ellos.
—Bueno, ¿qué os parece mi restaurante?
—preguntó—. Es verdaderamente romántico, ¿no? —añadió, sentándose enfrente de Peter.
—¿Has traído el contrato? —le preguntó
él.
—No. Mi asesor lo está examinando. Puede
que tarde un poco, por lo que es mejor que disfrutéis de la cena —comentó,
indicando a un camarero que se acercara. La pidió un filete acompañado de
arroz.
—Yo tomaré lo mismo —dijo Peter.
Apreciaba a las mujeres que les gustaba comer.
—¡Qué compatibles sois! —comentó
Sabrina—. Hasta pedís la misma comida. ¿Vivís juntos?
—No —dijo La—. Yo vivo con mi tía.
—¿Con tu tía? ¡Qué mona! ¿Y qué le
parece a ella que estés con Peter?
—Está muy contenta.
—¿De verdad? ¿Después de lo que Peter le
hizo a tu padre?
Peter sintió que La se tensaba.
—No sé de qué estás hablando —replicó—. Peter
no tuvo nada que ver con el hecho de que mi padre dejara la empresa.
Desgraciadamente, resultaba evidente que
estaba fingiendo. Se le notaba la tensión en el rostro.
—Además, mi tía quiere que yo sea feliz
—añadió, tratando de arreglarlo—. Ella sabe que yo no he planeado esta
relación, y respeta mi decisión.
—¿No es maravilloso? —comentó Sabrina,
estudiando cuidadosamente a La. Resultaba evidente que sospechaba. La situación
iba empeorando por momentos.
Peter decidió que tenía que apartarla de
Sabrina. Justo en aquel instante, la orquesta comenzó a tocar.
—Cariño —dijo, levantándose y
ofreciéndole a La la mano—, es nuestra canción. ¿Nos excusas, Sabrina?
—Por supuesto —replicó ella con una
arrogante sonrisa.
Peter condujo a La a la pisra de baile.
La estrechó contra su cuerpo, y le susurró al oído:
—Creo que debería volver a besarte.
Si Sabrina quería un espectáculo, lo iba
a tener. Depositó un dulce beso sobre la mejilla de porcelana de La. Ella se
giró hacia él, y sus labios se rozaron. Una oleada de sensualidad los recorrió
a ambos. Peter se olvidó momentáneamente de lo que tenían entre manos, y la
besó apasionadamente, como si hieran de verdad amantes. De repente, La rompió
el beso. Parecía faltarle la respiración. Miró a Peter y, cuando él vio la
expresión de sus ojos, dedujo que tenían problemas.
—La —susurró, acariciándole suavemente
la mejilla—, ¿te encuentras bien?
—Lo siento —replicó ella. Antes de que Peter
pudiera detenerla, se dio la vuelta y echó a correr hacia la puerta.
¿Qué diablos estaba haciendo? Peter fue
tras ella. La alcanzó fuera del restaurante. La agarró del brazo y la obligó a
volverse.
—¿Qué demonios te crees que estás
haciendo?
—No puedo hacerlo —susurró. Estaba
temblando, y parecía a punto de echarse a llorar.
—A ver —dijo Peter, apartándola de la
puerta para que Sabrina no pudiera verlos—. Dime lo que pasa. ¿Acaso tienes
novio y te sientes culpable por lo que estamos haciendo?
—No. No hay ningún novio. Simplemente...
no estoy muy segura de cuáles son las reglas.
—¿Las reglas? —repitió él sin
comprender—. Mira, La. No estamos en un partido de tenis. No hay reglas. Cuando
Sabrina esté cerca de nosotros, yo te toco a ti y tú me tocas a mí. Eso es
todo.
Peter vio el gesto de dolor que se le
reflejaba en el rostro. ¿Acaso le resultaba tan repulsiva la idea de tocarlo?
—Sólo tienes que fingir que soy otra
persona, alguien a quien aprecies. Alguien a quien hayas visto en una película.
Demonios, no sé... Olvídate de mi rostro y limítate a responder a mis acciones.
Eso es todo.
—Lo intento, pero me resulta dificil.
—Maldita sea... —dijo Peter, cada vez
más lleno de frustración—. Déjame que te aclare una cosa. Yo tampoco estoy
disfrutando con esto, pero es una obligación. Has estado a punto de costarme mi
empresa, por lo que es mejor que te esfuerces todo lo que puedas para
recuperarla.
La no pronunció palabra. Lo miró con
todo el miedo y el odio a los que Peter ya estaba acostumbrado. Sin embargo,
por alguna razón, aquella mirada le dolió.
Tendría que haberse dado cuenta de que
le estaba pidiendo demasiado. Después de todo, La le odiaba. ¿Cómo había podido
pensar que era capaz de fingir otros sentimientos?
—Tendría que haberme imaginado que no
serías capaz de hacerlo —dijo, dándose la vuelta para dingirse hacia el
restaurante—. Regresa a la suite y espérame allí. Yo me ocuparé de Sabrina.
Aquellas palabras le sentaron a La como
un jarro de agua fría. ¿Que no podía hacerlo? ¿De verdad estaba dispuesta a
arriesgarlo todo porque no le gustaba el juego? Aquella situación era
simplemente una estrategia. El problema era que no podía dejar de desear que
fuera real. Con un beso y unas palabras amables, Peter había destruido el
escudo de papel tras del cual La protegía su corazón. La promesa de amor era
suficiente para hacer que se cuestionara lo más fundamental. Sin embargo, tenía
que superarlo.
Echó a correr detrás de Peter y le
agarró de la mano para que se detuviera. Entonces, tras mirarlo a los ojos, se
puso de puntillas y lo besó larga y lentamente, como si él fuera el hombre de
sus sueños y aquella fuera la oportunidad de una vida. Cuando terminó, se
apartó de él y le dijo:
—¿Mejor?
—Diría que sí —respondió. La respiración
se le había acelerado y los ojos le ardían.
—Puedo hacerlo —cljo La con una
sonrisa—. Vamos. Regresaron al restaurante. Su cena ya les estaba esperando,
pero no se veía a Sabrina por ninguna parte. Tras sentarse, Peter se tomó de un
trago la copa de champán y se sirvió otra.
—Ten cuidado, cariño —dijo ella,
inclinándose lo suficiente para mostrarle un poco el escote—. Ya sabes cómo te
pones cuando bebes...
La vio que él le miraba los pechos antes
de tomarse más champán.
—Allí está Sabrina —comentó La—. No sé
cómo pudiste estar con ella —añadió, mientras empezaba a comer.
—Creo que entonces era diferente. No
era... tan dura como lo es ahora.
—Vaya... Eso es probablemente lo que mis
antiguos novios dicen sobre mí.
—¿Y hay muchos?
—No, en realidad no.
—¿Por qué?
—Bueno... he estado muy ocupada.
—Una excusa, pero no está mal. Yo mismo
la he utilizado.
—Sin embargo tú sí sales con muchas
mujeres. Me da la sensación de que, cada vez que me vuelvo, alguien menciona
que estás con otra mujer.
—¿Es ésa la impresión que tienes de mí?
—En realidad no. ¿Estás con alguien
ahora?
—No.
Una inexplicable sensación de alivio le
recorrió las venas. ¿Por qué? Esperó a que él terminara de cenar. Entonces,
dijo:
—Vamos a bailar.
Le tomó de la mano y lo sacó a la pista
de baile. Le rodeó el cuello con los brazos y se comportó no sólo como si fuera
su pareja, sino como si le estuviera seduciendo.
—¿No vas a abrazarme tú a mí?
—¿Qué es lo que te pasa?
—No me gusta rendirme ante un desafio.
—Entiendo. Todo cambió cuando te dije
que te marcharas a la suite. La situación se había convertido en un desafio, y Lali
Espósito no se achanta ante ninguno. ¿Cómo lo has conseguido, La? ¿En quién me
has convertido? ¿Acaso finges que soy un actor famoso o...?
—André Agassi —respondió ella. La verdad
era que no tenía que fingir que Peter era otro hombre más que él mismo, pero no
estaba dispuesta a admitirlo.
—Un jugador de tenis, por supuesto.
Tendría que habérmelo imaginado —comentó con una sonrisa—. Tengo que admitir
que no eres lo que había imaginado. La. Jamás creí que me gustara pasar tiempo
contigo.
La sintió que el corazón le daba un
vuelco. ¿De verdad estaba disfrutando de su compañía?
—¿Forma esto parte de tu plan para
convencer a Sabrina? ¿Acaso has decidido seducirme con dulces palabras para que
yo me enamore perdidamente de ti?
—¿Crees que eso funcionaría? —replicó él
con una radiante sonrisa.
—Debería advertirte que sería más
difícil de lo que piensas —afirmó Lcssa, sabiendo que Peter estaba bromeando.
No podía ser de otra manera—. Yo nunca he estado enamorada.
—Es una pena...
—No estoy tan segura. He visto los
problemas que les ha causado a mis amigas.
—No todos las relaciones amorosas
terminan mal. Incluso aunque así sea... merece la pena.
Peter se puso a mirar de un modo extraño
hacia el frente. La supo que estaba pensando en la mujer que había amado hacía tantos
años.
—Lo siento —susurró, sintiendo la
necesidad de reconfortarlo.
Peter no respondió. Se limitó a
agarrarle la barbilla. Ella cerró los ojos para poder gozar más plenamente de
la caricia. Sintió que él la apretaba contra su cuerpo y que se inclinaba sobre
ella para besarla muy suavemente.
—¡Por fin os encuentro! —exclamó
Sabrina, interrumpiéndolos—. Me preguntaba si te importaría que te lo robara
durante un instante, La —añadió. Entonces, miró a Peter—. No te olvides de que
me prometiste un baile.
A La le pareció que lamentaba apartarse
de su lado. Cuando vio cómo Sabrina le rodeaba el cuello con los brazos y se
acurrucaba contra él, sintió celos. Celos auténticos.
¿Qué diablos estaba ocurriendo? No debía
sentir celos. De hecho, no debía sentir nada. Sólo era un fingimiento... Estaba
hablando de Peter Lanzani, el hombre que le había robado a su padre la empresa
de sus sueños. No había posibilidad alguna de que ocurriera nada entre ellos.
Nunca.
Sin embargo, no podía dejar de desear
que las cosas pudieran ser diferentes. No podía evitar disfrutar con sus besos
y esperar mucho más.
Al ver a Peter con Sabrina, La se sintió
de nuevo como una quinceañera, deseando a un hombre que ni siquiera sabía que
ella existía.
Si tenía que salir de la sala presa de
los celos, había llegado el momento. Tras mirarlos por última vez, se dirigió a
la puerta. Justo cuando cruzaba el umbral, sintió que una mano le agarraba del
brazo. Peter le dio la vuelta y, tomándola entre sus brazos, volvió a besarla
una vez más.
Se atraen mortalmente pero no son capaces de dar el brazo a torcer!
ResponderEliminarLALI esta mas k incomoda x esta situacion pero no hay otra salida.
ResponderEliminarLALITER tiene k cuidarse x k la tal Sabrina esta al pendiente de todo.
ME ENCANTOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO
MASSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSS
me encanto... Sube otro
ResponderEliminarmassssssss
ResponderEliminarmassssssss
massssssss
massssssss
Me encanto el capitulo perdón por no firmar siempre pero mis horarios me tienen algo apretada pero intentare firmar siempre, besos
ResponderEliminarCamila
mas nove
ResponderEliminar@arimurb
Me encanta la nove =)
ResponderEliminarMas nove
ResponderEliminarme encanto sube mas
ResponderEliminarsube +
ResponderEliminarSube más
ResponderEliminarMe encantaaaaaaaaaaaaaaa! Ame el final♥ Mas Angie, Maaas!
ResponderEliminar@Camhii_Infante
M
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A
A
A
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O
O
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A
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O
R.
LAli piensa k le cuesta fingir ,pero nada más lejos d la realidad.
ResponderEliminarawwww lastima q se digan tantas mentiras pq ya los dos estan muertos el uno por el otro jujuju yo si q me hubiera aprovechado de la mentira desde un principio pero me gusta como va la cosa en cuanto a lo de colocar cosas ps no se yo no uso mucho el chat de los blogs pero se q lo q le pongas le va a quedar bn
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