Capitulo 27

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Capitulo 27

Lali reaccionó sin pensarlo. Espoleó los flancos de Fuego Fatuo y la lanzó a pleno galope. La yegua voló cuesta abajo. Lali aferró las riendas y las crines de Fuego Fatuo en la mano izquierda, y se inclinó hacia la derecha.

El muchacho la vio llegar y comenzó a correr hacia ella con las manos extendidas. Lali rogó tener la fuerza suficiente para alzarlo. Dios atendió a sus ruegos. Con ayuda del niño, que se sujetó con todas sus fuerzas del brazo derecho de la joven, pudo alzarlo hasta que el chico logró pasar la pierna sobre el lomo de Fuego Fatuo.

Los dos corrieron para salvar la vida. Pocos minutos después el jabalí desistió de la persecución pero Fuego Fatuo aún estaba erizada de miedo y giró con brusquedad. Lali y el niño cayeron al suelo.

Lali aterrizó de costado, y el niño, encima de ella. El muchacho se apresuró a rodar, se puso de pie y trató de ayudarla a incorporarse.

Le tiraba del brazo derecho y Lali hizo una mueca de dolor.

—¿Estás lastimada? —le preguntó el chico, evidenciando el temor en un fuerte acento gaélico.

—Sólo un poco magullada —respondió Lali, en el mismo idioma. Lentamente se puso de pie y entonces vio que tenía el vestido desgarrado por el hombro.

Los dos estaban de pie en el centro de un claro estrecho. Lali temblaba de pies a cabeza.

—Estuvimos a un tris —afirmó— ¡Yo me asusté! ¿Y tú? —preguntó al niño, al ver que la miraba.

El muchacho asintió, y los dos sonrieron.

—Le dimos su merecido, ¿no? —dijo el chico, sonriente.

—Sí, le dimos su merecido —admitió Lali, pensando que era un muchacho encantador. Tenía largo cabello rojizo que se rizaba en torno del rostro angelical y la nariz llena de enormes pecas— Soy lady Lanzani —prosiguió— ¿Cuál es tu nombre?

—No debo decirlo —murmuró el niño—. No tendría que estar en las tierras de los Lanzani.

—¿Te perdiste?

El muchachito sacudió la cabeza.

—Lo dirías.

—No, no lo diré. Pero, ¿qué estás haciendo aquí?

El chico se encogió de hombros.

—Me gusta salir a cazar. Me llamo Lindsay.

—¿Y cuál es el nombre de tu clan?

—Lindsay —repitió—. Hablas en gaélico, pero con un acento raro. Tampoco llevas los colores de los Kincaíd.

—Soy inglesa.

El niño hizo un gesto de asombro.

—Soy la esposa de Peter Lanzani, Lindsay —le explicó—. ¿Cuántos años tienes?

—Este verano cumpliré nueve.

—Creo que tu madre debe de estar buscándote.

—Es mi padre el que me buscará. Estará preocupado —agregó—. Será mejor que me vaya a mi casa.

Lali asintió y se abstuvo de sonreír, pues en ese momento la expresión del niño era grave.

—Me has salvado la vida —dijo el muchacho—. Mi padre tendrá que recompensarte.

—No —replicó Lali—. No tiene que recompensarme. Tienes que prometerme que nunca más saldrás a cazar solo. ¿Me das tu palabra?

El niño asintió y Lali le sonrió.

—¿Quieres que te acompañe a tu casa?

—Si me acompañaras, te retendrían. Estamos en conflicto con los Lanzani —le explicó, con aire práctico.

—Entonces, ten cuidado —le aconsejó—. Date prisa. Me parece oír que alguien viene.

Antes de que Lali hubiera dado un paso hacia Fuego Fatuo, el niño había desaparecido tras la hilera de árboles.

Lali estaba sola en el centro del claro cuando Peter y el potro irrumpieron por entre las ramas. El hombre sintió tal alivio al verla que frenó al caballo y se quedó inmóvil, contemplándola, mientras se calmaba su respiración agitada.

Peter no supo sí Lali estaba perturbada pues tenía la cabeza gacha. Comprendía que la había aterrorizado pues la expresión de Lali cuando le gritaba se lo demostró.

Rogó al cielo que hubiese superado el temor... y las lágrimas. También las advirtió cuando Lali pasó junto a él con la moneda en mano.

¡Diablos tendría que disculparse! Representaba un esfuerzo para Peter, pero se propuso intentarlo. Se esforzaría por ser sereno... y razonable.

En ese momento advirtió que Lali tenía hojas en el cabello y un desgarrón en el vestido.

—¿Qué demonios ha sucedido? —gritó—. ¿Acaso alguien...?

Antes de que Lali pudiese responder Peter se había apeado y corría hacia ella. Lali se apresuró a dar un paso atrás.

—No me ha pasado nada —aseguró.

—No me mientas. —La sujetó de los brazos y la estrechó contra el pecho.

—Tú me mentiste a mí.

—No lo hice —respondió el hombre, recuperando una vez más la calma.

—Perdiste la paciencia conmigo.

—¡Tu mandaste que mis hombres tiraran abajo una pared de mi casa! —dijo el hombre.

—Dijiste que podía reacomodar las cocinas —murmuró Lali—. En el invierno, Frieda, Hessie y todas las demás criadas tienen que caminar con la nieve hasta las rodillas para llevarte la cena. Peter, sólo trataba de hacer lo correcto. Me pareció sensato adosar la construcción a la parte trasera del castillo. Pero no me dejaste que te lo explicase.

Peter cerró los ojos pidiendo paciencia a los cielos. No podía soltarla el tiempo suficiente para regañarla.

—Perdí el control —admitió—. Y estoy furioso contigo.

—¿Por el agujero en el muro?

—No —le dijo Peter—. Porque te asustaste de mí. ¿Creíste que te lastimaría?

—No —respondió Lali, rodeándole la cintura con los brazos y aflojándose contra él—. Me avergonzaste. Un esposo no debería gritarle a su esposa.

—En adelante, trataré de recordar esa indicación —prometió Peter—. Lali, habrá ocasiones en que vuelva a olvidarlo.

—Supongo que tendré que acostumbrarme. Tus gritos son capaces de tumbar un pino. Pero la mayor parte son apariencia, ¿no es así, Peter?

Peter apoyó la barbilla sobre la cabeza de la mujer mientras trataba de decidir si dejaría pasar ese pequeño insulto.

—El padre Jasper me dijo que pretendías regresar a Inglaterra. ¿Eso era lo que te proponías?

—Me echaste —le recordó la joven.

Una sonrisa borró el ceño de Peter.

—Quise decirte que te fueras del salón, Lali, no de Escocia.

—Quería irme por un tiempo, esposo. A decir verdad, no me adapto bien.

Parecía muy acongojada.

—Sé que te costará creerlo, pero allá, en mi patria, le agrado a las personas. ¡Es cierto! No estoy acostumbrada a que me consideren inferior, Peter. Eso requiere cierto esfuerzo de adaptación. Tus soldados estaban esperando para delatarme, ¿no es así? No les agrado más de lo que te agrado a ti.

De súbito Lali estalló en lágrimas.

—Oh, doy lástima, ¿verdad? ¿Por qué te has tomado la molestia de venir a buscarme?

—Lali, los soldados esperaban la oportunidad de defenderte —afirmó—. Son tan leales hacia ti como tú lo eres hacia mí, esposa.

La apartó para que viera que hablaba en serio, pero eso fue su perdición, pues al ver que las lágrimas corrían por las mejillas de Lali el control lo abandonó.

—He venido por ti porque me perteneces. Lali, nunca más trates de abandonarme porque entonces sí me verás enfadado. Mi amor, deja de llorar. No quise...

No pudo continuar, pues le temblaba la voz. Peter se inclinó y besó la frente de su esposa. Lali se enjugó los ojos con el dorso de las manos. Comenzaba a palpitarle el brazo por el magullón y eso le recordó lo sucedido.

—Me caí del caballo —confesó.

—Ya lo sé.

Era el turno de Peter de estar acongojado. Lali sonrió.

—Peter, en realidad soy muy diestra, pero un jabalí asustó a Fuego Fatuo y...

Al ver el entrecejo fruncido de Peter, Lali abandonó la explicación.

—No importa —dijo—. Peter, cuando los esposos han tenido un desacuerdo, es costumbre que se den un beso al reconciliarse.

—Pero la esposa tiene que llevar el manto con los colores del esposo —repuso Peter—. Aunque si la mujer no llevara nada puesto, yo no quebraría mi palabra.

Lali no comprendió lo que quería decir hasta que Peter le levantó el vestido por encima de la cabeza y lo arrojó al suelo.

—No pensarás... hacer... —tartamudeó, dando un paso atrás.

—¡Sí que lo pienso! —dijo Peter, dando un paso adelante.

Cuando Peter se abalanzó hacia ella, Lali rompió a reír y, dándose la vuelta, corrió hacia los árboles.

—¡Estás loco, Peter! —gritó sobre el hombro—. ¡Es pleno día!

Peter la atrapó por atrás y la atrajo hacia sí.

—Hay niños por aquí —señaló Lali.

Peter frotó la nariz en el cuello de la mujer.

—Quieres un buen beso, ¿no es así?

—Esto no es nada correcto —respondió la mujer. Se le cortó el aliento y la recorrió un temblor cuando Peter le mordisqueó la oreja, mientras le murmuraba con todo detalle las cosas que pensaba hacerle.

Lali se relajó en los brazos de él. Peter apoyó la espalda contra el tronco grueso de un árbol y colocó a la esposa entre sus muslos. Se demoró desnudándola, sin hacer caso de la endebles protestas de Lali, y cuando terminó, la empujó sobre su miembro erecto. Le rodeó los pechos con las manos y acarició lentamente los pezones con los pulgares.

Al oír que Lali lanzaba un suave gemido, Peter supo que se había rendido.

—Ahora voy a demostrarte lo inferior que te considero —murmuró.

—¿Eso harás? —preguntó Lali, jadeando. Peter acababa de mover la mano entre los muslos de la mujer.

Gimió de placer al sentir su calor. Ya estaba caliente y húmeda para él.

—Besaré cada centímetro de tu cuerpo —le prometió.

Por fin, la hizo volverse. Las bocas abiertas se encontraron en un beso arrasador. Lali le rodeó el cuello con los brazos y frotó los pechos contra el manto. Peter apartó la boca y se desnudó en pocos instantes. Hizo girar a Lali hasta que quedó apoyada contra el árbol, de cara a él, y bajó la cabeza hacia el valle entre los pechos de la mujer. La enloqueció con la lengua. Le masajeó los pechos con las manos y, por fin, atrapó uno de los pezones en la boca: un tormento maravilloso para la mujer. Lali gritó de placer, aferrándose de los hombros de Peter para sostenerse. Peter hizo lo mismo con el otro pecho y luego fue depositando una estela de besos ardientes en dirección al estómago.

El hombre hizo que Lali olvidara respirar. Se arrodilló frente a ella, sujetó en las manos las nalgas suaves, y la atrajo con rudeza hacia su propia boca abierta.

La muchacha ya no pudo pensar. La lengua del hombre encendió en ella la pasión apretando, saliendo y entrando hasta que Lali gimió, rogando alivio para esa dulce tortura. Cuando Peter se puso de pie, cara a cara con ella, Lali le rogó que no se detuviese en ese momento. Trató de atrapar la boca de Peter en procura de un beso largo y ardiente, pero el hombre se echó atrás. De súbito, Peter le agarró el pelo, lo retorció en tomo del puño, y tiró de Lali hacia adelante.

—Nunca más trates de abandonarme.

No le dio tiempo de responder. Con la boca abierta, devoró la de Lali. La penetró con la lengua y la joven se derritió. Peter la alzó y le separó los muslos con un movimiento vigoroso. Lali enlazó las piernas alrededor de él.

—Peter —exigió, casi gritando al verlo vacilar.

—Promételo —dijo la voz áspera en el oído de la mujer.

La agonía de esa voz penetró a través del ensueño erótico.

—Lo prometo —murmuró.

Peter lanzó un gruñido de aprobación y luego la penetró con una embestida enérgica. Mientras le murmuraba palabras de amor en el oído, se retiró y volvió a penetrarla.

Lali se aferró al hombre canturreando su propia melodía de amor, y cuando supo que iba a alcanzar el clímax, gritó el nombre del esposo.

Una vez agotada la pasión los dos se rindieron por entero. Peter permaneció dentro de la mujer largo rato. No se movió, aun cuando la respiración ya se había hecho regular y el corazón no latía enloquecido. No quería perder el aroma del amor, no quería dejar de abrazarla.

Por primera vez en la vida, Peter estaba contento. Y si bien comprendió lo que eso significaba se rebeló contra esa verdad. “Es demasiado pronto” se dijo. “Demasiado. Me debilitará, me hará vulnerable... No estoy preparado.”

Lali sintió que Peter se ponía tenso. La apoyó de espaldas sobre el suelo, y se apartó para recoger las ropas de los dos. Lali sólo vio un atisbo de la expresión sombría del marido.

—¿Peter? —murmuró— ¿Acaso no estás satisfecho?

Peter respondió de inmediato ante la angustia que se reflejaba en la voz de Lali.

—Me has complacido mucho, esposa —dijo, con voz ronca de emoción.

Lali no hizo ninguna otra pregunta hasta que los dos estuvieron vestidos.

—¿Por qué estás ceñudo? Si es verdad que te he hecho feliz...

—Es porque tú me dijiste que te sentías inferior. Quiero que nunca jamás vuelvas a pensar algo tan ridículo, esposa. ¿De dónde rayos has sacado una idea tan absurda...?

—Tú me lo dijiste —le recordó, perpleja.

Peter tuvo la audacia de asombrarse y Lali, a su vez, abrió los ojos sorprendida.

—También me dijiste insignificante. ¿No lo recuerdas, Peter?

Peter se encogió de hombros. Fue en busca de los caballos, pero ya no fruncía el entrecejo sino que sonreía; su mujercita parecía indignada.

—¿No puedes recordar tus propias opiniones?

—No son opiniones —dijo Peter, sobre el hombro—. Son insultos, mi amor.

—Entonces, ¿admites haberme insultado? —gritó Lali, corriendo hacia él.

—Por supuesto.

Lali lanzó un juramento muy poco digno de una dama, y Peter soltó una carcajada.

La muchacha estaba más horrorizada por su propia blasfemia que su esposo, y se disculpó una y otra vez. Peter se rió de ella.

Lali estaba desconcertada. Le dio la espalda a su marido y caminó hacia Fuego Fatuo. Peter Lanzani era el hombre más imposible del mundo. ¿Acaso no comprendía cuánto deseaba ella oírle decir que la quería?

Lali montó sobre su yegua y tomó las riendas y, de pronto, recordó la exigencia de Peter de que jamás lo abandonase.

¡Sí, la quería! Se volvió hacia su esposo con la intención de gritárselo, pero la sonrisa arrogante de Peter la hizo desistir. Supuso que no tenía conciencia de sus sentimientos, y que si Lali tenía la audacia de espetárselo, se pondría furioso.

Lali soltó una carcajada sonora. Peter tendría que acostumbrarse, y entonces comprendería que estaba bien enamorarse de la esposa.

Antes de que Peter pudiese interrogarla, Lali espoleó a Fuego Fatuo. Peter le arrebató las riendas y movió la cabeza. Lali lo miró resignada.

—Mi amor, escúchame con atención. Arriba —dijo, señalando detrás de sí— están las tierras Lanzani. Hacia abajo, Inglaterra. ¿Entiendes?

Lali se mordió el labio para no sonreír.

—Lo entiendo —aceptó al fin, al ver que Peter seguía mirándola.

El hombre lanzó un suspiro, y tiró de Fuego Fatuo para hacerle cambiar de dirección.

—No, no entiendes, mi amor —murmuró.

Entonces sí, Lali sonrió. ¡Señor, qué bien se sentía! Ya no le importaría si en adelante Peter perdía la paciencia. Y sin duda no le molestaban sus insultos, pues comprendía que era la manera que Peter tenía de ocultar sus propios sentimientos. No, no le molestaba en absoluto la conducta contradictoria de su esposo.

El motivo era fácil de entender:

Peter acababa de llamarla “mi amor”.