Capitulo 28

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Capítulo 28

Cuando regresaron a los establos, Peter estaba ceñudo. Lali, sonriente. Victorio y el sacerdote, de pie en los escalones de entrada al castillo, los observaban.

—Lali está dándole qué hacer —comentó Victorio.

—Yo la oí amenazar con clavarle una daga a uno de los McPherson —agregó el padre Jasper.

—Lo hizo —remarcó Victorio—. ¡Hay que ser valiente para amenazar al viejo guerrero y a sus hombres como ella lo hizo!

—¿Por qué crees que fue sólo una amenaza?

—Bueno, estoy seguro. Es imposible que sepa arrojar una daga.

—Eres muy parecido al señor, Victorio, pues aceptas todos sus juicios. Peter ya ha sacado sus propias conclusiones con respecto a lady Lali. En tu lugar, yo tendría una mente más abierta. Si Lali afirma que es capaz de clavarle un puñal a una persona, yo considero que se cree capaz de hacerlo. Debe de haber tenido que proteger a alguien. Sí, es mucho más diestra de lo que la consideráis tú y Peter. Recuerda lo que digo, muchacho.

—Peter se queja de que es demasiado tierna —replicó Victorio.

—También es fuerte —repuso el padre Jasper—. Y tampoco se adaptará tan apaciblemente como Peter supone. Las chispas acaban de empezar a volar.

Tanto Victorio como el padre Jasper se volvieron para observar cómo Peter ayudaba a su esposa a desmontar. Peter sostuvo a Lali más tiempo de lo necesario, y por el modo en que los dos se contemplaban, ni el clérigo ni el soldado quisieron interferir. Los dos hombres se dieron la vuelta y se alejaron, sonriendo como tontos.

Peter sabía que tenía que retornar a sus tareas, pero no pudo resistir la tentación de rozar otra vez la boca de Lali con la propia. Si Donald no hubiese interrumpido, la habría besado nuevamente. Peter le entregó las riendas de Fuego Fatuo. Lali lo saludó con un gesto y comenzó a alejarse.

—¿Adónde vas ahora? —le preguntó Peter, sólo para retenerla un instante más.

—A cambiarme el vestido roto —respondió Lali—. Pero antes tengo que conseguir unas velas.

Peter quiso acompañarla, pero Donald lo hizo cambiar de idea.

—Peter, ¿puedo hablar con usted?

—¿De qué se trata? —preguntó Peter, al tiempo que llevaba al potro al interior del establo.

—Se trata de la yegua de la señora —comenzó Donald—. No me agrada molestarlo con un problema tan insignificante, pero no sé cómo tratar a este animal tan tozudo. No come. Y si sigue intentando salir de su pesebre, se romperá una pata. Ya ha roto tres tablas.

—Ponla en otro pesebre —sugirió Peter.

—Ya lo he intentado —respondió Donald.

Peter oyó a Fuego Fatuo pateando las tablas y condujo al potro hacia el pesebre dañado. En cuanto Peter se acercó y la acarició, la yegua de Lali se tranquilizó.

—Ahora está tranquila —dijo, sonriente.

—Es porque el potro negro de usted está cerca de ella —respondió Donald—. Cuando puede verlo u olerlo, se calma. Está acostumbrada a él. Milord, ¿qué le parece si los ponemos juntos?

—Mi caballo la mataría.

—No lo creo —se apresuró a decir Donald—. Y si sigue sin comer, se enfermará.

Peter decidió probar de inmediato la sugerencia de Donald. Si el potro trataba de lastimar a Fuego Fatuo, él podría intervenir antes de que le hiciera mucho daño.

En cuanto el enorme potro negro entró en el pesebre de Fuego Fatuo, se puso a comer el alimento de la yegua sin prestarle atención. Fuego Fatuo se rebeló contra la invasión de su territorio, pero el potro estableció rápidamente su superioridad lanzando un relincho agudo que hizo sonreír a Peter. El caballo dilató las narices y lanzó una fuerte patada a los cuartos traseros de la yegua. Fuego Fatuo se amilanó. Ya no tenía sitio para retroceder, pero de todos modos lo intentó varias veces. El potro la dejó hacerlo y, por fin, Fuego Fatuo dejó de lado la bravata y compartió el alimento con el macho. Sólo en una ocasión intentó empujar al potro.

—Mi caballo es tan posesivo como yo —señaló Peter.

—¿Cómo dice, milord? —preguntó Donald, confundido por el comentario.

—No tiene importancia —dijo Peter. Sonrió, pensando en Lali. Entonces, recordó el comentario del padre Jasper de que Lali quería un dormitorio propio—. ¡De ninguna manera! —murmuró, pensando que la yegua era más sensata que su propia ama.

Peter no quería dejar pasar la cuestión por alto y hablaría de inmediato con Lali. La esposa sólo dormiría en la cama de Peter. Pero no sería rudo en el regaño pues no quería que Lali llorase otra vez. Sin embargo, se mantendría firme y, como decía Lali, eso era todo.

Lali no tenía idea de la preocupación que provocaba al esposo. Lo comprendió al ver que había tomado la dirección equivocada. Después de una agradable conversación con el herrero, decidió conocer a los moradores de las otras cabañas agrupadas junto al muro trasero.

—Todos están comiendo —le informó el herrero.

—Henry, ¿cree que podré echar un vistazo al interior de cada choza? —preguntó.

—Por supuesto señora —afirmó el hombre calvo—. Se sentirán honrados cuando le diga que usted tiene interés en conocerlos.

Lali no se dio prisa en ascender la falda de la colina. Se detuvo para recoger flores silvestres de dulce perfume que crecían cerca del muro, y luego siguió su camino. Creyó oír un ruido detrás de ella y se volvió para saludar a la persona que se acercaba.

Pero no había nadie, y pensó que el viento la había engañado.

Lali miró hacia el interior de la cabaña del cantero, caminó hasta la última choza, la curtiduría, y se asomaba a ella cuando recibió un fuerte golpe en la espalda. El ataque fue tan súbito que la hizo caer de rodillas. La puerta se cerró de golpe, y Lali ahogó una exclamación incrédula.

La choza no tenía ventanas, y dentro estaba oscuro como boca de lobo. Murmurando una maldición, comenzó a tantear el suelo de tierra, buscando las flores que se le habían caído.

Lali creyó que el viento había empujado la puerta sin darle tiempo de salir.

Desistió de seguir buscando las flores en la oscuridad; se puso de pie y se sacudió el polvo de la falda.

“Si ahora me viese Peter, pensaría que soy tan torpe como un potrillo recién nacido”, pensó.

Aún no había tomado conciencia del peligro, y no se asustó hasta que olió el humo. Intentó abrir la puerta pero no cedió.

No se dejó dominar por el pánico. Golpeó la puerta con todas sus fuerzas, gritando el nombre de Peter. La pequeña choza estaba convirtiéndose en un infierno. En menos de un minuto, todo el tejado estaba en llamas.

Los gritos de la muchacha pronto se convirtieron en toses débiles. Un trozo de madera cayó cerca de los pies de Lali.

La joven se apartó, sorprendida de que algo tan simple se hiciera tan difícil. Contempló fascinada la rosa de tallo largo que sostenía, hasta que el calor comenzó a rizar los bordes de los pétalos.

Las llamas se abrían paso hacia la muchacha. La choza se llenó de humo y se hizo difícil soportarlo.

Lali cayó, jadeando y sintió la frescura del suelo de tierra en el rostro.

Se negó a creer que iba a morir. Peter llegaría a tiempo para salvarla. Había prometido protegerla.

“¡Dios, haz que se dé prisa! ¡No dejes que quede solo otra vez! Me necesita. Aún tiene que decirme que me ama”, pensó.

¿Y dónde diablos estaría?

De súbito, Lali se puso furiosa. Una vez que la salvara, le daría un buen sermón acerca de los méritos de ser rápido.

¡Señor, estaba perdiendo la cabeza! La explosión de furia le arrebató las últimas fuerzas. Lali cerró los ojos y comenzó a Orar.

A través del humo, le llegó el grito angustiado de Peter, y Lali forzó una sonrisa débil. “Gracias”, le murmuró al Creador.

Peter acababa de emprender el camino colina arriba cuando oyó los gritos y entonces vio las llamas en el tejado de la cabaña. Contuvo el aliento y comenzó a correr. Cuando alcanzó a Victorio, estaba enfurecido. Sabía que Lali estaba dentro. Lo sabía.

Peter y Victorio llegaron a la choza al mismo tiempo. Los dos vieron el tronco apoyado contra la puerta. Victorio lo quitó de un puntapié en el mismo momento en que Peter derribaba la puerta y la arrojaba al suelo.

El terror le dio fuerzas renovadas. Y cuando vio a Lali, la furia lo consumió de tal modo que su bramido atormentado casi tiró abajo las paredes de la choza.

Antes de que las paredes se derrumbaran, Peter había sacado a Lali afuera y la tenía en los brazos. Se arrodilló en el suelo protegiéndola con los brazos, temeroso de respirar hasta asegurarse de que la mujer también respiraba. La tos desgarradora de Lali tendría que haberle demostrado que estaba viva, pero la mente de Peter estaba demasiado aturdida por el miedo para pensar con claridad.

Le llevó largo rato recuperar cierto grado de calma. Victorio se arrodilló junto a él.

—Peter, déjale un poco de aire —murmuró, sin reconocer su propia voz.

Lali abrió los ojos y vio el rostro angustiado de su esposo sobre ella. Intentó sonreírle entre las lágrimas. Cuando se le aclararon un tanto las ideas, advirtió que Peter también tenía los ojos húmedos. Pensó que el humo debió de haberle afectado a los ojos.

Cuando estiró la mano para acariciar la frente de su esposo advirtió que aún aferraba una de las flores marchitas. La soltó, y comenzó a acariciar la frente de Peter.

Al mismo tiempo, Peter tocó la frente de Lali.

—Te prometí que nunca te dejaría. —La voz de Lali sonó como la de un anciano gruñón.

—No te lo permitiría. —La voz de Peter sonó como las hojas secas al ser pisoteadas.

Los dos sonrieron.

—¿Estás bien ahora, Lali? ¿No estás herida? —La expresión cariñosa que asomó a los ojos de Peter asombró a Lali.

—Sabía que me salvarías.

—¿Cómo lo sabías?

—Porque te importo, Peter Lanzani.

Lali había imitado a la perfección el acento de Peter, y el hombre asintió, complacido con la respuesta. Se puso de pie, manteniendo la cabeza de Lali bajo su propia barbilla. Cuando se volvió para descender la colina vio que se había reunido una multitud de soldados.

—El accidente no la ha afectado —exclamó.

Lali intentó apartarse un poco para hacer un gesto a los soldados, pero Peter le incrustó la cabeza otra vez con fuerza contra su pecho en un abrazo de oso.

Sin querer, la hizo toser nuevamente. Dichosa, Lali pensó: “Este hombre no tiene conciencia de su propia fuerza”. Tampoco comprendía lo reveladoras que eran sus acciones.

Lali lo sintió temblar. Y mientras esperaba a que fuese a salvarla, lo oyó gritar el nombre de ella. Quisiera o no admitirlo, Peter comenzaba a amarla, aunque fuese un poquito.

Ese descubrimiento hizo olvidar a Lali ese choque con la muerte.

—Te has tomado tu tiempo para venir a rescatarme, Lanzani —le dijo.

—¡No es así! —le replicó Peter, sonriente—. Corrí como el demonio.

—A fin de cuentas, no soy tan carente de importancia para ti, ¿no es cierto?

No le respondió hasta que llegaron a la entrada del castillo.

—No, no lo eres.

Tras un prolongado momento, Lali comprendió que Peter no le diría nada más pero, aun así, estaba muy complacida con él. “Mordisco a mordisco”, se recordó. Eso era lo que le había dicho ella misma al padre Jasper cuando le aseguró que podría comerse un oso gigante, y así conquistaría a Peter Lanzani. Volvió a reír, pero esta vez, de su propia tontería. ¿Cómo era posible que le hubiera llevado tanto tiempo comprender que necesitaba el amor de Peter tanto como él necesitaba el de ella?

—Lady Lanzani, ¿cómo puedes reír? —preguntó Victorio. Hizo abrir las puertas y siguió a la pareja adentro—. Yo todavía estoy temblando de ira.

—Me reía porque acabo de comprender algo muy importante —respondió Lali—. No será un mordisco a mordisco, sino beso a beso, ¿sabes? Hay una gran diferencia. Y no explicaré nada más.

—Sin duda, el humo le ha afectado a la mente —intervino Peter, sacudiendo la cabeza.

—Victorio, ¿por qué estás tan furioso? —preguntó Lali, mirando por encima del hombro de Peter el rostro del soldado—. No creerás que esto ha sido culpa mía, ¿no?

Antes de que Victorio pudiese responder, Lali se volvió hacia Peter.

—El viento provocó el accidente, marido. Era tan fuerte que empujó la puerta contra mi espalda. Sin duda, era muy fuerte —continuó, al ver que los dos hombres la miraban incrédulos—. Y aullaba. ¿Sabéis que sonó como si alguien estuviese riéndose de mí? Peter, ¿por qué tienes esa expresión escéptica? ¿No me crees?

—Te creo —le dijo Peter.

—Sabemos que no ha sido por tu culpa, milady —intervino Victorio—. La puerta fue... —Al ver un gesto de Peter, no concluyó la explicación.

—¿Qué pasaba con la puerta, Victorio?

—Estaba atascada, eso —barbotó Victorio.

—Sí, así fue —admitió Lali.

—Victorio, ve a ordenar el baño para Lali. Luego, regresa a la colina y comienza a interrogar a los criados. Sin duda, alguno de ellos nos dará una respuesta importante.

Peter llevó a Lali al otro lado de la mampara, y la dejó con suavidad sobre la cama.

—Después del baño, te quedarás en la cama el resto del día —le ordenó.

—¿Por qué?

—Porque necesitas recuperarte —le explicó Peter.

—Ya me he recuperado —protestó Lali.

La obstinación de la mujer hizo que Peter sacudiera la cabeza.

—Muchacha, en este momento tendrías que estar llorando, y no sonriéndome con dulzura. ¿Acaso no sabes lo frágil que eres?

—¿Tengo que quedarme en cama porque soy frágil? ¡Peter, eso no tiene sentido!

Se sentó en el borde de la cama con el rostro manchado de tierra, el cabello enredado, las manos sucias apoyadas con gracia sobre el regazo. A Peter le pareció bellísima. Las criadas entraron llevando cubos con agua, y Lali las saludó a todas alegremente. No sólo recordaba los nombres de las criadas sino también los de los hijos y los maridos. Peter estaba impresionado: la memoria de Lali era notable. Al preguntarle a cada mujer por los parientes, les demostraba aprecio.

Peter advirtió que las mujeres trataban a Lali con el mismo afecto.

¡Si hasta la vieja Hessie, la cocinera principal, de eterna expresión agria, le sonreía al ama!

—¿Estará usted levantada para dirigir a los hombres en los... trabajos de la cocina? —preguntó, tras lanzar una mirada tímida al señor.

Lali mantuvo la sonrisa.

—Hessie, mi esposo ya ha visto la brecha —murmuró—. Y no tengo intenciones de abandonar el trabajo. Yo...

—Yo me ocuparé de eso —aseguró Peter.

—¿En serio?

Lali se mostró en extremo complacida, y Peter se preguntó si ese no sería el propósito de su esposa desde el comienzo.

—Pablo puede dirigir a los soldados después de que yo le explique lo que quiero que se haga —afirmó Peter, subrayando el “yo”, pero la sonrisa de Lali le demostró que, aun así, la esposa se salía con la suya—. Hasta que el salón esté terminado, cubriremos el hueco con tablas.

—¿El salón? No entiendo —admitió Lali.

—No quiero que la cocina esté directamente comunicada con el salón —repuso Peter—. Si así fuese, al mediodía el humo llenaría el salón. Haremos un pasillo cubierto para comunicar los dos edificios. ¿Eso te satisface?

Supuso que no, pues le dirigió una expresión dubitativa.

—¿Cómo sería ese pasillo de largo?

—No muy largo —prometió Peter, asombrado de sí mismo.

Entonces sí, Lali asintió, satisfecha.

—Ya ves, Hessie —afirmó—. Te dije que Peter comprendería que este cambio era necesario. —Advirtió el ceño del esposo y se apresuró a agregar—: Todo lo referido al clan es importante para él. —Luego le dijo a Peter—: Le dije a Hessie que, para ti, los soldados y los criados tienen la misma importancia.

Fue el turno de Lali de asombrarse.

—Eso es verdad —dijo el hombre—. No era necesario que se lo dijeras a Hessie —señalando a la criada con un gesto—. Ella sabe cuánto vale.

Al instante, la criada irguió los hombros con aire orgulloso. Luego, hizo una reverencia y salió.

—Ahora toma tu baño, esposa antes de que el viento enfríe el agua —dijo Peter.

Peter no abandonó la sonrisa hasta que pasó al otro lado de la mampara, y entonces dejó de fingir. Comenzó a pasearse frente al hogar, tratando de hallarle un sentido a esa atrocidad. ¡Era verdad; alguien había intentado matar a su preciosa Lali! ¡Si no hubiese llegado a tiempo...! Si se hubiera quedado un minuto más en los establos...

—Peter, nadie ha visto nada.

Peter dejó de caminar cuando Victorio le habló.

—Baja la voz —le ordenó—. No quiero que Lali escuche esta conversación.

—Lali ya está escuchando —gritó la aludida desde el otro lado de la mampara.

Peter no ocultó su exasperación y se acercó más a Victorio.

—Lali, no escuches —gritó.

—No puedo evitarlo —contestó Lali— Peter, ¿has notado que no tenemos la menor intimidad? Le pregunté al padre Jasper si creía que podía trasladar nuestras cosas a una de las habitaciones de arriba. ¿Te lo ha dicho?

—Tendrías que haberme preguntado a mí.

—Estabas ocupado.

—Desde luego no parece que acabara de pasar por un incendio, ¿no crees, Victorio?

—Es mucho más fuerte de lo que imaginamos —le dijo el amigo en tono suave—. Después de todo, podría ser que el padre Jasper tuviese razón— Victorio habló en voz baja para que el ama no lo oyese pero fue inútil.

—Claro que el padre Jasper tiene razón, Victorio —canturreó Lali—. No olvides que es un hombre de Dios.

—¡Lali!

—Peter, en cuanto me respondas, me taparé los oídos para no escuchar la conversación. No dudo de que mi deseo te parecerá razonable. Nosotros podríamos mudamos arriba antes de que...

—¿Nosotros?

—Claro, por supuesto —exclamó la joven.

Peter rió. A fin de cuentas, no pretendía una habitación para ella sola. Se dijo que nunca había pensado que Lali abrigara una intención tan cruel. Lo que sucedía era que su esposa tampoco le había explicado qué era lo que pretendía.

—Mañana nos trasladaremos arriba —le respondió.

—Gracias, Peter.

—Una esposa no necesita dar gracias a su marido. Vamos, ocúpate del baño y no me interrumpas más.

Peter empleó el tono más duro de que fue capaz, pero la carcajada de Lali le demostró que no fue suficiente. Desilusionado, dejó caer los hombros.

—Dime qué has averiguado —le pidió a Victorio, apoyándose otra vez contra la repisa de la chimenea.

—Henry sostuvo una larga conversación con Lali y luego volvió a sus tareas. Como sabes, nuestro herrero no tiene muy buen oído. Dijo que estaba trabajando y no oyó a nadie llegar ni irse. Interrogué a todos, Peter.

Victorio movió la cabeza.

—Todos estaban almorzando.

—Alguien tuvo que haber visto...

—Peter, la colina estaba desierta —lo cortó Victorio—. ¿Por qué no quieres decírselo a Lali?

—No quiero afligirla —admitió Peter.

—Necesita estar sobre aviso.

—No, nosotros la cuidaremos. Sólo se lo diré cuando descubra quién ha sido. No la dejaremos sola otra vez. Cuando yo no pueda estar con ella, lo haréis Maxi o tú.

Victorio asintió.

—Yo tampoco quisiera asustarla —murmuró—. Le he cobrado afecto —admitió—. No puedo creer en este acto malvado.

—Es uno de nosotros —afirmó Peter—. ¡Y cuando lo descubra...!

En ese momento, les llegó la voz de Lali que cantaba para sí mientras se bañaba una balada inglesa bastante maliciosa, que provocó sonrisas y cejas alzadas en el admirado público.

—Se comporta como si no hubiese sucedido nada extraordinario —señaló Peter, sacudiendo la cabeza extrañado.

—Yo entiendo por qué quiere tener el dormitorio arriba... —dijo Victorio—. A decir verdad, milord, se escucha hasta el menor sonido.

Peter asintió.

—Que nadie entre en el salón —le ordenó, mientras se apartaba del hogar.

—¿Dónde vas, Peter?

—A la cama.

—¿A la cama? —repitió Victorio, sin poder creerlo—. Todavía no es mediodía.

Peter dirigió una expresión irritada a su segundo jefe.

—Ocúpate de que no me molesten —dijo Peter.

Por fin, Victorio entendió, y caminó sonriendo hacia la entrada con la intención de montar guardia ante las puertas dobles.

—Que descanses bien, Peter —le gritó en tono divertido.

Lali había concluido el baño y estaba de pie en la bañera cuando Peter pasó al otro lado de la mampara. En cuanto lo vio, Lali ahogó una exclamación y se sentó otra vez, tratando de cubrirse los pechos con las rodillas alzadas.

—No estoy vestida —le informó. Era obvio.

Peter no detuvo su avance. De súbito, Lali sintió que la alzaba contra su pecho y se volvía con ella en los brazos. Antes de que atinara a preguntarle qué diablos estaba haciendo, el hombre la había tendido sobre la cama. No tuvo tiempo de ruborizarse siquiera. Peter le sujetó las manos encima de la cabeza y la cubrió con su propio cuerpo.

No la besó, sino que se conformó con sonreírle con esa expresión de pilluelo en el rostro.

El pecho desnudo de Peter entibiaba los pechos de Lali, los muslos con los muslos, y la joven no podía dejar de frotar los dedos de los pies contra las piernas del hombre.

Peter se había quitado las botas, y Lali registró ese hecho en su mente aturdida, y comprendió que tal vez su esposo quisiera hacerle el amor.

—Peter, ¿estás pensando lo que yo creo?

—Ahora estás usando mi manto —repuso el hombre—. Eso es lo que pienso.

—No estoy usando nada —murmuró la mujer.

—Sí. Tienes la espalda apoyada sobre el manto de la cama, y yo te cubro el frente con el mío. Sí, no cabe duda de que estás usando mi manto.

Lali no fue capaz de contradecirlo.

—Esposo, ¿así es como piensas hacerme descansar? —preguntó en tono provocativo.

Peter asintió, y la decepción de Lali no pudo ser más evidente.

—Descansarás —le dijo el hombre.

—No estoy en absoluto cansada.

—Lo estarás. —Le separó las piernas y se colocó entre ellas—. Cuando yo termine contigo, estarás muy cansada, te lo aseguro.

Para el gusto de Lali, Peter se mostraba en exceso arrogante. Se soltó las manos del apretón flojo del hombre y le rodeó el cuello.

—Y yo te prometo que tú estarás igual de cansado cuando yo termine contigo, marido.

Si la pasión que veía en el rostro de Lali no lo hubiese afectado ya, Peter habría sonreído. Los ojos de la mujer habían cobrado un intenso tono violeta. Movía las piernas contra el cuerpo del hombre. Cuando se acercó a él para que la proximidad de los cuerpos fuese más íntima, Peter soltó una exclamación de deseo.

Le mordisqueó los labios para frustrarla, y luego atrapó todo el labio inferior de Lali en su boca. Ella suspiró, diciéndole sin palabras cuánto le gustaba lo que le hacía. Peter le rodeó el rostro con las manos para impedir que se moviese y se demoró en un beso hambriento. Le haría el amor con suma lentitud, por más que Lali lo provocara.

Los labios de la mujer eran suaves, dóciles, y cuando al fin la lengua de Peter se hundió a fondo dentro de la boca tibia, Lali comenzó a exhalar esos eróticos gemidos que resonaron en el fondo de su garganta. Peter arremetió, asoló, dio y tomó hasta que Lali le tiró del cabello pidiendo más.

Las exclamaciones de la mujer lo hicieron olvidar sus buenas intenciones. El deslizar de la lengua de Peter en su boca tornó audaz a Lali. El hombre depositó en el cuello de Lali besos húmedos y cálidos, haciéndola estremecerse La mujer le acarició los hombros, la espalda, las nalgas, haciéndolo estremecerse.

Los dos se desnudaron, y luego Lali lo forzó a tenderse de espaldas y se acostó sobre él. En cuanto la mujer comenzó a frotarse contra él, Peter le sujetó las piernas entre las suyas. Lali se apoyó sobre los codos y tembló otra vez al ver el deseo que ardía en los ojos del hombre.

—Quiero acariciarte como tú me acaricias a mí —susurró—. ¡Por favor, Peter! Tu cuerpo me pertenece, como el mío te pertenece a ti, ¿no es cierto?

El hombre le captó la intención cuando Lali bajó la cabeza y comenzó a trazar una huella de besos sobre el pecho de Peter, hacia abajo. Cuando la lengua de Lali trazó un círculo en tomo a su pezón derecho, Peter dejó escapar un sonido sibilante. Los dedos de la mujer eran mágicos, quemantes. ¡Y la boca... Dios querido, la boca de Lali le hacía cosas que le quitaban el aliento! Siguió deslizándose hacia abajo más y más, hasta que alcanzó el objetivo de la búsqueda y, cuando Peter trató de detenerla, le mordió la cara interior del muslo. Entonces, el hombre dejó caer las manos a los lados en gesto de rendición total.

Al comienzo, Lali se mostró torpe, pero su entusiasmo hizo que la inocencia fuese aún más excitante. Cuando por fin lo tomó en su boca, Peter cerró los ojos y dejó que ese fuego lo consumiera. Fue una agonía. Un deleite. Sólo la detuvo cuando sintió que estaba a punto de derramar su simiente, y supo que no era demasiado gentil con ella. Pero la ansiedad de colmar a Lali por entero, de darle una satisfacción plena, antes aun de alcanzar la propia, lo hizo ser más rudo todavía.

Al parecer, a Lali no le importó. A decir verdad, la exigencia de la muchacha fue tan áspera como la de Peter. Le clavó las uñas en la espalda y se arqueó contra él con tanto vigor que el hombre ya la había penetrado antes de haber cambiado por completo de posición. Tendidos de costado, cara a cara, contemplaron la pasión en la mirada del otro. Tenían el aliento agitado y la piel resbaladiza de sudor, y el maravilloso aroma del amor colmaba la atmósfera que los rodeaba.

—Amo tu sabor —murmuró Lali—. ¿Te ha gustado...?

—¡Dios, sí que me ha gustado...! —Exhaló un fuerte gemido cuando la mujer le rodeó la cadera con una pierna—. No te muevas, por favor, no te...

Lali quiso decirle que trataba de no moverse, pero la sensación al hacerlo fue tan maravillosa que no pudo detenerse. Peter deslizó la mano entre los cuerpos de los dos y la tocó en el sitio exacto que Lali necesitaba con desesperación que la tocase.

Comenzaron a moverse al unísono, y la cópula fue salvaje, primitiva, abrasadora.

Y colmada de amor.

Peter ya no podía esperar. Sintió los muslos de Lali alrededor, los primeros espasmos de la rendición y, de inmediato, derramó en ella su semilla.

Pasó mucho tiempo hasta que pudo moverse. Entonces rodó hasta quedar de espaldas, con Lali encima.

Deseó no haberla matado con tanta pasión. Sonrió para sí ante una idea tan arrogante y admitió que esta mujercita tan lujuriosa estuvo a punto de matarlo a él.

Quiso decirle lo complacido que estaba con ella, y también oírle decir lo mismo de él, pero luego decidió que no. Quería más que eso, mucho más que bonitas palabras de elogio.

Ya era hora de que esa mujer comprendiese cuál era su deber, pero pensó que no tendría que verse obligado a explicarlo. Quería que lo comprendiera sin necesidad de decírselo.

Tenía el deber de amarlo.

Al comprender por qué quería que Lali lo amara, sintió el impacto como un golpe. Peter ya estaba enamorado de ella.

¡En nombre de Dios!, ¿cómo era posible que hubiese sucedido? Era la mujer más obstinada en sus ideas, de mal talante y terca que había conocido jamás “Ningún otro la querría”, se dijo, y sonrió ante su propia mentira. “¡Claro que la querrían, pero es mía!”

Con un suspiro de resignación, Peter cerró los ojos y abrazó a Lali con fuerza. Oyó la respiración entrecortada de su esposa y sintió que el corazón de ella latía al mismo ritmo que el propio. “La pasión de Lali también me pertenece”, pensó.

“Y mi corazón le pertenece” Peter lanzó un sonoro bostezo e imaginó que nunca superaría esta extraña afección.

Su dulce mujercita necesitaba descansar, pensó bostezando otra vez. Se quedaría con ella un par de minutos más hasta estar seguro de que se había dormido.

Fue el último pensamiento antes de comenzar a roncar.

**Ahora él sabe que alguien ha tratado de matar a su esposa. Al anochecer, todos se habrán enterado del pecado. Ella estará bien vigilada. El no querrá correr riesgos con su seguridad.

No comprende que aún no estaba destinada a morir. Yo soy mucho más audaz que él, pero quisiera poder jactarme ante alguien de mi proeza. Claro que no me atrevo; por lo que tengo que hacerles creer que llegaron a tiempo. El fuego no pasaría desapercibido. Yo lo sabía.

Lo que quiero ver ahora es el tormento de él, no su angustia. No concretaré el asesinato hasta mañana... Quizás, hasta pasado mañana si puedo controlar mi ansiedad.

Todavía puedo oír el grito de él diciendo el nombre de ella. Creo que ha comenzado a amarla. Si es así, esta lección será aún más dulce...**.