Capitulo 26

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Capitulo 26

Pero muy atractiva. Si bien Peter sólo había estado ausente cuatro días, le parecieron muchos más. La comprensión de ese hecho ensombreció el ánimo del hombre. De inmediato advirtió que Lali seguía llevando el atuendo inglés, y comenzó a comprender que la mujer era tan obstinada como él. Tal vez más.

—Seis o siete —respondió en tono áspero—. ¿Quieres saber cómo los maté?

Olvidando que estaba sobre los escalones, Lali retrocedió y Peter la sujetó por los hombros para que no se cayera.

—Supongo que no quieres saberlo.

Lali le apartó las manos.

—¡No, no quiero saber cómo los mataste, hombre imposible!, pero sí quisiera saber la cantidad. ¿Fueron seis o siete?

—¿Cómo, en el nombre de Dios puedo saberlo? —exclamó, irritado—. Estaba en medio de la lucha, Lali. No tuve tiempo de contarlos.

—Bueno, tendrías que haberlo hecho —murmuró Lali—. En adelante, te pedirá que lleves la cuenta. Es lo menos que puedes hacer.

—¿Qué?

—Porque sólo me quedan ocho chelines.

Peter no entendió a qué se refería pero no lo sorprendía, dado que nunca sabía a qué se refería Lali. La vio pálida, y recordó cuánto le disgustaban las peleas. Imaginó que no quería que él matara a nadie y la idea le pareció tan divertida que no pudo menos que sonreír. ¡Diablos, era probable que hubiese matado al doble de hombres! La batalla fue feroz, pero no pensaba informárselo a Lali.

—Estás sonriendo, Peter. ¿Eso significa que bromeabas?

—En efecto —mintió el hombre, deseando apaciguarla.

El modo en que Lali lo miró indicó que no le creía. Se alzó las faldas y corrió adentro.

—Peter —dijo Victorio—, ¿qué crees que imaginaba que pasaría cuando encontraras a nuestros enemigos?

—No tengo ni la menor idea.

Victorio siguió sonriendo.

—De paso —dijo, cambiando de tema—, Franklin se adelantó para informar que el clan viene de regreso del feudo de Gillebrid. A más tardar, deberían estar aquí mañana por la tarde. Van con ellos algunos de los miembros del clan Harold con intenciones de presentar sus respetos.

—¡Qué me lleve el diablo! —exclamó Peter con aspereza—. Lo que quieren es ver a mi esposa.

—Sí —admitió Victorio, riendo—. La belleza de Lali ya es legendaria. Además, salvó a Pablo. Cualquiera que sufra algún dolor se instalará ante nuestras puertas.

—¿Cómo está Pablo?

—Ahora, dócil.

—¿Eso qué significa?

—Quería volver a sus tareas y tu esposa lo sorprendió en el momento en que se marchaba a su propia cabaña. Rocío fue a pedirle ayuda—. Antes de continuar Victorio soltó una carcajada—. Todavía me parece oír los gritos de Pablo mientras lo arrastraban hacia las puertas del castillo. Cuando yo llegué...

—¿Pablo le alzó la voz a Lali?

—Tenía un buen motivo —le explicó Victorio, al ver que Peter se enfurecía otra vez—. Lali le quitó la espada.

Al oírlo, Peter levantó una ceja.

—En ese caso, tenía razón —admitió, sonriendo—. ¿Qué ocurrió luego?

—Aunque no levantó la voz, en unos minutos logró que se acostara otra vez.

Con las manos sujetas a la espalda Peter se encaminó hacia los establos con Victorio a su lado.

—No confío en ninguno de los Harold, y menos aún en sus hijos bastardos —dijo, retornando al tema de los visitantes que iban a llegar.

—¿Los mellizos?

—Justin traerá problemas —afirmó Peter—. Está habituado a hacer lo que se le antoja.

—¿De verdad crees que sería capaz de perseguir a la esposa de otro hombre?

—Lo creo capaz. Ese sujeto ha engendrado más hijos bastardos que el rey de Inglaterra.

—Como es muy apuesto todas las mujeres caen a sus pies. Es extraño que Philip siendo idéntico, tenga un carácter tan opuesto. Es demasiado tímido para intentar nada.

—Tampoco confío en Philip —musitó Peter.

Victorio sonrió.

—Peter, hablas como alguien a quien la esposa le importa.

—Es mi propiedad —repuso Peter—. Nadie más que yo tiene derecho a ofenderla.

—Lali tampoco lo pasa demasiado bien —señaló Victorio—. Claro que la tarea que le asignaste ayudó, pero Paula se lo hace difícil. Contraría cada una de las órdenes que da Lali. Belén no es mucho mejor. Ni le dirige la palabra.

Peter no respondió pues vio a Lali que bajaba corriendo los escalones.

—¿Adónde vas? —le gritó Peter.

—A ver al herrero —respondió Lali en voz alta. Volvió la esquina y desapareció.

Peter movió la cabeza.

—Esa tonta va en dirección equivocada.

Victorio rió.

—Peter, tu esposa me suplica que le dé más responsabilidades. No puedo permitirle que haga tareas pesadas como mover piedras, pero quisiera darle algo...

—¿De qué hablas? —preguntó Peter—. ¿Qué piedras hay que mover?

Victorio lo miró perplejo.

—Las cocinas —le recordó.

Como Peter seguía frunciendo el entrecejo, Victorio le explicó:

—Le diste permiso para reacomodar la cocina, ¿no es así?

Peter se encogió de hombros.

—Quizás —admitió—. En un momento de debilidad. Aun así, no podría llevar más de una hora reacomodar Dios sabe qué cosa que Lali quisiera arreglar.

—¿Arreglar? —repitió Victorio, atónito. ¡Y que Dios lo ayudara, no pudo contener la risa!

—Victorio, ¿qué demonios es tan divertido? —preguntó Peter—. ¿Acaso mi esposa te dijo...?

—No, hizo exactamente lo que le diste permiso de hacer —respondió Victorio, casi ahogado—. Pronto lo verás, Peter. Será una sorpresa agradable —se apresuró a agregar, al ver que el amigo estaba perdiendo la paciencia—. No quisiera estropearla.

El padre Jasper se acercó deprisa al señor, atrayendo su atención. La sotana negra del sacerdote ondeaba en el viento.

—Peter, si no tienes inconveniente, quisiera hablar unas palabras contigo.

De inmediato, Peter y Victorio trataron de alejarse del sacerdote pues el desagradable olor que exhalaba los hacía lagrimear. Por respeto, Peter no lo mencionÓ, pero Victorio no fue tan diplomático.

—¡Dios, padre Jasper!, ¿qué le ha pasado? Huele como estiércol de cerdo.

El clérigo no se ofendió sino que rió, e hizo un gesto afirmativo.

—Sé que huelo mal, muchacho, pero me siento mejor de lo que me sentía desde hace años. Lali me dio una pasta especial para frotarme el pecho. Y también preparó otra poción. Ya casi no tengo tos.

Dio un paso adelante. Peter no se movió, pero Victorio se apresuró a retroceder.

—Ya basta de hablar de mi salud, y ocupémonos de una cuestión importante —dijo, dirigiéndose a Peter—. Tu esposa me ha dado todos los chelines que tenía —dijo, al tiempo que abría la mano para mostrar las monedas—. Quiso comprar indulgencias y yo no tuve ánimo de decirle que aquí no usamos monedas.

Peter sacudió la cabeza.

—Se preocupa demasiado por su alma y, si no me equivoco, es una característica de los ingleses.

El clérigo rió.

—Peter, a Lali no le preocupa en absoluto su propia alma.

—¿Qué le preocupa?

—Tu alma.

Victorio simuló la risa tosiendo.

—Yo he contado siete chelines —le dijo a Peter.

—Ocho —lo corrigió el padre Jasper—. Lali dijo que uno era en prevención de su falta de memoria. Cuando me lo dijo, no le entendí.

—Esa mujer está loca.

—Se preocupa —arguyó el padre Jasper—. Y ahora dime qué hago con estas monedas.

—Póngalas en la caja que está sobre la repisa de la chimenea —sugirió Peter, encogiéndose de hombros.

—Como quieras —dijo el sacerdote—. Y ya que hablamos de tu querida mujercita, quisiera saber si le darías permiso para usar una de las habitaciones del piso superior. Me pidió que te lo preguntara Peter.

—No tengo inconvenientes en aceptar la petición —respondió Peter—. ¿Para qué quiere la habitación?

—Como su propio dormitorio.

—¡De ninguna manera!

—Vamos, hijo, no es necesario que te exasperes —lo tranquilizó el padre Jasper, al ver que el ánimo de Peter se echaba a perder con la misma rapidez que un pez al sol. Titubeó al formular la siguiente pregunta—. ¿La dejarías cabalgar por las faldas de la colina..., sin salir de las tierras Lanzani, por supuesto? Le serviría de entretenimiento. Estoy seguro de que te echa mucho de menos cuando no estás.

Esto suavizó la expresión de Peter.

—Claro que me echa de menos —alardeó—. De acuerdo, padre Jasper. Dígale que puede cabalgar, siempre que lleve escolta.

—¿Piensas que podría escaparse, Peter? Claro que echa de menos su hogar, pero yo...

—Padre, mi mujer no es capaz de salir de una habitación con una sola puerta. No, no creo que intente regresar a Inglaterra, pero estoy seguro de que se perdería. No tiene sentido de la orientación.

—Sí —concordó el sacerdote con los ojos chispeantes—. Tiene tantos defectos como el cielo azul.

—Se contradice usted —intervino Victorio—. Un cielo azul no tiene defectos.

—Para un hombre ciego, sí —respondió Jasper, mirando a Peter con aire significativo—. Si tu esposa te parece tan inferior, tendré mucho gusto en obtener una anulación.

—No lo hará.

Peter no quiso ser tan terminante al rechazar la absurda sugerencia del sacerdote. Lo que daba a entender el padre Jasper, con toda conciencia, era que sería muy fácil obtener una anulación. Peter comprendió que había caído en la trampa del sacerdote, pues acababa de admitir cuánto le importaba Lali.

—Estoy harto de hablar sobre mujeres —musitó—. Victorio, ¿podrías asegurarte de que mi esposa no inicie una nueva guerra mientras yo me encargo de otros asuntos?

—Preguntó sobre María.

La afirmación del padre Jasper se abatió sobre los dos amigos. Peter se volvió con lentitud y miró otra vez al sacerdote.

—¿Y? —preguntó con tono indiferente,

—¿Sabías que le habían dicho que tú mataste a María?

Peter negó con la cabeza.

—¿Cuándo escuchó esa murmuración tan espantosa? —preguntó Victorio.

—Antes de que Peter llegara a la casa del padre de Lali —respondió el padre Jasper.

—¿Ella le preguntó si era cierto? —preguntó Victorio, sabiendo que Peter no lo diría.

—No, no me preguntó si era verdad —respondió el padre Jasper, mirando con severidad a Victorio—. De hecho, me dijo que jamás lo había creído. Tampoco piensa que María se suicidara. Cree que fue un accidente. Tiene un corazón bondadoso, Victorio, y una fe absoluta en su esposo.

Peter asintió.

—No sería incapaz de hacer caso de las murmuraciones —afirmó, con un tono cargado de orgullo—. Lali es una mujer dulce y afectuosa.

—Sí, en efecto —añadió Victorio.

—Claro que también es un poco obstinada —admitió el padre Jasper—. Sigue importunándome para que le dé alguna tarea. Pienso que quiere formar parte de la familia, Peter. Está enamorándose de ti, hijo. Sé gentil con sus sentimientos.

Aunque Peter no estaba por completo convencido de que Lali estuviera enamorándose de él, la idea lo hizo sonreír.

—La elogiarás por el esfuerzo que ha puesto en la cocina, ¿verdad Peter? —dijo el clérigo—. ¿Qué piensas del agregado? Ahora que los hombres han dejado de quejarse, avanza muy bien.

—¿De qué está hablando? —preguntó Peter.

Jasper lanzó una rápida mirada a Victorio y se volvió hacia Peter otra vez.

—La cocina, Peter. Debes de haber olvidado que le diste permiso a Lali para mudar la construcción.

—¿Que yo qué? —rugió Peter.

El sacerdote se apresuró a retroceder, apartándose de la ira de Peter.

—Dijo que le habías dado permiso para reacomodar la cocina, Peter. No creo que esa dulce muchacha haya mentido ¿Puede ser que hayas olvidado...?

Peter se encaminó hacia las puertas del castillo y el sacerdote abandonó el intento de defender a la señora.

—Victorio, parecía muy... sorprendido.

—Sin duda —repuso Victorio—. Será mejor que usted se mantenga cerca de Lali hasta que pase la tormenta. En este momento debe de estar descubriendo esa enorme brecha en el muro trasero...

El bramido furioso de Peter resonó en el patio.

—La ha visto —susurró el padre Jasper—. ¡Oh, Señor, sálvanos! ¡Aquí viene Lali!

El sacerdote se alzó la sotana y corrió hacia la señora.

—Espera, mujer —le gritó.

Lali oyó la llamada desesperada del anciano y giró de inmediato con una expresión afligida en el rostro.

—Padre, no tendría que correr hasta que se mejorara del pecho —le gritó.

El clérigo trepó los escalones y la aferró del brazo.

—Peter acaba de ver el agujero en la pared.

La muchacha le dirigió una dulce sonrisa.

—No podía menos que notarlo, padre.

Al padre Jasper le resultó evidente que la dulce muchacha no tenía conciencia del peligro que corría.

—Será mejor que vengas conmigo a la capilla hasta que Peter haya oído las explicaciones de los soldados. En una hora o dos se calmará, y entonces tú podrás...

—Tenga más confianza en su señor —replicó Lali—. Cuando esté terminado, verá que el cambio es bueno. Estoy segura, padre. Además, Peter no me gritará. Me lo prometió. Por favor, no se preocupe. Entraré, y le explicaré todo a Peter pues no tengo miedo.

—Lo que más me asusta es tu falta de temor —admitió el anciano.

Sabía que Peter no la tocaría mientras estuviese enfadado, pero podría destrozar los sentimientos de Lali con sus gritos. El padre Jasper hizo rápidamente la señal de la cruz cuando Lali le dio una palmadita en la mano y entró. Al sacerdote le temblaban demasiado las rodillas para seguirla.

Lali se armó de valor ante la irritación de su esposo, y entró en el salón, pero al ver lo que sucedía se detuvo de golpe. Peter estaba sentado a la cabecera de la mesa y, junto a él, un soldado le brindaba el informe.

Peter no parecía demasiado perturbado. Tenía el codo apoyado sobre la mesa, y la frente sobre la mano. Parecía más bien abatido que enfadado.

También estaban allí todos los soldados que habían trabajado en el desmantelamiento de la cocina. Era evidente que esperaban turno para hablarle sobre la señora. Lali les dirigió una expresión que manifestaba a las claras lo que opinaba de la deslealtad de los hombres, y luego caminó hacia su esposo.

Cuando por fin Peter alzó la vista, Lali se paralizó. Estaba furioso. En la mandíbula tensa aparecía otra vez el tic y los ojos llameaban de cólera. Tampoco el viento favorecía demasiado la causa de Lali, pues penetraba con sonido sibilante por el enorme agujero que recordaba a Peter lo que la mujer había hecho.

La miró en silencio largo rato.

—Quisiera explicarte —dijo Lali.

—Sal de inmediato de esta habitación, mujer.

Aunque no alzó la voz, la áspera indicación punzó a Lali como si lo hubiera hecho.

—Peter, me prometiste que controlarías tu temperamento —le recordó. “¡El Cielo me ampare!” pensó Lali, aterrada por la expresión de los ojos de Peter.

Entonces sí, el hombre le gritó:

—Sal fuera, antes de que yo... ¡ahora mismo, esposa!

Lali asintió. Corrió hacia la repisa de la chimenea, tomó una moneda de la caja y salió de la habitación con toda la dignidad que pudo, dadas las circunstancias.

Paula y Belén estaban cerca de la entrada y le dirigieron risitas burlonas cuando pasó.

Lali no lloró hasta que llegó a los establos. Le ordenó a Donald que preparase a Fuego Fatuo. El jefe de los establos no le discutió, y una vez que la ayudó a montar le preguntó si tenía que alistar también el potro de Peter.

Lali negó con la cabeza y salió.

El padre Jasper, de pie en el patio, esperaba a que pasara.

Lali se inclinó y le entregó una moneda.

—Me mintió —murmuró—. Esto es para comprar una indulgencia para el alma de mi esposo.

Jasper sujetó el estribo.

—¿Adónde vas, muchacha? —preguntó, fingiendo ignorar las lágrimas de Lali—. Me tienes preocupado.

—Fuera.

—¿Fuera?

—Él me lo ordenó, padre, y yo siempre obedezco. ¿Hacia dónde está Inglaterra?

El sacerdote estaba demasiado perplejo para indicarle la dirección, y Lali imaginó que sería cuesta abajo.

—Gracias por ser bondadoso conmigo —le dijo.

Se fue, dejando al sacerdote con la boca abierta, incrédulo.

Lali sabía que en cualquier momento iría a informar de lo que ella estaba haciendo, pero no le importó. Peter no la seguiría: no era demasiado importante para él. Estaría feliz de librarse de ella.

Lali pensó que tendría problemas al cruzar el puente levadizo, pero cuando explicó que obedecía órdenes del señor, los soldados la dejaron pasar de inmediato.

Dejó que Fuego Fatuo corriese como el viento, y se limitó a llevar las riendas mientras lloraba sin disimulo. No sabía hacia dónde iban ni cuánto tiempo duró esa carrera loca. A decir verdad, no le importaba otra cosa que llorar. Cuando al fin la yegua se detuvo al amparo de los árboles, Lali decidió que era hora de recobrar cierto control.

Entonces vio al niño. Supo que no era Lanzani, pues el manto que llevaba era de otro color. Lali no hizo el más mínimo ruido. Esperaba que el niño no la viese, pues no quería que nadie la viera en un estado tan lamentable, ni aun un chico.

Pero el muchacho estaba demasiado preocupado para mirar atrás. Observaba con atención los arbustos a su derecha, y Lali se preguntó qué lo tendría tan vigilante.

De súbito, el niño gritó y comenzó a retroceder, al tiempo que un inmenso jabalí lanzaba un resoplido malvado y cargaba hacia adelante.