Capitulo 32

Hola!! como estan?? chicas como les dijo Mar, el otro dia no pude seguir la maraton porq no me sentia muy bien,asi q porq no la terminamos hoy?? si firman subo los ultimos cap mas tardee,quieren?
 Bueno aca dejo cap! amo estee sobre todo creo q es mi favorito jaja veran porq! bsssss las quierooooo

Capítulo 32

Cuando por fin Peter fue a acostarse, Lali estaba profundamente dormida. Le pareció bella y apacible. Hasta en el mismo instante en que apartaba los paños, se tendía junto a ella y la abrazaba, Peter pensó que no la despertaría.

Lali refunfuñó entre sueños y pasó una de las piernas esbeltas sobre el muslo de Peter. Hasta dormida lo regañaba, pues mientras el hombre le pasaba los dedos por la espalda, Lali farfulló algo que no entendió, pero que sonaba como “vergonzoso”, y luego le dio una palmada apartándole la mano y se volvió para quedar tendida de espaldas.

Eso no lo amilanó. Lali tenía el camisón subido hasta los muslos y, a la luz suave de las velas, su piel era dorada. Tenía las piernas enredadas entre las ropas de la cama, y Peter las apartó de un puntapié para después atrapar a Lali con uno de sus muslos. En pocos instantes, le quitó el camisón y sonrió, al oír los murmullos de protesta que provocó. Hasta dormida se mostraba enfurruñada.

Apartó el cabello de Lali, dejando correr las hebras sedosas perfumadas de rosa entre los dedos, mientras frotaba la nariz por el cuello de la mujer.

Lali suspiró de placer y Peter alzó la cabeza para contemplarla. Sonrió al ver que en ese instante ya no parecía disconforme. Le besó con suavidad los labios entreabiertos, el centro de la barbilla, otra vez el cuello y comenzó a descender para besar el pecho, donde se había formado carne de gallina.

La despertaron sus propios estremecimientos que, desde luego, no eran de frío. Más bien, Lali se sintió cada vez más tibia... con cada beso. Peter le acariciaba los pechos con las manos, la boca, la lengua.

Pensó extasiada: “¡Él es un amante tan tierno conmigo! Es capaz de hacerme derretir entre sus brazos!”. La mano de Peter trazó un círculo en torno del ombligo de Lali y comenzó a descender hasta que sus dedos acariciaron los rizos suaves entre los muslos.

Lali ya estaba dispuesta para él. Estaba caliente, húmeda, y los dulces gemidos le indicaron que lo deseaba tanto como él a ella. Le acarició el estómago con la lengua. La mujer se aferró a él y, cuando ya no pudo soportar ese delicioso tormento, le tiró del pelo.

—Lali, te deseo tanto que me duele —murmuró Peter.

—Tómame ahora, Peter —susurró la joven—. No me hagas esperar más. Quiero...

El ruego se convirtió en un gemido de placer cuando los dedos de Peter penetraron en ella. Se arqueó contra él y, al mismo tiempo, trató de apartarle la mano.

—Marido, no me atormentes más. Ven a mí, ahora.

Estiró las manos para atrapar el miembro de Peter.

—Este juego lo podemos jugar los dos —dijo en un susurro ronco, cargado de promesas.

En el fondo de la garganta de Peter resonó un gemido, y le apartó la mano.

—Esta noche no —murmuró el hombre—. No puedo aguantar mucho más, Lali.

Se colocó entre las piernas de la mujer, le aferró los muslos y la penetró en un impulso vigoroso.

Lali gritó extasiada.

Al instante, Peter se quedó inmóvil sin salir de adentro de Lali.

—¿Te he lastimado, mi amor? —preguntó, con expresión afligida.

—No —le aseguró la mujer con un gemido bajo—. No me has lastimado.

—Soy muy rudo —susurró el hombre, sin convencerse aún de que no la había lastimado. Intentó retroceder para salir de dentro de ella, pero las piernas de Lali lo atraparon en un apretón por el que no pudo moverse.

—¡No te atrevas a parar! —murmuró—. ¡Si lo haces, me moriré!

—¡Yo también, Lali! —admitió el hombre con el aliento entrecortado—. Yo también.

Pensó que había sonreído, pero no estaba seguro. Aunque su propio cuerpo le exigía alivio, estaba resuelto a complacer primero a Lali.

Mientras la penetraba cada vez más profundamente, Peter atrapó la boca de Lali en un beso arrasador. El cuerpo de la mujer se acomodaba al del hombre por completo, apretado, maravilloso. Peter quiso que el fuego de Lali lo consumiera, sin dejar de asombrarse por el modo en que ella lo hacía arder, y desear siempre más, cada vez más.

Lali se sintió como si Peter la transportara a las estrellas. Se entregó a la maravillosa sensación, aferrada al hombre que amaba, compartiendo ese esplendor que sólo él podía brindarle.

En el instante en que Peter percibió los primeros estremecimientos del clímax de Lali, en un último impulso derramó en ella su simiente cálida.

Perdió la noción del tiempo que permanecieron abrazados. Supo que no quería dejarla, y cuando al fin se aquietaron un tanto el latir del corazón y el ritmo de la respiración, recordó que pensaba decirle que la amaba.

—Esposa, cada vez lo haces mejor —le murmuró, al tiempo que rodaba para colocarse de costado.

Lali rodó junto con él, acomodó la cabeza bajo el mentón del esposo y sonrió, captando la suave burla en el acento escocés de Peter.

—Tú dijiste que con la práctica mejoraría —le recordó—. No pensé que practicaríamos con tanta frecuencia.

Peter comprendió que Lali se mostraba arrogante y satisfecha consigo misma. Sonrió con la boca apoyada sobre la cabeza de la mujer y murmuró en gaélico:

—Yo sé que no entiendes lo que te digo, Lali, pero necesito decírtelo en mi propio idioma: muchacha, te amo con todo mi ser.

Sintió que Lali se ponía tensa mientras lo escuchaba pero, cuando intentó apartarse, la sujetó:

—Te amo, porque eres tierna, amorosa y cariñosa. Mujer, tienes un corazón de oro.

Lali sintió que se derretía.

—Pero, sobre todo, te amo porque eres una persona en la que puedo confiar. Sí —agregó, al sentir que se ponía rígida otra vez— jamás podría amar a una mujer que intentara engañarme, pero en ti tengo una confianza absoluta.

Creyó que Lali se había convertido en piedra y tuvo que apelar a toda su fuerza de voluntad para no reír.

—Buenas noches, Lali —le murmuró en inglés.

—¿Qué me has dicho? —preguntó Lali, fingiendo desinterés.

—Te he dicho “buenas noches” —respondió Peter, arrastrando las palabras.

—Antes de eso —insistió Lali con voz temblorosa.

—No tiene importancia —replicó Peter.

Lali se apartó para que Peter pudiese ver su propia expresión frustrada.

—¿Afirmas que eso es todo lo que acabas de decir?

El esposo respondió encogiéndose de hombros, y Lali estuvo a punto de estallar, pero ya había resuelto darle a Peter una buena sorpresa al día siguiente. Se hincaría de rodillas ante Edgar y pronunciaría el voto de lealtad en gaélico.

No permitiría que Peter estropeara la sorpresa. Y, por otra parte, acababa de decirle que la amaba porque confiaba en ella. ¡Estaba atrapada en su propia trampa! ¿Por qué tenía la sensación de que Peter ya lo sabía?

Fue por el modo en que le chispeaban los ojos.

—¿Por qué me miras de ese modo? —preguntó Lali.

—Porque tienes una expresión como si quisieras resolver tú sola los graves problemas de Inglaterra.

—Sólo pensaba en un pequeño problema que necesito resolver —admitió la muchacha.

—Dime de qué se trata.

Lali movió la cabeza.

—Mañana lo solucionaré, Peter. A fin de cuentas, es un problema mío y yo me encargaré de él. Tenme confianza.

—¡Por supuesto, esposa!

—¿En serio? —preguntó Lali, muy satisfecha.

—Claro que sí. La honestidad y la veracidad son como la mano derecha y la izquierda: las dos son importantes... Ahora, dime, ¿de qué se trata? —le preguntó, conteniendo la risa—. Otra vez, tienes el entrecejo fruncido.

En ese instante supo que, por una noche, ya la había provocado suficiente.

—Es tarde, Lali —dijo, tomándola otra vez entre los brazos—. Después de un día tan duro, debes de estar agotada. Este no es el momento de resolver problemas. Tendrías que...

—Dormir —lo interrumpió la joven, suspirando.

—No —repuso Peter—. Deberías complacer a tu esposo.

—Acabo de hacerlo, ¿no es así?

—Todavía no lo haces del todo bien, mujer. —Se tendió de espaldas—. Pero gozas de la dicha de tener un esposo paciente.

—Lo que tengo es un esposo insaciable, Lanzani. ¿Sabes cuántas veces hemos...?

—¿También tengo que llevar la cuenta de las veces que hacemos el amor?

Lali apenas tuvo tiempo de rodearlo con los brazos antes de que Peter le interrumpiese la risa con un beso prolongado.

Hicieron el amor de un modo lento y dulce, y Lali siguió oyendo la confesión de amor de Peter. “Mañana”, se prometió, “mañana le diré mi promesa de amor en gaélico.”

Se quedó dormida antes de que Peter se hubiera retirado de encima de ella. Peter extendió el manto sobre los dos y, pocos instantes después, también dormía profundamente.

Una vez, en el transcurso de la breve noche, Peter despertó al abrirse la puerta. Iba a tomar la espada cuando vio que era Luz que corría hacia la cama.

Primero acudió a la parte de la cama que ocupaba Lali.

—No despiertes a tu madre —murmuró Peter—. Dime qué sucede, Luz.

Unió a la orden la señal de que se acercara y Luz le obedeció. La niña tenía expresión solemne y, cuando se le acercó, Peter vio el temor reflejado en sus ojos.

—¿Qué pasa? —le preguntó.

Luz, alzando la parte trasera del camisón, susurró:

—Estoy mojada. —Las lágrimas se le agolparon en los ojos y comenzaron a rodarle por las mejillas.

Peter le quitó el camisón por encima de la cabeza y lo arrojó al suelo.

—Ya no estás mojada —le aseguró.

Al oír la voz de Luz, Lali se despertó, pero se fingió dormida pues sabía cuánto le desagradaban al esposo las mujeres lloronas. No, no quería que Peter viese que tenía los ojos llenos de lágrimas. No podría entender cuánto la abrumaba el amor por él al ver cómo tomaba a la pequeña en brazos y la mecía.

Cerró los ojos cuando Peter llevó a la niña dormida a la puerta y se la entregó a uno de los soldados.

Casi le gritó que el que tenía que llevar a la niña a la cama era el padre, y no uno de los soldados, pero recordó que el esposo estaba tan desnudo como cuando llegó al mundo, y desde luego si Paula despertaba y lo veía moriría de vergüenza.

La escena le resultó tan divertida que tuvo que ponerse boca abajo para ahogar la risa.

Peter volvió a la cama, la apretó contra el costado y, antes de que Lali pudiese acomodarse, estaba roncando.

El suave suspiro de satisfacción de Lali vibró en el aire. Estaba impaciente porque amaneciera. El día siguiente sería glorioso.

Fue el peor día de su vida.

Claro que empezó muy bien. En menos de dos horas, Lali y Paula dejaron el salón como si fuera un palacio. Sobre las mesas lucían flores frescas, el suelo estaba cubierto con juncos recién cortados y la silla recta en la que se sentaría el rey Edgar brillaba inmaculada.

Con todo, Victorio y Maxi irritaron a Lali. Cada vez que se daba la vuelta uno de los dos grandullones le obstruía el paso.

—¿No teneis nada que hacer? —preguntaba Lali. Pero ninguno de ellos captaba la sutileza.

—Es nuestro día libre —explicó Victorio. Lali no le creyó. Y tampoco a Maxi.

—Pero, ¿por qué me seguís a todos lados? —insistió.

Cuando apareció Luz y tiró de la falda de Lali, los soldados evitaron tener que inventar una mentira. La niña estaba ataviada con un vestido Lanzani. La prenda provenía de la familia del herrero, y le quedaba bien a Luz. Lali alzó a la niña en brazos, le dio un beso breve y le susurró frases cariñosas en gaélico.

—¿Puedo llevar a Luz conmigo a la cabaña de Frances? —dijo Paula.

—¿Frances?

—La esposa del herrero —aclaró Paula—. Tiene varios pares de zapatos que podría probarle a Luz.

—No dejes de darle las gracias a Frances en mi nombre —dijo Lali.

Paula movió la cabeza.

—Se ofendería. Tiene la obligación de ayudar.

Esa afirmación desconcertó a Lali. Le entregó a Luz a Paula, cosa nada fácil pues la niña quería quedarse con ella. Paula le explicó a su sobrina qué era lo que iban a hacer y, por fin, la convenció.

—Le diré a Frances que estás complacida con ella —le dijo Paula sobre el hombro.

Al volverse, chocó con Maxi.

—No puedo menos que preguntarme por qué estáis rondándome —dijo, sin ocultarle la irritación—. Y qué hacen esos soldados haraganeando por la planta alta. ¿Acaso no tienen nada de qué ocuparse?

Maxi movió la cabeza.

—Tienen el día libre —le aseguró.

En ese preciso momento, Peter entró en el salón, lo oyó y vio el semblante incrédulo de su esposa.

—Lali, el clan está ascendiendo la última colina y llegará en unos minutos. Vienen con ellos algunos miembros del clan Harold. Quiero que...

—¿Recibimos invitados ahora? —gritó Lali.

—Así es —afirmó Peter.

Peter no sabía que su esposa era capaz de moverse a semejante velocidad, y estiró el brazo para sujetarla cuando trató de pasar corriendo junto a él. La tomó en brazos y la obligó a mirarlo.

Lali parecía muy afligida y Peter no pudo resistirse. Se inclinó y le besó la frente crispada. Aún era nueva para él una manifestación espontánea de afecto, pero descubrió que le agradaba y la besó otra vez.

—No me gusta verte ceñuda —susurró—. ¿Otra vez estás preocupada?

Lali movió la cabeza.

—Necesito cambiarme el vestido —afirmó.

—¿Por qué? No tiene la menor importancia si tu atuendo inglés está sucio. De cualquier manera, lo detestarán tanto como yo.

Lali no respondió, pero Peter vio que estaba más sorprendida que irritada. La reacción de la esposa lo intrigó. La besó otra vez, con un beso largo y húmedo en la dulce boca, y cuando ésta le rodeó la cintura con los brazos, movió la lengua dentro de ella y le acarició el paladar.

Cuando al fin el beso terminó, Lali parecía aturdida. En gaélico, Peter le repitió que la amaba, le apartó las manos y bajó los tres escalones que conducían al salón.

Hizo un gesto a Victorio y a Maxi de que se acercaran a la mesa. Advirtió que Lali estaba apoyada contra la arcada, contemplándolo.

—¿No ibas a cambiarte la ropa? —le preguntó en voz alta.

Lali se apartó de la pared y corrió escaleras arriba. Peter la oyó que murmuraba mientras cruzaba el pasillo, y sonrió.

“Este hombre es capaz de hacerme olvidar mis deberes con demasiada facilidad”, pensó Lali. “Cuando me besa, en lo único que puedo pensar es en devolverle el beso.”

Tuvo que obligarse a quitárselo de la cabeza. A fin de cuentas, tenía que ocuparse de preparar la sorpresa, y no quería estropearla dejando que Peter le quitara la decisión.

Estiró las mantas de la cama, y se puso una camisa de color crema, larga hasta los tobillos. Eso le llevó pocos minutos, pero los pliegues del manto fueron otra historia.

Aunque Lali ya le había cortado un tercio, la prenda tenía más de tres metros y medio. Era angosta, y eso tendría que haberle facilitado las cosas pero, por más que se esforzaba, no podía hacerlo bien.

Desesperada, abrió la puerta y le ordenó a uno de los soldados que fuese a buscar al padre Jasper.

Poco después llegó el sacerdote. Al oír el tímido golpe en la puerta Lali le abrió, lo arrastró dentro de la habitación y cerró.

Peter había oído al padre subir con dificultad la escalera y, cuando vio que Lali lo hacía entrar en el dormitorio, alzó una ceja preguntándose para qué necesitaría Lali a Jasper. Luego se olvidó del asunto.

Sin embargo, siguió contemplando la puerta. Cuando al fin se abrió y salió Jasper, Peter vio que el sacerdote lucía una amplia sonrisa en su rostro.

—¿Padre Jasper? ¿Qué hace usted en mi dormitorio? —gritó.

El anciano no respondió hasta llegar junto a Peter.

—Estaba ayudando a tu esposa —respondió por fin.

—¿En qué?

—No puedo decírtelo —afirmó el padre Jasper, sin abandonar la sonrisa aun ante el semblante adusto de Peter, y agregó—: Quiere darte una pequeña sorpresa, Peter. Déjala. No querrás herir los sentimientos de tu esposa enterándote antes de tiempo, ¿no?

—¡De modo que a usted también le preocupa herir los sentimientos de Lali! —respondió Peter en tono seco—. Al parecer, todos sufrimos la misma enfermedad. —Lanzó una mirada a Maxi y luego giró para incluir a Victorio en la mirada.

En ese momento, se abrió la puerta y eso atrajo la atención de Peter.

Peter no advirtió que se había puesto de pie. Contempló esa visión que se abría paso entre los soldados sonrientes, sintiendo que un orgullo increíble casi le cortaba el aliento.

Lali llevaba puesto el manto de los Lanzani. Y Peter estaba tan contento que no podía hablar. “Ya era hora”, se dijo una y otra vez.

—No podía acomodar los pliegues. Incluso, plegó la prenda sobre el suelo y trató de tenderse sobre ella. Hasta que al fin decidió pedirme ayuda, probó maneras de arreglar los pliegues del manto que yo ni he oído mencionar.

—Y por eso la ayudó —intervino Victorio, asintiendo.

—Me elogió por la rapidez de mis manos —murmuró el sacerdote, que también observaba a Lali bajar las escaleras—. ¡Caramba, es una hermosa muchacha!

Lali era consciente de que la atención de todos los hombres estaba fija en ella. Mantuvo los hombros erguidos y las manos a los lados, para prevenir que pudiese soltar por accidente alguno de los pliegues sujetos por el cinturón. Al llegar a los escalones que conducían al salón, dirigió al esposo una reverencia formal.

Peter quiso besarla otra vez. Hasta quiso decirle lo orgulloso que estaba de que fuese su mujer.

Cuando le hizo una señal para que se acercase, Lali alzó con delicadeza el vestido y caminó hacia Peter. El hombre hizo ademán de abrazarla, pero Lali movió la cabeza y retro cedió.

—No me toques, Peter.

—¿Qué?

—Tampoco me alces la voz —repuso Lali, ceñuda—. Puedes manifestarme tu complacencia sin moverte de donde estás. No quiero que los pliegues se desacomoden antes de que llegue el rey, y eso es todo.

Ya no parecía tan satisfecho.

—Estás complacido, ¿verdad, esposo?

—Mucho.

—¿Y? —lo instó, esperando que la elogiase un poco más.

—¿Y qué?

Lali rió. Desde luego que Peter no era muy pródigo en elogios. Incluso no parecía saber que debía brindarlos.

—No importa —repuso Lali, encogiéndose de hombros, hasta que se acordó de los pliegues. Echó un vistazo y comprobó que no había causado ningún daño—. Nunca aprenderé a hacerlo —señaló.

—Practicaremos eso también —le prometió Peter.

Sólo cuando el padre Jasper preguntó qué otra cosa practicaban, Lali comenzó a sonrojarse.

—Tal vez pueda brindarles mi experiencia —se ofreció, ansioso.

—Es una cuestión privada —barbotó Lali—. No podemos servirnos de su ayuda, padre, pero, de todos modos, le agradezco el ofrecimiento.

La sonrisa endiablada de Peter se ensanchó.

—Ven conmigo, Lali. Los visitantes esperan afuera para conocerte.

—Uno de tus huéspedes ya está dentro —dijo uno de los visitantes desde la entrada.

Lali se volvió para conocer al invitado, pero luego prefirió estar junto a su esposo cuando la presentaran. Se acercó a Peter y mereció un inmediato gesto de aprobación.

Peter le pasó el brazo por los hombros y el gesto posesivo la asombró tanto como la fuerte presión del brazo.

—Ten cuidado con los pliegues —le susurró Lali.

Pero Peter no le prestaba la menor atención. Tenía la vista fija en un hombre que se aproximaba a ellos y su expresión sombría demostraba que no sentía demasiada simpatía hacia el individuo que iba a presentar.

—Peter, estaba impaciente por conocer a tu esposa, y me hice el propósito de entrar.

El brazo de Peter se puso tenso sobre los hombros de Lali.

—Este es Justin, el hijo de Harold.

—Es un placer conocerte —dijo Lali sonriendo para hacer creer al sujeto que era sincera. Pero no era verdad que tuviese placer en conocerlo. El hombre rubio la examinaba de un modo muy terrenal, y eso sólo debía estar permitido a un esposo que mirara a su esposa.

Si fuese un hombre ya maduro, sin duda la joven lo llamaría al orden, pero la ausencia de cicatrices en los brazos y el rostro del muchacho indicaban que aún no había librado ninguna batalla. Y desde luego que sus modales también necesitaban algunas lecciones.

—No tanto como el mío, milady —replicó Justin.

La señora hizo un gesto brusco con la cabeza y le sugirió en tono firme que volviese con los demás.

—Peter y yo pronto nos reuniremos contigo —prometió.

Justin cometió la descortesía de ignorar la sugerencia de Lali y continuó contemplándola con la boca abierta.

—¿Tienes algo que decirme?

Justin adoptó un aire de embarazo.

—No, milady. Sólo..., sólo que disfrutaba de oír su extraño acento —tartamudeó.

—Mi acento es inglés, Justin. Y, para la mayoría de los escoceses, es tan agradable como el sonido de una uña rascando la superficie de un cristal.

Maxi exhaló una tos para ocultar la risa, y Victorio tuvo que volverse para que Justin no viese su reacción.

Pero Justin no se daba por vencido.

—Tengo entendido que su nombre es Lali —dijo.

—Así es.

—Es un hermoso nombre.

—Es un nombre raro, y eso es todo —le espetó Lali, esforzándose por controlar un estallido. Justin le miraba el pecho y ella tenía ganas de golpearlo.

Estaba impaciente por librarse de ese joven insolente. Se preguntó por qué Peter no advertía la conducta vergonzosa del muchacho, y alzó la vista hacia él.

Peter sonreía. Lali se desconcertó. En ese instante, Victorio los interrumpió para recordarles que se habían servido las mesas en el patio.

Peter asintió.

—Ordena a los criados que comiencen a servir. Lali y yo estaremos en unos minutos. Maxi, llévate a Justin pues no puede hacerlo por sus propios medios.

Esto último fue dicho en tono severo y Lali pensó que al fin Peter advertía el modo lascivo como la miraba el invitado.

En cuanto Peter la dejó, la señora fue hacia la mampara. El día anterior había dejado la daga sobre el baúl y quiso volver a ponerla en el cinturón para no olvidarla.

Justin intentó seguirla y, cuando trató de tocarla, Lali le lanzó una mirada severa. Pero el muchacho resultó persistente. Aunque fuese incómodo, pues los otros hombres observaban, Lali tuvo que darle una palmadita en la mano.

—Por casualidad, ¿no estarás emparentado con McPherson? —le preguntó Lali.

—No, lady Lanzani —respondió Justin, perplejo—. No estoy emparentado. ¿Por qué me lo pregunta?

—Tus modales se parecen a los de él —respondió la señora del castillo.

Vio que Justin no sabía cómo tomar el comentario, pero Peter entendió el insulto que acababa de lanzarle al muchacho y la carcajada del hombre siguió a Lali tras la mampara.

La daga no estaba donde Lali creyó haberla dejado. Dedicó unos cuantos minutos a buscarla y luego desistió.

Cuando de pronto se dio la vuelta y vio a Peter observándola, se sobresaltó.

—Me has asustado.

Peter la estrechó entre los brazos sin hacer caso de los ruegos de la joven de que no le desarreglara el manto. En cambio, la alzó hasta que quedó a la altura de sus ojos, y la boca de Peter a un suspiro de la de Lali.

—Yo te arreglaré los pliegues —le prometió en un murmullo ronco.

Lali enlazó los dedos entre el pelo de Peter y se inclinó lentamente hacia adelante.

Peter le salió al encuentro y la boca del hombre se posó sobre la de la mujer en actitud posesiva. La lengua la penetró. Quería arrasarla, obligarla a abandonar toda resistencia, pero al sentir que la lengua de Lali acariciaba la propia comprendió que no necesitaba que la convenciese. Lo que quería era que la calmara.

Lo recorrió un estremecimiento y Lali gimió. Peter apartó la boca de la de ella, pues quería ver la pasión reflejada en los ojos de la mujer.

—Estás caliente por mí, ¿verdad, amor? —susurró.

Lali lo atrajo hacia ella tirándole del pelo. Peter oyó el gemido sensual y respondió con un gruñido ronco. Silenció los jadeos con otro beso penetrante y fue depositando una sarta de besos húmedos en el cuello de la mujer.

Con gran deleite, Peter le decía lo que quería que hiciera con esa boca suave y húmeda, cómo quería que lo tomara otra vez en ella, cómo quería sentir que lo oprimía. Y por el gusto de confundirla, le habló en gaélico.

Pero quedó atrapado en su propio juego pues en ese momento la deseaba tanto que ya no podía detenerse. La llevó a la cama. Devoró y arrasó la boca de Lali sin dejarle protestar contra sus evidentes intenciones. Con el brazo, amortiguó la caída de los dos sobre la cama. Con un movimiento enérgico, le separó las piernas y se colocó entre los muslos de Lali. Le rodeó la cara con las manos y apoyó contra ella el miembro erguido.

En ese instante estaba fuera de control. Lali le clavó las uñas en la espalda y alzó las rodillas para sentirlo más cerca de ella. Peter le metió la lengua hasta el fondo de la garganta y comenzó a quitarle la ropa.

De pronto Lali se puso tensa. Comenzó a debatirse empujándolo por los hombros con fuerza sorprendente, mientras apartaba su boca de la de él.

Entonces, Peter también oyó el ruido aunque le llevó varios minutos recordar el momento, sus propios deberes, los invitados.

Lanzando un grueso epíteto, Peter apartó la cabeza. Se apoyó sobre los codos y contempló a la tentadora mujer que estaba debajo de él.

Tenía el aspecto de haber sido arrasada, y Peter hizo un gesto de satisfacción. Tenía los labios un poco hinchados, demasiado tentadores para la paz del esposo. La besó otra vez, con un beso duro y breve.

—Lali, ¿sabes por qué te he besado ahora?

La joven movió la cabeza.

—Para recordarte a quién perteneces.

Los ojos de Lali se abrieron de asombro. Peter la ayudó a levantarse y le acomodó los pliegues con increíble rapidez.

Estaba saliendo cuando Lali lo llamó.

—Esposo, ¿sabes por qué te besé yo?

La intención de la joven era recordarle que él también le pertenecía a ella, pero ese hombre arrogante no la dejó.

—Porque te gustó.

Sin embargo, tuvo que admitir que los pliegues estaban perfectos. Se acomodó el cabello, enderezó los hombros, y volvió al salón.

—¿Lali?

—¿Sí, esposo?

—El padre Jasper te acompañará afuera. En unos instantes me reuniré contigo.

Peter esperó a que la esposa saliera del salón y luego les hizo una seña a los soldados que aún montaban guardia bajo la escalera.

—No la perdáis de vista —les ordenó—. Quedaos a diez pasos de la señora.

Los dos soldados se precipitaron a cumplir la orden.

—Enviadme a Colin —les gritó Peter.

—¿Está aquí el segundo jefe de Harold? —preguntó Victorio.

Peter hizo un gesto afirmativo.

—Tiene informaciones que quiere transmitirnos.

—A tu esposa no la ha impresionado mucho la apostura de Justin, ¿verdad?

—Nunca creí que a Lali le resultaría apuesto —mintió Peter.

Peter pensó que Colin debía de estar esperando ante las puertas, pues ya bajaba corriendo los escalones del gran salón. Era evidente que el hombre de cabello gris estaba impaciente por transmitir el mensaje a Lanzani.

Para Peter, el tiempo voló. Se enzarzó en un acalorado debate acerca de la posibilidad de unir todos los clanes de las Tierras Altas. Lanzani insistía en que era imposible, y Colin, con el mismo fervor, opinaba que se podía lograr.

Peter se obstinó en convencer a Colin de su propio punto de vista antes de que saliera de ese salón y éste, a juzgar por el gesto duro de la mandíbula, estaba igual de empecinado en cambiar la opinión de Lanzani.

Lali entró corriendo en el salón. Peter le echó una mirada breve y volvió a concentrarse en el invitado.

Cuando sintió que estaba junto a él, alzó la vista y la vio tan enfadada que creyó que era capaz de vomitar fuego. La miró con expresión severa, indicándole así que le molestaba la interrupción, y se volvió hacia Colin.

Pero la mujer no pensaba dejarse ignorar y le dio unos golpecitos en el brazo. Dedicó una sonrisa poco convincente al sujeto que conversaba con su esposo y dijo: