Capitulo 31

Faltan 4 cap!! quieren q sigamos con la maraton? esq ya hay menos genteee,depende de las firmas subo si no tendra q ser hasta el luness,q dicen?

Capítulo 31

La paciencia de Peter estaba casi agotada y echó la culpa de su ánimo agitado al hecho de que la sesión de entrenamiento de la tarde no saliera nada bien. Era una tarea irritante, frustrante, pues estaba instruyendo a los guerreros más jóvenes e inexpertos.

El joven David, segundo hijo del señor Timothy, llevó la frustración de Peter al máximo. El muchacho no mejoraba por más empeño que pusiera en entrenarse. Peter derribó a David y su espada por tercera vez con el dorso de la mano, para agregar la humillación a la enseñanza de la defensa. El arma de David salió volando, y se habría clavado en la pierna de otro soldado si el viejo guerrero no se hubiese apartado a tiempo.

—En este momento, te habría matado —vociferó Peter al muchacho—. David, no durarás cinco minutos en una batalla real si no aprendes a prestar atención a lo que haces. ¡Y sujeta bien el arma, por el amor de Dios!

Antes de que el guerrero rubio pudiese responder a la crítica, Peter lo alzó al aire. Sostuvo a David del cuello con deseos de estrangularlo, a ver si le metía un poco de sensatez en la cabeza. Al advertir que el rostro pecoso de David se llenaba de manchas, se convenció de que le prestaba atención.

—¿Peter? —lo llamó uno de los soldados.

Peter dejó caer a David al suelo y se volvió. En ese instante, percibió el silencio. Todos los soldados habían abandonado las tareas sin su permiso. Ese hecho penetró en la mente del guerrero unos segundos antes de advertir que todos miraban hacia la cima de la colina.

Antes de girar, supo que Lali debía de estar involucrada en la interrupción. Era la única capaz de causar semejante perplejidad en los soldados, por otra parte disciplinados, la única capaz de crear tal caos.

Se armó de valor, convencido de que estaba preparado para cualquier cosa, pero aun así la visión de su esposa descendiendo la colina a lomos de Fuego Fatuo le quitó el aliento. Cabalgaba sin montura, el cabello flotaba tras ella, y Peter temió moverse para no asustarla. Si se sobresaltaba, se caería y se rompería el cuello.

Cabalgaba como una reina. Aun desde la distancia que los separaba, Peter distinguió la suave sonrisa hechicera.

Fuego Fatuo trotó colina abajo, donde esperaban Peter y sus hombres. Victorio y Maxi iban detrás de ella en sus respectivos caballos.

Con un ademán arrogante, Peter indicó a Lali que se acercara. Aunque estaba decidido a regañarla por la grosera interrupción de las tareas, le costó esfuerzo hacerlo. El orgullo ante la habilidad de la esposa se interpuso en el logro de ese objetivo.

En cuanto vio el arco y el carcaj con flechas que pendían del hombro de su esposa, el enfado de Peter desapareció.

Trató de no reírse.

Lali obedeció la orden del esposo sin ningún movimiento perceptible sobre las riendas. Frenó a Fuego Fatuo con la presión de las rodillas.

De súbito, Peter deseó sentir la presión de esas rodillas sobre él otra vez.

—¿A dónde crees que vas?

—A cabalgar.

—¿Y el arco y flechas?

—Sí —respondió Lali, asombrada por la irritación que percibía en la voz de su esposo—. Hay que estar preparado para cualquier eventualidad —agregó—. Podría toparme con algo que cazar.

—Entiendo.

“Tiene un talante tan impredecible como el viento”, pensó la joven, pues en ese momento Peter parecía reírse de ella. Los ojos le chispeaban. Oyó un coro de risas entre los soldados reunidos ante ella, los miró con expresión severa por la grosería, y se volvió hacia Peter.

—Hablas en serio, ¿verdad, esposa?

—Sí.

—No podrías acertar ni a la pared de los establos —afirmó Peter—. ¿Y crees que podrías darle a un blanco móvil?

—¿No crees?

—Sé que no.

—Tendrías que tener más confianza en tu esposa —murmuró Lali, mientras se quitaba lentamente el arco del hombro y tomaba una flecha.

Resolvió que ya era hora de desengañarlo. Lali había visto un cuero castaño clavado en un gran fardo de heno en la parte baja de la loma. Había unas quince flechas clavadas alrededor del centro del blanco. Señaló el cuero y dijo:

—Si te demuestro mi habilidad, ¿me dejarás ir a cazar?

Maxi tosió, disimulando la risa. Lali le dirigió una mirada severa mientras aguardaba la respuesta del esposo.

—No quiero que pases vergüenza ante mis hombres —respondió Peter. Quería provocarla, y supo que lo había logrado cuando Lali se volvió hacia él. Parecía dispuesta a estrangularlo.

—No pasaré vergüenza.

Peter tuvo la audacia de reírse.

—Ten la amabilidad de salir de mi camino, esposo —le ordenó—. Después podrás reírte —le espetó, al ver que Peter no podía contenerse—. Si aún lo deseas...

Peter asintió y se apartó unos metros.

En cuanto Lali ajustó la flecha en el arco, los soldados corrieron a ponerse a salvo, y la joven comprendió que ellos tampoco tenían demasiada fe.

La cabeza de Fuego Fatuo le obstruía la visión. Lali lanzó un suspiro. Se quitó los zapatos y se puso de pie sobre el lomo de la yegua, manteniendo el equilibrio con la gracia de una bailarina. Apuntó y disparó la flecha un segundo antes de que Peter se acercara a ella. Lali se sentó otra vez en el lomo de Fuego Fatuo, le dio unas palmadas de premio por haberse quedado quieta y le sonrió a Peter.

—Y ahora dime, ¿por qué estás enfadado?

—¡Nunca vuelvas a correr semejante riesgo, esposa!

Gritó tan fuerte que casi hizo volar la crin de Fuego Fatuo. El caballo se encabritó, pero Peter sujetó las riendas y la dominó en pocos instantes.

No se le había pasado por alto que en ningún momento Lali perdió el equilibrio ni manifestó la menor señal de temor.

—¿Y por qué gritas? —preguntó Lali—. ¿Cuál es el peligro que corría?

La expresión de la mujer le demostró a Peter que en realidad no sabía por qué él se inquietaba. Aspiró una bocanada de aire para serenarse. Cuando Lali se levantó sobre la yegua, el corazón del hombre se detuvo.

—Podrías haberte matado —musitó entre dientes—. Si tienes que morir, te mataré yo. ¡No vuelvas a alzarte sobre el lomo de la yegua! ¡Nunca!

—Estoy habituada a cabalgar así cada vez que tengo ganas, Peter. Cuando galopa por el prado, en ocasiones me pongo de pie sobre el lomo de Fuego Fatuo.

—¡Dios!

—Es verdad —aseguró Lali—. ¿Quieres que te lo muestre?

—¡No!

—No me grites, Peter. Estás asustando a Fuego Fatuo.

—A quien quiero asustar es a ti, esposa —repuso Peter—. Dame tu palabra.

—Oh, está bien —dijo Lali—. Te doy mi palabra. ¿Estás contento ahora?

—Sí.

—Entonces, por favor, quita tu mano de mi pierna; me haces daño.

—Esposa, ¿acaso no te das cuenta cuando te acercas al peligro?

Lali no pareció en absoluto preocupada por la amenaza.

—Peter.

—¿Qué?

—¿Cuánto tiempo hace que tienes ese tic en la mejilla?

El hombre no respondió.

—La flecha de la señora no está cerca de las otras —exclamó el joven soldado David. El ansioso muchacho tomó los zapatos de Lali y se los ofreció. Ésta se lo agradeció y se los puso.

—Claro que mi flecha no está cerca de las otras —le dijo Lali al soldado.

—¿Sabía que fallaría? —preguntó.

—No he fallado —replicó la señora—. Encontrará mi flecha en el centro mismo. Vaya a buscarla, por favor.

David corrió loma abajo hacia el blanco y, al llegar, saltó una carcajada:

—¡Tiene razón! —gritó—. La flecha de la señora está en el centro.

Mientras el joven lanzaba la afirmación, Lali observaba a Peter. La reacción del esposo fue un tanto decepcionante. Se limitó a alzar una ceja.

—Victorio, quiero que lleves a diez hombres más a cabalgar contigo —gritó Peter.

Al instante, el aludido hizo a su caballo volver hacia los establos.

—Lali, has olvidado algo —le dijo cuando la esposa intentó tomar otra vez las riendas.

—¡Oh! —Lali se sonrojó, se acercó más al marido y se inclinó para darle un beso en la frente.

Peter no pudo ocultar la exasperación:

—Me refería a que olvidaste la montura —le dijo.

—No me gusta —protestó Lali—. Es demasiado nueva y me obliga a ir muy rígida.

—Maxi, consíguele a mi esposa una de mis monturas viejas. ¿Por qué no me dijiste que podías cabalgar sin montura? Te creí ignorante de las artes hípicas. Hoy mismo te caíste del caballo.

—No te lo dije, pues me habrías considerado poco femenina —respondió Lali.

Esa afirmación tan tonta lo hizo sonreír.

—Jamás podría pensar que eres poco femenina. —Lali sonrió—. Siempre me recuerdas lo contrario. Tendría que haber adivinado que eras diestra —admitió Peter—. Beak me dijo que tú eras la única que podía cabalgar en esa yegua, pero agregó que no lo hacías con frecuencia.

—Lo hizo para protegerme —explicó Lali—. Pensó que tú serías más considerado conmigo si me creías inexperta.

Peter rió.

—Lali, nunca me beses como acabas de hacerlo.

La joven creyó que se refería a no hacer demostraciones de afecto frente a los soldados, pero Peter le hizo una seña con el dedo de que se acercara a él, y cuando estaban nariz con nariz, susurró:

—Bésame así.

Sin darle tiempo de sonreír, la boca de Peter apresó la de Lali en un beso duro y voraz. La muchacha no abrió la boca con rapidez suficiente para satisfacer a Peter, pero el gruñido sordo del hombre la hizo cooperar. La lengua del hombre penetró en la boca de la joven a tiempo para atrapar el suspiro de Lali.

La joven no oyó los gritos entusiastas que lanzaban los hombres al presenciar semejante despliegue de pasión, pero Peter sí, y, con desgana apartó a su caballo.

Lali adoptó una expresión confundida. Peter, orgulloso de la facilidad con que podía hacerle olvidar todos los pensamientos, no se dio cuenta que estaba abrazándola. No recordaba haberla retirado del lomo de Fuego Fatuo.

Los dos sonrieron.

—Ya me has hecho perder mucho de mi valioso tiempo.

Lali rió y, en ese momento, la distrajo el ruido de los soldados que galopaban colina abajo.

—¿Por qué tiene que haber tantos soldados acompañándome?

—Ellos también quieren cazar —repuso Peter. Al ver que un soldado le arrojaba la montura que había pedido, dejó deslizar a Lali al suelo. La mujer sostuvo las riendas mientras su esposo ajustaba las correas bajo la panza de la yegua. Luego, la subió al lomo de Fuego Fatuo.

—Que disfrutes del paseo, Lali —le dijo.

—No volveré con las manos vacías —afirmó la muchacha.

—Sé que no —le dijo Peter.

A Lali no le agradaba ocultarle la verdad de ese modo, pero aun así dejó que Peter creyese que iba de caza. “Además”, pensó, “una vez que supere la impresión inicial, se acostumbrará. Será un buen padre.”

Cuando llegaron al puente levadizo, Lali se volvió hacia Maxi.

—¿Hacia dónde, Maxi? —gritó.

—Hacia el oeste, milady.

Para cuando Maxi la alcanzó, Fuego Fatuo ya iba al galope. Le hizo señas de que lo siguiera, y describió un semicírculo, cambiando la dirección en la que iba Lali.

Maxi tuvo la cortesía de no mencionar el lamentable sentido de la orientación de la señora, pero Victorio, en cambio, disfrutó haciéndoselo notar.

Lali no se molestó, pues estaba muy complacida con los dos hombres. A fin de cuentas, no le habían dicho a Peter cuál era el verdadero destino al que se dirigían, y por ello les estaba agradecida. No le importaba si lo habían hecho adrede, o no.

Peter trató de convencerse de que no estaba preocupado pero, cuando pasó la hora de la cena y su esposa todavía no había llegado, comenzó a pasearse ante el hogar. No, no es taba preocupado: Maxi y Victorio la cuidarían. En cualquier momento llegaría. “Comenzaré a preocuparme cuando el sol haya desaparecido del todo”, se dijo por décima vez.

Aprovechó el tiempo de la separación. En cuanto Lali partió, pidió el caballo y se fue a visitar al clan de María. Pasó varias horas conversando con los primos, que la recordaban, y se enteró de algunos hechos interesantes acerca de la mujer a la que el matrimonio con él le había resultado tan espantoso que decidió terminar con su propia vida.

Apenas volvió, encontró al padre Jasper y estuvo largo rato con él, escuchando las opiniones del sacerdote. Era evidente que el anciano estaba asombrado de que Peter hablara de la difunta esposa. Desde el día del entierro no había mencionado jamás el nombre de María. Las preguntas del señor lo dejaban perplejo, pero supo que no debía insistir en averiguar qué era exactamente lo que Peter quería saber. Preguntarlo no estaba entre sus atribuciones.

En ese momento, Peter andaba a zancadas por el gran salón, mientras digería la información que acababa de recibir.

Lali había regresado en ese instante al castillo, y estaba de pie en la cima de los escalones, esperando a que Peter advirtiera su presencia. Estaba a punto de llamarlo cuando, de súbito, el esposo se volvió hacia ella.

El alivio de verla fue tan grande, que la miró ceñudo.

La respuesta de Lali fue una sonrisa.

Peter advirtió que la falda de la esposa se balanceaba, y luego vio la carita sucia que lo espiaba.

Victorio y Maxi estaban a ambos lados de Lali y contemplaban a la pequeña.

Lali hizo una inspiración profunda y tomó la diminuta mano de Luz.

—Vamos a conocer a tu padre —le susurró a la niña.

Luz no quiso. Era evidente que la corpulencia de Peter la intimidaba. Tenía los ojos castaños dorados abiertos, redondos como platos.

—Te amará con todo el corazón —le prometió Lali.

Sin dar tiempo a que la niñita hiciera un gesto negativo, Lali le aferró la mano y bajó con ella los escalones.

Peter no tenía idea de lo que sucedía. El angelito rubio llevaba puesto su propio manto, y eso le indicó que pertenecía a un Lanzani. El trozo de manto, demasiado grande para la niña, la envolvía y estaba sujeto con un nudo bajo la barbilla. Peter no recordaba haberla visto antes.

Era una criatura adorable, con una masa de rizos del color de la miel, más largos de un lado de la carita que del otro.

—¿Quién es? —preguntó Peter.

—Tu hija.

—¿Qué?

Lali no hizo caso de la perplejidad de su esposo.

—Bueno, en realidad, ahora es nuestra hija —le aclaró—. Luz, saluda a tu padre.

La niñita estaba asustada y siguió contemplando a Peter mientras se retorcía un mechón de pelo de la coronilla.

Lali se inclinó y le murmuró algo a la pequeña. Intentaba tranquilizar a la niña y al mismo tiempo darle tiempo a Peter a que se hiciera a la idea.

Cuando se irguió otra vez, Lali supo por la expresión de Peter que necesitaría mucho más tiempo para acostumbrarse.

—Es la hija de María —exclamó Victorio, con intención de quebrar ese duelo de miradas.

—Ahora es mi hija —repuso Lali. Dejó que Luz se ocultara otra vez tras ella—. Peter, en realidad, es sencillo de entender. Al casarte con María, te convertiste en el padre de Luz. Ibas a traerla a vivir contigo, ¿no es así? Y cuando yo me casé contigo —prosiguió, antes de que Peter pudiese responderle— me convertí en la nueva madre de Luz. Los dos hemos sido negligentes en nuestra responsabilidad hacia la niña, esposo.

—Lanzani se ocupó del mantenimiento de la hija de María —intervino Maxi.

—La abuela de Luz murió hace tres meses. ¿Sabías que Luz  fue entregada a una pariente lejana a la que sólo le importaba el cereal que enviabas? Peter, me duele admitir que la mujer sea inglesa. ¿Y sabes, además, que tu hija tiene magullones en la espalda y en las piernas? Si la hubiéramos dejado bajo semejante cuidado, dentro de un mes habría muerto.

Peter lo ignoraba. Y estaba furioso. Lali asintió. Entonces, todos comenzaron a hablar al mismo tiempo. Peter permaneció allí, con las manos aferradas a la espalda, contemplando a la criatura inocente que asomaba tras las faldas de Lali.

—Ven aquí, Luz —le ordenó a la niña.

La pequeña negó con la cabeza, al tiempo que trataba de meterse parte del vestido de Lali en la boca.

Peter rompió a reír.

—¡Que Dios nos ampare; ha estado contigo menos de un día y ya se le ha contagiado parte de tu obstinación! —le dijo a Lali.

Alzó a la pequeña en brazos y la sostuvo de modo que estuviesen cara a cara.

—Peter, ten cuidado con la espalda de la niña. Es muy frágil.

Peter le susurró algo a la niña, y sonrió al ver que asentía.

—¿Puedes hacer que te hable? A mí no me ha dicho una palabra —murmuró Lali—. ¿Crees que tendrá alguna dificultad para hablar?

—Deja de afligirte —la instó Peter—. Hablará cuando quiera. ¿No es cierto, Luz?

La niña asintió otra vez.

—Estaba vestida con los colores de Kevin —afirmó Victorio—. Si él pudiese ver lo sucio que estaba el vestido, se revolvería en su tumba.

—¿Quien la ha cambiado? —preguntó Peter.

—Yo —respondió Lali—. En ese momento fue cuando vi los cardenales, y supe que tenía que traerla aquí —agregó.

—No, esposa. Ya habías tomado la decisión cuando le pusiste mi manto.

Ese hombre era demasiado perspicaz para ella.

—Sí, Peter —admitió.

—Más aún, sabías que la traerías cuando te fuiste de aquí —continuó—. Eso fue lo que quisiste sugerir cuando dijiste que no vendrías con las manos vacías, ¿verdad?

Aunque no parecía enfadado, Lali aún no estaba segura de lo que pensaba.

—Sí —respondió—. Ya había adoptado la decisión.

Con suavidad, Peter metió a la niñita bajo el brazo, como si fuese un saco de cereal.

—Así no se lleva a un pequeño —dijo Lali—. Peter, sólo tiene tres veranos.

Sin embargo, a Luz no pareció molestarle pues dejó escapar una risita.

—¿Qué pasó cuando viste los cardenales? —le preguntó Peter a Lali.

—Me puse... furiosa.

—¿Cómo de furiosa?

—Arrojé el manto al suelo —barbotó Lali—. Lo hice adrede, fue un insulto deliberado. Y aun así, me contuve. Lo que de verdad quería era dejarle a esa mujer unos cuantos magullones, para que me recordara. Escupí en él.

—Frente a testigos, Peter —La afirmación provino de Maxi.

—Bien hecho.

Al ver que el señor lo aprobaba, el ceño de Maxi se disipó.

—Esto significa guerra —le recordó a Peter.

—Dos guerras —intervino Victorio—. Te olvidas de la familia de María; ellos también están involucrados.

—No —replicó Peter—. No les importará. ¿Por qué crees que Belén vino con María cuando nos casamos? La familia había maltratado a las dos hermanas. Y, por supuesto, el rey estaba enterado.

—¿Por eso te casaste con ella poco después de la muerte del primer marido? ¿Para protegerla? —preguntó Lali.

Peter asintió, y, cuando por fin dirigió la mirada a su esposa, estaba sonriente.

—Gracias.

—¿Por qué me das las gracias, Peter?

—Por traer a nuestra hija a casa.

La compasión que Peter manifestaba abrumó a Lali. Se le llenaron los ojos de lágrimas, y si Peter no hubiese fingido dejar caer a Luz, se habría puesto a sollozar. En cambio, gritó.

El padre y la madre rieron. Peter sujetó a la niña en los brazos y la alzó otra vez ante su rostro.

—Esposa, esta niña huele tan mal como el padre Jasper. Báñala —le ordenó—. Maxi, envía a alguien en busca de Paula y de Belén, pues querrán conocer a su sobrina.

—Entonces, ¿aceptas a Luz como tu hija? —inquirió Lali, todavía preocupada.

Peter la contempló largo rato y luego respondió:

—¿Podría no hacerlo?

Lali estaba demasiado emocionada para responder. Peter le entregó a la niña y Lali la apoyó en la cadera.

En el mismo instante en que Lali se encaminaba hacia la bañera, que estaba detrás de la mampara, entraron Pablo y Rocío en el salón. Luz se tornó tímida y ocultó el rostro sobre el hombro de Lali. Rocío se ofreció para ayudar a bañar a la pequeña y Lali aceptó. Entonces, captó la afirmación de Pablo de que estaban haciendo arreglos para esperar la visita del rey.

—¿Vendrá a visitarte tu rey? —le preguntó a Peter, conmocionada.

Ante una reacción tan extraña, Peter alzó una ceja.

—En efecto.

—¿Edgar?

—Es el único rey escocés que tenemos —respondió el hombre.

—¿Cuándo llegará?

—Mañana. Lali, ¿acaso esta novedad te disgusta? Pareces inquieta.

—Es famoso por su crueldad.

Todos los presentes en el salón la miraron incrédulos.

—¿Edgar? —preguntó Peter—. ¡Lali, es famoso por su bondad!

Al oír que todos lanzaban gruñidos de aprobación, Lali se sintió más tranquila. Le sonrió a Luz y dijo:

—No tendría que haber dado crédito a esas historias. Si es tan bondadoso como dicen, es imposible que haya hecho las cosas que me contaron.

—¿Qué cosas? —preguntó Maxi.

—Cuéntanos lo peor —sugirió Victorio—. Entonces te diremos si es cierto o no.

—Oí decir que cuando Edgar subió al trono, tuvo que desplazar a otro rey y que... bueno, lo cegó para que no le causara dificultades.

Nadie dijo nada, y se limitaron a mirarse unos a otros.

—Ya sé —dijo Lali precipitadamente—. A todos os parece vergonzoso que yo haya creído semejante ruindad.

—Vamos, Lali, esa historia es cierta —admitió al fin Victorio, viendo que nadie quería decírselo—. Pero no mató a su predecesor, sólo lo cegó.

—Sí, aún está vivo —agregó Maxi.

Peter vio que sus hombres trataban de apaciguar los temores de Lali, y comprendió que ellos, al igual que él, querían proteger los sentimientos de la señora.

—Peter, ¿cómo puedes sonreír ante semejante atrocidad cometida por tu rey?

—El rey de Inglaterra es mucho más despiadado —afirmó Peter.

—No deberías criticar a Henry —repuso Lali.

—Lali, no es una crítica sino un elogio.

Pareció hablar en serio, y Lali le dirigió una expresión que indicaba a las claras lo que opinaba de semejante elogio.

—Esposa, ¿qué es lo que en realidad te preocupa?

—¿Y si no permite que Luz se quede con nosotros?

—Lo permitirá.

—¿Seguro, Peter?

Peter asintió.

—¿Se supone que tendremos que arrodillarnos ante él?

—Si quieres.

—¿Eso significaría que soy desleal a Henry?

Peter compuso una sonrisa gentil. Era evidente que su mujer tenía lagunas en su educación histórica.

—No creo que seas desleal, Lali. Edgar es el cuñado de Henry.

Lali se sintió tan aliviada que dejó caer los hombros.

—Bueno, ¿por qué no me lo has dicho antes? ¡Me preocupé como una niña con respecto a este tema de la lealtad! Y en vano, Peter. Podrías haberme dicho que Edgar y Henry eran amigos, esposo.

Antes de que el hombre pudiera decirle que estaba loca, Lali llevó a Luz al otro lado de la mampara.

—¿Por qué la haces creer que Edgar y Henry son amigos? —preguntó Victorio.

—Por la misma razón por la que tú suavizaste las respuestas referidas a Edgar —le respondió Peter en tono seco—. Ninguno de nosotros quiere afligirla. Queremos hacerla feliz, ¿no es cierto?

Victorio rió.

—Sí, así es.

Las risas de los hombres quedaron ahogadas por el ruido que hacían Lali, Rocío, Paula y Belén mientras se turnaban para bañar a Luz.

—Es una niña hermosa —señaló Rocío.

—Debemos decírselo —aconsejó Lali—. Con frecuencia. Nunca tiene que sentir que no pertenece a la familia.

Por fin, el baño terminó. Lali dejó a la niña sobre el baúl y le cortó el cabello para dejarlo parejo.

Ante las mujeres la pequeña no manifestaba la menor timidez, pero era obvio que prefería las atenciones de Lali más que de ninguna. Una vez vestida con un camisón blanco que proporcionó Paula, tendió los brazos a Lali para que la alzara.

Mientras Luz cenaba, Paula fue arriba con Belén a prepararle un dormitorio. Se decidió que Luz dormiría en la habitación contigua a la de Peter y Lali. De ese modo, si lloraba durante la noche, Lali la oiría.

—Todas las madres tenemos sueño ligero —afirmó—. Sabemos por instinto cuándo nos necesitan nuestras hijas. Rocío, comprenderás lo que digo cuando haya nacido tu hijo.

La voz de Lali revelaba tanto entusiasmo que Rocío no tuvo ánimos de recordarle que hacía sólo un día que era madre, y asintió.

—Pablo está impaciente porque le quiten los puntos —le recordó a Lali—. Está sentado a la mesa, esperándote.

—Siéntate junto a él —repuso Lali—. Si estás cerca, no gritará tanto.

—¿Le dolerá?

—No te preocupes —la tranquilizó Lali—. No le dolerá en absoluto. Pero aun así, gritará por la incomodidad.

Rocío se apresuró a hacer lo que Lali sugería. Peter acababa de encender el fuego en el hogar. Estaba de espaldas pero, cuando se volvió, apenas tuvo tiempo de recibir a la niña, que Lali le puso entre los brazos.

Peter no tenía idea de lo que se esperaba de él, pero quería complacer a Lali. Contempló a Luz, sosteniéndola con cierta torpeza.

—No me temes, ¿verdad, Luz? —le preguntó en gaélico—. Ahora soy tu papá.

La niña sacudió la cabeza y le sonrió.

Peter también.

Quiso bajarla, pero cuando lo intentó le hizo saber que no estaba dispuesta a dejarlo. Se aferró de la chaqueta de Peter y se apretó contra él.

Peter la encaramó sobre sus hombros, y a la pequeña le encantó. Rompió en risas y chillidos y sacudió los dedos de los pies en obvia muestra de deleite.

Lali casi dejó caer las cosas que había ido a buscar cuando dio la vuelta a la mampara y vio lo que Peter hacía.

—¡No alces a la niña así! —exclamó— ¡Y, por el amor de Dios, Peter, no te encojas de hombros! Harás caer a Luz.

—Esto es nuevo para mí, Lali —musitó—. Es la primera criatura que sostengo. —Volvió a tomarla en brazos, mientras miraba ceñudo a su esposa.

—Te acostumbrarás —afirmó la mujer.

Peter miró con severidad a Maxi y a Victorio para que dejaran de sonreír de manera tan irrespetuosa.

Luego, llevó a Luz a la silla mecedora, se instaló allí con la niña en su regazo y le ordenó que durmiese. Pero Luz trepó por el pecho del padre: tenía tan poca confianza en la mecedora como la que había tenido Peter antes, y fue necesario que la convenciera para que se sentara tranquila encima de él.

Entre tanto, Lali les daba la espalda pues estaba atendiendo a Pablo. Peter tamborileó con los dedos sobre el brazo de la silla, preguntándose qué se esperaría de él en ese momento. Llegó a la conclusión de que podría intentar contarle una historia. Muy pronto eligió su preferida y le relató, completa, la crónica de una de sus mejores batallas.

Pocos instantes bastaron para que Luz quedase embelesada. Otra vez tenía los ojos muy grandes y redondos, y estaba pendiente de cada palabra.

Victorio y Maxi también se interesaron en la sangrienta historia; acercaron los bancos y lanzaron alternativos gruñidos de aprobación durante el transcurso del relato.

Lali oía el suave rodar del acento de Peter, pero sin prestar atención a lo que decía. En ese instante, Pablo se quejaba porque aún no le permitía quitarse el entablillado del brazo.

—Pablo, que tus dedos se muevan no quiere decir que ya estés curado. Te queda quizás un mes, o más, de usar el entablillado, y eso es todo. Rocío, el pecho le ha cicatrizado muy bien, ¿no?

—En efecto —respondió Rocío—. Lali, ambos te estamos muy agradecidos. ¿No es verdad, Pablo?

—Sí, así es —acordó Pablo.

La confesión pareció resultarle dolorosa, y Lali contuvo la risa, pues ya sabía que los modales ásperos de Pablo escondían un corazón tierno.

Lali le sonrió a Rocío y fue a guardar los elementos que había utilizado. Ya era hora de llevar a Luz arriba. La niña debía de estar exhausta tras el largo día.

Pero cuando volvió a pasar al otro lado de la mampara y vio a Peter con la pequeña sobre el regazo, no tuvo ánimos para interrumpirlos. “¡Señor!”, pensó Lali, “¡yo también debo de estar fatigada, pues ante ese cuadro encantador se me llenan los ojos de lágrimas!”

Peter le contaba a la niña un cuento para que se durmiera. “No”, precisó Lali para sí, “está contándoles un cuento a Luz, a Maxi, a Victorio y a Pablo. ¡Dios es testigo de que los hombres están tan entusiasmados con la historia como la chiquilla de tres años!”

Amaba a Peter con todo el corazón. Era un hombre gentil y compasivo, y Lali sintió ganas de reír. Pero Peter se ofendería si creía que su esposa lo consideraba bondadoso, y se preguntó cómo reaccionaría cuando por fin Lali le confesara que lo amaba.

¿Cómo era posible que pensara que los escoceses eran inferiores? El recuerdo de ese pensamiento vergonzoso le hizo sacudir la cabeza y se acercó para oír ella también el cuento que tenía a todos cautivados.

Al ver la expresión de Rocío comprendió que no todos estaban cautivados: la esposa de Pablo estaba de verdad horrorizada.

Entonces, captó una frase de Peter:

—Ese golpe fantástico le cortó el brazo...

—¿Qué estás contándole a la niña? —preguntó, casi gritando.

—No es más que un cuento —respondió Peter—. ¿Por qué?

—¿Qué clase de cuento? —preguntó Lali, corriendo a arrebatar a Luz del regazo de Peter.

—La batalla contra los de Northumbria —respondió el hombre.

—¡Con todo lujo de detalles! —le informó Rocío.

La irritación de Lali se esfumó al ver que su esposo estaba perplejo por su reacción.

—Peter, esa clase de historia le provocará pesadillas a la niña.

—Le gusta —arguyó Peter—. Dámela otra vez, Lali, me falta contarle el final.

—Sí, tiene que terminar el cuento —intervino Victorio.

—Se irá a la cama —dijo Lali, riendo a pesar de sí misma—. No puedo creer que le hayas contado a una dulce criatura la crónica de una batalla.

No tardó en comprender que Peter y los soldados no podían creer que a Lali le hubiese parecido mal el relato.

—Dale a Luz el beso de las buenas noches —le indicó Lali, alcanzándole la niña y observando cómo le daba un tierno beso en la frente.

—Vete a la cama ahora, Luz —le murmuró Peter—. Mañana terminaré de contarte la historia.

Cuando dejó a la chiquilla en el suelo, la niña corrió ante el hogar y se tendió sobre la estera de juncos.

—¿Piensa que va a dormir ahí? —preguntó Peter. Lali fue a buscar a Luz y la levantó antes de responder:

—Creo que sí. Con todo, supongo que la abuela debió de haber sido bastante buena con ella, pues la niña tiene un carácter muy dulce. Eso demuestra que no ha sufrido demasiado maltrato.

—¿Por qué eso es una demostración? —preguntó Peter.

—He oído decir que, cuando se trata a un chico con crueldad, se le deforma la mente, Peter. ¿Por qué me miras así? —agregó, en tono preocupado—. Pareces... perplejo. No es necesario que te preocupes por Luz.

Peter forzó una sonrisa.

—Jamás me preocupo —dijo—. Tú ya lo haces por los dos.

Lali no tomó en cuenta ese comentario tan absurdo.

—Esta noche, ¿podríamos dormir arriba, Peter? Quiero estar cerca de Luz, pues tal vez me llame durante la noche.

El que la necesitaba durante la noche era el mismo Peter, Esa idea brotó de súbito en la mente del hombre y lo hizo fruncir el entrecejo. ¡Diablos, se suponía que la que tenía que necesitarlo era ella...!

Miró a la pequeña Luz. La carita de la niña se apoyaba en el hombro de Lali. Tenía los ojos cerrados y una expresión apacible; era evidente que le gustaba estar en brazos de su esposa.

En la espalda y las piernas de la niña los cardenales se disiparían, y Peter supo que Lali sería capaz de calmar cualquier angustia que hubiese dañado la mente de la pequeña. Sí, ella haría feliz a Luz, tan feliz como lo hacía al mismo Peter el mágico amor que irradiaba.

Peter sabía que Lali lo amaba por el modo como lo miraba. Tal vez aún no quisiera admitirlo, pero Peter estaba seguro de que, con el tiempo, y dándole suficiente aliento, su esposa terminaría por aceptar el destino. Peter lo había aceptado. Sin duda, Dios debía de haberle enviado a Lali pues, si un año atrás, alguien le hubiese dicho que amaría a una mujer testaruda, de mal carácter e inglesa, Peter primero se habría reído y luego habría aplastado al insolente que sugiriera semejante idea.

Tendría que decirle que la amaba, pensó Peter, dejando de fruncir el entrecejo. “Sí, esta noche se lo diré”, decidió. “En gaélico, sólo para contrariarla”

—Peter, ¿esta noche tendrás que hablar conmigo otra vez? —preguntó Pablo, interrumpiendo los pensamientos de su señor.

—No, Pablo. Lleva a Rocío a casa. Mañana volveremos a hablar acerca de nuestros planes.

Antes de interrogar a Peter, Victorio esperó a que Pablo saliera con Rocío pues, aunque sabía que la mujer no repetiría nada de lo que oyera, no quería angustiarla.

—¿Cuales son tus planes, Peter? ¿Sabes quién intentó matar a Lali?

—¿Nos incluirás en la conversación? —preguntó Marcos.

—Maxi, deja de fruncir el entrecejo —le dijo Peter—. Todavía no he tenido tiempo de incluiros. Has revisado las habitaciones, ¿verdad, Victorio?

El soldado asintió.

—Y he vigilado la puerta. Paula aguarda en la habitación de Luz pues quiere que Lali le dé permiso para dormir con la niña por si despierta durante la noche.

—Los soldados todavía montan guardia bajo la ventana, milord —afirmó Maxi.

—Pon dos más al pie de la escalera, Maxi. No quiero que nadie suba por ella.

—¿Sabes quién es? —preguntó otra vez Victorio.

—Estoy casi seguro —repuso Peter, con expresión sombría—. Mañana le tenderemos una trampa. Estuve mirando en la dirección equivocada y, si ahora estoy en lo cierto, cuando esto termine, el padre Jasper tendrá que bendecir la sepultura de María.

—No entiendo —murmuró Maxi.

—Si no me equivoco —repitió Peter— María no se suicidó: fue asesinada.

**La vigila como a su tesoro más preciado. ¡Qué imbécil! ¿Acaso cree que podrá detenerme?

Soy demasiado audaz para ese Lanzani. Ha llegado la hora de desafiarlo una vez más. Mañana mataré a esa perra.

La niña quedará para después... Sólo se puede gozar de un placer al mismo tiempo.

¡Que Dios me dé fuerzas para ocultar mi alegría!**

Continuara..................................................................ame esta cap! un tierno pit♥