sábado, 22 de diciembre de 2012

Capitulo 1


Hola!! como andan?? seguimos vivos!! jaja solo Dios sabe cuando se puede acabar el mundo no?
Bueno esta nove esta llena de enredos jaja a mi me encanta!! tiene de todo!! plis firmen! asi se q van pensando! bueno en mi blog weloveyago.blogspot.com empeze una nove!! si quieren pasen a leerla porfa(eso si no es Laliter) esa nove es de Yago y tu!! bueno las dejo! besos las amo!! a y el lunes creo q subo corto navideño dale!! quieren?


Capítulo 1
Inglaterra, 1102

Se decía que había asesinado a su primera esposa.
Papá afirmó que quizá la mujer merecía la muerte. Fue desafortunado hacer semejante afirmación frente a las hijas, y el barón Jamison comprendió la torpeza en el mismo instante en que las palabras brotaron de su boca. Desde luego, muy pronto tuvo que lamentar ese comentario tan poco piadoso.
Ya las tres de las hijas del barón habían tomado en serio el espantoso rumor referido a Peter Lanzani y, por otra parte, no les importaba demasiado la opinión de su padre al respecto. Agnes y Alice, las hijas mellizas del barón, sollozaron con fuerza y al unísono de acuerdo a una costumbre irritante que tenían, mientras que la otra hermana, Eugenia, de carácter más dulce, rodeó con paso ágil la mesa alargada del salón grande, donde el padre se acurrucaba confundido bebiendo una copa de cerveza, procurando recobrar la calma. En medio del ruidoso coro de las mellizas, Eugenia intercaló una serie de observaciones escandalosas acerca del guerrero de las Tierras Altas, que llegaría al hogar de los Jamison en apenas una semana.
Queriéndolo o no, Eugenia provocó en las mellizas una oleada de resoplidos y chillidos. Era suficiente para acabar hasta con la paciencia del mismo demonio.
El padre intentó defender al escocés y, como sólo había oído comentarios funestos e irrepetibles con respecto al carácter sombrío de aquel hombre, se vio obligado a inventar las observaciones favorables.
Pero todo fue inútil.
En efecto, fue un esfuerzo vano, pues las hijas no le prestaban la menor atención a lo que decía. “No tendría que asombrarme”, reconoció con un gruñido y un sonoro eructo, “pues mis ángeles nunca hacen caso de mis opiniones.”
El barón no tenía la menor habilidad para calmar a sus hijas cuando se ponían así, y hasta ese momento esa incapacidad no le había preocupado en absoluto. Pero ahora le parecía fundamental imponerse, ya que no quería quedar como un tonto frente a los visitantes, fuesen escoceses o no, y si sus hijas continuaban ignorando sus órdenes, sin duda quedaría como tal.
El barón bebió otro trago de cerveza y se armó de valor. Dio un puñetazo sobre la mesa de madera para llamar la atención, y afirmó que todas esas afirmaciones sobre el escocés eran una sarta de majaderías.
Al ver que la afirmación no despertaba la más mínima reacción, ni aun atención, se dejó llevar por la cólera. Entonces pensó que si los rumores resultaban ciertos, tal vez fuese que la esposa del escocés mereciera ser víctima del crimen. “Habría comenzado como una paliza”, especuló, “y, como suele ocurrir, los golpes fueron excesivos.”
Para el barón Jamison la explicación fue coherente. Y conquistó la atención de las hijas, pero las expresiones atónitas de las muchachas no eran lo que esperaba lograr. Sus preciosos ángeles lo miraban horrorizadas, como si acabaran de ver una sanguijuela colgando de la nariz del padre. De pronto, comprendió que lo creían loco y entonces el temperamento débil del barón explotó. Bramó que sin duda la mujer habría agotado la paciencia de su amo y señor. Y que estas muchachas irrespetuosas harían bien en aprender la lección.
La única intención del barón era inspirar el temor de Dios a sus hijas, pero comprendió que había fracasado cuando las mellizas comenzaron a gritar otra vez. Se cubrió los oídos con las manos para protegerse de ese barullo que le destrozaba los nervios, y cerró los ojos para no ver la mirada hostil que le dirigía Eugenia. Se hundió más aún en la silla, casi hasta que las rodillas rozaron el suelo. Con la cabeza gacha, ya perdido todo coraje, desesperado, recurrió a Herman, su fiel criado, y le ordenó que buscara a su hija menor.
El sirviente de cabellos grises pareció aliviado por la orden, hizo varios gestos de asentimiento y luego salió del salón arrastrando los pies para cumplir la indicación del amo. El barón hubiese jurado por la Santa Cruz que, mientras salía el criado, había murmurado por lo bajo que ya era hora de que diese esa orden.
Menos de diez minutos después la tocaya del barón apareció en medio del caos y, de inmediato, el barón se irguió en la silla. Dirigió a Herman una mirada severa para indicarle que lo había oído murmurar y luego abandonó la expresión ceñuda. Al volverse a observar a la hija menor, lanzó un prolongado suspiro de alivio.
Su Lali se haría cargo de todo.
El barón Jamison supo que estaba sonriendo y reconoció que era imposible mantener un humor agrio en presencia de Lali.
La muchacha era un espectáculo fascinante. Era tan grato mirarla que al hacerlo un hombre olvidaba todas las preocupaciones. La presencia de Lali era tan imponente como su belleza, ya que había heredado la hermosura de la madre. Tenía cabellos negros como el ala de un cuervo, ojos de color violeta que a su padre le recordaban la primavera, y una piel tan inmaculada como su corazón.
Si bien el barón se jactaba de amar a todas sus hijas, Lali era su orgullo y su alegría. Cosa sorprendente, pues en realidad no era el padre carnal. La madre de Lali fue la segunda esposa del barón. Llegó hasta él casi a punto de dar a luz a su hija. El padre de Lali murió en el campo de batalla un mes después de casarse con la madre y de concebir a la niña.
El barón había aceptado a la niñita como propia y prohibió que se la llamara hijastra. Desde el momento en que la tuvo en los brazos la consideró su propia hija.
Lali era la menor y la más esplendorosa de sus ángeles. Tanto las mellizas como Eugenia estaban dotadas de una belleza serena, esa clase de belleza que los hombres advertían con el tiempo, pero la pequeña y querida Lali impactaba a primera vista. Se decía que la sonrisa de Lali era capaz de hacer desmontar a un caballero... o al menos eso era lo que solía decir su padre.
Sin embargo, no existían celos entre las muchachas. Por instinto, Agnes, Alice y Eugenia recurrían a la hermanita menor en procura de guía en cualquier asunto de importancia. Acudían a ella casi con tanta frecuencia como el padre mismo.
En esos momentos Lali era la verdadera señora del hogar. Desde el día del entierro de su madre, la hija menor se había hecho cargo de la dirección de la casa. Desde muy temprano demostró sus cualidades y, como al barón le agradaba el orden pero era incapaz de establecerlo, se sintió aliviado de cargar la responsabilidad sobre Lali.
Nunca lo decepcionó. Lali era una hija sensata y no causaba dificultades. Además, desde el día de la muerte de la madre jamás lloró. “Agnes, Alice y Eugenia harían bien en aprender de ella”, pensaba el barón. Lloraban por casi todo. El padre creía que sólo el hecho de que fuesen bonitas las salvaba de ser insignificantes, y compadecía a los lores que algún día tuviesen que cargar con estas muchachas tan sensibles.
La que más lo preocupaba era Eugenia. Aunque no lo decía en voz alta, sabía que la muchacha era un poco más egoísta de lo conveniente. Ponía sus caprichos por encima de los de las hermanas. Pero lo peor de todo era que los antepusiese a los del padre.
Sí, Eugenia no sólo era una preocupación sino también una embrollona. Le gustaba provocar líos por puro placer. El barón sospechaba que era Lali la que daba a Eugenia ideas poco dignas de una dama, pero nunca se atrevió a expresarlo por temor a equivocarse y perder el favor de la hija menor.
Pero aunque Lali fuese la preferida, el padre reconocía los defectos de la joven: tenía un temperamento capaz de incendiar un bosque, si bien raras veces se descontrolaba. En el carácter de la muchacha existía un matiz de obstinación. Había heredado de la madre la habilidad para curar, pero el padre prohibió esa práctica de manera expresa. No, al barón no le agradaba esa inclinación, pues tanto los siervos como los criados de la casa la distraían con frecuencia de la principal obligación de Lali: ocuparse de la comodidad del padre. Lo que menos le importaba al barón eran las llamadas nocturnas pues, por lo general, en esas ocasiones dormía profundamente y, en consecuencia, no lo molestaba, pero lo irritaban las interrupciones que ocurrían durante el día, cuando tenía que esperar la cena porque la hija estaba ocupada atendiendo a los heridos o a los enfermos.

Esa idea lo hizo suspirar apesadumbrado y luego advirtió que las mellizas habían dejado de chillar. Lali ya había capeado la tormenta. El barón Jamison indicó al mayordomo que volviese a llenarle la copa y se reclinó para observar cómo su hija continuaba ejerciendo esa magia particular.
En el instante en que entró en el salón, Agnes, Alice y Eugenia se precipitaron hacia la hermana menor y cada una trataba de darle su propia versión de la historia. Lali no hallaba ni pies ni cabeza en los relatos que oía.
—Venid, sentaos a la mesa, junto a papá —sugirió con su característica voz grave—. Así podremos resolver el problema como una familia —agregó con sonrisa alentadora.
—Esta vez, es más que un problema —gimió Alice, enjugándose las comisuras de los ojos—. Lali, no creo que podamos resolverlo. De verdad, no lo creo.
—En esta ocasión, la culpa es de papá —murmuró Agnes. La menor de las mellizas arrastró un taburete junto a la mesa, se sentó, y dirigió al padre una mirada feroz—. Como siempre, es culpa de él.
—Esto no es culpa mía —se quejó el barón—. Señorita, ya puedes dejar de mirarme así. No hago otra cosa que obedecer una orden de mi rey.
—Papá, por favor, no te inquietes —le advirtió Lali, dándole al padre una palmada en la mano para luego volverse hacia Eugenia—. Tú pareces la más controlada. Agnes, por favor, deja de sollozar, así puedo escuchar qué ha sido lo que ha sucedido. Eugenia, ¿puedes explicármelo, por favor?
—Ha llegado una carta del rey Henry —respondió Eugenia. Se detuvo para apartar un mechón de cabello castaño claro sobre el hombro y luego apoyó las manos sobre la mesa—. Al parecer, nuestro rey está otra vez disgustado con papá.
—¡Eugenia, está furioso! —intervino Agnes.
Eugenia asintió y luego prosiguió:
—Papá no le envió el dinero de los impuestos —informó, mirando ceñuda a su padre—. El rey quiere dar un escarmiento a través de nuestro padre.
Las mellizas dirigieron a un tiempo miradas hostiles al padre y Lali dejó escapar un suspiro de fatiga.
—Por favor, Eugenia, prosigue —pidió—. Quiero oírlo todo.
—Bien, desde que el rey Henry se casó con esa princesa escocesa... ¿Cómo se llamaba, Alice?
—Matilda.
—Sí, Matilda. ¡Señor, cómo he podido olvidar el nombre de nuestra reina!
—A mí me parece fácil explicar cómo lo has olvidado —dijo Agnes—. Papá nunca nos ha llevado a la corte y jamás hemos tenido una sola visita importante. Estamos aquí, aisladas como leprosas, en medio de la nada.
—Agnes, te desvías del tema —afirmó Lali, en tono cargado de impaciencia—. Eugenia, continúa.
—Bien, parece que el rey Henry quiere que todas nos casemos con escoceses— afirmó Eugenia.
Alice sacudió la cabeza.
—No, Eugenia. No quiere que todas nos casemos con escoceses sino sólo una de nosotras. Y ese bárbaro viene a elegir entre nosotras. ¡Que Dios me ampare, es tan humillante!
—Cualquiera de nosotras que resulte elegida sin duda se encaminará a la muerte, Alice. Si ese hombre mató a una esposa es probable que mate a otra. Y eso, hermana, es algo más que humillante —dijo Eugenia.
—He oído decir que la primera esposa se mató —exclamó Lali, apabullada por lo que decía su hermana.
Alice, sin hacer caso de la exclamación de Lali, intervino:
—¿Cómo pudiste? —gritó Alice, con una expresión que insinuaba que quería matar al padre, pues tenía el rostro sonrojado y las manos apretadas entre sí—. ¡Sabías que el rey se enfadaría si no pagabas los impuestos! ¿Acaso no pensaste en las consecuencias?
—Alice, por favor, baja la voz. Los gritos no cambiarán la situación —dijo Lali—. Nosotras ya sabemos que papá es muy olvidadizo. Es probable que hasta haya olvidado enviar el dinero de los impuestos. ¿No fue así, papá?
—Algo así, mi ángel —se defendió el barón.
—¡Oh, Dios mío! Gastó las monedas —gimió Alice.
Lali alzó la mano pidiendo silencio.
—Eugenia, termina la explicación antes de que yo comience a gritar.
—Lali, tienes que entender lo difícil que resulta para nosotras enfrentarnos con semejante atrocidad. Sin embargo, me propongo ser fuerte y explicártelo todo, pues veo que estás confundida.

9 comentarios:

  1. yo tmb me re confundi pero siempre lo ago :P lali se casa con peter yy... mass! :$

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  2. Ese bárbaro es peter?? Más me encanta!

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  3. Parece buena la nove :D Espero el proximo cpitulo :D

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  4. Claramente el hombre que supuestamente mato a su mujer es Peter y ya sabemos con quien se va a casar :P jajaja
    Espero el proximo
    Besos :)

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  5. Que buena la Novela, me las imagino con miedo a las chicas
    @Masi_ruth

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  6. Detestaria vivir en esa epoca ¬¬ Piensan que las mujeres tan solo son objetos y que viven para servir a los hombres! Bronca me da!
    Espero mas :)
    Besos
    PD: Muy buena!

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  7. Esa especie de mounstro seria Peter/Lali la hna centrada/el padre buscando vaya a saber q beneficio/y una historia donde intuyo se aplicara perfectamente el"NO TODO ES LO Q PARECE"

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  8. jajajaja q chistoso si q estan locas pero bueno...me gusto la relacion de lali con el padre ahora me imagino q cuando la elijan a ella va a ponerse como un ogro jajaja bueno te cuento q ya estoy mejor y mañana me conectare por la tarde para hablar un rato
    bye tk besos

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