Hola!! como andan?? seguimos vivos!! jaja solo Dios sabe cuando se puede acabar el mundo no?
Bueno esta nove esta llena de enredos jaja a mi me encanta!! tiene de todo!! plis firmen! asi se q van pensando! bueno en mi blog http://weloveyago.blogspot.com empeze una nove!! si quieren pasen a leerla porfa(eso si no es Laliter) esa nove es de Yago y tu!! bueno las dejo! besos las amo!! a y el lunes creo q subo corto navideño dale!! quieren?
Capítulo 1
Inglaterra,
1102
Se decía
que había asesinado a su primera esposa.
Papá
afirmó que quizá la mujer merecía la muerte. Fue desafortunado hacer semejante
afirmación frente a las hijas, y el barón Jamison comprendió la torpeza en el
mismo instante en que las palabras brotaron de su boca. Desde luego, muy pronto
tuvo que lamentar ese comentario tan poco piadoso.
Ya las
tres de las hijas del barón habían tomado en serio el espantoso rumor referido
a Peter Lanzani y, por otra parte, no les importaba demasiado la opinión de su
padre al respecto. Agnes y Alice, las hijas mellizas del barón, sollozaron con
fuerza y al unísono de acuerdo a una costumbre irritante que tenían, mientras
que la otra hermana, Eugenia, de carácter más dulce, rodeó con paso ágil la mesa
alargada del salón grande, donde el padre se acurrucaba confundido bebiendo una
copa de cerveza, procurando recobrar la calma. En medio del ruidoso coro de las
mellizas, Eugenia intercaló una serie de observaciones escandalosas acerca del
guerrero de las Tierras Altas, que llegaría al hogar de los Jamison en apenas
una semana.
Queriéndolo
o no, Eugenia provocó en las mellizas una oleada de resoplidos y chillidos. Era
suficiente para acabar hasta con la paciencia del mismo demonio.
El padre
intentó defender al escocés y, como sólo había oído comentarios funestos e
irrepetibles con respecto al carácter sombrío de aquel hombre, se vio obligado
a inventar las observaciones favorables.
Pero todo
fue inútil.
En efecto,
fue un esfuerzo vano, pues las hijas no le prestaban la menor atención a lo que
decía. “No tendría que asombrarme”, reconoció con un gruñido y un sonoro
eructo, “pues mis ángeles nunca hacen caso de mis opiniones.”
El barón
no tenía la menor habilidad para calmar a sus hijas cuando se ponían así, y
hasta ese momento esa incapacidad no le había preocupado en absoluto. Pero
ahora le parecía fundamental imponerse, ya que no quería quedar como un tonto
frente a los visitantes, fuesen escoceses o no, y si sus hijas continuaban
ignorando sus órdenes, sin duda quedaría como tal.
El barón
bebió otro trago de cerveza y se armó de valor. Dio un puñetazo sobre la mesa
de madera para llamar la atención, y afirmó que todas esas afirmaciones sobre
el escocés eran una sarta de majaderías.
Al ver que
la afirmación no despertaba la más mínima reacción, ni aun atención, se dejó
llevar por la cólera. Entonces pensó que si los rumores resultaban ciertos, tal
vez fuese que la esposa del escocés mereciera ser víctima del crimen. “Habría
comenzado como una paliza”, especuló, “y, como suele ocurrir, los golpes fueron
excesivos.”
Para el
barón Jamison la explicación fue coherente. Y conquistó la atención de las
hijas, pero las expresiones atónitas de las muchachas no eran lo que esperaba
lograr. Sus preciosos ángeles lo miraban horrorizadas, como si acabaran de ver
una sanguijuela colgando de la nariz del padre. De pronto, comprendió que lo
creían loco y entonces el temperamento débil del barón explotó. Bramó que sin
duda la mujer habría agotado la paciencia de su amo y señor. Y que estas
muchachas irrespetuosas harían bien en aprender la lección.
La única
intención del barón era inspirar el temor de Dios a sus hijas, pero comprendió
que había fracasado cuando las mellizas comenzaron a gritar otra vez. Se cubrió
los oídos con las manos para protegerse de ese barullo que le destrozaba los
nervios, y cerró los ojos para no ver la mirada hostil que le dirigía Eugenia.
Se hundió más aún en la silla, casi hasta que las rodillas rozaron el suelo.
Con la cabeza gacha, ya perdido todo coraje, desesperado, recurrió a Herman, su
fiel criado, y le ordenó que buscara a su hija menor.
El
sirviente de cabellos grises pareció aliviado por la orden, hizo varios gestos
de asentimiento y luego salió del salón arrastrando los pies para cumplir la indicación
del amo. El barón hubiese jurado por la Santa Cruz que, mientras salía el
criado, había murmurado por lo bajo que ya era hora de que diese esa orden.
Menos de
diez minutos después la tocaya del barón apareció en medio del caos y, de
inmediato, el barón se irguió en la silla. Dirigió a Herman una mirada severa
para indicarle que lo había oído murmurar y luego abandonó la expresión ceñuda.
Al volverse a observar a la hija menor, lanzó un prolongado suspiro de alivio.
Su Lali se
haría cargo de todo.
El barón
Jamison supo que estaba sonriendo y reconoció que era imposible mantener un
humor agrio en presencia de Lali.
La
muchacha era un espectáculo fascinante. Era tan grato mirarla que al hacerlo un
hombre olvidaba todas las preocupaciones. La presencia de Lali era tan
imponente como su belleza, ya que había heredado la hermosura de la madre.
Tenía cabellos negros como el ala de un cuervo, ojos de color violeta que a su
padre le recordaban la primavera, y una piel tan inmaculada como su corazón.
Si bien el
barón se jactaba de amar a todas sus hijas, Lali era su orgullo y su alegría.
Cosa sorprendente, pues en realidad no era el padre carnal. La madre de Lali
fue la segunda esposa del barón. Llegó hasta él casi a punto de dar a luz a su
hija. El padre de Lali murió en el campo de batalla un mes después de casarse
con la madre y de concebir a la niña.
El barón
había aceptado a la niñita como propia y prohibió que se la llamara hijastra.
Desde el momento en que la tuvo en los brazos la consideró su propia hija.
Lali era
la menor y la más esplendorosa de sus ángeles. Tanto las mellizas como Eugenia
estaban dotadas de una belleza serena, esa clase de belleza que los hombres
advertían con el tiempo, pero la pequeña y querida Lali impactaba a primera
vista. Se decía que la sonrisa de Lali era capaz de hacer desmontar a un
caballero... o al menos eso era lo que solía decir su padre.
Sin
embargo, no existían celos entre las muchachas. Por instinto, Agnes, Alice y Eugenia
recurrían a la hermanita menor en procura de guía en cualquier asunto de
importancia. Acudían a ella casi con tanta frecuencia como el padre mismo.
En esos
momentos Lali era la verdadera señora del hogar. Desde el día del entierro de
su madre, la hija menor se había hecho cargo de la dirección de la casa. Desde
muy temprano demostró sus cualidades y, como al barón le agradaba el orden pero
era incapaz de establecerlo, se sintió aliviado de cargar la responsabilidad
sobre Lali.
Nunca lo
decepcionó. Lali era una hija sensata y no causaba dificultades. Además, desde
el día de la muerte de la madre jamás lloró. “Agnes, Alice y Eugenia harían
bien en aprender de ella”, pensaba el barón. Lloraban por casi todo. El padre
creía que sólo el hecho de que fuesen bonitas las salvaba de ser
insignificantes, y compadecía a los lores que algún día tuviesen que cargar con
estas muchachas tan sensibles.
La que más
lo preocupaba era Eugenia. Aunque no lo decía en voz alta, sabía que la
muchacha era un poco más egoísta de lo conveniente. Ponía sus caprichos por
encima de los de las hermanas. Pero lo peor de todo era que los antepusiese a
los del padre.
Sí, Eugenia
no sólo era una preocupación sino también una embrollona. Le gustaba provocar
líos por puro placer. El barón sospechaba que era Lali la que daba a Eugenia
ideas poco dignas de una dama, pero nunca se atrevió a expresarlo por temor a
equivocarse y perder el favor de la hija menor.
Pero
aunque Lali fuese la preferida, el padre reconocía los defectos de la joven:
tenía un temperamento capaz de incendiar un bosque, si bien raras veces se
descontrolaba. En el carácter de la muchacha existía un matiz de obstinación.
Había heredado de la madre la habilidad para curar, pero el padre prohibió esa
práctica de manera expresa. No, al barón no le agradaba esa inclinación, pues
tanto los siervos como los criados de la casa la distraían con frecuencia de la
principal obligación de Lali: ocuparse de la comodidad del padre. Lo que menos
le importaba al barón eran las llamadas nocturnas pues, por lo general, en esas
ocasiones dormía profundamente y, en consecuencia, no lo molestaba, pero lo
irritaban las interrupciones que ocurrían durante el día, cuando tenía que
esperar la cena porque la hija estaba ocupada atendiendo a los heridos o a los
enfermos.
Esa idea
lo hizo suspirar apesadumbrado y luego advirtió que las mellizas habían dejado
de chillar. Lali ya había capeado la tormenta. El barón Jamison indicó al
mayordomo que volviese a llenarle la copa y se reclinó para observar cómo su
hija continuaba ejerciendo esa magia particular.
En el
instante en que entró en el salón, Agnes, Alice y Eugenia se precipitaron hacia
la hermana menor y cada una trataba de darle su propia versión de la historia. Lali
no hallaba ni pies ni cabeza en los relatos que oía.
—Venid,
sentaos a la mesa, junto a papá —sugirió con su característica voz grave—. Así
podremos resolver el problema como una familia —agregó con sonrisa alentadora.
—Esta vez,
es más que un problema —gimió Alice, enjugándose las comisuras de los ojos—. Lali,
no creo que podamos resolverlo. De verdad, no lo creo.
—En esta
ocasión, la culpa es de papá —murmuró Agnes. La menor de las mellizas arrastró
un taburete junto a la mesa, se sentó, y dirigió al padre una mirada feroz—.
Como siempre, es culpa de él.
—Esto no
es culpa mía —se quejó el barón—. Señorita, ya puedes dejar de mirarme así. No
hago otra cosa que obedecer una orden de mi rey.
—Papá, por
favor, no te inquietes —le advirtió Lali, dándole al padre una palmada en la
mano para luego volverse hacia Eugenia—. Tú pareces la más controlada. Agnes,
por favor, deja de sollozar, así puedo escuchar qué ha sido lo que ha sucedido.
Eugenia, ¿puedes explicármelo, por favor?
—Ha
llegado una carta del rey Henry —respondió Eugenia. Se detuvo para apartar un
mechón de cabello castaño claro sobre el hombro y luego apoyó las manos sobre
la mesa—. Al parecer, nuestro rey está otra vez disgustado con papá.
—¡Eugenia,
está furioso! —intervino Agnes.
Eugenia
asintió y luego prosiguió:
—Papá no
le envió el dinero de los impuestos —informó, mirando ceñuda a su padre—. El
rey quiere dar un escarmiento a través de nuestro padre.
Las
mellizas dirigieron a un tiempo miradas hostiles al padre y Lali dejó escapar
un suspiro de fatiga.
—Por
favor, Eugenia, prosigue —pidió—. Quiero oírlo todo.
—Bien,
desde que el rey Henry se casó con esa princesa escocesa... ¿Cómo se llamaba,
Alice?
—Matilda.
—Sí,
Matilda. ¡Señor, cómo he podido olvidar el nombre de nuestra reina!
—A mí me
parece fácil explicar cómo lo has olvidado —dijo Agnes—. Papá nunca nos ha
llevado a la corte y jamás hemos tenido una sola visita importante. Estamos
aquí, aisladas como leprosas, en medio de la nada.
—Agnes, te
desvías del tema —afirmó Lali, en tono cargado de impaciencia—. Eugenia,
continúa.
—Bien,
parece que el rey Henry quiere que todas nos casemos con escoceses— afirmó Eugenia.
Alice
sacudió la cabeza.
—No, Eugenia.
No quiere que todas nos casemos con escoceses sino sólo una de nosotras. Y ese
bárbaro viene a elegir entre nosotras. ¡Que Dios me ampare, es tan humillante!
—Cualquiera
de nosotras que resulte elegida sin duda se encaminará a la muerte, Alice. Si
ese hombre mató a una esposa es probable que mate a otra. Y eso, hermana, es
algo más que humillante —dijo Eugenia.
—He oído
decir que la primera esposa se mató —exclamó Lali, apabullada por lo que decía
su hermana.
Alice, sin
hacer caso de la exclamación de Lali, intervino:
—¿Cómo
pudiste? —gritó Alice, con una expresión que insinuaba que quería matar al
padre, pues tenía el rostro sonrojado y las manos apretadas entre sí—. ¡Sabías
que el rey se enfadaría si no pagabas los impuestos! ¿Acaso no pensaste en las consecuencias?
—Alice,
por favor, baja la voz. Los gritos no cambiarán la situación —dijo Lali—.
Nosotras ya sabemos que papá es muy olvidadizo. Es probable que hasta haya
olvidado enviar el dinero de los impuestos. ¿No fue así, papá?
—Algo así,
mi ángel —se defendió el barón.
—¡Oh, Dios
mío! Gastó las monedas —gimió Alice.
Lali alzó
la mano pidiendo silencio.
—Eugenia,
termina la explicación antes de que yo comience a gritar.
—Lali,
tienes que entender lo difícil que resulta para nosotras enfrentarnos con semejante
atrocidad. Sin embargo, me propongo ser fuerte y explicártelo todo, pues veo
que estás confundida.
yo tmb me re confundi pero siempre lo ago :P lali se casa con peter yy... mass! :$
ResponderEliminarEse bárbaro es peter?? Más me encanta!
ResponderEliminarParece buena la nove :D Espero el proximo cpitulo :D
ResponderEliminarClaramente el hombre que supuestamente mato a su mujer es Peter y ya sabemos con quien se va a casar :P jajaja
ResponderEliminarEspero el proximo
Besos :)
Que buena la Novela, me las imagino con miedo a las chicas
ResponderEliminar@Masi_ruth
Detestaria vivir en esa epoca ¬¬ Piensan que las mujeres tan solo son objetos y que viven para servir a los hombres! Bronca me da!
ResponderEliminarEspero mas :)
Besos
PD: Muy buena!
maasss :)
ResponderEliminarEsa especie de mounstro seria Peter/Lali la hna centrada/el padre buscando vaya a saber q beneficio/y una historia donde intuyo se aplicara perfectamente el"NO TODO ES LO Q PARECE"
ResponderEliminarjajajaja q chistoso si q estan locas pero bueno...me gusto la relacion de lali con el padre ahora me imagino q cuando la elijan a ella va a ponerse como un ogro jajaja bueno te cuento q ya estoy mejor y mañana me conectare por la tarde para hablar un rato
ResponderEliminarbye tk besos