Capítulo
12
Los tres días siguientes
transcurrieron de una manera extraña, intemporal. Largas horas del día en
espera de noticias del hospital.
Stavros pasaba todo el
tiempo en el hospital, sentado al lado de la cama de Helen, hablando con ella
como si ya hubiera recobrado la consciencia, y sólo dormía cuando lograban
obligarlo, casi por la fuerza, a acostarse en el cuarto contiguo al de su
esposa. Lali y Aristóteles se turnaban para acompañarlo, mientras la señora
Kirilakis, cuidaba a Yannis, demasiado pequeño para comprender con claridad lo
sucedido, pero lo bastante perceptivo como para notar la preocupación de todos.
El niño no se despegaba del lado de Lali, cuando ésta estaba en la villa.
—Es por tu parecido con su
madre —sostenía la abuela del pequeño—. Los niños son seres tan sensibles,
pobrecitos. Los adultos solemos olvidar eso en momentos de dificultad.
Y aparte de la desazón por
el estado de su hermana, Lali tenía que afrontar un tumulto de confusos
sentimientos respecto a la abrupta partida de Peter. Ya no sabía lo que quería
o necesitaba de él, lo único que sabía era que su partida había dejado un vacío
espantoso dentro de ella.
Helen recobró el
conocimiento al día siguiente.
Lali estaba con ella, al
lado de su cama, hablando con voz suave, contándole todos sus problemas,
expresando sus confusos pensamientos sin inhibiciones, ya que confiaba en no
ser escuchada, y estaba tan absorta en sus divagaciones, que no se dio cuenta
cuando los pálidos párpados se alzaron y los azules ojos se volvieron hacia
ella. Fue el sonido de una voz muy débil el que la sacó de su ensimismamiento.
—Lali… ¿qué… haces aquí?
—¡Helen! —Lali se puso de
pie de un salto y en su rostro tembló una sonrisa al inclinarse hacia su
hermana—. Helen —repitió con voz llorosa, y besó la pálida mejilla no dañada.
—¿Dónde estoy? ¿Qué ha
pasado? —Helen se llevó una mano a la cabeza vendada, aturdida y consternada—.
¿Dónde… está Stavros? ¡La…!
—Está bien —se apresuró a
tranquilizarla su hermana—. Bien, querida. Duerme en el cuarto de al lado.
Todos hemos estado muy preocupados por ti, y convencerlo de que se fuera a
dormir ha sido una batalla digna de una medalla, pero él está bien.
—Nos… Estrellamos —murmuró
Helen, luchando por recordar.
—Sí, Helen —repuso Lali y
alzó de manera subrepticia una mano para tocar el timbre situado encima de la
cama, preocupada porque podía ver que Helen ya comenzaba a hacer un recuento
visual de sus heridas. Pronto iba a preguntar lo inevitable, y Lali no se
sentía capaz de responder—. Hace cuatro días —comentó, con la esperanza de
distraer a su hermana.
Lo consiguió; Helen miró a
Lali con los ojos dilatados por el azoro.
—¿Cuatro días? —Inquirió
en un murmullo ronco—. ¿He estado inconsciente cuatro días?
—Sí —Lali logró esbozar
una sonrisa—. Vaya que eres perezosa, ¿eh?
Helen se apoyó contra la
almohada, cerró los ojos y se pasó la lengua por los labios resecos. Lali
volvió a apretar el botón para llamar al personal, observando con preocupación
que su hermana se ponía muy pálida otra vez.
—Un poco de agua —murmuró
Helen.
—Ahora mismo —repuso su
hermana. Se apartó de la cama para servir en un vaso agua de la jarra que
estaba sobre la mesa móvil.
—He perdido a mi bebé,
¿verdad? —no era una pregunta, sino una sombría declaración.
Lali se volvió a mirarla
con expresión consternada.
—Sí, querida —replicó con
voz densa—. Lo lamento tanto.
Regresó, al lado de la
cama, se inclinó para pasar un brazo bajo los hombros de su hermana y alzarla
lo suficiente para que pudiera beber del vaso. Helen bebió, sin señales
evidentes de congoja, y Lali estaba a punto de lanzar un suspiro de alivio,
cuando Helen levantó los ojos hacia ella y el corazón de la joven se contrajo
de dolor al ver reflejada en ellos la angustia más profunda.
—La… —murmuró débilmente
Helen—. ¿Quieres… llamar a Stavros?
Lali fe colocó la cabeza
en la almohada con cuidado, con un nudo en la garganta por la zozobra.
—Enseguida, cariño —besó a
su hermana en la mejilla y se incorporó, agobiada por el abrumador deseo de
echarse a llorar mientras se dirigía a la puerta.
Stavros estaba dormido en
la cama del hospital, con el pelo enmarañado y el pálido rostro todavía mostrando
las huellas de sus heridas. Lali se acercó con suavidad a la cama y lo tocó en
un hombro.
Stavros se despertó
sobresaltado y miró a Lali con ojos azorados pero alertas.
—Helen ya ha vuelto en sí
—le informó ella lacónicamente.
Stavros se levantó como
movido por un resorte.
—Debo ir a verla…
—Stavros —le dijo Lali
cuando se dirigía a la puerta—. Ella… lo sabe.
El rostro masculino se
ensombreció. Stavros hundió los hombros un momento mientras se recuperaba del
golpe, luego se enderezó y salió del cuarto con su habitual soltura.
Lali llamó por teléfono a
Edward una semana después de su apresurada salida de Londres.
—¿Cuánto tiempo estarás
fuera? —fue la primera pregunta de su agente, después de un breve recuento de
los acontecimientos.
—¿Cuánto tiempo me han
concedido?
—Dos semanas. Y eso con
reticencias. Deberías agradecer a tu buena estrella, encanto, que tu suplente
no esté a tu altura.
Lali comprendió muy bien
lo que Edward quería decir. Si la suplente hubiera sido buena, ella ya no
tendría el papel en la obra. En el mundo del teatro se da por sentado que los
actores no tienen vida personal, el «espectáculo debe continuar», a pesar de
todos los problemas y contratiempos.
Edward y Lali charlaron
durante un rato más, y luego la joven expresó con la mayor naturalidad que le
fue posible:
—¿Has visto a la tía Vi?
Se detestaba por sentirse
tan desesperada por saber noticias sobre Peter, pero desde que él había
aparecido en su apartamento, no podía apartarlo de su pensamiento. Su rápida
partida del hospital le había dolido. Durante el traumático viaje a Grecia, él
se había comportado como el hombre del que se enamoró, tan amable y
considerado, haciéndola sentir su apoyo y su consuelo. Pero luego se había ido.
Sin nada más que un insatisfactorio mensaje por medio de Aristóteles y
dejándola abatida y desolada otra vez.
Hubo un breve silencio,
luego Edward respondió:
—Está en Devon. Peter la
mandó con un par de ancianas amigas para que se tomara unas vacaciones mientras
él estaba fuera. Ya sabes que no le gusta quedarse sola en esa casona. ¿No te
lo ha dicho el muy bribón? Debo suponer que regresará a Londres contigo, ya que
me pidió que le cancelara una serie de citas y compromisos. Ojalá yo pudiera
dejar de trabajar un mes así sin más —prosiguió Edward en tono gruñón, mientras
Lali trataba de captar algún sentido en lo que su agente estaba diciendo.
Parecía como si… No, decidió, estaba interpretando sus palabras de manera
equivocada. No era posible que Peter estuviera todavía en…
—No he… visto, a Peter
desde que llegamos aquí, hace una semana —comentó ella con cautela.
—¿No? —El tono de Edward
era de asombro—. Qué curioso —repuso—. Recibí una postal suyo ayer, en ella me
cuenta que se está empapando de historia, que nunca había tomado tantas
fotografías, que quizá se dedique a fotografiar monumentos históricos en lugar
de rostros, que…
—¡Está todavía aquí!
—musitó Lali con un estremecimiento de excitación.
—En la tarjeta menciona a
tu cuñado —confirmó Edward—. Dice que le pidió prestado su yate para hacer un
recorrido alrededor de la isla.
¡Stavros sabía que Peter
estaba allí! Lali se puso rígida, incapaz de entender el acertijo.
—También dice…
—Adiós, Edward —lo
interrumpió Lali—. Te volveré a llamar cuando pueda darte una fecha fija para
mi regreso —y colgó el auricular, temblando como una hoja al viento. Su mente
volaba en todas las direcciones, pasando de la sorpresa al regocijo, de la ira
a la suspicacia y luego a una excitación que la tuvo en un estado de
aturdimiento hasta que la señora Kirilakis se acercó y le tocó un hombro,
sobresaltándola.
—¿Está bien, Lali?
—preguntó con curiosidad.
—Creo que… que sí
—farfulló la joven, con la mirada todavía perdida en el vacío—. Yo… pues…
—logró recobrarse—. ¿Piensa usted que Yannis se inquietará mucho si salgo un
rato? Tengo que hablar con Stavros.
—Estoy segura de que no le
importará —afirmó la señora Kirilakis. Yannis había convertido a Lali en su
madre sustituía y apenas se apartaba de su lado cuando su padre no estaba en casa.
Pero en los ojos de Lali había un brillo que la abuela del pequeño no había
visto antes; era como si hubieran encendido una luz en su interior, y la señora
Kirilakis haría cualquier cosa por mantenerla brillando—. Ahora está con su
abuelo, pescando en el muelle. Si quiere, llévese el coche y conduzca con
cuidado, Lali —le ofreció la mujer, y la joven no se lo pensó demasiado, se
volvió y corrió hacia la puerta con el corazón golpeándole el pecho y los ojos
encendidos por una energía que se había apagado desde que supo la noticia del
accidente.
Le llevó casi una hora
llegar a la ciudad de Rodas. Aparcó el coche cerca del hospital y fue andando
el resto del trayecto, sintiendo el excitado torrente de sangre que corría por
sus venas. «He vuelto a vivir», se decía. « ¡Peter está todavía en Rodas y yo he
vuelto a vivir!»
Pero cuando entró en el
cuarto de su hermana, su entusiasmo dio lugar a la cautela, volviendo a erigir
todas las defensas que había construido contra Peter durante los pasados meses,
y cuando fue a besar a su hermana en la mejilla, parecía la Lali de siempre.
—¿Qué haces hoy aquí?
—preguntó Helen, sorprendida pero contenta de verla. Stavros estaba
medio reclinado en la cama, al lado de su esposa.
—Quería pedirte prestado a
tu marido, ya que no lo necesitas mientras estás ahí ociosa —dijo Lali en tono
de broma.
Helen la miró con falsa
severidad.
—¡Búscate un novio! —La
recriminó, siguiendo la broma—. Éste ya tiene dueña —su mano fue a posarse de
manera posesiva sobre el brazo de su marido y Stavros sonrió muy complacido,
disfrutando de esa fingida batalla por sus favores.
Helen ya tenía mucho mejor
aspecto. Le habían quitado el vendaje de la cabeza y la contusión había
cambiado del tono violáceo al amarillento. Aunque su brazo todavía estaría
escayolado durante algunas semanas.
Al principio Stavros y
ella habían estado inconsolables por la pérdida del bebé, aferrados uno al otro
en su congoja. Pero poco a poco, conforme pasaban los días, comenzó a surgir
una resignación natural ante lo inevitable y fueron recuperando su ánimo
habitual.
—¿Qué te ha traído aquí,
querida Lali? —preguntó Stavros.
—He tenido el
incontrolable deseo de venir a raptarte del lado de mi hermana, de modo que me
subí al Mercedes y llegué aquí.
—¿Vamos a comer? —preguntó
Stavros, mirando a su cuñada con los ojos entrecerrados, interrogantes.
Ella asintió con
entusiasmo.
—En esa bonita hostería
que hay cerca de la bahía Mandraki.
—Quisiera ir —se lamentó
Helen, con un suspiro nostálgico.
—Pues no puedes —repuso
Lali con firmeza, en su papel de mujer fatal—. Necesito a un hombre y sólo uno
me servirá. Ya lo has monopolizado bastante.
—¡Es mío! —señaló Helen,
procurando no soltar la risa.
—Querida… —intervino
Stavros, arrastrando las palabras—. Yo no soy de nadie.
—¿De verdad? —lo retó
Helen, con un brillo especial en la mirada.
Stavros la miró y sus
facciones se suavizaron hasta la ternura, con una sonrisa que lo decía todo.
—Prometo devolvértelo
cuando termine con él —afirmó Lali.
—Ah, bueno… —concedió su
hermana—. En ese caso…
Decidieron ir dando un
paseo hasta la bahía, y durante el trayecto él tuvo que detenerse varias veces
para recibir las condolencias y los buenos deseos de los conocidos con los que
se cruzaba en el camino.
Cuando llegaron a la
hostería, Lali sonreía todavía ante las calurosas manifestaciones de simpatía
que su cuñado había recibido en el trayecto.
El dueño del
establecimiento salió a recibir con gran beneplácito al honorable visitante.
Era evidente que Stavros era considerado alguien muy especial en Rodas.
—Los griegos somos gente
honesta y cordial por naturaleza —comentó Stavros ante la expresión divertida
de Lali—. Si miras a tu alrededor verás a tus compatriotas aferrados con miedo
a sus bolsos, cuando podrían irse y dejar sus preciadas posesiones en la mesa,
a la vista de todos, y nadie tocaría ni un céntimo hasta devolverlas a su
legítimo dueño. Para los griegos el dinero es un medio, no un fin, y hay muchas
cosas mucho más importantes que lo material: la amistad, el amor, la sabiduría
y el placer de vivir. ¿Sabías que en Rodas ni siquiera tenemos cárcel?
—¿No? ¿Y qué hacéis cuando
alguien comete un delito?
—La máxima ofensa que
suele cometerse aquí es alborotar un poco en estado de ebriedad. Pero los que
lo hacen son enviados en barco a Kos a dormir allí la mona. Así que cuidado con
embriagarte y causar disturbios, ¿eh? —El camarero llegó con la carta y,
después de una rápida revisión, Stavros preguntó a su acompañante—: ¿Qué vas a
tomar?
—Comeré una de esas
ensaladas por las que sois famosos los griegos —repuso Lali.
—¿Y después?
—Lo dejo a tu elección
—sugirió la joven.
Lo que Stavros eligió fue
unas exquisitas chuletas de cordero acompañadas de verduras cocidas al vapor y
condimentadas con una salsa deliciosa. El postre consistía en mantecado con
frutas y crema batida.
—¡No me podré comer todo
eso! —exclamó Lali.
—¿No? Ya veremos.
Lali se lo comió todo, y
su cuñado seguía riéndose de ella cuando se reclinó contra el respaldo de su
asiento, relamiéndose por la comida.
—Eres terrible, Stavros
—comentó Lali en tono acusador—. Te saqué del hospital para una comida ligera y
tú me atiborras de comida.
Stavros la miró sonriendo,
pero luego se puso muy serio.
—Bien, quizá ahora podrías
decirme, querida cuñada, por qué me apartaste del lado de mi esposa enferma.
Lali también se puso seria
y desvió la mirada hacia la bahía y los barcos que se balanceaban en el agua.
Ahora que tenía la plena
atención de su cuñado no sabía con exactitud lo que quería decirle. Sin duda,
se dijo, si Peter estaba todavía en la isla, el hecho de que no hubiera
intentado ponerse en contacto con ella era un mensaje bastante claro en sí
mismo. Lo cual la hacía dudar sobre si debía mencionarlo o no.
—Tengo entendido que si
uno se queda sentado aquí el tiempo suficiente, todos los habitantes de Rodas
terminarán por pasar ante uno, ¿no? —comentó la joven en tono distraído,
ausente.
—¿Y te quedarías sentada
aquí si creyeras que cierta persona en particular terminaría por pasar ante tu
mesa?
Sagaz como siempre,
Stavros había dado justo en el clavo. Lali se volvió a mirarlo con seriedad.
Aspiró profundamente y
luego soltó el aire con lentitud, bajando la mirada hacia la mesa.
—Cuando piensa uno en
todas las complicaciones que podrían haber surgido del accidente, puede decirse
que Helen es afortunada de poder darte hijos todavía, una vez que se reponga
por completo.
Un aleteo de dolor cruzó
el rostro de Stavros. Apenas el día anterior los médicos habían confirmado que
Helen podría tener hijos.
—¿Estás preocupada… por
ella? —preguntó Stavros con suavidad.
Lali suspiró.
—En realidad… lo estoy,
pero… he hecho el comentario por razones más bien egoístas —admitió la joven
con una mueca—. Estaba comparando lo sucedido a Helen con lo que le pasó a la
exesposa de Peter. A causa de un aborto provocado perdió las posibilidades de
volver a tener hijos. Sin duda, debió quedar muy consternada por ello. Ahora
comprendo mejor por qué Peter estaba tan preocupado por ella.
—¿Qué estás tratando de
decirme, Lali? ¿Qué ahora te arrepientes de haberlo dejado sin permitirle que
se defendiera?
—Se lo permití, Stavros
—declaró Lali a la defensiva—. Y aunque ahora yo tenga otro punto de vista
respecto a su dilema en aquel momento, eso no cambia el hecho de que la
prefirió a ella. ¡Yo también tengo sentimientos! Y nunca estaré en segundo
lugar ante ninguna mujer.
Stavros se tomó su tiempo
para replicar a eso, al parecer, atento a las actividades que se desarrollaban
en el muelle, antes de volver la mirada otra vez hacia su interlocutora.
—¿Recuerdas, querida
cuñada, cuando te visité en Londres y comentamos la obra en la que ibas a
participar?
Ella asintió.
—El absurdo de los
matrimonios por conveniencia.
—Hablamos sobre mi caso al
enfrentarme a una situación similar con mi anticuada familia.
—Tus padres actualmente
adoran a Helen y tú lo sabes —apuntó Lali—. Estoy segura de que ahora se
alegran de que no aceptaras a la chica que te eligieron.
—Tienes toda la razón.
Pero no es a eso a lo que quiero llegar —Stavros hizo una pausa, luego se
inclinó hacia delante, apoyando los brazos sobre la mesa—. La joven en
cuestión, Ianthe, había crecido desde la infancia con la creencia de que a la
larga se convertiría en mi esposa. Para su mente, yo era de su propiedad.
Cuando, de hecho, ni siquiera le caigo bien —el griego sacudió la cabeza con
una expresión irónica—. Yo era demasiado fuerte para Ianthe. Ella necesitaba a
un hombre al que pudiera dominar. Nuestros caracteres eran demasiado parecidos,
de modo que chocábamos con frecuencia respecto a cualquier cosa. Sin embargo,
cuando Helen apareció, vio que su propiedad le iba a ser arrebatada y luchó
contra tu hermana con todas las armas a su alcance. No le importaba que yo no
fuera el hombre adecuado, tampoco que estuviera decidido a no casarme con ella,
pasara lo que pasara. Se empeñó en tratar de estropear las cosas para Helen y
para mí… y casi lo logró. De no haber sido porque me enteré de ciertas cosas,
Helen y yo nunca nos habríamos casado. Recobré la sensatez bastante pronto para
correr tras ella cuando escapó de mí y regresó a Inglaterra, para suplicarle
que me perdonara por haber creído las odiosas mentiras que Ianthe me había
contado. Pero…
—No puedes comparar tu
situación con la de Peter y su exesposa —replicó Lali—. Para empezar, Tracy
López no necesitaba mentir para hacer que Peter comiera de su linda mano, le
bastaba con aprovecharse de su gran sentido ele la responsabilidad.
—¿Pero estás segura de que
no mintió y se valió de una treta para evitar que Peter se casara contigo?
—Peter nunca me propuso
matrimonio.
—Pero vuestra relación
recibió amplia publicidad en las revistas y periódicos y quizá ella temió que
fuerais a casaros y se apresuró a sabotear la posibilidad para no perder el
control que tenía sobre Peter —Stavros dejó que Lali meditara un poco sobre eso
y luego prosiguió—: El orgullo esposito es terrible y tú lo sabes, Lali. Nunca
le diste a Peter la oportunidad de explicarte por qué no siguió con sus
intenciones de casarse de nuevo con Tracy.
—Quizá ya no quiere
explicarlo —sugirió Lali con aparente indiferencia, todavía dolida por el
abandono de Peter al llegar a la isla—. Está aquí, ¿no es cierto? —Retó a su
cuñado a revelar la verdad—. Disfrutando de unas agradables vacaciones, en
alguna parte de la isla y sin la menor intención de verme.
—¡Ah! —Exclamó Stavros con
satisfacción—. ¿Pero si él pasara ante esta mesa dentro de un momento y ofreciera
una explicación, estarías dispuesta a escucharlo?
Lali se encogió de
hombros, de manera evasiva. Sentía que Stavros trataba de arrinconarla.
—Quizá —murmuró con
cautela—. Si Peter quisiera discutir las cosas… sí, estaría dispuesta a
escucharlo ahora.
—Me alegro. Creo que
después de lo que hizo por ti al acompañarte a Rodas cuando más necesitabas su
apoyo, merece que le concedas al menos un poco de atención.
—Pero si no sabes dónde
está, ¿cómo demonios voy a concederle mi atención?
Stavros sonrió de manera
enigmática.
—¿Quién te ha dicho que Peter
está todavía en la isla?
—Edward —declaró ella—. He
hablado con él esta mañana y… y mencionó que Peter seguía aquí.
—Y de inmediato fuiste a
buscarme porque tu ansiedad por saber de Peter fue más fuerte que ese estúpido
orgullo Esposito, ¿verdad?
—Edward mencionó que Peter
te pidió prestado el yate, de modo que supuse que tú sabrías dónde está él.
—¿Y qué harás si te digo
dónde encontrarlo?
Lali miró hacia el muelle
con el rostro mohíno y rebelde. Luego se volvió a mirar a su cuñado.
—Creo que… si Peter está
aquí, lo más probable es que fuera a buscarlo.
—¿Por qué?
—¿Por qué? —repitió Lali,
y de repente toda rebeldía la abandonó, dejando al descubierto toda la
vulnerabilidad de su ser—. Porque… lo necesito. Porque quiero estar con él —sus
ojos se inundaron de lágrimas y agregó en un susurro trémulo—. Porque lo amo.
El rostro de Stavros se
enterneció.
—No puedo decirte con
exactitud dónde está, querida murmuró. La última vez que hablé con él, estaba
considerando la posibilidad de llevar el yate a Kos para dedicar algunos días a
visitar los centros turísticos de ese lugar. Pero haré averiguaciones, Lali —prometió
apretando el brazo de su cuñada en actitud solidaria—. Y cuando encuentre a tu Peter,
puedes estar segura de que serás la primera en saberlo.
Luego la mala soy yo con mi nove.. Lo que hay que oir.. Massss
ResponderEliminarYa quiero q lo encuentre!la ex mintió!
ResponderEliminarMe muero de ternura con el cuñado, es un amor!!!! Esperemos que todo e arregle!! más!!!
ResponderEliminarLALI ya podia estar mas trankial su hermana estaba mucho mejor.
ResponderEliminarEl cuñado de LALI quiere ver a LALI Y PETER juntos y no duda en ayudarlos.
ME ENCANTOOOOOOOOOOOOOOOO
MASSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSS
Noooo jajjajaj como q estaba en la isla q acaso estaba esperando q ella reaccionara o q TODO ESTO ES UN COMPLOD, odio que las cosas se acaben tan rápido pero bueno la nove estuvo excelente espero el ultimo cap
ResponderEliminarOTRO
ResponderEliminarqe se arregle todo ya quiero el ultimo capitulooo
ResponderEliminarEl cuñado está jugando un papel importante entre ellos ,los dos lo usan.LAli le reconoce a su cuñado k ama a Peter.
ResponderEliminarWuujuuu porfin me LEI todos esos caps hahahame perdí in montón esta buenísima ...dnd esta peter ...porque se fue...quiero massss
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