viernes, 21 de septiembre de 2012

Capitulo 11 "Atraves de tus ojos"

Hola mis amores! cansada pero aqui estoy llegamos al penultimo cap!!!! buenos hasta mañana besos ponys♥

Capítulo 12

Los tres días siguientes transcurrieron de una manera extraña, intemporal. Largas horas del día en espera de noticias del hospital.

Stavros pasaba todo el tiempo en el hospital, sentado al lado de la cama de Helen, hablando con ella como si ya hubiera recobrado la consciencia, y sólo dormía cuando lograban obligarlo, casi por la fuerza, a acostarse en el cuarto contiguo al de su esposa. Lali y Aristóteles se turnaban para acompañarlo, mientras la señora Kirilakis, cuidaba a Yannis, demasiado pequeño para comprender con claridad lo sucedido, pero lo bastante perceptivo como para notar la preocupación de todos. El niño no se despegaba del lado de Lali, cuando ésta estaba en la villa.

—Es por tu parecido con su madre —sostenía la abuela del pequeño—. Los niños son seres tan sensibles, pobrecitos. Los adultos solemos olvidar eso en momentos de dificultad.

Y aparte de la desazón por el estado de su hermana, Lali tenía que afrontar un tumulto de confusos sentimientos respecto a la abrupta partida de Peter. Ya no sabía lo que quería o necesitaba de él, lo único que sabía era que su partida había dejado un vacío espantoso dentro de ella.

Helen recobró el conocimiento al día siguiente.

Lali estaba con ella, al lado de su cama, hablando con voz suave, contándole todos sus problemas, expresando sus confusos pensamientos sin inhibiciones, ya que confiaba en no ser escuchada, y estaba tan absorta en sus divagaciones, que no se dio cuenta cuando los pálidos párpados se alzaron y los azules ojos se volvieron hacia ella. Fue el sonido de una voz muy débil el que la sacó de su ensimismamiento.

—Lali… ¿qué… haces aquí?

—¡Helen! —Lali se puso de pie de un salto y en su rostro tembló una sonrisa al inclinarse hacia su hermana—. Helen —repitió con voz llorosa, y besó la pálida mejilla no dañada.

—¿Dónde estoy? ¿Qué ha pasado? —Helen se llevó una mano a la cabeza vendada, aturdida y consternada—. ¿Dónde… está Stavros? ¡La…!

—Está bien —se apresuró a tranquilizarla su hermana—. Bien, querida. Duerme en el cuarto de al lado. Todos hemos estado muy preocupados por ti, y convencerlo de que se fuera a dormir ha sido una batalla digna de una medalla, pero él está bien.

—Nos… Estrellamos —murmuró Helen, luchando por recordar.

—Sí, Helen —repuso Lali y alzó de manera subrepticia una mano para tocar el timbre situado encima de la cama, preocupada porque podía ver que Helen ya comenzaba a hacer un recuento visual de sus heridas. Pronto iba a preguntar lo inevitable, y Lali no se sentía capaz de responder—. Hace cuatro días —comentó, con la esperanza de distraer a su hermana.

Lo consiguió; Helen miró a Lali con los ojos dilatados por el azoro.

—¿Cuatro días? —Inquirió en un murmullo ronco—. ¿He estado inconsciente cuatro días?

—Sí —Lali logró esbozar una sonrisa—. Vaya que eres perezosa, ¿eh?

Helen se apoyó contra la almohada, cerró los ojos y se pasó la lengua por los labios resecos. Lali volvió a apretar el botón para llamar al personal, observando con preocupación que su hermana se ponía muy pálida otra vez.

—Un poco de agua —murmuró Helen.

—Ahora mismo —repuso su hermana. Se apartó de la cama para servir en un vaso agua de la jarra que estaba sobre la mesa móvil.

—He perdido a mi bebé, ¿verdad? —no era una pregunta, sino una sombría declaración.

Lali se volvió a mirarla con expresión consternada.

—Sí, querida —replicó con voz densa—. Lo lamento tanto.

Regresó, al lado de la cama, se inclinó para pasar un brazo bajo los hombros de su hermana y alzarla lo suficiente para que pudiera beber del vaso. Helen bebió, sin señales evidentes de congoja, y Lali estaba a punto de lanzar un suspiro de alivio, cuando Helen levantó los ojos hacia ella y el corazón de la joven se contrajo de dolor al ver reflejada en ellos la angustia más profunda.

—La… —murmuró débilmente Helen—. ¿Quieres… llamar a Stavros?

Lali fe colocó la cabeza en la almohada con cuidado, con un nudo en la garganta por la zozobra.

—Enseguida, cariño —besó a su hermana en la mejilla y se incorporó, agobiada por el abrumador deseo de echarse a llorar mientras se dirigía a la puerta.

Stavros estaba dormido en la cama del hospital, con el pelo enmarañado y el pálido rostro todavía mostrando las huellas de sus heridas. Lali se acercó con suavidad a la cama y lo tocó en un hombro.

Stavros se despertó sobresaltado y miró a Lali con ojos azorados pero alertas.

—Helen ya ha vuelto en sí —le informó ella lacónicamente.

Stavros se levantó como movido por un resorte.

—Debo ir a verla…

—Stavros —le dijo Lali cuando se dirigía a la puerta—. Ella… lo sabe.

El rostro masculino se ensombreció. Stavros hundió los hombros un momento mientras se recuperaba del golpe, luego se enderezó y salió del cuarto con su habitual soltura.

 

 

Lali llamó por teléfono a Edward una semana después de su apresurada salida de Londres.

—¿Cuánto tiempo estarás fuera? —fue la primera pregunta de su agente, después de un breve recuento de los acontecimientos.

—¿Cuánto tiempo me han concedido?

—Dos semanas. Y eso con reticencias. Deberías agradecer a tu buena estrella, encanto, que tu suplente no esté a tu altura.

Lali comprendió muy bien lo que Edward quería decir. Si la suplente hubiera sido buena, ella ya no tendría el papel en la obra. En el mundo del teatro se da por sentado que los actores no tienen vida personal, el «espectáculo debe continuar», a pesar de todos los problemas y contratiempos.

Edward y Lali charlaron durante un rato más, y luego la joven expresó con la mayor naturalidad que le fue posible:

—¿Has visto a la tía Vi?

Se detestaba por sentirse tan desesperada por saber noticias sobre Peter, pero desde que él había aparecido en su apartamento, no podía apartarlo de su pensamiento. Su rápida partida del hospital le había dolido. Durante el traumático viaje a Grecia, él se había comportado como el hombre del que se enamoró, tan amable y considerado, haciéndola sentir su apoyo y su consuelo. Pero luego se había ido. Sin nada más que un insatisfactorio mensaje por medio de Aristóteles y dejándola abatida y desolada otra vez.

Hubo un breve silencio, luego Edward respondió:

—Está en Devon. Peter la mandó con un par de ancianas amigas para que se tomara unas vacaciones mientras él estaba fuera. Ya sabes que no le gusta quedarse sola en esa casona. ¿No te lo ha dicho el muy bribón? Debo suponer que regresará a Londres contigo, ya que me pidió que le cancelara una serie de citas y compromisos. Ojalá yo pudiera dejar de trabajar un mes así sin más —prosiguió Edward en tono gruñón, mientras Lali trataba de captar algún sentido en lo que su agente estaba diciendo. Parecía como si… No, decidió, estaba interpretando sus palabras de manera equivocada. No era posible que Peter estuviera todavía en…

—No he… visto, a Peter desde que llegamos aquí, hace una semana —comentó ella con cautela.

—¿No? —El tono de Edward era de asombro—. Qué curioso —repuso—. Recibí una postal suyo ayer, en ella me cuenta que se está empapando de historia, que nunca había tomado tantas fotografías, que quizá se dedique a fotografiar monumentos históricos en lugar de rostros, que…

—¡Está todavía aquí! —musitó Lali con un estremecimiento de excitación.

—En la tarjeta menciona a tu cuñado —confirmó Edward—. Dice que le pidió prestado su yate para hacer un recorrido alrededor de la isla.

¡Stavros sabía que Peter estaba allí! Lali se puso rígida, incapaz de entender el acertijo.

—También dice…

—Adiós, Edward —lo interrumpió Lali—. Te volveré a llamar cuando pueda darte una fecha fija para mi regreso —y colgó el auricular, temblando como una hoja al viento. Su mente volaba en todas las direcciones, pasando de la sorpresa al regocijo, de la ira a la suspicacia y luego a una excitación que la tuvo en un estado de aturdimiento hasta que la señora Kirilakis se acercó y le tocó un hombro, sobresaltándola.

—¿Está bien, Lali? —preguntó con curiosidad.

—Creo que… que sí —farfulló la joven, con la mirada todavía perdida en el vacío—. Yo… pues… —logró recobrarse—. ¿Piensa usted que Yannis se inquietará mucho si salgo un rato? Tengo que hablar con Stavros.

—Estoy segura de que no le importará —afirmó la señora Kirilakis. Yannis había convertido a Lali en su madre sustituía y apenas se apartaba de su lado cuando su padre no estaba en casa. Pero en los ojos de Lali había un brillo que la abuela del pequeño no había visto antes; era como si hubieran encendido una luz en su interior, y la señora Kirilakis haría cualquier cosa por mantenerla brillando—. Ahora está con su abuelo, pescando en el muelle. Si quiere, llévese el coche y conduzca con cuidado, Lali —le ofreció la mujer, y la joven no se lo pensó demasiado, se volvió y corrió hacia la puerta con el corazón golpeándole el pecho y los ojos encendidos por una energía que se había apagado desde que supo la noticia del accidente.

Le llevó casi una hora llegar a la ciudad de Rodas. Aparcó el coche cerca del hospital y fue andando el resto del trayecto, sintiendo el excitado torrente de sangre que corría por sus venas. «He vuelto a vivir», se decía. « ¡Peter está todavía en Rodas y yo he vuelto a vivir!»

Pero cuando entró en el cuarto de su hermana, su entusiasmo dio lugar a la cautela, volviendo a erigir todas las defensas que había construido contra Peter durante los pasados meses, y cuando fue a besar a su hermana en la mejilla, parecía la Lali de siempre.

—¿Qué haces hoy aquí? —preguntó Helen, sorprendida pero contenta de verla. Stavros estaba medio reclinado en la cama, al lado de su esposa.

—Quería pedirte prestado a tu marido, ya que no lo necesitas mientras estás ahí ociosa —dijo Lali en tono de broma.

Helen la miró con falsa severidad.

—¡Búscate un novio! —La recriminó, siguiendo la broma—. Éste ya tiene dueña —su mano fue a posarse de manera posesiva sobre el brazo de su marido y Stavros sonrió muy complacido, disfrutando de esa fingida batalla por sus favores.

Helen ya tenía mucho mejor aspecto. Le habían quitado el vendaje de la cabeza y la contusión había cambiado del tono violáceo al amarillento. Aunque su brazo todavía estaría escayolado durante algunas semanas.

Al principio Stavros y ella habían estado inconsolables por la pérdida del bebé, aferrados uno al otro en su congoja. Pero poco a poco, conforme pasaban los días, comenzó a surgir una resignación natural ante lo inevitable y fueron recuperando su ánimo habitual.

—¿Qué te ha traído aquí, querida Lali? —preguntó Stavros.

—He tenido el incontrolable deseo de venir a raptarte del lado de mi hermana, de modo que me subí al Mercedes y llegué aquí.

—¿Vamos a comer? —preguntó Stavros, mirando a su cuñada con los ojos entrecerrados, interrogantes.

Ella asintió con entusiasmo.

—En esa bonita hostería que hay cerca de la bahía Mandraki.

—Quisiera ir —se lamentó Helen, con un suspiro nostálgico.

—Pues no puedes —repuso Lali con firmeza, en su papel de mujer fatal—. Necesito a un hombre y sólo uno me servirá. Ya lo has monopolizado bastante.

—¡Es mío! —señaló Helen, procurando no soltar la risa.

—Querida… —intervino Stavros, arrastrando las palabras—. Yo no soy de nadie.

—¿De verdad? —lo retó Helen, con un brillo especial en la mirada.

Stavros la miró y sus facciones se suavizaron hasta la ternura, con una sonrisa que lo decía todo.

—Prometo devolvértelo cuando termine con él —afirmó Lali.

—Ah, bueno… —concedió su hermana—. En ese caso…

 

 

Decidieron ir dando un paseo hasta la bahía, y durante el trayecto él tuvo que detenerse varias veces para recibir las condolencias y los buenos deseos de los conocidos con los que se cruzaba en el camino.

Cuando llegaron a la hostería, Lali sonreía todavía ante las calurosas manifestaciones de simpatía que su cuñado había recibido en el trayecto.

El dueño del establecimiento salió a recibir con gran beneplácito al honorable visitante. Era evidente que Stavros era considerado alguien muy especial en Rodas.

—Los griegos somos gente honesta y cordial por naturaleza —comentó Stavros ante la expresión divertida de Lali—. Si miras a tu alrededor verás a tus compatriotas aferrados con miedo a sus bolsos, cuando podrían irse y dejar sus preciadas posesiones en la mesa, a la vista de todos, y nadie tocaría ni un céntimo hasta devolverlas a su legítimo dueño. Para los griegos el dinero es un medio, no un fin, y hay muchas cosas mucho más importantes que lo material: la amistad, el amor, la sabiduría y el placer de vivir. ¿Sabías que en Rodas ni siquiera tenemos cárcel?

—¿No? ¿Y qué hacéis cuando alguien comete un delito?

—La máxima ofensa que suele cometerse aquí es alborotar un poco en estado de ebriedad. Pero los que lo hacen son enviados en barco a Kos a dormir allí la mona. Así que cuidado con embriagarte y causar disturbios, ¿eh? —El camarero llegó con la carta y, después de una rápida revisión, Stavros preguntó a su acompañante—: ¿Qué vas a tomar?

—Comeré una de esas ensaladas por las que sois famosos los griegos —repuso Lali.

—¿Y después?

—Lo dejo a tu elección —sugirió la joven.

Lo que Stavros eligió fue unas exquisitas chuletas de cordero acompañadas de verduras cocidas al vapor y condimentadas con una salsa deliciosa. El postre consistía en mantecado con frutas y crema batida.

—¡No me podré comer todo eso! —exclamó Lali.

—¿No? Ya veremos.

Lali se lo comió todo, y su cuñado seguía riéndose de ella cuando se reclinó contra el respaldo de su asiento, relamiéndose por la comida.

—Eres terrible, Stavros —comentó Lali en tono acusador—. Te saqué del hospital para una comida ligera y tú me atiborras de comida.

Stavros la miró sonriendo, pero luego se puso muy serio.

—Bien, quizá ahora podrías decirme, querida cuñada, por qué me apartaste del lado de mi esposa enferma.

Lali también se puso seria y desvió la mirada hacia la bahía y los barcos que se balanceaban en el agua.

Ahora que tenía la plena atención de su cuñado no sabía con exactitud lo que quería decirle. Sin duda, se dijo, si Peter estaba todavía en la isla, el hecho de que no hubiera intentado ponerse en contacto con ella era un mensaje bastante claro en sí mismo. Lo cual la hacía dudar sobre si debía mencionarlo o no.

—Tengo entendido que si uno se queda sentado aquí el tiempo suficiente, todos los habitantes de Rodas terminarán por pasar ante uno, ¿no? —comentó la joven en tono distraído, ausente.

—¿Y te quedarías sentada aquí si creyeras que cierta persona en particular terminaría por pasar ante tu mesa?

Sagaz como siempre, Stavros había dado justo en el clavo. Lali se volvió a mirarlo con seriedad.

Aspiró profundamente y luego soltó el aire con lentitud, bajando la mirada hacia la mesa.

—Cuando piensa uno en todas las complicaciones que podrían haber surgido del accidente, puede decirse que Helen es afortunada de poder darte hijos todavía, una vez que se reponga por completo.

Un aleteo de dolor cruzó el rostro de Stavros. Apenas el día anterior los médicos habían confirmado que Helen podría tener hijos.

—¿Estás preocupada… por ella? —preguntó Stavros con suavidad.

Lali suspiró.

—En realidad… lo estoy, pero… he hecho el comentario por razones más bien egoístas —admitió la joven con una mueca—. Estaba comparando lo sucedido a Helen con lo que le pasó a la exesposa de Peter. A causa de un aborto provocado perdió las posibilidades de volver a tener hijos. Sin duda, debió quedar muy consternada por ello. Ahora comprendo mejor por qué Peter estaba tan preocupado por ella.

—¿Qué estás tratando de decirme, Lali? ¿Qué ahora te arrepientes de haberlo dejado sin permitirle que se defendiera?

—Se lo permití, Stavros —declaró Lali a la defensiva—. Y aunque ahora yo tenga otro punto de vista respecto a su dilema en aquel momento, eso no cambia el hecho de que la prefirió a ella. ¡Yo también tengo sentimientos! Y nunca estaré en segundo lugar ante ninguna mujer.

Stavros se tomó su tiempo para replicar a eso, al parecer, atento a las actividades que se desarrollaban en el muelle, antes de volver la mirada otra vez hacia su interlocutora.

—¿Recuerdas, querida cuñada, cuando te visité en Londres y comentamos la obra en la que ibas a participar?

Ella asintió.

—El absurdo de los matrimonios por conveniencia.

—Hablamos sobre mi caso al enfrentarme a una situación similar con mi anticuada familia.

—Tus padres actualmente adoran a Helen y tú lo sabes —apuntó Lali—. Estoy segura de que ahora se alegran de que no aceptaras a la chica que te eligieron.

—Tienes toda la razón. Pero no es a eso a lo que quiero llegar —Stavros hizo una pausa, luego se inclinó hacia delante, apoyando los brazos sobre la mesa—. La joven en cuestión, Ianthe, había crecido desde la infancia con la creencia de que a la larga se convertiría en mi esposa. Para su mente, yo era de su propiedad. Cuando, de hecho, ni siquiera le caigo bien —el griego sacudió la cabeza con una expresión irónica—. Yo era demasiado fuerte para Ianthe. Ella necesitaba a un hombre al que pudiera dominar. Nuestros caracteres eran demasiado parecidos, de modo que chocábamos con frecuencia respecto a cualquier cosa. Sin embargo, cuando Helen apareció, vio que su propiedad le iba a ser arrebatada y luchó contra tu hermana con todas las armas a su alcance. No le importaba que yo no fuera el hombre adecuado, tampoco que estuviera decidido a no casarme con ella, pasara lo que pasara. Se empeñó en tratar de estropear las cosas para Helen y para mí… y casi lo logró. De no haber sido porque me enteré de ciertas cosas, Helen y yo nunca nos habríamos casado. Recobré la sensatez bastante pronto para correr tras ella cuando escapó de mí y regresó a Inglaterra, para suplicarle que me perdonara por haber creído las odiosas mentiras que Ianthe me había contado. Pero…

—No puedes comparar tu situación con la de Peter y su exesposa —replicó Lali—. Para empezar, Tracy López no necesitaba mentir para hacer que Peter comiera de su linda mano, le bastaba con aprovecharse de su gran sentido ele la responsabilidad.

—¿Pero estás segura de que no mintió y se valió de una treta para evitar que Peter se casara contigo?

—Peter nunca me propuso matrimonio.

—Pero vuestra relación recibió amplia publicidad en las revistas y periódicos y quizá ella temió que fuerais a casaros y se apresuró a sabotear la posibilidad para no perder el control que tenía sobre Peter —Stavros dejó que Lali meditara un poco sobre eso y luego prosiguió—: El orgullo esposito es terrible y tú lo sabes, Lali. Nunca le diste a Peter la oportunidad de explicarte por qué no siguió con sus intenciones de casarse de nuevo con Tracy.

—Quizá ya no quiere explicarlo —sugirió Lali con aparente indiferencia, todavía dolida por el abandono de Peter al llegar a la isla—. Está aquí, ¿no es cierto? —Retó a su cuñado a revelar la verdad—. Disfrutando de unas agradables vacaciones, en alguna parte de la isla y sin la menor intención de verme.

—¡Ah! —Exclamó Stavros con satisfacción—. ¿Pero si él pasara ante esta mesa dentro de un momento y ofreciera una explicación, estarías dispuesta a escucharlo?

Lali se encogió de hombros, de manera evasiva. Sentía que Stavros trataba de arrinconarla.

—Quizá —murmuró con cautela—. Si Peter quisiera discutir las cosas… sí, estaría dispuesta a escucharlo ahora.

—Me alegro. Creo que después de lo que hizo por ti al acompañarte a Rodas cuando más necesitabas su apoyo, merece que le concedas al menos un poco de atención.

—Pero si no sabes dónde está, ¿cómo demonios voy a concederle mi atención?

Stavros sonrió de manera enigmática.

—¿Quién te ha dicho que Peter está todavía en la isla?

—Edward —declaró ella—. He hablado con él esta mañana y… y mencionó que Peter seguía aquí.

—Y de inmediato fuiste a buscarme porque tu ansiedad por saber de Peter fue más fuerte que ese estúpido orgullo Esposito, ¿verdad?

—Edward mencionó que Peter te pidió prestado el yate, de modo que supuse que tú sabrías dónde está él.

—¿Y qué harás si te digo dónde encontrarlo?

Lali miró hacia el muelle con el rostro mohíno y rebelde. Luego se volvió a mirar a su cuñado.

—Creo que… si Peter está aquí, lo más probable es que fuera a buscarlo.

—¿Por qué?

—¿Por qué? —repitió Lali, y de repente toda rebeldía la abandonó, dejando al descubierto toda la vulnerabilidad de su ser—. Porque… lo necesito. Porque quiero estar con él —sus ojos se inundaron de lágrimas y agregó en un susurro trémulo—. Porque lo amo.

El rostro de Stavros se enterneció.

—No puedo decirte con exactitud dónde está, querida murmuró. La última vez que hablé con él, estaba considerando la posibilidad de llevar el yate a Kos para dedicar algunos días a visitar los centros turísticos de ese lugar. Pero haré averiguaciones, Lali —prometió apretando el brazo de su cuñada en actitud solidaria—. Y cuando encuentre a tu Peter, puedes estar segura de que serás la primera en saberlo.


9 comentarios:

  1. Luego la mala soy yo con mi nove.. Lo que hay que oir.. Massss

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  2. Ya quiero q lo encuentre!la ex mintió!

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  3. Me muero de ternura con el cuñado, es un amor!!!! Esperemos que todo e arregle!! más!!!

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  4. LALI ya podia estar mas trankial su hermana estaba mucho mejor.

    El cuñado de LALI quiere ver a LALI Y PETER juntos y no duda en ayudarlos.

    ME ENCANTOOOOOOOOOOOOOOOO

    MASSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSS

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  5. Noooo jajjajaj como q estaba en la isla q acaso estaba esperando q ella reaccionara o q TODO ESTO ES UN COMPLOD, odio que las cosas se acaben tan rápido pero bueno la nove estuvo excelente espero el ultimo cap

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  6. qe se arregle todo ya quiero el ultimo capitulooo

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  7. El cuñado está jugando un papel importante entre ellos ,los dos lo usan.LAli le reconoce a su cuñado k ama a Peter.

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  8. Wuujuuu porfin me LEI todos esos caps hahahame perdí in montón esta buenísima ...dnd esta peter ...porque se fue...quiero massss

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