Capítulo
13
Pero cuando Peter llegó,
la tomó tan de sorpresa que ella olvidó su promesa de escucharlo, y el impacto
y la ira la hicieron lanzarle más insultos de los que se creía capaz.
Fue muy temprano, a la
mañana siguiente. Después de una noche de inquieta duermevela, Lali se levantó,
se puso un pantalón corto y una camiseta y, como se había convertido en su
costumbre desde que llegó a la villa, salió en silencio antes de que los demás
se despertaran.
La bahía privada estaba
muy bella a esa hora. El mar susurraba perezosamente contra la playa, incitando
a la joven a la orilla y haciéndola contener el aliento ante el primer contacto
del agua fresca y limpia con sus pies descalzos. Permaneció allí durante un
rato, mirando a su alrededor con una profunda sensación de paz. El barco de
Stavros se balanceaba con suavidad, amarrado al muelle natural que se adentraba
en la bahía. El barco estaba en semioscuridad y su proa brillaba a la primera
luz del sol. El agua era muy profunda allí, lo cual permitía que la embarcación
se acercara tanto a tierra, y tan clara y transparente, que Yannis y Lali
solían sentarse en las rocas para contemplar, fascinados, la variada y
multicolor vida submarina.
Esa mañana el aire estaba
muy quieto; apenas alguna brisa fugaz perturbaba la tranquilidad de la bahía, y
Lali permaneció allí para disfrutar de la paz, observando con una sonrisa el
salto de un entusiasta pez en medio de las aguas. Un ave marina volaba en
silencio y Lali alzó la cabeza para observarla planear a través de la bahía de
un lado a otro, extendiendo majestuosamente las alas. Otro chapoteo la hizo
volver la mirada hacia el agua, buscando con los ojos entrecerrados el remolino
que le mostraría dónde había saltado esa vez el pez. No pudo ver señales en
medio de la bahía y comenzó a recorrer con la mirada el ensombrecido perímetro,
sabiendo que era una búsqueda inútil, pero disfrutando de la maravillosa
simplicidad de no tener otra cosa que hacer que observar y escuchar, absorber y
sentir.
Fue entonces cuando lo
vio, moviéndose con dorada gracia a través del agua, surgiendo de las sombras
desde la dirección del yate hacia la brillante luz del sol, avanzando en línea
oblicua hacia donde ella estaba.
¡Un hombre!, reconoció la
joven con una agitación de alarma. No cabía duda de que se trataba de un hombre
que nadaba hacia la orilla desde el barco.
El nadador surgió del agua
como un dios marino, el agua chorreaba por sus hombros y su magnífico torso. La
hipnotizada joven apenas era capaz de respirar al verlo como alguna vez había
imaginado verlo. Su Coloso emergiendo de su reino acuático para ir hacia ella.
Su corazón respondió con violencia, golpeando contra sus costillas.
—Peter —murmuró.
Él no dijo nada, sólo
siguió acercándose con aire tan decidido, que hizo a Lali retroceder,
amedrentada.
—¿Qué… haces aquí?
Si esperaba que la
pregunta lo detuviera, pronto se desengañó. Peter ni siquiera vaciló. Siguió
saliendo del agua y pronto la joven vio su pequeño bañador, que no dejaba nada
a la imaginación, las rodillas sólidas y seguras, los muslos firmes y
musculosos. Siguió avanzando y el agua salpicaba a sus pies.
Lali emitió una risita
nerviosa.
—Tú… tú… —farfulló la
joven, retrocediendo a medida que él avanzaba, con las manos extendidas frente
a ella, tratando de parecer tranquila, aunque por dentro era una masa de
confusión y alarma—. ¿Dormiste anoche en el barco?
No hubo respuesta. Peter
se acercó y se irguió ante ella como un gigante mítico, vengador. Esos ojos de
león entrecerrados se clavaron en los de Lali, dándole apenas un indicio de lo
que pretendía hacer antes de inclinarse y, con una facilidad que la enfureció,
la alzó en vilo y se la echó al hombro. Antes de que ella pudiera siquiera
darse cuenta de lo que estaba sucediendo, Peter se volvió y comenzó a caminar
hacia el muelle.
—¡Peter! —Lali luchó por
desasirse—. ¿Qué haces? ¡Peter! —gritó ella otra vez, cuando él no dio señales
de oírla y siguió caminando—. ¡Suéltame! —exigió ella, pataleando con furia,
pero él le atrapó las piernas y se las retuvo con firmeza, y siguió caminando
como si lo que llevara a cuestas fuese un saco.
Apretando con fuerza los
labios, Lali comenzó a golpearle la espalda con los puños. Él permaneció
impávido.
—Peter… —dijo ella en tono
de advertencia—. Si no me pones en el suelo en este mismo momento… comenzaré a
gritar. Y toda la gente de la casa me oirá y vendrán corriendo en mi rescate.
«Inténtalo», la desafió Peter
sin palabras. Y Lali lo hizo, lanzando unos gritos que la asombraron a ella misma.
Pero en vano. Peter mantuvo su paso regular, ignorándola por completo y ella
comenzó a sentir un flujo de temerosa excitación corriendo por sus venas. Era
alarmante ser llevaba en brazos de un gigantón silencioso, sin poder hacer nada
por evitarlo, sintiéndose impotente, vulnerable. No importaba que ella lo
conociera y supiera sin lugar a dudas que Peter no pensaba hacerle ningún daño
físico. La alarmaba la forma en que él se comportaba, tan decidido e impasible
y sin hacer caso de sus airadas protestas.
Ahora la llevaba por el
rompeolas, acercándose al lugar donde el sol todavía no penetraba en camino directo
hacia el barco, y Lali comenzó a forcejear en serio, tratando frenéticamente de
zafarse del abrazo, con el rostro encendido de ira y humillación. Volvió a
gritar, fuerte y durante largo rato y Peter le soltó las piernas el tiempo suficiente para
darle un azote.
—¡Oh! —chilló ella,
mortificada—. ¡Te mataré por esto, Peter Lanzani! —Farfulló con voz sofocada,
volviendo a golpearlo con los puños—. ¡Te odio… te odio!
Peter ni siquiera la
humilló con una carcajada, sino que llegó hasta el barco y subió con agilidad a
cubierta. El barco se bamboleó un poco y él hizo una pausa el tiempo suficiente
para recobrar el equilibrio, luego bajó los escalones que conducían a la
pequeña cabina, deslizando a su presa por su hombro hasta que ella quedó
apretada firmemente a su cuerpo, con las caras al mismo nivel y los ojos
reflejando diferentes emociones: lo de ella una furiosa frustración, los de él
una fría determinación.
Peter cruzó la puerta de
la cabina y soltó a la joven, mirándola impasible mientras ella se apartaba de
él con furiosos movimientos y atravesaba el cuarto, con el rostro rígido y
enrojecido. Luego, con una reverencia burlona que provocó un gruñido feroz de
la joven, Peter salió de la cabina y cerró la puerta.
—¿Qué estás haciendo?
—gritó Lali y corrió hacia la puerta a tiempo para oír el pestillo que se
corría al otro lado. Sintió que le temblaban las piernas y se agarró al marco
de la puerta, desesperada al oír los pasos de Peter, que regresaban con calma a
cubierta—. ¡Peter! —golpeó la puerta con los puños hasta que le dolieron los
nudillos.
Pudo oírlo caminar arriba
y alzó los ojos al techo, como siguiendo su trayectoria. Hubo una pausa, luego
el silencio la hizo contener el aliento, y cuando oyó el ruido de motores su
ira creció.
¡La estaba secuestrando!,
comprendió con una furia que disfrazaba apenas el aleteo de excitación que le
estaba provocando la táctica cavernícola de Peter.
—¡Peter Lanzani! ¡Baja
inmediatamente y sácame de aquí! —gritó a pleno pulmón y pateó el suelo con indignación.
El barco empezó a moverse,
girando con lentitud sobre su eje, y el motor vibró pesadamente mientras se
completaba la maniobra. Luego la joven oyó el cambio cuando Peter abrió la
válvula de admisión y el barco surcó las aguas mar adentro.
Lali corrió hacia la
portilla y se asomó afuera tratando de abrirla, y sus ojos brillaron al trazar
cuidadosamente la dirección que tomó el barco una vez que se alejó del rompeolas.
Luego la joven regresó a la puerta y la golpeó con los puños apretados,
gritando toda suerte de improperios a su captor hasta que, exhausta y
acalorada, se desplomó sobre el banco, con el cuerpo empapado en sudor y la
garganta dolorida y seca de tanto gritar.
—¡Nunca te perdonaré esto!
—Fue su último y más agudo grito—. ¡Espera a que Stavros se entere, tendrá mi
autorización para castrarte!
«De hecho», pensó ella con
ánimo vengativo, «quizá yo misma lo haría».
Se levantó, fue hacia el
pequeño frigorífico y se alegró al encontrarlo lleno de bebidas enlatadas.
Tomó una Coca Cola, la
abrió y se la bebió con gusto.
—Espero que te estés
asando ahí afuera —masculló con encono y dio otro sorbo de refresco—. Espero
que estés complacido contigo mismo, Peter Lanzani. Ya me vengaré —siguió
refunfuñando—. ¡Me desquitaré! —gritó a todo pulmón, y luego fue a sentarse
otra vez al banco a esperar de manera más tranquila su suerte.
Más tarde, Lali no pudo
decir qué la había enfurecido más: la insufrible calma con la que él la había
secuestrado o el exasperante silencio al que la había sometido. Ciertamente no
temía por su vida, ni por el secuestro en sí. En realidad, cuando recordaba esa
parte admitía que le había parecido bastante excitante. Pero, a medida que
pasaban los minutos y el barco seguía su curso alrededor de la isla, y el
hombre que conducía la embarcación mantenía su abrumador silencio, Lali sintió
un verdadero desgaste mental y emocional.
Estaba sentada muy quieta
en el banco, cuando el barco se detuvo por fin. Los motores cesaron su
ronroneo, y Lali oyó el ruido del ancla al descender; luego los pasos de Peter
que bajaban la escalera y la puerta que se abría.
Lali notó con un
estremecimiento esa expresión de inflexibilidad en su rostro. Su cuerpo,
cubierto todavía tan sólo por el pequeño bañador, llenaba el hueco del umbral
con una imperiosidad que indicaba que todavía no había terminado la dura prueba
a la que la estaba sometiendo.
—Vamos —ordenó en tono
tajante, agitando una mano hacia ella—. Afuera.
—¡Vaya! ¡Conque el hombre
habla, después de todo! —Bufó Lali con acritud, negándose a obedecer, con la
barbilla alzada en rebeldía—. Vete al infierno —agregó con frialdad.
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Peter estuvo a su lado con tal presteza que Lali saltó de su asiento, mientras
escapaba un jadeo de sus labios cuando las manos de él la agarraron por los
hombros con rudeza para obligarla a ponerse de pie.
—¡Habla! —Dijo Peter con
aspereza—. Y ha estado atormentado durante tanto tiempo, que ya no conoce otra
cosa… así que no me provoques más, a menos que quieras sufrir las consecuencias
—le advirtió—. Porque es posible que este «coloso» se haya visto obligado a
ponerse de rodillas por algún tiempo, pero ahora está dispuesto a presentar
batalla. De modo que te aconsejaría controlar tu lengua, a menos que…
—¿Quién te ha dado derecho
a…?
—¡Fuera! —la interrumpió Peter
con aspereza, señalando hacia la puerta con aire autoritario—. ¡Fuera!
Y Lali salió, demasiado
temerosa para desahogarse otra vez. Pero le dirigió una mirada desdeñosa antes
de moverse, echando la cabeza atrás de manera altanera y orgullosa.
El sol ya estaba en su
cénit y Lali sintió su calor quemándole la piel cuando subió a la cubierta. Peter
había anclado el barco en una pequeña bahía besada por el sol, su playa era de
arena blanca.
—Bien —indicó esa
autoritaria voz detrás de la joven, haciéndola sobresaltarse y escabullirse con
rapidez a un lado del barco, aferrándose con nerviosismo a la barandilla. Se
volvió a tiempo para observar la sombría mirada de satisfacción en el rostro de
Peter ante el temor que despertaba en ella—. Ahora voy a hablar y tú me
escucharás, La. ¿Entendido?
Ella asintió, tragando
saliva.
—Quiero explicarte algo
respecto a Tracy. Ella…
—¡No! —Lali no pudo
contener la negativa.
Peter la miró con los ojos
entrecerrados, amenazantes.
—Creí que habíamos
convenido en que…
—Si, pero… no quiero oír
hablar de tu ex-esposa —se apresuró a decir la joven—. Sólo dime una cosa; el
resto puedes guardártelo.
Peter vaciló, pero luego
asintió con expresión seria.
—Bien., ¿qué quieres
saber?
—¿Estás aquí porque tus…
tus sentimientos hacia mí resultaron más fuertes que tu sentido del deber hacia
Tracy, o porque ella te rechazó?
Peter la estudiaba con
ceño adusto; su piel estaba más bronceada de lo que Lali recordaba, y el sol brillaba
en el fino vello que cubría su piel, enmarcándolo en un halo de oro bruñido.
Mágico, místico, mítico,
pensó ella sin aliento, y el deseo de correr hacia él y echarse a sus pies la
hizo estremecerse. Luego Peter sonrió y fue una sonrisa tan extraña, que
mantuvo a la joven inmóvil contra la barandilla.
—Yo sabía que eras más
importante para mí desde el momento mismo en que saliste ese día del salón
—admitió Peter con voz ronca. Alzó una mano hacia ella, luego la dejó caer y la
sonrisa tembló y se desvaneció—. ¡No quiero volver a vivir nunca una hora como
la que sufrí después de esa escena! —repuso con la voz quebrada por la emoción,
y Lali notó cómo palidecía él—. Te tuve ante mí desangrándote y no podía hacer
ninguna maldita cosa para evitarlo. Me quedé parado allí mirándote hacer el
equipaje, te observé sacar cada una de tus cosas hasta dejar el lugar limpio de…
—se le volvió a quebrar la voz—… de cualquier prueba de que alguna vez
estuviste allí, y yo quería ponerme de rodillas y pedirte perdón.
—¿Por qué no lo hiciste?
—Era demasiado tarde, ¿no?
Era demasiado tarde desde que permití a Tracy engatusarme con su…
—Te he pedido que no
hables de ella —lo interrumpió Lali, y supo que el rencor que sentía hacia la otra
mujer se traslucía en su voz—. No soy una de esas mujeres a las que les gusta
saber que son una segunda parte en cualquier cosa, Peter, así que si quieres
que sigamos discutiendo de esto, no quiero volver a oír el nombre de tu
ex-esposa.
Un músculo saltó en la
mandíbula de Peter.
—Está bien, lo acepto
—accedió, entendiendo más de lo que estaba dispuesto a aceptar. La Lali de
antes no se habría mostrado tan vengativa hacia otro ser humano. Él había
puesto esos sentimientos en su corazón al utilizar de manera involuntaria e
irresponsable a Tracy como arma para herirla—. Tan sólo déjame decirte que
recobré la cordura demasiado tarde para salvarnos del desastroso curso que yo
mismo nos había fijado.
—¿Lo intentaste?
—Oh, sí, claro que lo
intenté —la boca de Peter se torció con amargura—. Aunque, debo decirlo, tu
forma de humillarme en el restaurante fue una especie de venganza, ¿verdad?
—volvió a hacer una mueca amarga, y ella tuvo la decencia de sonrojarse. Esa
escena había sido bastante jugosa para aparecer en los periódicos y Peter no
salió muy airoso de ella—. Después de eso decidí que no merecía la pena volver
a intentarlo, pues era evidente que en tu corazón no había sitio para el perdón…
y yo también tengo mi orgullo, ¿sabes?
Sí, lo sabía.
—¿Entonces qué haces aquí,
si te parece inútil?
—Ah… esta situación es
diferente —repuso él, arrastrando las palabras y relajándose un poco por fin—.
Si lo recuerdas bien, tú pediste verme.
Era cierto. Lali se movió
con inquietud en su asiento bajo la imperturbable mirada del coloso.
—¿Y por qué las tácticas de
cavernícola? —quiso saber ella, mirándolo con actitud desafiante.
En el rostro de Peter se
desplegó su habitual sonrisa y sus cejas se alzaron para darle un encanto
malicioso, juguetón.
—Ha funcionado, ¿no es
cierto? —declaro en tono burlón—. Te he traído donde quería y con el mínimo de
esfuerzo requerido… y entiende esto, La —prosiguió, causando su enojo al agitar
un dedo ante ella—. Eso ha sido sólo un ejemplo de cómo pienso comportarme de
hoy en adelante. El problema contigo es que vives en un mundo de fantasía. No
me extraña que tengas éxito en la profesión que has elegido; tener una
imaginación desbordante como la tuya debe de ser una enorme ventaja. Pero
resulta desastrosa para los simples mortales que tratan de acercarse a ti. De
modo que este mortal —se señaló a sí mismo con el dedo, sin hacer caso de la
rigidez que causaba en Lali su crítica— decidió subir a su cumbre, puesto que
no vio otra forma de llegar hasta ti… de modo que aquí está —anunció con una
exasperante reverencia burlona—. Tu «coloso» ha ascendido. Y estás a punto de
aprender, Lali Esposito, que nosotros los dioses no aceptamos tonterías de
nuestras temperamentales mujeres. O me sigues o me pongo rudo. Así de sencillo.
Lali se puso de pie,
perpleja por la arrogancia de Peter, indignada ante su insolente suposición de
que ella se sometería a sus demandas dictatoriales.
—Ah… si yo fuera un hombre…
—masculló con furia, y sus senos subieron y bajaron con agitación bajo la camiseta.
—Si fueras un hombre todo
esto no tendría lugar, querida… —se burló Peter y luego agregó—: ¿Te gustaría
tener aquí a tu poderoso cuñado?
—¡Stavros te tiraría por
la borda si supiera cómo me has tratado!
—Stavros, querida mía, fue
precisamente quien me dio la idea de tratarte así.
Lali lo miró boquiabierta,
consternada, furiosa.
¡Todos los hombres eran
unos…! Sacudió la cabeza con disgusto y Peter se limitó a sonreír muy
complacido de sí mismo, tan tranquilo ahora que parecía casi indolente,
mirándola con interés, mientras ella pasaba de un nivel de ira al siguiente,
hasta que en el colmo de la exasperación lanzó un grito y trató de arañarlo en
la cara antes de que él la sometiera.
Pero Peter la volvió a
sorprender. Antes de que ella pudiera hacer nada, la alzó en vilo y la lanzó
por la borda.
Ella reapareció en la superficie,
farfullando, tosiendo y lo vio apoyado con toda naturalidad en la barandilla,
sonriéndole complacido.
—Sabes nadar, ¿verdad? —le
preguntó.
« ¡Que si sé nadar! ¡Ya le
enseñaré cómo nado!» Con una impecable brazada se volvió y se hundió bajo la superficie
para nadar bajo el agua en dirección a la playa. Después de un minuto emergió
otra vez a la superficie para recobrar el aire. Para entonces ya estaba a medio
camino de la playa, y de allí en adelante continuó nadando con más vigor que
elegancia.
Antes de que llegara a las
aguas poco profundas, Peter ya estaba nadando a su lado, y ella le lanzó una
mirada destinada a ahogarlo. No funcionó. Como Peter había dicho, se guiaba por
la pauta de los dioses; era indestructible.
Peter la rodeó con un
brazo por la cintura para ayudarla a incorporarse en la parte poco profunda,
sosteniéndola por un momento, mientras ella recobraba el aliento, respirando él
también con dificultad, mientras el agua chorreaba de la ropa de ella, que
parecía casi desnuda.
En la expresión de Peter
había una intensidad y una urgencia que pusieron a Lali a la defensiva otra
vez.
Los ojos leoninos de él
brillaban de manera extraña, y su rostro estaba tenso por una pasión contenida.
—¡Te… te odio…Peter
Lanzani! —Jadeó la joven—. No eres más que un bruto y un…
El resto de la andanada
fue acallado por un beso cálido. Los brazos masculinos la abrazaron
estrechamente, las manos se deslizaron por su espalda y Lali estuvo perdida.
Su rendición fue tan
rápida, sus ávidos sentidos estaban tan ansiosos por saborearlo y sentirlo, que
la sacudieron en arrollador torrente, quemándola en su urgencia por volver a
conocer el acoplamiento perfecto.
—No me odias, La —murmuró
él con voz intensa contra los labios suavizados por el beso—. Me amas. Y lo
sabes muy bien.
—¡No! —negó ella, tratando
de desasirse.
—¡Sí! —porfió Peter,
mirándola con ojos relampagueantes—. ¡Me amas! ¡Siempre me has amado y aunque
nunca nos volvamos a ver después de este día, siempre me amarás!
Las lágrimas inundaron los
ojos de la joven y Peter las vio brotar, con la mandíbula rígida, negándose a
ceder un ápice hasta sacarle la reacia declaración.
—Dilo, La —ordenó con voz
tensa y dándole una vigorosa sacudida—. ¡Dilo, por todos los santos, y sácanos
de esta congoja!
—¡Te amo! —prorrumpió ella
por fin con voz sofocada y hundió el rostro en el hombro amado para llorar inconteniblemente.
Peter la estrechó con
ternura, colocó la cabeza sobre la de ella con enorme suavidad y su cuerpo de
gigante se estremeció.
—Cásate conmigo, La
—murmuró.
Ella no respondió y siguió
sollozando.
—Cásate conmigo —la
apremió él otra vez—. Y déjame pasar el resto de mi vida demostrándote lo mucho
que te amo.
—Hasta que Tracy aparezca
otra vez —musitó ella entre sollozos y abrazándose a él con una especie de frenesí.
Peter lanzó un profundo
suspiro.
—Tracy ya no es
responsabilidad mía, La. Aprendí esa penosa lección la última vez que me la
enseñaste. Por lo general no necesito que me enseñen dos veces la misma
lección.
—¿Cómo puedo estar segura
de eso?
—Casándote conmigo.
Además, señorita, quedamos en que no quería usted oír hablar de Tracy.
Lali se apartó un poco de
él.
—Dime lo que pasó con ella
—murmuró.
—Le dije con toda claridad
que se largara de mi vida… y ella se fue —confesó Peter. Alzó las manos para
acariciarle con suavidad los brazos. Lali no quería mirarlo a la cara—. Pero no
antes de que ella me confesara todas sus mentiras. Se hizo esterilizar después
del aborto. Su italiano no quería casarse, sólo la echó de su lado cuando se
hartó de ella. Ella leyó sobre nosotros en los periódicos, vio que una posible
pensión a perpetuidad se le iba de las manos y decidió venir a jugar su última
carta. Y eso —suspiró— es todo. No me volverá a molestar —sus palmas moldearon
distraídamente los hombros de Lali—. Tengo que… decírtelo, La —agregó con
cierto titubeo—. No pude dejarla ir sin nada… le puse una boutique en Nueva
York. Por lo último que he sabido, está disfrutando enormemente de su posición
de mujer de negocios y ha convertido la tienda en un verdadero éxito. Algo que
debe concedérsele es que tiene buen gusto y elegancia.
—Sí, le concederemos eso
—repuso Lali con burlona magnanimidad, y alzó la cara para dirigir a su amado
una sonrisa trémula.
Sus ojos estaban todavía
enrojecidos por el llanto y un estremecimiento sacudió el enorme cuerpo de Peter
cuando bajó la cabeza para rozarle con suavidad la boca con sus labios.
—Sabes que no me gusta
verte llorar, La—musitó—. ¿Por qué no cedes y me dices que sí te casarás
conmigo? Así no habrá razón para que vuelvas a llorar nunca.
—Arrogante —gruñó Lali,
pero su sonrisa fue clara por fin y adornada por ese amor que él había creído
que nunca volvería a ver en sus ojos azules como el cielo de verano—. Está
bien, me casaré contigo… pero con una condición.
Peter se puso tenso,
apartándose de ella para mirarla con los ojos entrecerrados, y Lali mantuvo la
expresión seria para que él no supiera si estaba bromeando o no.
—Está bien —suspiró Peter
por fin—. ¿Cuál es la condición?
—Que me lleves en brazos
al barco otra vez, ya que has tenido la desfachatez de tirarme por la borda —lo
desafió la joven, con los ojos muy abiertos e inocentes—. ¿No eres tú quien
dice tener poderes divinos? —Comenzó a reírse nerviosamente cuando él empezó a
entender la broma—. ¡El primer Coloso me habría llevado con toda facilidad!
Comenzó a retroceder,
temerosa, a pesar de su ánimo juguetón; le brillaban los ojos con malicioso
regocijo y Peter se quedó mirándola por un momento, sin moverse, contemplando
con deleite el magnífico cuerpo apenas cubierto por la ropa que se le pegaba
por el agua, el pelo rubio como el trigo, las mejillas sonrosadas y la boca
suave, plena y muy roja.
—Ésa es mi condición
—insistió la joven, agitando un dedo ante la cara de él—. Eres tú quien ha
dicho que yo quería un dios a quien amar, así que…
La sonrisa de Peter fue
cautivadora y sus grandes hombros se alzaron y descendieron con resignación,
luego comenzó a saltar entre las olas para acercarse a ella.
Lali estaba a punto de
volverse para echarse a nadar, cuando él la atrapó, y un chillido agudo escapó
de su garganta cuando la alzó con facilidad y se la echó al hombro, sin hacer
caso de la forma en que ella se agarraba a su pelo, ni de sus gritos y ruegos
de que la soltara, hasta que ella terminó suplicando cuando el agua llegó al
pecho de Peter. Pero él siguió avanzando hasta quedar cubierto por el agua
hasta la barbilla.
—Suéltame, Peter —suplicó
Jessica—. Me retracto. Me casaré contigo de todas formas… aunque no seas el
dios que yo creía.
Él ya parecía dispuesto a
soltarla, pero al oír estas últimas palabras la agarró por los tobillos con más
fuerza y siguió mar adentro hasta quedar cubierto por el agua, Lali forcejeó
para desasirse, en un acceso de verdadero pavor, hasta que Peter la soltó.
Sus cabezas surgieron a la
superficie al mismo tiempo, los dos riendo, y Lali fue otra vez hacia los
brazos de su coloso.
—Te amo, La. Te amo…
—¡No! —Ella le tapó la
boca con una mano—. No hay necesidad de palabras —dijo con suavidad—. Ya no.
¡No las necesito, sólo te necesito a ti!
Nadaron juntos hacia el
barco, Peter subió antes a cubierta y luego ofreció una mano a Lali para
ayudarla a subir.
—Tengo algo que enseñarte
—anunció él en cuanto sus pies tocaron la cubierta. Peter la tomó de la mano y
la condujo hacia la pequeña cabina, luego la soltó para agacharse bajo el banco
y sacar un paquete de allí.
Se lo entregó a Lali con
solemnidad.
—Ábrelo —la instó—. Es
para ti.
Emocionada, Lali abrió el
paquete con manos temblorosas y extrajo un estuche de tamaño regular. Miró a Peter
con ojos interrogantes, pero él permaneció mirándola con gravedad, sin delatar
nada, y ella se obligó a abrir el estuche.
Era una pequeña estatua de
bronce, recubierta de oro, del Coloso de rodas. La la sostuvo con ternura entre
las manos, volviéndola de un lado a otro, con el corazón henchido de emoción al
volver a mirar a su coloso de carne y hueso.
—¿Es el mismo?
Peter asintió.
—Christos Vangelis lo
reparó para mí. Sugirió que quizá convendría comprar uno nuevo, pero yo quería
éste, con el cuello dañado y todo —su voz se enronqueció por la emoción—. Es
para ti, La. Lo mandé arreglar para devolvértelo.
Las lágrimas le hicieron
un nudo en la garganta a la joven mientras las manos que sostenían la hermosa
estatua temblaban.
—No, Peter —declaró con
voz quebrada—. Es tuyo. Lo compré para ti…
—Me lo tengo que volver a
ganar —dijo Peter—. ¡Y esta vez de manera honesta!
—Entonces no es de ninguno
de los dos —manifestó Lali, deslizando otra vez la estatua en su estuche. Una
extraña sonrisa cruzó su cara cuando volvió a mirar a su amado—. Quizá nunca
nos perteneció. Quizá he sido culpable de un pecado terrible al esperar que
fueras lo que no eres, Peter… lo lamento.
Un emotivo suspiro sacudió
el cuerpo de Peter.
—Lo pondremos en un lugar
de honor en el apartamento cuando lleguemos a casa —decidió—. Es un símbolo de
nuestro amor.
—Me gusta la idea —murmuró
Lali y se deslizó con suavidad en los brazos amados. Después de todo, pensó, el
Coloso pertenecía al sol, al cielo y a la gente de Rodas. Ella tenía su propia
versión viviente en sus brazos y era mucho más deseable que cualquier imagen
esculpida.
FIN♥
Me ENCANTO!!!! TRACY NO SE MERECIA NI UNA BOUTIQUE PERO BUE JEJE INTRODUCCION YA!!!
ResponderEliminarMe encanto, un final diferente, pero genial!!! Al fin terminaron juntos!!! Je!
ResponderEliminarME ENCANTO! La verdad una yegua Tracy ¬¬ No se merecia nada pero bue, Peter es muy bueno!
ResponderEliminar¿como se llama la autora de esta nove?
Espero la proxima!
Besos
PETER se pasa como la va tratar asi a lALI al princio todo fue idea del cuñado.
ResponderEliminarPETER no tenia k darle nada Tracy no se lo merecia dsp del daño k le causo
LALITER la fin estan juntos.
ME ENCANTOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO
ESPERO K PUESDAS SUBIR LA INTRO
Nueva nove?
ResponderEliminarEXCELENTE FinaL!A punto de morir ahogada pero finalmente escucho la verdad !JAJA
ResponderEliminarMUY LINDA HISTORIA!
awww jajajaja eso era lo que tenia que haber hecho desde un principio, estuvo buenísima, espero el siguiente argumento y también espero que sea tan bueno como todos los que has publicado hasta ahora
ResponderEliminarmuy buena buen final y muy linda historia
ResponderEliminar@arimurb
Hahaha estuvo hermoso me encanto :3 hahaha hermosos
ResponderEliminarTenía k ser Stavros el d la idea.Lali durita hasta el final ,jajaja,no pudo resistirse a k le contara k pasó con la ex,k no se merecía nada ,despues d todas las mentiras y el sufrimiento k les causó a los dos ,¡¡¡k se las hubiese arreglado sola ,si tan buena era para los negocios!!!.
ResponderEliminarLa ame me encantoo ya quiero leer la otra nove x lo qe lei en la intro debe estar muy buena..Un genio Stavros qeria qe Lali y Peter esten juntos me gusto la idea de el es un genio me causo gracias qe ella qeria qe la lleve hasta el barco en brazos y a mitad de camino ya qeria qe la baje jajaja geniall..♥♥
ResponderEliminartracy no se merecia nada mas que ser tirada por la borda por turra!!!! que bueno que peter abrio los ojos y lo mejor es que se casan jeje hermosa la nove ya quiero leer la proxima besos
ResponderEliminarATT:Alex
Me encantó el final gracias por compartirla.
ResponderEliminar@Masi_ruth
aaaah lo ame ke bn estubo gracias besos♥♥♥
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