Capítulo
11
Domingo por la mañana y
Lali emergió de las profundidades del sueño ante el intruso sonido del timbre
del teléfono.
Se levantó de la cama con
dificultad, salió de la habitación arrastrando los pies y se puso una bata,
gruñendo porque el domingo era su único día de descanso y la noche anterior
había estado hasta las tres de la madrugada en un centro nocturno con Antony y
algunos de sus compañeros del teatro. De modo que no estaba de muy buen humor
al responder la llamada.
Había una interferencia en
la línea, molestando el sensible oído de la joven. Luego le llegó la voz,
profunda y gutural, con notable acento extranjero.
—¿Rali Esposito? —inquirió
la voz.
—Sí, soy yo.
—Ah… Lali, soy Aristóteles
Kirilakis —el suegro de Helen. Lali enderezó la espalda, alerta y despejada de
repente—. Me temo que debe prepararse para una mala noticia, querida. Su
hermana y mi hijo han sufrido un accidente automovilístico.
Lali sintió que la invadía
un frío terrible.
—¿Helen y Stavros? —Musitó
con un hilo de voz—. ¿Están… malheridos?
—Eso me temo, querida
—repuso la profunda voz en tono sombrío—. Stavros ha sufrido una contusión y
aún no ha recuperado el conocimiento; por lo demás, parece que no sufre heridas
graves, esperamos. Pero lamento decirle que el estado de su hermana es más
grave.
Lali palideció y tuvo que
apoyarse en la pared.
—¿Hasta qué punto es grave
su estado? —balbuceó.
—Los médicos creen que
perderá el bebé —informó Aristóteles—. Ella tiene algunos huesos rotos, pero
los daños internos es lo que más preocupa a los médicos… lamento ser el
portavoz de noticias tan tristes.
—¿Cuándo sucedió?
—tratando con desesperación de no dejarse abrumar por la espantosa noticia,
Lali se obligó a concentrarse.
—Aquí en Atenas es
mediodía. El accidente ocurrió a las nueve de la mañana. Lamento no haberla
llamado antes, pero quería estar seguro de los hechos antes de darle la
noticia.
—¿Sucedió en Atenas? —Lali
comenzó a planear de inmediato cómo llegar a la capital griega por la ruta más
corta, cuando Aristóteles aclaró:
—La estoy confundiendo —se
excusó con un suspiro—. Disculpe a este pobre viejo agobiado. La llamo desde
Atenas, pero el accidente ocurrió en Rodas. Un niño corrió ante el coche y, al
tratar de evitarlo, Stavros se salió de la carretera y volcó a causa del
pavimento mojado.
—¿Y Yannis? —preguntó Lali
con voz trémula.
—No iba con ellos, Lali
—aclaró Aristóteles—. Se había quedado en la villa con su niñera. Él sigue allí
y está muy inquieto, pero mi esposa y yo saldremos para la villa en cuanto
termine esta llamada —hizo una pausa, y Lali esperó con el corazón encogido lo
que seguía—. No hace falta decirle lo importante que es que venga lo más pronto
posible.
—Iré enseguida —repuso
ella con voz temblorosa y angustiada.
—He puesto un avión a su
disposición —anunció. Lali escribió con mano temblorosa el nombre del aeropuerto
privado, en las afueras de Londres—. Estará listo para despegar a las dos de la
tarde, hora de Londres. Si no puede estar allí a esa hora, debe llamar al
aeropuerto para que el piloto haga las modificaciones del plan de vuelo. ¿De
acuerdo?
—Sí… sí —murmuró Lali,
consternada.
—Bien. Habrá un automóvil
esperándola cuando llegue a Rodas, para llevarla directamente al hospital. No
dude en llamarme en caso de que necesite cualquier cosa —le dio varios números
de teléfono donde podría localizarlo y Lali los anotó con rapidez—. Mi esposa y
yo rezamos para que su hermana salga con bien de este trance.
Aturdida por el impacto de
la noticia, Lali se sentó en el sofá, tratando de mantenerse calmada para
pensar en todas las cosas que tenía que hacer antes de tomar el avión. Había
gente a quien llamar, disculpas que dar, preparar el equipaje…
Edward. Era su salvación;
él se encargaría de presentar las disculpas ante la compañía de teatro. Se
levantó y volvió al teléfono. Edward respondió casi de inmediato.
—Hola, encanto —dijo él en
tono jovial—. ¿A qué debo el honor de esta llamada? ¿No suele mi chica favorita
hibernar los domingos?
—Acabo de recibir malas
noticias —le informó Lali en tono suave, luego le explicó los detalles—.
Necesitaré un permiso urgente para dejar la obra por unos días.
—Todo eso déjamelo a mí,
preciosa —declaró Edward, solidario—. Tú sólo prepara tu equipaje y yo pasaré a
recogerte a la una para llevarte al aeropuerto, de modo que todo lo que tienes que
hacer es pensar en las cuestiones esenciales y dejarme a mí las trivialidades.
—Eres un encanto, Edward
—dijo ella con voz constreñida por el agradecimiento—. No sé qué haría sin ti.
—Sobrevivir —repuso Edward—.
No eres una mujer débil, La. Y recuerda que tu hermana tiene la misma
capacidad. También sobrevivirá.
Un súbito temblor
estremeció a la joven y una oleada de nostalgia la hizo susurrar con voz
enronquecida por la emoción:
—Edward… Peter… ¿podrías…?
—Se contuvo a tiempo, escandalizada consigo misma por la treta que las crueles
emociones le acababan de jugar—. No tiene importancia —agregó con rapidez—. Te
espero a la una y gracias otra vez.
—No tienes nada que
agradecer, La —murmuró Edward—. No te preocupes más de lo necesario y… estaré
contigo lo antes posible.
¿Por qué había dicho ella
eso?, se preguntó Lali, aturdida, cuando colgó el auricular. ¿Qué era lo que,
en medio de todos los temores y preocupaciones de ese momento, la hizo ansiar
la presencia de Peter hasta el punto de mencionárselo a Edward?
Sacudió la cabeza con
cansancio, tan confusa consigo misma que le pareció inútil tratar de analizar
el mecanismo de una mente sin duda obnubilada por el sufrimiento.
Lali preparó su equipaje,
se vistió y arregló, y luego se sentó a esperar a Edward con aparente calma,
aunque por dentro la atenazaba la desazón.
De modo que cuando sonó el
timbre, a la una menos cuarto, se levantó con un gran suspiro de alivio y
corrió hacia la puerta para abrazar con efusivo agradecimiento a Edward.
Pero se quedó paralizada
cuando, en lugar de encontrar a su agente en el umbral, encontró la figura
enorme y vigorosa, tan infinitamente familiar, parada allí.
—Hola, La —la saludó Peter
con voz emocionada.
—Peter… —Lali se llevó una
mano a la boca para sofocar el gemido que brotó de su garganta, antes de que
las lágrimas le empañaran los azorados ojos. Luego se echó en los brazos de su
amado, con toda la congoja que había contenido desde que había recibido la
llamada desde Grecia y Peter la estrechó con un murmullo sofocado y la acunó
como a un bebé, meciéndola de un lado a otro, al sentir los estremecimientos
que la sacudían de manera incontrolable.
—Ya, mi vida, está bien
—la calmó él con una ternura que sólo aumentó la desazón de la joven—.
Tranquila, amor mío. Todo va a salir bien, La, ya verás.
Las consoladoras palabras,
dichas en tono bajo, la envolvieron como un manto protector y ella se aferró a
él como a una tabla de salvación mientras le contaba entre sollozos toda la
triste historia.
—¡Tengo tanto miedo!
—sollozó—. ¡No puedo perder a mi hermana! Ella es todo lo que tengo…
—Me tienes a mí, La
—murmuró Peter, depositando un beso lleno de ternura en su frente—. Siempre
estaré a tu lado cuando me necesites.
—No… —Lali se apartó del
cálido refugio de esos brazos, volviendo a la realidad con esa conmovida
declaración. Peter la soltó y bajó las manos con un gesto de resignación,
mirándola apesadumbrado—. ¿Por qué… estás aquí, Peter?
Él no respondió de
inmediato y Lali se enjugó las lágrimas con su pañuelo para no tener que mirarlo
a los ojos. Sabía, intuía que Peter quería hablar de cosas que ella no deseaba
escuchar. No en ese momento, no cuando…
—Edward me ha llamado
—declaró Peter después de una pausa—. Se le ocurrió que… que podrías necesitar
mi apoyo y aquí estoy. Le aseguré que te acompañaría mientras él se ocupara de
los asuntos menos importantes —hizo una pausa—. ¿Ésta es tu maleta? —se agachó
para levantar la maleta.
—¿Edward te pidió que
vinieras? —inquirió Lali con azoro, luego recordó lo que había estado a punto
de decir a su agente y sintió que se le encendían las mejillas.
Peter la miraba con los
ojos entrecerrados, preguntándose, sin duda, qué estaba pasando por su mente
para hacerla sonrojarse así. Ella volvió su atención a la maleta, que colgaba
de la mano de Peter.
—Sí… ésa es la maleta que
voy a llevar.
—Entonces, ¿nos vamos? —Peter
la agarró del brazo, haciéndola volverse hacia la puerta—. ¿Llevas todo lo
necesario en tu bolso? ¿Pasaporte y demás?
Lali asintió, como
atontada.
—Creo que sí.
—Entonces vámonos. Mi
coche espera afuera. Tenemos que apresurarnos si queremos llegar a tiempo para
tomar el avión.
Lali lo miró con
desconcierto y azoro.
—¿Irás… a Grecia conmigo?
—preguntó, apenas atreviéndose a esperar que así fuera.
—Me necesitas, La —repuso
él con solemnidad—. Puedes reconocerlo o no, pero necesitas a alguien a tu lado
en este penoso trance, sobre todo durante las horas de vuelo.
El pálido rostro de la
joven se contrajo otra vez en una momentánea pérdida de control y su mano,
temblorosa, casi sin percatarse de ello, subió hasta el pecho masculino y
sintió el uniforme palpitar del corazón bajo la fina tela de la camisa. Lali
sonrió con tristeza, asintiendo con un lento movimiento de cabeza.
—Gracias —murmuró—.
Gracias, Pit.
—No me agradezcas nada
—dijo él con voz ronca—. No tienes nada que agradecerme.
Salieron hacia el coche, Peter
la ayudó a subir y luego rodeó el vehículo para sentarse al volante. Sin decir
nada más, con expresión muy seria, él puso el coche en marcha.
Lali cerró los ojos,
apoyándose contra el respaldo del asiento, vencida por la fatiga provocada por
la zozobra. Peter conducía en silencio, concentrado en sus pensamientos. Después
de algunos momentos, Lali lo sobresaltó un poco al ponerle una mano en la
rodilla.
—Gracias de todas maneras,
Peter —murmuró—. No sabes el bien que me hace tenerte conmigo.
El viaje fue largo y
tedioso, y ni el relativo lujo del jet de Kirilakis logró hacer que pasaran más
rápidamente las seis interminables horas que duraba el trayecto hasta Rodas. Al
aterrizar fueron conducidos sin dilaciones a una limusina que los esperaba a la
salida del aeropuerto privado.
El automóvil avanzaba con
suavidad a través de los atestados centros turísticos de Ixia y Trianda, y
luego comenzó a ascender la carretera que bordeaba el escarpado promontorio que
ocultaba de la vista la ciudad de Rodas: el mar a un lado, con su sordo rumor
al estrellarse contra las rocas abajo, y un abrupto acantilado al otro.
El coche llegó hasta la
cima del promontorio y Lali se volvió a mirar a su acompañante, cuando oyó el
jadeo de admiración de éste ante el glorioso espectáculo de la antigua ciudad
de Rodas.
El Palacio de Rodas se
erguía orgulloso en su colina, dominando el horizonte, con sus muros de piedra
iluminados con resplandeciente majestad.
—El Palacio de los Grandes
Maestros —comentó Lali con suavidad—. Rodas es una pintoresca mezcla de una
docena de civilizaciones diferentes, algunas de ellas tan antiguas que parecen
imposibles de comprender, y todas han dejado su huella en la isla —la limusina
estaba reduciendo la velocidad al acercarse a la intersección donde convergía
el tráfico de toda la ciudad—. La ciudad vieja se remonta a la época medieval,
pero la parte nueva, donde están todos los edificios comerciales, apenas tendrá
cien años de antigüedad.
—Parece un lugar
fascinante —murmuró Peter, olvidando las lamentables razones que los habían
llevado allí.
—¿Has traído la cámara?
—preguntó Lali, con un chispazo de su innato sentido del humor.
Peter le dirigió una
sonrisa torcida.
—¿Crees que me movería sin
ella?
Lali suspiró con añoranza
y otra vez se le empañaron los ojos.
—Adoro esta isla —le
confió en un susurro—. Amo su gente y sus leyendas y su aire de mágico misterio…
el olor de los naranjos, la hermosa rosa roja gigante por la que ha recibido su
nombre la isla. ¡Detesto regresar aquí con tristeza en el corazón! —Concluyó
con dolor—. Nadie debería sufrir o ser desdichado aquí.
Peter no comentó nada,
pero su mano apretó la de ella y Lali sintió un gran consuelo con ese sencillo
gesto.
—Hemos llegado, señorita
Esposito —anunció el chófer. Lali miró por la ventanilla y volvió a sentir la
espantosa tensión.
Peter bajó primero del
coche y la ayudó a descender, tomándola del brazo para dirigirse hacia la
puerta del hospital.
—Creo que no quiero entrar
—murmuró ella, asustada de repente por lo que podría descubrir. Peter guardó
silencio, le rodeó los hombros con el brazo y la estrechó contra sí, dándole lo
que ella más necesitaba: apoyo y valor.
La primera persona que
Lali vio en el vestíbulo del hospital, fue a Aristóteles Kirilakis, quien
estaba exhausto y demacrado. Una tensa sonrisa se dibujó en el rostro del
anciano cuando la vio y comenzó a caminar hacia ellos.
—Lali, querida —llegó
hasta ella y le dio un breve abrazo—. Llega justo a tiempo… justo a tiempo.
—¿Cómo está Helen?
—inquirió ella inmediatamente, con la voz quebrada por la inquietud.
—Todavía… vive —respondió
el anciano—. Pero… —clavó los ojos con gravedad en los de la joven—… ha perdido
el niño.
Las lágrimas asomaron a
los ojos de Lali, su boca reseca tembló y sintió que Peter se acercaba a ella,
para confortarla con su presencia. Aristóteles lo miró con curiosidad.
—Soy Peter Lanzani, señor
—se presentó él mismo, ofreciendo una mano—. Un… buen amigo de la señorita
Esposito —su actitud era tan respetuosa hacia el anciano, que Lali se sintió
muy orgullosa de él.
Aristóteles los miró por
un momento, luego tomó la mano que se le ofrecía y la estrechó con fuerza.
—Estoy en deuda con usted,
señor Lanzani, por cuidar de Lali en un momento tan traumático como éste…
—luego volvió otra vez su atención a la joven con expresión sombría—. Helen no
ha recobrado el conocimiento —le informó—. Pero los médicos aseguran que ya ha
pasado la etapa de verdadero peligro.
—¿Y Stavros? —preguntó
Lali con ansiedad.
—Está despierto y alerta
—repuso el anciano con gravedad—. Pero él… bien, acompáñeme —murmuró—. Iremos a
verlo… se ha levantado de la cama y está recorriendo los pasillos del hospital
como un demente. Quizá usted pueda hacer algo para tranquilizarlo, por lo que
sé, está impaciente por verla.
Flanqueada por los dos
hombres, Lali caminó por los pasillos del hospital.
—Stavros tiene algunas
heridas en el rostro. Le advierto esto para que no se impresione, pero son
superficiales y es sólo la contusión lo que preocupa a los médicos, ya que él
se niega a descansar.
Dieron la vuelta a un
pasillo lateral, y Lali se estremeció al ver a Stavros derrumbado sobre un
sillón, con la cabeza hundida entre las manos. Con una leve exclamación
compasiva, la joven corrió hacia él, dejando a los otros hombres mirándola con
gravedad mientras ella se agachaba ante su cuñado y lo abrazaba con fuerza.
Era una escena
conmovedora, dramática. Cuñado y cuñada permanecieron así por un rato,
extrayendo fuerza uno del otro, luego Stavros alzó la cabeza y miró a Lali con
los ojos desolados y le dijo algo que Peter y Aristóteles no pudieron oír.
El anciano tocó el hombro
del fotógrafo.
—Me temo que estamos
siendo indiscretos —declaró—. Vamos, señor Lanzani. Creo que usted y yo
podríamos ir a tomarnos un café mientras charlamos sobre la relación existente
entre usted y la cuñada de mi hijo.
Cuando se volvían, Stavros
se puso de pie con dificultad. Lali hizo lo mismo y juntos caminaron hacia la
puerta tras la cual yacía Helen inconsciente. Stavros se apoyó en la joven, que
lo abrazaba con enorme ternura.
Él permaneció detrás de
Lali, con las manos sobre sus hombros, mientras ella apretaba con fuerza la
barra metálica, a los pies de la cama de su hermana, con los ojos inundados de
lágrimas de impotencia al ver a Helen tan pálida y quieta.
Un grueso vendaje blanco
le tapaba el pelo y cubría la mitad de su rostro. Tenía un brazo escayolado
desde la muñeca hasta el codo. Stavros había informado a la joven, cuando
estaban en el pasillo, que su hermana tenía las piernas muy dañadas, pero por
fortuna no tenía ningún hueso roto.
—Los médicos piensan que
por fin se ha estabilizado —dijo Stavros—. Durante algunas horas creyeron… —no
pudo decirlo, se le quebró la voz y Lali alzó una mano para cubrir una de las
que él posaba en sus hombros para indicarle que comprendía—. No saben cuánto
tiempo más permanecerá inconsciente. El golpe de su cabeza indica contusión,
pero no hay fractura y suponen que su inconsciencia es la forma natural que
tiene su organismo para mantenerla tranquila mientras se restablece.
—Parece tan enferma
—murmuró Lali—. Tan desvalida.
—Pero lucha, Lali —declaró
Stavros—. Es fuerte y valiente cuando lucha por lo que quiere. Tú y yo lo
sabemos. La fragilidad de Helen es tan ilusoria como la tuya.
Una hora después, Lali
salió del cuarto de su hermana a insistencia de su cuñado, que notó su estado de
tensión causado por la ansiedad acumulada. Lali echó una última mirada antes de
cerrar la puerta. Stavros se abrazaba a su esposa y lloraba suavemente.
En el pasillo esperaba
Aristóteles Kirilakis, solo.
Lali lo miró aturdida
mientras él se ponía de pie.
—¿Dónde está Peter? —quiso
saber la joven.
El anciano alzó una mano
en actitud conciliadora.
—Se ha ido —declaró con
mucha suavidad—. Ha regresado a Londres. Tenía compromisos importantes allí,
pero no se quiso ir hasta ver que usted quedaba a buen recaudo al lado de su
familia. Es un buen hombre, Lali, un hombre considerado.
—¿Se ha ido? —musitó ella
con una vocecita perpleja—. ¿Peter se ha ido?
La grave mirada de
conmiseración del suegro de su hermana fue el detonante para Lali. Lo miró sin
parpadear por un momento más y luego rompió en amargo llanto.
no me digas que se fue atras de la puta de ex
ResponderEliminarQue hizo peter??? }O tuvo algo que ver el padre del cuñado??? Pensé que de apoco todo volvía a su curso normal pero se ve que no!!! Más!!
ResponderEliminarQ pasó con Peter?Muero por seguir leyendo!
ResponderEliminarNooo peter se tenia qe qedar con lali cuaidandolaaa ojala no se case peter
ResponderEliminarMaaaaaaas! Iba bien Peter, y derrapó, mal eh!? Aiiss... Enfin. Maaas Nooveee!:D
ResponderEliminarMAS MAS MAS
ResponderEliminarY luego dices que yo soy mala....
ResponderEliminarMassss nove quiero saber porque peter se fue?
ResponderEliminarLALI pobre sufre tanto x su hermana esta mal.
ResponderEliminarLALI qyuere mucho a su cuñado y le da todo el apoyo.
PETER como se va ir no croe k haya sido x trabajo algo tiene k ver esa mujer.
ME ENCANTOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO
MASSSSSSSSSSSSSSSSS
Espero k Peter solo regresara para poner sus cosas en orden, y volver a la isla con Lali.....para quedarse para siempre allí con ella,ya k a ella le gusta tanto.
ResponderEliminarFeliz día internacional de LA PAZ
ResponderEliminarNOOOO! Tan tierno que venia todo, y se fue? ESPERO QUE NO! Que lo allá inventado todo el Aristoteles....
ResponderEliminar@Camhii_Infante espero MAAAAS!
M
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A
A
A
A
S
N
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O
O
O
O
V
E
P
ResponderEliminarL
E
A
S
E
NO TE LA PUEDO.... ¿COMO Q SE FUE? se estupidizo o q Bueno lo del accidente no me lo espere en ningún momento. Awww hasta unas lagrimitas me alcanzaron a salir SIGO LEYENDO
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