Capítulo
9
Lali estaba haciendo su
equipaje cuando Peter apareció en el umbral y se apoyó en el marco de la
puerta, con expresión de dolor y tensión. Lali lo ignoró, abriendo las maletas
sobre la cama con movimientos precisos que sugerían un severo control.
Peter no habló, no se
movió, sólo permaneció allí, llenando el umbral con su cuerpo rígido, con los
ojos entrecerrados y el rostro pálido, observando cada movimiento de la joven
con intensa concentración. Él ambiente estaba cargado de tensión, dificultando
la tarea de ella. Por dentro se sentía helada, insensibilizada por tan
repentino e inesperado dolor.
Después de hacer las
maletas, Lali tomó su neceser y se dirigió al cuarto de baño, donde guardó sistemáticamente
sus accesorios de belleza.
Peter estaba detrás de ella; se había movido de un
umbral a otro, silencioso, tenso, observándola como alguien decidido a
torturarse con el espectáculo de su amor reducido a cenizas.
Sin mirarlo una sola vez, Lali
terminó su tarea, luego llevó el neceser al dormitorio, procurando no tocar el
cuerpo de él, deteniéndose sólo el tiempo suficiente para que él se apartara y
la dejara pasar.
La joven cerró las maletas
con tal fuerza, que Peter hizo una mueca. Luego se acercó a ella, con la
intención de ayudarla a quitar las maletas de la cama, pero se quedó paralizado
cuando Lali se volvió hacia él hecha una furia.
—¡No las toques! —Masculló,
con los dientes apretados y los ojos opacos de odio y de ira—. ¡No te atrevas a
tocar nada que me pertenezca! ¡Has logrado mancharlo todo! ¡Apártate de mí! ¡Me
las arreglaré sola, como siempre!
Luego, con los labios
apretados, ella se apartó de Peter y atravesó el cuarto hacia donde estaba la
estatuilla del Coloso, sobre su lugar de honor, en el armario, la tomó
bruscamente y la miró con profundo desdén durante largo rato.
—¡Por Dios, La…! —la
sofocada súplica de Peter cayó en oídos sordos y cuando ella se volvió con la
estatuilla en la mano, él se puso rígido, entrecerrando los ojos con recelo.
«¿Acaso piensa que se la
voy a estrellar en la cabeza?», se preguntó Lali con maligno placer. ¡No le
permitiría una salida tan fácil de su propio infierno casero!
Alzó la estatuilla en
alto, se volvió y la lanzó contra la ventana. Se oyó el ruido del cristal y
luego un ruido sordo cuando la pieza cayó en el patio.
—Ése es el problema con
los dioses de pacotilla —dijo ella con voz pausada—. No tienen alma, brillan
por fuera mientras que por dentro están vacíos.
Levantó dos de sus maletas
y dirigió una última mirada de acritud a Peter. Él estaba apoyado contra la
pared, junto al cuarto de baño, con expresión tensa.
La joven salió del cuarto
y bajó las escaleras con dificultad, por el peso de las maletas, para llevarlas
hasta donde estaba aparcado su coche. Notó que la tía Vi vacilaba nerviosamente
en la puerta de su apartamento, pero Lali se negó a mirarla, depositando las dos
maletas en el portaequipajes y regresando a la casa para recoger el resto de
sus pertenencias.
Peter estaba todavía en la
habitación, parado junto a la ventana rota, con las manos apretadas a los
lados, mirando hacia el lugar donde había caído la estatuilla.
Lali recogió el resto de
sus cosas, se volvió y salió del cuarto sin decir una palabra. Al caminar por
el pasillo oyó el ruido de algo al golpear contra la madera, luego un segundo
tintineo de cristal, y supo que Peter acababa de dar un puñetazo sobre el marco
de la ventana, provocando que se soltaran los trocitos de cristal todavía
sujetos al marco.
La tía Vi estaba al pie de
la escalera y miraba a Lali mientras descendía con su arrugado rostro contraído
por la preocupación.
—¿Qué ha sucedido, Lali?
—preguntó consternada.
Lali dejó las maletas en
el suelo cuando llegó hasta donde estaba la anciana y le ofreció una sonrisa
tensa. Los viejos ojos se llenaron de lágrimas y Lali tuvo que tragar saliva al
estrechar a la mujer en sus brazos por un momento.
—No se inquiete, querida
—la instó la joven—. Esto es lo que Peter quiere y a fin de cuentas es lo único
que importa —dijo con amargura.
Iba a seguir su camino,
pero la anciana la retuvo.
—¿Qué ha pasado? ¡No es
posible que Peter quiera que te vayas! El te…
—¡No! —la interrumpió Lali
con una aspereza que no iba destinada a la tía Vi, sino al hombre que la hería
de esa manera.
Depositó con suavidad un
beso en la arrugada mejilla de la tía Vi y se soltó.
—Que Dios lo perdone, tía
Vi —declaró en un susurro trémulo—. Porque yo jamás lo perdonaré.
Y entonces volvió a
levantar sus maletas, sin hacer caso de los sollozos de la anciana y el jadeo
áspero que le indicó que Peter había escuchado su andanada de despedida desde
el rellano del primer piso.
Lali salió de la casa y se
alejó sin mirar atrás.
Cuando llegó a su
apartamento, Edward ya estaba allí, esperándola, apoyado contra la pared junto
a la puerta. Cuando la vio se incorporó y la miró con aire consternado.
—¿Cómo…?
—La tía Vi me ha avisado
—declaró él con gravedad.
Lali asintió. Por supuesto
la tía Vi estaría preocupada por ella. Era conmovedor saber que la buena
anciana había llamado a Edward… pero le dolía que no lo hubiera hecho Peter.
—Entra —la instó Edward—.
Yo traeré tu equipaje del coche.
Ella le entregó las llaves
del coche sin decir nada. Presa de un profundo abatimiento, abrió la puerta de
su apartamento y entró. El lugar tenía esa atmósfera desolada de los lugares
deshabitados y Lali tiritó, yendo de un inhóspito cuarto a otro, sintiendo un
frío y un vacío espantosos.
—He puesto las maletas en
tu habitación.
La voz de Edward le llegó
por detrás, y Lali se volvió hacia él con una débil sonrisa de agradecimiento,
comprendiendo por primera vez que estaba parada en medio de la cocina.
«Una taza de té», pensó de
manera distraída. «Es lo que necesito, una buena taza de…»
—La…
La joven se volvió hacia
su agente y amigo.
—Por favor, Edward —repuso
con voz débil—. Has sido muy amable al venir y te agradezco mucho que te hayas
preocupado, pero… preferiría estar sola.
Hubo un breve silencio,
luego él murmuró:
—Claro, preciosa. No hay
problema. Olvida que el viejo Edward apareció por aquí —Lali supo que lo había
ofendido y lo lamentó, pero no dijo nada—. Me iré, pero… regresaré después
cuando te sientas mejor. No puedo molestar a la primera actriz… su gran noche
está cerca. Necesita descanso, necesita su…
—¡Edward!
—Está bien, está bien, ya
me voy… mira —retrocedió hacia la puerta y Lali lo observó—. Mira, ya me voy…
Ya me he ido.
Y salió de la cocina y del
apartamento, dejando detrás el silencio, un silencio frío, limpio, antiséptico,
y Lali se desplomó en una silla y hundió la cabeza entre los brazos, sobre la
mesa.
La obra teatral fue un
sonado éxito. Los críticos la elogiaron, el público aplaudió a rabiar y Lali
descubrió que podía encontrar una catarsis a su dolor en el personaje que
interpretaba.
Trabajaba por las noches,
regresaba a casa para cenar algo ligero y se pasaba la mitad de la noche dando
vueltas en la cama en un intento por espantar los dolorosos recuerdos y la otra
mitad en un sueño exhausto que apenas le ayudaba a reponer sus energías.
Peter apareció durante la
segunda semana en la tercera fila, en el asiento del pasillo.
Lali no supo con precisión
qué fue lo que la alertó de su presencia. Quizá el instinto o la simple mala
suerte de mirar en esa dirección desde el escenario. Pero lo vio y dijo mal
algunas de sus frases.
Peter estuvo otra vez allí
a la noche siguiente, y a la siguiente, en la tercera fila, en el asiento del
pasillo. Su enorme figura sobresalía demasiado para no ser notada, y su rostro
era austero, mirándola todo el tiempo.
Después de una semana de
esa extraña tortura, Lali comprendió que no podía más. Peter volvió a aparecer
esa noche y la actuación de la joven fue tan deficiente, que provocó
comentarios entre sus compañeros. Al día siguiente le envió una nota a Peter,
pidiéndole por favor que dejara de asistir al teatro, pues su presencia
estropeaba su actuación.
Él no regresó. El lugar
que siempre ocupaba permaneció vacío, como el epitafio a un amor muerto.
Ella no sabía por qué
había asistido Peter, y se negaba a pensar en sus posibles motivos. Él le había
enviado flores la noche del estreno: Buena
suerte. Peter, decía la tarjeta, eso era todo. Aparte de eso no había
habido ningún otro contacto. Edward nunca hablaba de él, aunque Lali sabía que
visitaba con frecuencia a la tía Vi, pero ella nunca preguntaba nada sobre
ninguno de los dos.
Pasaron otras dos semanas
y Lali empezó a sentirse mejor, menos deprimida. Comenzó a aceptar invitaciones
a cenar después de la función, sobre todo de Edward. Él era muy amable, muy
discreto, como temeroso de decir algo que la pudiera herir.
Lali no había llorado. Se
había negado con firmeza a ceder a la tentación de la autocompasión. Peter la
había herido, pero no mortalmente. Como él había dicho, ella era fuerte y
sobreviviría. Sólo llevaría tiempo, eso era todo.
El miércoles por la tarde
de la séptima semana de representaciones, Lali estaba considerando la
posibilidad de encender la televisión para pasar dos horas apacibles viendo
películas antiguas, cuando sonó el timbre de la puerta.
Abrió y se quedó mirando
con azoro al visitante.
—¿Sería tan gentil,
hermosa dama, de ofrecer algo de beber a un viajero exhausto? —inquirió la voz
afectuosa y juguetona.
—¡Stavros! —Exclamó Lali,
y lo abrazó con entusiasmo—. ¿De dónde sales? ¿Dónde está Helen? ¿Qué has hecho
con Yannis? ¡Oh… es tan maravilloso verte!
—¡Despacio… despacio,
querida Lali! —Pidió él con una sonrisa tolerante—. Y ten la gentileza de dejar
de colgarte de mis solapas. Los trajes italianos son muy caros.
Entraron en la casa
agarrados del brazo, Lali sonreía como embobada.
—¿Café? —ofreció ella,
controlando su impaciencia por saber noticias de su hermana y su sobrino.
—¿Griego?
—Por supuesto.
—Entonces sí, por favor.
Stavros se acomodó en un
sillón mientras Lali iba a preparar el café. Después de llevar la humeante bebida,
se sentó delante de él y volvió a interrogarlo.
—Estoy en Londres por
cuestión de negocios —informó él, después de dar un sorbo al bien cargado
café—. Una visita breve, dos días como mucho. Helen no ha venido conmigo porque…
—su pausa hizo que Lali alzara la mirada hacia él en una inquieta
interrogación—. No… No, querida, no está enferma… pero, ¿cómo puede un hombre
decirlo sin sonreír como un idiota?
—¡Un bebé! —Dedujo Lali
con alborozo—. ¡Oh, Stavros, eso es maravilloso! Una niña —decidió—. Insisto en
tener una sobrinita de pelo rubio y ojos azules que ponga en su sitio a los
arrogantes varones Kirilakis.
—Lo mismo deseo yo —se rió
Stavros, y sus ojos se enternecieron ante algún recuerdo—. Pero Helen dice que
eso está en manos de los dioses —se encogió de hombros y miró a Lali con
seriedad—. Helen es la que está preocupada por ti, La —repuso en tono sereno—.
Y ahora que te veo, debo coincidir con esa preocupación. Has perdido peso.
Tienes ojeras y tu sonrisa no es muy alegre. Dime la causa de tal deterioro
para ver si puedo ayudarte en algo.
«No hay ayuda posible para
un corazón destrozado», pensó Lali con tristeza.
—Estoy bien, Stavros, de
verdad —le aseguró ella—. Helen no debe preocuparse por nada en su estado.
—Lo mismo pienso yo.
—Debes decirle que estoy
bien —le dirigió una sonrisa que él no le devolvió y Lali se derrumbó—. No… No
resultó, eso es iodo —barbotó—. Peter y yo cometimos un error. Descubrimos que
deseamos cosas diferentes.
—¿Cómo cuáles?
Ella esbozó una sonrisa
triste.
—Oh… —suspiró y se le
nublaron los ojos—. Compromiso, permanencia, estabilidad, amor…
—¿Tú… pedías eso y él no
te lo podía conceder? —preguntó su cuñado con cautela.
—Lo que pedí… —Lali
pareció reflexionar un momento, luego comenzó otra vez—: Creía que él me amaba
—admitió por fin—. Aunque, para ser justa con él, Peter nunca me dijo que me
amara ni nada parecido.
—De cualquier manera,
querida —apuntó Stavros, arrastrando las palabras—. Seamos justos con tu… Peter
—entrecerró los ojos—. Yo tenía la clara impresión de que el sol del amor
brillaba sobre vosotros.
—No seas misterioso
conmigo, Stavros —pidió ella con cierta impaciencia—. Tú y yo sabemos lo que
significa la palabra «sol».
—Cierta estatuilla
—coincidió él—. Forjada en cobre y cubierta de oro puro, cuyo coste fue muy
elevado, encargada al escultor más cotizado de Rodas.
—Un gesto inútil por mi
parte —expresó Lali con aire sombrío.
—Una declaración de amor,
Lali —dijo Stavros—. El hecho de que Peter no correspondiera a tu amor, no
anula el mensaje.
—Me echó de su lado.
Stavros se puso rígido.
Esa declaración lo desconcertó.
—Sin advertencia
—prosiguió ella con voz monótona—. Un día todo era maravilloso, perfecto. Al
día siguiente… ¡puf! Todo se acabó… y yo todavía no puedo creerlo.
—¿Hiciste… algo? —Preguntó
el griego—. ¿Lo heriste, lo trataste mal? —Stavros se estaba enfadando, Lali lo
notó en su voz, lo vio en la forma en que dejaba a un lado su café y se volvía
a mirarla—. ¡Respóndeme, Lali! —ordenó—. ¿Qué hiciste para merecer ese trato?
Quizá motivada por la ira
de su cuñado, Lali perdió el rígido control que había ejercido sobre sus
emociones y estalló en llanto.
—Sólo lo amé —su suave
boca tembló—. ¡Él lo era todo para mí! —Apartó los ojos de la penetrante mirada
de su interlocutor—. Tuve la osadía de enamorarme del dios del sol, Stavros, y
él me desdeñó.
—Lali… —murmuró Stavros—.
No te tortures de ese modo.
—«Mala suerte, La»
—prosiguió ella con voz quebrada—. «Lo pasamos bien, pero ya se acabó. Te dejo
para casarme con otra».
Stavros la abrazó y ella
lloró desconsolada en su hombro, balbuceando toda su desdicha.
Stavros escuchó con
creciente ira hacia el causante de la desazón de su cuñada.
—¡Lo mataré! —masculló.
—¡No lo harás! —sollozó
Lali.
—Bien, entonces sólo haré
que le den un escarmiento —concedió él.
—¿Una castración
ceremonial? —Murmuró Lali con inesperado y jocoso ánimo—. Se lo sugerí una vez
—respondió a la pregunta de los ojos de su cuñado—. Cuando le hablé de ti, dijo
que… más valía andarse con cuidado contigo y yo le dije que tal vez lo
sometieras a una castración ceremonial por mancillar la virtud de su cuñada.
—La conciencia de un
hombre puede ser a veces una carga pesada, querida cuñada. Especialmente cuando
su corazón quiere llevarlo en otra dirección.
—¿Y crees que la
conciencia triunfará siempre?
—No —él sacudió la
cabeza—. No quiero decir eso. Tu Peter puede estar luchando a brazo partido con
el deseo de su corazón y herirte profundamente en el proceso, pero eso no
significa que la conciencia gane a fin de cuentas.
En el subconsciente de
Lali resonó el eco de una súplica dirigida a ella cuando se marchaba, como para
corroborar lo que Stavros estaba diciendo.
—Después de todo, todavía
no se ha vuelto a casar con su exesposa —declaró el griego.
Lali se apartó de él con
rigidez.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque he tratado de
averiguar todo lo posible respecto a Peter Lanzani, querida cuñada.
—¡Típico! —Exclamó Lali—.
¿Y quién te ha dado permiso para entrometerte en mis asuntos?
—Helen está preocupada por
ti. Tu querido amigo Edward está preocupado por ti. ¡Yo estoy preocupado por
ti! Y el lamentable estado mental en que te encuentras es clara señal de que
toda esta preocupación es justificada.
—Sobreviviré —murmuró
ella, levantándose para recorrer el cuarto.
—Ah, sí, sobrevivirás
—concedió Stavros con voz sombría—. Porque así lo dicta tu orgullo. Pero no lo
lograrás si te abrumas de trabajo y te niegas a iniciar otras relaciones.
¿Cómo podría ella
considerar siquiera la posibilidad de otra relación, cuando peter llenaba su
mente todo el tiempo?
—Tu peter…
—¡Deja de llamarlo mi Peter!
—Protestó ella con impaciencia—. No es mi
Peter…
—Peter Lanzani vive solo
todavía —informó Stavros en tono pausado—. Con la sola compañía de una
respetable anciana y un perro no tan respetable.
—Lo cual… ¿qué quiere decir,
cuñado? —inquirió Lali con sarcasmo.
—Lo que quiere decir que,
no obstante lo que le dicte su estricta conciencia, no parece capaz de seguir
sus dictados.
—¡Quizá ella lo rechazó! —Sugirió
Lali con amargura—. Después de todo, los mansos, obedientes y abnegados no son
tan atractivos para una mujer, ¿sabes?
—¿De verdad? —inquirió
Stavros, haciendo un esfuerzo por no reírse, y Lali lo miro con irritación.
—¡Sí! —repuso en tono
sibilante—. ¡De verdad!
Esa vez él no pudo
contenerse y soltó una sonora carcajada que hizo que Lali se pusiera rígida de
indignación.
—¡Ésta es la Lali que yo
conocí! —Exclamó con júbilo—. Ahora que veo que no se te ha acabado el espíritu
de lucha, podré sentirme tranquilo cuando cenemos juntos esta noche —se puso de
pie—. No soporto cenar con un guiñapo —explicó con desenfado—. Los guiñapos
suelen ser aburridos.
—¡Eres un bobo! —protestó
Lali, riéndose también.
—Lo sé —aceptó él y fue a
rodearle los hombros con un brazo, luego se encaminó con ella hacia la puerta—.
Entonces cenaremos juntos después de tu función.
—Me pregunto qué diría
Helen si supiera que andas invitando a actrices a cenar cuando no estás con
ella —murmuró la joven, dándole un sonoro beso en la mejilla.
PD:Me siguen en mi nuevo twitter @Laliter_Eme15 porfa
@Angie_232alma
bien por el cuñado!!! y peter sigue sin tener calificativo para definirlo! Más!
ResponderEliminarmas nove quiero ver que le contesta
ResponderEliminar@arimurb
Maaaaaaaaaaaaaas Noooooooooooooooveeeeeeee! Pliiiis!:D
ResponderEliminarNOOOO pobre lali, agh al final todos los hombre son unos tontos, awww que lindo un cuñado tan protector yo creo que nunca voy a tener uno de esos, mas si soy la hermana mayor q voy a tener un chiquilin cuidandome jajajjaja me encanto cuando tiro la estatua por la ventana jajajja siempre he querido hacer algo asi, espero el sig cap voy a ver si encuentro el video por internet pq yo me lo vi en la tele
ResponderEliminarmaaaaaaaaas
ResponderEliminarMas Novela! Me encanta la nove :D No nos dejes así!!!!!
ResponderEliminarme encantaaaaaaaaa
ResponderEliminaramo la noveee
ResponderEliminardioos quiere que peter recapacite
ResponderEliminarmaaaaaaaaaas
ResponderEliminarmasssssssssssssssssssssmasssssssssssssssssss vane
ResponderEliminarMe gusta la contencion del cuñado y su representyante!A q venia q se sentara ahí en el teatro y luego q quedara esa butaca vacía!Aquí hay gato encerrado pero sea cual sea no justifica lastimar así a alguien!
ResponderEliminarMasss!
ResponderEliminarMaaaass pliiiiis!!! :D
ResponderEliminarMAS OTRO CAP
ResponderEliminarotrooooooooo peter que feo preferir lastimar al amor de tu vida bueno aunque nuncas se lo dijo tampoco
ResponderEliminarEn el cap ocho tenia ganas de entrar en la nove y tirarlo por la ventana a Peter como Lali con la estatua...(? Re lindo lo de Lali con el cuñado me gusto este cap :)
ResponderEliminarMaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaas please!!
@Camhii_Infante <3
Que apaaresca Peter, quiero que se arreglen! Suubi otro please!!
ResponderEliminarBien x el cuñado ,la está haciendo reaccionar.
ResponderEliminarMasssss quiero saber que va a pasar con esa cena de lali con su cuñado y si peter se va a enterar
ResponderEliminarAMO AL CUÑADOOO!!!!!!
ResponderEliminarQuise matar a Peter en el cap anterior, es un tonto, tarado, lástima que en la vida real hay personas así y en el fondo son los que más sufren, los que están con 1 mujer por obligación o chantajeados.
ResponderEliminar@Masi_ruth
Peter matate!!! quiero mas mas mas
ResponderEliminarMaassssssss que peter sufra x idiota!!!!!!
ResponderEliminarMaaaaaaaaaaaaaasssssssssssss!!!!!!!!!!! :D
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