miércoles, 15 de mayo de 2013

CAP 20

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CAPITULO 20
–Sí.


German cerró los ojos cuando sintió que la compasión por su amigo se abría paso hacia su corazón de la mano de la ira. Veía a su amigo en sus recuerdos tal y como había sido siglos atrás. Sus ojos siempre habían tenido una mirada alegre y traviesa. Peter amaba la vida como muy pocas personas lo hacían. De espíritu generoso, amable por naturaleza y de corazón valeroso, Peter siempre lograba desarmarlo y, en incontables ocasiones, había deseado poder odiar al malcriado muchacho.
Pero le había resultado imposible.
–¿Qué te hizo Valerius? –preguntó German.
Peter respiró hondo.
–Créeme, no te gustaría conocer todos los detalles.
German observó cómo Peter hacía un leve gesto de dolor cuando un repentino recuerdo asaltó su mente.
–¿Qué pasa?
–Nada –contestó Peter malhumorado.
Los pensamientos de German volvieron a la esposa de Peter. Pequeña y rubia, Tanya había sido más hermosa que Helena de Troya. Sólo la había visto una vez, y de lejos. Pero aún así, supo al instante lo que había llamado la atención de Peter. Tanya poseía un aura irresistible que hablaba a las claras de su amplia experiencia sexual y de su habilidad en esos menesteres. Cuando la conoció, con apenas veintidós años, el joven Juan Pedro se había enamorado de ella al instante; de una mujer ocho años mayor que él. No le importó lo que los demás dijeran sobre ella; Peter jamás escuchaba a nadie. Había amado a esa mujer con locura, con toda su alma.
–¿Qué pasó con Tanya? –preguntó German–. ¿Descubriste por qué lo hizo?
Peter arrojó el paquete de hielo a la bolsa.
–Me dijo que lo hacía por temor a que no pudiera protegerla.
German soltó una maldición.
–Yo dije algo más fuerte –contestó Peter en voz baja–. Estuve tres semanas allí tendido, intentando descubrir qué era lo que ella odiaba tanto de mí como para entregarme a mi peor enemigo. Jamás me había dado cuenta antes de lo imbécil que fui.
Juan Pedro mantuvo la mandíbula fuertemente apretada al recordar la mirada de su esposa mientras comenzaba su ejecución. Lo había mirado frente a frente, sin demostrar ni pizca de remordimiento.
Fue entonces cuando se dio cuenta de que, aunque él le había dado lo mejor de sí mismo, todo su corazón y su alma, ella no le había dado nada. Ni siquiera su ternura. Si sus ojos hubiesen mostrado ese día un pequeño destello de remordimiento, un poco de pena…
Pero su rostro sólo reflejaba una morbosa curiosidad.
Y eso había destrozado su corazón. Si Tanya no fue capaz de amarlo después de todo lo que él le había dado, sólo podía significar una cosa: que no era digno de ser amado.
Su padre había estado en lo cierto.
«Ninguna mujer puede amar a un hombre de tu posición y riqueza. Afróntalo. Muchacho, para ellas sólo serás un bolsillo bien repleto.»
Desde entonces, su corazón sangraba por la verdad que encerraban esas palabras. Jamás volvería a permitir que una mujer tuviese ese tipo de poder sobre él. Se negaba a que el amor –o cualquier otro motivo– lo cegara, apartándolo de sus necesidades. Su trabajo era lo único que importaba.
–Lo siento muchísimo –susurró German.
Juan Pedro se encogió de hombros.
–Todos tenemos algo de lo que arrepentirnos –le contestó mientras recogía la camisa.
–Escúchame –le dijo German, deteniéndolo–, ¿por qué no te das una ducha y me dejas que te preste algo de ropa?
–He desaparecido en mitad de una cacería.
–No te ofendas Peter, pero estás hecho un desastre. Reconozco que hace mucho que no participo en una lucha, pero sé que es mucho más fácil enfrentarse a la batalla después de un baño caliente y con el estómago lleno.
Peter dudó.
–¿Quince minutos?
–De acuerdo, que sea rápido.
Peter dejó que el agua caliente relajara su magullado cuerpo. La noche aún era joven, pero estaba muy cansado. El hombro le daba punzadas y no dejaba de dolerle y la herida en el costado no estaba mucho mejor.
Pero aún dolorido, toda su atención estaba puesta en la mujer que lo esperaba escaleras abajo.
¿Por qué lo atraía tanto? Había salvado a numerosos humanos a lo largo de los siglos y no había sentido nada por ellos, aparte de una simple curiosidad.
Pero esta mujer, con su mirada franca y abierta y su sonrisa hechicera, le había llegado al corazón. Un corazón que había perdido siglos atrás. Pero no lo necesitaba. A los Cazadores Oscuros se les prohibía mantener una relación estable. En caso de necesidad, sus encuentros sexuales se limitaban a una sola noche.
Volvían a nacer para caminar en soledad a lo largo de los siglos. Todos y cada uno de ellos lo tenía muy presente. Lo habían jurado.
Y nunca antes le había molestado que fuese así.
Sólo había habido una ocasión, a lo largo de su vida, en la que la sonrisa de una mujer le había provocado esta extraña y vertiginosa sensación en la boca del estómago.
Lanzó una maldición ante el recuerdo.
–Venga, Peter –se dijo a sí mismo mientras se duchaba–. Sal de esta casa, mata a Cayo y vuelve a tu hogar. Olvida que la has visto.
La mera idea de no volver a verla nunca más hacía que el dolor lo partiera en dos. Pero tenía muy claro lo que debía hacer. Ésta era su vida y adoraba la oscuridad de la noche a la que estaba ligado por un juramento. Sus obligaciones eran su única familia. Su juramento, su corazón.
Su trabajo era su amor y lo seguiría siendo durante toda la eternidad.
–¿Mariana?
Alejando su pensamiento del atractivo Cazador Oscuro, Mariana miró a Mili, que estaba sentada en el sillón.
–¿Te importaría subir a la habitación de los gemelos y traerme un pañal? –le preguntó Mili–. Si subo esas escaleras de nuevo creo que no volveré a bajar.
Mariana se rió.
–Claro. No tardaré.
Subió las escaleras y atravesó el pasillo. Pasó por delante de la puerta del baño en el mismo instante en que Juan  Pedro salía de él con una toalla alrededor de la cintura. Y chocaron.
Peter le puso las manos sobre los hombros para sujetarla y las pupilas se le dilataron al reconocerla.
Mariana se quedó helada cuando se dio cuenta de que el brazalete de plata que llevaba en la muñeca se había trabado en uno de los flecos de la toalla de Thiago.
Y, lo que era aún peor, se le estaba haciendo la boca agua al contemplar toda aquella piel morena y sensual, al sentir sus fuertes manos sobre ella.
El poder y la fuerza que emanaban de él hacían que se le acelerara el corazón. Y el aroma fresco y limpio de su piel… Llevaba el pelo húmedo peinado hacia atrás, lo que dejaba los fuertes rasgos del rostro bien a la vista, y dudaba mucho de que pudiese haber un hombre más apuesto.
Los ojos oscuros de Juan Pedro, rodeados de pestañas pecaminosamente largas, la miraban con intensidad. El deseo voraz que se leía en ellos la puso a cien e hizo que se estremeciera. Tenía todo el aspecto de poder devorarla y, de hecho, Mariana deseaba que la devorara. Completamente. Por entero.
Y que la saboreara.
–Esto sí que se pone interesante –dijo él con un asomo de diversión en la voz.
Mariana no sabía qué hacer, allí de pie, con la muñeca peligrosamente cerca de la súbita protuberancia que había surgido bajo la toalla. ¿Qué pasaba con ellos que acababan unidos cada dos por tres? Deslizó la mirada por la multitud de cicatrices que cubrían el cuerpo de Thiago y no pudo evitar preguntarse cuántas de ellas habrían sido causadas por la tortura que le había mencionado a German un rato antes.
–La mayoría –le susurró mientras alzaba un brazo para posar la mano sobre su nuca.
Mariana sintió cómo sus dedos le acariciaban el cabello. La otra mano, que aún estaba sobre su hombro, la sujetó con más fuerza, aunque de modo muy sutil.
–¿Qué? –le preguntó ella alzando la vista.
–La mayoría de las cicatrices son de los romanos.
Ella frunció el ceño.
–¿Cómo sabías lo que estaba pensando?
–Estaba espiando tus pensamientos, del mismo modo que tú hiciste con German y conmigo.
Un escalofrío recorrió la espalda de Mariana al caer en la cuenta de los poderes psíquicos de Thiago.
–¿De verdad puedes hacer eso?
Él asintió sin mirarla a la cara. Tenía los ojos clavados en el lugar donde su mano le acariciaba el cabello, como si estuviese memorizando su tacto.
La miró a los ojos de forma tan repentina que Mariana emitió un jadeo.
–Y con respecto a la pregunta que temes formular, lo único que tienes que hacer es mover el brazo y lo sabrás.
–¿Saber qué?
–Si cuando me quite la toalla voy a estar igual de bueno que con ella.
Mariana se ruborizó intensamente al escuchar sus aterradores pensamientos en boca de Peter. Antes de que pudiera moverse, él la soltó y dejó caer la toalla, que quedó colgando de su brazalete.
Al ver a Juan Pedro completamente desnudo delante de ella, se quedó con la boca abierta. Su cuerpo, de músculos duros y perfectamente definidos, parecía obra de un escultor. Y al instante descubrió que su piel era de color dorado en todos sitios. No era producto de la exposición al sol, sino natural.
Mariana lo deseaba de forma desesperada.
Lo único que tenía en mente era llevarlo a la habitación y tirar de él para tenerlo encima, luego al lado y luego debajo durante el resto de la noche.
¡Ay! La de cosas que quería hacerle a este hombre.
Una ligera sonrisa curvó los labios de Juan Pedro y, por el brillo que adquirieron sus ojos, Mariana descubrió que estaba leyéndole el pensamiento. Otra vez.
Él se inclinó hacia delante hasta que sus mejillas se tocaron y su cálido aliento le rozó el cuello, abrasándola.
–El nudismo nunca fue un problema para los antiguos griegos –le susurró al oído.
Los pezones de Mariana se endurecieron.
Muy lentamente, Peter movió la mano y le alzó la barbilla. Sus ojos la atraparon; daba la sensación de querer sondear su mente en busca de algo. Antes de que ella pudiese reaccionar, bajó la cabeza y la besó.
Mariana gimió al sentir el roce de sus labios. Este beso era muy diferente al anterior. Era tierno. Dulce.
Y la hacía arder.
Peter abandonó sus labios y dejó un reguero de abrasadores besos desde el mentón hasta el cuello, mientras su lengua le humedecía la piel con suaves caricias. Mariana colocó los brazos sobre sus hombros desnudos y apoyó todo su peso sobre él.
–Eres tan tentadora –susurró Juan Pedro antes de trazar la curva de su oreja con la lengua–. Pero tengo trabajo que hacer, y tú odias todo lo que no sea humano. Y todo lo relacionado con el mundo paranormal. –Se alejó un poco y la miró apesadumbrado–. Es una lástima.

Buenooo hola otra vez! se q muchas andan ocupadas(las entiendo porq ando igual) pero q dicen si tratamos de apurar la nove? esq tengo unas en mente q son muyyy diferentes!!! y q SE VIENEN CON TODO! pero les pregunto q tipo de novela les gustaria leer?? espero sus respuestas!!!
Y para celebras lo de las visitas q tal si hacemos una mini maraton? diganme cuando pueden para q esten todas.
Bye!! LAS AMO♥

An

10 comentarios:

  1. Ahh como corto todo Thiago :o Yo quiero la mini maratón, cuando los demas puedan me parece bien :)

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  2. Peter tiene ventaja en todo.Cuando te venga bien la maraton espero enterarme a tiempo.

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  3. AMIGA jajajajja HACELA EL VIERNES jajjaja no mentira HACELA MAÑANA pq tengo el viernes y el sabado comprometido jajajaj no nada q ver q gane mayoria

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  4. Angie.. la maraton me parece buena idea aunque no se la fecha, yo si puedo sigo eso como siempre depende del horario! Que tipo de nove me gusta leer? no se hay varias, las clasicas de amores de amigos que despues pasa a mas o las que se traen el misterio, las romanticas..pero en todos casos me gusta leer como la historia evuelve o que aunque sea tenga un epilogo donde sabemos si tuvieron hijos, la vida que llevaron y eso! Volviendo a la nove de ahora, me re gusta!Espero mas, beso!Giu

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  5. jajaja como le vas a decir eso Peter (aunque sea la verdad) en un momento como ese! jjajaj ¿Lali se ha olvidado del pañal?
    Me mori con este capitulo :)
    La maraton me parece una buena idea y yo voy a estar(aunque tengo que ver el dia y el horario, porque en estos dias se me complica un poco, la motivacion esta en mi blog) y no se que tipo de novelas me gustan jjajaja de todo, creo :P
    Espero mas
    Besos

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  6. Esta buenísima la nove me gusta mucho quiero Masss

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  7. nueva adaptacion


    http://mymemoriesold.blogspot.com/2013/05/capitulo-3_497.html

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