CAPITULO 20
–Sí.
German
cerró los ojos cuando sintió que la compasión por su amigo se abría paso hacia
su corazón de la mano de la ira. Veía a su amigo en sus recuerdos tal y como
había sido siglos atrás. Sus ojos siempre habían tenido una mirada alegre y
traviesa. Peter amaba la vida como muy pocas personas lo hacían. De espíritu
generoso, amable por naturaleza y de corazón valeroso, Peter siempre lograba
desarmarlo y, en incontables ocasiones, había deseado poder odiar al malcriado
muchacho.
Pero
le había resultado imposible.
–¿Qué
te hizo Valerius? –preguntó German.
Peter
respiró hondo.
–Créeme,
no te gustaría conocer todos los detalles.
German
observó cómo Peter hacía un leve gesto de dolor cuando un repentino recuerdo
asaltó su mente.
–¿Qué
pasa?
–Nada
–contestó Peter malhumorado.
Los
pensamientos de German volvieron a la esposa de Peter. Pequeña y rubia, Tanya
había sido más hermosa que Helena de Troya. Sólo la había visto una vez, y de
lejos. Pero aún así, supo al instante lo que había llamado la atención de Peter.
Tanya poseía un aura irresistible que hablaba a las claras de su amplia
experiencia sexual y de su habilidad en esos menesteres. Cuando la conoció, con
apenas veintidós años, el joven Juan Pedro se había enamorado de ella al
instante; de una mujer ocho años mayor que él. No le importó lo que los demás
dijeran sobre ella; Peter jamás escuchaba a nadie. Había amado a esa mujer con
locura, con toda su alma.
–¿Qué
pasó con Tanya? –preguntó German–. ¿Descubriste por qué lo hizo?
Peter
arrojó el paquete de hielo a la bolsa.
–Me
dijo que lo hacía por temor a que no pudiera protegerla.
German
soltó una maldición.
–Yo
dije algo más fuerte –contestó Peter en voz baja–. Estuve tres semanas allí
tendido, intentando descubrir qué era lo que ella odiaba tanto de mí como para
entregarme a mi peor enemigo. Jamás me había dado cuenta antes de lo imbécil
que fui.
Juan
Pedro mantuvo la mandíbula fuertemente apretada al recordar la mirada de su
esposa mientras comenzaba su ejecución. Lo había mirado frente a frente, sin
demostrar ni pizca de remordimiento.
Fue
entonces cuando se dio cuenta de que, aunque él le había dado lo mejor de sí
mismo, todo su corazón y su alma, ella no le había dado nada. Ni siquiera su
ternura. Si sus ojos hubiesen mostrado ese día un pequeño destello de
remordimiento, un poco de pena…
Pero
su rostro sólo reflejaba una morbosa curiosidad.
Y
eso había destrozado su corazón. Si Tanya no fue capaz de amarlo después de
todo lo que él le había dado, sólo podía significar una cosa: que no era digno
de ser amado.
Su
padre había estado en lo cierto.
«Ninguna
mujer puede amar a un hombre de tu posición y riqueza. Afróntalo. Muchacho,
para ellas sólo serás un bolsillo bien repleto.»
Desde
entonces, su corazón sangraba por la verdad que encerraban esas palabras. Jamás
volvería a permitir que una mujer tuviese ese tipo de poder sobre él. Se negaba
a que el amor –o cualquier otro motivo– lo cegara, apartándolo de sus necesidades.
Su trabajo era lo único que importaba.
–Lo
siento muchísimo –susurró German.
Juan
Pedro se encogió de hombros.
–Todos
tenemos algo de lo que arrepentirnos –le contestó mientras recogía la camisa.
–Escúchame
–le dijo German, deteniéndolo–, ¿por qué no te das una ducha y me dejas que te
preste algo de ropa?
–He
desaparecido en mitad de una cacería.
–No
te ofendas Peter, pero estás hecho un desastre. Reconozco que hace mucho que no
participo en una lucha, pero sé que es mucho más fácil enfrentarse a la batalla
después de un baño caliente y con el estómago lleno.
Peter
dudó.
–¿Quince
minutos?
–De
acuerdo, que sea rápido.
Peter
dejó que el agua caliente relajara su magullado cuerpo. La noche aún era joven,
pero estaba muy cansado. El hombro le daba punzadas y no dejaba de dolerle y la
herida en el costado no estaba mucho mejor.
Pero
aún dolorido, toda su atención estaba puesta en la mujer que lo esperaba
escaleras abajo.
¿Por
qué lo atraía tanto? Había salvado a numerosos humanos a lo largo de los siglos
y no había sentido nada por ellos, aparte de una simple curiosidad.
Pero
esta mujer, con su mirada franca y abierta y su sonrisa hechicera, le había
llegado al corazón. Un corazón que había perdido siglos atrás. Pero no lo
necesitaba. A los Cazadores Oscuros se les prohibía mantener una relación
estable. En caso de necesidad, sus encuentros sexuales se limitaban a una sola
noche.
Volvían
a nacer para caminar en soledad a lo largo de los siglos. Todos y cada uno de
ellos lo tenía muy presente. Lo habían jurado.
Y
nunca antes le había molestado que fuese así.
Sólo
había habido una ocasión, a lo largo de su vida, en la que la sonrisa de una
mujer le había provocado esta extraña y vertiginosa sensación en la boca del
estómago.
Lanzó
una maldición ante el recuerdo.
–Venga,
Peter –se dijo a sí mismo mientras se duchaba–. Sal de esta casa, mata a Cayo y
vuelve a tu hogar. Olvida que la has visto.
La
mera idea de no volver a verla nunca más hacía que el dolor lo partiera en dos.
Pero tenía muy claro lo que debía hacer. Ésta era su vida y adoraba la
oscuridad de la noche a la que estaba ligado por un juramento. Sus obligaciones
eran su única familia. Su juramento, su corazón.
Su
trabajo era su amor y lo seguiría siendo durante toda la eternidad.
–¿Mariana?
Alejando
su pensamiento del atractivo Cazador Oscuro, Mariana miró a Mili, que estaba
sentada en el sillón.
–¿Te
importaría subir a la habitación de los gemelos y traerme un pañal? –le
preguntó Mili–. Si subo esas escaleras de nuevo creo que no volveré a bajar.
Mariana
se rió.
–Claro.
No tardaré.
Subió
las escaleras y atravesó el pasillo. Pasó por delante de la puerta del baño en
el mismo instante en que Juan Pedro
salía de él con una toalla alrededor de la cintura. Y chocaron.
Peter
le puso las manos sobre los hombros para sujetarla y las pupilas se le
dilataron al reconocerla.
Mariana
se quedó helada cuando se dio cuenta de que el brazalete de plata que llevaba
en la muñeca se había trabado en uno de los flecos de la toalla de Thiago.
Y,
lo que era aún peor, se le estaba haciendo la boca agua al contemplar toda
aquella piel morena y sensual, al sentir sus fuertes manos sobre ella.
El
poder y la fuerza que emanaban de él hacían que se le acelerara el corazón. Y
el aroma fresco y limpio de su piel… Llevaba el pelo húmedo peinado hacia
atrás, lo que dejaba los fuertes rasgos del rostro bien a la vista, y dudaba
mucho de que pudiese haber un hombre más apuesto.
Los
ojos oscuros de Juan Pedro, rodeados de pestañas pecaminosamente largas, la
miraban con intensidad. El deseo voraz que se leía en ellos la puso a cien e
hizo que se estremeciera. Tenía todo el aspecto de poder devorarla y, de hecho,
Mariana deseaba que la devorara. Completamente. Por entero.
Y
que la saboreara.
–Esto
sí que se pone interesante –dijo él con un asomo de diversión en la voz.
Mariana
no sabía qué hacer, allí de pie, con la muñeca peligrosamente cerca de la
súbita protuberancia que había surgido bajo la toalla. ¿Qué pasaba con ellos
que acababan unidos cada dos por tres? Deslizó la mirada por la multitud de
cicatrices que cubrían el cuerpo de Thiago y no pudo evitar preguntarse cuántas
de ellas habrían sido causadas por la tortura que le había mencionado a German
un rato antes.
–La
mayoría –le susurró mientras alzaba un brazo para posar la mano sobre su nuca.
Mariana
sintió cómo sus dedos le acariciaban el cabello. La otra mano, que aún estaba
sobre su hombro, la sujetó con más fuerza, aunque de modo muy sutil.
–¿Qué?
–le preguntó ella alzando la vista.
–La
mayoría de las cicatrices son de los romanos.
Ella
frunció el ceño.
–¿Cómo
sabías lo que estaba pensando?
–Estaba
espiando tus pensamientos, del mismo modo que tú hiciste con German y conmigo.
Un
escalofrío recorrió la espalda de Mariana al caer en la cuenta de los poderes
psíquicos de Thiago.
–¿De
verdad puedes hacer eso?
Él
asintió sin mirarla a la cara. Tenía los ojos clavados en el lugar donde su
mano le acariciaba el cabello, como si estuviese memorizando su tacto.
La
miró a los ojos de forma tan repentina que Mariana emitió un jadeo.
–Y
con respecto a la pregunta que temes formular, lo único que tienes que hacer es
mover el brazo y lo sabrás.
–¿Saber
qué?
–Si
cuando me quite la toalla voy a estar igual de bueno que con ella.
Mariana
se ruborizó intensamente al escuchar sus aterradores pensamientos en boca de
Peter. Antes de que pudiera moverse, él la soltó y dejó caer la toalla, que
quedó colgando de su brazalete.
Al
ver a Juan Pedro completamente desnudo delante de ella, se quedó con la boca
abierta. Su cuerpo, de músculos duros y perfectamente definidos, parecía obra
de un escultor. Y al instante descubrió que su piel era de color dorado en
todos sitios. No era producto de la exposición al sol, sino natural.
Mariana
lo deseaba de forma desesperada.
Lo
único que tenía en mente era llevarlo a la habitación y tirar de él para
tenerlo encima, luego al lado y luego debajo durante el resto de la noche.
¡Ay!
La de cosas que quería hacerle a este hombre.
Una
ligera sonrisa curvó los labios de Juan Pedro y, por el brillo que adquirieron
sus ojos, Mariana descubrió que estaba leyéndole el pensamiento. Otra vez.
Él
se inclinó hacia delante hasta que sus mejillas se tocaron y su cálido aliento
le rozó el cuello, abrasándola.
–El
nudismo nunca fue un problema para los antiguos griegos –le susurró al oído.
Los
pezones de Mariana se endurecieron.
Muy
lentamente, Peter movió la mano y le alzó la barbilla. Sus ojos la atraparon;
daba la sensación de querer sondear su mente en busca de algo. Antes de que
ella pudiese reaccionar, bajó la cabeza y la besó.
Mariana
gimió al sentir el roce de sus labios. Este beso era muy diferente al anterior.
Era tierno. Dulce.
Y
la hacía arder.
Peter
abandonó sus labios y dejó un reguero de abrasadores besos desde el mentón
hasta el cuello, mientras su lengua le humedecía la piel con suaves caricias.
Mariana colocó los brazos sobre sus hombros desnudos y apoyó todo su peso sobre
él.
–Eres
tan tentadora –susurró Juan Pedro antes de trazar la curva de su oreja con la
lengua–. Pero tengo trabajo que hacer, y tú odias todo lo que no sea humano. Y todo
lo relacionado con el mundo paranormal. –Se alejó un poco y la miró
apesadumbrado–. Es una lástima.
Buenooo hola otra vez! se q muchas andan ocupadas(las entiendo porq ando igual) pero q dicen si tratamos de apurar la nove? esq tengo unas en mente q son muyyy diferentes!!! y q SE VIENEN CON TODO! pero les pregunto q tipo de novela les gustaria leer?? espero sus respuestas!!!
Y para celebras lo de las visitas q tal si hacemos una mini maraton? diganme cuando pueden para q esten todas.
Bye!! LAS AMO♥
An
Me encanta!!! Más!
ResponderEliminarAhh como corto todo Thiago :o Yo quiero la mini maratón, cuando los demas puedan me parece bien :)
ResponderEliminarPeter tiene ventaja en todo.Cuando te venga bien la maraton espero enterarme a tiempo.
ResponderEliminarAMIGA jajajajja HACELA EL VIERNES jajjaja no mentira HACELA MAÑANA pq tengo el viernes y el sabado comprometido jajajaj no nada q ver q gane mayoria
ResponderEliminarme encanto!!
ResponderEliminarme gusto muy buena
ResponderEliminarAngie.. la maraton me parece buena idea aunque no se la fecha, yo si puedo sigo eso como siempre depende del horario! Que tipo de nove me gusta leer? no se hay varias, las clasicas de amores de amigos que despues pasa a mas o las que se traen el misterio, las romanticas..pero en todos casos me gusta leer como la historia evuelve o que aunque sea tenga un epilogo donde sabemos si tuvieron hijos, la vida que llevaron y eso! Volviendo a la nove de ahora, me re gusta!Espero mas, beso!Giu
ResponderEliminarjajaja como le vas a decir eso Peter (aunque sea la verdad) en un momento como ese! jjajaj ¿Lali se ha olvidado del pañal?
ResponderEliminarMe mori con este capitulo :)
La maraton me parece una buena idea y yo voy a estar(aunque tengo que ver el dia y el horario, porque en estos dias se me complica un poco, la motivacion esta en mi blog) y no se que tipo de novelas me gustan jjajaja de todo, creo :P
Espero mas
Besos
Esta buenísima la nove me gusta mucho quiero Masss
ResponderEliminarnueva adaptacion
ResponderEliminarhttp://mymemoriesold.blogspot.com/2013/05/capitulo-3_497.html