CAPITULO 44
Carmen
le sonrió.
–M'ijo,
estás en casa. Seth me dijo que ibas a salir.
–No
me encuentro muy bien. –Aunque la expresión de su rostro era amable, miró a
Carmen con los ojos entrecerrados–. Esta mañana llegaste a tu hora, ¿no es
cierto?
Carmen
hizo caso omiso de su pregunta.
–Ven
y siéntate. Te prepararé algo de comer.
Peter
observó la luz que entraba a través de las ventanas abiertas con una mirada
cautelosa y retrocedió, internándose en la oscuridad del salón.
–Gracias,
Carmen, pero no tengo hambre. Seth, necesito hablar contigo. Sólo será un
minuto.
El
muchacho miró a Lali con una sonrisa satisfecha.
–Por
lo menos no me ha dicho que mueva el culo.
–Seth
–lo llamó Peter–. Mueve el culo, chico.
Mientras
Seth salía de la cocina para hablar con Peter, Carmen colocó un plato delante
de Lali.
–Pobrecita,
¿qué vas a hacer sin tu casa?
–No
lo sé. Supongo que tendré que llamar a la compañía aseguradora; encontrar un
lugar donde vivir… –su voz se desvaneció al pensar en todas las cosas que tenía
que hacer.
Tendría
que reemplazar toda su vida. Todo: el cepillo de dientes, los zapatos, los libros…
hasta los teléfonos. ¡Ni siquiera tenía ropa interior!
Abrumada,
perdió el apetito.
¿Qué
iba a hacer?
Seth
regresó y cogió el folleto informativo para mostrárselo a Peter, que esperaba
en la puerta.
–Necesito
que me hagas un favor. Tengo que matricularme a la una; si no estamos de
regreso para esa hora, ¿podrías rellenar el formulario en la página web? Sé que
necesitas dormir, pero tengo muchas ganas de coger Historia Griega el próximo
semestre.
–¿Por
qué?
–Las
clases las dará el profesor German y, según dicen, es muy bueno.
–¿German
Alexander? –le preguntó Lali.
–Sí
–le contestó, Seth, mirándola sobre el hombro–. ¿Lo conoces?
Ella
intercambió una mirada con Peter.
–Ni
la mitad de bien que Peter.
Seth
fingió un escalofrío.
–¡Ja!
Tío, otro de los vuestros no. Genial. Mátame ahora mismo y así me
ahorrarás el sufrimiento.
–No
me tientes –le dijo Peter cogiendo el folleto–. A la una en punto. ¿Algo más?
–Sí;
haz algo con esos ojos, me ponen la carne de gallina.
Peter
alzó una ceja en señal de advertencia ante el tono altanero de su Escudero.
–Pasadlo
bien.
–¿A
qué se refiere? –preguntó Lali a Seth en cuanto Peter se hubo marchado.
Él
se sentó de nuevo en el taburete antes de contestarle.
–Vamos
de compras –le dijo, haciendo un mohín y temblando teatralmente al
pronunciar la palabra.
–¿Qué
tenemos que comprar?
Seth
tomó un sorbo de zumo de naranja.
–Cualquier
cosa que usted necesite, señora. Abrigos de piel, diamantes… lo que sea.
–¿Diamantes?
–repitió Lali, riéndose ante la escandalosa idea.
–Paga
Peter, así es que te aconsejo que vayas a por todas. Literalmente hablando.
Ella
sonrió.
–No
puedo permitir eso. Pagaré con mi propio dinero.
–¿Y
para qué vas a gastarlo? No tienes ni idea de lo forrado que está. Te aseguro
que si compras todo el centro comercial, ni siquiera lo notará.
Lali
no tenía la intención de seguir los consejos del Escudero pero, de cualquier
forma, necesitaba algo de ropa.
–De
acuerdo, ¿podemos parar un momento en casa de mi madre?
–Claro.
Mi misión de hoy es complacerte… en todo lo que me pidas.
Ella
meneó la cabeza al ver la pícara sonrisa en el rostro de Seth
Se
marcharon después de hacer una llamada a la compañía aseguradora para
informarles del incendio.
Lali
no pudo evitar sentirse más y más frustrada cada vez que Seth pagaba las facturas
sin dejar que ella se gastase nada.
–Cumplo
órdenes –le dijo el Escudero por quinta vez–. Tú compras, yo pago.
Ella
le contestó con un gruñido amistoso.
–¿Siempre
obedeces sus órdenes?
–Siempre…
pero sin dejar de quejarme.
Lali
soltó una carcajada mientras salían de la tienda y continuaban caminando por
los pasillos del centro comercial. Seth cargaba con todas las bolsas.
–¿Cuánto
hace que trabajas para Peter? –le preguntó cuando llegaron a las escaleras
mecánicas.
–Ocho
años.
Ella
lo miró con la boca abierta.
–Pues
no pareces tan mayor.
–Sí,
bueno. Es que tenía sólo dieciséis años cuando empecé.
–¿Se
puede ser un Escudero a esa edad?
Seth
volvió la cabeza para echar un vistazo a una joven muy atractiva, vestida con
una estrecha minifalda, que bajaba junto a ellos y le dedicó su típica sonrisa
plagada de hoyuelos antes de contestar a Lali.
–No
me enteré de lo que era Peter hasta mucho después. Al principio, creía que no
era más que un tío podrido de dinero con el complejo de «vamos a ayudar al
chico pobre».
Lali
lo miró con el ceño fruncido al tiempo que llegaban a la planta baja y se
encaminaban por el pasillo.
–¿Y
por qué te dio esa impresión?
Seth
acomodó las bolsas que sujetaba.
–Señora,
tiene junto a usted al hijo de un criminal reincidente. Mi padre murió en
Angola, hace ya once años, durante un motín en la prisión.
Lali
hizo una mueca al pensar en lo doloroso que debía ser perder a un padre de esa
manera.
–¿Y
tu madre?
–Era
una bailarina exótica en uno de los garitos de Bourbon Street. Crecí en la
parte trasera del club donde trabajaba, ayudando a los gorilas a echar a los
clientes.
Ella
sintió una punzada de dolor ante el panorama que Seth describía.
–Lo
siento.
Él
se encogió de hombros, como si no le diera mucha importancia.
–No
te preocupes. Puede que mi madre haya cometido errores, pero es una madre
estupenda; una señora de armas tomar. Hizo todo lo que pudo con lo que
teníamos. Mi padre la abandonó cuando sólo tenía quince años y mi abuelo la
echó de casa. Así es que nos quedamos ella y yo y, mientras tanto, mi padre se
dedicaba a entrar y salir de la prisión. Nunca tuvimos gran cosa, pero siempre
me ha querido mucho.
Lali
sonrió al percibir el amor que destilaba la voz de Seth. Era obvio que adoraba
a su madre.
–¿Y
cómo conociste a Peter?
Seth
se detuvo unos instantes, como si estuviese sopesando el mejor modo de
contarlo.
–Cuando
llegué a la adolescencia, estaba ya harto de ver a mi madre agachar la cabeza,
avergonzada; de ver cómo se quedaba sin comer para que yo tuviese un poco más.
Recuerdo que la acompañaba al trabajo y veía el hambre que se reflejaba en su
rostro cada vez que miraba los escaparates de las tiendas –dijo, suspirando–.
Esa mirada hambrienta nunca la abandonaba.
El
rostro de Seth adoptó una expresión dura antes de continuar.
–Mi
madre es la mujer más dulce y con mejor corazón que Dios ha puesto en este
mundo y no podía soportar ver cómo se degradaba para que yo tuviese un plato de
comida; ni cómo los hombres la buscaban a todas horas; ni la expresión de sus
ojos cada vez que deseaba algo que jamás podría tener. A los trece años, decidí
que no podía más y comencé a robar.
Lali
sintió que el corazón se le encogía. No podía felicitarlo por lo que había
hecho, pero tampoco iba a condenarlo.
–Una
noche, los chicos de la pandilla con la que me movía decidieron asaltar a una
pareja de turistas y me negué. Una cosa era robar en las tiendas y entrar en
las casas de los ricos, y otra muy diferente hacer daño a la gente. No estaba
dispuesto a hacerlo.
Así
que, aunque fuese un ladrón, Seth había conservado su sentido del honor, pensó
Lali.
–¿Qué
sucedió? –le preguntó.
–Los
chicos se enfadaron y decidieron que no les iría mal practicar unos cuantos
golpes conmigo. Me tumbaron en el suelo y comenzaron a aporrearme; pensé que
iba a morir allí mismo pero, no sé cómo, de repente, lo único que vi fue la
mano de un tío que me ayudaba a levantarme y me preguntaba si estaba bien.
–¿Era
Peter?
Seth
asintió.
–Me
llevó al hospital y pagó la factura. Me cosieron las heridas de los navajazos y
las brechas de la cabeza. Se quedó conmigo hasta que llegó mi madre y, mientras
la esperábamos, me preguntó si quería trabajar para él, haciendo encargos
después de las clases.
A
Lali le resultaba muy fácil imaginarse al adolescente enterado y sabelotodo que
había sido Seth. Haber sido capaz de penetrar en esa personalidad tan cáustica
y ver lo bueno que había debajo, decía mucho a favor de Peter.
–¿Y
accediste?
CAPITULO 45
–Al
principio no. No estaba muy seguro de querer estar cerca de un tío que tenía
todo el dinero del mundo. Además, mi madre sospechaba de él. Aún lo hace, de
hecho. No le entra en la cabeza por qué me paga tanto por hacer prácticamente
nada –dijo con una carcajada–. Todavía cree que nos dedicamos al tráfico de
drogas.
Ella
resopló por la ocurrencia. Pobre mujer.
–¿Y
qué le has dicho?
–Que
Peter es un Howard Hughes con complejo de Dios. –Al instante se puso serio y la
miró con gravedad–. Le debo la vida. No sé dónde estaría ahora mismo si no me
hubiese encontrado aquella noche. Bueno, seguro que no sería un estudiante de
derecho de la universidad de Loyola ni conduciría un Jaguar. Puede que Peter
sea un capullo de primera, pero debajo de esa fachada hay un tío decente.
Lali
reflexionó sobre las palabras de Seth mientras salían del centro comercial y
colocaban las bolsas en el maletero de su flamante Jaguar negro. Nada más
sentarse en el asiento, se colocó el cinturón de seguridad antes de seguir con
la conversación.
–¿Cuándo
te dijo Peter la verdad?
Seth
puso en marcha el coche y salió del estacionamiento.
–Cuando
me gradué en el instituto y me hizo la oferta de ser su Escudero de forma
permanente.
–¿Qué
es exactamente un Escudero?
Seth
se incorporó al tráfico y, al cambiar de marcha, Lali vio en su mano derecha un
curioso tatuaje, con una extraña inscripción en griego que se asemejaba a una
tela de araña, y comenzó a preguntarse si todos los Escuderos tendrían la misma
marca.
–Nuestro
trabajo consiste en proteger a los Cazadores Oscuros durante el día y en
proporcionarles cualquier cosa que necesiten: comida, ropa, coches,
mantenimiento de sus hogares… lo que sea. En una época montábamos guardia,
literalmente hablando, delante de las criptas donde dormían; y de ahí proviene
el mito de que los vampiros duermen en ataúdes. Como la luz del sol es su mayor
enemigo, solían dormir en cuevas o en cámaras ocultas que no tuvieran el más
mínimo resquicio por donde pudiera pasar la luz. Como recompensa por nuestros
servicios, ellos nos proporcionan apoyo financiero.
–Entonces,
¿cada Cazador Oscuro tiene un Escudero?
–No.
Algunos prefieren estar solos. Yo soy el primero que Peter ha tenido en los
últimos trescientos años.
Lali
se encogió al pensar en la soledad que debía haber sufrido Peter durante todo
ese tiempo. Se lo imaginaba vagando por su mansión, como un espíritu incapaz de
encontrar el descanso, buscando un consuelo que nunca llegaba.
–¿Y
si quisieras abandonarlo? –le preguntó ella.
Seth
tomó una profunda bocanada de aire y apretó con fuerza la mandíbula.
–No
es tan sencillo. Hay una organización muy compleja alrededor de los Escuderos;
como la del Hotel California… puedes entrar cuando quieras, pero no
puedes marcharte jamás. Si alguien abandona su puesto, es sometido a vigilancia
durante toda su vida y si traiciona a los Cazadores Oscuros o a los mismos
Escuderos, no vivirá mucho para arrepentirse.
La
funesta declaración consiguió que a Lali se le pusiera la carne de gallina.
–¿En
serio?
–Sí,
claro. Algunos de mis compañeros provienen de familias cuya antigüedad como
Escuderos se remonta a miles de años atrás.
–Pues
a mí me parece una especie de esclavitud –dijo Lali.
–No.
Si quiero puedo dejarlo en cualquier momento, pero no puedo romper el juramento
que he hecho como Escudero. Una vez se hace, es inquebrantable y eterno. El día
que me case mi esposa no sabrá nada de la verdadera naturaleza de Peter ni de
lo que hago para él, a menos que ella también haya hecho el juramento. Cuando
mis hijos se conviertan en adultos, tendré que decidir si entran a formar parte
de esto o no. Si elijo contarles todo, tendrán que presentarse ante Alec y
Artemisa; ellos estudiarán las solicitudes y decidirán si sirven o no.
Eso
sí que resultaba aterrador ya que, mientras lo escuchaba, se le ocurrió algo
espantoso.
–¿Y
qué pasa conmigo? No irán a pensar que soy una amenaza, ¿verdad?
El
rostro de Seth adoptó una expresión mortalmente seria cuando la miró, tras
detenerse en un semáforo.
–Si
así lo consideraran, uno de los Escuderos acabaría contigo.
Lali
tragó saliva.
–Eso
no es muy reconfortante.
–No
pretendo que lo sea. Nos tomamos nuestras obligaciones muy en serio. Los
Cazadores Oscuros son los únicos que garantizan que la humanidad no sea
esclavizada o extinguida. Sin ellos, los apolitas o los Daimons acabarían
dominándonos.
Peter
estaba tumbado en la cama, haciendo todo lo posible para conciliar el sueño pero,
una y otra vez, sentía a Lali en su interior. Estaba viendo los restos de su
casa. Lo sabía. Sentía sus lágrimas, su ira y su desesperación.
Cómo
la deseaba.
Cómo
deseaba poder estar junto a ella en esos momentos para consolarla. Nunca antes
le había molestado el hecho de no poder salir a la luz del día, pero ahora lo
fastidiaba. Si no fuese un Cazador Oscuro podría estar con ella y ofrecerle su
fuerza y su apoyo.
Cerrando
los ojos, respiró hondo e intentó alejar el dolor. Había elegido su destino en
un momento en que se encontraba cegado por la rabia y la angustia, y ahora no
podía escapar a él. Artemisa guardaba su ejército celosamente y había puesto
tan alto el listón que sólo se sabía de tres Cazadores Oscuros que hubieran
recuperado su alma en todos esos años.
El
resto había muerto en el intento.
–¿Y,
de todos modos, para qué necesito el alma? –se preguntó en voz baja al tiempo
que abría los ojos y fijaba la mirada en el dosel de tonos dorados y marrones
que cubría la cama–. Lo único que hace es debilitar a un hombre.
Su
vida tenía una razón de ser. Un propósito.
¿Y
entonces por qué deseaba a Lali en lo más profundo de su ser y tan
desesperadamente?
Era
una sensación que no había experimentado desde hacía siglos y, en la única
ocasión en la que había sentido algo así, acabó traicionando a todos los que le
habían amado.
–No
volveré a ser débil –susurró. No es que es pensara que Lali pudiera hacerle
daño intencionadamente, no. Lo que temía es que una vez le entregara su corazón
y su lealtad, para él no habría marcha atrás. La cosa era bien simple: estaba
asustado de sí mismo y de lo que estaba dispuesto a hacer para mantenerla a
salvo.
Tras
visitar los restos de la casa de Lali y detenerse unos momentos en casa de su
madre, Seth condujo hasta el corazón del Barrio Francés y aparcó en una calle
lateral, cerca de Chartres, hacia donde se dirigieron a pie. El Escudero guió a
Lali a través de la concurrida zona comercial y se detuvo frente a una
tiendecita llamada Dream Dolls and Accesories.
Lali
lo miró con el ceño fruncido. ¿Por qué se detenían en una tienda de muñecas?
–¿Qué
hacemos aquí? –le preguntó mientras él le abría la puerta para dejarla pasar.
–Vamos
a ver a la señora que hace las muñecas.
Normal,
si haces una pregunta estúpida…
Ella
lo miró con escepticismo.
–¿Sabes
una cosa? No creo que haga Barbies de tamaño real.
Seth
resopló y la dejó pasar delante de él.
–No
estoy buscando ninguna Barbie y este encargo no es para mí. Es para Peter.
Ahora
sí que estaba preocupada.
–¿Por
qué?
Antes
de que el Escudero contestara, una señora mayor que estaba sentada en un banco
de trabajo situado junto a la puerta, llamó la atención de Lali. Sostenía una
Barbie a la que estaba retocando el rostro.
La
mujer llevaba un extraño artefacto de color naranja en la cabeza, con un
pequeño reflector y una lente bifocal. El artilugio le cubría el pelo,
totalmente blanco, que llevaba recogido en un apretado moño. Sus ojos marrones
eran alegres y brillantes.
–Sethy,
chiquitín –le dijo con tono maternal–. ¿Qué te trae por aquí en una tarde como
ésta y con una acompañante tan hermosa? Espera, creo que es la primera vez que
te veo con una chica. –Mientras hablaba lo señalaba con un diminuto pincel–.
Una chica que bien merece la pena llevar al lado. Es guapísima, y no me refiero
a su aspecto físico; tú ya me entiendes.
Seth
se mesó el cabello y, avergonzado, miró a Lali.
–Liza,
amor mío –le dijo casi a gritos, dedicándole su pícara y encantadora sonrisa–.
¿Es que necesito una razón para venir a ver tu encantador rostro?
La
anciana rió ante el comentario.
–Puede
que sea vieja, Seth Gautier, pero no soy estúpida –dijo dándose unos golpecitos
en la cabeza que hicieron que el artefacto se agitara–. Mi vieja antena aún
funciona y, si mal no recuerdo, hace ya más de un siglo que un hombre como tú
vino a hacerme una visita por gusto. Ahora, acércate y dime al oído lo que
necesitas.
Seth
la obedeció y Lali comprendió que la señora estaba sorda. De hecho, el Escudero
le hablaba tan alto que podía escuchar todas y cada una de las palabras.
Hasta
escuchó cómo le pedía explosivos plásticos.
–Recuerda
–le dijo él–. Peter quiere uno exactamente igual al de Paul.
–Ya
te he oído, Sethy–le contestó Liza pacientemente–. ¿Acaso crees que estoy
sorda? –le preguntó mientras miraba a Lali y le guiñaba un ojo.
–¿Cuándo
vengo a por todo? –le preguntó Seth.
Liza
hizo un mohín con los labios.
–Dame
un día o dos, ¿vale? –Alzó la muñeca que tenía en las manos y lo amonestó–: Una
Barbie no espera, ni siquiera por un Cazador Oscuro.
Seth
soltó una carcajada.
–Claro
Liza, gracias.
Camino
de la puerta, la anciana los detuvo.
–¿Sabes,
querida? –le dijo a Lali, acercándose a ella. La señora apenas medía metro y
medio. Le dio unas palmaditas en el brazo y continuó–: Tienes un aura muy
especial. Como la de un angelito.
Lali
sonrió, agradecida.
–Gracias.
Liza
se alzó las lentes y se acercó a una estantería colocada junto a la puerta. Se
puso de puntillas y cogió una Barbie que había restaurado ella misma. La muñeca
tenía el pelo largo, rizado y negro, unas diáfanas alitas de ángel e iba
vestida con un hermoso vestido blanco bordado con perlas.
Lali
jamás había visto nada tan hermoso y delicado.
Liza
se la ofreció.
–Se
llama Starla. Le pinté el rostro como el de una señora que viene muy a menudo
por aquí. –Se acercó la muñeca al oído, como si la Barbie le estuviera
hablando; asintió y se la dio a Bella–. Dice que quiere irse a casa contigo.
Lali
la miró boquiabierta. Más aún al ver el precio en la etiqueta que colgaba de la
muñeca: cuatrocientos dólares.
–Gracias,
Liza, pero no puedo aceptarla –rehusó, intentando devolvérsela.
Liza
hizo un gesto con la mano, negándose a aceptar la muñeca de nuevo.
–Es
tuya, cariño. Necesitas un ángel que cuide de ti.
–Pero…
–Está
bien… –le dijo Seth, indicándole con un gesto que saliera de la tienda. En voz
baja añadió–: Si la rechazas herirás sus sentimientos. Le encanta regalarlas.
Lali
le dio un abrazo a la señora.
–Gracias,
Liza. La guardaré como un tesoro.
Estaban
ya en la puerta cuando Liza los detuvo de nuevo y cogió a Starla de los brazos
de Lali.
Y chicas llego el dia!!! hoy se estrena la peli,ahora solo espero q la pasan aca en Costa Rica!!! no puedo creer q esto sea lo ultimo q tendremos de ellos,aunq sabemos q SIEMPRE SERAN NUESTROS TEEN ANGELS ♥
Ana,me pasas el link de tu blog??=)
Les cuento q Mar va a empezar nove!!! y les digo q yo q ya lei se q es DE LAS MEJORES! pasen y no se arrpentiran,mi amiga es grosa escribiendo jaja algolaliterdistinto.blogspot.com
Más me encanta!
ResponderEliminarmas por favorr, porq q quito la muñeca???
ResponderEliminarme encanto :)
ResponderEliminarAmo tu novela tlj!!
ResponderEliminarme encanto @arimurb
ResponderEliminarAhh ahora si que la cosa se empieza a poner interesante... ayer se estreno ElAdios3D en Argentina :3 asdasd
ResponderEliminarno entendi mucho el tema de las muñecas pero es que estoy leyendo de afan praticamente porque tengo que salir ahora igual espero adelantarme antes de que pongamos mas
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