CAPITULO 50
Peter seguía atormentado por lo que había sucedido
con Lali la noche anterior. Había estado muy cerca de estropearlo todo. Había
estado tan cerca de…
Desechó la idea de su mente y siguió caminando sobre
los tejados del Barrio Francés; era casi medianoche. Las ráfagas de aire helado
agitaban su abrigo de cuero mientras caminaba por el borde del tejado, mirando
los callejones adyacentes al edificio. Solía encaramarse a los lugares más
altos, como un gato; de ese modo, nadie advertía su llegada. Al menos no hasta
que era demasiado tarde. Se detuvo al escuchar algo.
–No me hagáis daño.
El viento trajo el débil sonido de una voz,
procedente de unos edificios cercanos al lugar donde se encontraba.
Se deslizó sobre los tejados, más ágil y rápido que
un guepardo, hasta que encontró a la persona que acababa de hablar. Si alguien
se asomaba al oscuro callejón, sólo vería a un pobre hombre al que estaban
asaltando; pero los cuatro Daimons rubios no podían pasar desapercibidos a los
ojos de un Cazador Oscuro.
Arqueó una ceja. Era la misma imagen de siempre. Por
alguna razón, a los vampiros les gustaba moverse en grupos de cuatro o seis.
Habían acorralado al humano en un rincón, junto a un viejo edificio en ruinas.
Sorprendentemente, la víctima le resultaba familiar.
Rodeado por el insoportable olor a basura, el hombre
intentó ofrecerles a los Daimons la cartera.
–Tomad –les dijo con voz insegura–. Pero no me
hagáis daño.
El vampiro más alto del grupo soltó una carcajada.
–¡Vaya! Pero si no vamos a hacerte daño, humano…
vamos a matarte.
Peter saltó desde el tejado, con los brazos
extendidos para guardar el equilibrio. Mientras descendía los tres pisos que le
separaban del callejón, el abrigo flotaba a su alrededor empujado por el
viento. Aterrizó sin hacer ningún ruido, agazapado tras los Daimons.
–¿Habéis oído eso? –preguntó uno de los vampiros,
mirando a uno y otro lado.
–Lo único que oigo son los latidos de un corazón
humano. –Nada más decirlo, el más alto de los Daimons agarró al hombre.
–O… –dijo Peter, alzándose muy despacio hasta quedar
completamente erguido. Apartó el abrigo y colocó la mano sobre la empuñadura
del srad de Paul–… el sonido de cuatro Daimons a punto de morir.
Cuando los vampiros se apartaron de su víctima,
Peter reconoció al humano. Era Mike que, a su vez, también lo reconoció al
instante.
–¡¿Tú? –rugió–. ¿Qué estás haciendo aquí?
Malditas sean las Parcas,
pensó. No le apetecía nada ayudar al hombre que había hecho daño a Lali. Ella
le había contado toda la historia, junto con las duras críticas que su
ex-prometido había dedicado a la familia Devereaux Esposito al completo. El
tipo no se merecía su ayuda.
Maldito sea el Código.
Peter le contestó en voz alta.
–Según parece, te estoy salvando la vida.
–No necesito tu ayuda.
Los cuatro Daimons se dieron la vuelta para mirar a Mike
y estallaron en carcajadas.
–Ya lo has oído, Cazador Oscuro –dijo el líder del
grupo–. No necesita tu ayuda, así que te puedes largar.
Peter suspiró, tentado por la idea de marcharse.
–Sí, pero ¿sabes una cosa? A veces hay que salvarlos
aunque no quieran.
En ese momento, el más alto de los cuatro vampiros
atacó. Peter arrojó el srad pero, antes de pudiera golpear al Daimon,
Mike agarró a su atacante y tiró de él hasta hacerlo tambalearse y perder el
equilibrio.
–Ahora vas a saber quién es el malo aquí. –Y,
diciendo esto, dio un puñetazo al vampiro, que no pareció notarlo, ya que
siguió en pie riéndose de él.
El srad se estrelló contra la pared y se
rompió en dos. ¡Gilipollas! De no ser por la bravata de Mike, el Daimon ya
estaría muerto. Haciendo un esfuerzo supremo, Peter corrió a interponerse entre
el humano y el vampiro antes de que éste atacara. No llegó a tiempo; apenas se
había acercado a Mike cuando el Daimon le dio una patada que lo lanzó sobre el
cuerpo endeble del humano. Los dos cayeron al suelo, pero Peter rodó sobre sí
mismo y se puso en pie con agilidad mientras el ex-novio de Lali forcejeaba
para levantarse. Le costó la misma vida no poner los ojos en blanco ante la
inutilidad del tipo.
–¿Te importaría salir corriendo?
Mike volvió a adoptar una actitud arrogante nada más
ponerse en pie.
–Soy perfectamente capaz de luchar contra ellos,
igual que tú.
Peter reprimió un gruñido de exasperación. Ese tío
era un imbécil. En primer lugar, apenas si llegaba al metro ochenta, mientras
que los Daimons igualaban su altura e incluso la superaban. En segundo lugar,
el cuerpo del humano era el de un experto en el sillón-ball… muy
diferente al musculoso y letal de los vampiros.
Sin ninguna duda, Mike era una enorme amenaza…
Antes de que pudiera moverse, dos de los vampiros
fueron a por él. Peter golpeó al primero con una bota y lo pulverizó. El otro
lo atacó con una espada. Impulsándose hacia un lado, saltó, dio una vuelta
hacia atrás en el aire y aterrizó sobre la escalera de incendios, justo encima
del Daimon.
–¡Oye! –exclamó Mike–. ¿Cómo has hecho eso?
No hubo tiempo de responder, ya que los tres Daimons
restantes se abalanzaron sobre la escalera, tras él. Peter volvió a saltar al
callejón.
Lógicamente, los vampiros lo siguieron.
Peter se preparó para el ataque. Tan pronto como el
líder se acercó, Mike llegó corriendo y se colocó a su lado, empuñando un palo
de madera. Se dispuso a golpear a los vampiros al mismo tiempo que éstos se
acercaban a Peter.
Atrapado entre Mike y los Daimons, Peter fue incapaz
de maniobrar. Como resultado, el ex-novio de Lali acabó golpeándole en la
cabeza con el palo. El dolor estalló de repente en el cráneo del cazador y se
tambaleó hacia atrás. Sacudió la cabeza para despejarse y se recuperó un
instante antes de que dos de los vampiros lo agarraran por la cintura y lo
echaran al suelo. Sujetándole las muñecas, extendieron sus brazos a los lados y
lo inmovilizaron. El pánico se adueñó de él al instante, asaltado por los viejos
recuerdos.
–Hemos encontrado su punto débil –dijo uno de los
Daimons–. Decidle a Cayo que con los brazos extendidos se vuelve loco.
Vale, puede que lo hubieran descubierto. Pero
ninguno de ellos iba a vivir lo suficiente como para revelarlo. Rugiendo de rabia,
Peter alzó las piernas hasta subirlas por encima de la cabeza y se impulsó con
fuerza, saltando hasta quedar en pie, libre de sus captores. Con los colmillos
bien visibles, apuñaló a un Daimon y luego al otro. El vampiro restante comenzó
a alejarse camino de la calle principal. Peter le lanzó el otro srad a
la espalda y el Daimon se desintegró.
Cuando se dio la vuelta, vio a Mike mirándolo con la
boca abierta y el rostro ceniciento. Se le pusieron los ojos en blanco y cayó
al suelo, desmayado.
Peter se acercó para comprobar su estado, totalmente
asqueado. Tenía el pulso acelerado, pero estable.
–¿Qué vería en ti? –se preguntó mientras cogía el
móvil y llamaba a una ambulancia.
Horas después –una vez se convenció de que el
ex-novio de Lali sobreviviría–, volvió a casa. No había modo de localizar a
Cayo.
Joder.
Se detuvo en la puerta de la cocina y observó a Lali
con curiosidad. Eran casi las cinco de la mañana y, según parecía, estaba
haciendo sopa y unos sándwiches.
¿Y esto?
Se movía por la cocina con la elegancia de una
ninfa, totalmente ajena a su presencia. Estaba tarareando una melodía, «In
the hall of the Mountain King», de Grieg, si no estaba equivocado. Una
elección extraña…
No había conocido a una mujer más fascinante en toda
su vida. Llevaba un camisón de seda ligeramente transparente, pero que ocultaba
sus curvas. El suave color azul le sentaba de maravilla a esa piel pálida y al
pelo cobrizo.
Su miembro reaccionó al instante y se endureció.
Cuanto más la miraba, más la deseaba.
Estaba echando la sopa en dos cuencos y, una vez
acabó, metió un dedo para comprobar la temperatura.
Eso era más de lo que un inmortal podía soportar. Se
movió como una sombra hasta ponerse a su espalda y la cogió de la mano.
Ella alzó la vista con un jadeo, asustada hasta que
lo reconoció. Sin dejar de sonreírle, Peter se llevó su dedo a la boca y pasó
la lengua a su alrededor, saboreando tanto la sopa como la piel de Lali.
–Delicioso –le dijo.
Ella se sonrojó.
–Hola, cielo, ¿qué tal te ha ido en el trabajo?
Peter soltó una carcajada por la imitación de Donna
Reed.
–¿Otra vez has estado viendo Nick at Nite?
Lali se encogió de hombros con timidez.
–Pensé que te gustaría un poco de comida caliente,
para variar, cuando llegaras a casa. Debes sentirte muy solo cuando llegas a
una casa vacía y oscura, sin nadie que te dé la bienvenida.
No podía imaginarse cuánto. La miró, observando esos
labios abiertos que lo llamaban a gritos. Habían pasado muchos siglos desde la
última vez que alguien le diera la bienvenida al volver a casa. Siglos de
inenarrable soledad y abandono.
Pero ambos sentimientos habían desaparecido en el
mismo instante que despertó en aquella fábrica abandonada y contempló esos
enormes y vivaces ojos azules que lo hacían arder.
Lali no estaba preparada para lo que Peter hizo a
continuación. La besó como un poseso. Le introdujo la lengua en la boca,
saboreando sus profundidades, mientras le acariciaba la espalda con las manos
antes de colocarlas sobre su trasero. Era la primera vez que permitía a un
hombre tomarse esas libertades; claro, que tampoco es que le importara
demasiado. Nunca había creído ser una mujer particularmente atractiva. No hasta
que lo conoció a él. Tratándose de Peter, parecía no tener inhibiciones. Quería
estar con él a todas horas; quería abrazarlo, tocarlo… estar a su lado. Si
pudiera, se volvería a ponerse los grilletes y, esta vez, para siempre.
Sin interrumpir el beso, Peter deslizó las manos por
debajo del borde del camisón, en busca de ese lugar cálido y húmedo que latía
de deseo. Lali gimió cuando la tocó; cuando sus dedos se deslizaron en su
interior y comenzaron a atormentarla sin piedad. ¡Dios! Qué facilidad tenía ese
hombre para ponerla a cien.
–Peter, la sopa –le dijo sin aliento.
Él se retiró un poco, con la respiración alterada y
los labios hinchados por el beso.
–Que espere.
Esa noche lo rodeaba un aura un poco más indómita;
algo salvaje y malicioso. La llevó hasta la mesa y la ayudó a tenderse sobre
ella. Con una mirada hambrienta y apasionada, se puso en pie entre sus piernas
y la observó.
–Esto sí que es un banquete digno de un rey.
Y se inclinó. Ella emitió un jadeo al sentir la
furia de esas manos inquisitivas, que parecían estar en todos sitios a la vez.
Sus caricias la electrificaban; la dejaban saciada y la hacían ansiar mucho
más.
Mientras la besaba hasta hacerla perder la cordura,
ella estiró un brazo en busca de la cremallera de los pantalones y la bajó para
poder tocarlo. Ya estaba duro como una roca y lo notó palpitar entre los dedos.
Peter soltó un gemido sobre sus labios.
Su actitud no dejaba de sorprenderla. Un guerrero
inmortal que no necesitaba a nadie y que, aun así, se comportaba con exquisita
ternura entre sus brazos. Un hombre que se estremecía cuando ella acariciaba su
miembro y deslizaba la mano sobre él.
Las caricias de Lali le nublaban la mente. No podía
pensar. Sólo podía inhalar su aroma y saborearla. La deseaba con toda el alma.
La pasión y el deseo le impedían razonar más allá de lo que estaba sucediendo
y, sin darse cuenta de lo que hacía, le apartó las manos y se hundió en ella.
Lali dejó escapar un gemido ante la increíble
sensación de tenerlo profundamente enterrado en su cuerpo. Su miembro era tan
grueso y estaba tan duro… la llenaba por completo. Le envolvió la cintura con
las piernas al mismo tiempo que Peter comenzaba a mover las caderas, alternando
un ritmo suave con embestidas largas y profundas.
Se amaron muy lentamente. Ella se retorcía bajo los
poderosos envites de Peter mientras éste le mordisqueaba el cuello, arañándola
con los colmillos. Al cerrar los ojos, volvió a sentir el increíble vínculo que
los unía. Eran un solo ser. En ese instante, Peter se estremeció y susurró su
nombre sobre sus labios, haciéndola temblar de deseo.
Y cuando el mundo se desintegró, Lali creyó ver un
millar de colores girando a su alrededor.
Peter la observó mientras llegaba al orgasmo y
sintió cómo envolvía su miembro con más fuerza. ¡Por los dioses! Cómo anhelaba
poder satisfacerse, pero no podía; sus poderes ya se estaban debilitando, y los
necesitaba para mantenerla a salvo.
Salió de ella de mala gana, rechinando los dientes.
Se colocó la ropa sin decir una sola palabra, aunque
por dentro se moría de dolor, y dio un tirón a los vaqueros intentando aliviar
la incomodidad que le producía la presión de la tela sobre su erección.
Resultó inútil.
Lali sintió pena por él al percibir su incomodidad y
la rigidez de sus movimientos. ¿Cómo podía llevarla al orgasmo y no buscar su
propia satisfacción? Debía estar sufriendo una agonía.
Y sin quejarse.
CAPITULO 51
Ninguno de los dos dijo nada mientras comían, pero
Lali lloraba por dentro. Por su pobre guerrero. En el fondo de su mente, una
vocecilla le decía que no importaba lo mucho que lo quisiera, porque entre
ellos nunca habría lugar para una relación.
Se despertó pasadas las tres de la tarde. Salió de
la cama, se dio una ducha y se vistió mientras Peter seguía durmiendo.
¡Dios santo! Era tan guapo… tenía un brazo alzado
sobre la cabeza y, en esa posición, se asemejaba más a un niño dormido que a un
sombrío guerrero inmortal. Siguiendo un impulso, se inclinó y lo besó en los
labios. Él se incorporó y la aferró por el cuello; la apretaba con tanta fuerza
que apenas podía respirar.
–¿Peter? –jadeó, forcejeando para soltarse–. Cariño,
me estás ahogando.
Él no le hizo caso. Le costó más de tres minutos
librarse de sus manos.
–Muy bien –dijo sin aliento, mientras observaba cómo
él se daba la vuelta y se quedaba de costado–. Recuérdame que no se me ocurra
volver a hacerlo.
Lo tapó con las sábanas y salió de puntillas de la
habitación.
Encontró a Seth en el salón de la planta baja; se
había calzado unos patines y se deslizaba de un lado a otro de la estancia,
sorteando montañas de papeles.
–¿Qué estás haciendo? –le preguntó.
Él se detuvo y se encogió de hombros.
–Peter se cabrea si uso el monopatín dentro de la
casa.
Lali soltó una carcajada.
–Vale; aunque supongo que tampoco le harán mucha
gracia los patines.
–Probablemente no, pero, ¡joder!, este lugar es
enorme y tengo que ir del sitio A al B sin que me acaben temblando las piernas.
Ella volvió a reírse. El humor del Escudero era contagioso,
una vez que te acostumbrabas a él.
Describió una pequeña circunferencia y entró
patinando a la cocina. Antes de que ella pudiese llegar a mitad de la sala,
Seth regresó, trayéndole un vaso de zumo de naranja.
–Gracias –le dijo mientras lo cogía–. ¿Qué se sabe
de Carmen?
–Miguel dice que está mejor. Cuando llamé se había
despertado y estaba viendo La Rueda de la Fortuna.
–Estupendo.
–Sí, Peter se alegrará mucho.
Súbitamente, se escuchó tras ella un estruendo
horrible. Aterrorizada por la idea de que fuese Cayo irrumpiendo de forma
repentina, se dio la vuelta y vio en el suelo un enorme montón de oro y
diamantes; exactamente en el mismo lugar en el que solía estar una mesita
tallada a mano del siglo XII.
–¡Mierda! –exclamó el Escudero con una mirada
hastiada–. A Peter le encantaba esa mesa. Ahora sí que va a cabrearse.
–¿Qué es eso? –preguntó Lali, acercándose
para ver mejor lo que podría ser el rescate de un rey en lingotes de oro y diamantes.
Seth suspiró.
–Estamos a primeros de mes.
–¿Cómo?
El Escudero se encogió de hombros.
–Artemisa no acaba de entender que es más sencillo
hacer una transferencia a las cuentas de sus Cazadores Oscuros. Así que, una
vez al mes, nos encontramos una montaña de oro y diamantes donde menos lo
esperamos. En una ocasión, todo cayó a la piscina; imagínate la putada.
–No te lo tomes a broma –contestó Lali, maravillada
por la cantidad–. Alguien podría acabar herido.
–Eso es cierto. El tercer Escudero de Peter murió
así.
Lali se dio la vuelta para mirarlo a la cara y, al
instante, se dio cuenta de que Seth no estaba bromeando.
–Y, ¿qué hacéis con todo eso? –preguntó, señalando
el montón de oro.
Él sonrió.
–Ejerzo de San Seth. Hay un Escudero en la ciudad
que se encarga de cambiarlo a dólares. Desde allí, la mayoría del dinero se
destina a obras de caridad. El dos por ciento va a una fundación que se dedica
a cuidar de las familias de los Escuderos que murieron cumpliendo con su deber
y a los Escuderos que se han retirado; otro dos por ciento se destina a una
empresa de investigación, encargada de hacer juguetitos electrónicos para los
Cazadores Oscuros.
–¿Con cuánto se queda Peter?
–Con nada. Vive de los intereses del dinero que
tenía cuando era humano.
–¿En serio?
Seth le contestó con un movimiento de cabeza.
¡Guau! Debía haber estado forrado en aquella época.
–Vale, ¿puedo hacerte una pregunta un poco
impertinente?
Seth sonrió.
–¿Quieres saber cuánto gano?
–Sí.
–Lo suficiente para hacer de mí un hombre muy feliz.
En ese momento sonó el teléfono.
El Escudero se alejó patinando mientras Lali se
tomaba el zumo sentada en el sofá y leía el periódico. Cuando acabó dejó el
vaso en la mesa de café... o ataúd.
Unos minutos después, Seth volvió con muchas prisas;
tenía una expresión ceñuda y ni siquiera le habló mientras se acercaba al
armario situado en la pared del fondo. Cuando abrió la puerta, Lali vio un
impresionante arsenal.
El terror se apoderó de ella.
–¿Qué ocurre?, ¿Quién ha llamado?
–Era Alec, avisando que entramos en alerta roja.
Lali frunció el ceño. Por las prisas que llevaba el
Escudero, sabía que algo debía ir muy mal.
–¿Y eso qué significa?
La expresión de Seth le erizó la piel.
–¿Conoces el dicho «El infierno acaba de desatarse»?
–Sí.
–Se inventó para designar una situación de alerta
máxima. Por alguna razón, hay una alta concentración de Daimons en esta zona.
Acaban de abandonar sus refugios. Cuando hay una aglomeración de esta
magnitud, los vampiros alcanzan su fuerza máxima y se alimentan, lo necesiten o
no. No hay nada más peligroso que una alerta máxima, exceptuando, claro está,
un eclipse de sol. Las cosas se van a poner muy feas esta noche.
A las siete en punto, Lali supo –de primera mano–
que Seth no mentía. Estaba limpiando los restos del «desayuno» de Peter
mientras su Escudero le contaba la conversación que había tenido con Alec.
Peter había cogido el doble de armas que de
costumbre e iba de camino a la puerta cuando sonó el teléfono. Lali contestó.
–¿Mamá? –preguntó al reconocer la voz llorosa. El
corazón dejó de latirle un instante–. ¿Qué pasa?
Peter se detuvo junto a la entrada y, sin perder un
minuto, voló hasta su lado.
–Lali –continuó la señora Esposito entre sollozos–.
Se trata de Rochi…
Lali no quiso escuchar nada más. A punto de ahogarse
por las lágrimas, dejó caer el teléfono al suelo. Sólo era consciente de los
brazos de Peter a su alrededor, sosteniéndola, y de Seth hablando con su madre.
Peter comenzó a verlo todo rojo mientras escuchaba
la explicación de la señora Esposito, presa de la histeria, y sentía a Lali
temblar entre sus brazos. Sus lágrimas le estaban mojando la camiseta y, en ese
momento, juró que mataría a Cayo por haber provocado esta situación.
–No pasa nada –le susurró al oído–. Sólo está
herida.
Ella se echó hacia atrás y lo miró a los ojos.
–¿Qué dices?
Peter le limpió las lágrimas con la mano.
–No la ha matado, cariño. –Aunque su estado era
grave, según había dicho su madre, Rochi sobreviviría.
Cayo, al contrario, no.
–Rochi está en el hospital –dijo Seth mientras
colgaba el teléfono–. Afortunadamente, sólo se encontraron con dos Daimons y
ella y su grupo fueron capaces de acabar con ellos. –Miró a Peter–. ¿Sabes lo
que creo? Me da la sensación de que Cayo sólo estaba jugando con ella, lo justo
para cabrearte y hacer que pierdas la cabeza. No hay otra explicación posible.
Si no, no hubiese enviado sólo a dos vampiros.
–¡Cierra la boca, Seth! –masculló Peter. Lo último
que quería era que Lali se preocupara aún más. La besó suavemente en los
labios–. Seth te acompañará al hospital.
Cogió el móvil y llamó a Paul, que ya iba de camino
a la ciudad. Le dijo que se pasara por su casa y se encargara de proteger a
Lali, por si Cayo estuviera esperándolos en el hospital.
–Peter–lo increpó Lali cuando él acabó de hablar–,
no quiero que salgas esta noche. Tengo un mal presentimiento.
Y él también.
–Tengo que hacerlo.
–Por favor, escúchame…
–Shhh –murmuró, colocándole un dedo sobre los
labios–. Éste es mi trabajo, Lali. Esto es lo que soy.
No tardó mucho en dejarla en el coche de Seth, con
Paul en la Harley siguiéndolos de cerca; en cuanto se alejaron, se encaminó al
centro de la ciudad en busca de ese cerdo chupa-sangre y devora-almas para
hacerle lo que debía haber hecho la noche que se conocieron.
Las horas fueron pasando mientras recorría el Barrio
Francés en busca de Cayo. Los Daimons recuperarían fuerzas esa noche y sabía
que, tarde o temprano, harían su aparición en busca de sangre. Más peligrosos
que nunca. Y Cayo, al igual que sus congéneres, prefería salir de casa en el
Barrio Francés, donde resultaba muy fácil encontrar turistas descuidados y
borrachos.
Pero, de momento, no había ni rastro de ellos.
–Oye, nene –lo llamó una prostituta al pasar a su
lado–. ¿Quieres compañía?
Peter se giró para mirarla, sacó todo el dinero que
tenía en la cartera –unos quinientos dólares– y se los ofreció.
–¿Por qué no te tomas la noche libre y te vas a
cenar a un buen restaurante?
La chica lo miró, atónita, pero cogió el dinero
antes de salir corriendo.
Peter suspiró cuando la vio escabullirse entre la
multitud. Pobre mujer. Ojalá le diera un buen uso al dinero. De todos modos,
estaba claro que le hacía más falta que a él. En ese momento, vio un destello
metálico por el rabillo del ojo. Al girar la cabeza distinguió a dos muchachos
entre la multitud. Definitivamente, eran humanos.
Al principio, su apariencia le recordó a la de los
chicos de la pandilla callejera con la que Seth se relacionaba; tipos duros con
chaquetas negras. Hasta que se dio cuenta de que lo estaban observando… como si
supieran lo que era en realidad.
Con todos los instintos en estado de alerta, Peter
les devolvió la mirada. El más alto de los dos, que aparentaba tener poco más
de veinte años, arrojó el cigarro al suelo, lo pisó y cruzó la calle sin
quitarle los ojos de encima.
Al acercarse, estudió a Peter de arriba abajo con
total frialdad.
–¿Eres el Cazador Oscuro?
Peter alzó una ceja.
–¿Eres el chico de los recados?
–No me gusta tu tono de voz.
–Y a mí no me gustas tú. Ahora que hemos acabado con
las presentaciones y nos hemos declarado nuestro mutuo desagrado, ¿por qué no
me llevas hasta tu jefe?
El chico lo miró con los ojos entrecerrados.
–Sí, ¿por qué no?
Era una trampa. Peter lo sabía. Que así fuera.
Estaba deseando enfrentarse a Cayo. Estaba más que preparado.
Chicas perdon es que sali a comer y a Angie se le paso revisar GRACIAS por los 16 coment gracias a las que pasaron por mi pagina se unieron comentaron etc bueno aqui van dos mas ustedes me diran si ha muchas firmas sigo la maraton si no la dejamos para mañana
BESOS MARCHU
M
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ResponderEliminarNonon pones mas qeremos rock laliter atte:la satira
ResponderEliminarSus fans qeremos otro cap
ResponderEliminarNoooooooooooooo no la dejen picado
ResponderEliminarN O V E L A !
ResponderEliminaray no, ya llego mas gente
ResponderEliminarQuiero mas
ResponderEliminarmassss
ResponderEliminaratte:ana
Me encanta!! Que peter pueda terminar con esto de una buena vez! M
ResponderEliminarmassssssssss por favor
ResponderEliminarmassssss
masssssssssssss
Me encanta, mas!
ResponderEliminarmorite que no le atine a ninguna foto jajjajaja bue al menos ya me adelante
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