CAPITULO 48
–Todo lo que pueda para poner fin a esto hoy mismo.
Si consigo encontrar su refugio, voy a entrar.
Paul lo miró disgustado.
–Peter, no eres un Cazador Arcadio, ni un Katagari.
Si entras, no serás capaz de regresar. Morirás en el intento o te quedarás
atrapado para siempre entre dos dimensiones. Déjame llamar a Kattalakis…
–Ya te he dicho que no podemos poner a un Cazador
Katagari cerca de este tío. Ahora lo tengo más claro que antes. Que Zeus nos
ayude a todos si Cayo consigue una de sus almas. No podemos asumir ese riesgo.
–Miró a Lali de soslayo y captó la preocupación que se reflejaba en su rostro.
La protegería, sin importar lo que tuviese que hacer–. Segunda regla del
Código: haz lo que tengas que hacer. Si muero, tú eres el siguiente. Y si llegamos
a ese punto, no falles.
El celta asintió mientras Lali agarraba a Peter del
brazo.
–Peter –murmuró–. No quiero que salgas solo.
–Lo sé, Lali. Pero Cayo es demasiado poderoso y
peligroso para dejar que campe a sus anchas. Ha estado a punto de matar a
Carmen. –No quiso mencionar que también había estado a punto de matarlo a él.
Ninguno de ellos necesitaba saberlo.
Gracias a los dioses que D'Alerian había sentido la
confusión del subconsciente de Carmen y había llegado a punto. Si no hubiese
sido por la intervención del Guardián de los Sueños, aún estaría atrapado en la
cama.
Y estar atrapado en la cama sin Lali era algo que no
le apetecía demasiado.
–Seth –lo llamó. El Escudero estaba junto a Paul–.
Llámame en cuanto el médico te diga algo. –Hizo el intento de marcharse, pero
Lali lo detuvo.
Antes de darse cuenta de sus intenciones, Lali tiró
de él hasta que sus labios quedaron a la misma altura y lo besó
apasionadamente. Le abrió la boca con los labios para poder alcanzar su lengua.
Peter sentía sus manos aferrando las solapas del abrigo. Sentía la preocupación
por él y eso inundó de puro gozo su malherido corazón.
–Ten cuidado –le dijo ella con brusquedad.
Él le acarició la barbilla con ternura.
–Lo tendré.
Lo vio marcharse con una extraña sensación en el
estómago.
–Paul, ¿estás seguro de que no puedes ayudarlo?
–Créeme, odio la regla de «nada de ayuda» tanto
como tú. Pero si intento echarle una mano, sólo conseguiré debilitar sus
poderes.
Seth le ofreció el móvil.
–Llama a Rocio y avísala.
Al marcar el primer número, la asaltó otra duda.
–¿Quién es el tal D'Alerian y cómo puede proteger
nuestro subconsciente?
–Es uno de los Guardianes de los Sueños de los que
te hablamos –le contestó Paul.
Lali frunció el ceño.
–¿Podéis elegir a qué categoría queréis pertenecer?
Paul negó con la cabeza.
–Los Guardianes de los Sueños son una raza
diferente. Son hijos de los dioses; no hay una gota de sangre humana en sus
venas.
–¿Y los Cazadores Arcadios?, ¿de dónde vienen?
–Son mitad humanos, mitad apolitas. Hay Cazadores
Arcadios y Cazadores Katagaria. Algunos de ellos utilizan sus poderes para
fines no muy altruistas.
Lali intentó contener el miedo que la atenazaba en
esos momentos. Lo que Paul contaba parecía ser bastante serio.
–Pensaba que eran de los buenos.
–Algunos sí lo son, pero otros son asesinos.
–… con los poderes de un hechicero que puede viajar
en el tiempo y en el es-pacio siguió ella, sintiendo que se le hacía un nudo en
el estómago.
–Y, en ocasiones, también penetran en los sueños
–añadió Seth.
Lali soltó una risa nerviosa.
–¿Sabéis una cosa? Era mucho más feliz cuando no
sabía nada de todo esto.
–Precisamente por eso hacemos todo lo que podemos
para que nada de esto salga a la luz –le dijo Paul–. Créeme, los humanos no
volverían a dormir por las noches si supiesen lo que los acecha en la
oscuridad.
Aterrorizada, le dio razón con un ligero movimiento
de cabeza mientras pensaba si sería capaz de volver a dormir algún día.
Acabó de marcar el número de Rochi. Ahora que sabía
con qué se estaban enfrentando necesitaba que su hermana se cuidara del Malvado
Señor de los Daimons y vigilara al Cazador Oscuro que se había convertido en su
única esperanza.
Peter pasó gran parte de la noche rastreando las
calles de Nueva Orleáns sin encontrar nada. Cayo aún estaba en su refugio y
no había ni rastro de él ni de ningún otro Daimon en las cercanías.
Posiblemente se debiera a que sus poderes aún no estaban del todo bien o a que
Cayo era capaz de ocultar su presencia. Fuera lo que fuese, no encontró ni una
sola pista del Daimon. Ni siquiera con la ayuda del rastreador electrónico.
Menuda suerte la suya. Jamás se había sentido tan
inseguro desde que se convirtiera en Cazador Oscuro. Y no le gustaba nada la
sensación. No cuando la vida de Lali dependía de que él encontrara a su enemigo
y le parara los pies.
Asqueado y exhausto, regresó a casa. Todo estaba
oscuro y silencioso. Lali estaba en el segundo piso. Sentía su presencia como
si fuera una caricia y saber que estaba allí lo reconfortaba de un modo que no
se atrevía a analizar en profundidad.
Con sólo sentirla en su casa… lo invadía la
felicidad.
Pero no fue a buscarla. Tenía demasiadas cosas en la
mente. Asuntos que necesitaba meditar. Incógnitas que resolver.
Entró en la sala de juegos y cogió el guante y la
pelota de béisbol. Acto seguido, salió al atrio para lanzar unos tiros. Se
concentró en la pelota y dejó que su mente vagara a través del doloroso pasado
y de las dudas que aún lo asaltaban.
¿Por qué no lo había amado su esposa?
Desde el día en que Tanya lo traicionó, había
sospechado de todo aquél que se acercaba a él. Se había entregado en cuerpo y
alma a su esposa, pero aun así no había sido suficiente. Si no había sido capaz
de ganar el amor de su mujer, no podría ganar el de nadie más. Lo tenía muy
claro; había asimilado ese hecho con el paso de los siglos. Al igual que se
había convencido de que no necesitaba a nadie.
Hasta que apareció Lali.
La chica había resquebrajado sus defensas y ahora se
sentía desnudo frente a ella. Tenía el poder de abrir su corazón y llegar hasta
lo más hondo. La deseaba en cuerpo, mente y alma. Quería reclamarla por entero.
Un movimiento a su izquierda le llamó la atención.
Giró la cabeza y vio cómo Lali entraba al atrio vestida con un chándal. Llevaba
el pelo recogido en dos trenzas que le caían a ambos lados del rostro. La
indumentaria le confería un aura inocente y casi infantil, pero no había nada
que recordara a una niña en la mujer que se aproximaba a él en esos momentos.
Y esa mujer causaba una verdadera conmoción en el
hombre que había en él.
–¿Hace mucho que has vuelto? –le preguntó.
Estaba a punto de contestar la pregunta cuando ella
se acercó y le dio un beso en la mejilla, haciendo que una extraña sensación se
adueñase de él. Todos sus gestos eran cariñosos.
–¿Qué haces levantada? –le preguntó él a su vez–.
Son más de la cuatro de la madrugada.
–No podía dormir –contestó mientras caminaba hacia
el otro extremo del atrio.
Cuando se dio la vuelta, Peter se dio cuenta de que
llevaba el guante de Seth. Hizo el gesto de los jugadores profesionales: alzar
la mano enfundada en el guante para indicar que estaba lista.
Sonriendo, él le lanzó la bola con suavidad.
Ella la cogió y se la devolvió con tanta fuerza que,
al chocar con su guante, el golpe resonó en las paredes del atrio y la palma de
la mano comenzó a picarle.
–¡Uf! –jadeó, exagerando el dolor. Lanzaba mejor que
Seth–. Estoy impresionado.
Ella le guiñó un ojo.
–Soy lo más parecido a un hijo que mi pobre padre ha
tenido. Él me enseñó a jugar.
Peter le lanzó de nuevo la bola.
–Pues lo hizo bien.
La sonrisa de Lali se ensanchó.
Estuvieron varios minutos lanzándose la pelota en
silencio.
¡Por los dioses! Nunca se había imaginado que
pudiese encontrar a una mujer dispuesta a hacer esto con él a semejante hora de
la madrugada. Seth se quejaba, pero ella parecía estar contenta por el simple
hecho de pasar un rato con él.
–¿Qué tal te ha ido? –le preguntó ella–. ¿Lo has
encontrado?
–No –contestó con un suspiro–. No puedo descubrir su
escondite.
–Ya lo harás.
La absoluta seguridad que transmitía la voz de Lali
le resultó extraña.
–¿Tanto confías en mis habilidades?
–No tengo ninguna duda. No dejarás que nos haga
daño.
–No pude ayudar a Carmen.
–Lo siento –le dijo ella mientras cogía la pelota y
se la devolvía–. Debe ser duro para ti aceptar lo ocurrido, pero tú no tuviste
la culpa. Hiciste todo lo que estuvo en tu mano para protegerla.
Peter apretó la mandíbula.
–Pero duele. Más de lo que creía. Aún no puedo creer
que lograra controlarla.
Lali le sonrió débilmente; sus ojos tenían una
mirada cálida y afectuosa.
–Supongo que eso explica cómo entró en mi casa y en
la de mi hermana.
Peter asintió.
–Lo más probable es que utilizase a Candela. La
encontré desmayada en su habitación, igual que le ocurrió a Carmen. Supongo que
la mente humana no puede soportar esa presión durante mucho tiempo.
–Si te sirve de consuelo, Rochi me dijo que Cande
está muy bien y que pronto estará en casa, así que Carmen se curará y volverá a
la normalidad sin ningún tipo de secuelas.
–Es bueno saberlo.
No podía dejar de observarla mientras jugaba con él.
Con cada lanzamiento, sentía como caía más y más. Sabía que se estaba enamorando
de ella y no podía evitarlo. No podía luchar contra ese sentimiento.
Y, según el juego se fue alargando, su deseo se
intensificó. Cada vez que Lali echaba el brazo hacia atrás y cogía impulso para
lanzar la pelota, la camiseta se le ceñía al pecho. Le encantaba la forma en
que se apartaba de la cara los mechones que habían quedado sueltos con el
ejercicio. Y el modo en sus labios se separaban para respirar entre jadeos,
cansada por el esfuerzo.
Comenzó a arrojarle la pelota por encima de la
cabeza, de forma intencionada, para que tuviera que estirar el brazo al
recogerla. Cada vez que lo hacía, la sudadera se alzaba y dejaba al aire una
pequeña porción de su vientre que él se encargaba de devorar con los ojos. Y,
cuando no lograba cogerla y tenía que ir corriendo tras ella, el movimiento
hacía que sus pechos botaran y que sus caderas se balanceasen de un lado a
otro. Pero lo mejor de todo era cuando se agachaba para recoger la bola y
dejaba bien a la vista ese proporcionado trasero. ¡Por los dioses! Esa mujer
tenía el mejor culo…
Incapaz de soportarlo durante más tiempo, se quitó
el guante y lo arrojó al suelo.
Lali se quedó helada al ver cómo Peter se acercaba
con pasos largos y decididos. Antes de poder imaginarse lo que sucedía, la
cogió en brazos y la besó ferozmente.
CAPITULO 49
Esos maravillosos músculos la alejaron del suelo
mientras se contraían a su alrededor. Debido a su altura, ningún hombre había
sido capaz de alzarla antes, pero Peter parecía hacerlo sin que le costara
ningún esfuerzo. El corazón le latía frenético; al lado de él se sentía tan
femenina… tan pequeña… y eso le encantaba.
Le rodeó la cintura con las piernas al tiempo que él
la devoraba con la lengua. Sentir esos duros abdominales contrayéndose bajo los
muslos era como alcanzar el cielo… Ese hombre era la perfección personificada.
Peter le mordisqueó los labios y ahuecó las manos en
torno a su trasero. Gruñendo, abandonó los labios y bajó hasta el cuello, no
sin antes depositar un húmedo beso en su barbilla.
Lali se derretía cada vez que sentía el cálido
aliento de Peter sobre la piel. ¡Dios, sí! Esto era lo que había estado
deseando durante todo el día: estar encerrada entre sus brazos, rodearlo con su
cuerpo y demostrarle todo el amor que sentía por él. La necesidad de sentirlo
de nuevo dentro de ella hizo que se estremeciera.
Peter también temblaba por la intensidad del deseo.
No podía evitar recordar la noche anterior, cuando se había hundido en ella, o
la expresión de su rostro cuando se corrió entre sus brazos. Estaba ardiendo,
pero no se atrevía a hacerle el amor. No ahora. No cuando más necesitaba toda
su fuerza para acabar con Cayo. Pero su cuerpo no entendía de razones. Tenía
que acariciarla, tenía que sentir el roce de su piel.
Antes de poder detenerse, cayó de rodillas y la
tumbó en el suelo, sobre las frías baldosas.
Lali tragó saliva al ver esa hambrienta mirada.
Peter le estaba quitando la ropa con tanta rapidez que apenas si sentía sus
manos. Pero, una vez que la tuvo totalmente desnuda, la cosa cambió. Sus caricias
se hicieron más lentas. Completamente vestido, observaba su cuerpo desnudo a la
luz de la luna mientras le acariciaba los pechos, trazando su redondeado
contorno y atormentando los pezones con las palmas de las manos.
–Eres la mujer más hermosa que he visto jamás –le
dijo en voz baja.
Lali sabía que no era cierto. Ella conocía la
belleza de Tanya; pero, de todos modos, saber que él lo sentía de aquel modo le
provocó un delicioso escalofrío. Él sí que era el hombre más apuesto que ella
había visto jamás. Punto.
Cuando Peter se inclinó para besarla, ella alzó los
brazos y comenzó a desabrocharle la camisa, pero él la sujetó por las muñecas y
negó con la cabeza. Si dejaba que esas delicadas manos lo tocaran, estaba
perdido. En lugar de decir nada, se las llevó a la boca y besó las palmas antes
de volver a prestar atención a su garganta y sus pechos.
Saboreó todo ese cuerpo con los labios, la lengua y
los colmillos. Y, mientras lo hacía, notó cómo despertaban sus poderes.
Desesperado y consumido por el deseo, descendió depositando un reguero de besos
desde sus pechos hasta la suave piel del vientre y, desde allí, siguió bajando
hasta llegar a los muslos. Al instante, escuchó el jadeo de Lali que, de forma
instintiva, separó las piernas, quedando totalmente expuesta a él. En ese
momento, el deseo se intensificó de tal modo que se sintió sobrecogido. Era una
sensación primitiva y arrolladora. El mundo se reducía a ella. Lo único que
escuchaba eran los latidos del corazón de Lali resonando en sus oídos.
Temblando a causa de la fuerza de la pasión que lo
consumía, cerró los ojos y la tomó con la boca, saboreando la dulzura de ese
cuerpo que tanto anhelaba.
Lali gimió al sentir cómo la lengua de Peter la
penetraba. Enterró las manos en su cabello y alzó las caderas, acercándose aún
más a sus labios, estremecida por la ferocidad de sus caricias. No pudo evitar
sisear ante la increíble experiencia de sentir a Peter haciéndole el amor con
la boca de un modo tan voraz y desesperado. Se mostraba implacable, moviendo la
lengua sobre su sexo hasta que Lali se corrió y gritó, sin poder dejar de
agitarse, mientras experimentaba el orgasmo más intenso de su vida.
Pero Peter no se apartó. Siguió atormentándola,
besándola, trazando pequeños círculos con la lengua y con los labios, sin
apenas rozarla, e intensificando sus caricias después para llevarla de nuevo a
las puertas de otro orgasmo que prometía ser más devastador que el anterior.
Y así fue.
Cuando se relajó, todo daba vueltas a su alrededor y
las terminaciones nerviosas de su cuerpo reaccionaban al más mínimo estímulo,
sobrecargadas por las sensaciones.
Con la respiración agitada, Peter se apartó en ese
momento y, gateando al estilo de un felino, se acercó hasta cubrirla por
completo. Sus ojos eran aún más oscuros que antes. Separó los labios y se quedó
mirando fijamente el cuello de Lali con un deseo tan voraz que ella se quedó
perpleja.
–¿Peter? –lo llamó.
Apenas la escuchó a través de la neblina que le
embotaba la mente. Lo único que percibía en esos momentos era su aroma, y ese
cuerpo presionado bajo el suyo mientras el fuego lo consumía, exigiéndole más y
más.
Tómala. Pruébala. Reclámala.
Hazla tuya…
Apretó los dientes mientras contemplaba la vena que
latía en el cuello de Lali.
Sólo una vez…
Una vez…
Pero ella no lo consentiría, la estaría forzando.
–¿Te pasa algo? –le preguntó Lali.
Luchó contra la parte de sí mismo que le exigía
tomarla sin miramientos. La entrepierna le ardía por el deseo. Estaba fuera de
control.
El aroma de Lali lo rodeaba; no había nada más. No
existía nada que no fuese ella. Y eso lo hacía muy peligroso.
Letal.
Con un gruñido, echó mano de la poca fuerza de
voluntad que le quedaba y se obligó a apartarse de ella.
–Corre, Lali –masculló.
Ella no dudó ni un instante. Algo iba muy mal.
Agarró la ropa y salió corriendo hacia su habitación.
Peter escuchó, tendido en el frío suelo, cómo los
pasos se alejaban. Rodeó su miembro con una mano y notó cómo se agitaba,
dolorido, bajo la palma. Nunca había experimentado algo parecido a lo que le
estaba sucediendo. ¡Por Zeus! Un minuto más y le habría hundido los colmillos
en el cuello.
Cerró los ojos y siguió temblando mientras luchaba
por dominarse. Por someter a esa bestia que le exigía tomar a Lali una y otra
vez, sin importar las consecuencias.
Lali no dejó de temblar hasta que llegó a su
habitación. Nunca podría olvidar la expresión animal del rostro de Peter cuando
le había ordenado que huyera. No había tenido miedo de él antes pero, ahora que
había visto claramente al Cazador Oscuro, comprendía por qué los Daimons se
meaban encima cuando se topaban con él.
Intentó calmarse respirando profundamente. Lo único
que siempre había deseado era una relación normal.
Pero claro, pedir normalidad a un vampiro era
excederse…
Con el corazón desbocado, se miró al espejo. Tenía
los labios hinchados por sus besos y el cuello enrojecido allí donde la barba
de Peter la había rozado.
–¿Lali?
Se quedó petrificada al oír su voz al otro lado de
la puerta.
–¿Qué? –le contestó, insegura.
Él abrió la puerta pero no entró.
–¿Te he asustado?
–¿Quieres que sea sincera?
Él asintió con la cabeza.
–Sí.
Esa mirada ardiente se clavó con más intensidad en
ella.
–Lo siento.
Lali supo que era verdad. Peter se sentía culpable y
sus ojos lo decían con claridad.
–Si es así, ¿por qué no me has pedido que te lleve a
casa? –le preguntó él. Aunque hablaba casi en un susurro, su voz resonó en el
pesado silencio de la habitación.
Ella se puso nerviosa.
–¿Quieres que me vaya?
Peter tardó tanto en contestar que pensó que no
diría nada. Finalmente, murmuró:
–No.
La sinceridad de la respuesta la dejó atónita. Ni
una declaración de amor en toda regla habría conseguido sorprenderla tanto como
esa escueta respuesta.
Estaba a punto de acercarse a él cuando Peter
retrocedió y ella se dio cuenta de que aún no debía haber recuperado del todo
el control de sus acciones. Pero aún así lo deseaba.
–Entonces no me iré hasta que me eches.
Se quedó helado. El mundo dejaría de existir antes
de que él la apartara de su lado. Y, al instante, lo asaltó otra idea: cuando
el mundo dejara de existir, él aún estaría vivo, mientras que ella… se
estremeció al recordar el significado de la palabra «inmortal». Era muy
consciente de que para ellos dos no habría un «y vivieron felices para
siempre».
Hola hola aquí les queda otra cap perdón que no me había fijado que ya estaban las firmas...pasen plis por mi blog http://algolaliterdistinto.blogspot.com/ hagan las encuestas y únanse gracias 11+
BESOS MARCHU
massss
ResponderEliminarquiero
ResponderEliminarmas
M
ResponderEliminarA
ResponderEliminarS
ResponderEliminarS
ResponderEliminarS
ResponderEliminarS
ResponderEliminarYA
ResponderEliminarPO
QUIERO
ResponderEliminarMAS
MAAASSSS
ResponderEliminarYA
ResponderEliminarSON
11
DE
ANA
Lo amo........!!!!!
ResponderEliminarAhhhhhhhh peter. No puede resistir a lali
ResponderEliminarsube masss!
ResponderEliminarMas por favor! Aww estos dos
ResponderEliminaray maldito cayo, interrumpio el momento calenchu de Lali y Peter D:
ResponderEliminarsiempre ahi una manera...al menos en las noves lo hay
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