Hola mis amores!!! bueno tenia q aparecer ya q el blog es mio y la q se hizo cargo hoy fue Mar jaja tk amiga,bueno para cerrar la maraton les dejo esto tres caps,muchas gracias a todas por coparse,firmar y estar ahi! son lo mas,me pone contenta q esten ahi del otro lado :)
Ahora sii las dejo leer.........
CAPITULO 39
Era
más de lo que su mutilado cuerpo y su alma podían soportar.
–¿Sabes
Juan Pedro? –le dijo el romano, con un brazo sobre los hombros de Tanya al
tiempo que le mordisqueaba el cuello–. Alabo tu gusto para elegir esposa. Es
excepcional en la cama, ¿verdad?
Era
el peor golpe que le podía infligir.
Tanya
lo miró a los ojos, sin asomo de pudor, y dejó que Felix se colocara a su
espalda y le tocara los pechos, alzándolos. No había rastro de amor en el
rostro de su esposa. Ni remordimiento. Nada. Lo miraba como si fuese un
extraño.
Peter
sintió que se le desgarraba el alma.
–Vamos,
Tanya, mostrémosle a tu marido lo que interrumpió la noche que llegó a casa.
El
romano desprendió el broche del peplo de Tanya, que cayó al suelo. Tomando su
cuerpo desnudo en brazos, la besó.
El
corazón de Peter se hizo pedazos al ver cómo su esposa despojaba a Felix de la
armadura, al ser testigo de que ansiaba sus caricias con vehemencia. Incapaz de
soportarlo, cerró lo ojos y volvió la cabeza. Pero siguió escuchándolos.
Escuchó cómo su mujer suplicaba a Felix que la poseyera. La escuchó gemir de
placer. Y, cuando alcanzó el clímax en brazos de su enemigo, sintió que su
corazón se marchitaba y moría.
Al
fin, Felix había acabado con él.
Dejó
que el dolor lo inundara. Dejó que lo traspasara hasta que sólo fue capaz de
sentir una desolación atroz y absoluta.
Cuando
acabaron, el romano se acercó a él y le restregó la mano, aún húmeda, por el
rostro. Juan Pedro maldijo ese olor que le resultaba tan familiar.
–¿Tienes
alguna idea de lo mucho que me gusta el olor de tu mujer sobre mi cuerpo?
Peter
le escupió en la cara.
Enfurecido,
Felix cogió una daga de la mesa y se la clavó con saña en el vientre. Él jadeó
al sentir cómo el frío metal desgarraba su cuerpo. Con malicia, el romano giró
la muñeca e hizo rodar la hoja, introduciéndola aún más profundamente.
–Dime,
Tanya –dijo Felix sin dejar de mirar a Peter mientras sacaba la daga y lo
dejaba tembloroso y débil–. ¿Cómo debería matar a tu esposo? ¿Debería decapitarlo,
como corresponde a un príncipe?
–No
–contestó ella, arreglándose el peplo y asegurándolo sobre el hombro con el
broche que Peter le había regalado el día de su boda–. Es el espíritu y la
espina dorsal de los rebeldes macedonios. No permitas que se convierta en un
mártir. Si la decisión estuviese en mis manos, lo crucificaría como a un vulgar
ladrón. Deja que sea un ejemplo para los enemigos de Roma; deja que sepan que
no hay honor ni gloria enfrentándose a Roma.
Felix
sonrió con crueldad y se dio la vuelta para mirarla de frente.
–Me
gusta cómo trabaja tu mente. –Le dio un casto beso en la mejilla y comenzó a
vestirse–. Despídete de tu esposo mientras lo arreglo todo –le dijo antes de
marcharse.
Peter
luchaba por seguir respirando entre tanto dolor cuando, por fin, Tanya se
acercó. El sufrimiento y la ira lo hacían temblar de la cabeza a los pies. No
obstante, la mirada de su esposa seguía siendo vacía. Helada.
–¿Por
qué? –le preguntó.
–¿Por
qué? –repitió ella–. ¿Tú qué crees? Fui la hija de una prostituta. Crecí
pasando hambre y sin dinero, sin otro remedio que dejar que cualquier hombre
usara mi cuerpo cómo le diera la gana.
–Yo
te protegí –dijo con aspereza, moviendo apenas los labios partidos y
ensangrentados–. Te amé. Te mantuve a salvo de todo aquél que pudiera hacerte
daño.
Ella
lo miró con los ojos entrecerrados.
–No
iba a permitir que te fueras a luchar contra Roma mientras yo me quedaba en
casa, temiendo que echaran mi villa abajo cualquier día. No quería acabar como
la mujer de German, asesinada en mi propia cama, o vendida como esclava. He
llegado demasiado lejos como para volver a vender mi cuerpo o suplicar por unas
sobras. Quiero conservar mi seguridad y haré todo lo que sea preciso para que
así sea.
No
podía haber encontrado palabras que lo hirieran más. Jamás lo había considerado
otra cosa que un abultado saco de oro. No, no podía creerlo. Se negaba a
creerlo. Tenía que haber un momento, uno solo en el que ella lo hubiese amado.
¿De verdad había estado tan ciego?
–¿Alguna
vez me amaste?
Ella
se encogió de hombros.
–Si
te sirve de consuelo, has sido el mejor amante que jamás he tenido.
Ciertamente, te voy a echar de menos en la cama.
Peter
dejó escapar un agónico rugido de rabia.
–Maldición,
Tanya –dijo Felix al regresar–. Debería haber dejado que lo torturaras tú. Yo
no he conseguido hacerle tanto daño.
Los
soldados llegaron en aquel momento con una cruz enorme. La dejaron en el suelo,
junto a la mesa, y cortaron las cuerdas que mantenían atrapado a Peter. Al
tener las piernas rotas cayó de bruces al suelo.
Lo
levantaron sin muchos miramientos y lo tumbaron sobre el madero.
Juan
Pedro continuó mirando a Tanya; ni siquiera sentía lástima. Los ojos de su
mujer reflejaban una fascinación morbosa.
De
nuevo, volvió a recordar los rostros de sus padres. Volvió a verlos aquel día
que abandonó su hogar, el día de su boda. Y escuchó otra vez la oferta que
Zetes le había hecho a Felix.
Los
había traicionado a todos por ella. Y, a cambio, Tanya ni siquiera
fingía sentirse apenada por lo que le había hecho. Lo que le había hecho a su
familia y a su país.
Él
era la última esperanza que tenía Macedonia para librarse del yugo romano. Era
lo único que se interponía entre su gente y la esclavitud. Con un solo acto de
traición, Tanya había echado por tierra todos sus sueños de libertad.
Y
todo porque él había sido un estúpido…
Las
últimas palabras de su padre resonaron en su cabeza.
Ella
no te ama, Peter. Ninguna mujer te amará jamás y ¡eres un maldito imbécil si no
lo ves así!
Uno
de los soldados sostuvo un clavo de hierro sobre su muñeca al tiempo que otro
alzaba un pesado mazo.
El
soldado romano golpeó con fuerza el clavo…
Lali
despertó con un grito, alarmada al sentir el dolor que le atravesaba el brazo.
Se sentó y se agarró la muñeca para asegurarse de que todo había sido un sueño.
Se frotó el brazo mientras lo miraba fijamente. No había ninguna herida pero…
El
sueño había sido real. Lo sabía.
Empujada
por una fuerza que no acababa de entender, salió de su habitación en busca de
Peter. Atravesó a la carrera la casa, sin encender ninguna luz. Estaba a punto
de amanecer. Subió las escaleras de caoba y atravesó un largo pasillo.
Siguiendo sus instintos, se acercó a unas puertas dobles en el ala oeste de la
casa. Sin dudarlo, las abrió y entró en una habitación dos veces más amplia que
la suya.
Junto
a la antigua cama con dosel había una vela encendida que proyectaba sombras
extrañas sobre la pared. Las cortinas doradas y marrones estaban sujetas a los
postes; sólo unos diáfanos visillos de color crema protegían el lecho. A través
de ellos, veía a Peter agitándose entre las sábanas rojizas, como si estuviese
en mitad de la misma pesadilla de la que ella había sido testigo.
Con
el corazón atronándole los oídos, corrió hacia la cama.
Peter
se despertó en el mismo instante que sintió la mano de Lali, tibia y suave,
sobre el pecho. Abrió los ojos y la encontró sentada a su lado, con los ojos
oscurecidos por el horror y examinándolo con el ceño fruncido.
Él
también frunció el ceño al sentir cómo le acariciaba el pecho, como si no
pudiese verle y se encontrara perdida en una especie de trance. Esperó en
silencio, tumbado, asombrado por su presencia.
Lali
apartó la sábana de seda que lo cubría y tocó la cicatriz que tenía en el
vientre, justo al lado del ombligo.
–Te
clavó la daga aquí –susurró, acariciando la delgada cicatriz. Al instante lo
cogió de las muñecas y siguió las líneas blanquecinas que las cruzaban–. Aquí
te hundieron los clavos. –Sujetando las manos, le pasó el pulgar sobre las
uñas–. Te arrancaron las uñas.
Alargando
el brazo, le acarició la mejilla con la palma de la mano. En sus ojos se leían
miles de emociones y a Peter esas profundidades de azul cristalino le estaban
robando el aliento. Ninguna mujer lo había mirado así jamás.
–Mi
pobre Thiago –murmuró. Las lágrimas le bañaban las mejillas y, antes de saber
lo que estaba haciendo, apartó la sábana por completo, dejando a Peter desnudo,
sometido a su escrutinio.
Su
miembro respondió al instante, endureciéndose y palpitando ante la preocupación
que ella demostraba. Lali le tocó el muslo donde Felix lo había marcado con el
hierro candente.
–¡Dios
mío! –jadeó mientras sus dedos trazaban la piel rugosa–. Era real. Te lo
hicieron de verdad… –lo miró con los ojos bañados de lágrimas–. Te vi. Te sentí.
Peter
la miró frunciendo aún más el ceño. ¿Cómo era posible? Había estado soñando con
su ejecución hasta que ella lo despertó. ¿Se habrían fusionado los poderes de
ambos de modo que, de forma inconsciente, sus mentes se unieran mientras
dormían? Era una idea aterradora. Si resultaba ser cierto, la única explicación
posible era que estaban unidos a un nivel mucho más profundo, más allá del mero
plano físico.
Y
eso significaba que…
No
pudo terminar el razonamiento. No existía esa otra persona a la que llamaban «la
otra mitad del alma», especialmente si uno no tenía alma. No era posible.
Lali
se sentía embargada por un profundo dolor mientras observaba al hombre que
tenía delante. ¿Cómo podía haber sobrevivido a una tortura y a una traición
semejantes? Y había cargado con ese fardo durante siglos. Solo. Siempre solo.
Sin nada que aliviara su dolor ni su desdicha.
Sin
esperanza.
–Tanto
dolor –susurró Lali.
Deseaba
con toda su alma la cabeza de Tanya en una bandeja por lo que le había hecho.
Pero sobre todo, deseaba reconfortarlo. Quería aliviar el tormento que habitaba
en su corazón. Borrar el dolor de su pasado. Quería darle esperanza. Quería
devolverle su sueño: una mujer y unos hijos que lo amaran.
Y
que Dios se apiadara de ella, porque deseaba ser esa mujer.
Antes
de poder detenerse, se inclinó y atrapó sus labios. Él gimió ante el contacto y
le rodeó la cara con las manos para devolverle el beso.
Lali
lo saboreó como jamás lo había hecho con ningún hombre. Podía sentir cómo
Thiago le llegaba al alma mientras sus lenguas se rozaban. Nunca había sido
audaz en la cama, pero es que nunca había deseado a un hombre como ahora lo
deseaba a él.
Con
todo su ser.
Enterró
los labios en el hueco de su hombro y los ojos se le llenaron de lágrimas de
nuevo al encontrar el lugar donde Felix le había clavado el anillo, haciéndolo
sangrar y dejándole otra cicatriz.
Tanto
coraje. Tanto amor.
Ella
daría cualquier cosa por encontrar a un hombre que la amara como él había amado
a su esposa. Pero no a cualquier hombre. Sus deseos iban más allá; quería que Thiago
la amara. Quería su corazón. Quería a este hombre que sabía lo que significaba
el amor, que entendía lo que era un compromiso y que era capaz de mostrar
compasión.
Y
estuviese dispuesto a admitirlo o no, él la necesitaba a ella.
Ningún
hombre debería vagar solo eternamente. Ninguno debería soportar las heridas que
él había soportado; no cuando su único crimen había sido amar a alguien más que
a sí mismo.
Su
aliento se mezcló con el de Peter mientras se tumbaba sobre él, a horcajadas
sobre su cintura.
Él
gruñó al darse cuenta de que no llevaba nada bajo la camiseta. Sentía la piel
caliente y húmeda de los muslos de Lali mientras se deslizaba sobre su vientre
desnudo, encendiendo una hoguera en su interior que lo aterrorizaba.
Apártala.
CAPITULO 40
No
podía. Esa noche no. No con la pesadilla aún tan fresca en su memoria.
Estuviese bien o no, necesitaba consuelo. Quería volver a sentirse amado.
Quería sentir la suavidad de unas manos femeninas sobre su cuerpo. Deseaba que
el aroma de Lali quedase impregnado sobre su piel.
No
pudo evitar dar un respingo cuando Lali tomó su miembro con la mano.
–Por
todos los dioses –balbució sin aliento. Nadie lo había tocado de ese modo en
dos mil años.
Todo
su cuerpo empezó a temblar de deseo mientras ella acariciaba su ardiente y
rígida verga.
Hoy
sería suya. Ya no había modo de apartarse de ella.
El
movimiento de la mano de Lali, que aferraba su miembro con delicadeza
deslizándose arriba y abajo, desde la punta hasta la base, le erizaba la piel y
hacía que le resultase muy difícil respirar. Sus dedos le rozaron los
testículos, endureciéndolo tanto que pensó que estallaría allí mismo.
Mientras
tanto, él recorría el cuerpo femenino con las manos, disfrutando de cada curva
y cada hueco. Disfrutando del tacto suave de su piel bajo la camiseta. Le
mordisqueó el cuello y, por primera vez desde que se convirtiera en Cazador
Oscuro, sintió un sobrecogedor deseo de alimentarse de un humano. El sonido de
su sangre latiendo por las venas le rugía en los oídos. La energía de Lali lo
tentaba, atrayendo al Cazador Oscuro que ansiaba probarla. Pero estaba
prohibido. No les estaba permitido morder el cuello de un humano. No obstante,
mientras pasaba la lengua por el hueco de la garganta de Lali, ese profundo
deseo se agitaba sin remedio. Sus colmillos la rozaron sin querer y tuvo que
emplear todo su autocontrol para no tomar un sorbo de esa sangre que corría bajo
sus labios. La piel de Lali se erizó ante el contacto y el pezón que Peter
acariciaba se endureció aún más bajo su mano.
Abandonando
su cuello con un gruñido, asaltó sus labios y la besó con ansia mientras
deslizaba la mano bajo la camiseta, buscando los oscuros rizos de su
entrepierna. Cuando sintió el roce del vello sobre los dedos al apartar los
húmedos labios y tocarla allí por primera vez, no pudo reprimir un gemido.
Lali
se sobresaltó y dejó escapar un murmullo de satisfacción, aumentando el ritmo
de las caricias sobre su miembro.
Peter
no podía creer que estuviese tan preparada. Por los dioses, cómo la deseaba.
Quería saborear cada centímetro de su cuerpo. Quería hundirse profundamente en
ella y comprobar su salvaje pasión. Pero reprimió esos deseos para saborear el
momento. Para explorarla lentamente y con ternura.
Deseaba
que ese amanecer durara una eternidad.
–Sabes
tan bien… –le susurró al tiempo que desgarraba la camiseta tirando del cuello y
se la arrancaba para arrojarla al suelo. Al instante, trazó un sendero de
pequeños besos desde el cuello hasta el pecho.
Lali
se arqueó hacia él cuando la lengua y los colmillos de Peter le acariciaron el
pezón. La sensación de esos afilados colmillos rozándole la piel la hacía
derretirse como lava ardiente.
De
nuevo, Peter volvió a introducir la mano entre sus cuerpos y la acarició donde
más lo deseaba. Sus dedos comenzaron a trazar lentos círculos, enardeciéndola
para al instante reconfortarla, presionando para después acariciarla levemente,
hundiéndose en ella profundamente para que el fuego la consumiera aún más
mientras él le hacía el amor con la mano.
–Te
deseo, Thiago –le murmuró sin aliento al oído–. Nunca he sentido algo así por
nadie.
Él
sonrió, dejando a la vista los colmillos y girando a la vez sobre el colchón
para quedar sobre ella con una facilidad que sorprendió a Lali. Dejó escapar un
gemido al sentir ese cuerpo ágil y duro sobre ella. Su peso la dejaba sin
aliento. Le rodeó las caderas con las piernas. Thiago irradiaba fuerza, poder.
Esos músculos fuertes y definidos se contraían a su alrededor con cada pequeño
movimiento que realizaba. Pero lo que más la cautivaba era la contención que
demostraba, todo ese poder sujeto bajo control que le hacía recordar a un león
preparado para atacar.
Quería
más. Quería sentirlo dentro. Quería hacerlo suyo como ninguna mujer lo había
hecho en más de dos mil años. Quería su corazón. No, más aún. Quería hacerlo
suyo como ninguna mujer lo había hecho jamás. Quería ser todo lo que él
necesitaba. Su aliento, su corazón y, sobre todo, su alma.
Ansiaba
devolverle su alma. Rescatarlo de su sufrimiento. Liberarlo de su pasado.
Alzándose
un poco, le dio un profundo beso antes de confesar involuntariamente sus
pensamientos. Si Peter lo descubriera, se alejaría de ella sin ninguna duda. No
podía permitir que algo así sucediera; por eso, invocó los poderes que había
reprimido durante más de diez años y los utilizó para resguardar sus
pensamientos en lo más profundo de su mente y de su corazón, por si él aún
podía leer en su interior.
Hoy,
ella sería su consuelo.
Peter
gruñó al sentir a Lali bajo su cuerpo. Había pasado una eternidad desde que se
permitiera confiar en una mujer de ese modo. Una capa de sudor cubría su cuerpo
mientras abandonaba sus pechos para descender por su torso, hasta las caderas y
volver a ascender. La deseaba con una intensidad sobrehumana. Deseaba cosas de
ella que no se atrevía a nombrar. No debería pensar en hacerla suya y en
mantenerla a su lado. Pero no podía evitarlo.
Lali
enterró la mano en su cabello y lo acercó aún más mientras él descendía,
mordisqueándola desde los labios hasta la garganta y de allí hasta el pecho,
donde se entretuvo en saborearla a conciencia. Su lengua se movía en círculos
alrededor del endurecido pezón, acariciando y atormentando. Parecía devorarla
con un ansia insaciable, como un hambriento que festejara un banquete.
Muy
lentamente, descendió dejando que los colmillos la arañaran suavemente, con
tanta delicadeza que Lali no pudo más que sorprenderse. Su cuerpo ardía en cada
lugar donde él posaba las manos en su camino de descenso hacia las caderas.
Allí deslizó la lengua, pasándola por encima de la pelvis hasta llegar al
muslo. Le separó las piernas muy lentamente y siguió lamiéndole la cara interna
del muslo.
Lali
contuvo el aliento, estremeciéndose ante lo que estaba por venir. Al percibir
su vacilación, alzó la cabeza para mirarlo y lo descubrió mirándola. La
observaba de un modo posesivo e intenso que la dejó sin respiración. En una
especie de trance, observándolo mientras él la sometía a un intenso escrutinio,
vio cómo, muy lentamente y con mucho cuidado, deslizaba un dedo sobre su sexo y
lo retiraba. Ella se estremeció en respuesta a su caricia. Peter le separó los
labios y la tomó en la boca sin dejar de mirarla a los ojos.
Lali
gritó ante el salvaje éxtasis que la inundó. Ningún hombre le había hecho eso
antes.
Él
cerró los ojos y gimió, haciendo que todo el cuerpo de Lali temblara por la
vibración. Deslizó la lengua dentro y fuera de su vagina trazando lentos
círculos; Lali se revolvía y se agitaba con cada húmeda caricia.
Peter
se sobresaltó al paladear su sabor. Nunca había sentido un deseo tan intenso
como el que sentía por esa mujer. Algo en ella sacaba a la superficie su lado
más salvaje; estimulaba sus poderes de Cazador Oscuro y hacía que el animal que
habitaba en él comenzara a despertarse. Esos poderes eran los que utilizaba
cuando luchaba o perseguía a un objetivo. Gracias a ellos, percibía todo
lo que ocurría a su alrededor a un nivel mucho más profundo. Era consciente de
los frenéticos latidos del corazón de Lali, de los pequeños temblores que
sacudían su cuerpo como respuesta a las caricias de sus labios y su lengua.
Sentía el placer que le estaba proporcionando; sentía en las mejillas cómo
corría la sangre de Lali a través de los muslos y su miembro latía al ritmo de
esa marea. Cerró los ojos, luchando de nuevo contra el impulso de hundir los
colmillos en su carne y dejar que el sabor de su sangre se deslizara por la
lengua.
Lali
se aferró a él mientras Peter seguía haciendo que se estremeciese de placer. El
roce de los colmillos le erizaba la piel. Abrió los ojos y lo contempló,
inmerso en lo que estaba haciendo, ajeno a cualquier otra cosa que no fuese
ella. Peter era la personificación del sexo, pensó ella. Todo su ser estaba
entregado a darle placer con la misma energía, presumía, que utilizaba para
perseguir a los Daimons.
Cuando
alcanzó el orgasmo, resultó tan salvaje y sobrecogedor que echó la cabeza hacia
atrás y dejó escapar un grito.
Pero
aún no había acabado con ella. Peter gruñó al sentir su satisfacción, pero no
detuvo las caricias de su lengua. Al contrario, aumentó el ritmo y la fricción,
como si estuviese degustando un festín.
Lali
siseó de placer.
No
se detuvo hasta que ella se corrió dos veces más, apartándose tan sólo cuando
dejó de estremecerse. Se incorporó entre las piernas de Lali y avanzó sobre
ella muy lentamente, como un animal hambriento y poderoso a punto de zamparse
la cena. Le brillaban los ojos y los colmillos quedaban claramente a la vista
con cada respiración entrecortada.
–Mírame,
Lali –le ordenó mientras le pasaba la mano por el muslo–. Quiero ver tus ojos
cuando te haga mía.
Tragando
saliva, ella cedió a sus deseos.
Peter
acunó su rostro entre las manos y le dio un beso profundo al tiempo que la
tomaba de la mano y la guiaba hacia su hinchada verga.
Sin
más palabras, ella comprendió lo que quería. Alzó las caderas y lo guió hasta
su interior, despacio, centímetro a centímetro, hasta que todo su miembro la
llenó por completo. Un gemido escapó de su garganta al sentirlo dentro y
observar el deseo voraz que reflejaban sus ojos.
Hizo
un intento de separar la mano pero él la detuvo cubriéndola con la suya. La
pasión de su mirada se hizo más patente.
–Quiero
que me toques mientras estamos unidos, quiero que lo sientas –le dijo sin
aliento.
Lali
volvió a tragar mientras Peter comenzaba a moverse entre sus dedos y la
penetraba aún más. Dentro y fuera. Era la experiencia más erótica e increíble
que había sentido jamás.
Gimieron
al unísono.
Vio
la expresión satisfecha en el rostro de él mientras la embestía con toda la
fuerza de sus caderas.
–Oh,
Thiago –balbució.
Deteniéndose,
la miró a los ojos.
–No
es el Cazador Oscuro el que está dentro de ti, Lali. Soy yo, Peter.
Cuando
comprendió lo que le estaba ofreciendo, se sintió en las nubes. La había dejado
penetrar en su coraza, del mismo modo que ella le había permitido que penetrara
su cuerpo. Alzando los brazos, le acarició las mejillas.
–Peter
–dijo, con un suspiro.
Él
sonrió.
–Estar
dentro de ti es mucho mejor de lo que había imaginado –le confesó.
Lali
notaba los estremecimientos que sacudían el cuerpo de Peter.
Él
bajó la cabeza y la besó con ternura mientras la penetraba con envites
salvajes, a un ritmo frenético. Con fuerza y hasta el fondo. Sacando su verga
para volver a penetrarla una y otra vez. Cada una de sus embestidas
proporcionaban una oleada de puro placer.
–Oh,
Peter –gimió bajo sus labios al sentir que otro nuevo orgasmo se acercaba.
Tan
pronto como dijo su nombre, sucedió algo extraño; algo despertó en su interior
y de repente se sintió sacudida por una descarga erótica.
CAPITULO 41
–¡Dios
mío! –jadeó.
¡Podía
sentir el placer de Peter!, podía sentir cómo su vagina lo rodeaba. Como si
fuesen un solo ser, lo sentía dentro y, al mismo, tiempo alrededor.
Él
se esforzó por respirar, sobrecogido ante la experiencia y sosteniéndole la
mirada. Lali le acarició la espalda y sintió el roce de su mano en su propia
carne. Era lo más increíble que había experimentado jamás.
Peter
aumentó el rimo de sus caderas mientras ella se aferraba a sus hombros, ambos
perdiendo todo rastro de cordura, inmersos en un estallido de deseo.
Se
corrieron a la vez, compartiendo un sublime a la par que violento placer. Peter
echó la cabeza hacia atrás y rugió mientras la penetraba una última vez. Ella
gritó, agitándose entre sus brazos.
Cuando
él se derrumbó sobre su cuerpo, Lali lo abrazó con fuerza, acunándolo mientras
se recuperaba. Sin muchos deseos de separarse de él, sintió cómo Peter salía de
ella.
–¿Qué
ha sucedido? –preguntó él en voz baja.
–No
lo sé, pero ha sido maravilloso. Increíble. Grandioso.
Soltando
una breve carcajada, alzó la cabeza y ella frunció el ceño al ver sus ojos a la
suave luz de las velas. Ya no era negros, sino de un peculiar verde azulado.
–¿Peter?
Él
recorrió la habitación con la mirada e hizo un gesto de dolor.
–Mis
poderes han desaparecido –susurró.
Y
en ese momento, con él al lado,Lali lo sintió debilitarse.
Apenas
si podía moverse. Su agonía era casi palpable para ella. Peter se llevó una
mano al rostro e hizo presión con la palma sobre el ojo derecho, siseando de
dolor.
–¡Dios
mío! –exclamó Lali mientras lo veía tendido a su lado, sufriendo–. ¿Qué puedo
hacer?
–Llama
a Paul –le contestó entre dientes–. Marca el dos y después la almohadilla.
Giró
sobre el colchón y se acercó a la mesita de noche para coger el teléfono y
marcar sin perder un instante.
Paul
contestó al segundo tono. Por el sonido de su voz, estaba claro que acaba de
despertarse.
–¿Qué
pasa? –preguntó tranquilamente una vez que Lali se identificó.
–No
lo sé. Le he hecho algo a Peter.
–¿Qué
quieres decir? –preguntó él, dando a entender que le resultaba muy difícil
creer que pudiese hacerle algo a su amigo.
–No
estoy segura. Sus ojos son de un color diferente y está doblado por el dolor.
–¿De
qué color son sus ojos?
–Verdes.
Paul
permaneció unos segundos en silencio antes de volver a hablar.
–Pásamelo.
Ella
le ofreció el teléfono a Peter.
Al
coger el auricular, una nueva oleada de dolor lo atravesó. Nunca había sentido
nada parecido. Era como si sus dos mitades, el Cazador Oscuro y el hombre,
estuviesen luchando la una contra la otra.
–Paul
–jadeó.
–Hola,
colega –lo saludó Paul–. ¿Estás bien?
–Joder,
no. ¿Qué me está pasando?
–Así
de repente, se me ocurre que acabas de encontrar el modo de deshacerte de tus
poderes de Cazador Oscuro. Felicidades, tío, acabas de encontrar tu vía de
escape.
–Sí,
yo también estoy que me salgo de contento.
–No
seas imbécil. Recuerda que es temporal… Creo.
Percibiendo
la duda en la voz de Paul, Peter le preguntó intranquilo:
–¿Cuánto
tiempo?
–Ni
idea. Nunca he perdido mis poderes.
Peter
siseó ante otra oleada de dolor.
–Deja
de rebelarte, no luches –masculló Paul–. Estás empeorándolo. Relájate.
–Sí,
claro. Como si fuese tan fácil.
Paul
resopló.
–Confía
en mí; hay ocasiones en la que es necesario rebelarse, pero ésta no es una de
ellas. Acéptalo.
–Que
lo acepte… y una mierda. No es tan fácil. Da la casualidad de que me siento
como si me estuviesen partiendo en dos.
–Ya
lo sé –le dijo Paul, con la voz ronca por la preocupación–. ¿Qué estabas haciendo
cuando perdiste los poderes?
Peter
se aclaró la garganta y echó una tímida mirada a Lali.
–Yo…
esto… –dudó, sin saber cómo explicarlo. Lo último que quería era avergonzarla.
Pero
no tuvo porque explicar nada.
–Diarmuid
Ua Duibhne –rugió Paul en gaélico–, te acostaste con ella y por eso se
esfumaron, ¿no es cierto?
Peter
volvió a aclararse la garganta y se dio cuenta de lo inútil que sería ocultar
algo a un Cazador Oscuro capaz de averiguar casi todo lo que se le
antojaba.
–No
ocurrió nada hasta justo el final.
–¡Aaaaaah!
Ya entiendo –le dijo Paul, arrastrando las palabras como si hubiese entendido
perfectamente. Cuando volvió a hablar, su voz sonó muy parecida a la de la
doctora Ruth–. Ese momento justo después de correrte, cuando estás exhausto,
saciado e indefenso, ¿me sigues? ¿Te apuestas algo a que fue por eso por lo que
desaparecieron tus poderes?
Pero
Peter seguía sin entender nada.
–Todos
vosotros os acostáis con mujeres cada dos por tres y no os sucede esto.
–Sí,
pero cada uno aguanta la presión de un modo distinto y tú lo sabes. En tu
mente, debes haber equiparado ese momento álgido al instante en que te
convertiste en Cazador Oscuro. O eso, o fueron los poderes de Lali. Quizás se
mezclaron con los tuyos hasta absorberlos.
–Eso
es una locura.
–Sí,
claro. Exactamente igual que el dolor de cabeza que tienes y que, de paso, me
está afectando a mí también. Pásame a Lali.
Peter
le hizo caso.
–Quiere
hablar contigo.
Ella
cogió el teléfono.
–Escucha
–comenzó Paul con voz afilada y desagradable–. Tenemos un problema serio. Peter
está perdido hasta que sus poderes regresen.
–¿Cuánto
tardarán?
–Ni
idea. Pero supongo que pasará bastante y, hasta entonces, es humano y, puesto
que hace más de dos mil años que dejó de serlo, está débil. Es vulnerable.
El
pánico la atenazó mientras giraba la cabeza para mirar a Peter. Aún tenía una
mano sobre los ojos y, por la rigidez de su postura, estaba claro que le dolía
bastante.
–¿Volverá
a la normalidad con la puesta del sol?
–Eso
espero. Porque si no es así, los Daimons lo tendrán muy fácil.
Lali
sintió que se le cerraba la garganta por el pánico. Lo último que quería era
que Peter acabara herido por su culpa.
–¿No
puedes ayudarlo?
–No.
Va en contra del Código. Cazamos solos. No puedo ir tras Cayo hasta que Peter esté
muerto.
–¿Qué
clase de Código es ése? –gritó ella.
–Uno
que normalmente no me perfora el tímpano –siseó Paul–. Joder, nena, con esos
pulmones tendrías un brillante futuro como soprano.
–No
tiene gracia.
–Lo
sé. Nada de esto la tiene. Ahora, escúchame un segundo. Esto va a ser
embarazoso, ¿lo soportarás?
El
tono funesto de su voz hizo que Lali se detuviera a pensar un instante. ¿Qué
iba a decirle?
–Creo
que sí.
–Bien.
Veamos, creo que nuestro problema empieza en el momento en que Peter se corre.
Es imperativo que no dejes que suceda de nuevo. Porque hay bastantes
posibilidades de que vuelva a quedarse sin sus poderes si ocurre otra vez.
Tienes que mantenerte alejada de él.
Lali
sintió que el corazón se le encogía al escucharlo. Alargando una mano, acarició
a Peter.
–Vale
–le contestó en voz baja.
–Bien.
Son las siete de la mañana. Haznos un favor a los dos y vigílalo hasta que Seth
llegue.
–Lo
haré.
Paul
se despidió y ella colgó antes de devolver el teléfono a la mesita de noche.
Peter
la miró y el sufrimiento que reflejaban esos ojos verdes la partió en dos.
–Sólo
quería que te sintieras mejor. No fue mi intención hacerte daño.
Él
la cogió de la mano y la sostuvo con ternura.
–Lo
sé.
Le
dio un pequeño tirón para acercarla y la abrazó con fuerza, aunque Lali aún
podía sentir la rigidez de su cuerpo.
–Me
ayudaste, Lali –le murmuró al oído–. No eches a perder lo que me has entregado
por sentirte culpable.
–¿Puedo
hacer algo por ti?
–Déjame
que te abrace un poco más.
Al
escucharlo, el corazón se le subió a la garganta. Se quedó tumbada entre sus
brazos, sintiendo el cálido aliento de él sobre la garganta.
Peter
enterró el rostro en su pelo y aspiró el ligero aroma que desprendía. Jamás se
había sentido tan débil como en esos momentos; no obstante, había algo en la
presencia de Lali que le daba fuerzas.
Has
encontrado tu vía de escape.
Las
palabras de Paul no dejaban de dar vueltas en su cabeza. Cuando un Cazador
Oscuro encontraba el modo de deshacerse de sus poderes, podía volver a reclamar
su alma. Era una opción que nunca antes había considerado. Algo que jamás se
había atrevido a soñar.
Podía
volver a ser humano. De modo definitivo.
¿Pero
para qué? Era lo que era. Un guerrero inmortal. Amaba su estilo de vida. Amaba
la libertad y el poder que le otorgaba.
Pero
aun así, allí tumbado con Lali entre sus brazos, piel contra piel, comenzó a
recordar otras cosas olvidadas hacía siglos. Cosas que había enterrado en lo
más profundo del corazón.
Cerró
los ojos y rememoró la imagen de Lali con Niklos en los brazos. Sería una madre
estupenda. Y, mientras se dejaba vencer por el sueño, una parte de él supo que
también sería una esposa maravillosa.
Lali
se despertó al sentir que alguien la acariciaba, dejando un rastro abrasador
alrededor de sus pechos. Abrió los ojos y bajó la mirada para descubrir la mano
de Peter tocándola con ternura mientras uno de sus muslos descansaba enterrado
entre sus piernas. El corazón comenzó a latirle con rapidez al ver que la mano
descendía hasta su estómago al tiempo que le mordisqueaba el cuello con los
afilados colmillos.
–¿Vas
a morderme? –le preguntó.
Besos
An
@Angie_232alma
wow increible!
ResponderEliminarnaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa... me super encantaron los cap
ResponderEliminaresto de no haber tenido internet desde el jueves me atraso bastante
quiero massssssssssssssss
besos
tipico: pierdes tus poderes cuando estas rockanroleando jajaja
ResponderEliminarme encanto mas nove por favor
ResponderEliminarme encanto mas nove por favor
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geniales los capítulos me encantarOn Gracias por subis besos Naara
ResponderEliminarhola soy tu nueva lectora fiel jaja
ResponderEliminarme ancanta la nove y ya me puse
al dia jaja..espero masssss
bsos..tefy
Me encanta, peter reclamara su alma?? Más!
ResponderEliminarAHHHH ya entendi a que se referian con lo de perder los poderes pero no es tan malo o si, pero el problema es que aun se tiene que deshacer de cayo pq como humano no le iria muy bien asi
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