domingo, 19 de mayo de 2013

Capitulos 23 y 24


Hola!! bueno no llegaron con las firmas,pero yo igual subo porq lo q prometo lo cumplo jaja dos caps encima,aca son las 9 y 30 asiq no es tarde para mi pero seguro para ustedes si asiq sorry,mmm bueno bienvenida a Naara! gracias por leer :) y Marchu las dos somos colgadas por eso necesito tu ayuda jajaa

Besos

Las quiere

An



CAPITULO 23
–Sí, pero la rechacé.
–¿Y por qué?
German apartó la mirada.
–Mi venganza iba dirigida a otro dios y sabía que ella no podía permitirlo.
Mariana sabía que German había estado atrapado en un pergamino, conocía muy bien su historia, pero ahora le interesaba más Peter.
–Peter vendió su alma a cambio de poder vengarse de su esposa, ¿verdad?
Él asintió.
–Pero no lo juzgues muy duramente.
–No lo hago –le dijo ella con honestidad. No sabía qué le había ocurrido a Peter y, hasta que no lo averiguara, no podía juzgarlo responsable de nada–. Dime una cosa, German, ¿hay algún modo de que un Cazador Oscuro recupere su alma?
–Sí, pero casi nadie lo ha conseguido. La prueba es diferente para cada uno de ellos.
–Lo que significa que no puedes decirme el modo de liberar a Peter.
–Lo que significa que no tengo la más remota idea de cómo liberar a Peter.
Mariana asintió y cambió el rumbo de sus pensamientos.
–¿Los Cazadores Oscuros también tienen que beber sangre?
–No. Puesto que en un principio eran humanos, no tienen necesidad de hacerlo. Además, si tuviesen que preocuparse de alimentarse de ese modo, sus habilidades para detectar a los Daimons se verían afectadas.
–¿Y entonces por qué tienen colmillos?
–Para poder detectar a los Daimons y darles muerte se les otorgaron las mismas características que a éstos. Los colmillos van en el paquete.Mariana no tuvo problemas en entenderlo.
–¿Por eso les resulta mortal la luz del sol?
–Más o menos. Pero en el caso de los Cazadores Oscuros es más una consecuencia de servir a Artemisa, que es la diosa de la luna, y de resultar abominables para Apolo.
–Pero eso no parece justo.
–Los dioses rara vez lo son.
Horas más tarde, Peter permanecía sentado en su coche, maldiciendo el rumbo traicionero de sus pensamientos. Todavía podía ver a Mariana. Escuchar el sonido de su dulce y suave voz. Sentirla contra su cuerpo mientras le acariciaba el pecho.
Habían pasado siglos desde que deseara a una mujer de ese modo. Creía que esa parte de sí mismo había quedado olvidada el día que se convirtió en un Cazador Oscuro. Según pasaban los siglos, había ocasiones en que sentía un ligero interés por una mujer, pero había aprendido a controlarlo. A enterrarlo.
Pero todas esas necesidades, olvidadas hacía tanto, habían despertado con las caricias de una hechicera que estaba resultando ser letal para su cordura. Su recuerdo lo distraía. Lo atormentaba.
La deseaba de un modo que rayaba la desesperación.
¿Por qué? ¿Qué tenía Mariana que él anhelaba tanto? No sabía nada de ella, excepto que poseía un gran sentido del humor y que bajo su fuego se ocultaba una dulzura increíble.
Y la deseaba como jamás había deseado a una mujer. Ni siquiera a su esposa.
No tenía sentido.
Apagó el motor antes de bajarse del coche y entrar en casa. Arrojó las llaves sobre la encimera de la cocina y se detuvo. La casa estaba en completo silencio, excepto por los sonidos que llegaban del piso superior.
Peter atravesó las habitaciones oscuras y subió la escalera de caoba tallada hasta llegar a la segunda planta y detenerse ante la puerta de su despacho. Un haz de luz se derramaba sobre la alfombra persa, por debajo de la puerta cerrada.
Sin hacer ruido, giró el picaporte y abrió la puerta.
–Seth, ¿qué coño estás haciendo aquí?
Lanzando una sonora maldición, su Escudero se levantó de la silla giratoria de un salto. Peter tuvo que reprimir una carcajada al ver a ese hombre de un metro y noventa y dos centímetros dispuesto a matarlo. Los ojos azules de Seth lanzaban fuego y un músculo palpitaba en su mandíbula, firmemente apretada. El joven se mesó la melena castaña que le caía hasta los hombros.
–¡Jesús, Peter! ¿Es que nunca vas a aprender a hacer ruido cuando te mueves? Me has dado un susto de muerte.
Peter se encogió de hombros con indiferencia.
–Pensaba que te irías a casa temprano.
Seth enderezó la silla y se sentó de nuevo, tomando impulso para colocarse de nuevo tras el escritorio.
–Tenía intención de hacerlo, pero quise terminar la investigación sobre Cayo.
Peter sonrió. Seth Gautier podía ser un listillo impetuoso y un coñazo la mayor parte del tiempo, pero se podía confiar en él. Por eso lo había elegido como Escudero y lo había introducido en el reino de los Cazadores Oscuros.
–¿Algo nuevo?
–Podría decirse que sí. He descubierto que tiene doscientos cincuenta años.
Sorprendido, Peter alzó una ceja. Que él supiera, ningún Daimon había vivido tanto.
–¿Cómo es posible?
–No lo sé. Todos los Cazadores Oscuros que van tras él acaban muertos. Parece que a tu amiguito Daimon le gusta haceros sufrir. –Volvió a mirar el monitor–. No hay nada en la base de datos de Alec sobre su modus operandi y cuando hablé con Alec hace ya un rato me dijo que no tenía ni idea de dónde procedía Cayo ni de qué buscaba. Pero lo estamos investigando.
Peter asintió.
–¡Ah, por cierto! –dijo Seth mirándolo por encima del hombro–. Estás hecho un desastre.
–Ya lo sé, todos os empeñáis en decirme lo mismo.
Seth sonrió hasta que se fijó en la ropa de Peter.
–¿Por qué no llevas tu uniforme de tipo-malo-mata-Daimons?
Peter no estaba de humor para explicárselo.
–Hablando de eso, necesito que me compres un abrigo de cuero hoy.
La sospecha oscureció los ojos azules de Seth.
–¿Por qué?
–El viejo tiene un agujero en el hombro.
–¿Y eso?
–Me atacaron. ¿Por qué si no?
Seth no pareció muy contento con las noticias.
–¿Estás bien?
–¿Qué aspecto tengo?
–Horrible.
No había modo de esconderse de Seth.
–Estoy bien. ¿Por qué no te vas a una de las habitaciones de invitados a dormir? Ya son las cuatro de la madrugada.
–Dentro de un rato. Primero quiero dejar esto acabado. Además, estoy a punto de descubrir qué hizo Sundown para cabrear a Alec.
Peter escuchó el sonido que avisaba a Seth de que tenía un nuevo mensaje en el ordenador.
–Dile a Jess que deje de burlarse de Alec si no quiere acabar chamuscado.
Seth frunció el ceño.
–¿Jess?
–El verdadero nombre de Sundown es William Jessup Brady. Creía que lo sabías.
Seth soltó una carcajada.
–Joder, no. Pero conozco a unos cuantos escuderos que pagarían bastante por saberlo –dijo con una mirada especulativa–. Rogue tampoco es el verdadero nombre de Rogue, ¿verdad?
–No. Se llama Christopher «Kit» Baughy.
Seth soltó una risilla satisfecha.
–Eso sí que me reportaría serios beneficios.
–No –le corrigió Peter–. Eso te reportaría una buena patada en el culo si Rogue descubre que lo sabes.
–Tú ganas. Lo guardaré en el archivador de chantajes, para cuando necesite que un Cazador Oscuro me haga un favor.
Peter meneó la cabeza. El chico era incorregible.
–Hasta la noche.
–Vale, que descanses.
Peter cerró la puerta y cruzó el largo pasillo que llevaba hasta su cuarto. La enorme y suntuosa habitación, de colores oscuros y relajantes que no herían los ojos, le dio la bienvenida. Seth había encendido las tres velas del pequeño candelabro de pared y el suave resplandor creaba sombras sobre el papel color borgoña.
Esa estancia era el santuario donde Peter se ocultaba de la luz del día.
Había ordenado que sellaran las ventanas y las cubrieran tan pronto como compró la antigua casa colonial de estilo neoclásico. Ningún Cazador Oscuro dormiría en un lugar donde el sol pudiera penetrar accidentalmente.
Se quitó la ropa y se tumbó en la enorme cama en la que dormía desde el siglo XIV, pero su mente insistía en seguir dándole vueltas a sus tribulaciones.
Cayo le había dado esquinazo y, durante los próximos días, estaría fuera de su alcance.
Joder.
No podía hacer nada. Excepto esperar y estar preparado en el momento en que Cayo emergiera. Al menos estaba tranquilo porque sabía que el Daimon iría primero a por él. Eso le daría algo más de tiempo para mantener a salvo a Mariana y a Rocio.
Mariana.
El nombre flotaba en su mente, junto con el recuerdo de sus brillantes ojos azules. La entrepierna se le tensó al instante bajo las frescas sábanas de seda. Gruñó al sentir el dolor del deseo no saciado.
–No es mía –murmuró.
Y, por todos los dioses del Olimpo, jamás lo sería, sin importar lo mucho que lo deseara su destrozado corazón


CAPITULO 24
Mariana gimió al sentir que una mano, cálida y fuerte, le acariciaba el estómago desnudo y se deslizaba hasta la cadera. De forma instintiva, se giró en dirección a las caricias, con el cuerpo enfebrecido por el deseo.
Peter le dio la vuelta hasta dejarla tumbada de espaldas y capturó sus labios. Mariana sintió que todo comenzaba a dar vueltas por el impacto de su fuerza y su poder. Jamás en su vida había experimentado nada semejante al roce de su lengua jugueteando entre sus labios. O a la sensación de ese cuerpo soberbiamente formado moviéndose de forma sinuosa contra ella.
El deseo se acrecentó.
El beso de Peter era salvaje y ardiente, pero teñido de una extraña ternura. Cerró los ojos y disfrutó del olor especiado de su piel, del calor de su boca. Enterró las manos en el cabello dorado y se deleitó al sentir cómo las ondas se deslizaban entre sus dedos.
Él se apartó y la miró con una avidez tan palpable que Mariana se encendió aún más, mientras sentía los deliciosos músculos de los hombros de Peter contrayéndose bajo sus manos.
–Serás mía –le dijo con tono posesivo y cierta agresividad.
–Y tú serás mío –le contestó ella, sonriendo, y entrelazó las piernas alrededor de sus estrechas caderas.
La diabólica sonrisa de Peter, que dejó a la vista sus colmillos, le robó el aliento. Sin dejar de abrazarla, giró hasta quedar de espaldas con ella sobre su cuerpo.
Mordiéndose el labio, ella observó su apuesto rostro mientras sentía ese cuerpo, duro y viril, entre los muslos. Con una necesidad abrumadora, comenzó a frotarse contra el largo y endurecido miembro de Peter, que gimió en respuesta a sus caricias antes de recorrer su cuerpo con una mirada famélica e incorporarse un poco para cubrirle los pechos con la calidez de sus manos y apretarlos con suavidad, a lo que ella respondió cubriéndole las manos con las suyas.
–Podría estar toda la noche mirándote –le susurró Peter.
Mariana no encontró objeción alguna al comentario, puesto que nada la complacería más que contemplarlo durante el resto de la eternidad mientras se paseaba desnudo.
Esa forma de andar… ese cuerpo…
Eran mucho más de lo que una simple mortal podía soportar.
Peter alzó las caderas, impulsándola hacia delante. Mariana apoyó las manos a ambos lados del cuerpo de él para sujetarse y se inclinó, dejando que el pelo cayera en cascada a su alrededor y les proporcionara un oscuro dosel.
–Ahora te tengo donde quería. –Peter le tomó el rostro con ambas manos y buscó sus labios. Su boca la atormentaba, chupando el labio inferior y mordisqueándolo con suavidad.
Un gemido escapó de sus labios cuando la mano de Peter bajó desde el pecho, deslizándose por el costado, y llegó hasta el centro de su cuerpo.
–Y esto es lo que más deseo –dijo antes de introducir dos dedos en su interior.
Mariana siseó de placer mientras esos dos dedos la torturaban sin piedad. Dentro y fuera, moviéndose en círculos, avivando el fuego que amenazaba con con-sumirla.
Él abandonó sus labios un momento.
–Dime qué es lo que deseas.
–A ti –jadeó ella sin aliento.
–Entonces, me tendrás. –Peter la agarró por las caderas y la acercó hasta su erección.
Mariana anhelaba sentirlo en su interior y aguardaba, expectante, mordiéndose los labios. Deseaba con todas sus fuerzas tenerlo dentro y compartir la más íntima de las experiencias.
Sintió que el extremo de su verga presionaba sobre la entrada. Y justo cuando pensaba que se deslizaría en su interior, la alarma del despertador comenzó a sonar.
Se despertó sobresaltada. Miró a su alrededor, aturdida, observando la desconocida habitación donde se encontraba. Tardó todo un minuto en recordar que estaba en la habitación de los mellizos, en casa de Mili. ¿Todo había sido un sueño? Pero era tan real… juraría que aún sentía las manos de Peter sobre el cuerpo y su aliento rozándole el cuello.
–No es justo –gimoteó mientras salía de la cama y apagaba el despertador. Se había despertado justo cuando llegaba lo interesante.
¿De verdad había sido sólo un sueño? ¿Tan sólo un sueño sobre un misterioso desconocido que ocultaba su sufrimiento tras el sarcasmo y que la había cautivado con unos ojos oscuros y letales?
Haciendo un enorme esfuerzo por olvidar la intensidad de las imágenes que había creado su subconsciente, se envolvió en el grueso albornoz de Mili y salió para ir al baño.
–¿Quién los envía? –preguntó Mili.
Mariana se detuvo en mitad del pasillo al escuchar a Mili y German, que estaban hablando en la planta baja.
–Supongo que son de Peter –le contestó su marido.
Bostezando, Nariana bajó las escaleras y los encontró a ambos en la sala de estar, rodeados de bolsas y paquetes. German ya estaba vestido para ir a trabajar, con unos chinos y un jersey. Mili llevaba un camisón premamá de color azul y, junto a ella, Niklos estaba haciendo trizas un trozo de papel que sobresalía de una bolsa.
–¿Qué es todo esto? –preguntó Mariana.
German se encogió de hombros.
–Tienes razón –dijo Mili al encontrar una nota en una de las bolsas–. Son de Peter. –Se detuvo para leer la nota y se rió–. Lo único que dice es: «Gracias por la tirita». –Le pasó la nota a su marido.
German dejó escapar un exagerado suspiro mientras la leía.
–En nuestra época existía la costumbre de llevar regalos cada vez que se visitaba a un amigo. Pero… joder, no tantos. –Se pasó una mano por el pelo mientras observaba la montaña de paquetes–. Peter siempre ha sido un hombre generoso, pero… joder –volvió a repetir–. Supongo que volvió anoche y dejó todo esto aquí mientras dormíamos.
Lali estaba atónita. Parecía el día de Navidad… en casa de los Rockefeller. Observó cómo Mili sacaba docenas de juguetes para los mellizos: muñecas para Vanessa, un juego de construcción para Niklos, un tren, un caballito…
Mili sacó una caja pequeña de una de las bolsas.
–Éste es para ti –le dijo a su marido, ofreciéndole el regalo.
German abrió la caja y su rostro perdió todo el color. Mili miró el contenido y jadeó.
–Es tu anillo de general –dijo, intercambiando una mirada perpleja con German–.
¿Cómo lo habrá conseguido? –preguntó.
Mariana se acercó para echarle un vistazo al anillo. Como el de Peter, tenía una espada de diamantes y una corona de laurel formada por esmeraldas sobre un fondo de rubíes.
–Se parece al que lleva Peter. Excepto que el suyo tiene una corona.
German asintió.
–El suyo lleva la marca de la realeza mientras que el mío es estrictamente militar.
Confundida, Mariana alzó la vista y miró a German.
–¿Realeza?
–Peter era un príncipe –le contestó escuetamente–. El único heredero al trono de Tracia.
Lali se quedó con la boca abierta.
–¿Los romanos crucificaron a un príncipe heredero? Pensaba que no podían hacerlo.
La mandíbula de German se tensó.
–Teóricamente no podían, pero el padre de Peter lo desheredó el día que se casó con Tanya.
–¿Por qué? –preguntó Lali.
–Porque era una hetaira. –German notó que Mariana fruncía el ceño, confundida, y añadió–: Eran mujeres de clase baja, entrenadas para complacer a los hombres ricos y hacerles compañía.
–¡Ah! –exclamó ella, comprendiendo el motivo de la ira de la familia–. ¿Estaba buscando compañía cuando la conoció?
German negó con la cabeza.
–Peter la conoció en la fiesta de un amigo y quedó subyugado. Juraba que había sido amor a primera vista. Todos intentamos hacerle entender que Tanya sólo iba tras su dinero, pero se negó a escucharnos. –Soltó una carcajada teñida de amargura y continuó–. En aquella época no escuchaba a nadie, era muy típico de él. Su padre lo adoraba, pero cuando Alkis descubrió que Peter había roto el compromiso con la princesa macedonia con la que estaba prometido, para casarse con Tanya, se puso muy furioso.
»Alkis le dijo que un rey no podía gobernar con una puta al lado. Discutieron y, finalmente, Peter se fue a caballo del palacio de su padre, directo a casa de Tanya y se casó con ella ese mismo día. Cuando su padre lo descubrió, le dijo que estaba muerto para él.
Lali sintió una opresión en el pecho al escuchar a German; compartía su sufrimiento y notó que el corazón se le desgarraba de dolor.
–Entonces, ¿lo dejó todo por ella?
German asintió, ceñudo.
–Lo peor de todo es que Peter jamás le fue infiel. Vosotras no podéis entender lo que eso significaba. En nuestros días no existía la monogamia. No se sabía de ningún hombre que fuese fiel a su esposa, especialmente uno de la posición y riqueza de Peter. Pero una vez se casó con ella, jamás deseó estar con nadie más. Ni siquiera miró a otra mujer. –Los ojos de German llamearon de furia–. En realidad vivió y murió por ella.
El corazón de Mariana sufría por Peter. Sabía que aún debía dolerle mucho.
Mili le ofreció tres bolsas que contenían cajas envueltas en papel de regalo.
–Éstas son para ti.



13 comentarios:

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  5. wau hubiera sido mejor que el sueño de lali fuera real jajaja lindo capitulo

    mas por favor

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  6. a lo mejor y si fue real su suenio:o

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  7. Ay no me muero jajaja amiga 6:45am me estoy muriendi tengo la alergia alborotada y estoy estornudando parezco zombie de a deveras tengo solo como dos horas de clase y voy a casa a dormir jajajajano mentira no puedo hablamos mas tarde besos

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  8. Que hija de su madre Tanya! Ya la odio wee jajajaj.
    Me encanta!!!! Mas nove porfa!

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  9. me encanta está nove que manera de aprender sobre mitología griega ja para mi no fue un sueño no lo fue y sí lo fue yo también quiero soñar como lali Jajaja Gracias por la bienvenida besos. Naara

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  10. Habrá soñado?? Más me encanta!

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  11. Jodeme que lo de Lali y Pitt paso en serio, pero el se fue cuando el despertados sono! jajaja
    Espero mas
    Besos

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  12. estoy chusmeando tú blog para empezas a leer noves anteriores dejarme decirte que me encantan las fotos que posteas en cada capítulo besos. Naara

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