miércoles, 16 de enero de 2013

Cap 17


Buenoo las dejo por hoy,pero q tal si seguimos mañana con la maraton a la tarde?? quieren? y bue se vino el Rock jaja desde aca todo se pone mas interesante!! Besos las quieroo


Capitulo 17
—Estás muy apretada.
La mente de Lali quería pararlo, pero el cuerpo no conservó el menor escrúpulo. Alzó las caderas para salirle al encuentro cuando Peter comenzó a retirar los dedos.
—¿Te detendrás? —preguntó, en un tono que traicionaba sus sentimientos.
—Aún no —repitió Peter, sonriendo al percibir la confusión que revelaba la voz de Lali.

Le tomó la mano y la apretó contra su propia dureza; la reacción de Lali fue instantánea. Todo el cuerpo de la muchacha se estremeció y se apretó contra él.
—Apriétame —le ordenó Peter—. Así —le indicó, sujetando los dedos de la mujer alrededor de su pene erecto, y luego volvió a penetrarla con los dedos para librarla de los temores.
Apartó la mano cuando ya no pudo soportar la dulce tortura. Su boca arrasó la de Lali y hundió la lengua hasta la garganta de la mujer. De pronto, Lali se tomó tan salvaje y descontrolada como estaba Peter. El hombre sabía dónde tocar, cuánta presión ejercer, cómo hacerla derretir entre sus brazos.
Se volvió más exigente en sus demandas.
—No nos detendremos ahora, ¿verdad, Peter?
—No, mi amor.
Sacó los dedos y luego volvió a meterlos con fuerza en el apretado estuche otra vez.
Lali gritó de dolor.
—¡No lo hagas, Peter! Me duele.
—Tranquila, mi amor —murmuró—. Yo te lo facilitaré.
Lali no entendió qué era lo que le decía. La boca de Peter otra vez se abatió sobre la de Lali en un beso largo, caliente, y Lali pensó que de verdad se detendría al sentir que sacaba la mano de su lugar más íntimo.
Peter fue depositando una estela de besos en el cuello, el pecho, el estómago de la mujer. Cuando llegó más abajo, al suave triángulo de rizos negros que defendía la virginidad de la muchacha, Lali gritó otra vez y trató de apartarlo.
Pero Peter no retrocedió. El sabor de Lali lo embriagaba. Excitó con la lengua el sensible capullo de carne y presionó con más fuerza, penetrando en la sedosa abertura.
El estallido esplendoroso de sensaciones fue la perdición de Lali y se aferró a Peter exigiendo más. Los músculos de los muslos se pusieron tensos por anticipado y recibió el ardiente éxtasis que la consumía.
En cuanto sintió los primeros estremecimientos de alivio, Peter se movió. Le separó bien los muslos y comenzó a penetrarla. Se detuvo al llegar a la virginidad y luego la embistió con una enérgica acometida.
Lali gritó de dolor. De inmediato, Peter interrumpió sus movimientos. En ese instante, estaba por completo dentro de ella, en una posesión total. Trató de contenerse para darle tiempo de habituarse a la invasión.
—Ahora no te muevas —le ordenó, en una voz que sonó áspera en el oído de Lali—. ¡Por Dios, Lali, eres tan estrecha!
La mujer no habría podido moverse aunque hubiera querido, pues el peso de Peter la aplastaba. Peter le rodeó el rostro y lamió lentamente las lágrimas de las mejillas sonrojadas de la muchacha. La pasión confirió a los ojos de Lali un profundo azul, a la vez que tenía los labios sonrosados por los hambrientos besos de Peter.
—Lali, ¿aún te duele? —dijo con voz entrecortada, como si hubiese corrido una larga distancia. Pero también en la voz y en la expresión intensa se reflejaba la preocupación. Lali asintió y murmuró:
—El dolor pasará, ¿no es cierto, Peter? ¿Está bien que sea tan estrecha?
—¡Sí! —gimió Peter.
Cuando comenzó a moverse, iniciando un rito antiguo como el tiempo, Lali pensó que estaba acabada. Le rodeó los muslos con sus propias piernas para sentirlo más dentro de sí.
—No te detengas, Peter. Ahora no.
—Todavía no —prometió.
Ninguno de los dos pudo volver a hablar. Peter retrocedió y luego la penetró nuevamente. Lali alzó las caderas para salirle al encuentro: quería tenerlo todo dentro de sí y oprimirlo con fuerza. Como un fuego sin control, la pasión se abatió sobre los dos. Peter hundió la cara en el cuello de Lali y la embistió una y otra vez.
Quiso ser suave.
Lali no se lo permitió.
No supo que le clavaba las uñas en la espalda y a Peter no le importó. Cuando estuvo al borde del orgasmo, cuando creyó que sin duda moriría por la inenarrable presión que crecía dentro de ella, se aferró al esposo y gritó su nombre.
—Ven a mí, mi amor —murmuró Peter—. Ven a mí, ahora.
Lali no supo a dónde la llevaba Peter, pero sí que estaba segura entre sus brazos. Se entregó a la bendita rendición y descubrió que era, al mismo tiempo, la plenitud.
Peter supo desde el comienzo a dónde iban, pero nunca antes se sintió tan fuera de control, ni experimentó una pasión tan arrolladora. Quería mostrarle las estrellas. Él era el experimentado; ella, la inocente. Peter sabía dónde tocar, dónde acariciar, cuándo presionar, cuándo retroceder. Y sin embargo, cuando por fin alcanzó su propio orgasmo, supo que su dulce mujercita lo había llevado más allá de las estrellas.
Lo había llevado al Cielo.
Durmió como si hubiese muerto. Cuando se despertó y se desperezó, el sol de la mañana ya estaba alto sobre el prado. En cuanto se movió, Lali lanzó un fuerte gemido. Se sentía muy vulnerable. Abrió los ojos. El recuerdo de la noche pasada le hizo arder las mejillas.
¡Que Dios la ayudara; nunca podría volver a mirarlo a los ojos! Se había comportado como una desvergonzada. Recordó que le había pedido que se detuviese, pero el hombre estaba decidido a seguir. Pero al admitir que ella también había insistido, casi con vehemencia, en que no se detuviera, resolvió que se quedaría el resto del día debajo del manto.
Pero le pareció que Peter disfrutó de lo que hicieron. Lali apartó la manta del rostro y de inmediato vio a Peter. Estaba de pie al otro lado del claro entre los caballos. Lali advirtió que los animales ya estaban ensillados; listos para comenzar el día de marcha.
Fuego Fatuo se comportaba como una hembra enamorada. Insistía en dar topetazos a la mano de Peter en procura de caricias.
De pronto, Lali también deseó una palmada cariñosa. Pensó que la noche anterior lo había complacido pero, por desgracia, se quedó dormida antes de que su esposo tuviese ocasión de decírselo.
Necesitaría fingir un enfado para disimular la vergüenza. Como Peter no le prestaba la menor atención, se levantó, se quitó el manto y se puso rápidamente la camisa. Sabía que su atuendo no era nada recatado, pero resolvió no demostrarle timidez alguna pues imaginó que lo consideraría una debilidad.
Peter ni miraba en dirección de Lali. La muchacha juntó su ropa y se dirigió hacia el estanque con toda la dignidad que le permitieron los muslos entumecidos. Se lavó, se puso un vestido azul claro y se trenzó el pelo. Cuando regresó al campamento, el ánimo de Lali había mejorado considerablemente. Después de todo, era un nuevo día, y por cierto, un comienzo.
Por otra parte, había cumplido el deber de esposa, ya que permitió que Peter se acostara con ella.
“¿Piensa que soy de hierro?”, se preguntó Peter en cuanto vio a la esposa que caminaba hacia él.
Ninguna mujer lo tentaba de esa forma. Antes jamás había conocido un deseo tan intenso. “Poséelas y olvídalas”, había sido su lema hasta el momento. Pero Lali era diferente. “¡Dios me ayude!”, pensó. “Está comenzando a importarme.” No era de la clase de mujeres que se olvidan. En el mismo instante en que se levantó y lo miró, un deseo al rojo vivo lo atenazó. Tenía los rizos revueltos. Recordó lo sedosos que los sintió cuando los alzó para que el viento los secara mientras Lali dormía. No pudo dejar de acariciarle la piel después de hacerle el amor. Y también durmió mientras la acariciaba.
Peter, en cambio, no durmió nada. Las caderas de Lali estaban incrustadas contra su dura virilidad. Cada vez que se movía, deseaba poseerla nuevamente. El único motivo por el que se contuvo era porque Lali no podría caminar durante una semana si le hacía todo lo que quería hacerle. Para ella era demasiado pronto. Necesitaba tiempo para que la inflamación se aliviara. Decidió no volver a tocarla hasta que llegaran al hogar. Y ya estaba lamentando la decisión.

No estaba hecho de hierro, pero su inocente mujercita aún no lo sabía. De lo contrario, no estaría allí, con tan escaso atuendo, si tuviese una idea de lo que rondaba por la mente de su esposo. “Quizá lo sepa”, pensó Peter. “¿intenta que vuelva a hacerle el amor sin decírmelo de modo directo?” Peter reflexionó sobre esa posibilidad un largo minuto y llegó a la conclusión de que Lali era demasiado ingenua para comprender cuánto lo excitaba.
Por supuesto, Peter la ilustraría en cuanto llegaran al hogar.
—Gracias por prestarme el manto.
El hombre se volvió al oír la voz de Lali, y la vio con la mirada fija en sus propias botas.
—Es tuyo, Lali.
—¿Un regalo de bodas?
No lo miraba. Y pese a que tenía la cabeza gacha, Peter pudo ver que estaba sonrojada. Y eso lo divirtió. ¡Diablos, se había comportado como una gata salvaje entre sus brazos! Peter tenía marcas que lo demostraban. Y ahora actuaba como si fuese a desmayarse ante la primera palabra incorrecta.
—Puedes considerarlo así —admitió, encogiéndose de hombros. Tomó la bolsa de viaje de Lali y lo sujetó en el arnés de la montura de Fuego Fatuo.
—Peter, tengo once chelines.
Esperaba que se volviese, pero Peter no respondió. Lali no se amilanó por ello.
—¿Hay algún sacerdote en las Tierras Altas?
Esa pregunta atrajo la atención de Peter y se volvió a medias hacia ella. De inmediato, Lali bajó la vista. Parecía estar recobrando poco a poco el valor, pues en ese momento le miraba el pecho en lugar de las botas.
—Sí, tenemos un sacerdote. ¿Por qué lo preguntas?
—Quiero emplear uno de mis chelines para comprarte una indulgencia —afirmó Lali. Se metió el manto bajo el brazo y unió las manos.
—¿Una qué?
—Una indulgencia —explicó Lali—. Será mi regalo de bodas para ti.
—Entiendo —repuso el hombre, tratando de no reír.
Quiso preguntarle si creía que su alma necesitaba ayuda, pero la seriedad del tono de Lali lo obligó a tomar en cuenta los tiernos sentimientos de la joven. “Tendré que superar este ridículo pesar”, pensó Peter. “Los sentimientos de mi mujer no deberían importarme en lo más mínimo.”
—¿Eso te complace? —preguntó, esperando una respuesta amable.
La respuesta de Peter consistió en encogerse de hombros.
—Pensaba que sería un regalo apropiado, pues ayer tú mataste a un hombre por accidente. La indulgencia disminuirá tu tiempo en el Purgatorio. Eso es lo que dice el padre Charles.
—No fue accidental, Lali, y tú misma mataste a un hombre.
—No lo hice.
—Sí, lo hiciste.
—No te alegres tanto de eso —musitó Lali—. Y yo lo maté por necesidad, de modo que no necesito una indulgencia para mí misma.
—¿De modo que sólo mi alma te preocupa?
Lali asintió y Peter no supo si sentirse insultado o divertido. Sacudió la cabeza al pensar en todas las monedas que conseguiría el padre Jasper en el futuro si su esposa seguía comprándole indulgencias cada vez que mataba a alguien. Al término de un año, el sacerdote terminaría siendo más rico que el rey de Inglaterra.
Lali pensó que sin duda Peter no era una clase de persona agradecida. No dijo una palabra de gratitud.
—¿Hay un herrero, también?
Peter asintió y esperó a que Lali siguiera hablando. Sólo Dios sabría qué tenía en mente en ese momento. Por extraño que fuese, estaba ansioso de saber lo que pensaba. “Otra afección”, se dijo. “También tendré que corregir este problema.”
—Entonces, emplearé los demás chelines en comprarte otro regalo de bodas —levantó la vista y supo que había conquistado la atención de Peter. —He pensado en el regalo adecuado para ti y sé que te agradará.
—¿Y qué será? —preguntó, y el entusiasmo de Lali le resultó tan cautivante como la sonrisa. No tuvo ánimo para decirle que no usara las monedas para pagar nada en las Tierras Altas. Pronto lo descubriría por sí misma.
—Una espada.
Le pareció que Peter quedaba atónito ante el anuncio e hizo un gesto enfático indicándole que hablaba en serio. Luego bajó la vista nuevamente.
Peter creyó que no le había oído bien.
—¿Qué cosa?
—Una espada, Peter. Es un buen regalo, ¿no crees? Todo guerrero debería llevar una al costado. Advertí que te faltaba cuando nos atacaron los descastados. Me pareció muy extraño, pues creía que todos los guerreros necesitan tener un arma disponible. Luego consideré el hecho de que eres escocés, y quizá tu entrenamiento no incluyó... Peter, ¿por qué me miras así?
Peter no pudo responderle.
—¿Te agrada mi regalo? —preguntó con un tono preocupado.
Peter forzó un breve gesto de asentimiento. Fue lo único que pudo hacer. Lali sonrió aliviada.
—Sabía que te gustaría.
Peter volvió a asentir y se alejó.
Por primera vez en su vida Peter Lanzani estaba mudo. Al parecer, Lali no lo advirtió.
—Nicolás lleva espada, lo vi de inmediato. Como los dos sois buenos amigos, quizás él tenga tiempo de enseñarte el uso apropiado de la espada. He oído decir que es muy efectiva en batalla.
Peter dejó caer la frente sobre la montura. Lali no podía verle el rostro porque estaba vuelto hacia el otro lado, pero vio que los hombros se le sacudían.
Sin duda, estaba embelesado por la gratitud.
Lali se sintió orgullosa de sí misma. Le había ofrecido un gesto de amistad, y Peter lo había aceptado. Por cierto, de ahí en adelante la situación de ambos mejoraría.
Con el tiempo, quizás olvidaría que era inglesa y comenzaría a quererla.
Se alejó de su esposo, pues quería pasar unos minutos con Eugenia antes de que comenzaran otra vez el viaje. Ya sabía cómo llevarse bien con él, y quería compartir la experiencia con su hermana, aunque no le hablaría de la noche pasada. No, esa parte tendría que descubrirla Eugenia por sí misma. “Tal vez”, pensó Lali, “Eugenia ya lo sabe.”
Lali se sintió como si acabara de descubrir los secretos de la vida. La bondad atraía más bondad. Uno no muerde la mano que lo acaricia, ¿verdad?
—Lali, ven aquí.
La orden fue demasiado vivaz para el gusto de Lali, pero mantuvo la sonrisa y volvió junto a Peter. Fijó la mirada en el pecho del esposo y esperó a que hablara.
Peter le levantó la barbilla.
—¿Estás bien, esposa? ¿Podrás cabalgar hoy?
No entendió qué era lo que le preguntaba.
—Estoy bien, Peter, en serio.
—¿Estás demasiado débil? —insistió Peter.
El inmediato rubor que encendió las mejillas de Lali le dijo que ahora lo entendía.
—Se supone que no debes mencionarlo —murmuró. Peter no pudo resistir la tentación:
—¿El qué?
Aunque a Peter le pareciera imposible, el rubor de Lali se intensificó.

10 comentarios:

  1. como mar jejje ame el marato espero el sigiente!

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  2. Ahh quiero saber como sigue esta historia.. Si por favor mañana a la tarde seguí con la maraton.. (:

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  3. mas mas mas mas mas mas mas!!!
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  4. awww bueno alto rock laliter jajajaja me parece q van por buen camino y yo voy camino a dormir se me cierran los ojos gracias por el maraton grosa se despide tu mano derecha jajjjajaj besos bye

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  5. buen capitulo quiero saber como sigue
    @arimurb

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  6. Epa!! llego el rock ajajaj van bien eh! espero mas nove! besos! Giu

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