Buenoo las dejo por hoy,pero q tal si seguimos mañana con la maraton a la tarde?? quieren? y bue se vino el Rock jaja desde aca todo se pone mas interesante!! Besos las quieroo
Capitulo 17
—Estás muy
apretada.
La mente
de Lali quería pararlo, pero el cuerpo no conservó el menor escrúpulo. Alzó las
caderas para salirle al encuentro cuando Peter comenzó a retirar los dedos.
—¿Te
detendrás? —preguntó, en un tono que traicionaba sus sentimientos.
—Aún no
—repitió Peter, sonriendo al percibir la confusión que revelaba la voz de Lali.
Le tomó la
mano y la apretó contra su propia dureza; la reacción de Lali fue instantánea.
Todo el cuerpo de la muchacha se estremeció y se apretó contra él.
—Apriétame
—le ordenó Peter—. Así —le indicó, sujetando los dedos de la mujer alrededor de
su pene erecto, y luego volvió a penetrarla con los dedos para librarla de los
temores.
Apartó la
mano cuando ya no pudo soportar la dulce tortura. Su boca arrasó la de Lali y
hundió la lengua hasta la garganta de la mujer. De pronto, Lali se tomó tan
salvaje y descontrolada como estaba Peter. El hombre sabía dónde tocar, cuánta
presión ejercer, cómo hacerla derretir entre sus brazos.
Se volvió
más exigente en sus demandas.
—No nos
detendremos ahora, ¿verdad, Peter?
—No, mi
amor.
Sacó los
dedos y luego volvió a meterlos con fuerza en el apretado estuche otra vez.
Lali gritó
de dolor.
—¡No lo
hagas, Peter! Me duele.
—Tranquila,
mi amor —murmuró—. Yo te lo facilitaré.
Lali no entendió
qué era lo que le decía. La boca de Peter otra vez se abatió sobre la de Lali
en un beso largo, caliente, y Lali pensó que de verdad se detendría al sentir
que sacaba la mano de su lugar más íntimo.
Peter fue
depositando una estela de besos en el cuello, el pecho, el estómago de la
mujer. Cuando llegó más abajo, al suave triángulo de rizos negros que defendía
la virginidad de la muchacha, Lali gritó otra vez y trató de apartarlo.
Pero Peter
no retrocedió. El sabor de Lali lo embriagaba. Excitó con la lengua el sensible
capullo de carne y presionó con más fuerza, penetrando en la sedosa abertura.
El
estallido esplendoroso de sensaciones fue la perdición de Lali y se aferró a Peter
exigiendo más. Los músculos de los muslos se pusieron tensos por anticipado y
recibió el ardiente éxtasis que la consumía.
En cuanto
sintió los primeros estremecimientos de alivio, Peter se movió. Le separó bien
los muslos y comenzó a penetrarla. Se detuvo al llegar a la virginidad y luego
la embistió con una enérgica acometida.
Lali gritó
de dolor. De inmediato, Peter interrumpió sus movimientos. En ese instante,
estaba por completo dentro de ella, en una posesión total. Trató de contenerse
para darle tiempo de habituarse a la invasión.
—Ahora no
te muevas —le ordenó, en una voz que sonó áspera en el oído de Lali—. ¡Por
Dios, Lali, eres tan estrecha!
La mujer
no habría podido moverse aunque hubiera querido, pues el peso de Peter la
aplastaba. Peter le rodeó el rostro y lamió lentamente las lágrimas de las
mejillas sonrojadas de la muchacha. La pasión confirió a los ojos de Lali un
profundo azul, a la vez que tenía los labios sonrosados por los hambrientos
besos de Peter.
—Lali,
¿aún te duele? —dijo con voz entrecortada, como si hubiese corrido una larga
distancia. Pero también en la voz y en la expresión intensa se reflejaba la
preocupación. Lali asintió y murmuró:
—El dolor
pasará, ¿no es cierto, Peter? ¿Está bien que sea tan estrecha?
—¡Sí!
—gimió Peter.
Cuando
comenzó a moverse, iniciando un rito antiguo como el tiempo, Lali pensó que
estaba acabada. Le rodeó los muslos con sus propias piernas para sentirlo más
dentro de sí.
—No te
detengas, Peter. Ahora no.
—Todavía
no —prometió.
Ninguno de
los dos pudo volver a hablar. Peter retrocedió y luego la penetró nuevamente. Lali
alzó las caderas para salirle al encuentro: quería tenerlo todo dentro de sí y
oprimirlo con fuerza. Como un fuego sin control, la pasión se abatió sobre los
dos. Peter hundió la cara en el cuello de Lali y la embistió una y otra vez.
Quiso ser
suave.
Lali no se
lo permitió.
No supo
que le clavaba las uñas en la espalda y a Peter no le importó. Cuando estuvo al
borde del orgasmo, cuando creyó que sin duda moriría por la inenarrable presión
que crecía dentro de ella, se aferró al esposo y gritó su nombre.
—Ven a mí,
mi amor —murmuró Peter—. Ven a mí, ahora.
Lali no
supo a dónde la llevaba Peter, pero sí que estaba segura entre sus brazos. Se
entregó a la bendita rendición y descubrió que era, al mismo tiempo, la
plenitud.
Peter supo
desde el comienzo a dónde iban, pero nunca antes se sintió tan fuera de
control, ni experimentó una pasión tan arrolladora. Quería mostrarle las
estrellas. Él era el experimentado; ella, la inocente. Peter sabía dónde tocar,
dónde acariciar, cuándo presionar, cuándo retroceder. Y sin embargo, cuando por
fin alcanzó su propio orgasmo, supo que su dulce mujercita lo había llevado más
allá de las estrellas.
Lo había
llevado al Cielo.
Durmió
como si hubiese muerto. Cuando se despertó y se desperezó, el sol de la mañana
ya estaba alto sobre el prado. En cuanto se movió, Lali lanzó un fuerte gemido.
Se sentía muy vulnerable. Abrió los ojos. El recuerdo de la noche pasada le
hizo arder las mejillas.
¡Que Dios
la ayudara; nunca podría volver a mirarlo a los ojos! Se había comportado como
una desvergonzada. Recordó que le había pedido que se detuviese, pero el hombre
estaba decidido a seguir. Pero al admitir que ella también había insistido, casi
con vehemencia, en que no se detuviera, resolvió que se quedaría el resto del
día debajo del manto.
Pero le
pareció que Peter disfrutó de lo que hicieron. Lali apartó la manta del rostro
y de inmediato vio a Peter. Estaba de pie al otro lado del claro entre los
caballos. Lali advirtió que los animales ya estaban ensillados; listos para
comenzar el día de marcha.
Fuego
Fatuo se comportaba como una hembra enamorada. Insistía en dar topetazos a la
mano de Peter en procura de caricias.
De pronto,
Lali también deseó una palmada cariñosa. Pensó que la noche anterior lo había
complacido pero, por desgracia, se quedó dormida antes de que su esposo tuviese
ocasión de decírselo.
Necesitaría
fingir un enfado para disimular la vergüenza. Como Peter no le prestaba la menor
atención, se levantó, se quitó el manto y se puso rápidamente la camisa. Sabía
que su atuendo no era nada recatado, pero resolvió no demostrarle timidez
alguna pues imaginó que lo consideraría una debilidad.
Peter ni
miraba en dirección de Lali. La muchacha juntó su ropa y se dirigió hacia el
estanque con toda la dignidad que le permitieron los muslos entumecidos. Se
lavó, se puso un vestido azul claro y se trenzó el pelo. Cuando regresó al
campamento, el ánimo de Lali había mejorado considerablemente. Después de todo,
era un nuevo día, y por cierto, un comienzo.
Por otra
parte, había cumplido el deber de esposa, ya que permitió que Peter se acostara
con ella.
“¿Piensa
que soy de hierro?”, se preguntó Peter en cuanto vio a la esposa que caminaba
hacia él.
Ninguna
mujer lo tentaba de esa forma. Antes jamás había conocido un deseo tan intenso.
“Poséelas y olvídalas”, había sido su lema hasta el momento. Pero Lali era
diferente. “¡Dios me ayude!”, pensó. “Está comenzando a importarme.” No era de
la clase de mujeres que se olvidan. En el mismo instante en que se levantó y lo
miró, un deseo al rojo vivo lo atenazó. Tenía los rizos revueltos. Recordó lo
sedosos que los sintió cuando los alzó para que el viento los secara mientras Lali
dormía. No pudo dejar de acariciarle la piel después de hacerle el amor. Y
también durmió mientras la acariciaba.
Peter, en
cambio, no durmió nada. Las caderas de Lali estaban incrustadas contra su dura
virilidad. Cada vez que se movía, deseaba poseerla nuevamente. El único motivo
por el que se contuvo era porque Lali no podría caminar durante una semana si
le hacía todo lo que quería hacerle. Para ella era demasiado pronto. Necesitaba
tiempo para que la inflamación se aliviara. Decidió no volver a tocarla hasta
que llegaran al hogar. Y ya estaba lamentando la decisión.
No estaba
hecho de hierro, pero su inocente mujercita aún no lo sabía. De lo contrario,
no estaría allí, con tan escaso atuendo, si tuviese una idea de lo que rondaba
por la mente de su esposo. “Quizá lo sepa”, pensó Peter. “¿intenta que vuelva a
hacerle el amor sin decírmelo de modo directo?” Peter reflexionó sobre esa
posibilidad un largo minuto y llegó a la conclusión de que Lali era demasiado
ingenua para comprender cuánto lo excitaba.
Por
supuesto, Peter la ilustraría en cuanto llegaran al hogar.
—Gracias
por prestarme el manto.
El hombre
se volvió al oír la voz de Lali, y la vio con la mirada fija en sus propias
botas.
—Es tuyo, Lali.
—¿Un
regalo de bodas?
No lo
miraba. Y pese a que tenía la cabeza gacha, Peter pudo ver que estaba
sonrojada. Y eso lo divirtió. ¡Diablos, se había comportado como una gata
salvaje entre sus brazos! Peter tenía marcas que lo demostraban. Y ahora
actuaba como si fuese a desmayarse ante la primera palabra incorrecta.
—Puedes
considerarlo así —admitió, encogiéndose de hombros. Tomó la bolsa de viaje de Lali
y lo sujetó en el arnés de la montura de Fuego Fatuo.
—Peter,
tengo once chelines.
Esperaba
que se volviese, pero Peter no respondió. Lali no se amilanó por ello.
—¿Hay
algún sacerdote en las Tierras Altas?
Esa
pregunta atrajo la atención de Peter y se volvió a medias hacia ella. De
inmediato, Lali bajó la vista. Parecía estar recobrando poco a poco el valor,
pues en ese momento le miraba el pecho en lugar de las botas.
—Sí,
tenemos un sacerdote. ¿Por qué lo preguntas?
—Quiero
emplear uno de mis chelines para comprarte una indulgencia —afirmó Lali. Se
metió el manto bajo el brazo y unió las manos.
—¿Una qué?
—Una
indulgencia —explicó Lali—. Será mi regalo de bodas para ti.
—Entiendo
—repuso el hombre, tratando de no reír.
Quiso
preguntarle si creía que su alma necesitaba ayuda, pero la seriedad del tono de
Lali lo obligó a tomar en cuenta los tiernos sentimientos de la joven. “Tendré
que superar este ridículo pesar”, pensó Peter. “Los sentimientos de mi mujer no
deberían importarme en lo más mínimo.”
—¿Eso te
complace? —preguntó, esperando una respuesta amable.
La
respuesta de Peter consistió en encogerse de hombros.
—Pensaba
que sería un regalo apropiado, pues ayer tú mataste a un hombre por accidente.
La indulgencia disminuirá tu tiempo en el Purgatorio. Eso es lo que dice el
padre Charles.
—No fue
accidental, Lali, y tú misma mataste a un hombre.
—No lo
hice.
—Sí, lo
hiciste.
—No te
alegres tanto de eso —musitó Lali—. Y yo lo maté por necesidad, de modo que no
necesito una indulgencia para mí misma.
—¿De modo
que sólo mi alma te preocupa?
Lali
asintió y Peter no supo si sentirse insultado o divertido. Sacudió la cabeza al
pensar en todas las monedas que conseguiría el padre Jasper en el futuro si su
esposa seguía comprándole indulgencias cada vez que mataba a alguien. Al
término de un año, el sacerdote terminaría siendo más rico que el rey de Inglaterra.
Lali pensó
que sin duda Peter no era una clase de persona agradecida. No dijo una palabra
de gratitud.
—¿Hay un
herrero, también?
Peter
asintió y esperó a que Lali siguiera hablando. Sólo Dios sabría qué tenía en
mente en ese momento. Por extraño que fuese, estaba ansioso de saber lo que
pensaba. “Otra afección”, se dijo. “También tendré que corregir este problema.”
—Entonces,
emplearé los demás chelines en comprarte otro regalo de bodas —levantó la vista
y supo que había conquistado la atención de Peter. —He pensado en el regalo
adecuado para ti y sé que te agradará.
—¿Y qué
será? —preguntó, y el entusiasmo de Lali le resultó tan cautivante como la
sonrisa. No tuvo ánimo para decirle que no usara las monedas para pagar nada en
las Tierras Altas. Pronto lo descubriría por sí misma.
—Una
espada.
Le pareció
que Peter quedaba atónito ante el anuncio e hizo un gesto enfático indicándole
que hablaba en serio. Luego bajó la vista nuevamente.
Peter
creyó que no le había oído bien.
—¿Qué
cosa?
—Una
espada, Peter. Es un buen regalo, ¿no crees? Todo guerrero debería llevar una
al costado. Advertí que te faltaba cuando nos atacaron los descastados. Me
pareció muy extraño, pues creía que todos los guerreros necesitan tener un arma
disponible. Luego consideré el hecho de que eres escocés, y quizá tu
entrenamiento no incluyó... Peter, ¿por qué me miras así?
Peter no
pudo responderle.
—¿Te
agrada mi regalo? —preguntó con un tono preocupado.
Peter
forzó un breve gesto de asentimiento. Fue lo único que pudo hacer. Lali sonrió
aliviada.
—Sabía que
te gustaría.
Peter
volvió a asentir y se alejó.
Por
primera vez en su vida Peter Lanzani estaba mudo. Al parecer, Lali no lo
advirtió.
—Nicolás
lleva espada, lo vi de inmediato. Como los dos sois buenos amigos, quizás él
tenga tiempo de enseñarte el uso apropiado de la espada. He oído decir que es
muy efectiva en batalla.
Peter dejó
caer la frente sobre la montura. Lali no podía verle el rostro porque estaba
vuelto hacia el otro lado, pero vio que los hombros se le sacudían.
Sin duda,
estaba embelesado por la gratitud.
Lali se
sintió orgullosa de sí misma. Le había ofrecido un gesto de amistad, y Peter lo
había aceptado. Por cierto, de ahí en adelante la situación de ambos mejoraría.
Con el
tiempo, quizás olvidaría que era inglesa y comenzaría a quererla.
Se alejó
de su esposo, pues quería pasar unos minutos con Eugenia antes de que
comenzaran otra vez el viaje. Ya sabía cómo llevarse bien con él, y quería
compartir la experiencia con su hermana, aunque no le hablaría de la noche
pasada. No, esa parte tendría que descubrirla Eugenia por sí misma. “Tal vez”,
pensó Lali, “Eugenia ya lo sabe.”
Lali se
sintió como si acabara de descubrir los secretos de la vida. La bondad atraía
más bondad. Uno no muerde la mano que lo acaricia, ¿verdad?
—Lali, ven
aquí.
La orden
fue demasiado vivaz para el gusto de Lali, pero mantuvo la sonrisa y volvió
junto a Peter. Fijó la mirada en el pecho del esposo y esperó a que hablara.
Peter le
levantó la barbilla.
—¿Estás
bien, esposa? ¿Podrás cabalgar hoy?
No
entendió qué era lo que le preguntaba.
—Estoy
bien, Peter, en serio.
—¿Estás
demasiado débil? —insistió Peter.
El
inmediato rubor que encendió las mejillas de Lali le dijo que ahora lo
entendía.
—Se supone
que no debes mencionarlo —murmuró. Peter no pudo resistir la tentación:
—¿El qué?
Aunque a Peter
le pareciera imposible, el rubor de Lali se intensificó.
Me encanta más!
ResponderEliminarcomo mar jejje ame el marato espero el sigiente!
ResponderEliminarQuiero otrrooo
ResponderEliminarAhh quiero saber como sigue esta historia.. Si por favor mañana a la tarde seguí con la maraton.. (:
ResponderEliminarmas mas mas mas mas mas mas!!!
ResponderEliminarmas mas mas mas mas mas mas!!!
mas mas mas mas mas mas mas!!!
mas mas mas mas mas mas mas!!!
mas mas mas mas mas mas mas!!!
mas mas mas mas mas mas mas!!!
mas mas mas mas mas mas mas!!!
mas mas mas mas mas mas mas!!!
awww bueno alto rock laliter jajajaja me parece q van por buen camino y yo voy camino a dormir se me cierran los ojos gracias por el maraton grosa se despide tu mano derecha jajjjajaj besos bye
ResponderEliminarbuen capitulo quiero saber como sigue
ResponderEliminar@arimurb
ResponderEliminarMasssss
Epa!! llego el rock ajajaj van bien eh! espero mas nove! besos! Giu
ResponderEliminarMaaas genial sister
ResponderEliminar