lunes, 28 de enero de 2013

Cap 24


Hola! aca dejo el cap,esq anoche no me sentia muy bien para subir.
Ahora a la q me dijo q despareci,pues no jaja estoy bien por ahi ando medio enferma de un ojo(razon por la cual no subo seguido)y quien eres?? jaja chicas si firman como anonimos identifiquensen! para saber quien es quien jaja
Bueno y a la q me hablo de lo de Atrapada en su chanteje,buscame en mi twitter(@Angie_232alma) o en mi face (Angie Muñoz Lanzani) y hablamos dale!:)

Bueno a leer!!


Capitulo 24
Llegaron a la abertura en el muro. Lali y su hermana se sentaron sobre un cerco bajo de piedra.
—Muy bien, Eugenia, dime qué sucedió —le dijo Lali—. Aquí estamos solas.
—Es vergonzoso —le advirtió Eugenia—. Pero tú eres la única con quien me atrevo a hablar, hermana.
—¿Si?—la animó Lali.
—Nicolás no me exigió que me entregase a él.
La frase cayó en el vacío. Lali esperaba que Eugenia dijese algo más, y Eugenia, la reacción de su hermana.
—¿Te dio alguna razón?
—Sí —respondió Eugenia—. Y al principio pensé que lo hacía por consideración. Dijo que me daría tiempo para conocerlo.
—Eso fue considerado de parte de Nicolás —admitió Lali, y frunció el entrecejo pensando por qué Peter no se comportó del mismo modo con ella. Pero recordó que Peter no tenía compasión hacia nadie.
Eugenia rompió a llorar otra vez.
—Como te he dicho, así lo pensé yo. Pero luego me dijo que se sentía muy disgustado conmigo porque yo te obligué a protegerme cuando esos hombres nos atacaron. En realidad, Nicolás piensa que yo tendría que haberte protegido a ti.
—¿Por qué?
—Porque tú eres la menor.
—¿Acaso le explicaste que yo poseo mejor entrenamiento en las destrezas...?
—Intenté hacerlo, pero no quiso escucharme. Y entonces, volvió a insultarme. Admito que le dije algunas cosas desagradables. Sin embargo...
—¿Qué te dijo?
—Me dijo que quizá yo fuera tan fría como un pez, Lali, que todas las inglesas lo somos.
—¡Oh, Eugenia, qué cosa tan hiriente para decirle a una novia flamante!
—Eso no es lo peor, Lali —musitó Eugenia—. Cuando llegamos al hogar de Nicolás, estaba esperándolo una mujer gorda y fea. De inmediato, se arrojó en los brazos de Nicolás, y él no la rechazó. ¿Qué te parece?
—Tienes razón, hermana.
—¿Razón?
—Has hecho que lo odiara.
—Te lo dije —afirmó Eugenia—. ¿Y bien? ¿Qué tengo que hacer? Jamás encontraría el camino de regreso a la casa de papá, y estoy segura de que los hombres de Nicolás no me creerían si les dijera que tengo permiso del señor para regresar a Inglaterra.
—No, es imposible que crean eso —confirmó Lali.
—¡Quiero ir con papá!
—Lo sé, Eugenia. Yo también lo echo de menos. En ocasiones, yo también quisiera volver.
—¿Peter te considera fría como un pez?
Lali se encogió de hombros.
—No me lo ha dicho.
—¿Peter tiene una sierva amante?
—¿Qué cosa?
—¿Una amante?
—No lo sé —respondió Lali—. Quizá tenga otra mujer —susurró—. ¡Oh, Eugenia, por Dios, no se me había ocurrido!
—Lali, ¿podría vivir aquí, contigo?
—¿Estás segura de que eso es lo que quieres?
La hermana asintió.

—Eugenia, cuando conocimos a nuestros esposos, yo pensé que Nicolás era el más amable de los dos. Sonreía, y parecía tener un talante alegre.
—Yo también lo advertí —dijo Eugenia—. Lali, ¿y si estuviese en lo cierto? ¿Y si yo fuese fría como un pez? Existen mujeres que no son capaces de responder a las caricias de un hombre. Creo que la tía Ruth era así. ¿Recuerdas lo áspera que era con su esposo?
—Era áspera con todo el mundo —dijo Lali.
—Sé que esto debe de ser incómodo para ti, pero me preguntaba si...
—¿Si, Eugenia?
—¿Todos los hombres son como Nicolás, o Peter es más...? ¡Oh, no sé qué es lo que quiero preguntar! Ahora me aterroriza la idea de que Nicolás me toque, y es por culpa de él.
Si bien Lali no sabía cómo ayudar a Eugenia, estaba resuelta a intentarlo.
—Eugenia, tengo que buscar a Peter antes de que salga de caza —exclamó.
—¿Necesitas su permiso para que yo me quede? —preguntó Eugenia, asustada—. ¿Y si se niega?
—No necesito el permiso de Peter —alardeó Lali, tratando de parecer convencida—. Lo que tengo que decirle ahora es otra cosa. Eugenia, ve a esperarme en el salón. Preséntate ante el sacerdote, el padre Jasper. Vamos, hermana, no te enfurruñes. Te agradará. No es como nuestro padre Charles. Yo me reuniré contigo en cuanto haya hablado con Peter. Luego, te prometo que terminaremos la conversación.
Antes de comenzar a descender la colina, Lali observó irse a su hermana. Pensaba mirar hacia el camino para ver si Peter y sus hombres ya se habían marchado.
En cuanto puso un pie fuera del muro, le bloqueó la salida una fila de soldados. Llenaban las planchas de madera del puente levadizo que cruzaba el foso. Lali imaginó que habían caído del cielo y, por cierto, eran más formidables que el muro mismo. ¡Tuvo que mirarlos uno por uno!
—¿Por qué me obstruyen el camino? —preguntó a un hombre de barba roja que estaba frente a ella.
—Tenemos órdenes, señora —dijo el soldado.
—¿De quién?
—De Lanzani.
—Entiendo —repuso Lali, disimulando la irritación—. ¿Ya ha salido mi esposo de la fortaleza?
—No —respondió el soldado, con una sonrisa que suavizaba su expresión—. Está de pie detrás de usted.
Lali no le creyó, hasta que se dio la vuelta y se encontró cara a pecho con Peter.
—Te mueves como una sombra —murmuró, una vez que se recobró.
—¿Dónde crees que vas? —le preguntó Peter.
—Estaba buscándote. ¿Por qué diste órdenes de que me obstruyeran la salida?
—Por tu seguridad claro.
—Entonces, ¿seré una prisionera mientras estés ausente?
—Si prefieres considerarlo así... —dijo Peter.
—Peter, me gustaría ir a cabalgar por las tardes. Te prometo que no huiré. Sin duda...
—Lali, nunca pensé que huirías —replicó Peter, con evidente exasperación.
—Y entonces, ¿por qué?
—Podrías perderte.
—Nunca me pierdo.
—Sí.
—¿Y si prometo que no me perderé?
La expresión de Peter le demostró lo tonta que le parecía la pregunta. Victorio se acercó al señor sujetando las riendas del caballo de Peter. Antes de que Lali pudiera decirle que necesitaba hablarle sobre Eugenia, el esposo había montado.
Lali se interpuso.
—Eugenia está aquí.
—La he visto.
—Antes de que te marches, tengo que hablarte acerca de mi hermana. Peter, es un asunto muy importante pues de lo contrario no te habría molestado.
—Te escucho, esposa. Pregúntame lo que quieras.
—Oh, no, tiene que ser en privado —dijo Lali precipitadamente.
—¿Por qué?
Lali frunció el entrecejo; ese hombre obstinado no le facilitaba las cosas. Se acercó al costado de Peter, le tocó una pierna con el dedo y dijo:
—Lanzani, necesito hablar a solas contigo. Me aseguraste que me concederías todo lo que te pidiera, si era posible. Sin duda, esto es posible.
Mientras Peter se decidía, Lali mantuvo la cabeza gacha. Al oírlo suspirar, supo que había ganado, pero lanzó una exclamación de sorpresa cuando el esposo la alzó sin esfuerzo y la dejó sobre el caballo. Lali sólo atinó a sujetarse de la cintura de Peter antes de que el animal saliera al galope. Peter no se detuvo hasta que estuvieron bien lejos de los hombres y del muro.
Lali se demoró alisándose la falda. Estaban rodeados de árboles. La joven echó una mirada alrededor para asegurarse de que estuviesen solos y luego fijó la vista en sus propias manos.
Cuando al fin habló, la paciencia de Peter estaba casi agotada.
—¿Por qué no esperaste para acostarte conmigo?
Peter no estaba preparado para semejante pregunta.
—Peter, por consideración hacia los sentimientos de Eugenia, Nicolás está esperando. Quiere que antes ella lo conozca mejor. ¿Qué opinas de eso?
—Pienso que no tiene demasiados deseos de acostarse con ella, pues en caso contrario ya lo habría hecho. Eso es lo que opino. Y yo te poseí porque lo deseaba —continuó—. Tú me deseabas, ¿no es cierto?
—Sí —admitió Lali—. Es decir, al principio no. Mira Peter, lo que quiero comentar es el problema de Eugenia, no el mío.
El hombre no hizo caso de la incomodidad de la mujer.
—Te gustó.
Aun sabiendo que la arrogancia de Peter se desbordaría, Lali fue sincera.
—Sí, me gustó.
—Mírame.
—Prefiero no hacerlo.
—Yo prefiero que lo hagas.
Peter le alzó lentamente la barbilla, obligándola a mirarlo en la cara y vio que se ruborizaba. No pudo contenerse y le besó la frente fruncida.
—¿Y ahora qué te aflige?
—¿A ti te gustó? —preguntó la joven.
—¿No lo adivinaste?
—Nicolás afirma que las inglesas somos frías como peces —dijo con énfasis para que Peter no creyese que bromeaba. Peter rió.
—No es divertido —dijo Lali, en tono severo—. Y todavía no has respondido a mi pregunta.
—¿Qué pregunta? —la provocó Peter.
—¿Soy fría como un pez?
—No.
Lali suspiró aliviada.
—Peter, una esposa necesita oír estas cosas.
—¿Quieres que te haga el amor ahora?
—¿A la luz del día? ¡No, cielos!
—Si no quitas las manos, te haré el amor ahora mismo —dijo Peter en tono ronco.
Lali vio que estaba apretando el muslo de su esposo con las manos y lo soltó de inmediato.
—¿Entonces significa que no importa si llevo puesto tu manto o no, como lo sugeriste antes?
—No lo sugerí; afirmé un hecho. Antes de que vuelva a tocarte, usarás mis colores. Y ahora, ¿has terminado con tus preguntas?
—¿Estás enfadándote?
—No.
—Pues lo pareces.
—Deja de provocarme.
—¿Tienes otra mujer?
En ese mismo momento, Peter supo que nunca comprendería cómo funcionaba la mente de la mujer, ya que de pronto le presentaba las preocupaciones más absurdas.
—¿Te importaría si así fuese? —le preguntó.
Lali asintió.
—¿A ti te importaría si yo me entendiese con otro hombre?
—¿Si te entendieses, dices?
—Tú sabes lo que quiero decir.
—No lo permitiría, Lali.
—Bien, yo tampoco.
—Esposa, hablas como si fuésemos los dos iguales.
Lali comprendió que lo había exasperado y quiso borrarle el ceño.
—Peter, todavía no has respondido a mi pregunta.
—No, no tengo otra mujer.
Lali sonrió.
—No eres fría —le dijo el hombre—. Y al formularme una pregunta semejante, me ofendes.
—¿Cómo es que te ofendo?

—Porque tengo la responsabilidad de enardecerte. Y tú estabas caliente, ¿no es así, Lali?
En realidad, la arrogancia de Peter consoló a Lali, aunque no comprendió el motivo.
—Quizá —murmuró, contemplando la boca del hombre—. Pero quizá no, esposo. Creo que lo he olvidado.
Peter se propuso recordárselo. Le atrapó el rostro entre las manos y posó la boca sobre la de Lali. La joven cerró los ojos expectante.
La boca de Peter, posesiva, se adueñó de la de Lali y la lengua entró y salió, cumpliendo el rito sexual que estremeció el corazón de la joven. Al sentir que se rendía, Lali trató de apartarse, pero Peter se lo impidió. La boca voraz del hombre asaltó una y otra vez la de la mujer, y pronto Lali olvidó toda idea de detenerlo.
La hizo desear más. Lali lo imitó, con timidez al principio, luego con audacia, hasta que las lenguas de los dos se acariciaron en el más erótico de los juegos. Cuando la muchacha gimió y se apretó contra él en un movimiento instintivo, Peter supo que había llegado el momento de detenerse. Si en ese instante no controlaba sus propias emociones turbulentas, Peter sabía que la poseería.
¡Diablos, tal vez él estuviera más caliente aun que ella! Con un quejido de frustración, se apartó de la esposa y tuvo que quitarle las manos de sus propios hombros. De inmediato, Lali ocultó el rostro en el hueco del cuello de Peter. Tenía el aliento entrecortado, como si acabara de correr una gran distancia colina arriba, y percibió que la respiración del hombre parecía tan agitada como la propia. Eso le demostró que el beso afectó a Peter tanto como a ella misma.
Pero las esperanzas de Lali quedaron destruidas cuando Peter dijo:
—Si has terminado con tus preguntas tontas, me gustaría volver a ocuparme de cuestiones más importantes.
¿Cómo se atrevía a fingirse tan aburrido tras un momento de tan maravillosa intimidad?
—Peter, no es necesario que te comportes como si yo sólo fuese una molestia para ti.
—Lo eres —repuso el hombre, suspirando. Y espoleó al caballo en el mismo momento en que Lali se apartaba de él. Al instante, la atrajo con brusquedad otra vez hacia sí. Esta mujer tenía que comprender cuál era su lugar. Peter era el amo, el señor, y sería mejor que comenzara a aceptar pronto ese hecho.
—No tienes conciencia de tu propia fuerza —musitó Lali.
—No, mujer. Tú eres la que aún no conoce mi fuerza.
La aspereza del tono de Peter hizo estremecer a Lali.
—¿Estás...?
—No te atrevas a preguntarme si estoy enfadado contigo —rugió Peter.
Lali ya tenía la respuesta. Estaba enfadado con ella, sin duda. ¡Dios era testigo de que le zumbarían los oídos toda la semana!
—No tienes que gritarme —dijo—. Y sólo pensaba preguntarte si Eugenia podía...
—No me molestes con los problemas de tu hermana —le ordenó. Y agregó con tono más suave—: Una visita de tu familia siempre será bienvenida.
No era precisamente una visita en lo que Lali pensaba, pero ya lo había importunado bastante por ese día.
—Tu talante es muy difícil de juzgar —señaló, cuando regresaron junto al muro y Peter la ayudó a desmontar.
—Peter.
—¿Ahora, qué?
—Pienso que necesitaré las dos semanas completas que me otorgaste antes de usar tu manto. Quizás, en ese tiempo, tú comiences... a quererme un poco.
Peter se inclinó, le sujetó la barbilla y dijo:
—¡Diablos, mujer, en este instante ni siquiera me agradas! —dijo con tono enfadado y frustrado, pues creyó que Lali estaba provocándolo.
Pero la expresión herida de la muchacha lo hizo lamentar el estallido y comprendió que no había tenido intenciones de provocarlo. Más aún, parecía a punto de llorar.
De súbito, Lali se apartó y le mostró una expresión furiosa. En ese momento le recordó a una gata salvaje. Tampoco parecía ya a punto de llorar. Peter se sintió regocijado. Y aliviado...
—Lanzani, tú tampoco me agradas demasiado. —El hombre tuvo el descaro de sonreírle—. Eres demasiado arrogante —afirmó Lali—. No, no me agradas en lo más mínimo.
Peter se movió hacia donde estaban sus hombres y echó otra mirada a la esposa.
—Mientes.
—Yo nunca miento.
—Sí, Lali, y no lo haces nada bien.
Lali le dio la espalda y comenzó a ascender la colina. Peter la observó, pensando en lo bella que estaría cuando vistiera su manto. De súbito, Lali se volvió y le gritó:
—¡Peter! Tendrás cuidado, ¿verdad?
El miedo que percibió en el tono de Lali lo hizo responder. Asintió, pensando que eso la complacería, pero no pudo resistir la tentación de agregar:
—Pensé que no te agradaba, inglesa. ¿Acaso has cambiado de idea tan pronto?
—No.
—Y entonces, ¿por qué...?
—Mira, Lanzani, este no es momento para una discusión a fondo —le dijo Lali. Corrió otra vez junto a Peter para que los soldados no oyeran la conversación—. Tú tienes que salir a cazar —le dijo—. Y yo tengo que hacer que Eugenia se sienta cómoda. Te pido que seas prudente, Peter. —Le dio unas palmaditas en la pierna, y el hombre creyó que lo hacía sin darse cuenta. La mirada afligida de Lali estaba fija en el rostro del hombre— Hazlo sólo para enfadarme.
—¿Por qué me llamas Lanzani cada vez que estás enfadada?
Lali lo pellizcó.
—Nunca me enfado —afirmó—. Aunque no me des responsabilidades —agregó con énfasis—. ¿Te parece bien que reacomode las cocinas mientras tú estás ausente? Peter, eso me dará una ocupación, y pediré a otros que hagan el trabajo pesado; yo me limitaré a dirigirlos.
Peter no tuvo ánimos para negárselo.
—¿No alzarás un dedo?
—No.
El hombre asintió. Y antes de que pudiese abordarlo otra vez, le dijo que le soltara la pierna o la arrastraría con él.
Lali no pareció creer en la amenaza.
La actitud de la mujer lo hizo suspirar. Se sacudió de la cabeza esos pensamientos y se concentró en asuntos más importantes. Más tarde, cuando Victorio lo alcanzó, recordó que Lali le había dicho que tenía que instalar a su hermana de manera confortable.
Pensó que se refería a una visita de un día entero.
Pero sin duda hablaba de instalarla para siempre.
Sí, lo comprendió bien cuando Victorio le informó que lady Lanzani le había dado refugio a su hermana.
Los Riera habían declarado la guerra.
Peter supo que Nicolás debía de estar debatiéndose contra su propia ira. Envió a Victorio de regreso al castillo para vigilar a su esposa puso a otro soldado de confianza a cargo de la persecución, y luego se encaminó hacia las tierras de Riera.
Pudo interceptar a Nicolás cerca del límite entre las tierras de los dos. Por propia decisión Peter iba solo, pero Nicolás llevaba con él un pequeño ejército, armado para la batalla.
Peter frenó al potro y esperó a que Nicolás hiciera el primer movimiento.
No tardó en producirse. Nicolás sacó la espada y la arrojó al aire de modo que la punta se clavara en el suelo, ante el potro de Peter.
Era un gesto simbólico de declaración de guerra. Nicolás esperó a que Peter repitiera el ritual. La expresión de Nicolás se mantuvo impasible pero se convirtió en genuino asombro cuando vio que Peter movía la cabeza y se negaba a arrojar el arma.
—¿Te atreves a rehusar la batalla? —bramó Nicolás, tan colérico que se le hincharon las venas del cuello.
—En efecto —gritó Peter.
—No puedes.
—Pues acabo de hacerlo.
Fue el turno de Nicolás de mover la cabeza.
—Peter, ¿qué juego es este? —preguntó, aunque ya no parecía que estuviese escupiendo brasas.
—No libraré una batalla que no deseo ganar —afirmó Peter.
—¿No quieres ganar?
—No.
—¿Por qué diablos?
—Nicolás, sé sincero, ¿crees que quiero tener a dos inglesas en mi casa?

La pregunta disipó parte de la ira de Nicolás.
—Pero...
—Si ganara, Eugenia se quedaría a vivir con Lali el resto de la vida. Me pides demasiado, amigo.
—¿Tú no estuviste de acuerdo en brindarle refugio a mi esposa? —preguntó Nicolás, con un atisbo de sonrisa.
—No —repuso Peter, exasperado.
—Peter, tu esposa tuvo la audacia de proteger a Eugenia de mí. ¡De mí! Y mi esposa lo permitió. Se ocultó tras las faldas de la hermana, como una niñita.
—Son inglesas, Nicolás. Tu error consistió en olvidarlo.
—Es verdad —admitió Nicolás, suspirando—. Lo olvidé. Pero no me agrada que mi esposa actúe como una cobarde. Es vergonzosa la manera en que obliga a su hermana menor a...
—No es cobarde, Nicolás —lo interrumpió Peter—. Fue educada para actuar así. Lali hizo creer a todas las hermanas que ella las protegería.
Nicolás rió.
—Las dos están locas.
—Sí, así es —concordó Peter—. Hace mucho que somos amigos para permitir que las mujeres creen una brecha entre nosotros. Nicolás, he venido ante ti de buena fe, para pedirte... no, para exigirte que regreses a mi castillo y te lleves a tu esposa.
—¿He recibido una orden? —preguntó Nicolás, riendo.
—Así es.
—¿Y si aún siento deseos de pelear?
—En ese caso, te complaceré —dijo Peter, marcando las palabras—. Pero las reglas serán diferentes.
El tono divertido de Peter intrigó a Nicolás.
—¿Qué?
—El ganador se llevará a las dos desposadas.
Nicolás echó la cabeza atrás y estalló en carcajadas. Peter lo había ayudado a hacer un buen papel frente a sus hombres; le permitió retractarse sin parecer perdedor.
—Peter, tú no cederías tu premio, pero me reanima saber que tú tampoco las tienes todas contigo con tu esposa.
—Se acostumbrará.
—Con respecto a Eugenia, tengo mis dudas.
—Nicolás, lo que se necesita es mano firme.
Nicolás hizo una seña a los soldados de que se fueran antes de responder al comentario de Peter.
—Mano firme y una mordaza, Peter. Desde que llegamos a mi hogar, esa mujer no ha dejado de quejarse. ¿Sabes que hasta le molesta el hecho de que yo tenga una amante?
Peter sonrió.
—Así es más divertido.
—Quizá la deje quedarse con Lali.
—Nicolás, en ese caso habrá guerra. Eugenia te pertenece.
—Tendrías que haberlas visto, Peter. —Arrancó la espada de la tierra, la guardó en la vaina, y añadió—: Tu esposa protegía a Eugenia mientras no dejaba de insultarme. Me dijo cerdo.
—Te han dicho cosas peores.
—Sí, pero sólo mis hombres, y no vivieron mucho tiempo para jactarse de ello.
—Mi esposa tiene carácter —admitió Peter, sonriendo.
—Me gustaría que parte de él se contagiara a Eugenia. Actúa como un conejo asustado.
—Cuando me informaron de este problema, yo estaba tras la huella de los atacantes de Pablo —dijo Peter, cambiando de tema.
—Supimos lo que sucedió —respondió Nicolás—. ¿Qué te parece si te acompaño en la búsqueda? Tengo entendido que los responsables fueron los barones de la montaña —aventuró Nicolás, refiriéndose a los individuos que fueron expulsados de sus respectivos clanes y que formaron su propia unidad. Se les llamaba barones porque era un título que los ingleses valoraban y, en consecuencia, era el apelativo más ofensivo que un escocés podía aplicar. Por otra parte, resultaba apropiado pues, a semejanza de los ingleses, estos hombres de la montaña eran villanos que luchaban sin honor ni conciencia.
—Acepto gustoso tu compañía, Nicolás, pero antes tienes que llevarte a Eugenia a tu casa. Luego puedes alcanzarnos cerca del Peak.
Peter y Nicolás no volvieron a hablar hasta que llegaron al hogar del primero. Lali estaba de pie en el centro del patio con Eugenia a su lado. Al ver a su esposo sonrió, hasta que distinguió la expresión de Peter, y entonces, la sonrisa se esfumó.
—¡Dios, Nicolás tiene una expresión como si quisiera matarme! —murmuró Eugenia, acercándose más a su hermana.
—Sonríe, Eugenia. Eso lo confundirá —le aconsejó Lali, Peter desmontó y se acercó lentamente a su esposa. Desde luego que no sonreía. A decir verdad, la expresión del guerrero era capaz de agriar la leche. Lali hizo una inspiración profunda.
—Peter, ¿ya has dejado la caza?
Peter no hizo caso de la pregunta.
—¿Le has brindado refugio a lady Riera?
—¿Refugio? —repitió Lali—. Yo no lo consideré así, esposo.
—Respóndeme.
El tono enfadado de Peter la quemó como un hierro candente, y eso encendió la ira de la propia Lali. ¿Cómo se atrevía a criticarla ante los invitados?
—Eugenia me preguntó si podía quedarse, y yo le di permiso —dijo—. Si quieres llamarlo refugio, pues hazlo. Yo protegeré a Eugenia.
—¿La protegerás de su propio marido? —preguntó Peter, con aire incrédulo.
—Sí, si el marido resulta ser un patán insensible —respondió Lali. Dirigió a Nicolás una expresión severa, y luego se volvió hacia Peter—. Peter, maltrató los tiernos sentimientos de mi hermana. ¿Qué querías que hiciera?
—Que te ocuparas de tus propios asuntos —le espetó el esposo.
—Fue cruel con ella.
—Sí, lo fue —gritó Eugenia, contagiada del fervor de su hermana—. Si no puedo quedarme aquí, entonces hallaré el camino de regreso a Inglaterra.
—Yo podría guiarte —musitó Lali. Unió las manos y esperó a que Peter respondiese a la amenaza.
—Terminarías en Normandía —vaticinó Peter.
Antes de que Lali pudiese responder, Peter se dirigió a Eugenia. La miró con severidad hasta que la joven se apartó del lado de su hermana, y luego alzó a Lali en los brazos con un férreo apretón. Lali no se resistió, sabiendo que sería en vano. Además, divisó al padre Jasper de pie sobre los escalones, observándolos.

Por cierto, no quería que un clérigo la viese comportarse de un modo impropio de una dama.
—¡No regresaré contigo! —gritó Eugenia.
Nicolás no respondió al reto y se movió con una velocidad asombrosa en un hombre de su tamaño. Antes de que Eugenia pudiese gritar, estaba boca abajo sobre el regazo de su esposo sobre la montura.
Durante esta absurda situación, Lali se desesperó por conservar la dignidad. La pobre Eugenia estaba tendida sobre la montura como un saco de cebada. Y aunque resultara humillante, Lali deseó que Eugenia no armara tanto escándalo. Los chillidos indignados atraían más aún la atención hacia aquella situación lamentable.
—No puedo quedarme inmóvil mientras la avergüenza de este modo —susurró Lali.
—Oh, sí que puedes —afirmó Peter.
—Peter, haz algo.
—No intervendré, y tú tampoco —respondió—. Eugenia no recibe todo lo que merece, Lali. Nicolás tiene un carácter casi tan fiero como el mío. Tu hermana ha avergonzado a su esposo.
Lali observó a Nicolás y a Eugenia hasta que desaparecieron cruzando la planchada.
—No la lastimará, ¿verdad, Peter?
El miedo de Lali era evidente, y Peter lo consideró irracional.
—No le pegará, si eso es lo que te preocupa —respondió—. Ahora, Eugenia es problema de él.
—Mi hermana olvidó su caballo.
—No lo necesitará.
Lali contemplaba la boca de Peter, recordando la sensación que le provocó al besarla. Supo que era una idea tonta, ante el problema de Eugenia que aún no estaba resuelto, pero no pudo evitarlo.
—Quizá yo tendría que llevarle el caballo mañana —dijo Lali, pensando qué hacer para que su esposo la besara otra vez.
Peter la soltó y comenzó a alejarse, pero Lali no quería que la dejara todavía.
—Peter, dijiste que el carácter de Nicolás era casi tan feroz como el tuyo, pero habías asegurado que nunca te enfadabas. ¿No crees que es una contradicción?
—Me entendiste mal —respondió Peter—. Te dije que no me enfadaría contigo.
Comenzó a bajar la colina mientras Lali se alzaba el borde de la falda y corría tras él.
—¿Y cuándo pierdes el control, pues?
Peter no pudo resistir la tentación. Su esposa era demasiado fácil de provocar. No se dio la vuelta para que Lali no lo viera sonreír.
—Cuando se trata de algo que me importa. Algo importante.
La exclamación ahogada de Lali hizo ensanchar la sonrisa de Peter.
—¿Lali?
—¿Qué? —dijo la joven, en un tono que revelaba los deseos de estrangularlo que sentía.
—No me importunes más.
Era el último insulto que estaba dispuesta a permitirle.
—Mira, Lanzani, no es necesario que insistas en el hecho de que me consideras tan insignificante. Lo comprendo muy bien —afirmó—. Si yo huyese, no irías tras de mí, ¿no es cierto?
Peter no le respondió.
—Claro que no lo harías. Soy demasiado insignificante para que te molestes, ¿verdad?
—No, no iría tras de ti.
Lali se vio obligada a bajar la cabeza, pues no quería que si Peter llegaba a darse la vuelta viese cuánto la había lastimado.
¿Qué le importaba si iba tras ella o no? “Es un escocés bárbaro”, se recordó.
—Mandaría a alguien a buscarte. —Por fin, Peter se dio la vuelta y la tomó en los brazos—. Pero no irás a ningún lado y, en consecuencia, no tiene importancia, ¿verdad?
—Peter Lanzani, comienzo a detestarte.
—Inglesa, tendrías que hacer algo para cambiar ese temperamento. —Le acarició la mejilla—. Trata de no meterte en líos mientras yo esté ausente.
Lali supuso que esa era una especie de despedida, pues Peter montó el potro y la dejó allí, mirándolo.
Se tocó la mejilla que Peter había acariciado.
Luego enderezó los hombros y apartó la mano con brusquedad.
Casi lo odiaba. Casi...
Recordó que le había dado permiso para reacomodar las cocinas. Y aunque era una tarea pequeña, significaba un comienzo. Llegado el momento, cuando comprobara cuánto más agradable quedaría el hogar, Peter dependería de Lali.
Lali irguió los hombros y comenzó a subir la colina.
Sería mejor que empezara en ese mismo momento.
Sonrió con renovado entusiasmo. Peter le había dado una tarea.

30 comentarios:

  1. me encanta jaja son igualitos los dos, los amo

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  2. mas nove mas nove!!!
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  4. que feo que nico tenga una amante ojala y la deje y comience a tener un poco mas de paciencia con euge.

    quiero mas laliter por favorr!!!

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  5. mas nove mas nove!!!
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  6. mas laliter por favor!!!!

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  7. otro capitulon jajajaj me mato eso de esta detras de usted jajjajaj me rei mucho pero desafortunadamente tambien me mata todo lo q siente la pobre lali y si feo q nico tenga una amante ademas gorda jajajajaj sera verdad???

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  8. jajaj Lali y Euge estaban por hacer nacer una guerra entre los Lanzani y los Riera! ajjaaj
    Lali y Peter me pueden jaja se quieren pero no quieren admitirlo porque son orgulllosos y porque Peter pone estas estupidas "reglas" escoceses que el no se enamora de la mujer y que ella tiene que hacer lo que el dice! jajaja Pero Peter ya esta loco por Lali :P jajaja
    Espero el proximo y espero que te pongas bien!!!
    Besos

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  9. lo qe lali necesita es senitrse qerida y mimada estuvo tanto tiempo haciendose cargo y cuidando de los demas qe no se da cuenta de lo qe emberdad necesita mmasssss

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  10. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  26. Que lioooooooooooooo
    MAAAAAAAAAAAAAAASSSSSSSSSSS

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