domingo, 27 de enero de 2013

Cap 23


Holaaaa q tal su dia?? espero esten disfrutando de este fin de semana,bueno gracias por las firmas!! son un amor!! aca dejo cap y tal vez nos leemos en la noche,quieren? bye


Capítulo 23

La primera semana Lali inició tres guerras.

Las intenciones de Lali eran buenas. Había decidido sacar el mejor partido posible de la situación, aceptando el hecho de que estaba casada con un señor. Cumpliría su deber de esposa y cuidaría de Peter y del hogar. Sin importar lo difícil que fuese la adaptación para Peter, Lali no pensaba eludir sus propias obligaciones.
En el fondo de la mente tenía la esperanza de que, mientras se ocupaba de las nuevas tareas, también podría realizar algunos cambios que le parecían necesarios. Si en realidad se lo proponía, hasta podría civilizar a estos habitantes de las Tierras Altas.
Las guerras, una tras otra, se abatieron sobre Lali, aunque no estaba dispuesta a culparse por haber desatado los conflictos. No, la culpa era de los escoceses, de sus ridículas costumbres, de su naturaleza empecinada y, en especial, de su inflexible orgullo. ¿Acaso Lali tenía la culpa de que ninguno de estos bárbaros tuviera una pizca de sentido común?
Lali durmió hasta después del almuerzo el día siguiente de la cura de Pablo. Pensó que merecía un descanso prolongado hasta que recordó que era domingo y que había faltado a misa. Era un deber asistir, y se irritó al comprender que nadie la había despertado. Ahora tendría que gastar uno de sus chelines para comprar una indulgencia.
Se puso una camisa de color crema y encima una prenda de color rubí, se colocó un cinturón trenzado muy suelto, de modo que se apoyara sobre las caderas, como dictaba la moda de esos días. Si bien no había estado en la Corte, se mantenía al tanto del estilo más moderno aunque fuese incómodo. No quería que los escoceses la consideraran una chica campesina ignorante. Era la esposa del señor y tenía que estar siempre elegante. Se cepilló el cabello, se pellizcó las mejillas para darles color, y fue a ver cómo estaba el paciente. Si Pablo estaba bien, buscaría al sacerdote y pondría el asunto en sus manos.
Temía la penitencia que sin duda le daría.
Sin embargo, la suerte estaba del lado de Lali. No sólo Pablo dormía apaciblemente sino que también el sacerdote estaba en el salón, pues le tocaba el turno de cuidar al enfermo.
Cuando vio acercarse a Lali, el clérigo hizo ademán de levantarse.
—Por favor, quédese sentado, padre —le pidió Lali, sonriendo.
—No fuimos presentados como corresponde —dijo el cura—. Soy el padre Jasper, lady Lanzani.
Era difícil entenderlo, pues la voz del sacerdote era tenue como el aire y el rodar de las “r” complicaba la cuestión. Se le oía como si tuviese inminente necesidad de toser y Lali tuvo que contener la tentación de toser por él.
—Padre, ¿se le alivió el dolor del pecho? —preguntó.
—Sí, milady, sin duda —respondió el padre Jasper—. Hacía muchas noches que no dormía tan bien. Esa poción me mejoró mucho.
—Me gustaría prepararle un ungüento para que se frote el pecho —dijo Lali—. En una semana, la tos desaparecería.
—Gracias por perder el tiempo en ayudar a este viejo, chica.
—Padre, debo advertirle que el olor de esta pasta es tan desagradable que todos sus amigos se alejarán de usted.
El padre Jasper sonrió:
—No me importará.
—¿Ha descansado bien?
—Ahora duerme, pero más temprano Victorio tuvo que contenerlo. Pablo quería quitarse las vendas del brazo herido. Rocío estaba tan angustiada que quería despertarte, pero Victorio le ordenó que se fuera a acostar.
Al oír las noticias, Lali frunció el entrecejo mientras examinaba los dedos hinchados del guerrero: tenían buen color, cosa que la satisfizo. Le posó la mano sobre la frente.
—No tiene fiebre —afirmó—. Padre, sus plegarias lo salvaron.
—No, muchacha —replicó el padre—. Tú fuiste la que lo salvó. Dios debe de haber decidido que Pablo permanezca con nosotros y, en su sabiduría, te envió a ti para que lo curases.
El elogio incomodó a Lali.
—Bueno, le envió a una pecadora —exclamó, deseosa de terminar con el enojoso asunto—. Esta mañana he faltado a misa —explicó, tras dejar una moneda en la mano del padre—. Por favor, tome esta moneda para comprar una indulgencia.
—Pero, señora...
—Padre, antes de que decida qué penitencia me corresponde, quisiera explicarle mis motivos. Si Peter me hubiese despertado, yo no habría faltado a la misa —dijo, con los brazos en jarras, arrojando el cabello tras el hombro en un gesto que al padre Jasper le pareció encantador—. Ahora que lo pienso, en realidad este también es un pecado de Peter. ¿Qué opina usted?
El sacerdote no se apresuró a responder.
—¿Sabe usted? —continuó Lali—. Cuanto más pienso en el problema, más me convenzo de que Peter tendría que haberle dado la moneda. En realidad, es culpa de él.
El padre Jasper no podía seguir el hilo del pensamiento de Lali. Tuvo la sensación de que había entrado un torbellino en la habitación. Un torbellino en el que brillaba el sol. El anciano sintió deseos de reír de alegría. Ahora se disiparía la pesadumbre que flotaba sobre el hogar de Peter desde la muerte de María: estaba seguro de ello. Había visto el modo en que el señor contemplaba a la esposa mientras ésta curaba a Pablo: estaba tan sorprendido como los demás... y tan complacido como ellos.
—Padre... —preguntó Lali—. ¿Qué opina de mi preocupación?
—Ninguno de los dos ha pecado.
La sorpresa que provocó su comentario hizo sonreír al padre Jasper. Lady Lanzani parecía pasmada.
—Eres muy devota, ¿verdad lady Lanzani?
Dejar que el padre Jasper pensara eso habría sido un pecado.
—¡Oh cielos, no! —dijo Lali precipitadamente—. No puedo permitir que crea semejante cosa. Es que el sacerdote que tenemos, allá en mi patria..., bueno, es muy devoto, y debo decirle que sus penitencias por lo general son espantosas. Yo creo que el aburrimiento lo hacía ser muy estricto. En una ocasión, hizo cortarse el pelo a Agnes. Ella lloró durante una semana.
—¿Agnes?
—Una de mis queridas hermanas —le aclaró Lali.
—Debió de haber cometido un pecado terrible —señaló el padre Jasper.
—Se quedó dormida durante uno de los sermones —confesó Lali.
El sacerdote contuvo la risa.
—Aquí no somos tan rigurosos —le advirtió—. Te prometo que nunca te obligaré a cortarte el pelo, lady Lanzani.
—Es una pena que usted no viviera con nosotros en aquel entonces —dijo Lali—. El cabello de Agnes no volvió a rizarse desde que la obligó a cortárselo.
—¿Cuántos sois en tu familia? —preguntó el clérigo.
—Éramos cinco, todas muchachas, pero Eleanor, la mayor, murió cuando yo tenía siete años, de modo que no la recuerdo bien. Luego vienen las mellizas, Agnes y Alice, después Eugenia y por fin, yo, que soy la menor. Papá nos crió él solo —agregó con una sonrisa tierna.
—Me parece una familia sólida —señaló el cura con gesto enfático—. ¿Tus hermanas son tan bonitas como tú?
—¡Oh, mucho más bonitas! —exclamó Lali—. Cuando se casó con papá, mi madre estaba preñada de mí. Mi padre había perdido a su esposa, ¿sabe usted?, y mi madre perdió a su marido poco antes de casarse con el barón. Sin embargo, a papá no le importó. En cuanto se casó con mamá, yo me convertí en su niñita.
—Un buen hombre —comentó el padre Jasper.
—Sí —confirmó Lali con un suspiro—. El solo hecho de hablar de mi familia me hace echarla de menos.
—En ese caso, no hablaremos más de ello —sugirió el padre Jasper—. Por favor, toma esta moneda y dale un empleo mejor.
—Preferiría que la conservara, pues creo que al alma de mi esposo le hace falta. A fin de cuentas, es un señor y tiene que matar en la batalla. No me malinterprete, padre, pues Peter jamás tomaría una vida sin un buen motivo. Aunque no lo conozco tanto como usted, creo que no buscaría problemas. En el fondo del corazón, sé que es así. En esta cuestión, deberá aceptar mi palabra, padre.

Peter entró en el salón a tiempo de escuchar la defensa que su esposa hacía de él.
—Estoy de acuerdo contigo, muchacha —respondió el sacerdote. Alzó la vista y se encontró con el semblante exasperado del señor. Le costó esfuerzo contener la risa.
—Bien —dijo Lali con evidente alivio—. Me alegro de que esté de acuerdo. Aunque sea vergonzoso admitirlo, estoy harta de tener que preocuparme constantemente por mi alma. El padre Charles nos obligaba a confesar cualquier pensamiento y, para serle sincera, en ocasiones yo inventaba algo sólo para complacerlo. Es un sacerdote muy concienzudo y llevábamos una vida muy tranquila. Nunca sucedía nada pecaminoso.
Al padre Jasper le pareció que aquel sacerdote debía de ser un fanático.
—Lady Lanzani, aquí somos mucho más relajados.
—Me alegro —dijo Lali—. Ahora que estoy casada, también debo cuidar del alma de mi esposo, y no sé qué otra cosa sería capaz de hacerme encanecer. Padre, creo que seremos buenos amigos. Tendría que llamarme Lali, ¿no cree?
—Lo que creo, Lali, es que tienes un corazón tierno. Eres como la brisa fresca que este castillo frío y viejo necesitaba.
—Sí, padre, es cierto que tiene un corazón tierno —intervino Peter—. Tiene que superar ese defecto.
—Ese no es un defecto.
Lali se alegró de haber hecho la enfática afirmación con la mirada aún fija en el sacerdote, pues cuando se volvió para ver a su marido, ya no pudo pronunciar palabra y sólo ahogó una exclamación.
Peter estaba medio desnudo.
Estaba vestido a la usanza bárbara. Llevaba puesta una camisa blanca, que era la única prenda civilizada que cubría ese cuerpo enorme. La camisa quedaba cubierta, en parte, por el manto plegado sobre el hombro. El resto del manto se enrollaba en torno de la cintura. Acomodado en amplios pliegues, sujetos por una cuerda a modo de cinturón, sólo le llegaba hasta la mitad del muslo. Unas botas negras raídas en algunos sitios por el uso, cubrían sólo una parte de las piernas musculosas.
Las rodillas estaban tan desnudas como el trasero de un niño de pecho.
Peter creyó que su esposa estaba a punto de desmayarse. Ocultó la irritación esperando que se acostumbra a su atuendo, y dijo:
—¿Cómo está Pablo?
—¿Qué has dicho? —preguntó Lali, todavía con la mirada fija en las rodillas de Peter.
—Te he preguntado por Pablo —repitió Peter con más vigor.
—¡Sí, claro, Pablo! —respondió la joven, asintiendo varias veces.
Como no agregó otra palabra Peter le ordenó:
—Esposa, cuando me hables, mírame a la cara.
La aspereza del regaño sobresaltó a Lali y se apresuró a obedecer. Peter estaba seguro de que el sonrojo de su esposa podría encender un fuego.
—¿Cuánto tiempo crees que te llevará acostumbrarte a verme vestido así? —preguntó, sin disimular la irritación.
Lali se recuperó enseguida.
—¿De qué modo? —preguntó, sonriendo con aire inocente.
Una sonrisa maliciosa suavizó la expresión de Peter.
—¿Tendré que repetirte todo?
Lali se encogió de hombros.
—¿Hay algo de lo que querías hablarme? —preguntó.
Peter se propuso avergonzarla otra vez:
—Esposa, ya me viste sin ropas, y sin embargo reaccionas...
Lali se precipitó a cubrirle la boca con la mano.
—Esposo, yo te sentí desnudo, no te vi. No es lo mismo —añadió. Al advertir lo que había hecho, dejó caer la mano y retrocedió—. Peter, cuida tus modales ante el sacerdote.
El hombre puso los ojos en blanco, y Lali pensó que pedía al cielo que le diera paciencia.
—Ahora dime lo que querías decirme.
—Quiero hablar con Pablo —respondió Peter. Se encaminó hacia la cama, pero Lali se interpuso, otra vez con los brazos apoyados en la cadera.
—Peter, ahora está durmiendo. Puedes hablar con él más tarde.
Peter no podía creer lo que oía.
—Despiértalo.
—Es probable que tus gritos lo hayan despertado —musitó Lali.
Peter tomó una bocanada de aire.
—Despiértalo —repitió, para agregar en tono más suave—: Ah, Lali. Nunca me digas lo que puedo hacer y lo que no puedo.
—¿Por qué?
—¿Por qué, qué?
Con el propósito de darse ánimos para responderle, Lali recordó que su esposo le había prometido que nunca se enfadaría con ella, pero la expresión de Peter era estremecedora.
—¿Por qué no tengo que decirte lo que puedes o no hacer?
Vio que la pregunta no le agradaba, pues la mandíbula de Peter estaba tensa. Los músculos de las mejillas se contrajeron un par de veces. Se preguntó si él siempre habría tenido esa afección nerviosa o si sería reciente.
—Así acostumbramos hacerlo aquí —intervino el padre Jasper.
El clérigo se levantó con esfuerzo de la silla y se apresuró a ponerse junto a lady Lanzani. Su preocupación no era inmotivada. Hacía muchos años que conocía a Peter Lanzani, conocía muy bien esa expresión y quiso intervenir en favor de Lali antes de que Peter explotara. A su debido tiempo, sin duda Lali aprendería el peligro de interrogar a un hombre tan poderoso. Hasta entonces, el sacerdote tomó la resolución de cuidarla.
—Peter, la chica ha estado aquí poco tiempo. No creo que haya querido provocarte.
Peter asintió. Lali movió la cabeza.
—Sí, pretendí desafiarlo, padre aunque no quise ser insolente. Sólo quisiera que me explique por qué no puedo decirle lo que tiene que hacer. Él me lo dice con frecuencia.
Lali tuvo la audacia de dirigir a su esposo una expresión enfurruñada.
—Esposa, soy tu marido y tu señor. ¿Acaso esos dos motivos no son suficientes?
Otra vez se contrajo un músculo en la mandíbula de Peter. Lali lo miraba, fascinada. Pensó si podría darle alguna opción para librarlo de la afección, pero como Peter la miraba colérico, decidió que no se molestaría en hacerlo.
—¿Y bien? —exigió Peter, dando un paso hacia ella con aire amenazador.
Lali no retrocedió un centímetro. Más bien, se adelantó. Peter estaba atónito: se sabía que hombres ya maduros huían de él, pero este pedacito de mujer le hacía frente con la mayor audacia.
Admitió, “¡me hace frente!”
Nuevamente, el sacerdote intentó intervenir.
—Lady Lanzani, ¿acaso te atreves a provocar la ira del señor?
—Peter no se enfadará conmigo —afirmó Lali, con la vista fija en su esposo—. Es un hombre muy paciente. —Como miraba a Peter, no vio la expresión perpleja del sacerdote—. Me dio su palabra, padre, y no dejará de cumplirla.
“¡Por Dios, estaba provocándolo!” Peter no supo si estrangularla o besarla.
—Esposa, ¿quieres que me arrepienta de mi promesa?
Lali negó con la cabeza.
—No. Pero tu actitud me aflige. Si no aprendes a ceder, ¿cómo haremos para entendernos? Soy tu esposa, Peter. ¿Acaso mi posición no me permite decirte...?
—No —afirmó Peter, en tono firme como una piedra—. Y si alguien tiene que ceder aquí, serás tú. ¿He sido claro?
La expresión del hombre le sugirió que no discutiese, pero Lali la ignoró.
—¿Una esposa no puede dar su opinión?
—No puede. —Peter exhaló un prolongado suspiro y luego continuó—: Veo que no comprendes cómo son las cosas aquí, Lali, y por eso perdono tu insolencia de hoy. Pero en el futuro...
—No he sido insolente —replicó Lali—. Sólo quiero tener claro esto en mi cerebro tan inferior. Por favor, explícame —añadió—. ¿Cuáles son mis responsabilidades como esposa? Me gustaría comenzar lo antes posible.
—No tienes ninguna responsabilidad.
Lali reaccionó como si Peter la hubiese golpeado. El hombre vio un relámpago de auténtica ira en los ojos de Lali cuando dio un paso atrás y no supo cómo tomar esa extraña reacción. ¿Acaso Lali no comprendía lo considerado que se mostraba?
Otro comentario insolente le demostró que no lo entendía.
—Todas las esposas tienen responsabilidades, aun las que tienen opiniones propias.
—Tú no.

—¿Por las leyes escocesas o por las tuyas?
—Por las mías —respondió Peter—. Lali, te librarás de los callos que tienes en las manos. Aquí no serás una esclava.
Lali ahogó una exclamación indignada.
—¿Sugieres que en mi casa lo era?
—Sí, eras una esclava.
—No —repuso la joven casi gritando—. Peter, ¿acaso soy tan poco importante para ti que no me dejarás hallar un lugar aquí?
Peter no le respondió pues de verdad no sabía de qué estaba hablando.
Una áspera orden del señor despertó a Pablo, que luego fue interrogado en un gaélico hablado a toda prisa. Era sorprendente la lucidez del guerrero herido. Si bien su voz era débil, pudo responder a las preguntas de Peter con la mayor concisión. Cuando el señor concluyó con él, Pablo forzó una sonrisa y le preguntó si podía ir con él de caza.
Peter rechazó el ofrecimiento con una sonrisa. Lali le oyó decirle al soldado que cuando se sintiera mejor, se mudaría a su propia cabaña, donde la esposa pudiese cuidarlo.
Comenzó a salir de la habitación sin volver a hablarle a su esposa, pero Lali lo siguió.
—¿Qué hay? —le dijo en tono brusco, girando para mirarla.
—En Inglaterra se estila que el esposo le dé a la mujer un beso por la mañana —mintió. Acababa de inventarlo, pero estaba segura de que Peter lo ignoraba.
—No estamos en Inglaterra.
—Eso es correcto en cualquier sitio —musitó.
—Es correcto cuando la esposa usa el manto con los colores del esposo.
—De modo que así es, ¿eh?
—No soy sordo, mujer. No es necesario que alces la voz.
Peter mantuvo una expresión dura, aunque le costaba esfuerzo. La desilusión de Lali era manifiesta. Quería que él la abrazara, pero Peter pensó que acababa de conquistar el poder que necesitaba sobre ella. No sentía el menor remordimiento por aprovechar la atracción física mutua en su propio beneficio y, a decir verdad, se reprochaba a sí mismo no haberlo pensado antes. Especuló que hacia el fin de esa semana, Lali usaría el manto, más aún si entre tanto él se negaba a tocarla.
—Peter, ¿en qué lugar seguro puedo guardar mis monedas? —preguntó Lali.
—Sobre la repisa de la chimenea, detrás de ti, hay una caja —respondió el hombre—. Si quieres, pon tus chelines junto con las otras monedas.
—Si necesito, ¿puedo tomar prestadas algunas?
—Me da lo mismo —le dijo Peter sobre el hombro.
Lali miró ceñuda la espalda de Peter, irritada porque el hombre ni se había molestado en despedirse; luego se preguntó en qué andaría cuando vio que tomaba la espada de la pared.
—Padre, ¿sabe usted a dónde va Peter? —preguntó, cuando el esposo salió del salón.
—A cazar —respondió el padre Jasper mientras se sentaba otra vez junto a Pablo.
—¿Pero no por deporte, ni para la cena?
—No, muchacha. Persigue a los hombres que le hicieron esto a Pablo. Cuando los encuentre, ellos no serán tan afortunados.
Lali sabía que, de acuerdo con las pautas de un guerrero, la venganza era algo honroso, pero aun así no le gustaba en absoluto. La violencia engendraba más violencia, ¿verdad? Ese era otro tema en el que jamás se pondría de acuerdo con él.
Lali exhaló un suspiro de resignación.
—Iré a buscar más monedas para usted —le dijo al sacerote—. ¡Sólo Dios sabe cuántas indulgencias más necesitará este hombre para cuando el día termine!
El padre Jasper contuvo una sonrisa y se preguntó si Peter sabía lo bien que había elegido.
—En nuestras montañas arderán muchos fuegos —le dijo a Pablo, sin hacer caso de que el guerrero pareciera estar dormido otra vez.
—Lo que dice usted es verdad —murmuró Pablo.
—¿Has oído el modo en que Peter y su esposa se gritaban? Si hubieras tenido los ojos abiertos, habrías visto las chispas.
—Los oí.
—Pablo, ¿qué piensas de tu salvadora?
—Lo volverá loco.
—Ya era hora.
Pablo asintió.
—Sí, ya era hora. El Lanzani ha sufrido demasiado.
—Por el modo en que la mira, me doy cuenta de que no sabe qué hacer con ella.
—¿Le dará a usted una moneda cada vez que Peter la exaspere?
—Creo que sí.
El padre Jasper soltó una carcajada y se dio unas palmadas en la rodilla.
—Le llevará tiempo adaptarse a nuestro modo de vida. Y aun así, para este viejo es una alegría contemplarla.
Lali regresó junto al clérigo, le entregó dos monedas más y le preguntó por qué sonreía.
—Estaba pensando en todos los cambios que tendrás que hacer, muchacha —dijo el sacerdote—. Sé que no será fácil para ti, pero llegará el momento en que amarás a este clan tanto como yo.
—Padre, ¿no se le ha ocurrido que tal vez sea el clan el que cambie? —preguntó Lali, con los ojos chispeantes de malicia.
El padre Jasper pensó que estaba bromeando.
—Me temo que te has propuesto una meta imposible —le dijo con un bufido.
—¿Tan imposible cree que sea? —preguntó—. ¿Tanto como si quisiera comerme yo sola a un oso gigante?
—Sí, así de imposible.
—Puedo hacerlo.
—¿Cómo? —preguntó el anciano, cayendo en la trampa.
—Mordisco a mordisco.
El padre Jasper se palmeó otra vez la rodilla y rompió en carcajadas, seguidas por un ataque de tos. Lali corrió hacia la zona del dormitorio, mezcló el ungüento de mal olor que le había prometido y regresó junto al sacerdote.
—Padre, tiene que esperar una o dos horas a que se le calme la tos antes de frotarse el pecho con esto.
El anciano aceptó la medicina con el entrecejo fruncido.
—Huele como un cadáver, chica.
—No importa, padre. Le aseguro que le curará la tos.
—Te creo, Lali.
—Padre, ¿cree que a Peter le molestará si echo un vistazo a la planta superior?
—Claro que no, muchacha. Ahora, ésta es tu casa.
—¿Los cuartos están ocupados?
El sacerdote negó con la cabeza.
—Eso significa que yo podría llevar mis cosas a una de las habitaciones, ¿no es verdad?
—¿Quieres trasladar tus...? Muchacha, a Peter no le agradará que lo dejes.
—No estoy pensando en Peter —repuso Lali—. Padre, aquí no tenemos la menor intimidad. Estoy segura de que mi esposo estará mucho más cómodo en uno de los cuartos de arriba. Por favor, ¿quiere pedírselo usted?
El padre Jasper no pudo negarse pues la sonrisa de lady Lali era encantadora.
—Se lo pediré —prometió.
El padre Jasper estaba contento de quedarse junto a Pablo y descansar. Estaba casi dormido cuando lo despertó un chirrido de metal que raspaba sobre piedra. Giró en dirección al ruido y vio a lady Lali forcejeando con un enorme baúl. Estaba arrastrando el artefacto fuera de la primera habitación de arriba hacia las escaleras.
El clérigo cruzó deprisa el salón y subió.
—Lali, ¿qué tratas de hacer? —preguntó.
—Padre, pienso que podría usar la habitación del frente —respondió Lali—. Tiene una hermosa y amplia ventana.
—Pero, ¿para qué mueves el baúl?
—Ocupa demasiado espacio —lo cortó Lali—. No se fatigue, padre. Yo tengo suficiente fuerza para moverlo sola.
El sacerdote no hizo caso de la jactancia de la muchacha y apoyó la espalda contra el baúl, para ayudarle a trasladarlo a la segunda habitación.
—Tendrías que haberlo vaciado antes de moverlo —se le ocurrió luego.
Lali sacudió la cabeza.
—No quería mirar dentro. No es mío, y todos tenemos derecho a nuestras cosas privadas.
—Este baúl perteneció a María —dijo el padre Jasper—. Creo que ahora sería tuyo, Lali.

Antes de que Lali pudiese responder, el sacerdote se volvió y salió por la puerta.
—Será mejor que vuelva junto a Pablo. Tengo que cuidarlo hasta que Victorio traiga a Rocío.
—Gracias por su ayuda —le gritó Lali.
Casi una hora después, el padre Jasper pensó que esa muchacha no terminaba nunca. Se quedó mirando hacia el dormitorio, preguntándose qué haría. Cuando Rocío regresó al salón grande, el padre Jasper decidió ir a ver qué tenía tan atareada a Lali.
Todavía estaba en la segunda habitación. Dos velas encendidas daban un suave resplandor al cuarto. Lady Lali estaba en cuclillas frente al baúl. Cuando el padre Jasper entró, estaba cerrando la tapa.
—¿Encontraste algo útil? —preguntó el sacerdote.
No vio que la joven lloraba hasta que ella alzó la vista y lo miró.
—¿Qué te sucede, muchacha? ¿Qué te aflige?
—Soy una tonta —murmuró Lali—. Ella está muerta, y yo no la conocí, padre, pero lloro como si hubiera sido mi propia hermana. ¿Me hablará acerca de María?
—Peter tendría que contarte —dijo el padre Jasper.
—Por favor, padre —rogó Lali—. Quiero saber qué sucedió. Estoy segura de que Peter no la mató.
—¡Dios, no! —dijo el padre—. ¿Dónde oíste semejante cosa?
—En Inglaterra.
—María se suicidó, Lali. Saltó desde un acantilado hacia el prado.
—¿No es posible que fuera un accidente? ¿No pudo haberse caído?
—No, no fue un accidente. La vieron. Lali sacudió la cabeza.
—No entiendo, padre. ¿Acaso era muy desdichada aquí?
El anciano inclinó la cabeza.
—Tal vez fuese muy desdichada, Lali, pero ocultaba muy bien sus sentimientos. Ahora comprendo que no la cuidamos como debimos hacerlo. Tanto Belén como Paula creen que pensaba matarse desde el momento en que se casó con Peter.
—¿Lo cree así? —preguntó Lali.
—Pienso que sí.
—La muerte de María debió de dolerle mucho.
Aunque el padre Jasper no hizo ningún comentario, pensó que Lali tenía razón. El hecho de que Peter no hablara de ello demostraba que el tema aún le resultaba doloroso.
—Padre, ¿por qué una mujer que pensara matarse traería todas sus posesiones más preciadas al hogar del esposo? Hasta guardó ropa de niño —continuó Lali—. Y también hermosas sábanas. ¿No le parece extraño que alguien...?
—No pensaba con claridad —replicó el padre Jasper. Lali movió la cabeza.
—No, padre, no creo que se suicidara. Estoy segura de que fue un accidente.
—Muchacha, tienes un corazón tierno, y si te alivia creer que María murió de ese modo, estaré de acuerdo contigo.
Ayudó a Lali a incorporarse. La joven apagó las velas y bajó las escaleras junto al padre Jasper.
—Oraré todas las noches por el alma de María, padre —prometió.
Una criada entró corriendo en el salón, vio a Lali y le gritó:
—Milady, la hermana de usted está aquí.
Lali apretó la mano del padre Jasper.
—Debe de ser Eugenia que viene a visitarme —le explicó al sacerdote—. ¿Me disculpa, por favor?
Antes de que el padre Jasper hiciera un gesto de asentimiento, Lali ya estaba a mitad de camino.
—Traeré a Eugenia para presentársela —exclamó sobre el hombro.
Lali corrió hacia afuera, exhibiendo una amplia sonrisa de bienvenida, pero en el instante en que vio a su hermana la sonrisa se esfumó. Eugenia estaba llorando. Lali miró alrededor para ver dónde estaba Nicolás, pero comprobó que estaba sola.
—Eugenia, ¿cómo has encontrado el camino hasta aquí? —preguntó, después de abrazarla con entusiasmo.
—Lali, tú eres la que siempre se pierde, no yo —le dijo Eugenia.
—Yo nunca me he perdido —repuso Lali—. Ahora, deja de llorar. —Vio que varios Lanzani las observaban—. Ven, daremos una caminata para poder conversar a solas. Debes decirme por qué estás tan perturbada.
Lali tiró de su hermana conduciéndola por el camino que llevaba al recinto inferior.
—Tres de los hombres de Nicolás me indicaron el camino hasta aquí —le explicó Eugenia, ya repuesta—. Les mentí, Lali. Les dije que Nicolás me había dado permiso para venir.
—¡Eugenia, no debiste hacer eso! —dijo Lali—. ¿Por qué no le dijiste a Nicolás que querías verme?
—Con ese hombre no se puede hablar —musitó Eugenia. Alzó el borde del vestido amarillo y se secó las comisuras de los ojos—. Lo odio, Lali. Me he escapado.
—No, no hablas en serio.
—Hermana, no te horrorices tanto. Te aseguro que lo odio. Es cruel y malvado. Te juro que, cuando te cuente lo que sucedió, tú también lo odiarás.

20 comentarios:

  1. Más:3

    Me parece bien que Lali enfrente a Peter.
    El tiene que entender que no puede manejarla a su antojo.
    Espero más pronto,besos

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  2. jjaja me encantan Lali y Peter! Me rio mucho con ellos y tan tierno el Padre!! Quiero leer cuanto tiempo Peter podra resistir sin tocar a Lali :P jjaaja
    Pobre Euge, ¿que le paso?
    Espero el capitulo y espero que nos podamos leer mas tarde :)
    Besos

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  4. mas por favor quiero saber que paso con euge??

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  6. por fisss mas capituloss

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  13. Que le paso a eugenia?? Lali es la que descubre que a maria la mataron?? más!!!

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  14. lali es una genia sabe como hacer las cosas y se preocupa por todos solo espero q peter no se enfade pq movio las cosas de maria uno nunca sabe y la pobre euge va a tener que adquirir un poco de caracter

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  15. Coincido con un comentario que leí por ahí Euge va a tener que adquirir un poco de caracter, si quiere enfrentarse a Nicolas.. Lali es una genia, se preocupa por todos, ahora ahi que ver como reacciona Peter por todo lo de Marian.. ¿Que le habrá hecho Nico a Euge? Eso que Nico parecía mucho más paciente que Peter.. Si ojala que a la noche subas más nove!

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  16. quando vas ha hacer maraton???

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  17. ¡Reacpareciste! Te andaba extrañando.. Te paso algo? Volviendo al tema de la nove, quiero saber que le hizo Nico a Euge.. Espero que subas un cap. más hoy a la noche! (:

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  18. Buenas, buenas ¿como andas? Vengo a hacerte una pregunta, recién termino de leer la nove Atrapada en su chantaje y me encanto. Te quería pedir permiso para publicarla en una pagina de facebook, pero yo la adaptaria a otra pareja puede ser Gastochi, Vicande, Nicohi, Niceuge depende de lo que me digan las lectoras de la pagina. ¿Me das tu autorización para publicarla? Espero tu respuesta y gracias.

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  19. Mmaasss me encata qier saber porqe euge odia tanto a nicolas!!

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