domingo, 20 de enero de 2013

Cap 20


Capitulo 20
Por fin, apareció a la vista el muro que rodeaba el castillo. ¡Señor, era gigantesco! Una de sus secciones parecía haber sido construida dentro de la falda de la montaña. Estaba hecho con piedras pardas, una innovación con respecto a la tradición inglesa, pues la mayoría de los castillos de los barones se construían con madera. Además, el muro de Peter era mucho más alto: la cima parecía tocar las nubes. Por otra parte, la estructura estaba incompleta pues había una amplia brecha junto al puente levadizo.
Los árboles estaban cortados dejando un ancho margen alrededor del muro y no había una brizna de hierba sobre la falda rocosa que aliviara el paisaje desolado.
Una fosa, de aguas negras como la tinta, rodeaba la estructura. El puente levadizo de madera estaba bajo pero no entraron por él sino por la brecha en el muro.
El castillo era mucho más grandioso que la humilde morada del padre de Lali y esta pensó que Peter debía de ser un hombre rico. El edificio principal no tenía una sola torre sino dos, y se sabía lo costoso que resultaba construir una.
Desde luego que Lali no esperaba nada tan magnificente. Había imaginado que todos los escoceses vivían en cabañas de piedra con tejados de paja y suelos de tierra, como los siervos ingleses, pero ahora comprendió que ese era un prejuicio de su parte. De todos modos, había cabañas; calculó que serían unas cincuenta que asomaban entre las ramas de los árboles hasta donde su vista alcanzaba, colina arriba. Lali supuso que las cabañas pertenecían a los miembros del clan Lanzani y a sus familias.
—Peter, tu casa es grandiosa —le dijo—. Cuando el muro esté terminado, el patio inferior encerrará media Escocia, ¿no crees?
Al percibir el asombro en la voz de Lali, Peter sonrió.
—¿Tú vives solo? No veo a un solo soldado.
—Mis hombres están esperando en la cima de la colina —respondió Peter—. En el patio.
—¿También las mujeres?
—Algunas —repuso Peter—. Casi todas las mujeres y los niños se fueron al feudo Gillebrid por el festival de primavera y la mitad de mis soldados están con ellos.
—¿Y por eso está todo tan tranquilo? —Lali se volvió, sonrió a Peter y preguntó: —¿Cuántos hombres tienes bajo tu mando?
En cuanto formuló la pregunta, la olvidó pues la sonrisa de Peter capturó su atención.
—Estás feliz de haber regresado al hogar, ¿verdad? —dijo.
La ansiedad de Lali complació a Peter.
—Hay unos quinientos hombres, quizá seiscientos cuando se juntan todos. Sí, inglesa, estoy feliz de estar en mi casa.
Lali se mostró exasperada.
—¿Quinientos o seiscientos? ¡Oh, Peter, estás burlándote de mí!
—Es verdad, Lali. Hay tantos Lanzani como te he dicho.
Lali supo que Peter estaba convencido de lo que decía.
—Pienso que crees que tienes esa cantidad de hombres, según la manera de contar de los escoceses.
—¿Qué quiere decir eso?
—Peter, simplemente insinúo que no sabes contar. A fin de cuentas, me dijiste que nos llevaría tres días llegar a tu casa, y nos ha llevado mucho más.
—Hemos venido a paso lento por tu estado —le explicó Peter.
—¿Mi estado?
—Estabas débil; ¿lo has olvidado, acaso?
De inmediato, Lali se ruborizó y Peter comprendió que no lo había olvidado en absoluto.
—Y es evidente que estás agotada.
—No —replicó Lali—. No tiene importancia —se apresuró a decir al ver que Peter fruncía el entrecejo. Iba a conocer a los parientes de Peter y prefería que siguiera de buen humor—. Si me dices que aquí hay setecientos hombres bajo tu mando, yo te creo.
Una sonrisa le indicó que lo había apaciguado pero no pudo resistir la tentación de provocarlo un poco.
—De todos modos, Peter, ¿no es extraño que no vea a ningún hombre? ¿Acaso podrían seiscientos soldados estar ocultos esperando en el recinto?
Al ver que Lali trataba de ocultar la irritación, Peter rió y luego soltó un silbido agudo.
La señal fue respondida de inmediato. Aparecieron desde lo alto del muro, de las cabañas, los establos, los árboles y el bosque que los rodeaba, luchadores de aspecto feroz, tantos que cubrieron todo el espacio.

Peter no exageró; más bien se había quedado corto. Mientras Lali contemplaba a los soldados, Peter hizo un gesto de asentimiento y luego alzó una mano. Cuando la cerró formando un puño resonó un fuerte clamor.
Lali quedó tan ensordecida por el barullo que se aferró de la mano de Peter, que le rodeaba la cintura en ademán posesivo. No podía dejar de mirar a los hombres, aun sabiendo que era descortés. “Estoy en una tierra de gigantes”, pensó, pues casi todos los soldados parecían tan altos como los pinos que, según sabía, les gustaba arrojar.
Aunque el tamaño de los hombres era impresionante y las miradas penetrantes la enervaban, lo que más la impactó fue la forma en que estaban vestidos.
Cholie no había estado ebria: sabía lo que decía. Los escoceses usaban vestidos de mujer. De mujeres medio desnudas, precisó Lali para sí sacudiendo la cabeza. No, no eran vestidos, eran mantos.
Todos llevaban el mismo tipo de manto con los colores de Peter. Los hombres lo llevaban sujeto a la cintura con un cinturón y apenas les cubría las rodillas.
Algunos tenían camisas de color azafrán; otros, nada. La mayoría estaban descalzos.
—¿Quieres contarlos? —preguntó Peter. Hizo avanzar al caballo y dijo—: Esposa, creo que ahora hay aquí unos doscientos. Pero si quieres...
—Yo diría que son quinientos —murmuró Lali.
—Ahora eres tú la que exagera.
Lali lanzó una mirada a Peter y trató de recuperar la voz. Una muralla de soldados se alineaba a lo largo del camino por el que ellos andaban, y Lali dijo, bajando la voz:
—Peter, si estos son sólo la mitad, tienes tu propia legión.
—No. Una legión consta de tres mil, en ocasiones hasta seis mil hombres. Yo no tengo tantos, Lali, a menos que convoque a mis aliados, por supuesto.
—Por supuesto.
—No tienes nada que temer.
—No temo. ¿Por qué crees que estoy asustada?
—Estás temblando.
—No —repuso Lali—. Es que todos nos miran.
—Sienten curiosidad.
—No los hemos sorprendido, ¿verdad, Peter? —dijo Lali en tono muy afligido.
—¿De qué hablas?
Lali le miraba el mentón. Peter le alzó la barbilla, vio que estaba muy sonrojada y que se inquietó más aún.
—Mis guerreros están siempre preparados.
—No lo parecen.
De pronto, el hombre comprendió qué era lo que la inquietaba de ese modo.
—No los llamamos vestidos.
Lali adoptó una expresión asombrada.
—¿Beak te dijo...?
—Yo estaba allí.
—¿Tú estabas...?
—En el establo.
—¡No me digas!
—Sí.
—¡Dios!
Desesperada, Lali intentó recordar la conversación con el jefe de los establos.
—¿Qué más escuchaste? —preguntó.
—Que a los escoceses nos importan las ovejas, que nos arrojamos troncos de pinos unos a otros, que...
—Cuando dije eso estaba burlándome de mi hermana... y creí que Cholie estaba ebria cuando me dijo que... Peter, ¿siempre se visten de un modo tan indecente, con las rodillas al aire?
Sería una vergüenza si en ese momento Peter se le reía en la cara.
—Cuando te establezcas, te acostumbrarás —le prometió.
—Tú no te vistes como los soldados, ¿verdad? —dijo, horrorizada.
—Sí.
—No, no lo haces. —Lali suspiró al comprender que acababa de contradecirlo otra vez, pero Peter no pareció molestarse cuando lo corrigió—: Quería decir que ahora tú tienes pantalones, y por eso supuse...
—He estado en Inglaterra, Lali. Por eso llevo este atuendo tan engorroso.
Lali miró otra vez en derredor y luego fijó la atención en su esposo.
—¿Qué hacen para enrollar los pantalones por debajo de los mantos? —preguntó.
—No lo hacen.
—¿Entonces... ? —La expresión maliciosa de Peter le reveló que la respuesta no le agradaría—. No importa —exclamó—. He cambiado de idea. No quiero saber lo que llevan debajo.
—Oh, pero yo quiero decírtelo.
Sonreía como un pilluelo. Lali suspiró ante las observaciones poco caballerescas de su esposo y ante su propio comportamiento, tan poco digno de una dama. ¡Señor, a cada momento le parecía más atractivo! El corazón de Lali comenzó a palpitar como las alas de una mariposa.
—Luego me lo dirás —murmuró—. Por la noche, tarde, Peter, cuando esté oscuro y no puedas ver mi rubor. Cuando pelean, ¿usan cota de malla? —Agregó la pregunta para hacerlo olvidar de su propio pudor ante la falta de ropa de los soldados.
—Nunca usamos armadura —le explicó Peter—. La mayoría de nosotros sólo usamos el manto. No obstante, los guerreros curtidos prefieren ir a la manera antigua.
—¿Qué es?
—No llevan nada puesto.
En ese momento, Lali se convenció de que estaba bromeando. La idea de guerreros desnudos cabalgando en medio de la guerra la hizo reír encantada.
—De modo que arrojan los mantos y...
—Sí, eso hacen.
—Peter, debes considerarme lo bastante ingenua para creer una historia tan absurda. Basta de burlarte, por favor. Además, es descortés que ignores a tus hombres tanto tiempo.
Tras semejante afirmación, le dio la espalda, se apoyó contra el pecho de Peter y compuso una expresión serena, dirigida a los soldados ante los que pasaban en su camino colina arriba.
Le costó un esfuerzo considerable, después de las ideas vergonzosas que Peter había implantado en su cabeza.
—Esposa, tienes que aprender a no dar órdenes —dijo, apoyando la barbilla sobre la cabeza de Lali. Fue un suave regaño y Lali sintió que una oleada de placer le recorría el vientre.
—Esposo, me gustaría hacer lo correcto y tú tendrías que hacer lo mismo. La grosería nunca es aceptable, en ninguna medida, ni aun en un escocés.
Cuando llegaron al segundo claro, resonó un grito entre los árboles. En cuanto Fuego Fatuo comenzó a encabritarse, Peter tiró de las riendas y luego desmontó. Dejó a Lali sobre el potro y condujo ambos caballos hacia el grupo de soldados que los esperaban.
¡Qué nerviosa estaba Lali! Apretaba las manos entre sí para que los soldados no advirtiesen cuánto le temblaban.
Del grupo se separó un hombre rubio, de tamaño similar al de Peter, y saludó al señor. La apostura del hombre hizo su poner a Lali que debía de ser pariente de Peter. También supuso que era el segundo comandante y amigo del esposo, pues abrazó al jefe y le dio unas fuertes palmadas en la espalda.
A Lali esas palmadas la hubiesen tirado al suelo, pero Peter ni se movió. El acento escocés del hombre era tan cerrado que la muchacha no podía entender todas las palabras, pero entendió las suficientes para ruborizarse. Los dos gigantes se insultaban uno a otro. “Será una de sus extrañas costumbres”, pensó Lali.
Luego, la conversación se tornó seria y Lali supo que las noticias que recibía el esposo no eran buenas. La voz de Peter adoptó un matiz cortante y se puso ceñudo. Parecía furioso y los soldados, preocupados.
No hizo ningún caso de Lali hasta que llegaron al recinto interior. Entonces, arrojó las riendas de Fuego Fatuo a los hombres que los rodeaban, se volvió hacia Lali y la bajó al suelo.
No la miró. Lali permaneció de pie junto a su esposo mientras este seguía conversando con el soldado.
Al parecer, la curiosidad de los hombres de Peter estaba dividida. La mitad de ellos la miraba fijamente, con expresiones que sugerían que no les agradaba lo que veían. Los otros rodeaban a Fuego Fatuo y sonreían. ¿Qué cabía pensar ante esto?
A Fuego Fatuo no le gustaba la atención que recibía más que a la misma Lali. El nervioso animal retrocedió, resopló y trató de pisotear a los hombres que sujetaban las riendas.

Lali reaccionó de una manera instintiva, como una madre que ve a su hijo comportándose mal; de inmediato se propuso cortar de raíz el berrinche de la yegua.
Se movió con demasiada rapidez para que Peter pudiese detenerla. Sin hacer caso de los presentes, pasó alrededor de Peter y del potro, apartó a codazos a dos enormes soldados y corrió a tranquilizar a su niñita.
Se detuvo a pocos metros de la mascota. No tuvo necesidad de pronunciar una palabra áspera. Se limitó a alzar la mano y a esperar.
De inmediato, Fuego Fatuo dejó de lado la rabieta y la expresión salvaje desapareció de sus ojos. Ante la mirada fascinada de los soldados, la orgullosa beldad blanca trotó hacia el ama para recibir una caricia.
De improviso, Peter apareció junto a Lali, le pasó un brazo sobre los hombros y la atrajo hacia sí.
—Por lo general es muy dócil —le dijo Lali a su esposo—. Pero está cansada y hambrienta, Peter. Creo que tendría que llevarla a...
—Donald se ocupará de eso.
Lali no quiso discutir con su marido delante de los hombres. Peter tomó las riendas de Fuego Fatuo, habló unas precipitadas palabras en gaélico, dándole instrucciones al joven que acababa de acercarse a él.
En opinión de Lali, Donald era demasiado joven para ser jefe de establos, pero en cuanto afirmó que Fuego Fatuo era un caballo espléndido, supo que el joven era capaz de reconocer a un animal fino cuando lo veía. Además, tenía voz suave, en contraste con el cabello rojo llameante y el cutis sonrosado, y una sonrisa contagiosa.
Fuego Fatuo lo detestó. Trató de abrirse camino entre Lali y Peter, pero Donald demostró ser enérgico. Peter dio una orden cortante, y el jefe de establos pudo restablecer el control por completo. Lali observaba, sintiéndose como una madre ansiosa a la que separan de su hijita.
—Se acostumbrará.
La afirmación de Peter la irritó. De modo que ella y la yegua eran lo mismo a los ojos de Peter, ¿verdad? Le había dicho lo mismo a Lali, caballo y esposa.
—Quizás, ella sí —respondió Lali, subrayando “ella”.
Comenzaron a caminar hacia los escalones de entrada al castillo y Peter aún no la había presentado a sus hombres. Lali pensó en ello largo rato hasta que al fin se le ocurrió que estaría esperando el momento oportuno para hacerlo como correspondía.
Sólo cuando llegaron al último escalón Peter se detuvo. Se volvió y la hizo girar, con el brazo todavía sujetándole con fuerza los hombros.
Luego la soltó, aceptó el manto que le ofrecía uno de los soldados y lo plegó sobre el hombro derecho de Lali. En cuanto concluyó ese gesto, en el recinto se hizo un silencio total. Los soldados apoyaron las manos sobre los corazones e inclinaron las cabezas.
Había llegado el momento. Lali se mantuvo erguida como una lanza, las manos a los costados, esperando escuchar el discurso maravilloso que Peter pronunciaría ante sus hombres. “Ahora me alabará, lo quiera o no”, pensó Lali.
Lali se propuso recordar cada palabra para poder evocarla y saborearla cada vez que Peter se enfadara con ella en el futuro.
De hecho, fue un discurso breve y terminó antes de que Lali lo advirtiese. La voz de Peter resonó sobre la multitud cuando gritó:
—¡Mi esposa!
“¿Mi esposa?” ¿Eso era todo? ¿No tenía nada más que decir? Como guardó silencio, Lali supuso que había terminado. Y como había hablado en gaélico y Lali estaba decidida a no decirle que conocía el idioma, no podía demostrar lo irritada que estaba por lo escueto del discurso.
A una señal de Peter, los hombres alzaron las espadas y otro fuerte clamor resonó en el recinto amurallado.
Lali se aproximó más a Peter, inclinó la cabeza e hizo una reverencia a los soldados.
Las exclamaciones y vivas sobresaltaron a Lali. Peter pensó que se sentía un tanto intimidada, abrumada por la atención recibida.
—Peter, ¿qué les has dicho? —murmuró, aunque lo sabía perfectamente. En cuanto le respondió, Lali quiso decirle que de verdad podría haberse explayado, pero no tuvo oportunidad.
—Les he dicho que eras inglesa —mintió Peter. Volvió a sujetarla por los hombros y, como era su costumbre, la alzó contra el costado. ¡A decir verdad, la trataba como a un saco de viaje!
—Claro, por eso lanzan vivas —repuso Lali—. Porque soy inglesa.
—No, esposa. Por eso gritan —dijo, ofuscado. Lali movió la cabeza—. ¿Qué piensas de mis hombres? —preguntó, ya en tono serio.
Lali le respondió sin mirarlo:
—Estoy pensando que todos ellos tienen espadas, y tú no, Lanzani. Eso es lo que estoy pensando.
Sonriendo ante la ironía, Peter pensó: “No cabe duda de que esta mujer tiene fibra”.
Los soldados la miraban sin disimulo y Peter comprendió que tenían que saciarse de contemplarla. Les llevaría tiempo habituarse a la apariencia de Lali; a decir verdad, al mismo Peter le costaba aún acostumbrarse.
El soldado que Lali supuso el segundo comandante se apresuró a subir los escalones a petición del jefe. Se paró frente a Lali esperando la presentación.
—Esposa, este es Victorio. Él queda a cargo cada vez que yo estoy ausente.
Cuando Victorio la miró a los ojos, Lali sonrió a modo de saludo. Pero como el hombre seguía mirándola con fijeza, la sonrisa de Lali comenzó a vacilar. Se preguntó si esperaría que dijera algo o si existía alguna formalidad que ella tenía que cumplir.
Era un hombre muy atrayente. Le recordaba a Nicolás, el esposo de Eugenia, pues cuando por fin el hombre le sonrió, los ojos verdes brillaron divertidos.
—Es un honor conocerla, lady Lanzani.
Victorio no le quitó la mirada mientras le decía a Peter:
—Elegiste bien, Peter. Me pregunto cómo convenciste a Nicolás...
—Arrojamos los troncos y yo gané el derecho de elegir el primero —dijo Peter—. Fue una elección por eliminación.
—¿Por eliminación? —Lali dirigió al marido una mirada colérica—. ¿Estás burlándote de mí ante tu amigo, o hablas en serio?
—Estoy bromeando —respondió Peter.
—Siempre bromea —le dijo Lali a Victorio, como un modo indirecto de disculpar la escandalosa afirmación del esposo.
Victorio quedó perplejo. Nunca, en toda su vida, vio que Peter bromeara acerca de nada. Pero no pensaba contradecir a lady Lanzani.
Giró la cabeza a tiempo para ver que Peter le guiñaba un ojo a la esposa.
—Está exhausta, Victorio —dijo Peter, captando la atención del soldado—. Lo que más necesita ahora es una buena cena y una noche de descanso.
—Primero necesita conocer tu casa —dijo la misma Lali en tono exasperado—. Porque siente mucha curiosidad.
Peter y Victorio sonrieron al ver que, de manera sutil, Lali los censuraba por hablar como si ella no estuviese presente. Lali también sonrió, complacida por haberlos superado de ese modo.
—Peter, ¿podría darme un baño, también?
—Milady, me ocuparé de inmediato de ello —dijo Victorio, antes de que Peter pudiese responder.
Siguió a la nueva ama como una marioneta. Peter observó cómo Victorio miraba a su esposa y lo divirtió la forma en que el amigo intentaba disimular su reacción ante ella: no podía apartar la mirada.
—Gracias, Victorio —repuso Lali—. Pero no debes ser tan formal conmigo. Por favor, llámame Lali. Ese es mi nombre.
Como el amigo de Peter no respondió a la sugerencia, Lali se volvió y vio que Victorio fruncía el entrecejo.
—¿Es aceptable? —preguntó.
—¿Has dicho que tu nombre era Lane?
—No, es Lali —le aclaró, asintiendo, al ver que Victorio parecía confuso.
El soldado se volvió hacia Peter y barbotó:
—¡Es un nombre raro!
—Tú lo instigaste a decir eso, ¿no es verdad, Peter?
Peter no se molestó en contestar esa pregunta absurda. En efecto, Lali era nombre poco usual, y Peter tenía cosas mucho más importantes de que ocuparse que estar detenido en el umbral, discutiendo ese tema con ella.

16 comentarios:

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  7. ay por fin en casa jajajjaja ahora si q todo se le va a salir de las manos jujuju estuvo bueno el cap creo q voy a dormir un rato pq añoche me acoste tarde bye besos tk

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  8. ay me encanta! espero mas... quiero ver ya como se portarà peter con ella en casa.. espero que no dè un cambio radical!! Besos! espero mas! Giu

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  9. jsjsjajaj como me rei con la ultima parte (aunque si me rei con casi todo el capitulo)!
    jajaja para mi va a ser muy comici ver como Lali se va a acostumbrar a Escocia y como Peter y sus hombres se van a acostumbrar a Lali!!
    Despues de leer el capitulo me acorde del hombre que en los primeros capitulos (no me acuerdo cual) dijo que habia matado la primera mujer de Peter: Tengo miedo :S Va a aparecer pronto o no?
    Quiero saber ya quien es!!! jajajaj
    Espero el proximo
    Besos

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