Capitulo
20
Por fin,
apareció a la vista el muro que rodeaba el castillo. ¡Señor, era gigantesco!
Una de sus secciones parecía haber sido construida dentro de la falda de la
montaña. Estaba hecho con piedras pardas, una innovación con respecto a la
tradición inglesa, pues la mayoría de los castillos de los barones se
construían con madera. Además, el muro de Peter era mucho más alto: la cima
parecía tocar las nubes. Por otra parte, la estructura estaba incompleta pues
había una amplia brecha junto al puente levadizo.
Los
árboles estaban cortados dejando un ancho margen alrededor del muro y no había
una brizna de hierba sobre la falda rocosa que aliviara el paisaje desolado.
Una fosa,
de aguas negras como la tinta, rodeaba la estructura. El puente levadizo de
madera estaba bajo pero no entraron por él sino por la brecha en el muro.
El
castillo era mucho más grandioso que la humilde morada del padre de Lali y esta
pensó que Peter debía de ser un hombre rico. El edificio principal no tenía una
sola torre sino dos, y se sabía lo costoso que resultaba construir una.
Desde
luego que Lali no esperaba nada tan magnificente. Había imaginado que todos los
escoceses vivían en cabañas de piedra con tejados de paja y suelos de tierra,
como los siervos ingleses, pero ahora comprendió que ese era un prejuicio de su
parte. De todos modos, había cabañas; calculó que serían unas cincuenta que
asomaban entre las ramas de los árboles hasta donde su vista alcanzaba, colina
arriba. Lali supuso que las cabañas pertenecían a los miembros del clan Lanzani
y a sus familias.
—Peter, tu
casa es grandiosa —le dijo—. Cuando el muro esté terminado, el patio inferior
encerrará media Escocia, ¿no crees?
Al
percibir el asombro en la voz de Lali, Peter sonrió.
—¿Tú vives
solo? No veo a un solo soldado.
—Mis
hombres están esperando en la cima de la colina —respondió Peter—. En el patio.
—¿También
las mujeres?
—Algunas
—repuso Peter—. Casi todas las mujeres y los niños se fueron al feudo Gillebrid
por el festival de primavera y la mitad de mis soldados están con ellos.
—¿Y por
eso está todo tan tranquilo? —Lali se volvió, sonrió a Peter y preguntó:
—¿Cuántos hombres tienes bajo tu mando?
En cuanto
formuló la pregunta, la olvidó pues la sonrisa de Peter capturó su atención.
—Estás
feliz de haber regresado al hogar, ¿verdad? —dijo.
La
ansiedad de Lali complació a Peter.
—Hay unos
quinientos hombres, quizá seiscientos cuando se juntan todos. Sí, inglesa,
estoy feliz de estar en mi casa.
Lali se
mostró exasperada.
—¿Quinientos
o seiscientos? ¡Oh, Peter, estás burlándote de mí!
—Es
verdad, Lali. Hay tantos Lanzani como te he dicho.
Lali supo
que Peter estaba convencido de lo que decía.
—Pienso
que crees que tienes esa cantidad de hombres, según la manera de contar de los escoceses.
—¿Qué
quiere decir eso?
—Peter,
simplemente insinúo que no sabes contar. A fin de cuentas, me dijiste que nos
llevaría tres días llegar a tu casa, y nos ha llevado mucho más.
—Hemos
venido a paso lento por tu estado —le explicó Peter.
—¿Mi estado?
—Estabas
débil; ¿lo has olvidado, acaso?
De
inmediato, Lali se ruborizó y Peter comprendió que no lo había olvidado en
absoluto.
—Y es
evidente que estás agotada.
—No
—replicó Lali—. No tiene importancia —se apresuró a decir al ver que Peter
fruncía el entrecejo. Iba a conocer a los parientes de Peter y prefería que
siguiera de buen humor—. Si me dices que aquí hay setecientos hombres bajo tu
mando, yo te creo.
Una
sonrisa le indicó que lo había apaciguado pero no pudo resistir la tentación de
provocarlo un poco.
—De todos
modos, Peter, ¿no es extraño que no vea a ningún hombre? ¿Acaso podrían
seiscientos soldados estar ocultos esperando en el recinto?
Al ver que
Lali trataba de ocultar la irritación, Peter rió y luego soltó un silbido
agudo.
La señal
fue respondida de inmediato. Aparecieron desde lo alto del muro, de las
cabañas, los establos, los árboles y el bosque que los rodeaba, luchadores de
aspecto feroz, tantos que cubrieron todo el espacio.
Peter no
exageró; más bien se había quedado corto. Mientras Lali contemplaba a los
soldados, Peter hizo un gesto de asentimiento y luego alzó una mano. Cuando la
cerró formando un puño resonó un fuerte clamor.
Lali quedó
tan ensordecida por el barullo que se aferró de la mano de Peter, que le
rodeaba la cintura en ademán posesivo. No podía dejar de mirar a los hombres,
aun sabiendo que era descortés. “Estoy en una tierra de gigantes”, pensó, pues
casi todos los soldados parecían tan altos como los pinos que, según sabía, les
gustaba arrojar.
Aunque el
tamaño de los hombres era impresionante y las miradas penetrantes la enervaban,
lo que más la impactó fue la forma en que estaban vestidos.
Cholie no
había estado ebria: sabía lo que decía. Los escoceses usaban vestidos de mujer.
De mujeres medio desnudas, precisó Lali para sí sacudiendo la cabeza. No, no
eran vestidos, eran mantos.
Todos
llevaban el mismo tipo de manto con los colores de Peter. Los hombres lo
llevaban sujeto a la cintura con un cinturón y apenas les cubría las rodillas.
Algunos
tenían camisas de color azafrán; otros, nada. La mayoría estaban descalzos.
—¿Quieres
contarlos? —preguntó Peter. Hizo avanzar al caballo y dijo—: Esposa, creo que
ahora hay aquí unos doscientos. Pero si quieres...
—Yo diría
que son quinientos —murmuró Lali.
—Ahora
eres tú la que exagera.
Lali lanzó
una mirada a Peter y trató de recuperar la voz. Una muralla de soldados se
alineaba a lo largo del camino por el que ellos andaban, y Lali dijo, bajando
la voz:
—Peter, si
estos son sólo la mitad, tienes tu propia legión.
—No. Una legión
consta de tres mil, en ocasiones hasta seis mil hombres. Yo no tengo tantos, Lali,
a menos que convoque a mis aliados, por supuesto.
—Por
supuesto.
—No tienes
nada que temer.
—No temo.
¿Por qué crees que estoy asustada?
—Estás
temblando.
—No
—repuso Lali—. Es que todos nos miran.
—Sienten
curiosidad.
—No los
hemos sorprendido, ¿verdad, Peter? —dijo Lali en tono muy afligido.
—¿De qué
hablas?
Lali le
miraba el mentón. Peter le alzó la barbilla, vio que estaba muy sonrojada y que
se inquietó más aún.
—Mis
guerreros están siempre preparados.
—No lo
parecen.
De pronto,
el hombre comprendió qué era lo que la inquietaba de ese modo.
—No los
llamamos vestidos.
Lali
adoptó una expresión asombrada.
—¿Beak te
dijo...?
—Yo estaba
allí.
—¿Tú
estabas...?
—En el establo.
—¡No me
digas!
—Sí.
—¡Dios!
Desesperada,
Lali intentó recordar la conversación con el jefe de los establos.
—¿Qué más
escuchaste? —preguntó.
—Que a los
escoceses nos importan las ovejas, que nos arrojamos troncos de pinos unos a
otros, que...
—Cuando
dije eso estaba burlándome de mi hermana... y creí que Cholie estaba ebria
cuando me dijo que... Peter, ¿siempre se visten de un modo tan indecente, con
las rodillas al aire?
Sería una
vergüenza si en ese momento Peter se le reía en la cara.
—Cuando te
establezcas, te acostumbrarás —le prometió.
—Tú no te
vistes como los soldados, ¿verdad? —dijo, horrorizada.
—Sí.
—No, no lo
haces. —Lali suspiró al comprender que acababa de contradecirlo otra vez, pero Peter
no pareció molestarse cuando lo corrigió—: Quería decir que ahora tú tienes
pantalones, y por eso supuse...
—He estado
en Inglaterra, Lali. Por eso llevo este atuendo tan engorroso.
Lali miró
otra vez en derredor y luego fijó la atención en su esposo.
—¿Qué
hacen para enrollar los pantalones por debajo de los mantos? —preguntó.
—No lo
hacen.
—¿Entonces...
? —La expresión maliciosa de Peter le reveló que la respuesta no le agradaría—.
No importa —exclamó—. He cambiado de idea. No quiero saber lo que llevan
debajo.
—Oh, pero
yo quiero decírtelo.
Sonreía
como un pilluelo. Lali suspiró ante las observaciones poco caballerescas de su
esposo y ante su propio comportamiento, tan poco digno de una dama. ¡Señor, a
cada momento le parecía más atractivo! El corazón de Lali comenzó a palpitar
como las alas de una mariposa.
—Luego me
lo dirás —murmuró—. Por la noche, tarde, Peter, cuando esté oscuro y no puedas
ver mi rubor. Cuando pelean, ¿usan cota de malla? —Agregó la pregunta para
hacerlo olvidar de su propio pudor ante la falta de ropa de los soldados.
—Nunca usamos
armadura —le explicó Peter—. La mayoría de nosotros sólo usamos el manto. No
obstante, los guerreros curtidos prefieren ir a la manera antigua.
—¿Qué es?
—No llevan
nada puesto.
En ese
momento, Lali se convenció de que estaba bromeando. La idea de guerreros
desnudos cabalgando en medio de la guerra la hizo reír encantada.
—De modo
que arrojan los mantos y...
—Sí, eso
hacen.
—Peter,
debes considerarme lo bastante ingenua para creer una historia tan absurda.
Basta de burlarte, por favor. Además, es descortés que ignores a tus hombres
tanto tiempo.
Tras
semejante afirmación, le dio la espalda, se apoyó contra el pecho de Peter y
compuso una expresión serena, dirigida a los soldados ante los que pasaban en
su camino colina arriba.
Le costó
un esfuerzo considerable, después de las ideas vergonzosas que Peter había
implantado en su cabeza.
—Esposa,
tienes que aprender a no dar órdenes —dijo, apoyando la barbilla sobre la
cabeza de Lali. Fue un suave regaño y Lali sintió que una oleada de placer le
recorría el vientre.
—Esposo,
me gustaría hacer lo correcto y tú tendrías que hacer lo mismo. La grosería
nunca es aceptable, en ninguna medida, ni aun en un escocés.
Cuando
llegaron al segundo claro, resonó un grito entre los árboles. En cuanto Fuego
Fatuo comenzó a encabritarse, Peter tiró de las riendas y luego desmontó. Dejó
a Lali sobre el potro y condujo ambos caballos hacia el grupo de soldados que
los esperaban.
¡Qué
nerviosa estaba Lali! Apretaba las manos entre sí para que los soldados no
advirtiesen cuánto le temblaban.
Del grupo
se separó un hombre rubio, de tamaño similar al de Peter, y saludó al señor. La
apostura del hombre hizo su poner a Lali que debía de ser pariente de Peter.
También supuso que era el segundo comandante y amigo del esposo, pues abrazó al
jefe y le dio unas fuertes palmadas en la espalda.
A Lali
esas palmadas la hubiesen tirado al suelo, pero Peter ni se movió. El acento
escocés del hombre era tan cerrado que la muchacha no podía entender todas las
palabras, pero entendió las suficientes para ruborizarse. Los dos gigantes se
insultaban uno a otro. “Será una de sus extrañas costumbres”, pensó Lali.
Luego, la
conversación se tornó seria y Lali supo que las noticias que recibía el esposo no
eran buenas. La voz de Peter adoptó un matiz cortante y se puso ceñudo. Parecía
furioso y los soldados, preocupados.
No hizo
ningún caso de Lali hasta que llegaron al recinto interior. Entonces, arrojó
las riendas de Fuego Fatuo a los hombres que los rodeaban, se volvió hacia Lali
y la bajó al suelo.
No la
miró. Lali permaneció de pie junto a su esposo mientras este seguía conversando
con el soldado.
Al
parecer, la curiosidad de los hombres de Peter estaba dividida. La mitad de
ellos la miraba fijamente, con expresiones que sugerían que no les agradaba lo
que veían. Los otros rodeaban a Fuego Fatuo y sonreían. ¿Qué cabía pensar ante
esto?
A Fuego
Fatuo no le gustaba la atención que recibía más que a la misma Lali. El
nervioso animal retrocedió, resopló y trató de pisotear a los hombres que
sujetaban las riendas.
Lali
reaccionó de una manera instintiva, como una madre que ve a su hijo
comportándose mal; de inmediato se propuso cortar de raíz el berrinche de la
yegua.
Se movió
con demasiada rapidez para que Peter pudiese detenerla. Sin hacer caso de los
presentes, pasó alrededor de Peter y del potro, apartó a codazos a dos enormes
soldados y corrió a tranquilizar a su niñita.
Se detuvo
a pocos metros de la mascota. No tuvo necesidad de pronunciar una palabra
áspera. Se limitó a alzar la mano y a esperar.
De
inmediato, Fuego Fatuo dejó de lado la rabieta y la expresión salvaje
desapareció de sus ojos. Ante la mirada fascinada de los soldados, la orgullosa
beldad blanca trotó hacia el ama para recibir una caricia.
De
improviso, Peter apareció junto a Lali, le pasó un brazo sobre los hombros y la
atrajo hacia sí.
—Por lo
general es muy dócil —le dijo Lali a su esposo—. Pero está cansada y
hambrienta, Peter. Creo que tendría que llevarla a...
—Donald se
ocupará de eso.
Lali no
quiso discutir con su marido delante de los hombres. Peter tomó las riendas de
Fuego Fatuo, habló unas precipitadas palabras en gaélico, dándole instrucciones
al joven que acababa de acercarse a él.
En opinión
de Lali, Donald era demasiado joven para ser jefe de establos, pero en cuanto
afirmó que Fuego Fatuo era un caballo espléndido, supo que el joven era capaz
de reconocer a un animal fino cuando lo veía. Además, tenía voz suave, en
contraste con el cabello rojo llameante y el cutis sonrosado, y una sonrisa
contagiosa.
Fuego
Fatuo lo detestó. Trató de abrirse camino entre Lali y Peter, pero Donald
demostró ser enérgico. Peter dio una orden cortante, y el jefe de establos pudo
restablecer el control por completo. Lali observaba, sintiéndose como una madre
ansiosa a la que separan de su hijita.
—Se
acostumbrará.
La
afirmación de Peter la irritó. De modo que ella y la yegua eran lo mismo a los
ojos de Peter, ¿verdad? Le había dicho lo mismo a Lali, caballo y esposa.
—Quizás,
ella sí —respondió Lali, subrayando “ella”.
Comenzaron
a caminar hacia los escalones de entrada al castillo y Peter aún no la había
presentado a sus hombres. Lali pensó en ello largo rato hasta que al fin se le
ocurrió que estaría esperando el momento oportuno para hacerlo como
correspondía.
Sólo
cuando llegaron al último escalón Peter se detuvo. Se volvió y la hizo girar,
con el brazo todavía sujetándole con fuerza los hombros.
Luego la
soltó, aceptó el manto que le ofrecía uno de los soldados y lo plegó sobre el
hombro derecho de Lali. En cuanto concluyó ese gesto, en el recinto se hizo un
silencio total. Los soldados apoyaron las manos sobre los corazones e
inclinaron las cabezas.
Había
llegado el momento. Lali se mantuvo erguida como una lanza, las manos a los
costados, esperando escuchar el discurso maravilloso que Peter pronunciaría
ante sus hombres. “Ahora me alabará, lo quiera o no”, pensó Lali.
Lali se
propuso recordar cada palabra para poder evocarla y saborearla cada vez que Peter
se enfadara con ella en el futuro.
De hecho,
fue un discurso breve y terminó antes de que Lali lo advirtiese. La voz de Peter
resonó sobre la multitud cuando gritó:
—¡Mi
esposa!
“¿Mi
esposa?” ¿Eso era todo? ¿No tenía nada más que decir? Como guardó silencio, Lali
supuso que había terminado. Y como había hablado en gaélico y Lali estaba
decidida a no decirle que conocía el idioma, no podía demostrar lo irritada que
estaba por lo escueto del discurso.
A una
señal de Peter, los hombres alzaron las espadas y otro fuerte clamor resonó en
el recinto amurallado.
Lali se
aproximó más a Peter, inclinó la cabeza e hizo una reverencia a los soldados.
Las
exclamaciones y vivas sobresaltaron a Lali. Peter pensó que se sentía un tanto
intimidada, abrumada por la atención recibida.
—Peter,
¿qué les has dicho? —murmuró, aunque lo sabía perfectamente. En cuanto le
respondió, Lali quiso decirle que de verdad podría haberse explayado, pero no
tuvo oportunidad.
—Les he
dicho que eras inglesa —mintió Peter. Volvió a sujetarla por los hombros y,
como era su costumbre, la alzó contra el costado. ¡A decir verdad, la trataba
como a un saco de viaje!
—Claro,
por eso lanzan vivas —repuso Lali—. Porque soy inglesa.
—No,
esposa. Por eso gritan —dijo, ofuscado. Lali movió la cabeza—. ¿Qué piensas de
mis hombres? —preguntó, ya en tono serio.
Lali le
respondió sin mirarlo:
—Estoy
pensando que todos ellos tienen espadas, y tú no, Lanzani. Eso es lo que estoy
pensando.
Sonriendo
ante la ironía, Peter pensó: “No cabe duda de que esta mujer tiene fibra”.
Los
soldados la miraban sin disimulo y Peter comprendió que tenían que saciarse de
contemplarla. Les llevaría tiempo habituarse a la apariencia de Lali; a decir
verdad, al mismo Peter le costaba aún acostumbrarse.
El soldado
que Lali supuso el segundo comandante se apresuró a subir los escalones a
petición del jefe. Se paró frente a Lali esperando la presentación.
—Esposa,
este es Victorio. Él queda a cargo cada vez que yo estoy ausente.
Cuando Victorio
la miró a los ojos, Lali sonrió a modo de saludo. Pero como el hombre seguía
mirándola con fijeza, la sonrisa de Lali comenzó a vacilar. Se preguntó si
esperaría que dijera algo o si existía alguna formalidad que ella tenía que
cumplir.
Era un
hombre muy atrayente. Le recordaba a Nicolás, el esposo de Eugenia, pues cuando
por fin el hombre le sonrió, los ojos verdes brillaron divertidos.
—Es un
honor conocerla, lady Lanzani.
Victorio
no le quitó la mirada mientras le decía a Peter:
—Elegiste
bien, Peter. Me pregunto cómo convenciste a Nicolás...
—Arrojamos
los troncos y yo gané el derecho de elegir el primero —dijo Peter—. Fue una
elección por eliminación.
—¿Por
eliminación? —Lali dirigió al marido una mirada colérica—. ¿Estás burlándote de
mí ante tu amigo, o hablas en serio?
—Estoy
bromeando —respondió Peter.
—Siempre
bromea —le dijo Lali a Victorio, como un modo indirecto de disculpar la
escandalosa afirmación del esposo.
Victorio
quedó perplejo. Nunca, en toda su vida, vio que Peter bromeara acerca de nada.
Pero no pensaba contradecir a lady Lanzani.
Giró la
cabeza a tiempo para ver que Peter le guiñaba un ojo a la esposa.
—Está
exhausta, Victorio —dijo Peter, captando la atención del soldado—. Lo que más
necesita ahora es una buena cena y una noche de descanso.
—Primero
necesita conocer tu casa —dijo la misma Lali en tono exasperado—. Porque siente
mucha curiosidad.
Peter y Victorio
sonrieron al ver que, de manera sutil, Lali los censuraba por hablar como si
ella no estuviese presente. Lali también sonrió, complacida por haberlos
superado de ese modo.
—Peter,
¿podría darme un baño, también?
—Milady,
me ocuparé de inmediato de ello —dijo Victorio, antes de que Peter pudiese
responder.
Siguió a
la nueva ama como una marioneta. Peter observó cómo Victorio miraba a su esposa
y lo divirtió la forma en que el amigo intentaba disimular su reacción ante
ella: no podía apartar la mirada.
—Gracias, Victorio
—repuso Lali—. Pero no debes ser tan formal conmigo. Por favor, llámame Lali.
Ese es mi nombre.
Como el
amigo de Peter no respondió a la sugerencia, Lali se volvió y vio que Victorio
fruncía el entrecejo.
—¿Es
aceptable? —preguntó.
—¿Has
dicho que tu nombre era Lane?
—No, es Lali
—le aclaró, asintiendo, al ver que Victorio parecía confuso.
El soldado
se volvió hacia Peter y barbotó:
—¡Es un
nombre raro!
—Tú lo
instigaste a decir eso, ¿no es verdad, Peter?
Peter no
se molestó en contestar esa pregunta absurda. En efecto, Lali era nombre poco
usual, y Peter tenía cosas mucho más importantes de que ocuparse que estar
detenido en el umbral, discutiendo ese tema con ella.
Me encanta más!
ResponderEliminarHmass
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mas mas no nos dejes asiii
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ay por fin en casa jajajjaja ahora si q todo se le va a salir de las manos jujuju estuvo bueno el cap creo q voy a dormir un rato pq añoche me acoste tarde bye besos tk
ResponderEliminaray me encanta! espero mas... quiero ver ya como se portarà peter con ella en casa.. espero que no dè un cambio radical!! Besos! espero mas! Giu
ResponderEliminarMASSS
ResponderEliminarjajaj me encantoo maas
ResponderEliminarjsjsjajaj como me rei con la ultima parte (aunque si me rei con casi todo el capitulo)!
ResponderEliminarjajaja para mi va a ser muy comici ver como Lali se va a acostumbrar a Escocia y como Peter y sus hombres se van a acostumbrar a Lali!!
Despues de leer el capitulo me acorde del hombre que en los primeros capitulos (no me acuerdo cual) dijo que habia matado la primera mujer de Peter: Tengo miedo :S Va a aparecer pronto o no?
Quiero saber ya quien es!!! jajajaj
Espero el proximo
Besos
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