Hola!! bueno no tengo motivo para justificar q no subi mas q me colgue!! necesito algo para hacer porq me voy a volver loca aca encerrada en casa,va eso no significa q quiere entrar al cole! :P jaja bueno aca dejo cap y ya veran porq lo q dije antes! bsss
PD:Alguien q quiera ser admi de una pagina?? plis urge!!
Capítulo
22
Los
susurros despertaron a Lali. Al principio, se desorientó. Todavía ardían las
velas, arrojando sombras que danzaban sobre la mampara. Lali las contempló unos
momentos antes de comprender donde estaba.
Los
murmullos se dejaron oír otra vez. Lali se esforzó por captar alguna que otra
palabra, y cuando lo logró, se despertó del todo y tembló de miedo. ¡Ahora
entendía lo que decían! Era el sacramento de la extremaunción lo que estaba
oyendo, el rito sagrado dedicado a un alma que partía.
Debían de
haber encontrado a Pablo. Lali se persignó deprisa, se puso la bata y fue a
ofrecer sus propias plegarias. Aunque se la considerara una extraña, de todos
modos era la esposa de Peter. ¿Acaso no era su deber permanecer junto al esposo
cuando despedía a un amigo?
Peter no
la oyó acercarse. Lali se quedó detrás del marido, observando cómo el sacerdote
leía la lectura sagrada.
El cuerpo
estaba sobre la mesa más alejada de la mampara. El anciano sacerdote, vestido
con el atuendo de duelo, negro, bordeado de púrpura, estaba de pie junto a un
extremo de la mesa. De cabellos grises y rostro arrugado, hablaba con un tono
cargado de tristeza.
Peter
estaba de pie junto al extremo opuesto de la mesa. Los espacios intermedios
estaban llenos de soldados de distintos rangos. Anna, Paula y otra mujer, que Lali
adivinó que sería Rocío, estaban cerca del hogar.
El corazón
de Lali se compadeció de la sufrida mujer. Vio que el rostro de Rocío estaba
surcado de lágrimas, pero de su boca no brotaba un sonido, y eso la hizo
admirarla más aún. Sin duda, en circunstancias similares Lali habría gemido sin
control.
Se asomó
detrás de su esposo para mirar mejor al hombre al que estaban velando.
Al principio
pensó que estaba muerto. Lali estaba acostumbrada a ver heridas de todo tipo, y
por eso no se desmayó al contemplar el horrendo espectáculo, aunque faltó poco.
En un primer momento, le pareció que había sangre por todos lados. Pero Lali no
podía saber qué proporción provenía de heridas graves, y lo serio que era el
daño. Una gran herida curva abarcaba gran parte del pecho del guerrero. Además,
tenía quebrado el brazo izquierdo, cerca de la muñeca, pero a Lali le pareció
que era un corte limpio.
Era un
hombre con cicatrices de batalla, rasgos austeros y cabello castaño oscuro. Un
enorme cardenal le hinchaba la frente, confiriéndole un aspecto grotesco. Lali
contempló largo rato la hinchazón, preguntándose si ese golpe habría sido la
causa de la muerte.
De súbito,
el hombre muerto hizo una mueca. Fue un movimiento tan leve que si no hubiera
estado observándolo con tanta atención, le habría pasado por alto.
En la
mente de Lali se encendió una chispa de esperanza. Se concentró en el modo en
que el guerrero respiraba. Si bien la respiración era superficial, era tan
genuina como la de un gallo de pelea. Esa era una buena señal, pues cuando la
muerte se aproximaba a la presa, se producía una respiración temblorosa.
La verdad
la tomó por sorpresa: Pablo no se había muerto... todavía.
El
sacerdote no terminaba nunca las oraciones, y Lali no quería esperar. Sin duda,
el hombre al que estaban despidiendo pescaría una fiebre y moriría a menos que
la joven pudiese curarle las heridas.
Lali dio
un golpecito en el hombro de Peter y este se volvió de inmediato; luego se
movió para obstruirle la visión del soldado herido. No parecía muy complacido
de verla.
—¿Es Pablo?
—murmuró Lali. Peter asintió.
—Vuelve a
la cama, Lali.
—No está
muerto.
—Está
muriéndose.
—No, no
creo que se esté muriendo, Peter.
—Vete a la
cama.
—Pero, Peter...
—Ya.
La
aspereza de la orden afligió a la joven. Lali giró con lentitud y se encaminó
de regreso a la cama. Pero mientras tanto hizo una lista mental de las cosas
que necesitaba para atender a Pablo.
Cuando
regresó junto a su esposo, tenía los brazos cargados con frascos de medicinas.
Había metido una aguja larga e hilo fuerte en el bolsillo de la bata y tres
medias blancas asomaban por el otro bolsillo. Lali estaba resuelta a hacer todo
lo posible por salvar al guerrero, con o sin la cooperación del marido. Sólo
esperaba que Peter no armara demasiado escándalo antes de darse por vencido.
Pero no
tendría más remedio que rendirse.
El
sacerdote dio la bendición final y se arrodilló. Peter hizo un gesto a sus
hombres, se volvió y casi arrojó a Lali al suelo. Sin pensarlo, la sujetó para
que no se cayera.
Estaba
furioso con su esposa: así lo indicaba su expresión. Y también el modo en que
le apretaba los hombros. Lali hizo una aspiración profunda y exclamó:
—En
Inglaterra tenemos una extraña costumbre. No lloramos la muerte de un hombre
hasta que está muerto, y no llamamos al sacerdote hasta estar seguros de que ha
fallecido.
Esa
afirmación logró la atención total de Peter.
—Peter, no
puedes estar seguro de que Pablo esté moribundo. Déjame ver las heridas. Si
Dios ha decidido llevárselo, nada de lo que yo haga cambiará las cosas.
Movió los
hombros para soltarse de las manos de Peter mientras esperaba una respuesta,
que demoró largo rato. Peter la miraba como si hubiese perdido el juicio. Lali
trató de desplazarse a un lado, pero su esposo volvió a obstruirle la visión.
—Hay mucha
sangre.
—Ya la he
visto.
—La sangre
te descompone.
—Peter,
¿de dónde sacas eso?
Peter no
respondió.
—No me
hará nada.
—Si te
descompones, yo me enfadaré.
“Y si tu
voz se torna más áspera aún, hará estallar un relámpago”, pensó Lali.
—Esposo,
lo atenderé, con tu permiso o sin él. Ahora, sal de mi camino.
Peter no
se movió, pero abrió los ojos, sorprendido ante la dureza de la orden. Lali
pensó que quería estrangularla y sacó la conclusión de que ése no era el modo
de abordarlo.
—Peter,
¿acaso yo te dije cómo luchar contra esos bandidos que nos atacaron? —A Peter
la pregunta le pareció ridícula. Lali respondió por él—: No, por supuesto que
no te lo dije. Esposo mío, yo no sé nada de peleas, pero sé mucho acerca de
curar. Curaré a Pablo, y eso es todo. Por favor, quítate de mi camino. Tu amigo
sufre un dolor horrible.
Fue esa
última afirmación lo que convenció a Peter.
—¿Sabes
que sufre?
—Lo he
visto hacer una mueca.
—¿Segura?
—Muy
segura.
La fiereza
en el tono de Lali sorprendió a Peter. Ante sus mismos ojos estaba
convirtiéndose en una tigresa.
—Haz lo
que puedas.
Lali
exhaló un suspiro mientras se acercaba deprisa a la mesa. Apoyó los frascos en
una esquina y se inclinó sobre Pablo para examinarle las heridas.
Todos los
guerreros se acercaron otra vez a la mesa. Parecían ofuscados, por lo que Peter
creyó que se enfrentaría a una rebelión. Cruzó los brazos sobre el pecho y
contempló a los presentes, que se habían vuelto hacia él. Era evidente que
esperaban a ver qué haría en relación con la atrevida intervención de su
esposa.
Lali no
prestó atención a los soldados. Palpó con suavidad los extremos de la
protuberancia en la frente de Pablo. Luego, examinó la herida del pecho.
—Tal como
imaginaba —dijo.
—¿El daño?
—preguntó Peter.
Lali movió
la cabeza y dijo en tono esperanzado:
—La mayor
parte es aparente.
—¿Aparente?
—Quiero
decir que parece más grave de lo que en realidad es —explicó Lali.
—¿Está
muriéndose?
Fue el
sacerdote quien preguntó. Jadeando, el anciano se puso de pie con esfuerzo y
miró a Lali con la expresión más feroz que la joven había visto nunca.
—Tiene una
buena posibilidad, padre —dijo Lali. Oyó un grito de mujer e imaginó que
provenía de Rocío.
—Me
gustaría ayudarte —dijo el sacerdote.
—Le
estaría agradecida —repuso la joven. Oyó que, tras ella, los soldados
murmuraban por lo bajo. No les hizo caso y le dio la espalda a su esposo—.
Advertí que te marchabas con tus hombres, pero si no tienes algo demasiado
importante que hacer, tu ayuda me vendría bien.
—Íbamos a
construir una caja —explicó Peter.
—¿Una
caja?
—Un ataúd
—intervino el sacerdote.
Lali
adoptó una expresión incrédula y sintió deseos de tapar los oídos de Pablo con
las manos para que no oyese esa conversación descorazonadora.
—¡Por el
amor de Dios! ¿Ya enterrabais a Pablo antes de que dejara de respirar?
—No,
habríamos esperado —respondió Peter— En realidad piensas que puedes salvarlo,
¿no es cierto?
—¿En qué
puedo ayudar? —preguntó Victorio, antes de que Lali pudiese responderle al
marido.
—Necesito
más luz, vendas de hilo, un tazón con agua tibia, más tazones con agua y dos
tablillas de madera, más o menos de este tamaño, Victorio —indicó, mostrándole
con las manos las medidas de las tablillas que necesitaba.
Si acaso
pensaron que lo que había pedido Lali no tenía sentido, no lo dijeron.
—Tiene el
brazo quebrado, chica. ¿Piensas cortárselo? —preguntó el sacerdote.
A espaldas
de Lali, un soldado murmuró:
—Pablo
preferiría morir antes que le cortaran el brazo.
—No le
cortaremos el brazo —afirmó Lali, exasperada—. Se lo enderezaremos.
—¿Vas a
hacerlo? —preguntó el clérigo.
—Sí.
El círculo
de hombres en torno de la mesa se estrechó. Victorio se abrió paso a codazos
hasta la señora.
—Aquí está
el tazón de agua que pediste. Los otros están detrás de ti.
Lali abrió
los frascos de medicinas, tomó entre el pulgar y el índice una pizca de un
polvo pardo y lo mezcló con el agua del tazón. Cuando el líquido se volvió
turbio, se lo dio a Victorio.
—Por
favor, sostenme esto un momento.
—¿Qué es,
señora? —preguntó Victorio, oliendo la poción.
—Un
somnífero para el Lanzani. Le aliviará el dolor.
—Ya está
dormido.
Lali no
reconoció la voz y supo que ese comentario provenía de otro soldado que hablaba
en tono colérico.
—Sí, está
dormido —musitó otro—. Cualquiera puede verlo.
—No está
durmiendo —replicó Lali, esforzándose en ser paciente. Comprendió que tenía que
conquistar la confianza de los hombres para que colaborasen con ella.
—Entonces,
¿por qué no nos habla ni nos mira?
—Porque
sufre mucho —respondió Lali—. Peter, ¿puedes sostenerle la cabeza para que le
resulte más fácil beber?
Peter fue
el único que no le discutió. Se acercó a la mesa y alzó la cabeza de Pablo. Lali
se inclinó sobre el amigo de Peter, le rodeó el rostro con las manos y le
habló:
—Pablo,
abre los ojos y mírame.
Fue
necesario que repitiera sus palabras tres veces, gritando la última hasta que
al fin el guerrero le obedeció.
Un
murmullo de sorpresa corrió en torno de la mesa; los incrédulos se habían
convencido.
No cesó de
insistir hasta que el guerrero bebió buena parte del preparado. Entonces,
suspiró satisfecha.
—En uno o
dos minutos, la poción hará efecto. Tras esta afirmación, Lali alzó la vista. Peter
le sonreía.
—Aún es
posible que le dé una fiebre y muera —susurró, temerosa de haberle dado
demasiadas esperanzas y de haber sido poco precavida.
—No se
atrevería.
—¿No?
—¡Por la
manera en que le gritaste...! —replicó Peter.
Lali
sintió que se sonrojaba.
—Tenía que
alzar la voz —se excusó—. Era el único modo de que me respondiese.
—Creo que
ya está dormido —intervino Victorio.
—Veremos
—dijo Lali. Otra vez se inclinó sobre Pablo y le rodeó la cara con las manos—.
¿El dolor está cediendo? —preguntó.
El
guerrero abrió lentamente los ojos y Lali vio que la medicina comenzaba a
surtir efecto, pues los ojos estaban turbios y el semblante había adquirido una
expresión serena.
—¿Me he
ido al Cielo? —preguntó Pablo en un susurro— ¿Tú eres mi ángel?
Lali
sonrió.
—No Pablo.
Todavía estás en las Tierras Altas.
Una
expresión de horror atravesó el semblante del soldado.
—¡Dios
todopoderoso no estoy en el Cielo! ¡Es el Infierno! Es una treta cruel del
demonio. Pareces un ángel pero suenas como una inglesa.
La última
afirmación fue un bramido y, de inmediato, comenzó a debatirse. Lali se inclinó
tan cerca del oído derecho de Pablo que casi lo besaba, y le murmuró en
gaélico:
—Quédate
tranquilo, amigo. Estás a salvo entre escoceses —le mintió—. Si te hace sentir
mejor, imagínate la próxima batalla contra los ingleses pero cállate. Deja que
la poción te haga dormir.
El suave
acento con que Lali le habló le sonó extraño a ella misma, pero Pablo estaba
demasiado aturdido para notarlo. Dejó de forcejear y cerró otra vez los ojos.
Se durmió
con una sonrisa en los labios.
“Debe de
estar contando los soldados enemigos que matará”, pensó Lali.
—¿Qué le
ha dicho, milady? —preguntó un soldado por encima del hombro de Lali.
—Le he
dicho que era demasiado obstinado para morirse, aún —respondió Lali,
encogiéndose de hombros.
Victorio
estaba desconcertado.
—Pero,
¿cómo sabes que Pablo es obstinado?
—Es
escocés, ¿verdad?
Victorio
miró a Peter para ver si se sentía divertido o insultado por el comentario de
lady Lanzani. Pero aquel sonreía, y Victorio llegó a la conclusión de que la
señora sólo bromeaba. Con el entrecejo fruncido, se preguntó cuánto tiempo le
llevaría entender a esta inglesa insólita. La voz dulce de la mujer era tan
engañosa como su apariencia: era como una muñequita delicada. ¡Si la coronilla
de Lali apenas llegaba al hombro del esposo...! Y si no estaba en guardia, esa
voz algo ronca era capaz de convencerlo de cumplir cualquier deseo que le
formulara...
—Yo
también quisiera ayudarla.
La voz
llorosa pertenecía a Rocío, que estaba al otro lado de la mesa, mirando a Lali.
La mujer rubia aún estaba asustada, pero decidida, y cuando Lali le sonrió, le
devolvió una sonrisa algo vacilante.
—Pablo es
mi esposo. Haré cualquier cosa que me indique.
—Agradeceré
su ayuda —le dijo Lali—. Humedezca este paño y sosténgalo contra la frente de
su esposo —le indicó.
Lali sacó
las tres medias del bolsillo y metió en una de ellas la tablilla que le había
proporcionado Victorio. Antes de que terminara, uno de los soldados había hecho
lo mismo con la segunda tablilla.
En ese
momento le temblaban las manos, pues ya no podía demorar la tarea que más la
asustaba. Era hora de enderezar el brazo de Pablo.
—En
Inglaterra se puso de moda utilizar una esponja para hacer dormir a un hombre,
pero yo no estoy de acuerdo con ese tipo de tratamiento —divagó—. Ruego que Pablo
duerma mientras le hacemos esto.
—¿Se
habría dormido mejor si hubiera empleado la esponja? —preguntó un soldado.
—¡Sí!
—respondió Lali—. Pero sería posible que no despertara. Sucede en la mayoría de
los casos. Las desventajas superan a las ventajas, ¿no cree?
De
inmediato, los soldados asintieron.
—Peter,
tendrás que hacer esto por mí pues yo no tengo suficiente fuerza —dijo—. Victorio,
necesito tiras largas de hilo, preparadas para amarrar las tablillas.
Lali metió
la mano hinchada de Pablo en la tercera media, hizo cinco agujeros en la parte
de los dedos del pie, y pasó los dedos por esos orificios. Cada vez que le
tocaba el brazo, echaba a Pablo una mirada angustiada para ver si despertaba.
—Peter,
sujétale la mano. Victorio, tú sostén el antebrazo —indicó—. Tirad lentamente,
por favor, hasta que yo pueda enderezar el hueso. Rocío, vuélvete de espaldas.
No quiero que veas esto.
Lali
aspiró con fuerza para serenarse, y luego murmuró:
—¡Dios,
cómo detesto esta parte de mi trabajo! Ahora.
Fueron
necesarios tres intentos hasta que la joven estuvo segura de que los extremos
del hueso roto estaban en la posición correcta. Deslizó la primera tablilla
debajo del brazo, luego puso la segunda encima. Le temblaban las manos. Peter
sostuvo las tablillas mientras Lali envolvía varias vueltas de vendas en las
maderas. Cuando terminó, el brazo de Pablo quedó firmemente entablillado.
—Ya está;
lo peor ya ha pasado —dijo, con un hondo suspiro de alivio.
—Falta el
pecho, milady —le recordó el sacerdote. Lanzó una tos áspera y dolorosa, y
agregó—: Tiene una herida abierta ahí.
—Parece
peor de lo que en realidad es —respondió Lali.
Sonrió al
oír un suspiro colectivo. Pidió más luz y quedó casi ciega por la cantidad de
velas que los soldados sostuvieron para que pudiese ver.
Lali pidió
otro tazón con agua tibia. Abrió otro frasco de medicina, arrojó una buena
cantidad de un polvo anaranjado en el líquido y entregó la mezcla al sacerdote,
tomándolo por sorpresa.
—Beba
esto. Le curará la tos —le dijo—. Estoy segura de que le duele.
El clérigo
quedó mudo. Tanta consideración lo dejaba perplejo. Bebió un buen trago e hizo
una mueca.
—Bébalo
todo, padre —le ordenó Lali.
Como un
niño, se resistió unos instantes y luego obedeció.
Lali
volvió la atención a la herida del pecho de Pablo. Se concentró en la tarea. La
herida formaba una costra con barro y sangre seca. Lali la limpió con
meticulosidad, pues por la experiencia pasada y las instrucciones de su madre
sabía el terrible daño que podía ocasionar una sola mota de suciedad que
quedara dentro de una herida. Y aunque no conocía la razón, sabía que era así.
Como los labios de la herida eran desparejos, los cosió con aguja e hilo.
Peter
ordenó que llevaran una cama al gran salón. Sabía que Lali querría tener al
paciente cerca, y la cabaña de Pablo estaba a buena distancia.
La esposa
de Pablo no había pronunciado una sola palabra en toda esa noche tan larga. No
se movió de donde estaba, frente a Lali, y observó cada uno de los movimientos
de la joven.
Lali casi
no le prestó atención. Había estado inclinada sobre el guerrero tanto tiempo
que, cuando al fin se irguió, le corrió un dolor por la espalda que la hizo
ahogar una exclamación. Se tambaleó hacia atrás, y antes de que pudiese
recuperar el equilibrio, sintió que una docena de manos la sostenían.
—Rocío,
por favor, ayúdame a vendar el pecho de tu marido —pidió, con intención de hacer
participar a la afligida mujer.
Rocío
estaba ansiosa por ayudar. En cuanto la curación terminó, Peter llevó a su
amigo a la cama. Lali y Rocío lo siguieron.
—Cuando el
dolor lo despierte, estará furioso —vaticinó Lali—. Rocío, tendrás que vértelas
con un oso.
—Pero
despertará. —En la voz de Rocío vibró una sonrisa.
—Sí,
despertará —confirmó Lali.
Esperó a
que Rocío acomodara las mantas bajo los hombros del esposo, y luego le
preguntó:
—¿Dónde
han ido Belén y Paula?
—Han
regresado a su cabaña, a dormir —respondió Rocío. Acarició la frente de Pablo
con un ademán afectuoso que demostraba cuánto lo quería— Yo iba a despertarlas
cuando Pablo... cuando él hubiese muerto.
Lali miró
perpleja a Peter.
El padre Jasper
atrajo la atención de todos, pues comenzó a roncar. El anciano sacerdote estaba
tumbado en una silla, la que había acercado a la mesa.
—¡Oh!
—exclamó Lali—. Olvidé decirle que el brebaje le daría sueño.
—Puede
dormir aquí —dijo Peter. Y dirigiéndose a la esposa de Pablo, añadió— Rocío,
vete a descansar un poco. Victorio y yo nos turnaremos para cuidar a tu esposo
hasta que vuelvas.
La
expresión abatida de Rocío indicó a Lali que no quería dejar a su marido, pero
se apresuró a asentir y se encaminó a la puerta. Lali comprendió que la
obediencia hacia el señor era más importante que cualquier otra consideración.
—Peter, si
tú estuvieses enfermo sin duda yo no querría apartarme de tu lado. ¿Por qué no
dejas que Rocío duerma aquí? podría descansar en una silla, o tal vez usar uno
de los dormitorios de arriba, ¿no crees?
Rocío giró
en redondo.
—Estaría
muy cómoda —aseguró.
Peter pasó
la mirada de una mujer a otra, y luego asintió.
—Ve a
buscar tus cosas —dijo—. Dormirás en una de las habitaciones de arriba, Rocío.
No te olvides de tu estado. Pablo se enfadaría si al despertar te viese
exhausta.
Rocío hizo
una reverencia formal.
—Gracias,
milord —dijo.
—Maxi,
acompaña a Rocío a la cabaña a recoger sus cosas —Peter llamó.
Lali se
quedó junto a la cama, observando a Pablo. Rocío se acercó a ella, dudó unos
instantes y luego le tomó la mano:
—Quisiera
darte las gracias señora —murmuró.
—No
tendrás que despertar a Belén y a Paula —repuso Lali. Rocío sonrió.
—No, no
tengo que despertarlas. —Comenzaba a irse, pero se volvió.— Cuando nazca mi
hijo, llevará el nombre de su padre.
—¿Cuando
será ese acontecimiento maravilloso? —preguntó Lali.
—Dentro de
seis meses. Y sí es una niña...
—Le pondré
tu nombre, milady.
Sí hubiera
tenido fuerzas, Lali habría reído, pero estaba tan agotada que sólo pudo
sonreír.
—Peter,
¿has oído la promesa de Rocío? Ella no cree que Lali sea un nombre raro. ¿Qué
te parece?
Rocío le
sonrió a Peter, esperó que asintiera y dijo:
—Creía que
tu nombre era Lane, milady.
Peter rió
por la esposa. Rocío estrechó la mano de Lali para demostrarle que estaba
bromeando, y salió del salón con Maxi.
—¿Ese
individuo sonríe alguna vez? —le preguntó Lali a Peter cuando quedaron solos.
—¿Quién?
—Maxi.
—No, Lali.
—Me
detesta con toda su alma.
—Sí, así
es.
Lali miró
enfurruñada a Peter por haber asentido con tanta facilidad, y luego preparó
otro brebaje que tenía para poder ara prevenir la fiebre. Se dirigía otra vez
hacia la cama cuando de pronto recordó que no había examinado la parte inferior
del cuerpo de Pablo para ver si había otras heridas que curar.
Resolvió
pedirle a Peter que lo hiciera mientras ella cerraba los ojos.
—No hay
más heridas —afirmó Peter, tras acceder a la petición de Lali.
El alivio
de Lali no duró. Cuando abrió los ojos, Peter estaba a pocos centímetros de
ella y le sonreía.
—Estás
ruborizada. Contéstame a esta pregunta —pidió él con una suave voz— Si hubiera
tenido una herida, ¿qué habrías hecho?
—Curarla,
si fuera posible —respondió Lali—. Y tal vez me habría ruborizado todo el
tiempo mientras lo hiciera. Peter, no olvides que sólo soy una mujer.
Esperó que
Peter la contradijese.
—Sí, eso
eres.
La forma
como la miraba hizo que el sonrojo de Lali se intensificara. ¿Qué era lo que le
pasaba a este hombre? Se comportaba como si quisiera decirle algo y no se
decidiera.
—Esposo,
¿otra vez estoy fea? Sé que debo de estar hecha un desastre.
—Nunca has
sido fea —le respondió Peter, apartando un mechón de cabello sobre el hombro de
Lali. El tierno gesto provocó un estremecimiento en los brazos de la mujer—.
Pero sí estás hecha un desastre.
Lali no
supo cómo interpretarlo. Su esposo sonreía, y la muchacha supuso que no se
burlaba. ¿O sí? Este hombre tenía un extraño sentido del humor.
Cuanto más
la contemplaba Peter, más nerviosa se ponía.
—Vamos,
haz que Pablo beba esto. —Le entregó el tazón.
—En las
últimas horas has disparado órdenes como un comandante en el campo de batalla, Lali.
Pero ahora te muestras tímida. ¿A qué se debe el cambio?
—A ti
—repuso Lali—. Cuando me miras así, siento timidez.
—Es bueno
saberlo.
—No, por
cierto que no es bueno —musitó Lali. Le arrebató el tazón de las manos, corrió
junto a Pablo e instó al paciente a que bebiera una buena cantidad.
—Quiero
que uses mi manto —dijo Peter.
—¿Qué?
—Esposa,
quiero que lleves mis colores.
—¿Por qué?
—Porque
ahora me perteneces —le explicó Peter, paciente.
—Llevaré
tu manto cuando mi corazón quiera pertenecerte, ni un minuto antes ¿Qué opinas
sobre eso?
—Podría
ordenarte que...
—Pero no
lo harás.
Peter
sonrió. A fin de cuentas, su pequeña y gentil esposa comenzaba a entenderlo. Y
él también comenzaba a comprender cómo funcionaba la mente de Lali. Esta
mujercita tonta aún no aceptaba que su propio corazón comenzaba a ablandarse
hacia él. Pero Peter quería que lo admitiese.
—¿Es
cierto lo que le dijiste a Rocío? Si yo estuviese herido, ¿te quedarías a mi
lado?
—Por
supuesto.
Lali ni
miró por encima del hombro cuando agregó:
—Marido,
ya puedes abandonar esa sonrisa presuntuosa. Cualquier esposa se quedaría junto
a su marido: es nuestro deber.
—Y tú
siempre cumples con tu deber.
—Sí.
—Lali, te
daré dos semanas para decidirte, pero terminarás por usar mi manto.
Mientras
contemplaba a Lali, una verdad contradictoria se abrió paso en la mente de Peter:
en realidad, quería que ella lo quisiera. Quería que lo amara. Aun así, estaba
decidido a no amarla. El motivo era simple: un guerrero no amaba a la esposa,
la poseía. Claro que existían buenas razones para ello: el amor complicaba la
relación. Por otra parte, hacía que un señor olvidara sus obligaciones. No,
nunca amaría a Lali, pero se empeñaría en que muy pronto ella se enamorara de
él.
—Dos
semanas.
Lali no
necesitaba que lo repitiese.
—Marido
mío, eres muy arrogante.
—Me alegro
de que lo adviertas.
Peter
salió del salón antes de que Lali pudiese ahogar una risa con la que lo hubiera
provocado otra vez. Los soldados debían de estar esperándolo abajo, en el
patio, deseando oír noticias sobre el amigo. Varios cientos de hombres velaban
a Pablo y no retomarían las tareas hasta no haber entrado a ver al camarada.
Tenían derecho, y Peter no se lo negaría.
En el
mismo momento en que Lali cerraba los ojos, Pablo se despertó del sueño
inducido por el brebaje. La joven se arrodilló en el suelo con los pies metidos
bajo el vestido. El largo cabello se esparcía como una manta por la espalda. Pablo
gimió cuando intentó mover el brazo palpitante. Quiso frotarse para aliviar la
comezón, pero cuando trató de mover la otra mano, sintió que alguien se la
sujetaba.
Abrió los
ojos, y enseguida vio a la mujer. Tenía la cabeza apoyada cerca del muslo de Pablo
y los ojos cerrados. Sin saber cómo, adivinó que tenía los ojos violetas,
claros y encantadores.
Pablo
creyó que estaba dormida, pero cuando intentó soltarse, ella no se lo permitió.
Entonces,
los soldados comenzaron a agolparse en el salón, y atrajeron la atención del
herido. Los amigos le sonreían. Pablo trató de devolver el saludo y, si bien
estaba dolorido, las sonrisas de los camaradas le indicaron que no estaba moribundo.
“Quizá los últimos ritos que creí oír eran para otro”, pensó.
Cerca de
la entrada aguardaban Peter y Victorio. Peter contemplaba a su esposa, y Victorio
a los soldados.
Para Victorio
fue un momento mágico: los soldados parecían atónitos ante el cuadro que
presenciaban. Todos ellos sabían que lady Lanzani había salvado al amigo de una
muerte segura. La sonrisa débil de Pablo confirmaba el milagro.
En el
salón sólo cabía una tercera parte de los soldados, pero cuando el primer
hombre se puso en cuclillas e hizo una reverencia, los otros lo imitaron, hasta
que incluso los que estaban afuera estuvieron de rodillas.
Peter
comprendió que era un acto unánime de lealtad, pero no hacia Pablo. No, Pablo
era un par y no correspondía que se arrodillaran ante él. En ese instante, los
soldados brindaban a lady Lanzani su lealtad, su absoluta confianza.
Y durante
la silenciosa ceremonia, la esposa durmió.
—Yo me
jacté de que le llevaría mucho tiempo conquistar la confianza de los soldados
—le dijo Victorio a Peter—. Estaba equivocado; le ha llevado menos de un día.
Maxi, con
su hermana Paula, entró en el salón en el mismo momento en que salía el último
soldado. Esperaron junto a Victorio, hasta que Rocío, llevando de la mano a Belén,
se unió a ellos.
—¿Ves, Belén?
Te dije que Pablo estaba mejor. ¡Mira cómo sonríe! —murmuró Rocío, dichosa;
luego, soltó la mano de Belén y corrió junto a su esposo.
—Lady Lanzani
salvó a Pablo —le dijo Victorio a Maxi—. Es hora de regocijo, mi amigo, no de
enfado. ¿Por qué frunces así el entrecejo?
—Pablo se
habría curado aun sin la asistencia de lady Lanzani. Fue decisión de Dios, no
de ella.
El tono
duro del hombre llamó la atención de Peter.
—Maxi, ¿no
aceptas a mi esposa? —preguntó, con un tono engañosamente suave.
De
inmediato, el guerrero movió la cabeza.
—La acepto
porque es tu esposa, Peter, y la protegeré con mi vida —agregó—. Pero no ganará
mi lealtad tan fácilmente.
Anna y Paula
permanecieron junto a Maxi con la misma expresión que él, mientras asistían a
la conversación. Peter los miró uno a uno y luego dijo:
—Todos
vosotros le daréis la bienvenida, ¿entendieron?
Las
mujeres asintieron de inmediato. Maxi tardó algo más en aceptar.
—Peter,
¿acaso olvidaste tan pronto a nuestra María?
—Han
pasado casi tres años —intervino Victorio.
—No la he
olvidado —afirmó Peter.
—¿Y por
qué...?
—Maxi, yo
me casé para complacer a mi rey, y tú lo sabes. Antes de darle la espalda a mi
esposa, recuerda, recordadlo todos. Lali también se casó por orden de su propio
rey. No tenía más interés que yo en este matrimonio. Honradla por cumplir con
su deber.
—¿De
verdad que no quería casarse contigo? —preguntó Belén. Los ojos castaños
revelaban su asombro.
Peter
movió la cabeza.
—Belén, el
único motivo por el que comento esto contigo, es tu hermana, María. Lali estaba
prometida a otro hombre. ¿Por qué querría casarse conmigo?
—Los
ingleses nos detestan tanto como nosotros a ellos —dijo Victorio.
—Tu esposa
no sabe lo afortunada que es —dijo Belén, con timidez.
Peter
sonrió al percibir la sinceridad en la voz de Belén. Los tres se quedaron
mirándolo mientras se encaminaba hacia la esposa dormida y la alzaba con
ternura en los brazos. La apretaba contra el pecho.
Victorio
lo siguió con la intención de tomar su turno para cuidar de Pablo.
—Peter, me
pregunto cuánto tiempo le llevará a tu esposa aceptarnos.
—Muy poco
—predijo Peter. Se dirigió hacia la cama, pero se detuvo para decir sobre el
hombro—: Se acostumbrará, Victorio, ya lo verás.
haaa no qe no se los ganaba y pete qiere qe se enamore por qe el ya lo iso <3 qe le pasa a maxi me cae mal! y se llama lali la hija de pablo rocio :D maaas
ResponderEliminarMe parece que peter la quiere eh ajaj! Me encanto el capitulo y.. con el comentario(que no digo ajja) que me dejaste en tw me dejaste peor intriga de antes ajja! Espero mas! Giu
ResponderEliminarmas nove porfa!!!!!!!!!!
ResponderEliminarMe gusta tu nove!!!! :)
ResponderEliminarwou super cap el de hoy jajajaj la verdad q si me quedo dormida en este mismo momento soñare con esto jajajjaja MAS PLIS MAS jajajjaja
ResponderEliminarmas noveeeee
ResponderEliminarMe encanta más!!
ResponderEliminarmas por favor nos seas malita :)
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massss por favor no nos dejes asi, queremos mass
ResponderEliminar:)
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Massssssssssssssssssssssssssssss Perdon Que No Comente Lo Que Pienso Pero, Es Que Mi Tiempo Apenas Me Da Para Leer ♥ Igual Buenisimaaaaaaaaaaa
ResponderEliminar@DaniiVasqueez
Ay me encanto!!!
ResponderEliminarQu lindo que la gente de Peter se haya dado cuenta que Lali a pesar de ser inglesa es una buena persona!!! Y PEter deberia estar muy orgulloso de ella y ademas el ni quera que ella viera el cuerpo de Pablo!!!
Tengo q confesar que en un momento pense que este Maxi era el q habia matado a Maria, pero ahora pienso que el sera alguien que va a ayudar a Lali (si el que mato a Maria querra matar a ella tambien)!
jajja Vico esta loco por Lali, pero tiene que cuidar lo que dice y como la mira sino Peter lo mata :P jjajajja
Bueno espero el proximo
Besos
mas nove mas nove!!!
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maasss por favorrrrrr
ResponderEliminarpor favor no aguanto la espera!!!me voy a morir si no leo mas capis por faaaa
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