jueves, 24 de enero de 2013

Cap 22


Hola!! bueno no tengo motivo para justificar q no subi mas q me colgue!! necesito algo para hacer porq me voy a volver loca aca encerrada en casa,va eso no significa q quiere entrar al cole! :P jaja bueno aca dejo cap y ya veran porq lo q dije antes! bsss

PD:Alguien q quiera ser admi de una pagina?? plis urge!!


Capítulo 22

Los susurros despertaron a Lali. Al principio, se desorientó. Todavía ardían las velas, arrojando sombras que danzaban sobre la mampara. Lali las contempló unos momentos antes de comprender donde estaba.
Los murmullos se dejaron oír otra vez. Lali se esforzó por captar alguna que otra palabra, y cuando lo logró, se despertó del todo y tembló de miedo. ¡Ahora entendía lo que decían! Era el sacramento de la extremaunción lo que estaba oyendo, el rito sagrado dedicado a un alma que partía.
Debían de haber encontrado a Pablo. Lali se persignó deprisa, se puso la bata y fue a ofrecer sus propias plegarias. Aunque se la considerara una extraña, de todos modos era la esposa de Peter. ¿Acaso no era su deber permanecer junto al esposo cuando despedía a un amigo?
Peter no la oyó acercarse. Lali se quedó detrás del marido, observando cómo el sacerdote leía la lectura sagrada.
El cuerpo estaba sobre la mesa más alejada de la mampara. El anciano sacerdote, vestido con el atuendo de duelo, negro, bordeado de púrpura, estaba de pie junto a un extremo de la mesa. De cabellos grises y rostro arrugado, hablaba con un tono cargado de tristeza.
Peter estaba de pie junto al extremo opuesto de la mesa. Los espacios intermedios estaban llenos de soldados de distintos rangos. Anna, Paula y otra mujer, que Lali adivinó que sería Rocío, estaban cerca del hogar.
El corazón de Lali se compadeció de la sufrida mujer. Vio que el rostro de Rocío estaba surcado de lágrimas, pero de su boca no brotaba un sonido, y eso la hizo admirarla más aún. Sin duda, en circunstancias similares Lali habría gemido sin control.
Se asomó detrás de su esposo para mirar mejor al hombre al que estaban velando.
Al principio pensó que estaba muerto. Lali estaba acostumbrada a ver heridas de todo tipo, y por eso no se desmayó al contemplar el horrendo espectáculo, aunque faltó poco. En un primer momento, le pareció que había sangre por todos lados. Pero Lali no podía saber qué proporción provenía de heridas graves, y lo serio que era el daño. Una gran herida curva abarcaba gran parte del pecho del guerrero. Además, tenía quebrado el brazo izquierdo, cerca de la muñeca, pero a Lali le pareció que era un corte limpio.
Era un hombre con cicatrices de batalla, rasgos austeros y cabello castaño oscuro. Un enorme cardenal le hinchaba la frente, confiriéndole un aspecto grotesco. Lali contempló largo rato la hinchazón, preguntándose si ese golpe habría sido la causa de la muerte.
De súbito, el hombre muerto hizo una mueca. Fue un movimiento tan leve que si no hubiera estado observándolo con tanta atención, le habría pasado por alto.
En la mente de Lali se encendió una chispa de esperanza. Se concentró en el modo en que el guerrero respiraba. Si bien la respiración era superficial, era tan genuina como la de un gallo de pelea. Esa era una buena señal, pues cuando la muerte se aproximaba a la presa, se producía una respiración temblorosa.
La verdad la tomó por sorpresa: Pablo no se había muerto... todavía.
El sacerdote no terminaba nunca las oraciones, y Lali no quería esperar. Sin duda, el hombre al que estaban despidiendo pescaría una fiebre y moriría a menos que la joven pudiese curarle las heridas.
Lali dio un golpecito en el hombro de Peter y este se volvió de inmediato; luego se movió para obstruirle la visión del soldado herido. No parecía muy complacido de verla.
—¿Es Pablo? —murmuró Lali. Peter asintió.
—Vuelve a la cama, Lali.
—No está muerto.
—Está muriéndose.
—No, no creo que se esté muriendo, Peter.
—Vete a la cama.
—Pero, Peter...
—Ya.
La aspereza de la orden afligió a la joven. Lali giró con lentitud y se encaminó de regreso a la cama. Pero mientras tanto hizo una lista mental de las cosas que necesitaba para atender a Pablo.
Cuando regresó junto a su esposo, tenía los brazos cargados con frascos de medicinas. Había metido una aguja larga e hilo fuerte en el bolsillo de la bata y tres medias blancas asomaban por el otro bolsillo. Lali estaba resuelta a hacer todo lo posible por salvar al guerrero, con o sin la cooperación del marido. Sólo esperaba que Peter no armara demasiado escándalo antes de darse por vencido.
Pero no tendría más remedio que rendirse.
El sacerdote dio la bendición final y se arrodilló. Peter hizo un gesto a sus hombres, se volvió y casi arrojó a Lali al suelo. Sin pensarlo, la sujetó para que no se cayera.
Estaba furioso con su esposa: así lo indicaba su expresión. Y también el modo en que le apretaba los hombros. Lali hizo una aspiración profunda y exclamó:
—En Inglaterra tenemos una extraña costumbre. No lloramos la muerte de un hombre hasta que está muerto, y no llamamos al sacerdote hasta estar seguros de que ha fallecido.
Esa afirmación logró la atención total de Peter.
—Peter, no puedes estar seguro de que Pablo esté moribundo. Déjame ver las heridas. Si Dios ha decidido llevárselo, nada de lo que yo haga cambiará las cosas.
Movió los hombros para soltarse de las manos de Peter mientras esperaba una respuesta, que demoró largo rato. Peter la miraba como si hubiese perdido el juicio. Lali trató de desplazarse a un lado, pero su esposo volvió a obstruirle la visión.
—Hay mucha sangre.
—Ya la he visto.
—La sangre te descompone.
—Peter, ¿de dónde sacas eso?
Peter no respondió.
—No me hará nada.
—Si te descompones, yo me enfadaré.
“Y si tu voz se torna más áspera aún, hará estallar un relámpago”, pensó Lali.
—Esposo, lo atenderé, con tu permiso o sin él. Ahora, sal de mi camino.
Peter no se movió, pero abrió los ojos, sorprendido ante la dureza de la orden. Lali pensó que quería estrangularla y sacó la conclusión de que ése no era el modo de abordarlo.
—Peter, ¿acaso yo te dije cómo luchar contra esos bandidos que nos atacaron? —A Peter la pregunta le pareció ridícula. Lali respondió por él—: No, por supuesto que no te lo dije. Esposo mío, yo no sé nada de peleas, pero sé mucho acerca de curar. Curaré a Pablo, y eso es todo. Por favor, quítate de mi camino. Tu amigo sufre un dolor horrible.
Fue esa última afirmación lo que convenció a Peter.
—¿Sabes que sufre?
—Lo he visto hacer una mueca.
—¿Segura?
—Muy segura.
La fiereza en el tono de Lali sorprendió a Peter. Ante sus mismos ojos estaba convirtiéndose en una tigresa.
—Haz lo que puedas.
Lali exhaló un suspiro mientras se acercaba deprisa a la mesa. Apoyó los frascos en una esquina y se inclinó sobre Pablo para examinarle las heridas.

Todos los guerreros se acercaron otra vez a la mesa. Parecían ofuscados, por lo que Peter creyó que se enfrentaría a una rebelión. Cruzó los brazos sobre el pecho y contempló a los presentes, que se habían vuelto hacia él. Era evidente que esperaban a ver qué haría en relación con la atrevida intervención de su esposa.
Lali no prestó atención a los soldados. Palpó con suavidad los extremos de la protuberancia en la frente de Pablo. Luego, examinó la herida del pecho.
—Tal como imaginaba —dijo.
—¿El daño? —preguntó Peter.
Lali movió la cabeza y dijo en tono esperanzado:
—La mayor parte es aparente.
—¿Aparente?
—Quiero decir que parece más grave de lo que en realidad es —explicó Lali.
—¿Está muriéndose?
Fue el sacerdote quien preguntó. Jadeando, el anciano se puso de pie con esfuerzo y miró a Lali con la expresión más feroz que la joven había visto nunca.
—Tiene una buena posibilidad, padre —dijo Lali. Oyó un grito de mujer e imaginó que provenía de Rocío.
—Me gustaría ayudarte —dijo el sacerdote.
—Le estaría agradecida —repuso la joven. Oyó que, tras ella, los soldados murmuraban por lo bajo. No les hizo caso y le dio la espalda a su esposo—. Advertí que te marchabas con tus hombres, pero si no tienes algo demasiado importante que hacer, tu ayuda me vendría bien.
—Íbamos a construir una caja —explicó Peter.
—¿Una caja?
—Un ataúd —intervino el sacerdote.
Lali adoptó una expresión incrédula y sintió deseos de tapar los oídos de Pablo con las manos para que no oyese esa conversación descorazonadora.
—¡Por el amor de Dios! ¿Ya enterrabais a Pablo antes de que dejara de respirar?
—No, habríamos esperado —respondió Peter— En realidad piensas que puedes salvarlo, ¿no es cierto?
—¿En qué puedo ayudar? —preguntó Victorio, antes de que Lali pudiese responderle al marido.
—Necesito más luz, vendas de hilo, un tazón con agua tibia, más tazones con agua y dos tablillas de madera, más o menos de este tamaño, Victorio —indicó, mostrándole con las manos las medidas de las tablillas que necesitaba.
Si acaso pensaron que lo que había pedido Lali no tenía sentido, no lo dijeron.
—Tiene el brazo quebrado, chica. ¿Piensas cortárselo? —preguntó el sacerdote.
A espaldas de Lali, un soldado murmuró:
—Pablo preferiría morir antes que le cortaran el brazo.
—No le cortaremos el brazo —afirmó Lali, exasperada—. Se lo enderezaremos.
—¿Vas a hacerlo? —preguntó el clérigo.
—Sí.
El círculo de hombres en torno de la mesa se estrechó. Victorio se abrió paso a codazos hasta la señora.
—Aquí está el tazón de agua que pediste. Los otros están detrás de ti.
Lali abrió los frascos de medicinas, tomó entre el pulgar y el índice una pizca de un polvo pardo y lo mezcló con el agua del tazón. Cuando el líquido se volvió turbio, se lo dio a Victorio.
—Por favor, sostenme esto un momento.
—¿Qué es, señora? —preguntó Victorio, oliendo la poción.
—Un somnífero para el Lanzani. Le aliviará el dolor.
—Ya está dormido.
Lali no reconoció la voz y supo que ese comentario provenía de otro soldado que hablaba en tono colérico.
—Sí, está dormido —musitó otro—. Cualquiera puede verlo.
—No está durmiendo —replicó Lali, esforzándose en ser paciente. Comprendió que tenía que conquistar la confianza de los hombres para que colaborasen con ella.
—Entonces, ¿por qué no nos habla ni nos mira?
—Porque sufre mucho —respondió Lali—. Peter, ¿puedes sostenerle la cabeza para que le resulte más fácil beber?
Peter fue el único que no le discutió. Se acercó a la mesa y alzó la cabeza de Pablo. Lali se inclinó sobre el amigo de Peter, le rodeó el rostro con las manos y le habló:
—Pablo, abre los ojos y mírame.
Fue necesario que repitiera sus palabras tres veces, gritando la última hasta que al fin el guerrero le obedeció.
Un murmullo de sorpresa corrió en torno de la mesa; los incrédulos se habían convencido.
No cesó de insistir hasta que el guerrero bebió buena parte del preparado. Entonces, suspiró satisfecha.
—En uno o dos minutos, la poción hará efecto. Tras esta afirmación, Lali alzó la vista. Peter le sonreía.
—Aún es posible que le dé una fiebre y muera —susurró, temerosa de haberle dado demasiadas esperanzas y de haber sido poco precavida.
—No se atrevería.
—¿No?
—¡Por la manera en que le gritaste...! —replicó Peter.
Lali sintió que se sonrojaba.
—Tenía que alzar la voz —se excusó—. Era el único modo de que me respondiese.
—Creo que ya está dormido —intervino Victorio.
—Veremos —dijo Lali. Otra vez se inclinó sobre Pablo y le rodeó la cara con las manos—. ¿El dolor está cediendo? —preguntó.
El guerrero abrió lentamente los ojos y Lali vio que la medicina comenzaba a surtir efecto, pues los ojos estaban turbios y el semblante había adquirido una expresión serena.
—¿Me he ido al Cielo? —preguntó Pablo en un susurro— ¿Tú eres mi ángel?
Lali sonrió.
—No Pablo. Todavía estás en las Tierras Altas.
Una expresión de horror atravesó el semblante del soldado.
—¡Dios todopoderoso no estoy en el Cielo! ¡Es el Infierno! Es una treta cruel del demonio. Pareces un ángel pero suenas como una inglesa.
La última afirmación fue un bramido y, de inmediato, comenzó a debatirse. Lali se inclinó tan cerca del oído derecho de Pablo que casi lo besaba, y le murmuró en gaélico:
—Quédate tranquilo, amigo. Estás a salvo entre escoceses —le mintió—. Si te hace sentir mejor, imagínate la próxima batalla contra los ingleses pero cállate. Deja que la poción te haga dormir.
El suave acento con que Lali le habló le sonó extraño a ella misma, pero Pablo estaba demasiado aturdido para notarlo. Dejó de forcejear y cerró otra vez los ojos.
Se durmió con una sonrisa en los labios.
“Debe de estar contando los soldados enemigos que matará”, pensó Lali.
—¿Qué le ha dicho, milady? —preguntó un soldado por encima del hombro de Lali.
—Le he dicho que era demasiado obstinado para morirse, aún —respondió Lali, encogiéndose de hombros.
Victorio estaba desconcertado.
—Pero, ¿cómo sabes que Pablo es obstinado?
—Es escocés, ¿verdad?

Victorio miró a Peter para ver si se sentía divertido o insultado por el comentario de lady Lanzani. Pero aquel sonreía, y Victorio llegó a la conclusión de que la señora sólo bromeaba. Con el entrecejo fruncido, se preguntó cuánto tiempo le llevaría entender a esta inglesa insólita. La voz dulce de la mujer era tan engañosa como su apariencia: era como una muñequita delicada. ¡Si la coronilla de Lali apenas llegaba al hombro del esposo...! Y si no estaba en guardia, esa voz algo ronca era capaz de convencerlo de cumplir cualquier deseo que le formulara...
—Yo también quisiera ayudarla.
La voz llorosa pertenecía a Rocío, que estaba al otro lado de la mesa, mirando a Lali. La mujer rubia aún estaba asustada, pero decidida, y cuando Lali le sonrió, le devolvió una sonrisa algo vacilante.
—Pablo es mi esposo. Haré cualquier cosa que me indique.
—Agradeceré su ayuda —le dijo Lali—. Humedezca este paño y sosténgalo contra la frente de su esposo —le indicó.
Lali sacó las tres medias del bolsillo y metió en una de ellas la tablilla que le había proporcionado Victorio. Antes de que terminara, uno de los soldados había hecho lo mismo con la segunda tablilla.
En ese momento le temblaban las manos, pues ya no podía demorar la tarea que más la asustaba. Era hora de enderezar el brazo de Pablo.
—En Inglaterra se puso de moda utilizar una esponja para hacer dormir a un hombre, pero yo no estoy de acuerdo con ese tipo de tratamiento —divagó—. Ruego que Pablo duerma mientras le hacemos esto.
—¿Se habría dormido mejor si hubiera empleado la esponja? —preguntó un soldado.
—¡Sí! —respondió Lali—. Pero sería posible que no despertara. Sucede en la mayoría de los casos. Las desventajas superan a las ventajas, ¿no cree?
De inmediato, los soldados asintieron.
—Peter, tendrás que hacer esto por mí pues yo no tengo suficiente fuerza —dijo—. Victorio, necesito tiras largas de hilo, preparadas para amarrar las tablillas.
Lali metió la mano hinchada de Pablo en la tercera media, hizo cinco agujeros en la parte de los dedos del pie, y pasó los dedos por esos orificios. Cada vez que le tocaba el brazo, echaba a Pablo una mirada angustiada para ver si despertaba.
—Peter, sujétale la mano. Victorio, tú sostén el antebrazo —indicó—. Tirad lentamente, por favor, hasta que yo pueda enderezar el hueso. Rocío, vuélvete de espaldas. No quiero que veas esto.
Lali aspiró con fuerza para serenarse, y luego murmuró:
—¡Dios, cómo detesto esta parte de mi trabajo! Ahora.
Fueron necesarios tres intentos hasta que la joven estuvo segura de que los extremos del hueso roto estaban en la posición correcta. Deslizó la primera tablilla debajo del brazo, luego puso la segunda encima. Le temblaban las manos. Peter sostuvo las tablillas mientras Lali envolvía varias vueltas de vendas en las maderas. Cuando terminó, el brazo de Pablo quedó firmemente entablillado.
—Ya está; lo peor ya ha pasado —dijo, con un hondo suspiro de alivio.
—Falta el pecho, milady —le recordó el sacerdote. Lanzó una tos áspera y dolorosa, y agregó—: Tiene una herida abierta ahí.
—Parece peor de lo que en realidad es —respondió Lali.
Sonrió al oír un suspiro colectivo. Pidió más luz y quedó casi ciega por la cantidad de velas que los soldados sostuvieron para que pudiese ver.
Lali pidió otro tazón con agua tibia. Abrió otro frasco de medicina, arrojó una buena cantidad de un polvo anaranjado en el líquido y entregó la mezcla al sacerdote, tomándolo por sorpresa.
—Beba esto. Le curará la tos —le dijo—. Estoy segura de que le duele.
El clérigo quedó mudo. Tanta consideración lo dejaba perplejo. Bebió un buen trago e hizo una mueca.
—Bébalo todo, padre —le ordenó Lali.
Como un niño, se resistió unos instantes y luego obedeció.
Lali volvió la atención a la herida del pecho de Pablo. Se concentró en la tarea. La herida formaba una costra con barro y sangre seca. Lali la limpió con meticulosidad, pues por la experiencia pasada y las instrucciones de su madre sabía el terrible daño que podía ocasionar una sola mota de suciedad que quedara dentro de una herida. Y aunque no conocía la razón, sabía que era así. Como los labios de la herida eran desparejos, los cosió con aguja e hilo.
Peter ordenó que llevaran una cama al gran salón. Sabía que Lali querría tener al paciente cerca, y la cabaña de Pablo estaba a buena distancia.
La esposa de Pablo no había pronunciado una sola palabra en toda esa noche tan larga. No se movió de donde estaba, frente a Lali, y observó cada uno de los movimientos de la joven.
Lali casi no le prestó atención. Había estado inclinada sobre el guerrero tanto tiempo que, cuando al fin se irguió, le corrió un dolor por la espalda que la hizo ahogar una exclamación. Se tambaleó hacia atrás, y antes de que pudiese recuperar el equilibrio, sintió que una docena de manos la sostenían.
—Rocío, por favor, ayúdame a vendar el pecho de tu marido —pidió, con intención de hacer participar a la afligida mujer.
Rocío estaba ansiosa por ayudar. En cuanto la curación terminó, Peter llevó a su amigo a la cama. Lali y Rocío lo siguieron.
—Cuando el dolor lo despierte, estará furioso —vaticinó Lali—. Rocío, tendrás que vértelas con un oso.
—Pero despertará. —En la voz de Rocío vibró una sonrisa.
—Sí, despertará —confirmó Lali.
Esperó a que Rocío acomodara las mantas bajo los hombros del esposo, y luego le preguntó:
—¿Dónde han ido Belén y Paula?
—Han regresado a su cabaña, a dormir —respondió Rocío. Acarició la frente de Pablo con un ademán afectuoso que demostraba cuánto lo quería— Yo iba a despertarlas cuando Pablo... cuando él hubiese muerto.
Lali miró perpleja a Peter.
El padre Jasper atrajo la atención de todos, pues comenzó a roncar. El anciano sacerdote estaba tumbado en una silla, la que había acercado a la mesa.
—¡Oh! —exclamó Lali—. Olvidé decirle que el brebaje le daría sueño.
—Puede dormir aquí —dijo Peter. Y dirigiéndose a la esposa de Pablo, añadió— Rocío, vete a descansar un poco. Victorio y yo nos turnaremos para cuidar a tu esposo hasta que vuelvas.
La expresión abatida de Rocío indicó a Lali que no quería dejar a su marido, pero se apresuró a asentir y se encaminó a la puerta. Lali comprendió que la obediencia hacia el señor era más importante que cualquier otra consideración.
—Peter, si tú estuvieses enfermo sin duda yo no querría apartarme de tu lado. ¿Por qué no dejas que Rocío duerma aquí? podría descansar en una silla, o tal vez usar uno de los dormitorios de arriba, ¿no crees?
Rocío giró en redondo.
—Estaría muy cómoda —aseguró.
Peter pasó la mirada de una mujer a otra, y luego asintió.
—Ve a buscar tus cosas —dijo—. Dormirás en una de las habitaciones de arriba, Rocío. No te olvides de tu estado. Pablo se enfadaría si al despertar te viese exhausta.
Rocío hizo una reverencia formal.
—Gracias, milord —dijo.
—Maxi, acompaña a Rocío a la cabaña a recoger sus cosas —Peter llamó.
Lali se quedó junto a la cama, observando a Pablo. Rocío se acercó a ella, dudó unos instantes y luego le tomó la mano:
—Quisiera darte las gracias señora —murmuró.
—No tendrás que despertar a Belén y a Paula —repuso Lali. Rocío sonrió.
—No, no tengo que despertarlas. —Comenzaba a irse, pero se volvió.— Cuando nazca mi hijo, llevará el nombre de su padre.
—¿Cuando será ese acontecimiento maravilloso? —preguntó Lali.
—Dentro de seis meses. Y sí es una niña...
—Le pondré tu nombre, milady.
Sí hubiera tenido fuerzas, Lali habría reído, pero estaba tan agotada que sólo pudo sonreír.
—Peter, ¿has oído la promesa de Rocío? Ella no cree que Lali sea un nombre raro. ¿Qué te parece?
Rocío le sonrió a Peter, esperó que asintiera y dijo:
—Creía que tu nombre era Lane, milady.
Peter rió por la esposa. Rocío estrechó la mano de Lali para demostrarle que estaba bromeando, y salió del salón con Maxi.
—¿Ese individuo sonríe alguna vez? —le preguntó Lali a Peter cuando quedaron solos.
—¿Quién?
—Maxi.
—No, Lali.
—Me detesta con toda su alma.
—Sí, así es.
Lali miró enfurruñada a Peter por haber asentido con tanta facilidad, y luego preparó otro brebaje que tenía para poder ara prevenir la fiebre. Se dirigía otra vez hacia la cama cuando de pronto recordó que no había examinado la parte inferior del cuerpo de Pablo para ver si había otras heridas que curar.
Resolvió pedirle a Peter que lo hiciera mientras ella cerraba los ojos.
—No hay más heridas —afirmó Peter, tras acceder a la petición de Lali.

El alivio de Lali no duró. Cuando abrió los ojos, Peter estaba a pocos centímetros de ella y le sonreía.
—Estás ruborizada. Contéstame a esta pregunta —pidió él con una suave voz— Si hubiera tenido una herida, ¿qué habrías hecho?
—Curarla, si fuera posible —respondió Lali—. Y tal vez me habría ruborizado todo el tiempo mientras lo hiciera. Peter, no olvides que sólo soy una mujer.
Esperó que Peter la contradijese.
—Sí, eso eres.
La forma como la miraba hizo que el sonrojo de Lali se intensificara. ¿Qué era lo que le pasaba a este hombre? Se comportaba como si quisiera decirle algo y no se decidiera.
—Esposo, ¿otra vez estoy fea? Sé que debo de estar hecha un desastre.
—Nunca has sido fea —le respondió Peter, apartando un mechón de cabello sobre el hombro de Lali. El tierno gesto provocó un estremecimiento en los brazos de la mujer—. Pero sí estás hecha un desastre.
Lali no supo cómo interpretarlo. Su esposo sonreía, y la muchacha supuso que no se burlaba. ¿O sí? Este hombre tenía un extraño sentido del humor.
Cuanto más la contemplaba Peter, más nerviosa se ponía.
—Vamos, haz que Pablo beba esto. —Le entregó el tazón.
—En las últimas horas has disparado órdenes como un comandante en el campo de batalla, Lali. Pero ahora te muestras tímida. ¿A qué se debe el cambio?
—A ti —repuso Lali—. Cuando me miras así, siento timidez.
—Es bueno saberlo.
—No, por cierto que no es bueno —musitó Lali. Le arrebató el tazón de las manos, corrió junto a Pablo e instó al paciente a que bebiera una buena cantidad.
—Quiero que uses mi manto —dijo Peter.
—¿Qué?
—Esposa, quiero que lleves mis colores.
—¿Por qué?
—Porque ahora me perteneces —le explicó Peter, paciente.
—Llevaré tu manto cuando mi corazón quiera pertenecerte, ni un minuto antes ¿Qué opinas sobre eso?
—Podría ordenarte que...
—Pero no lo harás.
Peter sonrió. A fin de cuentas, su pequeña y gentil esposa comenzaba a entenderlo. Y él también comenzaba a comprender cómo funcionaba la mente de Lali. Esta mujercita tonta aún no aceptaba que su propio corazón comenzaba a ablandarse hacia él. Pero Peter quería que lo admitiese.
—¿Es cierto lo que le dijiste a Rocío? Si yo estuviese herido, ¿te quedarías a mi lado?
—Por supuesto.
Lali ni miró por encima del hombro cuando agregó:
—Marido, ya puedes abandonar esa sonrisa presuntuosa. Cualquier esposa se quedaría junto a su marido: es nuestro deber.
—Y tú siempre cumples con tu deber.
—Sí.
—Lali, te daré dos semanas para decidirte, pero terminarás por usar mi manto.
Mientras contemplaba a Lali, una verdad contradictoria se abrió paso en la mente de Peter: en realidad, quería que ella lo quisiera. Quería que lo amara. Aun así, estaba decidido a no amarla. El motivo era simple: un guerrero no amaba a la esposa, la poseía. Claro que existían buenas razones para ello: el amor complicaba la relación. Por otra parte, hacía que un señor olvidara sus obligaciones. No, nunca amaría a Lali, pero se empeñaría en que muy pronto ella se enamorara de él.
—Dos semanas.
Lali no necesitaba que lo repitiese.
—Marido mío, eres muy arrogante.
—Me alegro de que lo adviertas.
Peter salió del salón antes de que Lali pudiese ahogar una risa con la que lo hubiera provocado otra vez. Los soldados debían de estar esperándolo abajo, en el patio, deseando oír noticias sobre el amigo. Varios cientos de hombres velaban a Pablo y no retomarían las tareas hasta no haber entrado a ver al camarada. Tenían derecho, y Peter no se lo negaría.
En el mismo momento en que Lali cerraba los ojos, Pablo se despertó del sueño inducido por el brebaje. La joven se arrodilló en el suelo con los pies metidos bajo el vestido. El largo cabello se esparcía como una manta por la espalda. Pablo gimió cuando intentó mover el brazo palpitante. Quiso frotarse para aliviar la comezón, pero cuando trató de mover la otra mano, sintió que alguien se la sujetaba.
Abrió los ojos, y enseguida vio a la mujer. Tenía la cabeza apoyada cerca del muslo de Pablo y los ojos cerrados. Sin saber cómo, adivinó que tenía los ojos violetas, claros y encantadores.
Pablo creyó que estaba dormida, pero cuando intentó soltarse, ella no se lo permitió.
Entonces, los soldados comenzaron a agolparse en el salón, y atrajeron la atención del herido. Los amigos le sonreían. Pablo trató de devolver el saludo y, si bien estaba dolorido, las sonrisas de los camaradas le indicaron que no estaba moribundo. “Quizá los últimos ritos que creí oír eran para otro”, pensó.
Cerca de la entrada aguardaban Peter y Victorio. Peter contemplaba a su esposa, y Victorio a los soldados.
Para Victorio fue un momento mágico: los soldados parecían atónitos ante el cuadro que presenciaban. Todos ellos sabían que lady Lanzani había salvado al amigo de una muerte segura. La sonrisa débil de Pablo confirmaba el milagro.
En el salón sólo cabía una tercera parte de los soldados, pero cuando el primer hombre se puso en cuclillas e hizo una reverencia, los otros lo imitaron, hasta que incluso los que estaban afuera estuvieron de rodillas.
Peter comprendió que era un acto unánime de lealtad, pero no hacia Pablo. No, Pablo era un par y no correspondía que se arrodillaran ante él. En ese instante, los soldados brindaban a lady Lanzani su lealtad, su absoluta confianza.
Y durante la silenciosa ceremonia, la esposa durmió.
—Yo me jacté de que le llevaría mucho tiempo conquistar la confianza de los soldados —le dijo Victorio a Peter—. Estaba equivocado; le ha llevado menos de un día.
Maxi, con su hermana Paula, entró en el salón en el mismo momento en que salía el último soldado. Esperaron junto a Victorio, hasta que Rocío, llevando de la mano a Belén, se unió a ellos.
—¿Ves, Belén? Te dije que Pablo estaba mejor. ¡Mira cómo sonríe! —murmuró Rocío, dichosa; luego, soltó la mano de Belén y corrió junto a su esposo.
—Lady Lanzani salvó a Pablo —le dijo Victorio a Maxi—. Es hora de regocijo, mi amigo, no de enfado. ¿Por qué frunces así el entrecejo?
—Pablo se habría curado aun sin la asistencia de lady Lanzani. Fue decisión de Dios, no de ella.
El tono duro del hombre llamó la atención de Peter.
—Maxi, ¿no aceptas a mi esposa? —preguntó, con un tono engañosamente suave.
De inmediato, el guerrero movió la cabeza.
—La acepto porque es tu esposa, Peter, y la protegeré con mi vida —agregó—. Pero no ganará mi lealtad tan fácilmente.
Anna y Paula permanecieron junto a Maxi con la misma expresión que él, mientras asistían a la conversación. Peter los miró uno a uno y luego dijo:
—Todos vosotros le daréis la bienvenida, ¿entendieron?
Las mujeres asintieron de inmediato. Maxi tardó algo más en aceptar.
—Peter, ¿acaso olvidaste tan pronto a nuestra María?
—Han pasado casi tres años —intervino Victorio.
—No la he olvidado —afirmó Peter.
—¿Y por qué...?
—Maxi, yo me casé para complacer a mi rey, y tú lo sabes. Antes de darle la espalda a mi esposa, recuerda, recordadlo todos. Lali también se casó por orden de su propio rey. No tenía más interés que yo en este matrimonio. Honradla por cumplir con su deber.
—¿De verdad que no quería casarse contigo? —preguntó Belén. Los ojos castaños revelaban su asombro.
Peter movió la cabeza.
—Belén, el único motivo por el que comento esto contigo, es tu hermana, María. Lali estaba prometida a otro hombre. ¿Por qué querría casarse conmigo?
—Los ingleses nos detestan tanto como nosotros a ellos —dijo Victorio.
—Tu esposa no sabe lo afortunada que es —dijo Belén, con timidez.
Peter sonrió al percibir la sinceridad en la voz de Belén. Los tres se quedaron mirándolo mientras se encaminaba hacia la esposa dormida y la alzaba con ternura en los brazos. La apretaba contra el pecho.
Victorio lo siguió con la intención de tomar su turno para cuidar de Pablo.
—Peter, me pregunto cuánto tiempo le llevará a tu esposa aceptarnos.
—Muy poco —predijo Peter. Se dirigió hacia la cama, pero se detuvo para decir sobre el hombro—: Se acostumbrará, Victorio, ya lo verás.

27 comentarios:

  1. haaa no qe no se los ganaba y pete qiere qe se enamore por qe el ya lo iso <3 qe le pasa a maxi me cae mal! y se llama lali la hija de pablo rocio :D maaas

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  2. Me parece que peter la quiere eh ajaj! Me encanto el capitulo y.. con el comentario(que no digo ajja) que me dejaste en tw me dejaste peor intriga de antes ajja! Espero mas! Giu

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  3. mas nove porfa!!!!!!!!!!

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  4. wou super cap el de hoy jajajaj la verdad q si me quedo dormida en este mismo momento soñare con esto jajajjaja MAS PLIS MAS jajajjaja

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  5. mas por favor nos seas malita :)

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  6. mas nove mas nove!!!
    mas nove mas nove!!!
    mas nove mas nove!!!
    mas nove mas nove!!!
    mas nove mas nove!!!
    mas nove mas nove!!!
    mas nove mas nove!!!
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  8. massss por favor no nos dejes asi, queremos mass
    :)

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  10. Massssssssssssssssssssssssssssss Perdon Que No Comente Lo Que Pienso Pero, Es Que Mi Tiempo Apenas Me Da Para Leer ♥ Igual Buenisimaaaaaaaaaaa

    @DaniiVasqueez

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  11. Ay me encanto!!!
    Qu lindo que la gente de Peter se haya dado cuenta que Lali a pesar de ser inglesa es una buena persona!!! Y PEter deberia estar muy orgulloso de ella y ademas el ni quera que ella viera el cuerpo de Pablo!!!
    Tengo q confesar que en un momento pense que este Maxi era el q habia matado a Maria, pero ahora pienso que el sera alguien que va a ayudar a Lali (si el que mato a Maria querra matar a ella tambien)!
    jajja Vico esta loco por Lali, pero tiene que cuidar lo que dice y como la mira sino Peter lo mata :P jjajajja
    Bueno espero el proximo
    Besos

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  13. maasss por favorrrrrr

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  14. por favor no aguanto la espera!!!me voy a morir si no leo mas capis por faaaa

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  18. novelaaaaa por favorrrrrrrr

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  19. novelaaa por favor mas mas

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