sábado, 11 de agosto de 2012

Cap 1 de fantasia y amor

Hola aca el primer cap espero que les guste:) bajaron las firmas pero subo por las lectoras fieles jaja les pido que me ayuden recomendando la nove y a quien le sigo avisando por twitter?

Capítulo 1



—¿Qué diablos está sucediendo?



La voz colérica resonó en medio de la noche y Lali se ocultó más detrás de las ramas de las adelfas, tratando de hacerse invisible. Se había escondido detrás del arbusto cuando el coche dio la vuelta hacia el sendero; ahora estaba atrapada. Sería muy vergonzoso que la descubrieran ocultándose en el jardín de su vecino. Además, ¿qué estaba haciendo él en casa? Se suponía que estaba en el extranjero.



Por fortuna, la oscuridad le facilitaba a Lali la posibilidad de confundirse con lo que la rodeaba. El viento que soplaba del sur agitaba las hojas de las adelfas y los hibiscos que bordeaban el césped, apagando cualquier ruido que ella pudiera hacer. Si los niños del vecindario cooperaban y guardaban silencio, tal vez podrían pasar desapercibidos y huir de allí, una vez que él renunciara a la búsqueda y entrara en la casa. Un arbusto se agitó a la izquierda.



—¿Quién está ahí? —la voz varonil se acercaba cada vez más.



Lali podía ver los zapatos oscuros y la sombra difusa de un hombre. Se ocultó más detrás del arbusto con la espalda contra la áspera piedra del muro. El hombre seguía acercándose y, antes de que ella pudiera evitarlo, una mano se introdujo en el follaje y la agarro de un hombro.



Sintiéndose como una tonta, la joven salió despacio de su escondite y avanzó hacia el césped, irguiéndose para enfrentarse a su captor. Tuvo que alzar mucho la vista para mirarlo. Ella medía un metro setenta y tres, pero ese hombre la superaba con creces en estatura.



No podía distinguir sus rasgos en la oscuridad, pero si era Peter Lanzani, ya sabía cuál era su aspecto: alto, de cabello oscuro y ojos de un tono azul intenso. Su cuñada Suzanne lo había descrito muchas veces mientras intentaba convencer a Lali de que pasara sus vacaciones en Barbados, el lugar que ella recordaba con tanto cariño.



—¿Quién es usted y qué diablos hace escondida en mi jardín?



Sus dedos se clavaron con mayor fuerza en el hombro de Lali. Su acento británico, que tanto había fascinado a Lali cuando llegó a Barbados, era de una fría formalidad y el tono era decididamente amenazador.



—Lo siento, sólo estábamos… jugando —dijo la joven y desvió la mirada, buscando a los niños. Necesitaba aliados contra ese formidable cuerpo.



—¿Jugando?



—Al escondite. ¡Jimmy, David, salid! ¡Habéis ganado! —se sentía como un *******. Tenía veintiséis años; era demasiado mayor para jugar al escondite con los niños del vecindario. Pero antes le había parecido una idea muy divertida, y ya estaba empezando a aburrirse al no tener a nadie con quién hablar en todo el día.



Dos pequeñas sombras cruzaron corriendo el patio.



—Hola, señor Lanzani —saludó Jimmy, sonriente.



Peter Lanzani no había retirado la mano del hombro de Lali y ella se volvió para mirarlo, tratando de observarlo con claridad bajo la débil luz. Su contacto ya no era amenazador, pero aún era firme.



—Siento haber invadido su propiedad —se disculpó Lali—, pero mi jardín es pequeño y convencional, mientras que el suyo es fantástico, con todos estos árboles y arbustos. Es un lugar maravilloso para jugar al escondite. Además, no sabíamos que usted estaba en casa



—No estaba, está misma noche he vuelto de Europa. Pero el hecho de que yo no esté aquí no la autoriza a invadir este lugar. Conozco a estos dos pilluelos, pero ¿quién es usted?



—Soy Lali Espósito y vivo en la casa de la señora Tuttle, al lado —la joven señaló la casita situada al otro lado del muro de piedra que separaba los dos jardines. Ansiaba refugiarse allí. Se preguntó si él la soltaría si hacía algún movimiento.



—Santo Dios, ¿ha vuelto a alquilar su casa?



Peter no parecía complacido. Lali volvió a preguntarse si repudiaría la práctica de la señora Tuttle de alquilar la cabaña a sus amistades.



—No, en cierta forma soy de la familia y estoy aquí de vacaciones, durante unas semanas —respondió la joven—. De cualquier forma, lamento haberlo molestado —trató de soltarse, pero él seguía sujetándola con firmeza.



—En el futuro, hágame el favor de jugar con los críos en su lado del muro —la voz de Peter era dura e inflexible.



Lali luchó contra el deseo de hacer un saludo militar ante ese tono autoritario y simplemente asintió. Apartándose al fin de él, se dirigió a toda prisa hacia su casa. Quería correr, pero no podía hacerlo sin perder su dignidad. Ya era bastante malo que él la hubiese sorprendido de esa manera; debía de pensar que era una *******.



Los dos niños reían y jugueteaban, sin concederle importancia al hecho de que los hubieran descubierto. Tenían que pasar frente al coche de Peter, aparcado en el sendero, y, durante un momento, Lali se encontró bajo la despiadada luz de los faros. Con la mirada baja, apresuró el paso. Antes, hacía unos segundos, se había alegrado de que la oscuridad la ocultara de la mirada inquisitiva de Peter, pero ahora ya no podía hacer nada por ocultar que tenía las rodillas sucias, un desgarrón en el pantalón corto y el cabello despeinado. Estaba acalorada y cansada.



—Espere un minuto.



Lali se detuvo y aspiró profundamente, volviéndose para mirar al hombre y deseando poder retroceder cuatro o cinco pasos para alejarse de la luz de los faros. Él se acercó, recorriéndola con la mirada, y Lali contuvo el aliento.



Suzanne no había exagerado en su descripción. Era muy atractivo. Alto, de cabello oscuro, presentaba un aspecto impecable con su traje gris de rayas, que le sentaba a la perfección. Lali se sintió en desventaja; necesitaba ir a su casa y asearse.



El rostro de Peter parecía tallado en bronce, la luz era demasiado tenue para ver de qué color eran sus ojos, pero ella sabía que eran azules. Y ese cuerpo alto, fuerte, perfecto… Pensó que le gustaría verlo en traje de baño. Parpadeó y alzó la vista, sintiéndose culpable. No solía albergar esa clase de pensamientos. Se dijo que debía de haberla afectado la magia tropical de la isla.



—¿La señora Tuttle no está pasando aquí el verano? —preguntó él.



—No. Vivo sola en la cabaña y estaré aquí durante el tiempo que me quede de vacaciones



—Sé que su propiedad es pequeña, pero eso no justifica que sus invitados invadan la mía —el tono de Peter era serio mientras la estudiaba bajo el deslumbrante haz de luz.



Lali trató de reprimir una sonrisa. Por Suzanne, sabía muchas cosas del señor Jake Lanzani.



—No era mi intención molestarlo. Lo que pasa es que no ha estado en casa durante los cuatro días que llevo alojándome aquí y no lo esperaba esta noche. Y no hemos causado ningún daño —se sentía como una niña a la que hubieran sorprendido robando manzanas, y no le agradaba esa sensación.



Él la miró durante un largo momento en silencio, y luego contempló a los dos niños que jugaban a un lado.



—Estaré en casa durante las próximas semanas y no quiero ver a ningún niño corriendo por aquí y armando alboroto. Tampoco quiero que ningún visitante norteamericano invada mi propiedad.



Los niños rieron y le dieron las buenas noches antes de dirigirse a su casa. Lali asintió.



—Entiendo. Buenas noches, señor Lanzani —se despidió.



—Adiós, señorita Espósito.



—No, señora —lo corrigió sin poder resistir la tentación.

Él la miró mientras ella daba media vuelta y desaparecía en la oscuridad, para dirigirse apresurada hacia la cabaña.



Una vez en el dormitorio, se miró en el espejo, estaba hecha un desastre. Tenía su largo cabello castaño enredado, una mancha de tierra en una mejilla y del maquillaje de esa mañana no quedaba ni rastro. Sus ojos eran de un color gris azulado, pero ahora tenían un tono oscuro debido a la vergüenza y la confusión, ¡Qué forma tan terrible de encontrarse por primera vez con su vecino!



Necesitaba una ducha y, a toda prisa, se dirigió al baño y se metió bajo el chorro de agua caliente. Mientras se enjabonaba, volvió a pensar en su vecino. Su cuñada se lo había contado todo acerca de Peter Lanzani, desde el momento en que heredó la casa contigua de su abuelo, hacía más de una década, hasta la última vez que lo vio, cuando fue a pasar allí sus vacaciones hacía varios años. Su familia vivía en Bridgetown, pero él vivía solo en la amplia casa de al lado. Suzanne lo conoció cuando iba a visitar a su tía, en cuya cabaña se alojaba en ese momento Lali.



La tía de Suzanne, Eleanor Tuttle, había adquirido la cabaña hacía tiempo, pero aunque después abandonó Barbados, nunca quiso venderla y visitaba la isla con tanta frecuencia como le era posible. Puesto que no iba a usarla ese verano, se la había ofrecido a Lali cuando se enteró de sus prolongadas vacaciones.



Suzanne hablaba mucho de Peter Lanzani; había estado enamorada de él cuando era una adolescente.



Pero le había contado que últimamente se mostraba muy poco sociable, que estaba dedicado a su negocio de importaciones y exportaciones y que, con toda seguridad, no estaba casado.



—Al menos no lo estaba el último verano que lo vi. Eso fue justo antes de conocer a Michael —le había confiado Suzanne a Lali—. Peter era el hombre más atractivo que yo había conocido hasta ese momento. Ahora, por supuesto, creo que es Michael quien se merece ese título, pero en aquel entonces no lo conocía. Traté de conquistarlo un verano —le había confesado Suzanne, apesadumbrada—. A decir verdad, mis primas y yo lo intentamos todo ese año. En aquel entonces tenía una novia, Elizabeth Maltron.



Lali reconocía ese nombre; Elizabeth era actriz y Lali lo sabía todo acerca de las actrices. Pero el nombre de Elizabeth jamás había estado vinculado al de Peter Lanzani, o por lo menos ella no lo recordaba. Y la actriz seguía soltera y asediada por los hombres en Hollywood. Lali se preguntó qué habría sucedido entre ellos. De todas formas, se dijo que no le importaba. Peter Lanzani era sólo un vecino, a quien ella había hecho enfadar, aunque no intencionadamente. Si iba a permanecer en Barbados durante varias semanas, debía disculparse y mantener buenas relaciones con su vecino.



El hecho de que él fuera más joven de lo que ella había pensado, además de bien parecido, y de que ella se hubiese sentido sola durante esos últimos días, no tenía nada que ver, se dijo con firmeza mientras se secaba.



Se puso un vestido ligero de color azul y unas sandalias blancas. Se cepilló el cabello y se lo recogió con una cinta.



Sin pensarlo mucho, puso en un plato unas galletas de chocolate que había hecho ella misma y se dirigió a la casa de Peter Lanzani. Le llevaría un regalo de paz y en el futuro trataría de congraciarse con él.



Hacía una noche tranquila y sólo el suave susurro de la brisa entre las palmeras turbaba el silencio. La primera noche Lali sintió cierta inquietud, pues estaba habituada al ruido, a las luces brillantes y a la intensa actividad de una gran ciudad, pero muy pronto se acostumbró. Le encantaba pasear por la playa, de día o de noche. Incluso se había divertido jugando con los niños y sonrió al recordarlo. Delante de ella, la amplia casa se levantaba en la oscuridad y unas luces brillaban en la parte posterior. Llamó a la puerta principal y esperó. Podía escuchar el suave rumor del mar; estaban a unos cientos de metros de la playa occidental de Barbados. También podía percibir el olor a sal del océano en la brisa, mezclándose con el dulce aroma de los jazmines, y se sintió deleitada por el escenario y oportunidad de estar allí. Volvió a llamar, en esa ocasión con más fuerza. Justo en ese instante, se abrió la puerta.



—¡Usted! ¿Qué es lo que quiere ahora? —encendió la luz del pórtico y se la quedó mirando.



Lali le sostuvo la mirada. Él sólo llevaba puesto un pantalón corto. Su pecho tenía el mismo tono bronceado de su rostro; era musculoso y fuerte.



—¿Qué sucede ahora? —repitió impaciente.



Lali sintió que se ruborizaba al darse cuenta de que no había dejado de mirarlo. También comprendió que su anterior intuición era correcta; el cuerpo de Peter Lanzani era perfecto. La invadió una sensación muy peculiar; había deseado verlo en traje de baño y lo que llevaba puesto en ese momento era casi lo mismo. De pronto, experimentó el anhelo de tocarlo; ansiaba acariciar ese cuerpo. ¿Se estaría volviendo loca? Tragó saliva y trató de sonreír. Nunca antes había experimentado algo parecido.



—Le traigo un regalo de paz… por haber invadido su propiedad —le tendió el plato, sosteniéndolo con firmeza con ambas manos.



—Tal vez no se ha dado cuenta de ello, pero son más de las once de la noche. ¡Estaba dormido y no me gusta que me despierten para ofrecerme unas galletas!



Lali sintió que su mirada la atravesaba hasta lo más profundo. De pronto comprendió lo que él acababa de decir.



—Lo siento, no me di cuenta de que era tan tarde.



—Veo que se ha cambiado —su voz adquirió un tono sarcástico mientras la recorría con la mirada. Se apoyó en el marco de la puerta, estudiándola.



De nuevo, Lali experimentó una extraña excitación.



—Sí, yo…



—Pudo ahorrarse la molestia. No quiero las galletas, ni nada más que usted me ofrezca. ¡Lo único que quiero es irme a la cama, solo!



—Pues bien, estoy segura de que esa es la única forma en que usted puede irse a la cama ¡con una actitud semejante! —le hundió en el estómago el plato de galletas y lo soltó antes de saber si él lo tomaría o no. Se dio la vuelta y, como si el diablo la persiguiera, corrió hacia su cabaña, furiosa. Cerró la puerta con fuerza y empezó a pasear de un lado a otro.



«¡Qué hombre más prepotente!», exclamaba para sí.



Golpeó el suelo con un pie y tomó un cojín del sofá para arrojarlo al otro extremo de la habitación. Había ido a hacer las paces y él la había insultado. No volvería a tratar de entablar amistad con él, pasara lo que pasara. En el futuro no estaría dispuesta a soportar sus insultos. Lo consideraba insufrible, prepotente y grosero. Apretó los puños y, poco a poco, se fue calmando.



Luego cruzó por su mente un destello de humor. En vez de mejorar las cosas con su oferta de paz; las había empeorado. Tal vez él pensaba que ella había tramado todo el episodio. Sonrió al pensar en lo que él debió de sentir cuando lo despertó de su profundo sueño para ofrecerle unas galletas. No se había dado cuenta de lo tarde que era; de lo contrario, habría esperado hasta la mañana siguiente. Él estaba cansado después del viaje y sólo quería dormir.



La imagen de Peter Lanzani, dormido en su cama, la hizo sentir una oleada de calor. Se preguntó si dormiría desnudo; sospechaba que sí. El sonido del timbre interrumpió sus pensamientos. Lali titubeó un momento y después, curiosa como era y sospechando quién podría ser, cruzó la habitación.



Abrió la puerta y se encontró frente a Peter, que la recorrió con la mirada. Ella pudo distinguir una línea roja en su abdomen, donde le había golpeado con el plato. El mismo plato que ahora él sostenía en la mano izquierda.



—No quiero sus galletas. ¿Sabe? Podría acusarla de lesiones.



—Debido a que usted me provocó, estoy segura de que el juez me dejaría en libertad —le quitó de la mano el plato de galletas y lo dejó sobre una mesa cercana—. Si eso es todo, no quiero impedirle que vuelva a su cama… su solitaria y valiosa cama.



—¿Todavía quiere un lugar en ella? —le preguntó con voz suave mientras la recorría con la mirada; al fin sus ojos se detuvieron en las ruborizadas mejillas de Lali.



—Me parece que fui yo quien se marchó; usted ha venido aquí. ¿Está buscando algo que no puede tener? —la joven lo miró desafiante.



Él entornó los ojos y la estudió durante un largo rato.



—¿De dónde es usted? —le preguntó.



—De California. ¿Por qué?



—Eso explica ciertas cosas. La típica chica libre y despreocupada de California. Aquí en Barbados somos un poco más conservadores, más formales.



—¡Puedo verlo por la ropa que lleva! Por lo menos yo me puse un vestido para ir a visitarlo… mientras que usted apenas está decentemente vestido con ese pantalón corto —lo recorrió con la mirada, pero le resultó casi imposible mirarlo a la cara. Alzó entonces la cabeza y vio que él seguía observándola, con los párpados entornados—. Además, usted parece tener predilección por los clichés y los tópicos —continuó, consciente de que él la había sorprendido mirándolo.



—¿No practica usted el surf? —preguntó él.



—Sí, pero…



—¿Y no es de California? —la interrumpió.



—¡Sí! Pero eso no significa que sea una chica libre y despreocupada. Creo que debería marcharse —murmuró ella, enfrentándose con valor a su mirada—. No me importa lo que pueda desear usted de mí —añadió.



—Lo único que quiero es dormir. Acabo de llegar de Inglaterra en avión y estoy cansado e irritable. Mi avión se retrasó, mi jardín ha sido invadido por unos bribones y justo cuando pensaba que podría dormir un poco, usted me despierta y me pega.



—¡Oh, pobrecito! ¿Quiere que lo bese para que se sienta mejor? —el tono de Lali destilaba sarcasmo.



Nada de lo sucedido le parecía tan terrible, pero él le concedía demasiada importancia.



Un destello de fuego iluminó los ojos de Peter. Dio un paso hacia ella y la tomó de los brazos, sin dejar de mirarla. La joven aspiró profundamente, fascinada. Su corazón latía apresurado. Con los ojos muy abiertos le sostuvo la mirada y se humedeció los labios con la lengua.



—Por muy atractiva que sea su oferta señora Espósito, creo que no nos conocemos lo suficiente para esa clase de intimidades.



Lali sintió una oleada de calor. Fijó la vista en su boca y luego la apartó antes de ceder al extraño anhelo de acercarse más a ese hombre. ¡Por todos los cielos, acababa de conocerlo! ¿Qué estaba haciendo? ¿Coqueteando con él?



—Ahora me voy a casa. Quiero estar solo. ¿Podrá permitirme eso?



—Sí —asintió ella, aún desconcertada por su cercanía. Fijó la vista de nuevo en su boca, luego en sus ojos y se ruborizó. «Por favor», rezó, «que no se dé cuenta de lo mucho que deseo que me bese».



Él la estudió durante largo rato; sus ojos parecían cada vez más azules. Al fin la soltó y se dio la vuelta para alejarse. Se detuvo al llegar a la puerta y la miró de nuevo.



—Gracias por su oferta; tal vez la acepte la próxima vez —dijo sonriendo y salió.



Lali se quedó inmóvil. «¡Ese hombre es el más descarado del mundo!» se dijo. ¡Realmente se había creído que ella había estado a punto de besarlo! trató de acallar la vocecita que le decía que no lo habría hecho porque no había tenido oportunidad. Se dirigió hacia la ventana y miró hacia afuera.



Él caminaba por el sendero de grava hacia el pórtico de su casa. Ni siquiera se había puesto zapatos en su prisa por enfrentarse a ella. Lali suspiró y se apartó de la ventana cuando él entró y cerró la puerta.



No creía haber salido muy bien librada de ese encuentro. ¿Estaría condenada a comportarse como una tonta delante de ese hombre?



Sin embargo, su último pensamiento antes de conciliar el sueño fue la sensación de las manos de Peter sobre sus brazos, y sus ojos de un color azul intenso.

18 comentarios:

  1. Un poco borde y prepotente este peter jeje. Mas Nove!!

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  2. jaja me encanta, hay guerra jaja

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  3. Peter medio altanero,no?Y Lali creo q se ha vuelto loquita por él!JAJA

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  4. massssssssssssssssssssssssssssssssssss

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  5. mas mas mas mas mas mas mas mas mas mas mas mas ma s a mas noveeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee

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  6. acabo de terminar de leerme la otra novee, muy buena me encantoo :)
    @beluu_x

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  7. y esta nove se ve buenisimaa tambien ..me rei mucho con laliter
    @beluu_x

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  8. Me encantaaaaaaa!!! Quiero maaaaaaas!!!!
    Un besito, @clau_carpediem

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  9. Me encantaaaaaaa!!! Quiero maaaaaaas!!!!
    Un besito, @clau_carpediem

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  10. Peter no pudo reprimirse ,e ir a hacerle una visita,pero tenía prisa ,jajaja,fue descalzo y sin camisa.

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  11. me encanto, mas nove please!!! besos sube pronto, me avisas en twitter cuando subes? @alexalilianvr
    besos
    ATT:alex

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  12. Me gusta la historia yo me he leído un libro parecido.
    Masi_ruth

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