Capítulo 2
Lali se
despertó a la mañana siguiente al sentir el calor de los rayos del sol que se
filtraban a través de su ventana. Era lo mismo cada mañana, mejor que un
despertador, pensaba mientras se estiraba bajo la fina sábana. Minutos después
se levantó para darse una ducha. Esperaba pasar un día tranquilo en la playa.
Mientras se
cepillaba el cabello, contempló el mar a través de la ventana. Las altas
palmeras que bordeaban la playa se distinguían con claridad, balanceándose bajo
la brisa matutina, con su tono verde intenso recortado contra el azul del
cielo. Más cerca de la casa, los hibiscos de un rojo sangre y las buganvillas
le daban un color vibrante de vida a su jardín y al de la casa contigua,
aquella que sabía que no debería volver a visitar.
Por un
instante, recordó los dos encuentros de la noche anterior, pero no era propensa
a recordar los momentos embarazosos.
Después de
desayunar, se dirigió a la desierta playa. Extendió su toalla a la sombra de
una palmera y se quitó la camiseta. Luego corrió hacia el mar y se zambulló. El
agua estaba tibia y clara como el cristal, de un color turquesa pálido. La
arena de la playa era fina como el talco, con un ligero tono rosado debido al
coral de la isla.
En el lado
oeste de Barbados, las aguas eran tranquilas como las de un lago. La costa este
de la isla era el escenario de las grandes olas y de la poderosa corriente del
Atlántico. Lali estaba acostumbrada a eso, pues había practicado surf en las
playas de California y Hawai, pero disfrutaba con las suaves olas del Caribe.
Se dijo que ya habría tiempo suficiente para visitar la playa del Atlántico;
por el momento, ese lugar era idílico.
Nadó, tomó el
sol y comió a la sombra de la palmera. A medida que fue avanzando la tarde,
empezó a sentir calor y comprendió que ya había gozado suficientemente del sol.
Recogió sus pertenencias y se dirigió a la cabaña. Se encontró con que la
puerta trasera estaba cerrada con llave. No recordaba haberla cerrado. Dejó en
el suelo la toalla y la cesta de la comida y buscó la llave en su bolso de
playa.
No encontró
ninguna llave. Maldiciendo en silencio, se preguntó qué habría hecho con ella.
Meditó un momento y llegó a la conclusión de que debía estar encima de su
tocador. ¿Cómo podría entrar? Examinó las ventanas. No había ninguna abierta en
el piso inferior. La puerta principal también estaba cerrada con llave.
Lanzó una
mirada rápida a la casa de sus vecinos y descubrió que los Danby no estaban
allí; no veía su coche. Desolada, se preguntó qué podría hacer. Miró con
expresión especulativa la casa de Peter Su coche negro estaba en el sendero,
así que él debía de hallarse en casa. ¿Tendría una llave de la cabaña? se
preguntó. Indecisa, volvió a contemplar la casa. Él le había hecho unos
comentarios desdeñosos la noche anterior. ¿Se atrevería a pedirle ayuda? Pero,
¿qué otra opción tenía? ¿Quedarse afuera hasta que volvieran los Danby?
Podría romper
el cristal de una ventana para entrar. Pero eso sería absurdo si Peter Lanzani
tenía una llave, y lo único que ella tenía que hacer era pedírsela. También
podría llamar a un cerrajero, pero para eso necesitaba un teléfono. Además, eso
llevaría tiempo. Si Peter, como vecino, tenía una llave, ella podría abrir la
puerta en un santiamén.
«Preferiría
enfrentarse a una horda de salvajes antes que pedirle algo a él», pensó
mientras caminaba por el sendero de grava. «Por favor, que me entregue la llave
sin necesidad de hablar mucho», rezaba.
Llamó a la
puerta y, un momento después, Peter apareció frente a ella. Parecía más alto
que la noche anterior, pero su atuendo no había cambiado; sólo llevaba un pantalón
corto de color oscuro. Lali se pasó la lengua por los labios resecos y alzó la
vista para encontrarse con su mirada, de pies a cabeza, dejando que sus ojos se
detuvieran en sus senos, en sus caderas y en sus largas y bronceadas piernas.
Una oleada de
calor invadió todo el cuerpo de Lali mientras él la estudiaba. Esa mañana se
había trenzado el cabello, pero sabía que algunos mechones se le habían soltado
y le caían sobre la cara. Cuando Peter le miró las piernas, la joven contuvo el
poderoso impulso de estirarse la camiseta y deseó llevar puesto un vestido
largo que la cubriera desde el cuello hasta los tobillos. En vez de ello, sólo
llevaba la camiseta de su hermano. Pensó que debía de parecer un saco de
patatas.
El silencio
se prolongó durante casi un minuto. Ella se vio obligada a hablarle del motivo
de su visita, pero antes aspiró profundamente.
—Siento
molestarlo, pero tengo un problema… no puedo entrar en la casa. ¿No tiene usted
una llave de la cabaña de la señora Tuttle? Si no es así, ¿podría usar su
teléfono para llamar a un cerrajero?
Él pareció
sorprendido y entornó los párpados al escuchar su petición. Luego abrió la
puerta de par en par y se apartó indicándole que entrara. Lali pasó a su lado
y, de manera involuntaria, rozó con un brazo su pecho musculoso cuando entró en
el fresco vestíbulo. Aspiró profundamente, inquieta por la reacción de su
propio cuerpo. Era como si todas sus terminales nerviosas ansiaran prolongar
ese contacto, sentir su piel contra la de ella. Estremecida, se dijo que tenía
que superar esa fijación. Deseaba dar media vuelta y huir, y en vez de ello se
veía obligada a enfrentarse a ese hombre.
—¿Tiene una
llave? —preguntó con rigidez, deseando alejarse de allí.
—¿Cuánto
tiempo piensa permanecer aquí? —quiso saber él, ignorando la pregunta.
—Sólo el
tiempo suficiente para que me entregue la llave.
—No, me
refiero a Barbados.
—Sólo
alrededor de un mes.
—¿Su marido
se reunirá pronto con usted?
—No estoy
casada —replicó ella con el corazón acelerado.
—¿Divorciada?
—Nunca he
estado casada.
—Bien, de
cualquier forma, su forma de abordarme es más original que otras —murmuró él,
mirándola.
—¿Qué forma
de abordarlo? ¿De qué está hablando? —por un momento, la joven se preguntó si
él sentiría alguna curiosidad por su persona, pero luego movió la cabeza. El
hecho de que él le estuviera preguntando por su marido no quería decir que
estuviera interesado en ella.
—He tenido
mucha experiencia con las damas que parecen tan desvalidas. Pensé que antes le
había aclarado mi posición, pero por lo visto no fue así. ¡No estoy interesado
en usted!
Lali se quedó
desconcertada. Se preguntó de qué estaba hablando. De pronto comprendió y
experimentó una intensa cólera.
—Discúlpeme
por haberlo interrumpido, señor Lanzani. Creí que era un caso de urgencia, pero
obviamente me he equivocado. ¡Me iré ahora mismo!
—Y si la casa
está cerrada, ¿cómo se propone entrar? ¿O sólo era un truco para venir a mi
casa? —preguntó él con un tono todavía más duro y desconfiado.
—¿Sabe una
cosa? Usted está loco. ¿Por qué querría venir a su casa? Podría encontrar un
pretexto mejor para verlo, si quisiera, pero no es así. ¡Y sí, es cierto que no
puedo entrar en mi casa!
—¿Qué va a
hacer, entonces? —Peter se apoyó contra la pared, con los brazos cruzados y
mirándola fijamente.
—¿Debo
entender que usted no tiene una llave de la cabaña?
—Definitivamente
no. Cuando vengo aquí, trato de evitar a los turistas y no establezco ninguna
relación con ellos.
—Entonces
esperaré en el jardín a que vuelvan los Danby y usaré su teléfono para llamar a
un cerrajero. ¡No le impondré mi presencia ni un minuto más! —se dio la vuelta
para dirigirse a la puerta.
—Y si no
vuelven esta noche? —preguntó él con desden.
—Entonces
romperé el cristal de una ventana y entraré. De cualquier forma, señor Lanzani,
no quiero molestarlo más —abrió la puerta y con la cabeza bien alta, bajó los
escalones del pórtico.
—Oh, por el
amor de Dios… —y cerró de un portazo.
Lali recorrió
el sendero, furiosa. ¿Pensaría que quería arrojarse en sus brazos? ¿Estaría tan
acostumbrado a que las mujeres lo hicieran que cada vez que una se acercaba a
él de inmediato pensaba que quería conquistarlo? ¡Vaya un tipo egoísta y
vanidoso! Primero la noche anterior y ahora esta tarde. ¡En el futuro se
mantendría alejada de él!
Un crujido
detrás de ella la hizo detenerse. Peter la seguía, con una pequeña caja de
herramientas en una mano y el ceño fruncido. Ella se mantuvo firme al verlo
acercarse y alzó una ceja, mirando primero la caja y luego a él.
—No permitiré
que se quede el resto de la tarde esperando afuera con este sol sólo porque los
Danby no están en casa. La ayudaré a entrar —dijo él.
—Yo me las
arreglaré sola —alzó la barbilla y lo miró colérica. No estaba dispuesta a soportar
su actitud condescendiente.
—Por lo que
veo, puede hacerlo muy bien. ¿Tiene siquiera la edad suficiente para estar aquí
sola?
Peter se
detuvo al llegar a su lado y la tomó de la barbilla, alzándole la cara. La
joven sintió sobre su piel sus dedos cálidos, extrañamente suaves.
Estudió cada
centímetro de su rostro y de pronto en sus ojos brilló un destello de
diversión.
—Parece tener
unos veinte años y ni siquiera posee el suficiente sentido común para ponerse
algo en la nariz y evitar las quemaduras del sol. Cierra con llave la casa y se
queda fuera, y luego tiene que recurrir a alguien a quien no quiere ver para
que la ayude, y dice que puede arreglárselas sola. Lo único que me sorprende es
que haya logrado llegar a Barbados. ¿Cuántos años tiene?
Lali quería
responderle con desdén, pero no podía hablar. Abrió mucho los ojos mientras lo
miraba; la sensación de sus dedos sobre su piel le producía una especie de
descarga eléctrica. No podía pensar ni hablar, sino sólo mirar a su verdugo
deseando encontrar una réplica astuta.
—Los
suficientes como para poder venir aquí y arreglármelas bien sola —contestó,
cautivada por su contacto y por su expresión intrigada.
—¿Sabía que
sus ojos cambian de color? —la voz de Peter era suave, profunda, hipnotizadora—.
Antes eran grises; ahora son azules.
Lali lo miró
a los ojos y sintió que se ahogaba en sus profundidades. Su corazón latía
acelerado y ansiaba deslizar los dedos por su piel, acariciar su musculoso
pecho, enredarlos en su vello… Aspiró profundamente y trató de responder.
—Sí, lo sé.
¿Va abrir la puerta? —su voz era tensa y frunció el ceño.
Entonces
Peter apartó la mano y se alejó.
—Sí, la
ayudaré a entrar en su casa. Después tal vez podré hacer algo sin que me
interrumpa constantemente. ¿Ha estado en la playa?
—Sí. ¿Usted
va alguna vez a la playa? —preguntó ella, sintiéndose víctima de la injusticia
de él. No era cierto que lo interrumpiera constantemente… la noche anterior en
realidad no contaba. ¿Cómo podía saber que él ya se había acostado?
Caminó a su
lado dirigiéndose hacia la puerta trasera, y volvió ligeramente la cabeza para
poder observarlo mientras andaba. Sus movimientos eran frágiles, fluidos, casi
felinos.
—Por
supuesto. A decir verdad, voy con mucha frecuencia —se volvió hacia Lali y
recorrió con la mirada sus largas piernas bronceadas—. ¿Usted ha ido mucho?
—Voy todos
los días —respondió ella mientras veía cómo dejaba la caja cerca de la puerta
para sacar algunas herramientas.
—Lo recordaré
—comentó él con tono seco.
«¿Para que
pueda ir cuando yo no esté allí? ¿O para encontrar otra playa durante las pocas
semanas que yo permanezca aquí?», se preguntó ella mientras lo observaba. Hasta
ahora no había demostrado ningún interés por ella. Eso la irritó. Lali solía
hacer amigos con facilidad, pero ese hombre era imposible. Deliberadamente,
interpretaba todo lo que ella hacía de la peor manera posible.
Retirando con
cuidado un cristal de la puerta, Peter introdujo una mano y descorrió el
pestillo. Después de abrir la puerta, se apartó y le indicó a ella que entrara.
Cautelosa, la joven evitó rozarlo al pasar, consciente de la cercanía de su
cuerpo. Estaba a punto de felicitarse por su control cuando se dio cuenta de
que él la miraba fijamente.
—Gracias —le
dijo, evitando mirarlo a los ojos—. Siento haberlo molestado —añadió con tono
formal.
—Usted es un
verdadero problema… ¿cómo puede trabajar un hombre si lo distraen
constantemente? —comentó casi para sí mismo al arrodillarse para volver a
colocar el cristal en su lugar. Cuando terminó, alzó la vista para descubrir
que ella seguía observándolo.
Lali miró la
puerta y luego volvió a fijar la vista en él, sin poder evitarlo. Sus ojos se
sentían atraídos hacia ese cuerpo casi perfecto, hacia esos ojos de un azul
sorprendente que contrastaban con su tez bronceada.
—Gracias de
nuevo —replicó con suavidad.
—Ate la llave
a un cordón y póngaselo alrededor del cuello. Así no la perderá en la playa
—sugirió él.
Lali se
acercó más, fingiendo estudiar el cristal de la puerta, consciente de su
cercanía y de su mirada fija en ella. Se sobresaltó cuando él deslizó un dedo a
todo lo largo de su muslo; el contacto fue como hielo y luego como fuego sobre
su piel. Abrió mucho los ojos y se quedó mirándolo.
—Está muy
bronceada. ¿Vive acaso en alguna playa de California? —preguntó él, poniéndose
lentamente de pie y dominándola con su estatura, demasiado cerca de ella.
—No. A unos
quince minutos de distancia, en coche. Voy siempre que puedo, pero no lo hago a
menudo —buscó algo más que decir, e involuntariamente retrocedió un paso.
Necesitaba espacio si quería pensar con claridad—. ¿Quiere unas galletas?
—preguntó al ver encima de la mesa de la cocina el plato que había dejado allí
la noche anterior.
—Esas
galletas eran un intento de soborno por haber invadido mi propiedad.
—Era una
oferta de paz por haberlo molestado con nuestra intrusión… lo que no es lo
mismo. ¿Quiere las galletas o no?
—No —se
acercó más.
Lali apenas
podía respirar. Era tan alto que la dominaba. El corazón se le aceleró y la
invadió un extraño sentimiento de expectación; no podía moverse. Estirando los
brazos, Peter deslizó las manos debajo de la camiseta de ella, y las apoyó
sobre su cintura, acercándola hacia sí y mirándola a los ojos. La joven sintió
el contacto como una quemadura y la invadió una oleada de calor y deseo. Sentía
las piernas débiles y el corazón le latía apresurado.
Lali aspiró
profundamente, pero cada vez le resultaba más difícil hacerlo. Necesitaba
decirle que se detuviera, que retirara las manos. La energía que emanaba de sus
dedos parecía correr por todo su cuerpo, privándola de toda cordura. Sentía el
cuerpo sacudido por pequeñas descargas de excitación. Abrió la boca para
protestar, pero no tuvo oportunidad, pues Peter cubrió sus labios entreabiertos
con los suyos, firmes y exigentes. Delineó con la lengua el contorno de sus
labios, titubeando un momento como si solicitara su autorización antes de
deslizarse más allá de la barrera de sus dientes, provocándole sensaciones que
ella nunca antes había experimentado. Sus emociones parecían subir en espiral a
cada momento que transcurría.
Sin pensarlo,
Lali levantó las manos hasta sus hombros para luego enredar los dedos en su
cabello. Por su parte, él deslizó las manos a lo largo de su espalda. Sus dedos
trazaban senderos de placer sobre su piel y sus labios cálidos creaban un caos
en sus sentidos. Nunca nadie la había besado ni acariciado de esa forma, de
modo que Lali perdió el contacto con la realidad y con todo el pensamiento
sensato.
Con la
camiseta a medias levantada, su piel sintió el calor de la de Jake y
experimentó un intenso goce con ese contacto. De pronto él retiró las manos de
su espalda y, sujetándola de los brazos, la apartó. Lali se ruborizó y lo miró
atemorizada. ¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué no protestó y se apartó de él?
¿Acaso no tenía ningún control sobre sí misma?
—Creo que
eres una hechicera —murmuró él con la mirada fija en sus labios.
Sus
respiraciones se confundieron y Lali parpadeó, volviendo lentamente a la realidad.
—¡Por lo
menos no soy una arpía! —estalló ella, furiosa consigo misma por haber
permitido que ese hombre la deslumbrara.
—Ya habrá
tiempo suficiente para averiguarlo —replicó él, divertido por su respuesta.
Lali se
liberó de sus manos, volviendo la cara hacia otro lado y bajándose la camiseta
hasta donde le fue posible. Se dijo que no tenía por qué reaccionar de esa
forma ante su contacto y tampoco podía fingir que no lo había hecho. Él sabía
hasta qué grado había respondido, sabía que había sido él quien puso fin al
beso, no ella. Miró hacia adelante sin ver nada.
—¿De manera
que ésta ha sido su manera de cobrar los servicios? —le preguntó ella con
frialdad, moviéndose por toda la cocina. Deseaba huir de su cercanía.
—No necesito
hacer nada a cambio de un beso, señora Espósito. Pero aceptaré eso como una
forma agradable de darme las gracias por haberla ayudado a entrar en su casa.
—Yo me las
habría arreglado sola —declaró ella, mirando sin ver a través de la ventana las
coloridas flores del jardín trasero. Sólo podía sentir el torbellino de sus
sentidos, el calor que todavía permanecía en su boca.
—¡No lo
habría logrado! Se habría quedado fuera hasta que oscureciera, sólo por su
estúpido orgullo.
Colérica,
ella se volvió para mirarlo.
—¡No! Habría
podido entrar sin su ayuda. Pero usted me obligó a aceptarla y ahora jamás lo
sabrá, ¿no es cierto?
—No —él rió—.
Tendrá que hacer algo más para demostrarme su capacidad.
—¡No tengo
que demostrarle nada! —Lali movió la cabeza y lo miró colérica. Le habría
gustado borrar esa sonrisa de su rostro. Trató de avivar su furia,
alimentándola con todos los males que podía atribuirle, para disimular su
propio desconcierto.
—Creo que
tiene razón —su expresión cambió de divertida a indiferente—. En el futuro,
siempre lleve consigo su llave. Y si hace algo bien, envíeme una nota para
informármelo. Adiós, señora Espósito —recogió su caja de herramientas y se
alejó sin mirar atrás.
Lali lo vio
marcharse y, a toda prisa, atravesó la cocina para cerrar la puerta. Aún
furiosa, empezó a revivir el momento en que él la besó. Interminablemente, como
un disco rayado, recordó ese beso. Y el calor que invadió su cuerpo no tenía
nada que ver con la cólera.
Antes la
habían besado, muchas veces. ¿Por qué entonces ese beso en particular la había
afectado tanto? Aún se sentía mareada, como si estuviera en el otro mundo. ¿Y
todo porque un hombre la había besado?
Se dijo que,
con veintiséis años, ya no era una jovencita para dejarse seducir por un
mujeriego atractivo. Ella se había defendido de algunos de los hombres más
atractivos del sur de California; no iba ahora a enamorarse de un habitante de
Barbados al que había conocido durante sus vacaciones.
«¿Qué hay de
tu respuesta?», le preguntó una voz interior. Volvió a ruborizarse y salió a
toda prisa de la cocina, deseando borrar ese recuerdo de su mente. En el futuro
estaría en guardia… ¡No más besos y definitivamente ninguna respuesta más de su
parte!
Mientras
permanecía bajo el chorro de agua caliente, repasó la forma en que debió
controlar las cosas. Pudo encontrar una forma de entrar en la casa sin recurrir
a Peter Lanzani.
Como ayudante
de producción de Many Lives and Loves, una de las telenovelas diurnas más
populares del país, tenía que ser creativa. Aunque sólo tenía veintiséis años,
ocupaba un puesto de responsabilidad. Habría podido solucionar el problema de
ese día sin la intervención de su arrogante vecino, si lo hubiese pensado por
un momento. Pero no pensó en nada, como no fuera en pedir su ayuda.
«¿Por qué?»,
se preguntó.
Mas Nove!!!
ResponderEliminarPeter es un arrogante insoportable pero como bien dijo está hechizado por Lali!JAJA y ella q decir está totalmente deslumbrada por este "MACHO",como somos cuanto más recio y arisco más atraen!aunq debajo de esta fachadad creo q es super caballero por eso no pudo dejarla sin ayuda!Creo q se viene una hermosa historia de amor en un lugar q uino se enamora hasta de un arbol,JAJA#ESUNPARAISO!
ResponderEliminarHahaha esta buenísima la nove quiero mas mas mas mas mas
ResponderEliminarMASSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSS ME ENCANTA
ResponderEliminaruhhh me encantooooooooo! mas mas mas mas !
ResponderEliminarjajaja NO LO PUEDO CREER si aparenta tener 16 jajaj y peter esta mas que interesado lo unico es que es capaz de ocultarlo mas que ella
ResponderEliminar¡Lo hechizó!,jajaja,se dejó hechizar ,veremos lo k el piensa d ese encuentro,xk la besó y acarició sin más.
ResponderEliminarme encanto, pero ash peter me hace querer darle un golpe te juro jeje me encanta tu nove, besos
ResponderEliminarATT:alex
Me encanta! Más!!
ResponderEliminarMe encantaaaaa!!! Subí otro porfa!!!
ResponderEliminarUn besito, @clau_carpediem