Hola gracias por los comentarios me alegro que les guste porfa recomienden la novela:)y diganme a quien le aviso por twitter mas tarde mas♥
Capítulo 2
—Oh, Dios mío —Lali se quedó sin
aliento. Ya ni siquiera estaban bailando. Él la miraba fijamente y una sonrisa
cínica le tiraba de la comisura de los labios.
La joven bajó la vista y deseó que la
tierra se abriera y la tragara para siempre.
—¡Lo siento tanto! —susurró, dio un
acelerado paso atrás y estuvo a punto de caerse de bruces.
—En realidad es todo un… halago —él la
sujetó con fuerza—. Afortunadamente lo veía venir, y es por eso que estamos en
la terraza, lejos de las miradas curiosas.
Lali miró a su alrededor, y descubrió
que era cierto. Estaban en una sombría terraza que no conocía. Él había logrado
sacarla al fresco de la noche mientras bailaban, sin que ella se diera cuenta.
Dio otro paso atrás con piernas
temblorosas y se alejó de él. En la distancia aún se oían los lánguidos acordes
de la música. Lali no se atrevía a mirarlo. No sabía qué decir.
Y él estaba tan tranquilo… Se había
apoyado contra la balaustrada de piedra y había cruzado los brazos. Parecía que
disfrutaba con todo aquello.
—La culpa es del vino —le dijo. Lali
asintió, aunque la excusa fuera patética—. No estoy acostumbrada a beber…
tanto.
—No.
—Y Vito…
—No dejaba de llenarte la copa.
Ella no quería decir eso, pero al oírle
decirlo, lo miró a los ojos.
—¡No! —tragó con dificultad—. ¿Lo hizo?
—Pobre Lali —susurró él—. Te han pillado
con el truco más viejo del mundo.
Lali recordó lo que había hecho con él y
rehuyó su mirada. Señaló las puertas con un descoordinado movimiento de la
mano.
—Cr… creo que debería…
—¿Volver ahí dentro para que te
intoxique un poco más?
—No —Lali cerró el puño y bajó la mano—.
Tienes un sentido del humor muy desagradable.
—Y tú tienes unos labios muy suaves y
dulces.
Lali decidió que no podía soportarlo
más. Ya se había burlado bastante de ella. Dio media vuelta y se dirigió a las
puertas.
—¿Qué hacéis aquí fuera? —preguntó una
voz.
En sus veintidós años de vida Lali nunca
se había sentido tan mal como en ese momento. Su mejor amiga, enamorada y leal,
salió a la terraza.
—Tu dama de honor estaba acalorada —dijo
Peter—. Necesitaba un poco de aire.
Casi incapaz de guardar la compostura, Lali
sintió el pinchazo de la culpa cuando su amiga se preocupó por ella.
—¿Estás bien, cielo? Dios mío, tienes
mala cara, Lali.
—La culpa es de tu primo —dijo Peter—.
Él no ha dejado de llenarle la copa durante toda la noche.
—¿Vito? Oh, qué malo es. Y yo que le
dije que cuidara de ti —avanzó hacia Lali y le puso el brazo alrededor de los
hombros—. Con ese padre que tienes no estás acostumbrada a trasnochar, ¿verdad,
cara? ¡De hecho ni siquiera estás acostumbrada a beber alcohol!
—Mi padre no es tan malo —murmuró Lali,
sintiéndose cada vez peor.
—No, es mucho peor —dijo Bianca, sin
molestarse en ocultar sus sentimientos hacia el padre de Lali, el hombre al que
todavía culpaba por haber roto su relación con Matthew años antes—. ¡Me extraña
que le haya dejado venir sabiendo que ibas a pasártelo bien! Incluso tuve que
prestarle algo de ropa para que no te presentaras con uno de esos horribles
vestidos modestos que tanto le gusta que lleves.
El corazón de Lali se encogió de golpe
ante tanta insensibilidad. Sin embargo, quizá fuera un castigo por lo que
acababa de hacer con su prometido.
—Basta ya, cara —dijo Peter De Lanzani,
saliendo en su defensa—. La modestia no es un pecado. Y tu amiga tiene un…
dolor de cabeza. Oírte hablar de cosas que no quiere discutir delante de mí
sólo empeora las cosas.
—Oh, lo siento, Lali. Soy una egoísta
—dijo Bianca, arrepentida—. Te diré lo que haremos. ¿Por qué no volvemos al
hotel? Podemos irnos pronto a la cama. A Peter no le importa, ¿verdad, caro?
Lali aguantó el momento con un nudo en
la garganta que amenazaba con inundar sus ojos de lágrimas.
—Claro que no —dijo él.
—N… No… De verdad —dijo la joven,
consumida por la vergüenza—. No puedo dejar que os vayáis de vuestra propia
fiesta. Vito dijo que se iba pronto para recuperarse del jet lag. Volveré…
Volveré al hotel con él.
—No, ni hablar —dijo Bianca—. Y Vito se
vendrá con nosotros. Tengo que echarle la bronca por dejar que te
emborracharas. Peter traerá el coche.
Peter De Lanzani no tardó en captar la
sugerencia. Se incorporó y fue hacia la puerta.
Lali pensó que debía confesar. ¿Pero
cómo iba a hacerlo? Bianca quedaría destrozada y nunca la perdonaría. La
amistad de tantos años terminaría para siempre.
¿Y si Peter se lo decía primero? ¿Y si
decidía contárselo como una anécdota divertida? ¿Cómo iba a vivir con ello si
él hacía tal cosa?
Estaban a punto de entrar en la limusina
cuando Peter la tocó en el brazo.
—No lo hagas —le advirtió en un
susurro—. Nunca te perdonará. Y si tienes algo de sentido común, no te acerques
a Vito Moreno —le dijo con gesto serio.
Entonces se volvió hacia su prometida y
le dio un fugaz beso de buenas noches.
La presencia de Vito le facilitó las
cosas a Lali, que fingió dormir mientras el italiano hablaba con su prima. Los
dos charlaban en susurros sofocados, pero Lali pensó que Bianca debía de estar
echándole la bronca, así que no se molestó en escuchar.
Además, sí tenía un dolor de cabeza; uno
de esos dolores palpitantes que atacan cuando uno no está a gusto consigo
mismo. Los dos primos decidieron tomarse una última copa en el bar antes de
subir a las habitaciones, y Lali aprovechó el momento para escabullirse. Pasó
toda la noche con la cabeza escondida bajo la almohada, tratando de no recordar
lo ocurrido.
Sin embargo, debería haber escuchado lo
que habían hablado los otros dos. De haberlo hecho, no le habría extrañado que
alguien aporreara su puerta a la mañana siguiente. Si hubiera oído la
conversación, podría haber impedido que Bianca cometiera el mayor error de su
vida.
Pero tal y como estaban las cosas, lo
único que pudo hacer fue ponerse en pie y escuchar la historia que Sofía Moreno
le relataba entre sollozos convulsos.
—¡Se ha ido! —dijo la madre de Bianca,
histérica—. ¡Hizo la maleta de madrugada y se marchó del hotel! Ha pasado mucho
tiempo, pero nunca levantaron la más mínima sospecha de lo que estaban
planeando. ¿Cómo pudo hacerlo? ¿Cómo pudieron hacerlo? ¿Qué va a decir la
gente? ¿Y qué pasa con Juan Pedro? Oh, no podré soportarlo. Ha tirado por la
borda un futuro maravilloso. ¿Cómo pudo hacernos esto? ¿Cómo ha podido tu
hermano aparecer aquí y llevársela así?
—¿Matthew? —preguntó Lali con la voz
entrecortada—. ¿Está segura que era mi hermano, señora Moreno?
—¡Claro que sí! Por lo visto llegó ayer
por la tarde. Se escondió en el baño de Bianca cuando fui a verla ayer. ¿Te lo
puedes creer? Ella no estaba vestida y la cama estaba deshecha. Dio mío, no es
difícil adivinar lo que estaba pasando. ¿Tú sabías lo que estaban planeando, Lali?
¿Lo sabías? Aquella acusación la hizo volver a la realidad.
—No —dijo con firmeza—. ¡Yo estoy tan
sorprendida como todos ustedes!
—Bueno, espero que sea verdad —dijo la
señora Moreno con frialdad—. Porque nunca te lo perdonaré si has tenido algo
que ver en todo esto.
—Yo pensaba que se refería a Vito
—añadió Lali, algo confusa.
—¿Vito? ¡Es su primo! ¿Estás tratando de
empeorar las cosas?
Avergonzada, Lali apenas pudo articular
una disculpa.
—Ahora alguien tendrá que darle la
noticia a Juan Pedro —dijo la madre de Bianca, llorando—. Bianca le dejó una
nota, pero Juan Pedro se fue a su finca del lago. Como para prepararlo todo
antes de nuestra llegada mañana. Mi marido se ha ido a la ciudad para atender
unos negocios. ¡Ni siquiera sabe lo que nuestra malvada hija ha hecho para
arruinar nuestras vidas!
La mansión de De Lanzani estaba en lo
alto de una formación rocosa. Sus claras paredes color limón brillaban a la luz
del atardecer.
A Lali le dio un vuelco el estómago al
bajar del hidrotaxi al embarcadero recién remozado. Había otro bote amarrado;
una lancha deportiva que no se podía comparar con el humilde vehículo que la
había llevado hasta allí.
El padre de Bianca lo había arreglado
todo para que un coche la llevara hasta Bellagio. Habían considerado la
posibilidad de decírselo por teléfono.
Pero al final se habían decantado por
darle la noticia en persona. Giorgio Moreno iba a ser el encargado de hacerlo,
pero parecía tan afectado que Lali se había ofrecido para ir en su lugar.
El hombre estaba mal del corazón y la
joven se sentía culpable. ¿Cómo habría podido permanecer impasible cuando el
culpable era su hermano? Sin embargo, después de la imprudencia de la noche
anterior, lo último que deseaba era encontrarse cara a cara con Peter De Lanzani.
Al acercarse a las puertas de hierro,
aquel extraño temblor volvió a golpearla en el vientre. A sus espaldas podía
oír el ruido del motor del taxi, que se alejaba del muelle.
Estaba atrapada en el peor lugar del
mundo.
Un hombre surgió de entre las sombras al
otro lado de la puerta. Lali se paró en seco. Unos ojos oscuros y misteriosos
la miraron de arriba abajo.
—¿Puedo ayudarla, signorina? —le
preguntó el hombre en italiano.
Lali se humedeció los labios y contestó.
—Tengo una carta para el señor De Lanzani.
M… Me llamo Lali Espósito.
El hombre asintió con la cabeza. Se sacó
un móvil del bolsillo y habló con alguien sin quitarle ojo de encima a la
joven. Después, desbloqueó la puerta y le abrió.
—Puede subir, signorina.
Lali le dio las gracias. Estaba a punto
de pasar por su lado cuando algo la hizo detenerse.
—Nece… Necesitaré un taxi para volver a
Bellagio. No le pedí al otro que me esperara.
—Yo me ocuparé de todo cuando se marche.
—Gracias —Lali siguió adelante y se topó
con unos peldaños milenarios esculpidos en la roca. En lo alto había un hermoso
jardín muy bien cuidado al que atravesaba un camino que conducía a una terraza.
Detrás se alzaba la mansión de De Lanzani; sus enormes ventanales abiertos
dejaban entrar la suave brisa proveniente del lago.
El lugar era esplendoroso, pero en ese
momento Lali no sentía más que miedo. Otro hombre la esperaba en la terraza. El
sirviente le hizo una reverencia y la invitó a acompañarlo. Dentro de la
mansión hacía fresco. Las paredes estaban decoradas en colores cálidos, a juego
con los fabulosos tapices y cuadros que adornaban la estancia. El hombre la
condujo hasta una doble puerta de madera. Entonces llamó, abrió una de las
hojas y se hizo a un lado para dejarla entrar.
Lali respiró hondo y entró. La
habitación tenía un alto puntal y lecho de estuco. Los amplios ventanales
dejaban entrar chorros de luz que bañaban de oro todos los rincones. Las
paredes estaban pintadas en un tono pálido y los muebles eran de colores
oscuros. Había estanterías llenas de libros y un hogar de piedra que abarcaba
toda una pared. Lali reparó en las exquisitas sillas lapizadas en terciopelo
rojo y en los elegantes sofás por los que no pasaba el tiempo.
Finalmente se apoyó en el suntuoso
escritorio de madera labrada que ocupaba el espacio entre dos ventanales. Un
hombre estaba de espaldas frente a él.
La tensión se apoderó de Lali en un
instante. Él ya sabía lo de Bianca.
—Creo que tienes una carta para mí —le
dijo.
—¿Có… Cómo lo sabías?
Peter se dio la vuelta y la miró
fugazmente.
—Iba a ser mi esposa. Su posición la
hacía vulnerable, así que un equipo de seguridad se encargaba de su vigilancia.
Lali se preguntó por qué la habían
dejado irse con Matthew, pero no se atrevió a decirlo en alto. Aquel frío rostro
de piedra no invitaba al diálogo. Lali dio unos pasos adelante y sintió que
caminaba sobre afiladas agujas.
Se detuvo frente al escritorio y dejó la
carta sobre la mesa. Los latidos del corazón retumbaban en sus oídos. Él la
miró fijamente unos segundos antes de recoger la carta. Se detuvo durante un
instante interminable y finalmente rasgó el sobre.
Sumido en un pesado silencio, Peter leyó
las palabras que Bianca había usado para dejarlo plantado, mientras Lali
trataba de descifrar el código de su rostro impertérrito y hermoso. La joven
era consciente de que el orgullo era lo único que le impedía venirse abajo.
—Lo… siento —murmuró ella, sin saber qué
decir.
Él hizo un leve gesto de asentimiento.
Sus ojos de miel seguían clavados en la hoja de papel.
—¿No sospechaste nada en ningún momento?
Lali hundió las uñas en las palmas de
las manos.
—No.
—¿Y su familia?
Ella negó con la cabeza en un gesto de
impotencia.
—T… Tú estabas allí anoche. Estaba
radiante. Ella…
—Mi futura esposa, rebosante de
felicidad ante su buena fortuna.
Lali apretó los labios y bajó la vista.
Bianca los había engañado a todos con su brillante actuación. Incluso Peter,
siempre escéptico e irónico, había sonreído con ilusión por su hermosa
prometida. En un remoto rincón de su ser, Lali había sentido envidia sana por
su amiga. Muy pocas chicas lograban casarse con el príncipe de sus sueños.
No obstante, Peter De Lanzani no era
precisamente un príncipe, pero sí estaba hecho de la misma pasta que los de los
cuentos de hadas; apuesto, sombrío, y heredero de una inmensa fortuna que había
llegado a sus manos tras siglos de matrimonios concertados y novias
cuidadosamente elegidas.
Dinastías… Eso le había dicho Bianca.
«Voy a entrar en una dinastía por el
nombre de mi familia y porque provengo de una estirpe de abolengo…», le había
dicho Bianca en una ocasión.
Aquel comentario había sido tan cínico
que Lali se había llevado una gran sorpresa.
—Pero tú lo amas, ¿no? —le había
preguntado.
—¿Estás de broma, varal —Bianca se había
echado a reír—. Tú lo has visto. ¿Qué chica en su sano juicio no se enamoraría
de Juan Pedro De Lanzani? Incluso tú si tuvieras oportunidad.
Lali encogió los hombros en un gesto de
culpabilidad al recordar aquel desafío airado. Las palabras de su amiga
retumbaron dentro de su cabeza porque sabía que había sucumbido a una
fascinación irracional por aquel hombre; una obsesión que le corroía la
conciencia, sobre todo después de la noche anterior. Fue en ese preciso
instante cuando cayó en la cuenta de la astucia y habilidad de su amiga para
evitar respuestas comprometidas.
Peter volvió a tomar la carta entre sus
manos y leyó el contenido por segunda vez. Su rostro, tan frío como siempre, no
dejaba entrever sus sentimientos. Sin embargo, Lali se quedaba sin aliento cada
vez que observaba la tensa línea que formaban sus labios implacables.
Estaba furioso, pero era difícil saber
si su corazón estaba roto. En las pocas ocasiones en que había coincidido con
él, le había parecido un hombre insensible, incapaz de emocionarse.
Frío, cruel, arrogante… La lista de
defectos parecía interminable. Sin embargo, también era alto, apuesto,
espectacular…
Lali era capaz de ver el exterior, pero
lo que realmente importaba era el hombre que se escondía tras ese físico
extraordinario.
El silencio incómodo se prolongó,
haciendo desesperar a Lali. Una parte de ella le decía que tenía que salir de
allí cuanto antes, pero por otro lado se resistía a dejarle solo.
Todavía se sentía culpable, aunque el
sentido común le dijera que no lo era. Sentía… pena por él, a pesar de saber
que él la despreciaría por atreverse a sentir tal cosa.
Un hombre extraño… Por muchas riquezas y
poder que tuviera, estaba completamente solo. Incluso cuando estaba con Bianca,
se mostraba misteriosamente reservado e introvertido.
—Su… Supongo que te preguntas dónde está
tu anillo de compromiso —dijo ella, para llenar el vacío.
El tema había salido a relucir cuando la
madre de Bianca se había hecho la misma pregunta.
—No. Supongo que huir con un hombre
pobre no deja lugar a dudas acerca del destino del anillo.
Lali hizo una mueca de dolor. Sus
mejillas se encendieron al oír aquellas palabras. El hombre con el que Bianca
había huido era su propio hermano.
—Matt no es pobre —dijo, viéndose
obligada a defender los modestos ingresos de su familia.
—¿Desde tu punto de vista o desde el
mío?
Lali sintió una avalancha de ira.
—Mira… —se volvió hacia la puerta—. Creo
que será mejor que le deje a solas.
—¿Tú también vas a huir como los otros
dos? —le dijo con sorna.
—No. Sólo creo que es mejor que me vaya
antes de que pierda la paciencia.
—¿Entonces tienes paciencia?
—Sí —Lali se dio la vuelta rápidamente,
pero no lo bastante como para verle rodear el escritorio y apoyarse contra él
de brazos cruzados.
La carta de Bianca yacía sobre la mesa
detrás de él.
Sorprendida, Lali dejó escapar el
aliento. Una extraña tensión comenzó a acumularse en la base de su estómago. Él
la observaba con atención y su mirada indiscreta resultaba de lo más
inquietante. Esa mañana Lali había salido a toda prisa de la habitación y
apenas había tenido tiempo para ponerse un top verde y unos pantalones piratas
de color blanco. Su pelo era una maraña informe y rebelde.
La noche anterior había hecho el
ridículo con él.
Había tenido que soportar las
acusaciones y la histeria de los padres de Bianca y lo último que necesitaba
era ser el objeto de burla de Peter De Lanzani, que la miraba como si no
pudiera creer que se hubiera atrevido a salir así de su habitación.
«Intenta ponerle maquillaje con las
manos temblando…», pensó la joven con sarcasmo mientras sufría su mirada
penetrante y despreciativa.
—Durante la semana que has pasado en mi
país, he visto cómo controlabas el carácter voluble y alocado de Bianca —dijo
él de repente—. Te he visto consolarla, calmarla, e incluso te he visto hacerla
cambiar de humor. Pero no recuerdo haberle visto amenazándola con perder la
paciencia, ni siquiera cuando ella se empeñaba en humillarte y burlarse de ti.
¿Entonces por qué sientes la necesidad de perderla conmigo?
—T… Tú has atacado a mi familia.
—Ataqué a tu hermano. ¿No crees que
tenga derecho?
Era evidente que sí tenía derecho. Un
día antes él y Bianca era una feliz pareja de enamorados que iban a casarse una
semana más tarde. La suya iba a ser la boda del año en Italia, pero en cuestión
de horas se había convertido en un jugoso escándalo que lo ponía en el punto de
mira de los medios, y todo era culpa de su hermano.
Lali hizo un gesto conciliatorio con la
mano, aunque el afilado tono de sus palabras le rasgara la piel como un
latigazo.
—Tienes todo el derecho de atacar a mi
hermano —reconoció—. Incluso tienes derecho a estar molesto conmigo porque soy
la hermana del hombre que se llevó a tu prometida, pero no… —levantó la
barbilla y sus ojos relampaguearon—. Voy a dejar que te burles de nosotros
porque no somos tan ricos como tú.
—¿He hecho yo tal cosa?
Lali apretó los labios y asintió. Él no
era el único con el orgullo herido. Ella había tenido que soportar los duros
comentarios de los padres de Bianca hacia su hermano.
—Entonces le pido disculpas.
Lali no creía ni una sola palabra. En el
tono de su voz no había ni la más mínima intención de pedir perdón.
—Gracias —dijo ella por cortesía—. Y
ahora si no te importa, te dejaré para que…
—¿Cómo has venido?
Una vez más Lali estaba a punto de marcharse
cuando él la hizo detenerse.
—Vine en un hidrotaxi desde Bellagio.
Él asintió.
—Entonces me parece que estás atrapada
aquí hasta que yo me ocupe de buscarle un transporte.
—Tú… empleado me dijo que él se
ocuparía…
—Es una cuestión de prioridades, Lali.
Mis órdenes tienen preferencia. ¿Sabes?
Lali abrió los labios para replicar,
pero entonces se dio cuenta de que él sólo buscaba pelea.
¿Acaso le había desafiado? La pregunta
le aclaró las ideas. El sentido común le decía que tenía que salir de allí lo
más rápido posible porque tenía todas las de perder. Él vivía en una fabulosa
mansión a orillas del lago Como y tenía otras tres residencias en distintos
lugares del mundo, o eso le había oído decir a Bianca. Además, tenía un
apartamento en Milán, por lo que resultaba incomprensible que hubiera reservado
una habitación en el hotel. Peter De Lanzani vivía la vida de un magnate de los
negocios y viajaba en su propio jet privado.
Y allí fuera, junto a su avión, estaba
su lancha deportiva, que podía llevarla de vuelta a Bellagio en menos de diez
minutos, pero él se negaba a dar la orden porque necesitaba pagarla con
alguien, y ella era la única que estaba disponible.
Lali apartó la vista y entonces volvió a
mirarlo, sin saber qué hacer.
—Sabes que no estás obrando bien —le
dijo con un suspiro.
—Verdes.
—Verdes. ¿Qué?
—Tus ojos… Cuando le enfadas.
Normalmente son grises.
—Y también lanzan cuchillos afilados
cuando estoy acorralada.
—Eso habría que verlo. Tú siempre
supiste lo que estaban planeando.
—No. Te dije que no lo sabía.
Mientras lo negaba Lali sintió una
punzada de culpa. Quizá sí lo había visto venir, pero había sido más fácil
fingir que no pasaba nada.
—No sabía que fueras una mentirosa, Lali
—le espetó con frialdad.
—¡No estoy mintiendo! —gritó, molesta
con él y consigo misma—. Yo no lo vi venir, pero admito que me siento
responsable por no haberlo hecho.
—¿Porque sabías que eran amantes?
—Sí —Lali decidió ser directa con aquel
hombre insensible—. Lo fueron hace algunos años.
—Un amor de la infancia —su boca cruel
esbozó una sonrisa sarcástica.
Había sido algo más que eso, pero Lali
guardó silencio unos momentos.
—Tenías razón. El dinero marca la
diferencia —le dijo finalmente, incapaz de aguantar su mirada acusadora ni un
segundo más—. El nunca va a ser suficientemente bueno para ella. ¿Sabes?
—Pero yo sí cumplo todos los requisitos
de los Moreno, ¿no?
Lali se encogió de hombros. ¿Qué otra
cosa podía hacer?
Él cumplía todos los requisitos. Era
todo lo que los Moreno esperaban para su hija, pero Matthew no. Su hermano era
un chico de clase media que había ido a la escuela pública y no había hecho
carrera. Hasta la llegada de la crisis, su familia había sobrevivido
modestamente con unos ingresos discretos. Todos esperaban que Matthew tomara
las riendas del negocio familiar, y que se casara con una buena chica de su
misma clase; una joven inglesa que no le pidiera más de lo que podía darle.
Bianca, por el contrario, siempre quería
más. Ella siempre conseguía lo que quería, aunque tuviera que buscarlo ella misma.
Matthew, en cambio, nunca sería capaz de estar a la altura. Su orgullo sufriría
tantos golpes que jamás sería feliz.
—Ella volverá —prometió Lali—. Sólo
necesita tiempo para organizar sus ideas.
—¿Y su corazón?
—Sé que le quiere —dijo ella, insistiendo—.
Es que no está lista para el compromiso del matrimonio. Si le das un poco de
tiempo, yo…
De Lanzani arqueó las cejas.
—¿De verdad me estás sugiriendo que
espere a que ella se aclare?
Lali levantó la barbilla con decisión.
—Si la amas… Sí.
—Entonces eres una ilusa romántica
porque eso no va a ocurrir —se incorporó de repente—. El próximo sábado habrá
una boda y tengo intención de seguir adelante con ello.
¿Sin novia? Lali lo miró con un gesto de
incredulidad.
—¿Quieres decir que vas a encontrarla y
a obligarla a que se case contigo? —una carcajada escapó de sus labios al
imaginarse a Bianca llorando y pataleando mientras él la arrastraba por el
pasillo de la iglesia.
—No —tomó la carta de Bianca del
escritorio y la dobló con movimientos lentos y calculados—. Otra ocupará su
lugar.
Lali no daba crédito a sus palabras.
—¿Así de fácil?
—Así de fácil —él asintió. Rompió la
carta en pedazos y la arrojó a la papelera.
Lali se quedó lívida. Aquel acto
entrañaba tanta frialdad y desprecio por la mujer que lo era todo para él tan
sólo unas horas antes…
—Tendrás que darte prisa para poner tu
vida en orden. Claro que con mi ayuda se puede conseguir a tiempo.
Lali levantó la vista súbitamente. Tardó
unos segundos en asimilar la situación, pero cuando por fin lo hizo dio un paso
atrás.
—Mi… Mi vida está muy bien tal y como
está.
—No lo dudo, ¿pero lo estará mañana
cuando informe a las autoridades de que tu hermano os ha vaciado las cuentas?
Ah! Bueno q lío!Ya la estoy viendo a lali casandose con ella!
ResponderEliminarEstaaaaaaaaaaaaaaaa buenisima la nove <3 Es lo masss!
ResponderEliminarQuiero el otro cap!! Maaaaaaaaaaaaaaaaaaaas!
@Camhii_Infante ;)
mass
ResponderEliminarMaaaaaaas nove please!!
ResponderEliminarquier0 nove ahora masssssssssssssssss
ResponderEliminarEsta muy buena jajaja me gusta mucho mas mas mas
ResponderEliminarMAS NOVE!!
ResponderEliminarEs genial, q malo q este lanzani parece q no tiene sentimientos!! Más!
ResponderEliminarMAS MAS MAS
ResponderEliminarMuuuuuuuuuuuyyyyy buenaaaa! :D me encanto!.... espero el proximo....
ResponderEliminarme avisas por twitter? :D @LalaEsposito_MF
Besos
Comienza el chantaje.
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