sábado, 4 de agosto de 2012

Capitulo 2

Hola gracias por los comentarios me alegro que les guste porfa recomienden la novela:)y diganme a quien le aviso por twitter mas tarde mas♥
Capítulo 2

—Oh, Dios mío —Lali se quedó sin aliento. Ya ni siquiera estaban bailando. Él la miraba fijamente y una sonrisa cínica le tiraba de la comisura de los labios.
La joven bajó la vista y deseó que la tierra se abriera y la tragara para siempre.
—¡Lo siento tanto! —susurró, dio un acelerado paso atrás y estuvo a punto de caerse de bruces.
—En realidad es todo un… halago —él la sujetó con fuerza—. Afortunadamente lo veía venir, y es por eso que estamos en la terraza, lejos de las miradas curiosas.
Lali miró a su alrededor, y descubrió que era cierto. Estaban en una sombría terraza que no conocía. Él había logrado sacarla al fresco de la noche mientras bailaban, sin que ella se diera cuenta.
Dio otro paso atrás con piernas temblorosas y se alejó de él. En la distancia aún se oían los lánguidos acordes de la música. Lali no se atrevía a mirarlo. No sabía qué decir.
Y él estaba tan tranquilo… Se había apoyado contra la balaustrada de piedra y había cruzado los brazos. Parecía que disfrutaba con todo aquello.
—La culpa es del vino —le dijo. Lali asintió, aunque la excusa fuera patética—. No estoy acostumbrada a beber… tanto.
—No.
—Y Vito…
—No dejaba de llenarte la copa.
Ella no quería decir eso, pero al oírle decirlo, lo miró a los ojos.
—¡No! —tragó con dificultad—. ¿Lo hizo?
—Pobre Lali —susurró él—. Te han pillado con el truco más viejo del mundo.
Lali recordó lo que había hecho con él y rehuyó su mirada. Señaló las puertas con un descoordinado movimiento de la mano.
—Cr… creo que debería…
—¿Volver ahí dentro para que te intoxique un poco más?
—No —Lali cerró el puño y bajó la mano—. Tienes un sentido del humor muy desagradable.
—Y tú tienes unos labios muy suaves y dulces.
Lali decidió que no podía soportarlo más. Ya se había burlado bastante de ella. Dio media vuelta y se dirigió a las puertas.
—¿Qué hacéis aquí fuera? —preguntó una voz.
En sus veintidós años de vida Lali nunca se había sentido tan mal como en ese momento. Su mejor amiga, enamorada y leal, salió a la terraza.
—Tu dama de honor estaba acalorada —dijo Peter—. Necesitaba un poco de aire.
Casi incapaz de guardar la compostura, Lali sintió el pinchazo de la culpa cuando su amiga se preocupó por ella.
—¿Estás bien, cielo? Dios mío, tienes mala cara, Lali.
—La culpa es de tu primo —dijo Peter—. Él no ha dejado de llenarle la copa durante toda la noche.
—¿Vito? Oh, qué malo es. Y yo que le dije que cuidara de ti —avanzó hacia Lali y le puso el brazo alrededor de los hombros—. Con ese padre que tienes no estás acostumbrada a trasnochar, ¿verdad, cara? ¡De hecho ni siquiera estás acostumbrada a beber alcohol!
—Mi padre no es tan malo —murmuró Lali, sintiéndose cada vez peor.
—No, es mucho peor —dijo Bianca, sin molestarse en ocultar sus sentimientos hacia el padre de Lali, el hombre al que todavía culpaba por haber roto su relación con Matthew años antes—. ¡Me extraña que le haya dejado venir sabiendo que ibas a pasártelo bien! Incluso tuve que prestarle algo de ropa para que no te presentaras con uno de esos horribles vestidos modestos que tanto le gusta que lleves.
El corazón de Lali se encogió de golpe ante tanta insensibilidad. Sin embargo, quizá fuera un castigo por lo que acababa de hacer con su prometido.
—Basta ya, cara —dijo Peter De Lanzani, saliendo en su defensa—. La modestia no es un pecado. Y tu amiga tiene un… dolor de cabeza. Oírte hablar de cosas que no quiere discutir delante de mí sólo empeora las cosas.
—Oh, lo siento, Lali. Soy una egoísta —dijo Bianca, arrepentida—. Te diré lo que haremos. ¿Por qué no volvemos al hotel? Podemos irnos pronto a la cama. A Peter no le importa, ¿verdad, caro?
Lali aguantó el momento con un nudo en la garganta que amenazaba con inundar sus ojos de lágrimas.
—Claro que no —dijo él.
—N… No… De verdad —dijo la joven, consumida por la vergüenza—. No puedo dejar que os vayáis de vuestra propia fiesta. Vito dijo que se iba pronto para recuperarse del jet lag. Volveré… Volveré al hotel con él.
—No, ni hablar —dijo Bianca—. Y Vito se vendrá con nosotros. Tengo que echarle la bronca por dejar que te emborracharas. Peter traerá el coche.
Peter De Lanzani no tardó en captar la sugerencia. Se incorporó y fue hacia la puerta.
Lali pensó que debía confesar. ¿Pero cómo iba a hacerlo? Bianca quedaría destrozada y nunca la perdonaría. La amistad de tantos años terminaría para siempre.
¿Y si Peter se lo decía primero? ¿Y si decidía contárselo como una anécdota divertida? ¿Cómo iba a vivir con ello si él hacía tal cosa?
Estaban a punto de entrar en la limusina cuando Peter la tocó en el brazo.
—No lo hagas —le advirtió en un susurro—. Nunca te perdonará. Y si tienes algo de sentido común, no te acerques a Vito Moreno —le dijo con gesto serio.
Entonces se volvió hacia su prometida y le dio un fugaz beso de buenas noches.
La presencia de Vito le facilitó las cosas a Lali, que fingió dormir mientras el italiano hablaba con su prima. Los dos charlaban en susurros sofocados, pero Lali pensó que Bianca debía de estar echándole la bronca, así que no se molestó en escuchar.
Además, sí tenía un dolor de cabeza; uno de esos dolores palpitantes que atacan cuando uno no está a gusto consigo mismo. Los dos primos decidieron tomarse una última copa en el bar antes de subir a las habitaciones, y Lali aprovechó el momento para escabullirse. Pasó toda la noche con la cabeza escondida bajo la almohada, tratando de no recordar lo ocurrido.
Sin embargo, debería haber escuchado lo que habían hablado los otros dos. De haberlo hecho, no le habría extrañado que alguien aporreara su puerta a la mañana siguiente. Si hubiera oído la conversación, podría haber impedido que Bianca cometiera el mayor error de su vida.
Pero tal y como estaban las cosas, lo único que pudo hacer fue ponerse en pie y escuchar la historia que Sofía Moreno le relataba entre sollozos convulsos.
—¡Se ha ido! —dijo la madre de Bianca, histérica—. ¡Hizo la maleta de madrugada y se marchó del hotel! Ha pasado mucho tiempo, pero nunca levantaron la más mínima sospecha de lo que estaban planeando. ¿Cómo pudo hacerlo? ¿Cómo pudieron hacerlo? ¿Qué va a decir la gente? ¿Y qué pasa con Juan Pedro? Oh, no podré soportarlo. Ha tirado por la borda un futuro maravilloso. ¿Cómo pudo hacernos esto? ¿Cómo ha podido tu hermano aparecer aquí y llevársela así?
—¿Matthew? —preguntó Lali con la voz entrecortada—. ¿Está segura que era mi hermano, señora Moreno?
—¡Claro que sí! Por lo visto llegó ayer por la tarde. Se escondió en el baño de Bianca cuando fui a verla ayer. ¿Te lo puedes creer? Ella no estaba vestida y la cama estaba deshecha. Dio mío, no es difícil adivinar lo que estaba pasando. ¿Tú sabías lo que estaban planeando, Lali? ¿Lo sabías? Aquella acusación la hizo volver a la realidad.
—No —dijo con firmeza—. ¡Yo estoy tan sorprendida como todos ustedes!
—Bueno, espero que sea verdad —dijo la señora Moreno con frialdad—. Porque nunca te lo perdonaré si has tenido algo que ver en todo esto.
—Yo pensaba que se refería a Vito —añadió Lali, algo confusa.
—¿Vito? ¡Es su primo! ¿Estás tratando de empeorar las cosas?
Avergonzada, Lali apenas pudo articular una disculpa.
—Ahora alguien tendrá que darle la noticia a Juan Pedro —dijo la madre de Bianca, llorando—. Bianca le dejó una nota, pero Juan Pedro se fue a su finca del lago. Como para prepararlo todo antes de nuestra llegada mañana. Mi marido se ha ido a la ciudad para atender unos negocios. ¡Ni siquiera sabe lo que nuestra malvada hija ha hecho para arruinar nuestras vidas!

La mansión de De Lanzani estaba en lo alto de una formación rocosa. Sus claras paredes color limón brillaban a la luz del atardecer.
A Lali le dio un vuelco el estómago al bajar del hidrotaxi al embarcadero recién remozado. Había otro bote amarrado; una lancha deportiva que no se podía comparar con el humilde vehículo que la había llevado hasta allí.
El padre de Bianca lo había arreglado todo para que un coche la llevara hasta Bellagio. Habían considerado la posibilidad de decírselo por teléfono.
Pero al final se habían decantado por darle la noticia en persona. Giorgio Moreno iba a ser el encargado de hacerlo, pero parecía tan afectado que Lali se había ofrecido para ir en su lugar.
El hombre estaba mal del corazón y la joven se sentía culpable. ¿Cómo habría podido permanecer impasible cuando el culpable era su hermano? Sin embargo, después de la imprudencia de la noche anterior, lo último que deseaba era encontrarse cara a cara con Peter De Lanzani.
Al acercarse a las puertas de hierro, aquel extraño temblor volvió a golpearla en el vientre. A sus espaldas podía oír el ruido del motor del taxi, que se alejaba del muelle.
Estaba atrapada en el peor lugar del mundo.
Un hombre surgió de entre las sombras al otro lado de la puerta. Lali se paró en seco. Unos ojos oscuros y misteriosos la miraron de arriba abajo.
—¿Puedo ayudarla, signorina? —le preguntó el hombre en italiano.
Lali se humedeció los labios y contestó.
—Tengo una carta para el señor De Lanzani. M… Me llamo Lali Espósito.
El hombre asintió con la cabeza. Se sacó un móvil del bolsillo y habló con alguien sin quitarle ojo de encima a la joven. Después, desbloqueó la puerta y le abrió.
—Puede subir, signorina.
Lali le dio las gracias. Estaba a punto de pasar por su lado cuando algo la hizo detenerse.
—Nece… Necesitaré un taxi para volver a Bellagio. No le pedí al otro que me esperara.
—Yo me ocuparé de todo cuando se marche.
—Gracias —Lali siguió adelante y se topó con unos peldaños milenarios esculpidos en la roca. En lo alto había un hermoso jardín muy bien cuidado al que atravesaba un camino que conducía a una terraza. Detrás se alzaba la mansión de De Lanzani; sus enormes ventanales abiertos dejaban entrar la suave brisa proveniente del lago.
El lugar era esplendoroso, pero en ese momento Lali no sentía más que miedo. Otro hombre la esperaba en la terraza. El sirviente le hizo una reverencia y la invitó a acompañarlo. Dentro de la mansión hacía fresco. Las paredes estaban decoradas en colores cálidos, a juego con los fabulosos tapices y cuadros que adornaban la estancia. El hombre la condujo hasta una doble puerta de madera. Entonces llamó, abrió una de las hojas y se hizo a un lado para dejarla entrar.
Lali respiró hondo y entró. La habitación tenía un alto puntal y lecho de estuco. Los amplios ventanales dejaban entrar chorros de luz que bañaban de oro todos los rincones. Las paredes estaban pintadas en un tono pálido y los muebles eran de colores oscuros. Había estanterías llenas de libros y un hogar de piedra que abarcaba toda una pared. Lali reparó en las exquisitas sillas lapizadas en terciopelo rojo y en los elegantes sofás por los que no pasaba el tiempo.
Finalmente se apoyó en el suntuoso escritorio de madera labrada que ocupaba el espacio entre dos ventanales. Un hombre estaba de espaldas frente a él.
La tensión se apoderó de Lali en un instante. Él ya sabía lo de Bianca.
—Creo que tienes una carta para mí —le dijo.
—¿Có… Cómo lo sabías?
Peter se dio la vuelta y la miró fugazmente.
—Iba a ser mi esposa. Su posición la hacía vulnerable, así que un equipo de seguridad se encargaba de su vigilancia.
Lali se preguntó por qué la habían dejado irse con Matthew, pero no se atrevió a decirlo en alto. Aquel frío rostro de piedra no invitaba al diálogo. Lali dio unos pasos adelante y sintió que caminaba sobre afiladas agujas.
Se detuvo frente al escritorio y dejó la carta sobre la mesa. Los latidos del corazón retumbaban en sus oídos. Él la miró fijamente unos segundos antes de recoger la carta. Se detuvo durante un instante interminable y finalmente rasgó el sobre.
Sumido en un pesado silencio, Peter leyó las palabras que Bianca había usado para dejarlo plantado, mientras Lali trataba de descifrar el código de su rostro impertérrito y hermoso. La joven era consciente de que el orgullo era lo único que le impedía venirse abajo.
—Lo… siento —murmuró ella, sin saber qué decir.
Él hizo un leve gesto de asentimiento. Sus ojos de miel seguían clavados en la hoja de papel.
—¿No sospechaste nada en ningún momento?
Lali hundió las uñas en las palmas de las manos.
—No.
—¿Y su familia?
Ella negó con la cabeza en un gesto de impotencia.
—T… Tú estabas allí anoche. Estaba radiante. Ella…
—Mi futura esposa, rebosante de felicidad ante su buena fortuna.
Lali apretó los labios y bajó la vista. Bianca los había engañado a todos con su brillante actuación. Incluso Peter, siempre escéptico e irónico, había sonreído con ilusión por su hermosa prometida. En un remoto rincón de su ser, Lali había sentido envidia sana por su amiga. Muy pocas chicas lograban casarse con el príncipe de sus sueños.
No obstante, Peter De Lanzani no era precisamente un príncipe, pero sí estaba hecho de la misma pasta que los de los cuentos de hadas; apuesto, sombrío, y heredero de una inmensa fortuna que había llegado a sus manos tras siglos de matrimonios concertados y novias cuidadosamente elegidas.
Dinastías… Eso le había dicho Bianca.
«Voy a entrar en una dinastía por el nombre de mi familia y porque provengo de una estirpe de abolengo…», le había dicho Bianca en una ocasión.
Aquel comentario había sido tan cínico que Lali se había llevado una gran sorpresa.
—Pero tú lo amas, ¿no? —le había preguntado.
—¿Estás de broma, varal —Bianca se había echado a reír—. Tú lo has visto. ¿Qué chica en su sano juicio no se enamoraría de Juan Pedro De Lanzani? Incluso tú si tuvieras oportunidad.
Lali encogió los hombros en un gesto de culpabilidad al recordar aquel desafío airado. Las palabras de su amiga retumbaron dentro de su cabeza porque sabía que había sucumbido a una fascinación irracional por aquel hombre; una obsesión que le corroía la conciencia, sobre todo después de la noche anterior. Fue en ese preciso instante cuando cayó en la cuenta de la astucia y habilidad de su amiga para evitar respuestas comprometidas.
Peter volvió a tomar la carta entre sus manos y leyó el contenido por segunda vez. Su rostro, tan frío como siempre, no dejaba entrever sus sentimientos. Sin embargo, Lali se quedaba sin aliento cada vez que observaba la tensa línea que formaban sus labios implacables.
Estaba furioso, pero era difícil saber si su corazón estaba roto. En las pocas ocasiones en que había coincidido con él, le había parecido un hombre insensible, incapaz de emocionarse.
Frío, cruel, arrogante… La lista de defectos parecía interminable. Sin embargo, también era alto, apuesto, espectacular…
Lali era capaz de ver el exterior, pero lo que realmente importaba era el hombre que se escondía tras ese físico extraordinario.

El silencio incómodo se prolongó, haciendo desesperar a Lali. Una parte de ella le decía que tenía que salir de allí cuanto antes, pero por otro lado se resistía a dejarle solo.
Todavía se sentía culpable, aunque el sentido común le dijera que no lo era. Sentía… pena por él, a pesar de saber que él la despreciaría por atreverse a sentir tal cosa.
Un hombre extraño… Por muchas riquezas y poder que tuviera, estaba completamente solo. Incluso cuando estaba con Bianca, se mostraba misteriosamente reservado e introvertido.
—Su… Supongo que te preguntas dónde está tu anillo de compromiso —dijo ella, para llenar el vacío.
El tema había salido a relucir cuando la madre de Bianca se había hecho la misma pregunta.
—No. Supongo que huir con un hombre pobre no deja lugar a dudas acerca del destino del anillo.
Lali hizo una mueca de dolor. Sus mejillas se encendieron al oír aquellas palabras. El hombre con el que Bianca había huido era su propio hermano.
—Matt no es pobre —dijo, viéndose obligada a defender los modestos ingresos de su familia.
—¿Desde tu punto de vista o desde el mío?
Lali sintió una avalancha de ira.
—Mira… —se volvió hacia la puerta—. Creo que será mejor que le deje a solas.
—¿Tú también vas a huir como los otros dos? —le dijo con sorna.
—No. Sólo creo que es mejor que me vaya antes de que pierda la paciencia.
—¿Entonces tienes paciencia?
—Sí —Lali se dio la vuelta rápidamente, pero no lo bastante como para verle rodear el escritorio y apoyarse contra él de brazos cruzados.
La carta de Bianca yacía sobre la mesa detrás de él.
Sorprendida, Lali dejó escapar el aliento. Una extraña tensión comenzó a acumularse en la base de su estómago. Él la observaba con atención y su mirada indiscreta resultaba de lo más inquietante. Esa mañana Lali había salido a toda prisa de la habitación y apenas había tenido tiempo para ponerse un top verde y unos pantalones piratas de color blanco. Su pelo era una maraña informe y rebelde.
La noche anterior había hecho el ridículo con él.
Había tenido que soportar las acusaciones y la histeria de los padres de Bianca y lo último que necesitaba era ser el objeto de burla de Peter De Lanzani, que la miraba como si no pudiera creer que se hubiera atrevido a salir así de su habitación.
«Intenta ponerle maquillaje con las manos temblando…», pensó la joven con sarcasmo mientras sufría su mirada penetrante y despreciativa.
—Durante la semana que has pasado en mi país, he visto cómo controlabas el carácter voluble y alocado de Bianca —dijo él de repente—. Te he visto consolarla, calmarla, e incluso te he visto hacerla cambiar de humor. Pero no recuerdo haberle visto amenazándola con perder la paciencia, ni siquiera cuando ella se empeñaba en humillarte y burlarse de ti. ¿Entonces por qué sientes la necesidad de perderla conmigo?
—T… Tú has atacado a mi familia.
—Ataqué a tu hermano. ¿No crees que tenga derecho?
Era evidente que sí tenía derecho. Un día antes él y Bianca era una feliz pareja de enamorados que iban a casarse una semana más tarde. La suya iba a ser la boda del año en Italia, pero en cuestión de horas se había convertido en un jugoso escándalo que lo ponía en el punto de mira de los medios, y todo era culpa de su hermano.
Lali hizo un gesto conciliatorio con la mano, aunque el afilado tono de sus palabras le rasgara la piel como un latigazo.
—Tienes todo el derecho de atacar a mi hermano —reconoció—. Incluso tienes derecho a estar molesto conmigo porque soy la hermana del hombre que se llevó a tu prometida, pero no… —levantó la barbilla y sus ojos relampaguearon—. Voy a dejar que te burles de nosotros porque no somos tan ricos como tú.
—¿He hecho yo tal cosa?
Lali apretó los labios y asintió. Él no era el único con el orgullo herido. Ella había tenido que soportar los duros comentarios de los padres de Bianca hacia su hermano.
—Entonces le pido disculpas.
Lali no creía ni una sola palabra. En el tono de su voz no había ni la más mínima intención de pedir perdón.
—Gracias —dijo ella por cortesía—. Y ahora si no te importa, te dejaré para que…
—¿Cómo has venido?
Una vez más Lali estaba a punto de marcharse cuando él la hizo detenerse.
—Vine en un hidrotaxi desde Bellagio.
Él asintió.
—Entonces me parece que estás atrapada aquí hasta que yo me ocupe de buscarle un transporte.
—Tú… empleado me dijo que él se ocuparía…
—Es una cuestión de prioridades, Lali. Mis órdenes tienen preferencia. ¿Sabes?
Lali abrió los labios para replicar, pero entonces se dio cuenta de que él sólo buscaba pelea.
¿Acaso le había desafiado? La pregunta le aclaró las ideas. El sentido común le decía que tenía que salir de allí lo más rápido posible porque tenía todas las de perder. Él vivía en una fabulosa mansión a orillas del lago Como y tenía otras tres residencias en distintos lugares del mundo, o eso le había oído decir a Bianca. Además, tenía un apartamento en Milán, por lo que resultaba incomprensible que hubiera reservado una habitación en el hotel. Peter De Lanzani vivía la vida de un magnate de los negocios y viajaba en su propio jet privado.
Y allí fuera, junto a su avión, estaba su lancha deportiva, que podía llevarla de vuelta a Bellagio en menos de diez minutos, pero él se negaba a dar la orden porque necesitaba pagarla con alguien, y ella era la única que estaba disponible.
Lali apartó la vista y entonces volvió a mirarlo, sin saber qué hacer.
—Sabes que no estás obrando bien —le dijo con un suspiro.
—Verdes.
—Verdes. ¿Qué?
—Tus ojos… Cuando le enfadas. Normalmente son grises.
—Y también lanzan cuchillos afilados cuando estoy acorralada.
—Eso habría que verlo. Tú siempre supiste lo que estaban planeando.
—No. Te dije que no lo sabía.

Mientras lo negaba Lali sintió una punzada de culpa. Quizá sí lo había visto venir, pero había sido más fácil fingir que no pasaba nada.
—No sabía que fueras una mentirosa, Lali —le espetó con frialdad.
—¡No estoy mintiendo! —gritó, molesta con él y consigo misma—. Yo no lo vi venir, pero admito que me siento responsable por no haberlo hecho.
—¿Porque sabías que eran amantes?
—Sí —Lali decidió ser directa con aquel hombre insensible—. Lo fueron hace algunos años.
—Un amor de la infancia —su boca cruel esbozó una sonrisa sarcástica.
Había sido algo más que eso, pero Lali guardó silencio unos momentos.
—Tenías razón. El dinero marca la diferencia —le dijo finalmente, incapaz de aguantar su mirada acusadora ni un segundo más—. El nunca va a ser suficientemente bueno para ella. ¿Sabes?
—Pero yo sí cumplo todos los requisitos de los Moreno, ¿no?
Lali se encogió de hombros. ¿Qué otra cosa podía hacer?
Él cumplía todos los requisitos. Era todo lo que los Moreno esperaban para su hija, pero Matthew no. Su hermano era un chico de clase media que había ido a la escuela pública y no había hecho carrera. Hasta la llegada de la crisis, su familia había sobrevivido modestamente con unos ingresos discretos. Todos esperaban que Matthew tomara las riendas del negocio familiar, y que se casara con una buena chica de su misma clase; una joven inglesa que no le pidiera más de lo que podía darle.
Bianca, por el contrario, siempre quería más. Ella siempre conseguía lo que quería, aunque tuviera que buscarlo ella misma. Matthew, en cambio, nunca sería capaz de estar a la altura. Su orgullo sufriría tantos golpes que jamás sería feliz.
—Ella volverá —prometió Lali—. Sólo necesita tiempo para organizar sus ideas.
—¿Y su corazón?
—Sé que le quiere —dijo ella, insistiendo—. Es que no está lista para el compromiso del matrimonio. Si le das un poco de tiempo, yo…
De Lanzani arqueó las cejas.
—¿De verdad me estás sugiriendo que espere a que ella se aclare?
Lali levantó la barbilla con decisión.
—Si la amas… Sí.
—Entonces eres una ilusa romántica porque eso no va a ocurrir —se incorporó de repente—. El próximo sábado habrá una boda y tengo intención de seguir adelante con ello.
¿Sin novia? Lali lo miró con un gesto de incredulidad.
—¿Quieres decir que vas a encontrarla y a obligarla a que se case contigo? —una carcajada escapó de sus labios al imaginarse a Bianca llorando y pataleando mientras él la arrastraba por el pasillo de la iglesia.
—No —tomó la carta de Bianca del escritorio y la dobló con movimientos lentos y calculados—. Otra ocupará su lugar.
Lali no daba crédito a sus palabras.
—¿Así de fácil?
—Así de fácil —él asintió. Rompió la carta en pedazos y la arrojó a la papelera.
Lali se quedó lívida. Aquel acto entrañaba tanta frialdad y desprecio por la mujer que lo era todo para él tan sólo unas horas antes…
—Tendrás que darte prisa para poner tu vida en orden. Claro que con mi ayuda se puede conseguir a tiempo.
Lali levantó la vista súbitamente. Tardó unos segundos en asimilar la situación, pero cuando por fin lo hizo dio un paso atrás.
—Mi… Mi vida está muy bien tal y como está.
—No lo dudo, ¿pero lo estará mañana cuando informe a las autoridades de que tu hermano os ha vaciado las cuentas?

11 comentarios:

  1. Ah! Bueno q lío!Ya la estoy viendo a lali casandose con ella!

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  2. Estaaaaaaaaaaaaaaaa buenisima la nove <3 Es lo masss!
    Quiero el otro cap!! Maaaaaaaaaaaaaaaaaaaas!

    @Camhii_Infante ;)

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  3. quier0 nove ahora masssssssssssssssss

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  4. Esta muy buena jajaja me gusta mucho mas mas mas

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  5. Es genial, q malo q este lanzani parece q no tiene sentimientos!! Más!

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  6. Muuuuuuuuuuuyyyyy buenaaaa! :D me encanto!.... espero el proximo....

    me avisas por twitter? :D @LalaEsposito_MF

    Besos

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