viernes, 31 de agosto de 2012

Atraves De Tus Ojos♥1♥

Hola! ya las extrañaba volvi gracias a las que me desearon suerte en los examenes me falta uno jaja aqui el primer cap amo esta nove como ya muchas lo saben jaja nos leemos es lunes besos♥


Capítulo 1

—Te lo aseguro, Teddy, ¡estoy hasta la coronilla!

El ambiente en el asiento trasero de la limusina estaba cargado. La hermosa Lali Esposito temblaba, a pesar del grueso abrigo de piel que la envolvía y el eficiente sistema de calefacción del automóvil, mientras Edward G. Thirsten hacía todo lo posible por parecer tranquilo, con la leve esperanza de que su actitud despreocupada calmara un poco a la actriz.

—Quiero irme a casa y darme un baño, para quitarme la sensación del toque de sus inmundas manos —declaró Lali con un estremecimiento de asco—. Lo que ha hecho conmigo ha sido casi… —no pudo decirlo—. Ya no puedo soportar más este día —concluyó en un trémulo murmullo.

—Nada más esta última parada, encanto —anunció Teddy con su habitual trivialidad. Parecía que un intento de violación, o casi, no constituía para él razón suficiente para alterar el programa del día—. Deja que el simpático Peter Lanzani te tome las fotos, y luego podrás irte a casa para meterte en la bañera y olvidarte de todos nosotros durante un mes. Piénsalo —la instó—. Una horita de sonrisas a lo Lalita y clic, clic, clic, las fotos serán tomadas, sin mayores trámites. De otra manera, preciosa, tendrás que ir mañana a la sesión fotográfica.

La carta del triunfo de Edward, pensó Lali con amargura. Siempre tenía una. Podía hacerse el idiota el noventa y nueve por ciento de su vida, pero era un disfraz tras el cual se ocultaba un astuto zorro. Y ésa era la razón por la que Edward era el agente teatral más famoso del mundo de la farándula.

Pero eso no significaba nada para Lali Esposito en ese momento. Estaba demasiado furiosa como para importarle lo que fuera Edward.

—¿No comprendes? —exclamó ella, volviéndose a mirarlo con irritación. Sus increíbles ojos azules brillaban por las inminentes lágrimas—. ¡No soporto más! Me cosquillea la piel de asco desde que me ha tocado ese… animal… y de ninguna manera puedo soportar que nadie más me manosee hoy.

—¡Pero Lanzani es decente! —Se apresuró a proclamar el agente—. Jamás manosea a las mujeres de manera obscena. Es decente, La. Es un genio en su profesión, pero siente aversión por las modelos. Hace todo lo posible por no tocarlas, ni siquiera cuando les indica la pose que deben adoptar.

—Yo no soy modelo —masculló la joven.

—Da lo mismo, preciosa. Eres una mujer guapa, llena de glamour y eso basta para que te deteste —el agente se encogió de hombros—. Sus fotos de mujeres hermosas son excelentes, pero a ellas no las soporta.

—¿Y qué tiene contra… ellas? —inquirió Lali con irritación.

—Una esposa —comentó Teddy—. Una ex esposa, para ser exactos. Una modelo preciosa. ¿Recuerdas a Tracy López? Lanzani la descubrió. La formó y la embelleció, se casó con ella, le hizo unas fotos de antología y la elevó a la cumbre… luego la vio largarse con el primer gordo importante con su habano gordo y su billetera gorda que le ofreció convertirla en una gran estrella de cine. Nunca la perdonó, nunca ha perdonado a las mujeres, en especial a las sensuales.

—¿Tracy López? —preguntó Lali, y Edward asintió.

Lali había oído hablar de ella, ¿quién no? En cierta época su cara aparecía en casi todos los anuncios de productos de belleza. Ahora ya no tanto. Nadie sabía qué había sido de ella.

—No te atrevas a dejarme un momento sola con él, Edward —le advirtió Lali, cediendo al fin.

—Ni siquiera para ir al baño —prometió Edward.

A pesar de su malhumor, Lali tuvo que sonreír. ¡Sólo Edward diría algo semejante… sólo él se atrevería!

La conversación decayó. Lali rumió su disgusto al recordar el desagradable momento que había pasado con el libidinoso Joel Blake. Hacía cinco años que había salido de la escuela de arte dramático y nunca había sido víctima de ese tipo de coerción sexual. Había accedido a leer el último libreto de Blake como un favor especial a Edward. El importante productor estadounidense había solicitado que fuera Lali  la que asistiera a la lectura. Ella no se imaginó lo que pretendía el viejo depravado, hasta que la empujó al diván y comenzó a manosearla. Había algo de irónico y ridículo en haber caído en la clásica trampa del casting en el diván. Por suerte Edward estaba cerca para salvarla de lo que podría haber sido una situación muy desagradable.

—Olvida a Blake —le aconsejó Edward, adivinando sus pensamientos—. El pobre piensa que es un galán seductor. Confía demasiado en el poder afrodisíaco del dinero. Debería consultar a un siquiatra, tiene…

—Calla ya, por favor, Edward.

—Oh… —dijo el agente en fono ofendido—. No quería molestarte; yo…

—Cállate —repitió ella y esta vez dio resultado. Edward cerró la boca con firmeza y la mantuvo cerrada, con expresión mohína. Lali  lo miró con austera satisfacción y luego volvió su atención hacia sí misma, tratando de prepararse para la siguiente prueba con el fotógrafo misógino. Primero un pulpo, luego un misógino. ¡Qué fauna, por Dios! —Ya hemos llegado.

Lali se sorprendió un poco al notar que el coche atravesaba una verja alta y seguía por un sendero de grava hacia lo que parecía una mansión señorial.

La limusina se detuvo ante la pesada puerta principal. El chófer descendió, abrió la puerta trasera y se apartó, respetuoso, para que la joven bajara del vehículo. Lali respiró hondo y obligó a sus reacios miembros a moverse.

Edward estuvo a su lado en un instante, tomándola del brazo. Alto, esbelto, era un hombre que se valía de todos los trucos posibles para parecer un tanto vano e insignificante, lo cual no era en absoluto. Su traje de color gris era impecable, su camisa de seda blanca estaba abierta en el cuello para mostrar el pañuelo de seda con un alfiler de diamante. Sólo sus ojos, azul grisáceo, delataban un poco al astuto e implacable hombre de negocios que era, y Lali se alegraba de contar en ese momento con su presencia.

Edward alzó uno de sus manicurados dedos y apretó el timbre. Un breve ladrido taciturno respondió al otro lado de la sólida puerta de madera, luego se oyó el ruido de pasos apresurados, una leve reconvención al perro y un momento después se abrió la puerta y una diminuta anciana de aspecto gentil apareció en el umbral.

—¿Señorita Esposito? —sonrió con calidez a la joven, y ésta respondió con un asentimiento y una sonrisa. Luego la anciana abrió más la puerta, y entonces vio a Edward y su expresión cambió por completo—. Vaya —masculló, con una mano en el picaporte de la puerta y la otra sujetando por el collar a un enorme perro pastor inglés—. Pensé que ya había visto pasar todo por esta puerta —miró al agente de arriba abajo, sacudiendo la cabeza—. ¡Pero usted, joven, se lleva la palma!

Lali contuvo el deseo de reírse mientras Edward ofrecía a la anciana una de sus brillantes y frívolas sonrisas, dando la impresión de que el comentario no le había afectado.

—Gracias —repuso con desparpajo y entró en el vestíbulo, mirando al perro con desagrado y llevando a Lali consigo.

—El estudio está arriba —informó la mujer—. ¡Samson! —la anciana se golpeó un muslo de manera autoritaria.

El perro alzó la cabeza y lanzó un ladrido perezoso, y luego se echó y apoyó la cabeza entre las patas delanteras.

—En el primer piso, a la izquierda, por el pasillo —indicó la anciana—. Al otro extremo verán dos puertas. Llamen y esperen a que los inviten a entrar —advirtió—. A veces el señor Peter está revelando, y se pone furioso si alguien entra sin permiso.

—Bonita casa —comentó Edward, indicando con una mano que ella precediera el ascenso por las escaleras.

Lali no replicó nada. No le importaba lo bonita que pudiera ser la casa de Peter Lanzani, hubiera preferido estar a muchos kilómetros de allí en ese momento.

El pasillo al que se refería la anciana era largo e imponente, y las paredes estaban adornadas por cuadros de los grandes maestros.

Edward llamó a la puerta, mientras la actriz se cerraba su abrigo de piel, sintiendo frío a pesar de que la casa tenía buena calefacción. Hubo una larga pausa, luego una de las hojas de la puerta se abrió, y un hombre muy alto y vigoroso apareció en el umbral, con los ojos dorados más extraños que Lali había visto nunca.

¡Caramba! ¡Helios, el dios del sol en persona!, pensó la actriz.

El pelo leonado, con destellos dorados, le caía espeso y sedoso alrededor de la bien formada cabeza. Sus facciones parecían talladas en piedra y revelaban una extraordinaria fuerza de carácter. Los extraños ojos estaban enmarcados por unas espesas pestañas doradas, su nariz era recta y un poco altiva y su boca revelaba cierta sensibilidad. Después de todo un fotógrafo de su fama debía de tener cierta sensibilidad, pensó Lali. Era una boca ancha y plena que tendía a curvarse hacia arriba, en las comisuras, incluso cuando parecía enfadado, como ahora.

Su piel era bronceada y saludable. Era esbelto, aunque de músculos vigorosos.

Miraba con expresión fría a la recién llegada, observándola de arriba abajo con una leve mueca desdeñosa en su bien formada boca. Luego volvió su atención hacia Edward, dejando a Lali con la sensación de haber sufrido todo lo contrario a una violación, un rechazo tan humillante o quizá más que la violencia sexual.

—Han llegado tarde —gruñó el fotógrafo.

Su voz era dorada también, notó Lali con turbación. Sin duda el hombre debía de ser Leo, pensó la joven; era la encarnación humana de un león.

—Lo siento muchísimo —Edward alzó las manos, con una de sus mejores expresiones de «bobo»—. Una situación molesta nos ha entretenido en nuestra cita anterior. ¡Lali está enfadada, yo estoy enfadado… usted está enfadado! ¡Un día espantoso!

El fotógrafo miraba a Edward con los ojos entrecerrados, como si se preguntara con qué clase de cretino estaba tratando.

Pero Edward podía cambiar de sapo a tigre en un instante. Esta capacidad lo había convertido en un magnífico manipulador de la gente. Su acto camaleónico había tomado sin duda por sorpresa a Joel Blake. En un momento sonreía como un idiota beatífico, al dejarlos solos para la lectura del libreto, y al siguiente entraba en la oficina hecho una furia para arrancar a su representada de los brazos del lujurioso productor y arruinar su famoso perfil con un certero puñetazo que lo lanzó hasta la pared.

—¿Tiene frío, señorita?

Lali se sobresaltó y alzó los azorados ojos al fotógrafo. Peter Lanzani la miraba con desdén, notando con expresión burlona la forma en que la joven se apretaba el abrigo al cuello.

—¿O se esconde detrás de ese gato muerto porque no lleva puesto nada debajo? De ser así —continuó antes de que Lali pudiera replicar, indignada—, debo advertirle que no fotografío desnudos, ni siquiera de mujeres tan atractivas como usted.

—¡Qué pícaro! —Edward agitó un dedo ante la arrogante nariz del fotógrafo. Sonreía, como siempre, pero en su voz había un indicio de amenaza—. Una persona de su categoría no debería lanzar insultos o burlas, ¿sabe?

—Vámonos, Edward —Lali lo agarró del brazo, volviéndose sobre sus talones para regresar por donde habían llegado. No se quedaría allí para ser insultada por ese insolente. ¡Ya había tenido bastante machismo por un día!

Pero Edward tenía otras ideas, y hubo un brillo peligroso en sus ojos al detenerla y obligarla a volverse hacia el odioso Lanzani.

—Vamos adentro, ¿quieres? —repuso en tono apacible, pero la mano que sostuvo el brazo de la joven era firme, protectora.

Su mirada se encontró por un instante con la del fotógrafo, luego los tres entraron en el enorme cuarto.

Por todos lados había aparatos, cámaras, trípodes, reflectores.

Sólo una sección del cuarto estaba libre de cosas, y era donde se hallaba una plataforma, iluminada por varios reflectores. Había tres personas allí, afanándose con los aparatos fotográficos o los reflectores. En cuanto la puerta se cerró, Lali sintió que renacía su desazón. Realmente preferiría posponer la sesión.

—Corred las persianas —ordenó Lanzani, y un joven de pelo largo y gruesas gafas obedeció la orden—. Quítese el abrigo, señorita —pidió a Lali—. Sandra… aparta a Big Bessie —Big Bessie parecía ser una cámara montada en una grúa, que la delgaducha joven a la que el fotógrafo se había dirigido deslizó a través del estudio con la ayuda de un tablero de control computarizado—. Usted… —apuntó a Edward—. Quítese de mi campo de visión y olvídese de que está aquí hasta que yo se lo recuerdes. El abrigo, señorita —repitió.

—Señorita Esposito —subrayó ella, sin moverse, mirándolo con tan frío desdén que lo hizo pararse en seco. La miró fijamente, como si por primera vez la reconociera como un ser vivo—. Me llamo Lali Esposito —repitió con deliberación—. Soy una persona, no un perchero.

Un repentino silencio llenó el cuarto. Peter Lanzani la miró con los ojos entrecerrados, ominosos, alargando el tenso silencio hasta que Lali sintió que le zumbaban los oídos y un intenso rubor ascendía a su cara.

Algo estalló entre ellos, algo tan violentamente sexual, que Lali lo rechazó con actitud rígida. Los ojos del fotógrafo se ensombrecieron y luego asintió con actitud burlona.

—Señorita Esposito —declaró arrastrando las palabras con suavidad, tan sedosamente que ella se estremeció—. ¿Quiere hacerme el favor de quitarse el abrigo? —estadounidense, decidió Lali. Su acento lo delataba como estadounidense—. Le aseguro que Sandra lo cuidará con su propia vida —Sandra se acercó, obediente, a tomar el abrigo de manos de la actriz—. ¿Verdad, querida Sandra? —La joven asintió con cierta turbación—. No se preocupe, señorita Esposito, no le pasará nada a su precioso visón. Irritada, Lali miró de reojo a su agente. Edward le sonrió de manera apaciguadora y a la vez cómplice.

« ¡Eres actriz, demuéstrale a este insolente patán de lo que eres capaz!», decía esa sonrisa.

La actriz dejó que el abrigo se le deslizara de los hombros con un grácil movimiento. La azorada Sandra lo atrapó antes de que cayera al suelo y lo apretó contra su pecho, como si estuviera dispuesta a cumplir las órdenes de su jefe al pie de la letra. Lali permaneció muy rígida, con su esbelta figura tiesa y orgullosa, clavando la mirada en los extraños ojos dorados del fotógrafo, apenas con un leve parpadeo.

Su vestido era rojo, de seda, y se ajustaba a su bien torneada figura hasta las caderas, donde remataba en una falda amplia. Era sencillo y elegante, de manga larga y escote redondo. La larga cabellera rubia de la actriz caía en una sedosa cascada sobre sus hombros.

—Vaya, vaya —murmuró el fotógrafo, y esbozó una sonrisa.

Dejó que su mirada recorriera el cuerpo de la joven actriz, y ella se puso rígida. Lali ya había visto esa expresión en el rostro congestionado de Joel Blake, antes de echársele encima. Edward se aclaró la garganta ruidosamente, como para recordar a su joven representada que él estaba allí para prestarle apoyo.

—Una silla para la señorita Esposito —pidió Peter con su insolente sonsonete, exasperando a Lali.

De repente, todos los empleados se apresuraron a cumplir la orden del fotógrafo, mientras Lali permanecía inmóvil. Algo estaba sucediendo, algo fuerte y peligroso ocurría entre la actriz y el fotógrafo, mientras sus ojos libraban una especie de batalla silenciosa. Ése no era el momento, el lugar, ni la persona indicada para que Lali sintiera esa poderosa atracción.

Un chico fijó una hoja de papel blanco en la pared, era tan ancha como la plataforma y cubrió con ella toda la pared y el suelo. Luego se apartó para que otro ayudante colocara en la plataforma una silla con adornos dorados. Y de repente la indeseada tensión sexual se desvaneció cuando Peter  apartó los ojos de Lali y miró la silla con impaciencia.

—¡Ésa no! —gritó, sobresaltando a todos—. ¡Hal! ¿No has aprendido nada en los dos años que llevas trabajando conmigo? —El que estaba colocando la silla, se volvió para mirar a su jefe con nerviosismo—. ¡No debes ahogar la belleza sentándola sobre un estúpido trono de relumbrón! ¡Un poco de gusto y sutileza, hombre! Lo demás debes dejarlo a la iluminación… ¡La iluminación!

—Sí, Peter —murmuró el infortunado Hal.

—La iluminación en lugar de adornos, la belleza natural antes que los cosméticos… recuerda eso, Sandra —Peter se movía con una gracia casi incongruente para su talla y corpulencia—. Deja ese gato y busca un cepillo para el pelo de la señorita —agregó. El «gato» era el abrigo de Lali, que fue dejado rápidamente en un perchero, mientras Sandra corría a buscar el cepillo—. Ponle un poco de colorete en las mejillas, a menos que podamos hacerla ruborizarse otra vez, cosa que dudo. La señorita Esposito no parece el tipo de mujer que se sonroja con facilidad —los empleados se rieron ante el humor del jefe.

Lali no lo hizo; le costaba trabajo controlar la furia y mantener el aplomo, aparte de luchar con la inesperada oleada de atracción que sentía hacia el exasperante fotógrafo.

—¡Mike! Reflectores uno, dos, cinco, rosa pálido. Tres, cuatro y seis, violeta claro —la silla dorada fue reemplazada por una silla sencilla y recta—. Señorita Esposito —el fotógrafo se volvió de repente hacia Lali—. Cuando deje de dar la impresión de ser una estatua de mármol, le agradecería que se acomode en la silla para que Sandra pueda cepillarle el pelo.

—Por aquí, señorita Esposito —la suave voz de la muchacha le llegó por la izquierda, y Lali parpadeó y caminó como un autómata hacia la silla. Peter Lanzani se movía como un alambre electrificado colocando cámaras, dando imperiosas órdenes a sus ayudantes.

Lali había sufrido una buena dosis de tediosas sesiones fotográficas, incluso disfrutado de algunas, pero aquélla era como una pesadilla.

—¡Así no…Así no! —rugió el fotógrafo cuando ella no pudo adoptar la pose que le pedía—. ¡Creí que era actriz! ¿No puede siquiera seguir las indicaciones de un director? La quiero serena y calmada, no como una colegiala a punto de enfrentarse a una temible directora.

El fotógrafo se pasó una mano por el pelo y luego se acercó a la joven, irguiéndose ante ella como un monstruo paleolítico.

Lali tenía la frente cubierta de sudor. Su visión estaba bloqueada por un fuerte muslo cubierto por el ajustado pantalón, un estómago plano y el perturbador espectáculo de la tensa piel descubierta por la camisa mal abrochada.

Lali se puso tensa, luchando por conservar el aplomo. ¡No se derrumbaría ante ese hombre!

—La textura es magnífica. ¿Quién es su peluquero?

Lai se lo dijo.

—Excelente. La mezcla de colores es fantástica, nunca había visto un tinte como éste. Apenas podría notarse que es teñido —el fotógrafo le tocaba el pelo, le masajeaba el cuero cabelludo, irritando los nervios de la joven hasta que estuvo a punto de gritar.

—¿Estás ahí, Edward?

—Aquí estoy, preciosa. Sentado y quieto como un buen chico, tal como ha ordenado el señor fotógrafo.

—¡Entonces hazme el favor de decirle a este… este bufón, que me quite las manos de encima! —la voz de la actriz fue aumentando hasta terminar en un grito, mientras se levantaba de la silla con brusquedad.

—¿Qué dice, señorita? —inquirió Peter, mirándola con furia.

—¡Digo que me quite las manos de encima! —masculló ella—. ¡Apártese! —Le dio un empujón y todo su cuerpo tembló de repulsión—. ¡Dios mío! —gimió con voz sofocada cuando la asaltó el pavor que debía haber sentido una hora antes, en la suite de Joel Blake—. ¡Edward! —se oyó gritar, con voz estrangulada. Luego… nada… todo pareció cerrarse a su alrededor, hundiéndola en un torbellino de angustia.

9 comentarios:

  1. Muy bueno!Se avecina una interesante relacion!

    ResponderEliminar
  2. Parece medio histerico peter ja ja! me encanta más!!

    ResponderEliminar
  3. QUIERO MAS! no quiero esperar hasta el lunes! SUBE MAS!
    Me pongo en el lugar de Lali y estoy segura que me sentiria igual! super incomoda :/
    Espero mas!
    Besos
    Juli♥
    @amorxca

    ResponderEliminar
  4. Me gusta el capitulo yo tambien creo k peter va a ser histerico y tambien me gusta k te hayan gustado las fotos y k la hayas puesto Beso Enorme!!!!

    ResponderEliminar
  5. quiero mas es medio intenso peter
    @arimurb

    ResponderEliminar
  6. Me gusta la historia, donde hay repulsión hay atracción jaja :)
    Masi_ruth

    ResponderEliminar
  7. Los dos están traumados,es va a dar bastante jugo.

    ResponderEliminar