Capítulo
1
—Te lo aseguro, Teddy,
¡estoy hasta la coronilla!
El ambiente en el asiento
trasero de la limusina estaba cargado. La hermosa Lali Esposito temblaba, a
pesar del grueso abrigo de piel que la envolvía y el eficiente sistema de
calefacción del automóvil, mientras Edward G. Thirsten hacía todo lo posible
por parecer tranquilo, con la leve esperanza de que su actitud despreocupada
calmara un poco a la actriz.
—Quiero irme a casa y
darme un baño, para quitarme la sensación del toque de sus inmundas manos
—declaró Lali con un estremecimiento de asco—. Lo que ha hecho conmigo ha sido
casi… —no pudo decirlo—. Ya no puedo soportar más este día —concluyó en un
trémulo murmullo.
—Nada más esta última
parada, encanto —anunció Teddy con su habitual trivialidad. Parecía que un
intento de violación, o casi, no constituía para él razón suficiente para
alterar el programa del día—. Deja que el simpático Peter Lanzani te tome las
fotos, y luego podrás irte a casa para meterte en la bañera y olvidarte de
todos nosotros durante un mes. Piénsalo —la instó—. Una horita de sonrisas a lo
Lalita y clic, clic, clic, las fotos serán tomadas, sin mayores trámites. De
otra manera, preciosa, tendrás que ir mañana a la sesión fotográfica.
La carta del triunfo de
Edward, pensó Lali con amargura. Siempre tenía una. Podía hacerse el idiota el
noventa y nueve por ciento de su vida, pero era un disfraz tras el cual se
ocultaba un astuto zorro. Y ésa era la razón por la que Edward era el agente
teatral más famoso del mundo de la farándula.
Pero eso no significaba
nada para Lali Esposito en ese momento. Estaba demasiado furiosa como para
importarle lo que fuera Edward.
—¿No comprendes? —exclamó
ella, volviéndose a mirarlo con irritación. Sus increíbles ojos azules
brillaban por las inminentes lágrimas—. ¡No soporto más! Me cosquillea la piel
de asco desde que me ha tocado ese… animal… y de ninguna manera puedo soportar
que nadie más me manosee hoy.
—¡Pero Lanzani es decente!
—Se apresuró a proclamar el agente—. Jamás manosea a las mujeres de manera
obscena. Es decente, La. Es un genio en su profesión, pero siente aversión por
las modelos. Hace todo lo posible por no tocarlas, ni siquiera cuando les
indica la pose que deben adoptar.
—Yo no soy modelo
—masculló la joven.
—Da lo mismo, preciosa.
Eres una mujer guapa, llena de glamour y eso basta para que te deteste —el
agente se encogió de hombros—. Sus fotos de mujeres hermosas son excelentes,
pero a ellas no las soporta.
—¿Y qué tiene contra…
ellas? —inquirió Lali con irritación.
—Una esposa —comentó
Teddy—. Una ex esposa, para ser exactos. Una modelo preciosa. ¿Recuerdas a
Tracy López? Lanzani la descubrió. La formó y la embelleció, se casó con ella,
le hizo unas fotos de antología y la elevó a la cumbre… luego la vio largarse
con el primer gordo importante con su habano gordo y su billetera gorda que le
ofreció convertirla en una gran estrella de cine. Nunca la perdonó, nunca ha
perdonado a las mujeres, en especial a las sensuales.
—¿Tracy López? —preguntó
Lali, y Edward asintió.
Lali había oído hablar de
ella, ¿quién no? En cierta época su cara aparecía en casi todos los anuncios de
productos de belleza. Ahora ya no tanto. Nadie sabía qué había sido de ella.
—No te atrevas a dejarme
un momento sola con él, Edward —le advirtió Lali, cediendo al fin.
—Ni siquiera para ir al
baño —prometió Edward.
A pesar de su malhumor,
Lali tuvo que sonreír. ¡Sólo Edward diría algo semejante… sólo él se atrevería!
La conversación decayó.
Lali rumió su disgusto al recordar el desagradable momento que había pasado con
el libidinoso Joel Blake. Hacía cinco años que había salido de la escuela de
arte dramático y nunca había sido víctima de ese tipo de coerción sexual. Había
accedido a leer el último libreto de Blake como un favor especial a Edward. El
importante productor estadounidense había solicitado que fuera Lali la que asistiera a la lectura. Ella no se
imaginó lo que pretendía el viejo depravado, hasta que la empujó al diván y
comenzó a manosearla. Había algo de irónico y ridículo en haber caído en la
clásica trampa del casting en el
diván. Por suerte Edward estaba cerca para salvarla de lo que podría haber sido
una situación muy desagradable.
—Olvida a Blake —le
aconsejó Edward, adivinando sus pensamientos—. El pobre piensa que es un galán
seductor. Confía demasiado en el poder afrodisíaco del dinero. Debería
consultar a un siquiatra, tiene…
—Calla ya, por favor,
Edward.
—Oh… —dijo el agente en
fono ofendido—. No quería molestarte; yo…
—Cállate —repitió ella y
esta vez dio resultado. Edward cerró la boca con firmeza y la mantuvo cerrada,
con expresión mohína. Lali lo miró con
austera satisfacción y luego volvió su atención hacia sí misma, tratando de
prepararse para la siguiente prueba con el fotógrafo misógino. Primero un
pulpo, luego un misógino. ¡Qué fauna, por Dios! —Ya hemos llegado.
Lali se sorprendió un poco
al notar que el coche atravesaba una verja alta y seguía por un sendero de
grava hacia lo que parecía una mansión señorial.
La limusina se detuvo ante
la pesada puerta principal. El chófer descendió, abrió la puerta trasera y se
apartó, respetuoso, para que la joven bajara del vehículo. Lali respiró hondo y
obligó a sus reacios miembros a moverse.
Edward estuvo a su lado en
un instante, tomándola del brazo. Alto, esbelto, era un hombre que se valía de
todos los trucos posibles para parecer un tanto vano e insignificante, lo cual
no era en absoluto. Su traje de color gris era impecable, su camisa de seda
blanca estaba abierta en el cuello para mostrar el pañuelo de seda con un
alfiler de diamante. Sólo sus ojos, azul grisáceo, delataban un poco al astuto
e implacable hombre de negocios que era, y Lali se alegraba de contar en ese
momento con su presencia.
Edward alzó uno de sus
manicurados dedos y apretó el timbre. Un breve ladrido taciturno respondió al
otro lado de la sólida puerta de madera, luego se oyó el ruido de pasos
apresurados, una leve reconvención al perro y un momento después se abrió la puerta
y una diminuta anciana de aspecto gentil apareció en el umbral.
—¿Señorita Esposito?
—sonrió con calidez a la joven, y ésta respondió con un asentimiento y una
sonrisa. Luego la anciana abrió más la puerta, y entonces vio a Edward y su
expresión cambió por completo—. Vaya —masculló, con una mano en el picaporte de
la puerta y la otra sujetando por el collar a un enorme perro pastor inglés—.
Pensé que ya había visto pasar todo por esta puerta —miró al agente de arriba
abajo, sacudiendo la cabeza—. ¡Pero usted, joven, se lleva la palma!
Lali contuvo el deseo de
reírse mientras Edward ofrecía a la anciana una de sus brillantes y frívolas
sonrisas, dando la impresión de que el comentario no le había afectado.
—Gracias —repuso con
desparpajo y entró en el vestíbulo, mirando al perro con desagrado y llevando a
Lali consigo.
—El estudio está arriba
—informó la mujer—. ¡Samson! —la anciana se golpeó un muslo de manera
autoritaria.
El perro alzó la cabeza y
lanzó un ladrido perezoso, y luego se echó y apoyó la cabeza entre las patas
delanteras.
—En el primer piso, a la
izquierda, por el pasillo —indicó la anciana—. Al otro extremo verán dos
puertas. Llamen y esperen a que los inviten a entrar —advirtió—. A veces el
señor Peter está revelando, y se pone furioso si alguien entra sin permiso.
—Bonita casa —comentó
Edward, indicando con una mano que ella precediera el ascenso por las
escaleras.
Lali no replicó nada. No
le importaba lo bonita que pudiera ser la casa de Peter Lanzani, hubiera
preferido estar a muchos kilómetros de allí en ese momento.
El pasillo al que se
refería la anciana era largo e imponente, y las paredes estaban adornadas por
cuadros de los grandes maestros.
Edward llamó a la puerta,
mientras la actriz se cerraba su abrigo de piel, sintiendo frío a pesar de que
la casa tenía buena calefacción. Hubo una larga pausa, luego una de las hojas
de la puerta se abrió, y un hombre muy alto y vigoroso apareció en el umbral, con
los ojos dorados más extraños que Lali había visto nunca.
¡Caramba! ¡Helios, el dios
del sol en persona!, pensó la actriz.
El pelo leonado, con
destellos dorados, le caía espeso y sedoso alrededor de la bien formada cabeza.
Sus facciones parecían talladas en piedra y revelaban una extraordinaria fuerza
de carácter. Los extraños ojos estaban enmarcados por unas espesas pestañas
doradas, su nariz era recta y un poco altiva y su boca revelaba cierta
sensibilidad. Después de todo un fotógrafo de su fama debía de tener cierta
sensibilidad, pensó Lali. Era una boca ancha y plena que tendía a curvarse
hacia arriba, en las comisuras, incluso cuando parecía enfadado, como ahora.
Su piel era bronceada y
saludable. Era esbelto, aunque de músculos vigorosos.
Miraba con expresión fría
a la recién llegada, observándola de arriba abajo con una leve mueca desdeñosa
en su bien formada boca. Luego volvió su atención hacia Edward, dejando a Lali
con la sensación de haber sufrido todo lo contrario a una violación, un rechazo
tan humillante o quizá más que la violencia sexual.
—Han llegado tarde —gruñó
el fotógrafo.
Su voz era dorada también,
notó Lali con turbación. Sin duda el hombre debía de ser Leo, pensó la joven;
era la encarnación humana de un león.
—Lo siento muchísimo
—Edward alzó las manos, con una de sus mejores expresiones de «bobo»—. Una
situación molesta nos ha entretenido en nuestra cita anterior. ¡Lali está
enfadada, yo estoy enfadado… usted está enfadado! ¡Un día espantoso!
El fotógrafo miraba a
Edward con los ojos entrecerrados, como si se preguntara con qué clase de
cretino estaba tratando.
Pero Edward podía cambiar
de sapo a tigre en un instante. Esta capacidad lo había convertido en un
magnífico manipulador de la gente. Su acto camaleónico había tomado sin duda
por sorpresa a Joel Blake. En un momento sonreía como un idiota beatífico, al
dejarlos solos para la lectura del libreto, y al siguiente entraba en la
oficina hecho una furia para arrancar a su representada de los brazos del
lujurioso productor y arruinar su famoso perfil con un certero puñetazo que lo
lanzó hasta la pared.
—¿Tiene frío, señorita?
Lali se sobresaltó y alzó
los azorados ojos al fotógrafo. Peter Lanzani la miraba con desdén, notando con
expresión burlona la forma en que la joven se apretaba el abrigo al cuello.
—¿O se esconde detrás de
ese gato muerto porque no lleva puesto nada debajo? De ser así —continuó antes
de que Lali pudiera replicar, indignada—, debo advertirle que no fotografío
desnudos, ni siquiera de mujeres tan atractivas como usted.
—¡Qué pícaro! —Edward
agitó un dedo ante la arrogante nariz del fotógrafo. Sonreía, como siempre,
pero en su voz había un indicio de amenaza—. Una persona de su categoría no
debería lanzar insultos o burlas, ¿sabe?
—Vámonos, Edward —Lali lo
agarró del brazo, volviéndose sobre sus talones para regresar por donde habían
llegado. No se quedaría allí para ser insultada por ese insolente. ¡Ya había
tenido bastante machismo por un día!
Pero Edward tenía otras
ideas, y hubo un brillo peligroso en sus ojos al detenerla y obligarla a
volverse hacia el odioso Lanzani.
—Vamos adentro, ¿quieres? —repuso
en tono apacible, pero la mano que sostuvo el brazo de la joven era firme,
protectora.
Su mirada se encontró por
un instante con la del fotógrafo, luego los tres entraron en el enorme cuarto.
Por todos lados había
aparatos, cámaras, trípodes, reflectores.
Sólo una sección del
cuarto estaba libre de cosas, y era donde se hallaba una plataforma, iluminada
por varios reflectores. Había tres personas allí, afanándose con los aparatos
fotográficos o los reflectores. En cuanto la puerta se cerró, Lali sintió que
renacía su desazón. Realmente preferiría posponer la sesión.
—Corred las persianas
—ordenó Lanzani, y un joven de pelo largo y gruesas gafas obedeció la orden—.
Quítese el abrigo, señorita —pidió a Lali—. Sandra… aparta a Big Bessie —Big
Bessie parecía ser una cámara montada en una grúa, que la delgaducha joven a la
que el fotógrafo se había dirigido deslizó a través del estudio con la ayuda de
un tablero de control computarizado—. Usted… —apuntó a Edward—. Quítese de mi
campo de visión y olvídese de que está aquí hasta que yo se lo recuerdes. El
abrigo, señorita —repitió.
—Señorita Esposito
—subrayó ella, sin moverse, mirándolo con tan frío desdén que lo hizo pararse
en seco. La miró fijamente, como si por primera vez la reconociera como un ser
vivo—. Me llamo Lali Esposito —repitió con deliberación—. Soy una persona, no
un perchero.
Un repentino silencio
llenó el cuarto. Peter Lanzani la miró con los ojos entrecerrados, ominosos,
alargando el tenso silencio hasta que Lali sintió que le zumbaban los oídos y
un intenso rubor ascendía a su cara.
Algo estalló entre ellos,
algo tan violentamente sexual, que Lali lo rechazó con actitud rígida. Los ojos
del fotógrafo se ensombrecieron y luego asintió con actitud burlona.
—Señorita Esposito
—declaró arrastrando las palabras con suavidad, tan sedosamente que ella se
estremeció—. ¿Quiere hacerme el favor de quitarse el abrigo? —estadounidense,
decidió Lali. Su acento lo delataba como estadounidense—. Le aseguro que Sandra
lo cuidará con su propia vida —Sandra se acercó, obediente, a tomar el abrigo
de manos de la actriz—. ¿Verdad, querida Sandra? —La joven asintió con cierta
turbación—. No se preocupe, señorita Esposito, no le pasará nada a su precioso
visón. Irritada, Lali miró de reojo a su agente. Edward le sonrió de manera
apaciguadora y a la vez cómplice.
« ¡Eres actriz,
demuéstrale a este insolente patán de lo que eres capaz!», decía esa sonrisa.
La actriz dejó que el
abrigo se le deslizara de los hombros con un grácil movimiento. La azorada
Sandra lo atrapó antes de que cayera al suelo y lo apretó contra su pecho, como
si estuviera dispuesta a cumplir las órdenes de su jefe al pie de la letra.
Lali permaneció muy rígida, con su esbelta figura tiesa y orgullosa, clavando
la mirada en los extraños ojos dorados del fotógrafo, apenas con un leve
parpadeo.
Su vestido era rojo, de
seda, y se ajustaba a su bien torneada figura hasta las caderas, donde remataba
en una falda amplia. Era sencillo y elegante, de manga larga y escote redondo.
La larga cabellera rubia de la actriz caía en una sedosa cascada sobre sus
hombros.
—Vaya, vaya —murmuró el
fotógrafo, y esbozó una sonrisa.
Dejó que su mirada
recorriera el cuerpo de la joven actriz, y ella se puso rígida. Lali ya había
visto esa expresión en el rostro congestionado de Joel Blake, antes de
echársele encima. Edward se aclaró la garganta ruidosamente, como para recordar
a su joven representada que él estaba allí para prestarle apoyo.
—Una silla para la
señorita Esposito —pidió Peter con su insolente sonsonete, exasperando a Lali.
De repente, todos los
empleados se apresuraron a cumplir la orden del fotógrafo, mientras Lali
permanecía inmóvil. Algo estaba sucediendo, algo fuerte y peligroso ocurría
entre la actriz y el fotógrafo, mientras sus ojos libraban una especie de
batalla silenciosa. Ése no era el momento, el lugar, ni la persona indicada
para que Lali sintiera esa poderosa atracción.
Un chico fijó una hoja de
papel blanco en la pared, era tan ancha como la plataforma y cubrió con ella
toda la pared y el suelo. Luego se apartó para que otro ayudante colocara en la
plataforma una silla con adornos dorados. Y de repente la indeseada tensión
sexual se desvaneció cuando Peter apartó
los ojos de Lali y miró la silla con impaciencia.
—¡Ésa no! —gritó,
sobresaltando a todos—. ¡Hal! ¿No has aprendido nada en los dos años que llevas
trabajando conmigo? —El que estaba colocando la silla, se volvió para mirar a
su jefe con nerviosismo—. ¡No debes ahogar la belleza sentándola sobre un
estúpido trono de relumbrón! ¡Un poco de gusto y sutileza, hombre! Lo demás
debes dejarlo a la iluminación… ¡La iluminación!
—Sí, Peter —murmuró el
infortunado Hal.
—La iluminación en lugar
de adornos, la belleza natural antes que los cosméticos… recuerda eso, Sandra —Peter
se movía con una gracia casi incongruente para su talla y corpulencia—. Deja
ese gato y busca un cepillo para el pelo de la señorita —agregó. El «gato» era
el abrigo de Lali, que fue dejado rápidamente en un perchero, mientras Sandra
corría a buscar el cepillo—. Ponle un poco de colorete en las mejillas, a menos
que podamos hacerla ruborizarse otra vez, cosa que dudo. La señorita Esposito
no parece el tipo de mujer que se sonroja con facilidad —los empleados se
rieron ante el humor del jefe.
Lali no lo hizo; le
costaba trabajo controlar la furia y mantener el aplomo, aparte de luchar con
la inesperada oleada de atracción que sentía hacia el exasperante fotógrafo.
—¡Mike! Reflectores uno,
dos, cinco, rosa pálido. Tres, cuatro y seis, violeta claro —la silla dorada
fue reemplazada por una silla sencilla y recta—. Señorita Esposito —el
fotógrafo se volvió de repente hacia Lali—. Cuando deje de dar la impresión de
ser una estatua de mármol, le agradecería que se acomode en la silla para que
Sandra pueda cepillarle el pelo.
—Por aquí, señorita
Esposito —la suave voz de la muchacha le llegó por la izquierda, y Lali
parpadeó y caminó como un autómata hacia la silla. Peter Lanzani se movía como
un alambre electrificado colocando cámaras, dando imperiosas órdenes a sus
ayudantes.
Lali había sufrido una
buena dosis de tediosas sesiones fotográficas, incluso disfrutado de algunas,
pero aquélla era como una pesadilla.
—¡Así no…Así no! —rugió el
fotógrafo cuando ella no pudo adoptar la pose que le pedía—. ¡Creí que era
actriz! ¿No puede siquiera seguir las indicaciones de un director? La quiero
serena y calmada, no como una colegiala a punto de enfrentarse a una temible
directora.
El fotógrafo se pasó una
mano por el pelo y luego se acercó a la joven, irguiéndose ante ella como un
monstruo paleolítico.
Lali tenía la frente
cubierta de sudor. Su visión estaba bloqueada por un fuerte muslo cubierto por
el ajustado pantalón, un estómago plano y el perturbador espectáculo de la
tensa piel descubierta por la camisa mal abrochada.
Lali se puso tensa, luchando
por conservar el aplomo. ¡No se derrumbaría ante ese hombre!
—La textura es magnífica.
¿Quién es su peluquero?
Lai se lo dijo.
—Excelente. La mezcla de
colores es fantástica, nunca había visto un tinte como éste. Apenas podría
notarse que es teñido —el fotógrafo le tocaba el pelo, le masajeaba el cuero
cabelludo, irritando los nervios de la joven hasta que estuvo a punto de
gritar.
—¿Estás ahí, Edward?
—Aquí estoy, preciosa.
Sentado y quieto como un buen chico, tal como ha ordenado el señor fotógrafo.
—¡Entonces hazme el favor
de decirle a este… este bufón, que me quite las manos de encima! —la voz de la
actriz fue aumentando hasta terminar en un grito, mientras se levantaba de la
silla con brusquedad.
—¿Qué dice, señorita?
—inquirió Peter, mirándola con furia.
—¡Digo que me quite las
manos de encima! —masculló ella—. ¡Apártese! —Le dio un empujón y todo su
cuerpo tembló de repulsión—. ¡Dios mío! —gimió con voz sofocada cuando la
asaltó el pavor que debía haber sentido una hora antes, en la suite de Joel
Blake—. ¡Edward! —se oyó gritar, con voz estrangulada. Luego… nada… todo
pareció cerrarse a su alrededor, hundiéndola en un torbellino de angustia.
Muy bueno!Se avecina una interesante relacion!
ResponderEliminarParece medio histerico peter ja ja! me encanta más!!
ResponderEliminarQUIERO MAS! no quiero esperar hasta el lunes! SUBE MAS!
ResponderEliminarMe pongo en el lugar de Lali y estoy segura que me sentiria igual! super incomoda :/
Espero mas!
Besos
Juli♥
@amorxca
Me gusta el capitulo yo tambien creo k peter va a ser histerico y tambien me gusta k te hayan gustado las fotos y k la hayas puesto Beso Enorme!!!!
ResponderEliminarOTRO CAP
ResponderEliminarquiero mas es medio intenso peter
ResponderEliminar@arimurb
Me gusta la historia, donde hay repulsión hay atracción jaja :)
ResponderEliminarMasi_ruth
Mas mas
ResponderEliminarMas se ve muy buena
Los dos están traumados,es va a dar bastante jugo.
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